12 J. R. PLANA OJOS DE MUERTO por J. R. Plana <strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine
S upuestamente, era un hotel con encanto. Una de esas viejas casas nobles restauradas y convertidas en doce habitaciones de cincuenta euros la noche sin desayuno y en temporada baja, a la que van parejas de turistas esperando pasar un fin de semana inolvidable. Sólo que, en este caso, era martes y Bruno Ruiz estaba solo. Estaba solo y pensativo, repasando lo sucedido hacía unas horas, con la persistencia de quien sabe que ha hecho algo mal, no quiere reconocerlo y trata de justificar con cualquier excusa su comportamiento. Olga y él habían llegado a la ciudad a la hora de la siesta. Se trataba de una modesta capital de provincia, en la Mancha, sin muchas cosas que hacer o ver, de la cual no diremos el nombre para no comprometer a nadie. Pero ellos no iban por placer sino por trabajo, concretamente a una presentación para pequeños empresarios de la zona que tendría lugar al día siguiente. Bruno y Olga eran comerciales, recorrían el país vendiendo todo tipo de materiales de oficina al por mayor. La variedad y los precios asequibles estaban siendo la base del moderado éxito del negocio. Cuando estaban preparando el viaje, Olga se llevó una alegría al encontrar el pequeño hotel y persiguió a Bruno hasta que accedió ir a regañadientes. En contra de lo que muchos puedan pensar, Olga y Bruno no mantenían ninguna relación amorosa, ni siquiera se habían acostado, a pesar de que en los hoteles dormían los dos juntos para que saliera más barato. Pero eso no quitaba para que Bruno sintiera una especial debilidad por los pucheros que usaba Olga cuando quería algo –así como por la propia Olga–, de manera que cuando le propuso ir el día antes para pasar la noche en el hotel con encanto y hacer un poco de turismo, Bruno no pudo negarse. Total, los dos estaban solos y no tenían nada mejor que hacer. Ahora, Bruno maldecía entre dientes el momento en el que accedió mientras hacía zapping sin pararse a mirar lo que echaban. Estaba recostado sobre la cama individual OJOS DE MUERTO <strong>Ánima</strong> <strong>Barda</strong> - Pulp Magazine con las sábanas revueltas. A un escaso metro, la otra cama permanecía con todo en su sitio, inmaculada. La habitación, que estaba totalmente a oscuras salvo por el mortecino brillo del televisor y la poca luz que entraba de la calle, tenía un ligero aire de antiguo. El techo era de vigas de madera, con grabados de viejos escudos de armas, la ventana de postigos y la tele una vieja Panasonic de 29 pulgadas. Por lo demás, paredes pintadas de blanco, muebles sencillos y funcionales, apliques cilíndricos y cuadros ambientales de dudable gusto, elementos que, con el cuarto de baño estándar, hacían que Bruno hubiera puesto en duda si eso merecía llamarse hotel con encanto y cobrar cincuenta euros. Las imágenes de la televisión se sucedían a un ritmo constante y cansino, parecido al de los tambores de una galera, dejando frases a medias o movimientos cortados por el zumbido del cambio de canal. Bruno apretaba los botones mecánicamente, como un autómata, con la cabeza yendo una y otra vez a esa incómoda tarde. Olga y él habían salido a ver la ciudad después de dejar el escaso equipaje. Pasearon por las calles del centro, parándose ella de vez ante alguna tienda, cogiéndole del brazo cuando volvía con él, ilusionada por la situación. Olga no era una mujer guapa. Rondando ya los cuarenta, los ojos de huevo, los labios excesivamente gruesos y los marcados surcos que iban de la nariz a las comisuras de la boca hacían que su rostro, que de joven podía haber sido bonito, envejeciera prematuramente. Sin embargo, compensaba la falta de belleza con un cuerpo bien proporcionado y de curvas sensuales, al que Bruno se quedaba mirando más de una vez mientras veían la tele juntos en los viajes de negocios, vestida ella con su habitual pijama de dos piezas que mostraba más piel de la que su madre, si hubiera seguido viva, habría considerado adecuada. Su paseo turístico por la ciudad les llevó hasta una pequeña iglesia con pinta de ser muy vieja, del románico, había dicho ella. Por 13