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María y los malestares del paraíso por Viviana Díaz Balsera

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<strong>María</strong> y <strong>los</strong> <strong>malestares</strong> <strong>del</strong> <strong>paraíso</strong><br />

Por:<strong>Viviana</strong> <strong>Díaz</strong> <strong>Balsera</strong><br />

Profesora The University of Illinois,<br />

Urbana Champaign,<br />

Estados Unidos<br />

Toda mujer hispanoamericana en algún momento de su vida, ha leído <strong>María</strong>. 1 No<br />

im<strong>por</strong>ta la resistencia inicial que se ponga, no im<strong>por</strong>tan <strong>los</strong> ojos en blanco, las risas<br />

incrédulas ante la fragilidad infinita de <strong>los</strong> personajes. Es casi regla general que la<br />

lectora, finalmente enternecida, derramará sus lágrimas ante la historia de <strong>los</strong> inocentes<br />

amantes separados para siempre <strong>por</strong> la parca cruel. Quien más quien menos se<br />

estremece ante el legado truculento de las trenzas de la difunta a Efraín. Mientras el<br />

héroe viaja <strong>por</strong> el río Dagua, todas conciben la vana esperanza de que el amante llegue a<br />

tiempo para despedirse de la amada que lo espera en su lecho de muerte. Dice Enrique<br />

Anderson Imbert que <strong>María</strong> enseñó a amar en América circulando en el continente<br />

como un breviario <strong>del</strong> amor casto (Imbert:85). Otros críticos la consideran la obra<br />

maestra <strong>del</strong> romanticismo hispanoamericano (Menton:15) y una de las novelas que más<br />

influencia ha tenido en las letras <strong>del</strong> continente (McGrady:139).<br />

A pesar de que la popularidad innegable de la novela y su heroína deberian haber<br />

atraído la atención de las criticas con respecto a la política de la construcción de la<br />

mujer en este texto, hasta la fecha son muy pocos <strong>los</strong> artícu<strong>los</strong> que han tocado el tema.<br />

Una manera de explicar esta omisíón sorprendente es que quizá se haya pensado que el<br />

extremo sentimentalismo romántico <strong>del</strong> texto hace demasiado fácil y redundante la tarea<br />

de revelar <strong>los</strong> estereotipos y distorsiones de lo femenino. La subjetividad de la heroina<br />

es una idealización tan patente para nuestra sensibilidad moderna, que es posible se<br />

haya creído innecesario subrayar lo que es evidente para todos. No obstante, al<br />

examinar la conspicua dimensión metatextual de esta novela, la dimensión que habla<br />

sobre la escritura y el origen <strong>del</strong> acto de escritura <strong>del</strong> texto, de pronto la conmovedora<br />

sensibilidad romántica que la informa se vuelve otra cosa muy distinta. Nos damos<br />

cuenta de que en este texto no sólo se falsea a la mujer al representarla desde la óptica<br />

irreal de una fantasía masculina. Cuando se considera su papel como productor de <strong>los</strong><br />

1 En su artículo sobre <strong>María</strong>, alega Sharon Magnarelli que aunque la obra no es precisamente<br />

sobre este personaje sino sobre Efraín, una de las funciones <strong>del</strong> título sería atraer una audiencia femenina<br />

y cristiana. Como latinoamericana que soy, puedo atestiguar que <strong>María</strong> ha sido y es aún lectura requerida<br />

en la escuela superior, preferida casi siempre <strong>por</strong> las ―niñas‖.


signos, el <strong>del</strong>icado y lírico amante Efraín se revela como un inversionista calculador que<br />

no lamenta demasiado haber expendido a la mujer para obedecer al padre y obtener un<br />

producto: el bello y trágico texto <strong>María</strong>. La figura de esta mujer tan amada <strong>por</strong> el<br />

público y <strong>los</strong> criticas de literatura hispanoamericana es trazada <strong>por</strong> un implacable<br />

discurso de explotación de la castidad femenina, que es preciso articular para poder<br />

resistir y, acaso eventualmente erradicar sus efectos. No pretendo que la lectura que voy<br />

a orientar en esta línea sea la definitiva ni la correcta; tan sólo quiero demostrar que ella<br />

es uno de <strong>los</strong> significados que genera este texto, y que <strong>por</strong> tanto, es imperioso tomarla<br />

en cuenta. Si como dice Harold Bloom ―somos lo que leemos‖ (Bloom:96), es muy<br />

im<strong>por</strong>tante saber qué estamos leyendo cuando leemos <strong>María</strong>, este texto de tan gran<br />

circulación e influencia en las letras (¿y subjetividad?) hispanoamericanas.<br />

La historia o argumento en sí de la novela es de una sencillez suprema. Algunos criticos<br />

han llegado a negar su carácter novelesco <strong>por</strong> la falta de intriga y de acción, y <strong>por</strong> la<br />

ausencia de personajes y discursos conflictivos (Perús:746). El texto es autobiográfico,<br />

pero el autor ya ha muerto, acaso de dolor, muchos años después de haber narrado <strong>los</strong><br />

hechos. Abre el texto con el regreso feliz de Efraín, autor-protagonista, a la casa<br />

paterna. Allí se enamorará de <strong>María</strong>, su compañera de infancia. Seís meses casí<br />

totalmente dichosos pasa junto a ella y junto a su familia, pero entonces es obligado <strong>por</strong><br />

el padre a irse a Londres a estudiar. La salud de <strong>María</strong> es muy <strong>del</strong>icada; y no pudiendo<br />

so<strong>por</strong>tar el dolor de la separación, cae gravemente enferma. Efraín regresa un año más<br />

tarde a Colombia para estar junto a su amada, pero cuando llega, ya ésta ha muerto. El<br />

amante, que es también un poeta aficionado, articula en la escritura de sus memorias el<br />

dolor infinito que siente <strong>por</strong> la pérdida irreparable de <strong>María</strong>.<br />

