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CONFESIONES DE SAN AGUSTIN DE HIPONA - Escritura y Verdad

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Confesiones de San Agustín de Hipona<br />

era haber oído que los jóvenes de Roma eran más sosegados en las clases, merced a la rigurosa<br />

disciplina a que estaban sujetos, y según la cual no les era lícito entrar a menudo y<br />

turbulentamente en las aulas de los maestros que no eran los suyos, ni siquiera entrar en ellas sin<br />

su permiso; todo lo contrario de lo que sucedía en Cartago, donde es tan torpe e intemperante la<br />

licencia de los escolares que entran desvergonzada y furiosamente en las aulas y trastornan el<br />

orden establecido por los maestros para provecho de los discípulos. Cometen además con<br />

increíble estupidez multitud de insolencias, que deberían ser castigadas por las leyes, de no<br />

patrocinarles la costumbre, la cual los muestra tanto más miserables cuanto cometen ya como<br />

lícito lo que no lo será nunca por tu ley eterna, y creen hacer impunemente tales cosas, cuando la<br />

ceguedad con que las hacen es su mayor castigo, padeciendo ellos incomparablemente mayores<br />

males de los que hacen.<br />

Así, pues, vime obligado a sufrir de maestro en los demás aquellas costumbres que siendo<br />

estudiante no quise adoptar como mías; y por eso me agradaba ir allí, donde los que lo sabían<br />

aseguraban que no se daban tales cosas. Mas tú, Señor, esperanza mía y porción mía en la tierra<br />

de los vivientes 16 , a fin de que cambiase de lugar para la salud de mi alma, me ponías espinas en<br />

Cartago para arrancarme de allí y deleites en Roma para atraerme allá, por medio de unos<br />

hombres que amaban una vida muerta unos haciendo locuras aquí, otros prometiendo cosas vanas<br />

allí, usando tú para corregir mis pasos ocultamente de la perversidad de aquéllos y de la mía.<br />

Porque los que perturbaban mi ocio can gran rabia eran ciegos, y los que me invitaban a lo otro<br />

sabían a tierra, y yo, que detestaba en Cartago una verdadera miseria, buscaba en Roma una falsa<br />

felicidad.<br />

15. Pero el verdadero porqué de salir yo de aquí e irme allí sólo tú lo sabías, oh Dios, sin<br />

indicármelo a mí ni a mi madre que lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar.<br />

Mas hube de engañarla, porque me retenía por fuerza, obligándome o a desistir de mi propósito o<br />

a llevarla conmigo, por lo que fingí tener que despedir a un amigo al que no quería abandonar<br />

hasta que, soplando el viento, se hiciese a la vela. Así engañé a mi madre, y a tal madre, y me<br />

escapé, y tú perdonaste este mi pecado misericordiosamente, guardándome, lleno de execrables<br />

inmundicias, de las aguas del mar para llegar a las aguas de tu gracia, con las cuales lavado, se<br />

secasen los ríos de los ojos de mi madre, con los que ante ti regaba por mí todos los días la tierra<br />

que caía bajo su rostro.<br />

Sin embargo, como rehusase volver sin mí, apenas pude persuadirla a que permaneciera aquella<br />

noche en lugar próximo a nuestra nave, la Memoria de San Cipriano. Mas aquella misma noche<br />

me partí a hurtadillas sin ella, dejándola orando y llorando. ¿Y qué era lo que te pedía, Dios mío,<br />

con tantas lágrimas, sino que no me dejases navegar? Pero tú, mirando las cosas desde un punto<br />

más alto y escuchando en el fondo su deseo, no cuidaste de lo que entonces te pedía para hacerme<br />

tal como siempre te pedía.<br />

Sopló el viento, hinchó nuestras velas y desapareció de nuestra vista la playa, en la que mi madre,<br />

a la mañana siguiente, enloquecía de dolor, llenando de quejas y gemidos tus oídos, que no los<br />

atendían, antes bien me dejabas correr tras mis pasiones para dar fin a mis concupiscencias y<br />

castigar en ella con el justo azote del dolor su deseo carnal. Porque también como las demás<br />

madres, y aún mucho más que la mayoría de ellas, deseaba tenerme junto a sí, sin saber los<br />

grandes gozos que tú la preparabas con mi ausencia. No lo sabía, y por eso lloraba y se<br />

lamentaba, acusando con tales lamentos el fondo que había en ella de Eva al buscar con gemidos<br />

lo que con gemidos había parido.<br />

Por fin, después de haberme acusado de mentiroso y mal hijo y haberte rogado de nuevo por mí,<br />

se volvió a su vida ordinaria y yo a Roma.<br />

CAPITULO IX<br />

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