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NATIVIDAD DE LA SANTISIMA VIRGEN MARÍA Homilía del P ...

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<strong>NATIVIDAD</strong> <strong>DE</strong> <strong>LA</strong> <strong>SANTISIMA</strong> <strong>VIRGEN</strong> <strong>MARÍA</strong><br />

<strong>Homilía</strong> <strong>del</strong> P. Josep M. Soler, abad de Montserrat<br />

8 de septiembre de 2011<br />

Miq 5, 2-4; Mt 1, 1-16.18-23<br />

Hoy celebramos el nacimiento de Santa María. La Iglesia exulta con este nacimiento<br />

porque sabe que es portador de paz y de salvación no sólo para el pueblo cristiano<br />

sino para la humanidad entera. Como hemos oído en la primera lectura, el profeta<br />

Miqueas había anunciado que el inicio de la revitalización no llegaría hasta el tiempo<br />

en que la madre dé a luz. Hoy celebramos el nacimiento de esta madre, un nacimiento<br />

que anuncia la proximidad <strong>del</strong> hijo, que será Mesías y Salvador de la humanidad. Ella,<br />

María, y él, Jesús, constituyen los dos últimos eslabones de la genealogía que hemos<br />

escuchado en el evangelio. Toda ella, la genealogía, nombre tras nombre, lleva a<br />

Jesús.<br />

Esta genealogía expresa, a través de los personajes que son mencionados, la gloria y<br />

la decadencia de la descendencia de Abraham así como la gloria y la decadencia de la<br />

dinastía de David. De los personajes que nos presenta, unos -más bien pocos- son<br />

elogiados por la Escritura debido a su gran fe, y otros, en cambio, son censurados por<br />

sus comportamientos contrarios al querer de Dios. A través de tres grandes épocas, la<br />

de los patriarcas, la de la monarquía davídica depositaria de las promesas mesiánicas,<br />

y la <strong>del</strong> exilio con la extinción de la realeza y el surgimiento de una minoría llena de<br />

esperanza en la realización de las promesas hechas a David, la genealogía nos<br />

presenta una serie de hombres y mujeres creyentes, pero con sus contradicciones,<br />

sus debilidades, su pecado. Hombres y mujeres que, en el su mayoría, esperaban la<br />

liberación personal y colectiva. La genealogía presenta, a través de los nombres<br />

bíblicos, todo el anhelo humano de bienestar y de paz, y toda la fragilidad<br />

humana. Pero, también, toda la fi<strong>del</strong>idad de Dios que, a través de la historia vistosa o<br />

anodina de cada día, llevando a cabo su plan, sin forzar la libertad de los actores de<br />

esta historia pero conduciéndola en su sabiduría hacia a un término feliz.<br />

Dios actúa a su ritmo. Por eso el profeta Miqueas podía decir que la decadencia, el<br />

abandono aparente de Dios duraría hasta el tiempo en que la madre dé a luz,<br />

pensando en la madre <strong>del</strong> Mesías futuro que nacería en el seno de la familia real de<br />

David. Él, este hijo Mesías, iniciaría una nueva etapa; asumiendo toda la fragilidad<br />

humana, todo el mal <strong>del</strong> mundo, en una solidaridad máxima, restituiría la gloria a la<br />

humanidad que iba a tientas, caminando sin sentido. La genealogía es, pues, el<br />

testimonio de la misericordia divina, que transforma una historia repleta de muchas<br />

situaciones irregulares, con asesinatos y adulterios incluidos, en una historia de<br />

salvación. El río humano de estas generaciones, tan turbio por los comportamientos de<br />

muchos, se transforma en una fuente de agua cada vez más límpida hasta llegar a los<br />

tres últimos personajes: José, el hombre justo, María, la Toda Santa, y Jesús, el<br />

Mesías, el pastor santísimo que apacentará todo el mundo por el nombre glorioso <strong>del</strong><br />

Señor, su Dios. El primer destinatario de su misión es el pueblo de Israel. Pero su<br />

misión será universal.<br />

Hasta el tiempo en que la madre dé a luz. Hacemos fiesta hoy por esta madre que ha<br />

puesto al mundo a Cristo. El nacimiento de ella supone ya los inicios <strong>del</strong> periodo de<br />

plenitud, en el que la situación negativa de la humanidad será invertida. La liturgia de<br />

hoy centra en una palabra englobante la nueva realidad que traerá el hijo de esta<br />

madre insigne; es la palabra paz. Ya el profeta Miqueas había dicho que bajo la<br />

autoridad <strong>del</strong> pastor mesiánico vivirían en paz, que él mismo sería la paz. Por eso, la<br />

