CONFESIONES DE SAN AGUSTIN DE HIPONA - Escritura y Verdad
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Confesiones de San Agustín de Hipona<br />
su facundia y ver si correspondía a su fama o si era mayor o menor que la que se pregonaba,<br />
quedándome colgado de sus palabras, pero sin cuidar de lo que decía, que más bien despreciaba.<br />
Deleitábame con la suavidad de sus sermones, los cuales, aunque más eruditos que los de Fausto,<br />
eran, sin embargo, menos festivos y dulces que los de éste en cuanto al modo de decir; porque, en<br />
cuanto al fondo de los mismos, no había comparación, pues mientras Fausto erraba por entre las<br />
fábulas maniqueas, éste enseñaba saludablemente la salud eterna. Porque lejos de los pecadores<br />
anda la salud 25 , y yo lo era entonces. Sin embargo, a ella me acercaba insensiblemente y sin<br />
saberlo.<br />
CAPITULO XIV<br />
24. Y aun cuando no me cuidaba de aprender lo que decía, sino únicamente de oír cómo lo decía -<br />
era este vano cuidado lo único que había quedado en mí, desesperado ya de que hubiese para el<br />
hombre algún camino que le condujera a ti-, veníanse a mi mente, juntamente con las palabras<br />
que me agradaban las cosas que despreciaba, por no poder separar unas de otras, y así, al abrir mi<br />
corazón para recibir lo que decía elocuentemente, entraba en él al mismo tiempo lo que decía de<br />
verdadero; mas esto por grados.<br />
Porque primeramente empezaron a parecerme defendibles aquellas cosas y que la fe católica -en<br />
pro de la cual creía yo que no podía decirse nada ante los ataques de los maniqueos- podía<br />
afirmarse y sin temeridad alguna, máxime habiendo sido explicados y resueltos una, dos y más<br />
veces los enigmas de las <strong>Escritura</strong>s del Viejo Testamento, que, interpretados por mí a la letra, me<br />
daban muerte. Así, pues, declarados en sentido espiritual muchos de los lugares de aquellos<br />
libros, comencé a reprender aquella mi desesperación, que me había hecho creer que no se podía<br />
resistir a los que detestaban y se reían de la ley y los profetas.<br />
Mas no por eso me parecía que debía seguir el partido de los católicos, porque también el<br />
catolicismo podía tener sus defensores doctos, quienes elocuentemente, y no de modo absurdo,<br />
refutasen las objeciones, ni tampoco por esto me parecía que debía condenar lo que antes tenía<br />
porque las defensas fuesen iguales. Y así, si por una parte la católica no me parecía vencida,<br />
todavía aún no me parecía vencedora.<br />
25. Entonces dirigí todas las fuerzas de mi espíritu para ver si podía de algún modo, con algunos<br />
argumentos ciertos, convencer de falsedad a los maniqueos. La verdad es que si yo entonces<br />
hubiera podido concebir una sustancia espiritual, al punto se hubieran deshecho aquellos<br />
artilugios y los hubiera arrojado de mi alma; pero no podía.<br />
Sin embargo, considerando y comparando más y más lo que los filósofos habían sentido acerca<br />
del ser físico de este mundo y de toda la Naturaleza, que es objeto del sentido de la carne, juzgaba<br />
que eran mucho más probables las doctrinas de éstos que no las de aquéllos {maniqueos}. Así<br />
que, dudando de todas las cosas y fluctuando entre todas, según costumbre de los académicos,<br />
como se cree, determiné abandonar a los maniqueos, juzgando que durante el tiempo de mi duda<br />
no debía permanecer en aquella secta, a la que anteponía ya 'algunos filósofos, a quienes, sin<br />
embargo, no quería encomendar de ningún modo la curación de las lacerías de mi alma por no<br />
hallarse en ellos el nombre saludable de Cristo.<br />
En consecuencia, determiné permanecer catecúmeno en la Iglesia católica, que me había sido<br />
recomendada por mis padres, hasta tanto que brillase algo cierto a donde dirigir mis pasos.<br />
LIBRO SEXTO<br />
CAPITULO I<br />
1. ¡Esperanza mía desde la juventud! 1 ¿Dónde estabas para mí o a qué lugar te habías retirado?<br />
¿Acaso no eras tú quien me había creado y diferenciado de los cuadrúpedos y hecho más sabio<br />
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