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86 A la noche siguiente, llamó Dinarzade a su hermana cuando le pareció que llegaba el momento y le suplicó que continuase el cuento del pescador. El sultán, a su vez, manisfestaba su impaciencia sin ningún disimulo por saber qué habría podido ocurrirle al genio con Salomón, por lo que prosiguió así Scheherezade el cuento del pescador: Viendo Scheherezade que amanecía, interrumpió su cuento. Entonces tomó la palabra Dinarzade y dijo: —Hermana, nadie puede cumplir una promesa mejor que tú la tuya, pues este cuento es más maravilloso que todos los otros. —Mi querida hermana —respondió la sultana—, aún oirás cosas mucho más admirables si mi señor el sultán me permite contártelas. Schahriar tenía demasiados deseos de oír lo restante de la historia del pescador como para querer privarse de este placer, así pues suspendió hasta el día siguiente la muerte de la sultana. un monstruo de tan desmesurada altura, quiso huir el pescador; pero se hallaba tan turbado y espantado que no acertó a dar un paso. —Salomón —exclamó de pronto el genio—, Salomón, gran profeta de Dios, ¡perdón, perdón!, jamás me opondré a tu voluntad. En adelante obedeceré todos tus preceptos.
85 Habiendo acabado el pescador su rezo, echó sus redes por cuarta vez, y las sacó, igual que antes, con bastante dificultad. Pero no había lodo, y sí en cambio un vaso de cobre amarillo, que, por su peso, le pareció estar lleno. Notó que estaba cerrado y sellado con plomo y que tenía estampada la marca de un sello. Eso es lo que le regocijó. —Se lo venderé a un fundidor —se dijo—, y con el dinero que saque compraré una medida de trigo. Examinó el vaso por todas partes y lo meneó por ver si hacía ruido lo que había dentro. Pero no oyó nada; por eso, y al ver que aún conservaba intacta la marca del sello sobre la tapa de plomo, pensó que contendría alguna cosa preciosa. Así que, para salir de la duda, tomó su cuchillo y no sin dificultad consiguió abrirlo. Por más que lo inclinaba hacia el suelo, nada salió de él, y eso le sorprendió extraordinariamente. Luego lo puso delante de sí y, mientras lo estudiaba detenidamente, vio que comenzó a salir de él un humo tan espeso que lo obligó a retroceder unos pasos. El humo se elevó hasta las nubes y extendiéndose sobre el mar y la playa formó una gruesa niebla que, como se puede imaginar, causó un asombro extraordinario al pescador. Cuando hubo salido del vaso todo el humo, se reunió y se hizo un cuerpo sólido del que se formó un genio, un ser tan corpulento como dos veces el mayor de los gigantes. Ante su aspecto de
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