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CONFESIONES DE SAN AGUSTIN DE HIPONA - Escritura y Verdad

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Confesiones de San Agustín de Hipona<br />

Mas tengo para mí, Señor y Dios mío-y así lo cree en tu presencia mi corazón-, que tal vez mi<br />

madre no hubiera cedido tan fácilmente de aquella costumbre -que era, sin embargo, necesario<br />

cortar- si la hubiese prohibido otro a quien no amase tanto como a Ambrosio; porque realmente le<br />

amaba sobremanera por mi salvación, así como él a ella por la religiosidad y fervor con que<br />

frecuentaba la iglesia con toda clase de obras buenas; de tal modo que cuando me encontraba con<br />

él solía muchas veces prorrumpir en alabanzas de ella, felicitándome por tener tal madre,<br />

ignorando él qué hijo tenía ella en mí, que dudaba de todas aquellas cosas y creía era imposible<br />

hallar la verdadera senda de la vida.<br />

CAPITULO III<br />

3. Ni siquiera gemía orando para que me socorrieras, sino que mi espíritu se hallaba ocupado en<br />

investigar e inquieto en discutir, teniendo al mismo Ambrosio por hombre feliz según el mundo,<br />

viéndole tan honrado de tan altas potestades. Sólo su celibato me parecía trabajoso. Mas yo no<br />

podía sospechar, por no haberlo experimentado nunca, las esperanzas que abrigaba, ni las luchas<br />

que tenía que sostener contra las tentaciones de su propia excelencia, ni los consuelos de que<br />

gozaba en las adversidades, ni los sabrosos deleites que gustaba con la boca interior de su<br />

corazón cuando rumiaba tu pan; ni él, a su vez, conocía mis inquietudes, ni la profundidad de mi<br />

peligro, por no poderle yo preguntar lo que quería y como quería, y de cuyos oídos y boca me<br />

apartaba la multitud de hombres de negocios, a cuyas flaquezas él servía.<br />

Cuando éstos le dejaban libre, que era muy poco tiempo, dedicábase o a reparar las fuerzas del<br />

cuerpo con el alimento necesario o las de su espíritu con la lectura. Cuando leía, hacíalo pasando<br />

la vista por encima de las páginas, penetrando su alma en el sentido sin decir palabra ni mover la<br />

lengua.<br />

Muchas veces, estando yo presente-pues a nadie se le prohibía entrar ni había costumbre de<br />

avisarle quién venía-, le vi leer calladamente, y nunca de otro modo; y estando largo rato sentado<br />

en silencio -porque ¿quién se atrevía a molestar a un hombre tan atento?-, me largaba,<br />

conjeturando que aquel poco tiempo que se le concedía para reparar su espíritu, libre del tumulto<br />

de los negocios ajenos, no quería se lo ocupasen en otra cosa, leyendo mentalmente, quizá por si.<br />

alguno de los oyentes, suspenso y atento a la lectura, hallara algún pasaje obscuro en el autor que<br />

leía y exigiese se lo explicara o le obligase a disertar sobre cuestiones difíciles, gastando el<br />

tiempo en tales cosas, con lo que no pudiera leer tantos volúmenes como deseaba, aunque más<br />

bien creo que lo hiciera así por conservar la voz, que se le tomaba con facilidad.<br />

En todo caso, cualquiera que fuese la intención con que aquel varón lo hacía, ciertamente era<br />

buena.<br />

4. Lo cierto es que a mí no se me daba tiempo para Interrogar a tan santo oráculo tuyo, su pecho,<br />

sobre las cosas que yo deseaba, sino cuando sólo podía darme una respuesta breve, y mis<br />

inquietudes perdían mucho tiempo y vagar en aquel con quien las había de conferir, cosa que<br />

nunca hallaba. Oíale, es verdad, predicar al pueblo rectamente la palabra de la verdad 5 todos<br />

los domingos, confirmándome más y más en que podían ser sueltos los nudos todos de las<br />

maliciosas calumnias que aquellos engañadores nuestros levantaban contra los libros sagrados.<br />

Así que, cuando averigüé que los hijos espirituales, a quienes has regenerado en el seno de la<br />

madre Católica con tu gracia, no entendían aquellas palabras: Hiciste al hombre a tu imagen 6 , de<br />

tal suerte que creyesen o pensasen que estabas dotado de forma de cuerpo humano -aunque no<br />

acertara yo entonces a imaginar, pero ni aun siquiera a sospechar de lejos, el ser de una sustancia<br />

espiritual-, me alegré de ello, avergonzándome de haber ladrado tantos años no contra la fe<br />

católica, sino contra los engendros de mi inteligencia carnal, siendo impío y temerario por haber<br />

dicho reprendiendo lo que debía haber aprendido preguntando. Porque ciertamente tú - ¡oh<br />

altísimo y próximo, secretísimo y presentísimo, en quien no hay miembros mayores ni menores,<br />

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