El libro entero es pues un lamento <strong>por</strong> esta pérdida inmensa; el amante se duele de la<br />

imposibilidad de recuperar jamás <strong>los</strong> momentos de felicidad célica con <strong>María</strong> que nos<br />

cuenta. Así, hay algo que tiene muy claro: no es posible escribir frente a la plenitud,<br />

cara a cara ante la presencia. El acto de escritura según Efraín exige la exclusión,<br />

desplazamiento o desaparición de la realidad: ―Las grandes bellezas de la creación no<br />

pueden a un tiempo ser vistas y cantadas; es necesario que vuelvan al alma,<br />

empalidecidas <strong>por</strong> la memoria infiel‖ (p. 6). El poeta/escritor establece que la realidad<br />

natural es superior al proceso creativo que la evoca y <strong>por</strong> lo tanto no es posible admirar<br />

y alabar esta realidad a un mismo tiempo. Así, la pálida escritura de <strong>María</strong> nunca podrá


compararse con la <strong>María</strong> natural que rememora, siendo esta escritura prescindible y/o<br />

imposible si el poeta gozara todavía de la presencia esplendorosa de la amada.<br />

No obstante, es im<strong>por</strong>tante señalar que para algunos críticos, lo que se privilegia sobre<br />

todas las cosas en el Romanticismo no es el objeto natural, sino la actividad estética.<br />

Susan Kirkpatrick alega que<br />

the self represented by the Romantic text... is inevitably the writing subject in the<br />

process of construaing itself. lndeed, me text’s enactment of the struggle to subordinate<br />

all aspects of libidinal impulse to the subject of aesthetic activity becomes so intense in<br />

English poetry that Bloom can affirm the 'the creative process is the hero of Romantic<br />

poetry (11-12).<br />

El carácter autobiográfico de <strong>María</strong> y su conspicua dimensión metatextual subrayan esa<br />

actividad estetica que tanto Kirkpatrick como Bloom consideran clave en el<br />

Romanticismo. Dicha actividad se privilegia <strong>por</strong>que mediante ella el sujeto romántico<br />

(casi siempre masculino) se apropia <strong>del</strong> mundo mientras lo recrea. 2 La imaginación <strong>del</strong><br />

poeta/escritor se vuelve asi una forma de poder sobre la realidad objetiva que parecería<br />

articular el ardiente deseo de dominio que permea todas las configuraciones patriarcales<br />

<strong>del</strong> siglo XIX. Esto nos hace pensar que el acto de escritura en <strong>María</strong> quizá no sea tan<br />

irremediablemente nostálgico como nos lo representa Efraín a través de la novela.<br />

Acaso no sea únicamente su conmovedor deseo de ofrecerle un homenaje lingüístico a<br />

la amada lo que motiva el acto de escritura. Este acto quizá tampoco sea sólo un rito de<br />

pasaje que convenientemente exorciza al escritor de su pasado con la amada, como se<br />

ha dicho en el artículo más avanzado sobre la novela hasta la fecha (Magnarelli:35). La<br />

representación <strong>del</strong> acto de escritura en <strong>María</strong> es más perversa que todo esto <strong>por</strong>que no<br />

sólo se funda en la idealización desfigurante de la otredad femenina. Este texto también<br />

muestra cómo esa idealización permite el sacrificio de la mujer para producir una<br />

ganancia: la escritura inolvidable que recuerda a <strong>María</strong>. Como veremos pronto, a través<br />

de esta escritura Efrain asumirá simbólicamente la apropiación de la realidad que como<br />

heredero <strong>del</strong> padre le compete. 3<br />

2 Más a<strong>del</strong>ante, refiriéndose a Geoffrey Hartman, dice Kirkpatrick que para este crítico, una gran<br />

parte de la escritura romántica documental el poder mental <strong>del</strong> poeta-sujeto para ―internalizar y<br />

reconstruir el mundo exterior (12). Lo que vemos aquí es pues una concepción de la imaginación <strong>del</strong><br />

sujeto romántico como una forma de poder simbólico sobre el mundo objetivo, que refleja otras formas<br />

de dominio patriarcales.<br />

3 Apunta con agudeza Sylvia Mohillo en su artículo ―Paraíso perdido y economía terrenal en<br />

<strong>María</strong>‖: ―Si la dinámica <strong>del</strong> libro parece estar dada <strong>por</strong> la pérdida que genera la evocación, se superpone a<br />

ella, obstaculizándola continuamente, el deseo de ganancia, que es deseo de poder. Con resultado irónico:<br />

este deseo de poder. Con resultado irónico: este deseo de poder, esta economía paterna, acrecienta aquello


El personaje más poderoso de la novela es el padre de Efrain. Varios críticos han<br />

apuntado que la casa paterna se representa en este texto como un "<strong>paraíso</strong>" o al menos<br />

como un espacio idílico (Magnarelli, 1981:49; Molloy:36), Un espacio idílico según<br />

Northrop Frye es aquel en que se idealiza la vida simple <strong>del</strong> campo (Frye:43). La<br />

imagineria idilica <strong>por</strong> lo general se vincula al tema de la salvación es decir, el espacio<br />

idilico es un espacio redimido. Así pues, la idílica casa <strong>del</strong> padre de Efraín representa la<br />

mejor cara <strong>del</strong> patriarcado, el espacio más armonioso que éste puede construir. Esa casa<br />

es un lugar privilegiado, estable, lejos de <strong>los</strong> vaivenes de la historia; un lugar en donde<br />

al fin reinan la felicidad y la concordia:<br />

Mi padre, encanecido durante mi ausencia, me dirigía miradas de satisfacción y sonreía con<br />

aquel su modo malicioso y dulce a un mísmo tiempo, que no he visto nunca en otros labios.<br />

