Sasturain, Juan – La lucha continúa [pdf] - Lengua, Literatura y ...

—Bien. Ya vamos a hablar de eso...
Todo muy corto, lo suyo.
—¿Puedo subir? —me sorprendí diciendo.
—No.
—¿Estás con el Secretario?
Ni siquiera me contestó. Hubo una pausa más larga aún.
—¿Estás mal? ¿Necesitás algo? —dijo de pronto.
Entonces fui yo el que no contestó.
—Tenemos una hija hermosa —dije finalmente.
—¿Qué?
—¡Tenemos una hija hermosa!
Me di cuenta de que había gritado mucho porque el guardián nocturno se
levantó de su escritorio y caminó hacia mí del otro lado de los cristales.
—¿Qué querés? —insistió Vicky fastidiada.
—Nada, nada... Todo bien —y me alejé del aparato.
Ella siguió interrogándome, buscándome en la noche un rato más.
Cuando subí al auto, el mismo vigilante salió y le habló por el portero
eléctrico tratando de explicarle que yo me iba. Ella algo le dijo porque el tipo se
me acercó:
—La señora dijo que espere. Ya baja.
Vino con un perro. Un perro grande, lanudo y vistoso que yo no conocía.
Esas cosas pasan cuando uno se separa.
—¿Le dijiste al Secretario que era yo? —dije desagradable.
—No tengo secretos para el Secretario.
—Qué modernos.
—Boludo.
Vicky desde hacía un par de años se acostaba no sé cuán regularmente en
la que fue nuestra cama con el Secretario de ese Juzgado. Que no lo
nombráramos era parte de nuestra complicidad. O al menos eso creía yo hasta
esa noche.
Dimos una vuelta de manzana que el perro aprovechó para mear cuatro
veces y nosotros para pelearnos otras tantas:
—Aunque me lo quiso ocultar vi lo que se hizo —y se refería al tatuaje—.
Yo te odio ahora y ella te va a odiar después, por haberla dejado. Es una
agresión contra el cuerpo.
—Vos te hiciste las tetas. Es peor.
Si no hubiera sido porque tenía que sujetar el perro con las dos manos me
hubiera tirado una cachetada.
—Sos de cuarta. ¿Viniste para esto?
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