CONFESIONES DE SAN AGUSTIN DE HIPONA - Escritura y Verdad
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Confesiones de San Agustín de Hipona<br />
12. Y ya se me había ido de la memoria el tratar con él de que no malograse ingenio tan excelente<br />
con aquella ciega y apasionada afición a juegos tan vanos. Pero tú, Señor, tú, que tienes en tu<br />
mano el gobernalle de todo lo creado, no te habías olvidado de él, a quien tenías destinado para<br />
ser entre tus hijos ministro de tus sacramentos; y para que abiertamente se atribuyese a ti su<br />
corrección, la hiciste ciertamente por mí, pero sin saberlo yo.<br />
Porque estando cierto día sentado en el lugar de costumbre y delante de mí los discípulos, vino<br />
Alipio, saludó, sentóse y púsose a atender a lo que se trataba; y por casualidad traía entre manos<br />
una lección que para mejor exponerla y hacer más clara y gustosa su explicación me había<br />
parecido oportuno traer la semejanza de los juegos circenses, burlándome hasta con sarcasmo de<br />
aquellos a quienes había esclavizado esta locura. Pero tú sabes, Señor, que entonces no pensé en<br />
curar a Alipio de tal peste; mas él tomó para sí lo que yo había dicho y creyó que sólo por él lo<br />
había dicho, y así lo que hubiera sido para otro motivo de enojo conmigo, él, joven virtuoso, lo<br />
tomó para enojarse contra sí mismo y para encenderse más en amor de mí.<br />
Ya habías dicho tú en otro tiempo y consignado en tus letras: Corrige al sabio y te amará 9 ; mas<br />
no era yo quien le había corregido, sino tú, que -usando de todos, conózcanlo o no, por el orden<br />
que tú sabes, y este orden es justo- hiciste de mi corazón y de mi lengua carbones abrasadores,<br />
con los cuales cauterizaras aquella mente de tan bellas esperanzas, pero pervertida, y así la<br />
sanaras.<br />
Calle, Señor, tus alabanzas quien no considere tus misericordias, las cuales te alaban de lo más<br />
íntimo de mi ser. Porque ello fue que después que oyó mis palabras salió de aquel hoyo tan<br />
profundo, en el que gustosamente se sumergía y con inefable deleite se cegaba, y sacudió el<br />
ánimo con una fuerte templanza, y saltaron de él todas las inmundicias de los juegos circenses y<br />
no volvió a poner allí los pies.<br />
Después venció la resistencia del padre para tenerme a mí de maestro, el cual cedió y consintió en<br />
ello. Mas oyéndome por segunda vez, fue envuelto conmigo en la superstición de los maniqueos,<br />
amando en ellos aquella ostentación de su continencia, que él creía legítima y sincera. Mas en<br />
realidad era falsa y engañosa, cazando con ella almas preciosas que aún no saben llegar al fondo<br />
de la virtud y, por lo mismo, fáciles de engañar con la apariencia de la virtud, siquiera fingida y<br />
simulada.<br />
CAPITULO VIII<br />
13. No queriendo dejar la carrera del mundo, tan decantada por sus padres, había ido delante de<br />
mí a Roma a estudiar Derecho, donde se dejó arrebatar de nuevo, de modo increíble y con<br />
increíble afición, a los espectáculos de gladiadores.<br />
Porque aunque aborreciese y detestase semejantes juegos, cierto día, como topase por casualidad<br />
con unos amigos y condiscípulos suyos que venían de comer, no obstante negarse enérgicamente<br />
y resistirse a ello, fue arrastrado por ellos con amigable violencia al anfiteatro y en unos días en<br />
que se celebraban crueles y funestos juegos.<br />
Decíales él: "Aunque arrastréis a aquel lugar mi cuerpo y le retengáis allí, ¿podréis acaso obligar<br />
a mi alma y a mis ojos a que mire tales espectáculos? Estaré allí como si no estuviera, y así<br />
triunfaré de ellos y de vosotros." Mas éstos, no haciendo caso de tales palabras, lleváronle<br />
consigo, tal vez deseando averiguar si podría o no cumplir su dicho.<br />
Cuando llegaron y se colocaron en los sitios que pudieron, todo el anfiteatro hervía ya en<br />
cruelísimos deleites. Mas Alipio, habiendo cerrado las puertas de dos ojos, prohibió a su alma<br />
salir de sí a ver tanta maldad. ¡Y pluguiera a Dios que hubiera cerrado también los oídos! Porque<br />
en un lance de la lucha fue tan grande y vehemente la gritería de la turba, que, vencido de la<br />
curiosidad y creyéndose suficientemente fuerte para despreciar y vencer lo que viera, fuese lo que<br />
fuese, abrió los ojos y fue herido en el alma con una herida más grave que la que recibió el<br />
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