EL HOGAR Efesios 6:1-4 - Iglesia Reformada
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oprimir un botón y esperar un resultado inevitable. Eso no es auténtica disciplina; eso ni siquiera es<br />
humano. Eso pertenece al reino de la mecánica. En cambio la verdadera disciplina siempre se basa en<br />
el entendimiento; la disciplina puede hablar por sí misma; siempre tiene una explicación que ofrecer.<br />
Nótense que a lo largo de todo este estudio descubrimos la necesidad de trazar un equilibrio. Al<br />
criticar el concepto moderno que de ninguna manera reconoce la necesidad de disciplina, hemos<br />
notado que su punto de partida consiste en creer que lo único que hay que hacer es ofrecer<br />
explicaciones, hacer apelaciones y por resultado, todo saldrá bien. Hemos visto claramente que eso<br />
no es cierto, ni en teoría ni en práctica. Pero es igualmente erróneo lanzarse al otro extremo y decir:<br />
"Esto debe ser hecho por qué yo lo digo así. No hay lugar para preguntas y tampoco habrá<br />
explicaciones". Una disciplina cristiana equilibrada, nunca será mecánica; siempre es algo viviente,<br />
algo personal, siempre implicará el entendimiento, y sobre todas las cosas siempre será en gran<br />
manera inteligente. Esta clase de disciplina sabe lo que está haciendo y nunca se hace culpable de<br />
excesos. Siempre está en el control de sí misma, lejos de ser una especie de catarata cuyo torrente<br />
salta en forma incontrolada y violenta. En el corazón y centro de la disciplina correcta siempre existe<br />
este elemento de inteligencia y comprensión.<br />
Esto nos lleva inevitablemente al sexto principio. La disciplina nunca debe ser demasiado severa.<br />
Aquí tal vez se encuentra el peligro que en la actualidad encaran muchos buenos padres al ver el<br />
completo desorden de sus hijos y justificadamente lamentan y condenan esa realidad. Corren el<br />
peligro de ser afectados tan profundamente por su repulsión que en consecuencia, irán a este otro<br />
extremo de ser demasiado severos. El término opuesto a la ausencia total de disciplina no es la<br />
crueldad, sino una disciplina equilibrada, una disciplina controlada. Un antiguo refrán nos suple aquí<br />
con la regla y ley fundamental sobre este asunto. El refrán dice que "el castigo debe ser conforme al<br />
crimen". En otras palabras, debemos cuidarnos de no administrar el castigo máximo por todas las<br />
ofensas, grandes o pequeñas. Esto es reiterar simplemente que no debe ser algo mecánico; porque si<br />
el castigo ejecutado es desproporcional a la trasgresión, al crimen, o lo que sea, pierde toda su<br />
posibilidad de hacer bien. En ese caso será inevitable que el castigado aliente un sentimiento de<br />
injusticia, una sensación de que el castigo es demasiado severo, desproporcionado a la trasgresión y<br />
que en consecuencia constituye un acto de violencia y no un sano castigo. Inevitablemente ello<br />
produce la 'ira' que menciona el apóstol. El hijo se irrita, y siente que se trata de algo irrazonable.<br />
Aunque tal vez esté preparado a admitir cierta medida de culpa, también está totalmente seguro de<br />
que el asunto no fue tan grave. Para expresarlo de otra manera, nunca debemos humillar a otra<br />
persona. Si al castigar o administrar disciplina o corrección somos culpables de humillar al hijo,<br />
demostramos evidentemente que somos nosotros mismos quienes necesitamos ser disciplinados.<br />
¡Nunca humille a otros! Ejecute el castigo cuando es castigo lo que se requiere, pero que sea un<br />
castigo razonable basado en la comprensión. Sin embargo, no lo haga nunca de modo que el hijo se<br />
sienta pisoteado y totalmente humillado en su presencia y, lo que sería peor, en presencia de otros.<br />
Yo sé que todo esto puede resultar muy difícil; pero si somos 'llenos del Espíritu' tendremos un sano<br />
juicio en estos asuntos. En ese caso aprenderemos que nuestra administración de disciplina nunca<br />
debe ser una simple forma de desahogar nuestros propios sentimientos. En todos los casos eso está<br />
mal; además, nunca debemos permitir que al ejecutar el castigo seamos gobernados por un<br />
sentimiento de deleite; nunca debemos, según ya lo he subrayado, pisotear la personalidad y vida del<br />
individuo con quien estamos tratando. El Espíritu nos advierte que en este sentido debemos ser<br />
extremadamente cuidadosos. Tan pronto desconsideramos la personalidad e introducimos este<br />
concepto rígido, duro y áspero del castigo, nos hacemos culpables de la conducta contra la cual Pablo<br />
nos exhorta aquí. En tal caso estaremos provocando e irritando a nuestros hijos a ira y<br />
convirtiéndolos en rebeldes. Estaremos perdiendo su respeto y despertando en ellos la sensación de<br />
que somos difíciles de tratar; en ellos se enciende un sentimiento de injusticia y comienzan a<br />
tenernos por crueles. Esto no beneficia, ni a una parte ni a la otra, de modo que nunca debemos<br />
intentar la disciplina de esa manera.<br />
Así pues llegamos a lo que en muchos sentidos es nuestro último aspecto negativo. Nunca debemos<br />
dejar de reconocer el crecimiento y desarrollo en el hijo. Este es otro defecto alarmante y propio a los<br />
padres pero que, gracias a Dios, ya no es tan frecuente como solía serlo. Sin embargo, todavía existen<br />
algunos padres que siguen considerando a los hijos por el resto de sus vidas, como si nunca hubiesen<br />
dejado de ser niños. Los hijos pueden tener veinticinco años, pero ellos aún los tratan como si