EL RINCÓN de - Cannabis Magazine

96
RELATOS CANNÁBICOS
piesen el viaje antes de lo
previsto. Yekaterina se debía
a la manutención y el cuidado
de sus ancianos padres en
Zurcí, y Boris a su oficio y al
mar. El vínculo que se creó
entre ellos, sin embargo,
resultó tan fuerte, que,
también en la distancia, continuaron
viviendo el uno para el
otro y brindándose de buena
mañana el primer pensamiento
que les venía a la cabeza.
Los años siguientes, Boris
acudía a Zurich siempre que
podía. Entonces se alojaba en
el pisito de soltera de
Yekaterina, donde permanecían
recluidos durante casi toda
su estancia para preservar la
reputación de ella, de la que,
como sabemos, dependía en
gran medida el sustento de la
institutriz en la provinciana
ciudad.
Dependiendo de los viajes del
marinero y de donde
estuviese estacionado, entre
visita y visita podían pasar
largos meses, de modo que
mantuvieron una correspondencia
regular desde el
principio, de la que Yekaterina
me hacía partícipe desde que
decidiera sincerarse conmigo.
En nuestro refugio del
estanque me mostraba y leía
las cartas que llegaban con
matasellos de Nyhaven /
Copenhague en Dinamarca,
de Halifax en Canadá, de
Port of Beira en
Mozambique, de Amberes
en Bélgica…
En ellas, aparte
de describir con
todo lujo de
detalles los
lugares donde
recalaba y lo
que
acontecía,
aun recuerdo vívidamente
cómo
Boris refería
sobre impresionantes navíos
de gran tonelaje y otros
pequeños y cochambrosos
llenos de cucarachas,
comparaba mástiles meciéndose
alineados a lo largo de
un muelle con una alameda de
árboles animados, o detallaba
los diferentes aromas de cada
embarcación según sus
orígenes y lo que transportasen
sus bodegas: tabaco, té,
frutas, nueces, aceites, café,
pescado, maderas, especias...
Entre las aventuras que leía
en los libros que me proporcionaba
Yekaterina y
devoraba sin pausa y las maravillas
que narraba Boris
desde los puertos del mundo,
fue gestándose en mí el
espíritu viajero y soñador que
decidió mi porvenir.
Desde que Yekaterina me
involucró en su historia,
ambas esperábamos las
cartas de Boris con agitación y
la inminencia de sus visitas
con mayor expectación si
cabe. Para mí suponían las
únicas escapadas del control
paterno y la mayor diversión
imaginable.
Para evitar ser descubiertos
por alguien conocido, en
aquellos encuentros clandestinos
me llevaban de excursión
a pueblitos cercanos, donde
Boris organizaba el transporte
con algún aldeano, mientras
nosotras esperábamos en un
punto apartado sin despertar
sospechas. Se gastaba el
jornal alquilando un carruaje
de caballos para llevarnos a
una granja alejada donde invitarnos
a comer, dábamos
largos paseos en el bosque, o
íbamos al lago de Zurich a
horas intempestivas, alquilaba
un bote y nos recogía en el
punto convenido de la orilla.
Así mismo hicimos aquel día
del que hablaba al comienzo.
En casa, Yekaterina contó que
me llevaba a una representación
de títeres de Salzburgo,
que escenificaban una ópera
de Mozart en la ciudad. Yo
sabía que Boris había llegado
días atrás, aun no había
tenido ocasión de verle, y
estaba tan feliz y excitada con
la idea, que mi madre lo
achacó a los muñecos y hasta
expresó su preocupación por
lo infantil que aun era su hija
a los diecisiete años
cumplidos. No obstante, dio
su permiso. Al fin y al cabo se
trataba de ópera, un género
musical que a ella no le
gustaba nada, pero que consideraba
muy refinado para una
señorita.
Ya llevada a cabo con éxito la
"operación bote" y reunidos
en el lago los tres, nos alternamos
a los remos, Boris
provocó que se nos saltasen
las lágrimas de la risa
imitando a sus compañeros de
camarote, hicimos una
merienda sorpresa en un
prado en la orilla, que nuestro
adalid traía amorosamente
preparada, Yekaterina
empezó a cantar canciones
rusas que no tardamos en
entonar también y pasamos
una tarde espléndida.
Fue a la vuelta, llevando yo
los remos, observándoles pletóricos
de felicidad, pensando
en lo afortunada que era en
ese instante en medio del lago
refulgente, cuando una voz
estridente y desagradable,
demasiado bien conocida por
mí, irrumpió en toda esa
placidez y me oprimió el
estómago: Herr Federer nos
había descubierto.
Continuará…
Por: Ladetroya
Ilustraciones: Oka