Mi madre hablaba poco, <strong>por</strong>que en esos momentos era más feliz que todos <strong>los</strong> que la<br />

rodeaban. Mis hermanas se empeñaban en hacerme probar las colaciones y cremas, y se<br />

sonrojaba aquélla a quíen yo dirigia una palabra lisonjera o una mirada examinadora.<br />

Esta casa es un espacio jerárquico, ritual, ordenado, en que impera sin resistencia, sin<br />

fricciones u oposición, la voluntad todoprestigiosa <strong>del</strong> padre. No es <strong>por</strong> casualidad que<br />

varios de <strong>los</strong> paisajes que la circundan hagan referencia a la hacienda ―El Paraíso‖ en<br />

donde vivió Isaacs en su propia infancia (Moreno:XIV; McGrady:99). Y, sin embargo,<br />

la falta de resistencia, la ausencia de la confrontación no implica el exilio de <strong>los</strong> signos<br />

de la violencia de este espacio cuasiparadisíaco. El poeta Efraín menciona que su padre<br />

había prosperado notablemente mientras él estudiaba en Bogotá, aunque no nos da<br />

<strong>por</strong>menores de sus negocios. Lo que sí sabemos es que hay esclavos, y que obviamente,<br />

la riqueza de la hacienda tiene que ser producto de la mano de obra de éstos. No<br />

obstante, <strong>los</strong> esclavos de la hacienda <strong>del</strong> Paraíso ―bien vestidos y contentos hasta donde<br />

es posible en la servidumbre‖, eran dóciles y amables con el amo, y no resistían. Así, la<br />

esclavitud en la casa <strong>del</strong> padre no se representa como algo negativo en este texto<br />

ejemplar e idealmente patriarcal, <strong>por</strong>que el señor es benévolo con sus objetos humanos:<br />

―Pude notar que mi padre, sin dejar de ser amo, daba un trato cariñoso a sus esclavos‖<br />

Aunque Efraín no nos dice qué significa esto de‖ser amo‖, no es difícil conjeturar que<br />

se trata <strong>del</strong> privilegio de poder utilizar al otro, cuando asi seá necesario, para llevar a<br />

cabo <strong>los</strong> designios de la voluntad propia. La dominación y uso de la otredad aparece<br />

mismo que procura evitar‖(49). Aunque estamos muy de acuerdo con estos asertos, pensamos que el<br />

resultado de este deseo de ganancia es más grave incluso que algo meramente ―irónico‖. El deseo de<br />

ganancia es tan ardiente que se está dispuesto a sacrificar lo que sea necesario con tal de saciarlo,<br />

inclusive la mujer amada.


aqui entonces como parte integral de la economia <strong>del</strong> hacendado patriarcal que al<br />

producir un espacio que se presenta como cuasiidilico, adquiere una legitimidad y<br />

prestigio incontestables. A continuación, una descripción <strong>del</strong> comedor <strong>del</strong> padre:<br />

A las ocho fuimos al comedor, que estaba pintorescamente situado en la parte oriental de la<br />

casa. Desde él se veían las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado <strong>del</strong><br />

cielo. Las auras <strong>del</strong> desierto pasaban <strong>por</strong> el jardin recogiendo; aromas para venir a juguetear<br />

con <strong>los</strong> rosales que nos rodeaban. El viento voluble dejaba oír <strong>por</strong> instantes el rumor <strong>del</strong> rio.<br />

Aquella naturaleza parecía ostentar toda la hermosura de sus noches como para recibir a un<br />

huésped amigo.<br />

En este pasaje, mediante la figura de la prosopopeya, el poeta Efraín domestica la<br />

otredad magnífica de la naturaleza y la asimila al espacio de su padre. A pesar de su<br />

grandeza, de la majestuosidad insondable de sus montañas y de sus estrellas, esa<br />

naturaleza se brinda como espectáculo amistoso a <strong>los</strong> ojos de aquel<strong>los</strong> presentes en el<br />

comedor privilegiado. ¿Cómo seria posible entonces denunciar ese espacio paterno ante<br />

el cual la naturaleza despliega su plenitud paradisiaca, incluso aunque fuera producido<br />

<strong>por</strong> mano de obra esclava?<br />

Puesto que el enfoque de nuestro ensayo es el empleo de la mujer en este texto, hay que<br />

preguntarse entonces <strong>por</strong> el papel que se le asigna a este espacio idílico, supuestamente<br />

redimido, en el que no es inadmisible la presencia de la esclavitud. La mujer, como el<br />

esclavo, es una otredad desde el ubicuo punto de vista <strong>del</strong> hombre blanco. No obstante,<br />

es la femenina una otredad usualmente deseable, a veces temible. En <strong>los</strong> momentos más<br />

rudimentarios de la producción cultural <strong>del</strong> patriarca es posible encontramos con una<br />

tradición abier tamente misoginista en que se ―demoniza‖ a la mujer. Pero en este<br />

momento de triunfo de la burguesía que es el siglo XIX en que se escribe <strong>María</strong>, la<br />

―subjetividad‖ femenina se construye como algo seráfico. La mujer <strong>del</strong> padre es un<br />

ángel doméstico cuya función es la de velar <strong>por</strong> el núcleo familiar, unidad clave de la<br />

nueva sociedad (Kirkpatrick,7:55-60). 4 Así, el nombre impuesto a la heroína de la<br />

novela <strong>por</strong> el padre de Efraín al traerla a su hacienda paradisíaca, es obviamente una<br />

referencia a la Vírgen <strong>María</strong>. Su nombre oríginal es Ester, pues sus padres son judíos<br />

emígrados a Jamaica; pero <strong>por</strong>que lo judío es también otredad, tiene que ser excluido o<br />

dominado <strong>por</strong> el discurso <strong>del</strong> padre, cuya ardiente voluntad es la de apropiarse de todo<br />

4 Anderson Imbert es el primero en adoptar el término ―mujer – serafín‖ para referirse a maría, en<br />

su artículo citado en este ensayo.