Iglesia pide hoy, en cada hora de oración, que en la solemnidad <strong>del</strong> nacimiento de<br />

Santa María "consigamos aumento de paz" (cf. oración propia <strong>del</strong> día). La paz bíblica


va más allá de una ausencia de guerra o de una relación amistosa. La paz bíblica es<br />

una realidad que comprende el bienestar, la serenidad, la armonía global en todas sus<br />

dimensiones individual y colectiva, en las relaciones humanas, en la convivencia con<br />

uno mismo; y, sobre todo, en la relación con Dios que por amor ha querido reconciliar<br />

con él a toda la humanidad. Una realidad así sólo puede ser don de Dios. Un don que,<br />

los profetas sitúan en los tiempos <strong>del</strong> Mesías, cuando la madre dé a luz, cuando María<br />

habrá puesto a Jesús en el mundo, como último escalón de la genealogía que deja<br />

paso a una realidad toda nueva. Jesucristo es nuestra paz porque nos ha reconciliado<br />

con su propio cuerpo (Ef 5, 14-15), dando la vida en la cruz para restablecer la<br />

concordia y la unidad.<br />

Esta plenitud que encierra la palabra paz es un don propio <strong>del</strong> tiempo <strong>del</strong> Mesías, los<br />

tiempos últimos inaugurados por Jesús. Su nacimiento de las entrañas de Santa<br />

María, fue gloria para Dios en el cielo y en la tierra, portador de paz (cf. Lc 2, 14). Pero<br />

aquí surge una constatación desconcertante que lleva a la pregunta: ¿cómo es que si<br />

la madre ya ha tenido el hijo, si Jesús, el Mesías, ya ha venido y ha dado la vida en la<br />

cruz para traernos la paz, el mundo está tan lleno de egoísmo, de violencia y de<br />

guerra? ¿Cómo es que hay tanta agresividad y violencia en el corazón humano?<br />

Necesitamos saber entender la lógica de Jesús cuando dice que el Reino <strong>del</strong> Mesías<br />

va creciendo poco a poco, escondido como un grano de trigo bajo tierra, mezclado con<br />

la mala semilla de la cizaña, y que crecen juntos hasta el momento de la siega cuando<br />

se hará la selección (cf. Mt 13, 24-29), hasta el final de la historia que será el momento<br />

en el que las cosas serán diáfanas en su verdad. Mientras, en nuestro tiempo<br />

intermedio de haber sido introducidos en la salvación pero sin disfrutar de ella ya <strong>del</strong><br />

todo, debemos tener la fe esperanzada de los creyentes que hemos encontrado en la<br />

genealogía, que confiaban en la venida <strong>del</strong> Salvador aunque en su entorno nada lo<br />

hacía presagiar. En la espera <strong>del</strong> cumplimiento definitivo de la salvación, debemos<br />

hacer nuestra la confianza <strong>del</strong> resto de Israel que a pesar <strong>del</strong> exilio y la derrota de la<br />

monarquía davídica esperaba que Dios cumpliera la promesa de la madre que<br />

pondría al mundo un hijo que haría de pastor con el poder de Dios y traería la paz.<br />

La paz <strong>del</strong> Mesías, la paz de Jesús, es fruto de la fi<strong>del</strong>idad a su palabra. Y esta<br />

fi<strong>del</strong>idad lleva a dejarlo entrar en la propia vida en una relación de amor que ayuda a<br />

superar el mal que hay en el corazón humano e instaura una relación fraterna con los<br />

demás, por los que Jesús también ha dado la vida. A medida que irá entrando en los<br />

corazones de la humanidad, en esa relación misteriosa que se establece entre cada<br />

ser humano y él, la paz irá ganando espacio en el corazón de las personas y, por<br />

tanto, en el mundo. María, la madre de Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios hecho<br />

hombre, nos lo enseña de una manera eminente con su docilidad fiel a la Palabra<br />

divina y al amor hacia todos.<br />

A nosotros nos toca pacificar nuestro interior para que pueda entrar más y más<br />

Jesucristo; y nos toca, también, orar y trabajar por la paz en nuestro entorno y en todo<br />

el mundo.<br />

Invoquemos a María, puerta y ejemplo de la paz, para que nos enseñe a vivir por amor<br />

la docilidad a Jesucristo, mo<strong>del</strong>o y maestro de la paz, Rey pacífico y pacificador, que<br />

viene a nosotros ahora en la Eucaristía para hacernos crecer en su paz.

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