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María y los malestares del paraíso por Viviana Díaz Balsera

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signos, el <strong>del</strong>icado y lírico amante Efraín se revela como un inversionista calculador que<br />

no lamenta demasiado haber expendido a la mujer para obedecer al padre y obtener un<br />

producto: el bello y trágico texto <strong>María</strong>. La figura de esta mujer tan amada <strong>por</strong> el<br />

público y <strong>los</strong> criticas de literatura hispanoamericana es trazada <strong>por</strong> un implacable<br />

discurso de explotación de la castidad femenina, que es preciso articular para poder<br />

resistir y, acaso eventualmente erradicar sus efectos. No pretendo que la lectura que voy<br />

a orientar en esta línea sea la definitiva ni la correcta; tan sólo quiero demostrar que ella<br />

es uno de <strong>los</strong> significados que genera este texto, y que <strong>por</strong> tanto, es imperioso tomarla<br />

en cuenta. Si como dice Harold Bloom ―somos lo que leemos‖ (Bloom:96), es muy<br />

im<strong>por</strong>tante saber qué estamos leyendo cuando leemos <strong>María</strong>, este texto de tan gran<br />

circulación e influencia en las letras (¿y subjetividad?) hispanoamericanas.<br />

La historia o argumento en sí de la novela es de una sencillez suprema. Algunos criticos<br />

han llegado a negar su carácter novelesco <strong>por</strong> la falta de intriga y de acción, y <strong>por</strong> la<br />

ausencia de personajes y discursos conflictivos (Perús:746). El texto es autobiográfico,<br />

pero el autor ya ha muerto, acaso de dolor, muchos años después de haber narrado <strong>los</strong><br />

hechos. Abre el texto con el regreso feliz de Efraín, autor-protagonista, a la casa<br />

paterna. Allí se enamorará de <strong>María</strong>, su compañera de infancia. Seís meses casí<br />

totalmente dichosos pasa junto a ella y junto a su familia, pero entonces es obligado <strong>por</strong><br />

el padre a irse a Londres a estudiar. La salud de <strong>María</strong> es muy <strong>del</strong>icada; y no pudiendo<br />

so<strong>por</strong>tar el dolor de la separación, cae gravemente enferma. Efraín regresa un año más<br />

tarde a Colombia para estar junto a su amada, pero cuando llega, ya ésta ha muerto. El<br />

amante, que es también un poeta aficionado, articula en la escritura de sus memorias el<br />

dolor infinito que siente <strong>por</strong> la pérdida irreparable de <strong>María</strong>.<br />

El libro entero es pues un lamento <strong>por</strong> esta pérdida inmensa; el amante se duele de la<br />

imposibilidad de recuperar jamás <strong>los</strong> momentos de felicidad célica con <strong>María</strong> que nos<br />

cuenta. Así, hay algo que tiene muy claro: no es posible escribir frente a la plenitud,<br />

cara a cara ante la presencia. El acto de escritura según Efraín exige la exclusión,<br />

desplazamiento o desaparición de la realidad: ―Las grandes bellezas de la creación no<br />

pueden a un tiempo ser vistas y cantadas; es necesario que vuelvan al alma,<br />

empalidecidas <strong>por</strong> la memoria infiel‖ (p. 6). El poeta/escritor establece que la realidad<br />

natural es superior al proceso creativo que la evoca y <strong>por</strong> lo tanto no es posible admirar<br />

y alabar esta realidad a un mismo tiempo. Así, la pálida escritura de <strong>María</strong> nunca podrá

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