aquello que no es él. 5 No obstante, a pesar de ser fiel a la bondad y angelicalidad a que<br />

su nuevo nombre la obliga, la heroína no gozará de mucha autoridad en la hacienda <strong>del</strong><br />

padre de Efraín. La rectitud y nobleza de <strong>los</strong> deseos e ideas de <strong>María</strong> que garantiza la<br />

construcción de su subjetividad seráfica, no reciben crédito alguno cuando interfieren<br />

con <strong>los</strong> designios masculinos.<br />

¿Cuáles son pues las actividades de las féminas virtuosas en este texto? Entre otras<br />

cosas, se afanan <strong>por</strong>que queden bien hechos <strong>los</strong> dulces para ofrecer a las visitas (34). Se<br />

leen en voz alta capítu<strong>los</strong> de la Imitación de la Virgen mientras esperan para la cena a<br />

<strong>los</strong> hombres, o les enseñan a <strong>los</strong> niños cómo rezar en lo que aquél<strong>los</strong> llegan (63). Luego<br />

de años de práctica, las mujeres angelicales en este texto desarrollan un instinto especial<br />

para hallar las flores más hermosas de <strong>los</strong> jardines, y ponérselas luego en <strong>los</strong> cuartos a<br />

<strong>los</strong> hombres. A veces emprenden tareas más duras tales como las de cortarle el pelo al<br />

padre mientras éste conversa sobre negocios con el hijo (65-66), o la de acomodar<br />

provisiones en el equipaje de <strong>los</strong> viajeros que casi siempre son el<strong>los</strong> (70-71).<br />

Creo que puede concluirse de lo dicho anteriormente que las actividades de las mujeres<br />

<strong>del</strong> padre (la madre, las hermanas de Efraín y <strong>María</strong>) en este texto cuasiidílico, son de<br />

una improductividad exquisita. Esta improductividad exquisita no es algo intrínseca y<br />

universalmente indeseable, pero en este texto en particular acarreará consecuencias<br />

funestas en términos de las relaciones entre <strong>los</strong> sexos <strong>por</strong>que en el espacio <strong>del</strong> padre,<br />

aunque sea paradisíaco, siempre hay que dar algo a cambio. A cambio de habitar<br />

despreocupada y ociosamente el espacio que el padre (productor) ha forjado, la mujer-<br />

angel acepta la exclusión de su voluntad y de su voz. En este sentido las mujeres <strong>del</strong><br />

padre de Efraín pagan su alquiler reconociendo públicamente sólo <strong>los</strong> deseos de él. La<br />

madre de Efraín, <strong>por</strong> ejemplo, a pesar de ser la mujer más poderosa <strong>del</strong> texto<br />

(evidentemente <strong>por</strong> <strong>los</strong> servicios reproductivos que ha prestado en el pasado), no osa<br />

hacer valer su posición cuando ésta es contraría a la <strong>del</strong> padre. Así pues, son muy<br />

significativos sus esfuerzos clandestinos <strong>por</strong> tratar de impedir que <strong>María</strong> sufra con el<br />

silencio impuesto a Efrain <strong>por</strong> aquél ―sin dejar yo de cumplir al mismo tiempo con lo<br />

prevenido últimamente <strong>por</strong> tu padre‖ (52). Su deseo de proteger a <strong>María</strong> queda sin<br />

5 Para una interesante interpretación revisionista de <strong>María</strong> centrada en su judaísmo, refiero el<br />

artículo de Doris Sommer ―El mal de <strong>María</strong>: (Con)fusión en un romance nacional‖. En él, Sommer<br />

considera que el judaismo de <strong>María</strong>/Ester es una figura polisémica que representa el gran obstáculo entre<br />

<strong>María</strong> y Efraín, así como el destino de la clase hacendada en la segunda mitad <strong>del</strong> siglo XIX en Colombia.


embargo paralizado <strong>por</strong> el temor de que Efraín prometa demasiado a su amada ―puesto<br />

que en caso de aparecer nuevamente la enfermedad tu padre se opondrá a vuestro<br />

matrimonio y tendría yo que hacer lo mismo‖ (53). Lo impensable en este texto<br />

cuasiparadisíaco es entonces confrontar la voluntad <strong>del</strong> padre (productor). Esta voluntad<br />

acaso sólo pueda transgredirse oblicuamente en el más estricto secreto, sin que él llegue<br />

nunca a saberlo.<br />

Es im<strong>por</strong>tante examinar ahora cómo esta relación de desigualdad entre <strong>los</strong> sexos se<br />

articula entre Efraín y <strong>María</strong>. Quizá la mejor manera de empezar a hacerlo sea<br />

preguntándose <strong>por</strong> lo que causa o despierta el deseo <strong>del</strong> pequeño patriarca <strong>por</strong> la otredad<br />

femenina. Una escena clave que contesta esta pregunta es la de las azucenas arrojadas.<br />

Efraín ha ido a visitar a uno de <strong>los</strong> síervos <strong>del</strong> padre y las hijas de éste le han dado un<br />

ramo de azucenas silvestres como obsequio. Efraín lo destina inmediatamente en su<br />

corazón a <strong>María</strong>, pero horas más tarde cuando entra a su cuarto, se encuentra con la<br />

ausencia de las flores que a diarío, aquélla acostumbraba a poner en su alcoba. Entonces<br />

Efraín se siente herido, traicionado, y arroja su ramo <strong>por</strong> la ventana. Durante el<br />

almuerzo alaba la belleza de las mujeres bogotanas especialmente la de una, para darle<br />

ce<strong>los</strong> a <strong>María</strong>. Esta so<strong>por</strong>ta en silencio toda la conversación hasta que Efraín se pone de<br />

pie, y ella escapa con uno de <strong>los</strong> niños al jardín. Esa noche, a la hora de la cena, Efraín<br />

nota con sorpresa que <strong>María</strong> llevaba en e! pelo una azucena <strong>del</strong> ramo arrojado: ―Niña<br />

cariñosa y risueña, mujer tan pura y seductora como aquellas con quienes yo había<br />

soñado, así la conocía; pero resignada ante mi desdén, era nueva para mí. Divinizada<br />

