María y los malestares del paraíso por Viviana Díaz Balsera
María y los malestares del paraíso por Viviana Díaz Balsera
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de Maria a ser nadie para Efraín, su mansedumbre ante esta desigualdad humillante, es<br />
entonces lo que la vuelve divina para él. 6 Al verla totalmente rendida, el pequeño<br />
patriarca pasa a sentirse indigno de ella; ahora la mujer deja de ser nadie para<br />
convertirse en algo superior y noble que le muestra a él lo vano de sus deseos de<br />
controlada y anularla. Pero esta superioridad idealizada, como dice Sharon Magnarelli<br />
en su articulo citado, no le confiere ningún poder a la mujer, sino que implica un<br />
rechazo a su humanidad la ―mujer angelical‖ es una dístorsión, una fantasía ―que exige<br />
de ella lo imposible manteniéndola en una posición completamente divorciada de la<br />
realidad‖ (Magnarelli:33). 7 No debe escapársenos tampoco que la divinización de la<br />
mujer según esta escena no ocurre sino a través de su humillación, lo cual resulta<br />
incluso en algo más perverso e indeseable de lo que Magnarelli plantea, pues Efraín no<br />
reconoce la otredad divina de <strong>María</strong> en esta escena sino romo consecuencia de haber<br />
ejercido su poder de anularla.<br />
Así, más a<strong>del</strong>ante esa noche, el amante despechado finalmente le revela a <strong>María</strong> la<br />
verdad de sus sentimientos: ―Acababa de confesar mi amor a <strong>María</strong>; ella me había<br />
animado a confesárselo humillándose como una esclava a recoger aquellas flores‖ (17).<br />
No es enteramente gratuita aquí la contigüidad entre el simil de <strong>María</strong> como esclava y la<br />
confesión de amor de Efraín. Esta contigüidad sugiere parale<strong>los</strong> entre la mujer y el<br />
esclavo a <strong>los</strong> ojos <strong>del</strong> pequeño patriarca. Este sólo se "anima" a admitir que ama y desea<br />
a <strong>María</strong> una vez que ella ha renunciado a su dignidad y a su persona, una vez que ella le<br />
asegura y representa su posición de total inferioridad ante él. Lo perverso de todo esto.<br />
6 Es casi imposible resistir la tentación de referirse al comentario de Donald McGrady con<br />
respecto a esta escena: ―<strong>María</strong> shows herself to be gentle and submissive from her initial appearance in<br />
Chapter I; this quality is perhaps best seen in XI, where she makes the first move to reconcile Efraín in<br />
his senseless tip with her. <strong>María</strong> humbles herself by wearing in her hair one of the lilies that he had<br />
thrown away; this gesture so overwhelms Efraín that he feels un worthy of even looking at her‖<br />
(McGrady:123). A pesar de que el párrafo está escrito con cierta ironía (esperamos), McGrady no procede<br />
a analizar o establecer las riquisimas implicaciones de todo esto para la sensibilidad moderna. Al crítico le<br />
parece quizá un poco hiperbólica, un poco excesiva la mansedumbre de maría, pero a lo mejor no<br />
completamente inaceptable. El caso es que se queda muy corto en su descripción de <strong>María</strong>. Se le escapa<br />
todo el exquisito sadomasoquismo involucrado en esta escena. ¿Será enteramente casual que esta omisión<br />
con respecto a las múltiples posibilidades de pervesión que implica este sometimiento dulcisimo de la<br />
protagonista ocurra en una lectura canónica masculina de la novela?<br />
7 Este punto también lo discuten muy acertadamente Sandra Gilbert y Susan Guber en The<br />
madwoman in the attic. Más aún, según las autoras, uno de <strong>los</strong> rasgos más amados de la mujer ángel <strong>del</strong><br />
siglo diecinueve es su enimagtico comercio con la muerte. Para Edgar Allan Poe, <strong>por</strong> ejemplo, no hay<br />
tópico más poético en el mundo que la muerte de una mujer ángel (Gilbert y Gubar:24-25). Así, el<br />
misoginismo implícito en la construcción de la mujer-ángel nunca es más evidente que cuando se la<br />
utiliza para producir el bello espectáculo de su muerte.