¿Pero si el lenguaje no es seguro? ¿Si ya no revela el interior? Consideremos tres casos característicos de lo que puede significar la palabra: promesa, juicio y opinión pública. Ante todo la promesa: la persona es libre. Puede decidirse por una cosa y luego mudar su camino. Mas ocurre una cosa importante: el hombre puede ligarse a sí mismo. Cuando él, por el honor de su persona, asegura a otro que hará tal cosa y no tal otra, se ata. No por necesidad, sino autónomamente. Esto se expresa por la palabra. En ella se manifiesta al otro que se ha atado respecto a él. Es la promesa. Ella hace que el uno esté seguro <strong>del</strong> otro. Si la promesa es mutua, entonces surge el convenio. Promesa y convenio crean un campo firme entre dos personas. De este modo, coopera la palabra en la edificación <strong>del</strong> Estado: con la promesa y el convenio. En resumen, esto es fundamental en un Estado: que toda promesa se válida y todo contrato cerrado, seguro, de este modo vigorizaremos la fuerza <strong>del</strong> lenguaje como elemento creador <strong>del</strong> Estado. Si desvalorizamos la palabra debilitamos los lazos de las promesas. Destruimos la base de la comunidad. Otra significación de la palabra: el juicio. Es evidente la importancia que esto encierra en relación con el Estado. Los juicios crean el fundamento de la acción. Se expone la situación, se examina la capacidad de un individuo, se miden las dificultades y conforme a eso se obra. Es la condición de toda situación política: que ese fundamento sea seguro, que se considere bien la realidad y se juzguen objetivamente las circunstancias. Por fin, la opinión pública. ¿Qué significa? El parecer sobre determinado asunto de un promedio de los habitantes de una nación, de una comarca, o de los pertenecientes a una entidad cualquiera. La opinión pública es la que lleva el gobierno, también lo vigila y rectifica. La opinión pública la creamos nosotros. 6 Cuando contamos de un hombre algo que no es cierto; cuando juzgamos de él sin estar bien documentados, cuando transmitimos un rumor sin comprobarlo, destruimos la opinión pública. Todavía algunas indicaciones para meditar: hemos hablado de la soberanía como de un elemento esencial <strong>del</strong> Estado. Mas para que haya Estado es preciso que haya también pueblo. Política es también servicio al pueblo. ¿En que puede constituir tal servicio? Primero aprender a conocerlo. Pero conocerlo no solo por los libros y conceptos abstrusos, sino con los ojos interiores. Tenemos que sentirlo y crecer con él. Adquirir el sentido <strong>del</strong> pueblo, vivir el tipismo y modalidades de cada región. Sentir las plantas, los árboles y los animales. Sentir con los hombres de todas las razas; vivir el costumbrismo y tradiciones populares, los cuentos y leyendas; profesiones y oficios; la industria y el comercio; la lengua. Después hay que conocer ciudades, puentes, edificios, iglesias, catedrales; poesía, artes plásticas y música... Todo esto se puede hacer por placer estético, mas también para conocer al pueblo en la multiplicidad de íntima unidad de su vida, haciendo así de la palabra “pueblo” una realidad fuerte y sangrante. Segundo: defender sus modos populares y mirar por su salud. Desarrollar lo que nos va dando el pasado en el presente. Aquí hay mucho que hacer, para no empeñarse en fabricar un mundo bello, pero aparte, sustraído a la dura realidad. Hemos hablado de la unificación <strong>del</strong> pueblo en el Estado, con el fin de lograr una visión común y una voluntad y capacidad de acción poderosas. Pero esa visión no sólo se realiza horizontalmente –en el roce indiferenciado de unos con otros– sin verticalmente –de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba –autoridad– súbdito, mandato-obediencia. Mandar no quiere decir ruego, sino orden clara y terminante. Ciertamente hay que saber hacerlo. Se precisa
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