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Escritos dispersos (T-III) 5/12/05 10:26 PM Page 44
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JOSÉ RAMÓN LÓPEZ
Por supuesto, la civilización es como la escala de Jacob, que
llega al cielo. Cada peldaño que se asciende hace descubrir
un nuevo peldaño en el extremo superior, y la subida es interminable.
El acueducto ha recrudecido un problema antiguo:
el del desagüe de la ciudad, que no puede ser hecho hacia el
río, porque contaminaría las aguas que bebe la densa población
establecida a orillas del Yaque hasta Montecristi.
Las otras tres ciudades tienen las mismas dificultades que
Santiago, sin que hayan logrado, como ésta, resolver algunas.
No es cuestión de capacidad, sino que la evolución empezó
en ellas más tarde. Tienen un buen número de hombres en
quienes se suma el talento a la buena intención, hombres
constructivos; pero todavía es cuantioso el número de los matones
sin ideal, de los ignorantes soberbios, hombres destructivos.
La labor social ha de ser la de desinvestirlos de la autoridad
que el miedo colectivo les ha conferido, para que entonces
puedan las ciudades consagrarse de lleno a la labor
cultural en todas direcciones.
El único mal grave en esa ubérrima región es el matonismo
gavillero, ejercido en las zonas urbanas por las medianías ambiciosas,
y en los campos por ignorantes que revientan de pretensiones
y de sórdida codicia. Toda obra de regeneración
que no parta de la extinción del espíritu gavillero, del desaliento
de esa inmoral industria, es obra fracasada, porque no
se puede hacer buenas cosechas sin limpiar antes el campo de
las yerbas malas que lo ocupan.
Ansias de trabajar sobran en la región, como lo demuestra
su cuantiosa riqueza agrícola, fabricada entre el humo de asoladoras
guerras fratricidas. Pero, mientras perduren las condiciones
de amoralidad política, mientras no sea desalentado
para siempre el gavillerismo, todo lo bueno, todo lo conducente
al progreso será precario en el asombrosamente fértil
valle de La Vega Real.