Revista Yuku Jeeka n° 58 (versión digital
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alejandrina<br />
EDUARDO LANGAGNE<br />
TEXTO PUBLICADO EN “OTRA CEBOLLA DE CRISTAL”<br />
Al lado de su cama, la novela de amor reposaba en el piso muy<br />
cerca de un zapato sucio de polvo. Junto al pañuelo celeste<br />
un tosco cenicero burdo y despostillado (sé que han de<br />
corregirme: desportillado puede ser la exacta palabra) repleto<br />
de colillas (¿dónde he leído esto?). A nadie le importaría que<br />
en esta descripción un ambiente tan sucio predomine. Y en<br />
cambio más vale que comience a hablar del personaje (el de la<br />
cama, al lado de la cual descansaba una buena novela), porque<br />
ella, en esa historia corta y desaliñada, vendría a ser la heroína<br />
(así dicen los cómics).<br />
Pues bien, Alejandrina está triste. Por ello ya piensa en el<br />
suicidio. ¿Por qué? No lo sabemos, pero ya llegaré el momento<br />
de hacerlo.<br />
Porque antes de que ella tome las diez pastillas que reposan al<br />
lado del zapato polvoso, el viejo cenicero, la novela de amor y<br />
no sé cuántas cosas, ya pensó en el pasado. Previno, desde<br />
luego, que el agua (necesaria) debería estar ahí, encima; jarra<br />
grande que contenga dos litros cuando menos. Observen<br />
ustedes que el suicidio fue planeado con calma.<br />
Alejandrina supo que hubo un nacimiento: el hijo de Susana.<br />
Joven, hermosa, tuvo un hijo sano y bello. No importaría tanto<br />
si no fuera que el hijo es también de Fermín.<br />
Fermín y Alejandrina fueron felices siempre. Los momentos<br />
difíciles no integran esta historia. Vivieron juntos casi veinte<br />
años y todo comenzó a deshacerse cuando a Alejandrina le<br />
pasó por la mente la idea inaplazable (¿sensación en el vientre?,<br />
¿intuición necesaria?): tener un hijo. Pronto, Fermín se opuso.<br />
Nunca había pensado en ello.<br />
Éste no era el momento. Esperarían un poco.<br />
- ¿Acaso otros quince años? Yo creo que es egoísmo de tu<br />
parte, Fermín.<br />
- Yo no lo creo.<br />
- Yo sí.<br />
- Pero somos felices, no lo necesitamos.<br />
- No es por necesitarlo, pero es el complemento de nuestro amor.<br />
- Lo dudo.<br />
- Eres frío y descarado.<br />
- Sólo sincero, créeme.<br />
Ahí empezó el asunto: Fermín se distanció y un día cualquiera<br />
(ahora no recuerdo la fecha) no regresó a la casa.<br />
Alejandrina entonces se miraba al espejo y notaba que el<br />
tiempo estaba detenido en cada ceja, en cada párpado.<br />
En sus mejillas veía el tiempo habitando en sus ya cuatro<br />
décadas. Le parecía un demonio el espejo. Y un día, de un<br />
golpe muy certero, con un cepillo negro lo quebró sollozando.<br />
Se percibía vieja y lamentó el momento en que sintió el deseo<br />
de tenr con Fermín un hijo que cambiara el curso de su vida.<br />
Pero Fermín, ya saben se casó nuevamente. Con Susana<br />
González, bailarina de clásico de veinticinco años. Susana tiene<br />
un hijo. (Son muchas las pastillas que Alejandrina tiene a un<br />
lado de la cama.) El zapato polvoso, el cenicero sucio y los<br />
otros objetos se mojarán ahora que el agua se derrame cuando<br />
pierda la fuerza el somnoliento brazo de la mujer que (sepan)<br />
no pudo terminar de leer la novela en donde todos eran felices<br />
para siempre, que se quedó en el piso, muy cerca de un zapato,<br />
al lado de su cama.<br />
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