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Sasturain, Juan – La lucha continúa [pdf] - Lengua, Literatura y ...

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Se cruzó una dulce voz:<br />

—Precisamente, señor Aguirre, por favor...<br />

<strong>La</strong> mina se asomaba desde la secretaría o la administración del gimnasio<br />

como si estuviera en una caseta de peaje. El vehículo de Aguirre se clavó en<br />

seco. Cambió un par de palabras con la chica y se volvió hacia nosotros:<br />

—Hasta mañana a la misma hora, muchachos —dijo.<br />

Bedoya, Rudzky y El Troglodita se despidieron.<br />

—Aguirre, un momento —le dije como un alumno aplicado que se queda<br />

después de hora para llamar la atención del profesor con boludeces—. Mañana<br />

voy a llegar un poco más tarde.<br />

—Tranquilo —dijo con ojos chiquitos—. Estás más entrenado de lo que<br />

parecía, Pirovano.<br />

Dobló con un viraje corto controlado por el diestro <strong>La</strong>rrañaga y se metió<br />

en la secretaría.<br />

—¿Qué vamos a hacer con las cuotas de este mes? —alcancé a escuchar en<br />

la dulce voz.<br />

—Andá a preguntarle a Pandolfi —dijo Roperito antes de que la puerta se<br />

cerrara con un golpe.<br />

Salimos. Como yo iba para Liniers me ofrecí a llevar al Rusito, que vivía<br />

en Ciudadela, y a Zolezzi, que tenía que arreglar algunas cuestiones e iba a<br />

recoger en Ramos Mejía las pocas cosas que había logrado salvar del incendio<br />

de su pieza. No fue fácil encajar primero —Rudzky atrás, El Troglodita a mi<br />

lado— y trasladar después esos cuerpos casi entorpecidos de músculos en el<br />

Escarabajo. Pese a las heridas, golpes y atentados, los Gigantes estaban de buen<br />

ánimo.<br />

—Che, ¿quién es Pandolfi? —pregunté como al pasar.<br />

No lo conocían.<br />

—Tiene que ver con el gimnasio, supongo —dije como para orientarlos.<br />

—No sé. He estado tres veces en el gimnasio, cuanto mucho —dijo el<br />

Rusito.<br />

El Troglodita asintió: ni idea.<br />

<strong>La</strong> conversación derivó. Me contaron casi como si fueran avatares ajenos<br />

lo que les había ocurrido en esos días. A nadie se le ocurría borrarse ni<br />

postergar la función. Todo pasaría. Ellos —y eso era verdad— no le habían<br />

hecho mal a nadie y el caso de Paredón les resultaba en el fondo inexplicable y<br />

por tanto lo negaban.<br />

Había algo en Zolezzi, sin embargo, que en cierto momento lo puso<br />

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