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María naturaleza romántica por Enrique Anderson Imbert

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ealidad histórica. Fue como si a la literatura se le hubieran sanado los ojos, y con la<br />

alegría de la salud los escritores se lanzaron a los caminos y fueron comprendiendo la<br />

diversidad del hombre. La luz se había refractado; y eran las refracciones del folklore,<br />

del baile o del rito, del vestido, de la costumbre o de los viejos monumentos lo que<br />

irradiaba poesía. Y gracias a este nuevo arte de simpatizar los románticos cumplieron<br />

con sus promesas de veracidad y realismo, <strong>por</strong>que —como decía uno de ellos— ―la<br />

couleur locale est néanmoins la base de toute verité‖.<br />

De la honda vertiente picaresca de la literatura española había surgido un género que en<br />

el siglo XVIII empezó a vacilar entre el ensayo y el cuento; y en el siglo XIX estos<br />

―cuadros de costumbres‖ penetraron en el romanticismo, lo atravesaron y fueron a<br />

colocarse en su costado realista. Cuando Isaacs se inició como escritor, quién más,<br />

quién menos, todos los colombianos escribían o leían evocaciones de la vida familiar,<br />

del campo o de la ciudad. Isaacs cedió a la boga. Pero el costumbrismo, que en artículos<br />

sueltos toma un amargo sabor, al desembocar en la novela se dulcificaba <strong>por</strong> el prestigio<br />

de lo sentimental. En Maria aun los toques burlones son cariñosos. Algo se resintió la<br />

novela <strong>por</strong> estas disonancias entre las notas costumbristas y las idílicas. Acaso el<br />

capítulo XIX, donde nos describe la hacienda de don Ignacio, sea pesado, digresivo,<br />

dialectal. Acaso en los capítulos LVII y LVIII el relato del dramático regreso de Efraín<br />

se distienda y se frustre <strong>por</strong> la acumulación de materiales de folklore, fauna y flora<br />

americanas. Con todo, hay escenas bien vistas en la evocación de la chacra serrana de<br />

Don José, de la cacería del tigre, de los amores de las muchachas, de la boda de Tránsito<br />

y el entierro de Feliciana. Y, sobre todo, en los capítulos XLVIII y XLIX es hermoso el<br />

cuadro rústico, con la deliciosa Salomé coloreada en el centro como una ninfa mulata,<br />

inocente, juguetona y sensual.<br />

La novela Maria se apoya sobre su pintoresquismo y su sentimentalismo como sobre<br />

dos piernas; y en la marcha las va moviendo alternativamente, ya hacia los detalles del<br />

mundo exterior, ya hacia el halo del alma enamorada. Y lo que le da unidad es que <strong>por</strong><br />

encima de esos pasos alternados el cuerpo de la novela mantiene airosamente su figura<br />

<strong>romántica</strong>. Esa sociedad feudal, feliz, en la que patronos, peones y esclavos conviven<br />

sin sordidez, está idealizada como los amores de los dos señoritos. Y aún Nay y Sinar<br />

son sombras de <strong>María</strong> y Efraín sutilmente entretejidas sobre el fondo del tapiz. Hay un<br />

pasaje en que las tres hebras: la del exótico cuento africano, la de los cuadros de

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