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CONFESIONES DE SAN AGUSTIN DE HIPONA - Escritura y Verdad

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Confesiones de San Agustín de Hipona<br />

En cuanto a aquél [Manés], que se atrevió a hacerse maestro, autor, guía y cabeza de aquellos a<br />

quienes persuadía tales cosas, y en tal forma que los que le siguiesen creyeran que seguían no a<br />

un hombre cualquiera, sino a tu Espíritu Santo, ¿quién no juzgará que tan gran demencia, una vez<br />

demostrado ser todo impostura, debe ser detestada y arrojada muy lejos?<br />

Sin embargo, no había aún claramente averiguado si lo que había leído yo en otros libros sobre<br />

los cambios de los días y las noches, unos más largos y otros más cortos, y sobre la sucesión del<br />

día y la noche, y de los eclipses del sol y de la luna, y otras cosas semejantes, podrían explicarse<br />

conforme a su doctrina, lo que, de ser posible, ya me dejaría en duda de si la cosa era así o no, en<br />

cuyo caso antepondría a mi fe la autoridad de aquél por el gran crédito de santidad en que le<br />

tenía.<br />

CAPITULO VI<br />

10. En estos nueve años escasos en que les oí con ánimo vagabundo, esperé con muy prolongado<br />

deseo la llegada de aquel anunciado Fausto. Porque los demás maniqueos con quienes yo por<br />

casualidad topaba, no sabiendo responder a las cuestiones que les proponía, me remitían a él,<br />

quien a su llegada y una sencilla entrevista resolvería facilísimamente todas aquellas mis<br />

dificultades y aun otras mayores que se me ocurrieran de modo clarísimo.<br />

Tan pronto como llegó pude experimentar que se trataba de un hombre simpático, de grata<br />

conversación y que gorjeaba más dulcemente que los otros las mismas cosas que éstos decían.<br />

Pero ¿qué prestaba a mi sed este elegantísimo servidor de copas preciosas? Ya tenía yo los oídos<br />

hartos de tales cosas, y ni me parecían mejores por estar mejor dichas, ni más verdaderas por<br />

estar mejor expuestas, ni su alma más sabia por ser más agraciado su rostro y pulido su lenguaje.<br />

No eran, no, buenos valuadores de las cosas quienes me recomendaban a Fausto como a un<br />

hombre sabio y prudente porque les deleitaba con su facundia, al revés de otra clase de hombres<br />

que más de una vez hube de experimentar, que tenían por sospechosa la verdad y se negaban a<br />

reconocerla si les era presentada con lenguaje acicalado y florido.<br />

Mas para esta época ya había aprendido de ti, Señor, por modos ocultos y maravillosos -y creo<br />

que eras tú el que me enseñabas, porque era verdadero aquello, y nadie puede ser maestro de la<br />

verdad sino tú, sea cualquiera el lugar y modo en que ella brille-, ya había aprendido de ti que no<br />

por decirse una cosa con elegancia debía tenerse por verdadera, ni falsa porque se diga con<br />

desaliño; ni a su vez verdadero lo que se dice toscamente, ni falso lo que se dice con estilo<br />

brillante; sino que la sabiduría y necedad son como manjares, provechosos o nocivos, y las<br />

palabras elegantes o triviales, como platos preciosos o humildes, en los que se pueden servir<br />

ambos manjares.<br />

11. Así, pues, aquella ansia mía con que había esperado tanto tiempo a aquel hombre deleitábase<br />

de algún modo con el movimiento y afecto de sus disputas, y las palabras apropiadas que<br />

empleaba, y la facilidad con que se le venían a la boca para expresar sus ideas. Deleitábame,<br />

ciertamente, y le alababa y ensalzaba con los demás y aun mucho más que los demás.<br />

Sin embargo, me molestaba que en las reuniones de los oyentes no se me permitiera presentarle<br />

mis dudas y departir con él el cuidado de las cuestiones que me preocupaban, confiriendo con él<br />

mis dificultades en forma de preguntas y respuestas. Cuando al fin lo pude, acompañado de mis<br />

amigos, comencé a hablarle en la ocasión y lugar más oportunos para tales discusiones,<br />

presentándole algunas objeciones de las que me hacían más fuerza; mas conocí al punto que era<br />

un hombre totalmente ayuno de las artes liberales, a excepción de la gramática, que conocía de un<br />

modo vulgar. Sin embargo, como había leído algunas oraciones de Marco Tulio, alguno que otro<br />

libro de Séneca, algunos trozos de los poetas y los escritos de la secta, compuestos en un latín<br />

limado y elegante, y, por otra parte, se estaba ejercitando todos los días en hablar, había adquirido<br />

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