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Fue aquello una entrada triunfal como pocas veces se han visto en Managua. Profusión de coronas<br />

simbólicas que las sociedades y escuelas nacionales le ofrecían a su paso, manos anhelantes que querían estre-<br />

char las suyas, ojos femeninos que con ansia deseaban ver de nuevo al prestigiado cantor que tanta luz ha<br />

derramado sobre la tierra maternal, el pueblo entero congregado en nuestras calles y parque central, acla-<br />

mándolo entre los esplendores de aquella regia recepción; luego su entrada al Gran Hotel, donde innúmeras<br />

comisiones le esperaban para darle el saludo de bienvenida.<br />

Una noche en León –doña Fidelina de Castro– dama culta y amable, la Recamier occidental, como la<br />

llamó Emiliano Hernández, ornó su casa con las <strong>más</strong> finas rosas de la tierra y en una decoración griega<br />

simbolizó en volcanes de flores los volcanes de la Patria.<br />

La casa de la estimable señora fue esa noche un palacio: se esperaba a Rubén Darío para departir y cenar<br />

con él en la alegría de la Noche Buena, entre búcaros de bellezas metropolitanas. Y Darío, tan informal como<br />

ilustre, no asistió. Se dijo que estaba enfermo, y a la verdad no se mentía. Afortunadamente, en las leyes de la<br />

cortesía el bochorno no es para el que obsequia sino para él obsequiado, si éste falta a la cultura.<br />

Comentarios duros, reminiscencias de hechos lejanos, observaciones rudas y ardientes ha provocado la<br />

manera cómo se fue el poeta, y ello nos da ocasión para saber una vez <strong>más</strong> hasta dónde quieren los genios<br />

llevar su inmunidad, y cómo entienden ellos las prácticas de la cortesía.<br />

La galantería oficial quiso dispensar también su homenaje al poeta; y el general Zelaya le nombró<br />

ministro de Nicaragua residente en España, puesto que habrá de desempeñar en la Coronada Villa, y que ha de<br />

llevarle grandes honores y no pocas altas consideraciones.<br />

Ante las cosas a que nos hemos referido, no encontramos una justificación indulgente, ni explicación<br />

que satisfaga. Debemos convencernos con triste convencimiento que todos estos hechos sólo reconocen por<br />

causa la indeferencia que a Darío le merece Nicaragua, la escasa y quizá la ninguna consideración que lleva<br />

para sus amigos y admiradores, y la importancia negativa en que tuvo para cuantos homenajes se le hicieron.<br />

¿Pudiera decirse por esto que Rubén Darío es un ingrato?<br />

Quién sabe. Vale <strong>más</strong> pasar por alto el calificativo que tales hechos merecen, y concretarse tan sólo a<br />

referirlos para que cada cual, con criterio propio, lo juzgue a su antojo.<br />

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