<strong>por</strong> la resignación, me sentía indigno de fijar una mirada sobre su frente‖ (16). Varias<br />

metáforas de la mujer-serafín convergen aquí. En primer lugar, la mujer deseada <strong>por</strong> el<br />

pequeño patriarca/poeta es una contradicción: es mujer y niña, pura y seductora al<br />

mismo tiempo. Lo irresistible de esta mujer es su pureza, su infantilismo, el hecho de<br />

que no se dé cuenta de su propia sensualidad, belleza y poder. la mujer-ángel es<br />

entonces como una invitación gratis al placer. Evidentemente, la mujer soñada de Efrain<br />

no es aquélla que va a pro<strong>por</strong>cionar una relación de reciprocidad entre dos sujetos que<br />

están más o menos conscientes de sus necesidades. El máximo deseo <strong>del</strong> pequeño<br />

patriarca, posiblemente igual que el de su padre, es la relación de desigualdad. Porque<br />

se siente herido, el deseo de Efrain en esta escena es despreciar, desaprobar, mostrar una<br />

total indiferencia ante el otro. Su voluntad es poder representarle a este otro un pequeño<br />

drama en el que se niega con <strong>del</strong>icada crueldad, su voz y su im<strong>por</strong>tancia. la aceptación


de Maria a ser nadie para Efraín, su mansedumbre ante esta desigualdad humillante, es<br />

entonces lo que la vuelve divina para él. 6 Al verla totalmente rendida, el pequeño<br />

patriarca pasa a sentirse indigno de ella; ahora la mujer deja de ser nadie para<br />

convertirse en algo superior y noble que le muestra a él lo vano de sus deseos de<br />

controlada y anularla. Pero esta superioridad idealizada, como dice Sharon Magnarelli<br />

en su articulo citado, no le confiere ningún poder a la mujer, sino que implica un<br />

rechazo a su humanidad la ―mujer angelical‖ es una dístorsión, una fantasía ―que exige<br />

de ella lo imposible manteniéndola en una posición completamente divorciada de la<br />

realidad‖ (Magnarelli:33). 7 No debe escapársenos tampoco que la divinización de la<br />

mujer según esta escena no ocurre sino a través de su humillación, lo cual resulta<br />

incluso en algo más perverso e indeseable de lo que Magnarelli plantea, pues Efraín no<br />

reconoce la otredad divina de <strong>María</strong> en esta escena sino romo consecuencia de haber<br />

ejercido su poder de anularla.<br />

Así, más a<strong>del</strong>ante esa noche, el amante despechado finalmente le revela a <strong>María</strong> la<br />

verdad de sus sentimientos: ―Acababa de confesar mi amor a <strong>María</strong>; ella me había<br />

animado a confesárselo humillándose como una esclava a recoger aquellas flores‖ (17).<br />

No es enteramente gratuita aquí la contigüidad entre el simil de <strong>María</strong> como esclava y la<br />

confesión de amor de Efraín. Esta contigüidad sugiere parale<strong>los</strong> entre la mujer y el<br />

esclavo a <strong>los</strong> ojos <strong>del</strong> pequeño patriarca. Este sólo se "anima" a admitir que ama y desea<br />

a <strong>María</strong> una vez que ella ha renunciado a su dignidad y a su persona, una vez que ella le<br />

asegura y representa su posición de total inferioridad ante él. Lo perverso de todo esto.<br />

6 Es casi imposible resistir la tentación de referirse al comentario de Donald McGrady con<br />

respecto a esta escena: ―<strong>María</strong> shows herself to be gentle and submissive from her initial appearance in<br />

Chapter I; this quality is perhaps best seen in XI, where she makes the first move to reconcile Efraín in<br />

his senseless tip with her. <strong>María</strong> humbles herself by wearing in her hair one of the lilies that he had<br />

thrown away; this gesture so overwhelms Efraín that he feels un worthy of even looking at her‖<br />

(McGrady:123). A pesar de que el párrafo está escrito con cierta ironía (esperamos), McGrady no procede<br />

a analizar o establecer las riquisimas implicaciones de todo esto para la sensibilidad moderna. Al crítico le<br />

parece quizá un poco hiperbólica, un poco excesiva la mansedumbre de maría, pero a lo mejor no<br />

completamente inaceptable. El caso es que se queda muy corto en su descripción de <strong>María</strong>. Se le escapa<br />

todo el exquisito sadomasoquismo involucrado en esta escena. ¿Será enteramente casual que esta omisión<br />

con respecto a las múltiples posibilidades de pervesión que implica este sometimiento dulcisimo de la<br />

protagonista ocurra en una lectura canónica masculina de la novela?<br />

7 Este punto también lo discuten muy acertadamente Sandra Gilbert y Susan Guber en The<br />

madwoman in the attic. Más aún, según las autoras, uno de <strong>los</strong> rasgos más amados de la mujer ángel <strong>del</strong><br />

siglo diecinueve es su enimagtico comercio con la muerte. Para Edgar Allan Poe, <strong>por</strong> ejemplo, no hay<br />

tópico más poético en el mundo que la muerte de una mujer ángel (Gilbert y Gubar:24-25). Así, el<br />

misoginismo implícito en la construcción de la mujer-ángel nunca es más evidente que cuando se la<br />

utiliza para producir el bello espectáculo de su muerte.


claro, es que la confesión de amor funcione casi como premio al pequeño melodrama de<br />

