la tapa de Crítica del

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critica de la argentina
Domingo 22 de junio de 2008
Dos años después de presentar Saltimbanco,
el grupo canadiense está de vuelta en Buenos
Aires con un show para ver con la boca abierta.
Desafíos. A la lógica, a la ley de gravedad, a los elementos: así es Alegría.
mariana mactas
culturas
el Cirque du Soleil eStrenó Su alegría
Saltimbanquis
Nada mejor que el torero
español Joselín de
Ubrique y su frase más
famosa para definir Alegría, el
nuevo espectáculo del grupo canadiense
Cirque du Soleil: “En
dos palabras: impre sionante”.
El viernes fue noche de estreno
porteño, con una carpa blanca
llena de famosos –estaban todos–
preparados para la sorpresa,
velada que terminó con una
ovación de pie, mientras sonaba
el tema que da nombre al espectáculo,
mientras los espectadores
parecían a punto de abrazarse
los unos con los otros.
El segundo show que estrena
en Buenos Aires este grupo con
varios elencos repartidos por el
mundo y fundado en Quebec
25 años atrás, es un espectáculo
onírico, de unas dos horas
con intervalo, estructurado con
nueve números entre olímpicos,
humorísticos y artísticos.
Sucesor de Saltimbanco, pre-
sentado aquí en 2006, Alegría
es un destilado de lo mejor del
circo, ese género que a muchos
nos castigó, allá en la infancia,
con animales que se movían a
latigazos, payasos buenos que
nunca caían bien ni sabían tocar
el saxofón, y un elenco familiar
de hombres orquesta: hacían de
osos y de domadores; de payasos
y mujeres barbudas.
Acá, en lugar de grotesco y humillaciones,
hay música en vivo
con aire new age y letras tan políglotas
como su elenco, 55 artistas
de cantidad de países, entre
Espectáculo de alto nivel
en el que gimnasia, ballet
y malabares se unen para
dejarnos con la boca abierta.
acróbatas, músicos, cantantes,
payasos y personajes como surgidos
de la imaginación de El
Bosco o Pieter Brueghel.
De hecho, el show dirigido
por el italiano Franco Dragone
se inspira en el universo de
bufones de la corte, trovadores,
mendigos, aristócratas, sirvientes,
y las antiguas familias
circenses que recorrían Europa
con sus carromatos hace un millón
de años.
Y la música, entonces –entre
el pop, el jazz, los aires klezmer
y hasta algún toque de tango–,
es el soporte constante –a veces
demasiado constante– para el
despliegue de destreza, excelencia
técnica y plasticidad en
dosis generosas. El despliegue
apabulla desde el primer número:
un trapecista enamorado
que suelta el columpio aéreo
que le da envión, sobre un mar
de cabezas dobladas hacia lo alto,
para volver a tomarlo en el
aire, verdadero pájaro humano,
apenas sujeto por un improbable
gancho de seguridad que lo
une, como un cordón umbilical,
a algún punto superior de
la carpa.
Los temibles payasos, que
aparecen como una suerte de
separadores entre los números
de acrobacia, en el Cirque du