1 NATALIA A. Gómez Rufo PRIMERA PARTE - Antonio Gómez Rufo
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Entonces nos miramos asombrados: los dos recordamos la<br />
conversación de la tarde anterior y nos quedamos paralizados. La señorita no<br />
supo qué decir y se fue corriendo a la otra habitación. Yo, ante la atónita mirada<br />
de las embarazadas, que no se enteraban de nada, di tres vueltas sobre mí<br />
mismo y, con las manos en los bolsillos, me puse a mirar estúpidamente un<br />
cuadro (creo recordar que era un florero y una pera) clavado en la pared a la<br />
altura de los ojos. A los pocos instantes apareció de nuevo la señorita y me<br />
preguntó respirando hondo:<br />
- ¿Le importaría venir otro día?<br />
- No puedo.<br />
- ¿Es alguna urgencia? –me repitió y su pregunta se hacía ya un poco<br />
monótona.<br />
- ¿De qué tipo? –respondí.<br />
- ¡Y yo qué sé! Usted sabrá.<br />
Permanecí en silencio valorando el coeficiente intelectual de mi<br />
interlocutora y reflexionando acerca de los problemas psicosomáticos de<br />
algunos seres aparentemente normales. Pero ella interrumpió mi reflexión:<br />
- Mire, señor, a ver si nos entendemos: usted me dijo ayer que no tiene<br />
esposa ni compañera, que su problema era urgente, en cierta medida, y que<br />
quería hablar con el doctor. ¿Será, acaso, un asunto personal?<br />
- ¡Eso es! –repliqué eufórico modificando por completo mi opinión sobre<br />
la señorita, que ahora me parecía brillante, inteligente y astuta.<br />
- Pues espere un instante y se lo consultaré al doctor.<br />
- Pero la consulta tendré que hacerla yo, ¿no?<br />
- Espere un momento, señor –concluyó con una voz que<br />
incomprensiblemente, dada la temprana hora, resultaba cansina.<br />
Volví a sentarme entre las embarazadas que, con la indiscreción propia<br />
del género femenino, habían seguido nuestra conversación e incluso se habían<br />
atrevido a cuchichear, hábito, por lo demás, bastante común entre las<br />
desocupadas. Porque una embarazada es el ser más desocupado que existe: su<br />
única misión es esperar. Me senté, repito, entre ellas y continué hojeando una<br />
revista que era bonita, con muchas fotos de chicas muy guapas.<br />
- Buenas tardes –una voz de hombre me sacó de los ojos una chica en<br />
ropa interior que me miraba desde las páginas de la revista.- ¿Deseaba verme?<br />
- ¿Doctor Gravilla? –pregunté educadamente.<br />
- Arcilla –respondió entre las risas contenidas de alguna de aquellas<br />
víboras.<br />
- Encantado –le extendí la mano-. ¿Puedo hablar con usted unos<br />
segundos?<br />
- Pase, por favor, tengo mucho trabajo.<br />
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