<strong>María</strong>; que su acto de servilismo obtenga la aprobación apasionada <strong>del</strong> patriarcado. Lo<br />

malévolo <strong>del</strong> caso radica en que Efraín ame la deshumanización de <strong>María</strong>, en que se<br />

sienta fortalecido como consecuencia de la autonegación de ésta. Para sugerir que acaso<br />

no sea él el único que con su adolesceste sensibilidad decimonónica haya deseado y<br />

aplaudido nostálgicamente estas ocurrencias de <strong>María</strong>, creo apropiado aquí referirme<br />

nuevamente a Douglas McGrady, quien todavia en 1971 observa que muchos críticos<br />

han pensado que la estatura o dignidad poética de <strong>María</strong> habria sido mucho mayor, si<br />

ella hubiera existido en realidad {McGrady:126). Es decir, una de las implicaciones de<br />

este aserto es que estos criticos lamentan que no existiera en verdad una mujer capaz de<br />

llegar a extremos de autonegación como <strong>los</strong> que acabamos de discutir. Cierto<br />

historiador en 1962 propuso remediar esta situación en Colombia creando el mito de la<br />

realidad de Maria "que correspondiese al de William Tell en Suiza, y que le diera a la<br />

gente común un ideal en el que creer" (McGrady:127).<br />

Así, la mujer más amada <strong>del</strong> patriarcado es aquella que se somete totalmente al deseo<br />

masculino aunque éste sea injusto, y <strong>por</strong> extensión, la que puede ser sacrificada sin<br />

grandes voces ni escánda<strong>los</strong> cuando se interpone en el camino de una decisión<br />

irrevocable <strong>del</strong> padre. Como es bien sabido, el padre de Efrain habia decidido<br />

terminantemente que éste habría de ser el futuro proveedor de la familia: ―No puedo<br />

ocultarte, ni debo hacerla, que he concebido grandes esperanzas, <strong>por</strong> tu carácter y<br />

aptitudes, de que coronarás lúcidamente la carrera que vas a seguir. No ignoras que<br />

pronto la familia necesitará de tu apoyo, con mayor razón después de la muerte de tu<br />

hermano‖ (23). A pesar de que ir a Londres a estudiar estaba muy lejos de sus deseos, el<br />

poeta Efraín tampoco cuestiona o arguye decisiones irrevocables <strong>del</strong> padre. El es el<br />

heredero <strong>del</strong> deseo y orden patriarcales, y <strong>por</strong> lo tanto, acepta serenamente, como se<br />

espera <strong>del</strong> ―hombre racional y caballero‖ (24) que es, la violencia de renunciar a su<br />

deseo más ardiente, que es quedarse junto a <strong>María</strong>. 8 Así pues, le informa a ésta que él<br />

habrá de partir y como también es de esperarse de la mujer-ángel, <strong>María</strong> acepta<br />

humildemente <strong>los</strong> designios masculinos, aunque transida de dolor.<br />

8 Dice Donald McGrady con respecto a esta obediencia absoluta a la ley <strong>del</strong> padre que es un de <strong>los</strong><br />

―mejores rasgos‖ de la personalidad de Efraín (McGrady). Esto indica que las actitudes patriarcales que<br />

se articulan en este texto decimonónico, no están tan lejos nosotros como convendría.


Sin embargo, faltando sólo unos dias para la partida de Efraín, la amada <strong>por</strong> fin se<br />

subleva. En esta escena se revelan a mi entender las verdaderas príorídades <strong>del</strong> texto,<br />

<strong>por</strong>que en ella la heroina anuncia claramente que no podrá resistir la separacion causada<br />

<strong>por</strong> la obediencia y perpetuación de Efraín de la voluntad <strong>del</strong> padre. Así, en su gran y<br />

único momento de rebeldia, la amada deja saber (casi enérgicamente) que no está<br />

conforme con su inmolación inminente, que será lo que produzca la ausencia<br />

engendradora de la escritura:<br />

—Dime, dime que debo hacer para que estos años pasen. Tú durante el<strong>los</strong> no vas a estar<br />

viendo todo esto. Dedicado al estudio, viendo paises nuevos, olvidarás muchas cosas horas<br />

enteras; y yo nada podré olvidar... me dejas aqui y recordando y esperando voy a morirme...<br />

¡Ay! ¿ Para qué viniste?(125)<br />

Ante la primera resistencia abierta de la amada, el pequeño patriarca responde con<br />

enojo. Con un rostro extraño y solemne, que nos recuerda al de su padre cuando toma<br />

sus decisiones irrevocables, Efraín la reprende: ―—<strong>María</strong>, le respondi levantando el<br />

rostro..., no te quejes a mi de mi regreso; quéjate al que te hizo compañera de mi niñez;<br />

a quien quiso que te amara como te amo; cúlpate entonces de ser como eres... quéjate a<br />

Dios‖ (125).<br />

A pesar de que con estos argumentos Efraín apunta a la imposibilidad humana de no<br />

amar a <strong>María</strong>, es im<strong>por</strong>tante señalar que su réplica no refuta las objeciones más graves<br />

de ésta. La alusión a <strong>los</strong> designios divinos no tienen mucho que ver con su aceptación<br />

de las órdenes terrenales <strong>del</strong> padre, que es lo que va a separar fatalmente a <strong>los</strong> amantes.<br />

Pero la mujer-ángel nunca sostiene <strong>por</strong> largo tiempo un debate; cualquier respuesta<br />

basta para persuadirla de su error quizá en esto consista parte de esa angelicalidad<br />

monstruosa con que se la construye. Asi, arrepentida de haber puesto resistencia, <strong>María</strong><br />

se retracta y le promete que nunca jamás volverá a quejarse de la suerte fijada para ella<br />

<strong>por</strong> <strong>los</strong> designios masculinos.<br />

Esa suerte es la muerte que habrá de convertirla en pretexto. Tal y como le advierte a<br />

Efraín en esta escena, a <strong>los</strong> pocos meses de su partida a Londres cae ella enferma de<br />

gravedad. Sus cartas al amado son terriblemente melancólicas, pero ello no es suficiente<br />

para hacerla volver en contra de la voluntad <strong>del</strong> padre. Cuenta Efraín, inconmovible:<br />

―En vano había tratado de reanimarla diciéndole que esa tristeza destruría su salud‖<br />

(32).


