la tapa de Crítica del

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critica de la argentina
Domingo 22 de junio de 2008
Susana Giménez es la gran
entrevistadora de la televisión
argentina. Su logro
es destacable, considerando que
carece de todas las cualidades
de las que debería preciarse una
persona que hace entrevistas:
información, contexto, manejo
de la actualidad. Eso habla de la
televisión argentina, pero también
de ella, de su mejor virtud:
la de salir airosa y con gracia
de las situaciones imposibles
de superar que ella misma y su
producción generan. Susana
es encantadora y esa simpatía
automática que despierta sería
mucho menos vibrante si hiciera
bien lo que se supone que
tiene que hacer.
Mirtha Legrand sí sabe preguntar.
Si tan sólo se quedara
a escuchar las respuestas sería
la entrevistadora perfecta. Pero
no, a la Señora se le ocurre
inmediatamente una nueva
pregunta, o una reformulación
de la misma, o directamente la
respuesta a la pregunta que ella
le había hecho a otra persona,
antes de que a esa misma persona
se le ocurra contestar. La
diferencia entre las dos divas es
que a Mirtha todo le provoca
curiosidad, está conectada con
el mundo con una avidez saludable
y si bien su ombligo es el
eje a partir del cual se generan
las relaciones entre las cosas, lo
cierto es que ella está informada
de todo, todo le concierne.
No pregunta por quién doblan
las campanas, sabe que lo hacen
por ella; ¿por quién más
habría de ser?
Susana, en cambio, se muestra
curiosa durante la entrevista
pero como ese interés nació en
el momento en que se prendió la
cámara, carece de todo soporte
informativo. A veces da la sensación
de que la primera pregunta
que le gustaría hacer a sus invitados
es: “¿Quién sos?”. Sus días
transcurren como si del estudio
de Telefe se teletransportara a
Miami, de cápsula en cápsula,
lejos de la contaminación que
implica la cotidianeidad, el
rumor de la calle, los avatares
culturas
Toda TV es política
La diva está en su mundo Gustavo
sociales, el ida y vuelta de la política,
el otro, las personas.
Sentada con sus pares, liberada
de la necesidad de asomarse a un
mundo que le es ajeno, es cuando
mejor se desenvuelve. Moria
Casán, Cacho Castaña, Ricardo
Darín, la familia Ortega, miembros
de su entorno, de su mundo
posible, una realeza pequeña, divertida
y algo triste a la vez. Con
ellos recuerda viejas anécdotas,
Noriega
sugiere historias inconfesables,
ríen y contagian su alegría a los
mortales. Es el Planeta Susana:
un territorio al que se nos permite
asomar cada tanto y conocer
ceniceros, perros, amantes,
novios encantadores y maridos
ambiciosos e inútiles.
A lo lejos, de fondo, una tribuna
con gente disfrazada. Ellos
representan todo el esfuerzo, el
trabajo y la dedicación que Susana
no pone, no tiene, no le
importa. No son exactamente
complementarios sino más bien
las dos caras del sinsentido. Es
imposible mirar a la tribuna sin
pensar en el tiempo de trabajo
que implica: horas de maquillaje,
de vestuario, tardes enteras
ensayando una coreografía
mecánica y absurda, los brazos
para acá, juntos, dos y tres y de
vuelta la ronda. Simpatía sin
trabajo, por un lado; trabajo
sin gracia ni sentido, por el otro.
Todo encerrado en sí mismo, sin
ningún contacto con el exterior:
eso es el programa de Susana.
Afuera, el mundo cruje. l