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—Mi querida hermana —exclamó Dinarzade al
día siguiente y a la hora habitual—, te suplico que
acabes de contarnos el cuento del pescador. ¡Tengo
tantos deseos de oírlo!
—Voy a darte este gusto —respondió la sultana.
Y al mismo tiempo pidió permiso al sultán, obtenido
el cual, continuó de este modo el cuento del
pescador:
—Cuando el pescador, afligido por haber perdido
tanto esfuerzo, hubo remendado sus redes que
el esqueleto del asno había rasgado por tantos lados,
las echó al agua por segunda vez. Al tirar para
sacarlas, sintió también mucha resistencia, lo que le
hizo creer que estarían colmadas de pescado; pero
solo encontró una gran cesta llena de escombro
Cuando llegó aquí, Scheherezade detuvo su relato
porque vio que había amanecido.
—Hermana —le dijo Dinarzade—, confieso que
el principio de este cuento me fascina y ya me imagino
que lo que sigue será muy divertido.
—Nada hay más singular que la historia del
pescador —le respondió la sultana—; ya te convencerás
por ti misma la noche próxima, si es que el
sultán me hace la gracia de dejarme vivir.
Schahriar, deseoso igualmente de saber en qué
había parado la pesca del pescador, no quiso hacer
matar aquel día a Scheherezade y se levantó sin dar
aún la cruel orden.