Así, al año de estar en el exteríor, recibe dos cartas: una de <strong>María</strong> en donde le informa<br />

que se va a morír, y otra <strong>del</strong> patriarca, que como último recurso para salvar a ésta,<br />

decide revocar su decisión terminante y permitir que Efrain regrese a Colombia <strong>por</strong><br />

algunos meses: ―Ordenábame regresar con la mayor precipitud posible, y se disculpaba<br />

<strong>por</strong> no haberlo dispuesto así antes. Dos horas después salí de Londres‖ (133).<br />

Mas todo será ya una lucha inútil contra el tiempo. En el viaje de regreso, sin embargo,<br />

aunque al lector lo atormenta la inminencia de la muerte de <strong>María</strong>, el poeta/novelista<br />

aprovecha la o<strong>por</strong>tunidad para rememorar todo tipo de detalles sobre la humanidad,<br />

flora y fauna <strong>del</strong> río Dagua:<br />

De alli para a<strong>del</strong>ante las selvas de las riberas fueron ganando en majestuosidad y galanura; <strong>los</strong><br />

grupos de palmeras se hicieron más frecuentes: veíase la pambil de recta columna manchada<br />

de púrpura; la mil pesos frondosa brindando en sus raíces el <strong>del</strong>icioso fruto; la chontadura y la<br />

guatle; distinguiéndose entre todas la naidi de flexible tallo e inquieto plumaje, <strong>por</strong> un no sé<br />

qué de coqueta y virginal que recuerda talles seductores y esquivos. (138)<br />

El tópico de la muerte de la amada es desplazado <strong>por</strong> el deseo <strong>del</strong> patriarca/novelista de<br />

describir el color local. La naidí le hace recordar talles fascinantes. Con gran maestría<br />

describe la casa de San Cipriano y sus habitantes. Entre el<strong>los</strong> a la ―graciosa‖ Rufina, que<br />

se movía con agilidad asombrosa. El desplazamiento de <strong>María</strong> en el contexto de su<br />

muerte <strong>por</strong> el interés en producir estas fragmentos cuasicostumbristas, es revelador de la<br />

posición de Efraín como productor <strong>del</strong> texto <strong>María</strong>. El pequeño patríarca, siguiendo <strong>los</strong><br />

pasos de su padre, se convierte finalmente en un productor. El padre ha producido la<br />

hacienda, <strong>los</strong> trapiches de azúcar, el <strong>paraíso</strong>. Su agudeza económica ha producido la<br />

posibilidad de disfrutar de lo bello e idílico en este texto, y de aquí su enorme prestigio,<br />

el cual Efraín nunca dejará de respetar y celebrar, incluso cuando escribe años más tarde<br />

con la perspectiva de la muerte de <strong>María</strong>. Lo irónico <strong>del</strong> caso, como señala Silvia<br />

Molloy. ―es que esa misma economia que se cree admirable es, finalmente la más<br />

ruinosa: la que en sí lleva a la inso<strong>por</strong>table pérdida total‖ (Molloy:53). Los últimos<br />

negocios <strong>del</strong> padre y su decisión de enviar a Efraín a Londres con miras a su producción<br />

futura, finalmente precipitan el colapso <strong>del</strong> espacio redimido.<br />

Mas, <strong>por</strong> otra parte. es <strong>por</strong>que se ha perdido el espacio idílico que tenemos el texto<br />

inolvidable de <strong>María</strong>. El bello monumento a la mujer más amada <strong>por</strong> el patríarcado<br />

latinoamericano no habria sido posible sin su ausencia. Al obedecer a su padres y


marcharse a Europa, Efraín provoca la pérdida irreparable de <strong>María</strong>, la cual es<br />

mandatoria para producir el texto que la lamenta. Así, de hecho Efraín ejecuta el<br />

mandamiento de perpetuar la obra y el nombre <strong>del</strong> padre, ya que no mediante <strong>los</strong><br />

ingresos enormes para la familia, al menos mediante el texto que leemos. Las pérdidas<br />

ocasionadas <strong>por</strong> <strong>los</strong> errores <strong>del</strong> padre no son totales, pues la ganancia de la bella<br />

escritura rememorativa de su hijo ocupará el ―inso<strong>por</strong>table‖ espacio vacio causado <strong>por</strong><br />

la ruina <strong>del</strong> Paraiso. El acento metatextual al principio de la novela con respecto a la<br />

imposibilidad de la escritura frente a ―las bellezas de la creación‖ se nos revela ahora en<br />

todo su horror: la inolvidable producción estética <strong>del</strong> romántico Efraín es el resultado de<br />

haber inmolado servilmente a Maria al orden y voluntad <strong>del</strong> padre, <strong>los</strong> cuales exigen ser<br />

perpetuados sobre todas las cosas.<br />

A mi entender pues, este texto dramatiza de forma ejemplar y siniestra el aserto<br />

bloomiano de que la acrividad estética es el verdadero protagonista de la escritura<br />

romántica (Kirkpatrick:12). Efraín es el paradigma terrible <strong>del</strong> autor masculino dentro<br />

de la cultura patriarcal de Occidente, cuya pluma es el instrumento mediante el cual<br />

podrá finalmente emular ―el poder procreador‖ <strong>del</strong> patriarca, y ―crear una posteridad‖<br />

(Gilbert y Guber: 6). La producción <strong>del</strong> bello texto que rememora a <strong>María</strong> y<br />

necesariamente se funda en su ausencia, es también el resultado de la obediencia al<br />

deseo <strong>del</strong> padre de perpetuar su obra y su control sobre la realidad. Al examinar la<br />

dimensión metatextual de esta narrativa, habiamos visto que al someterse Efraín a las<br />

