sexualidad: consideraciones teológicas desde la realidad

Recuperar armonia El desafío es no fragmentar la vida, ni la nuestra, ni la de
los demás, como muchas veces hacemos desde el punto de vista moral y
desde la doctrina de la iglesia.
Este intento, lo hacemos pensando que, fragmentar la vida significa también
fragmentar la realidad y el misterio, creando así una historia jerárquica, es
decir, donde hay partes que valen más que otras; donde hay opresiones y
exclusiones además que explotaciones entre géneros, entre el género humano
y la biodiversidad cósmica, entre clases sociales o culturales diferentes.
Pienso que muchos factores que han estructurado y siguen estructurando
nuestras comunidades religiosas, fueron precisamente cultivados en esta
mentalidad dualista y fragmentaria del ser humano. De trás de la obediencia se
han escondido aspectos muy sutiles de nuestra sexualidad, creando
dependencias, falsos poderes, jeraquía, infantilismo, etc.
Y eso porque la sexualidad es condición de toda persona, pero también es
capacidad física y psíquica de realizar gestos que significan algo, que no son
neutrales, que nos permiten asumir ciertas posturas en la historia
contemporánea.
No es suficiente haber decidio no compartir nuestras energías genitales con
otras personas, porque eso sería una simple negación. Hay mucho más:
¿cómo expreso mi ser en esta historia? ¿qué postura tomo en la sociedad en
que vivo? Esas posturas tan neutrales que a veces asumimos como comunidad
creyente o religiosa, son muy ambiguas y revelan nuestra incapacidad de ser
responsables.
Recordemos que no existen interéses egocéntricos, sólo en el ámbito genital,
sino también, hay interéses en el ámbito de las relaciones sociales: búsquedas
de privilegios, intentos de salvar como sea nuestros privilegios... Estas
actitudes, en el fondo tienen los mismos rasgos de lo que condenamo como
hedonismo.
En fin, la sexualidad es un modo de ser, pero antes es también un impulso
sensible, un deseo biológico, orgánico que de alguna manera sobresale,
empujando. Si no se acoge ese impulso en el ámbito de la conciencia, de la
inteligencia, de las opciones de nuestra fe, se generan conflictos y
desarmonías. Si se acoge, sin embargo, se puede recrear algo.