órdenes de su padre e irse a Londres a estudiar, en efecto acaecia la feliz pérdida fatal de<br />

<strong>María</strong> que permitiría la producción de la escritura. Así, igual que la hacienda<br />

paradisíaca <strong>del</strong> padre se había producido mediante la inquietante exclusión y sacrificio<br />

silencioso <strong>del</strong> otro que era el esclavo, el texto idilico <strong>del</strong> obediente Efraín emula la obra<br />

de su progenitor y se representa como produciéndose mediante la exclusión y<br />

holocausto de la casta amada, cuya angelicalidad ha permitido que esa inmolación se<br />

efectúe con una poesía y belleza magistrales.<br />

La perversión de este gran texto romántico es entonces que mientras habla y recuerda a<br />

<strong>María</strong>, a un mismo tiempo muestra que ese texto es sólo posible <strong>por</strong>que la realidad<br />

natural de <strong>María</strong> no ha sido lo más im<strong>por</strong>tante para Efraín. Es de notar que en un<br />

exabrupto de pasión, el poeta expresa su culpabilidad y remordimiento <strong>por</strong> haber<br />

aceptado esta síniestra economía <strong>del</strong> padre que resultó en el sacrificio de la realidad de


<strong>María</strong>: ―¡Corazón cobarde, no fuiste capaz de dejarte consumir <strong>por</strong> aquel fuego que mal<br />

escondido podía agostarla...! ¿Dónde está ella ahora, ahora que ya no palpitas; ahora<br />

que <strong>los</strong> días y <strong>los</strong> años pasan sobre mí sin que sepa yo que te poseo?‖ (25). Pero <strong>por</strong>que<br />

esta culpabilidad contribuye con más pathos a la retórica <strong>del</strong> texto, recelo de dicho<br />

remordimiento sospechando que el pequeño patriarca seria capaz de sacrificar y<br />

desplazar una y otra vez a <strong>María</strong> para producir la bella escritura que le sirve de<br />

panteón. 9 .<br />

Pará concluir: creo im<strong>por</strong>tante haber articulado esta resistencia al hermoso texto <strong>María</strong><br />

<strong>por</strong>que en él veo representada y glorificada la disposición inapelable <strong>del</strong> padre a no sólo<br />

excluir, dominar o inmolar al otro, sino a capitalizar a base de esta exclusión. Veo que<br />

la construcción de la mujer como ángel en este texto es el máximo acto de violencia<br />

contra ella, puesto que facilita su destrucción. Veo pues en esta obra maestra <strong>del</strong><br />

Romanticismo hispanoamericano la celebración sentimental de un terrible contrato<br />

social sacrificatorio (Kristeva:200) que es preciso rechazar enérgicamente. Pienso<br />

entonces que la lectura de este texto ha de emprenderse de ahora en a<strong>del</strong>ante como un<br />

acto de oposición a <strong>los</strong> códigos patriarcales que perpetúa.Su gran valor hoy ha de ser el<br />

de mostramos a nosotros mismos nuestra imposibilidad de ser conmovidos <strong>por</strong> la<br />

escritura implacable de Efraín.<br />

Nuestra resistencia abierta a <strong>María</strong> será pues el signo dichoso de que una estética<br />

forjada a base de la exclusión, inmolación y dominación <strong>del</strong> otro quizá no podrá<br />

cautivarnos nunca más.<br />

Títu<strong>los</strong> citados<br />

Anderson Imbert, Enrique, ―La romántica <strong>María</strong> de Isaacs‖, en: Crítica Interna, Madrid:<br />

Taurus, pp. 173-186, 1971.<br />

Bloom, Harold, Kabbalah and criticism, Continuum, (second printing), New York:<br />

1984.<br />

9 Silvia Mohillo denomina este pasaje como el ―único momento de rebeldía‖ de Efraín, en que<br />

éste ―vira la aceptación <strong>del</strong> pacto como traición‖ (Molloy 51). Mas nosotras tenemos reservas ante este<br />

gesto de culpabilidad.


Frye, Northrop, Anatomy of criticism, New Jersey: Princeton UP, 1957, 1973.<br />

Gilbert Sandra M. y Susan Gubar, The madwoman in the attic: the woman writer and<br />

the nineteenth century imagination, Yale UP, New Haven: 1979<br />

Isaacs, Jorge, <strong>María</strong>¸ Introducción de Daniel Moreno, México, Porrúa, 1969<br />

Kirkpatrick, Susan, Las románticas. Women writers and subjetuvity in Spain, 1830 –<br />

1850, University of California Press, Berkeley: 1989.<br />

Magnarelli, Sharon, ―<strong>María</strong> and history‖, en: Hispanic Review, 49 (1081), pp. 209 – 217<br />

-------------, ―The love story: reading and writing in Jorge Isaac’s <strong>María</strong>‖, en: The Lost<br />

Rib, Lerrisburg: Buckwell UP, pp. 19-37, 1985.<br />

McGrady, Donald, Jorge Isaacs, New York: Twaynw Publishers, 1972.<br />

Menton Seymour, <strong>María</strong>, La novela colombiana: planetas y satélites, Bogotá: Plaza y<br />

Janés, pp. 15-49, 1978.<br />

Molloy, Silvia, ―Paraíso perdido y economía terrenal en <strong>María</strong>‖, Sin nombre 14, pp. 36-<br />

55, 1984.<br />

Perús, Francoise, ―<strong>María</strong> de Jorge Isaacs o la negación <strong>del</strong> espacio novelesco‖, en:<br />

Nueva Revista de Filología Hispánica, pp. 35 721-751, 1987.<br />

Sommer, Doris, ―El mal de <strong>María</strong>: confusión en un romance nacional‖, en: Modern<br />

Language Notes, 104, p. 439-474, 1989.

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