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Untitled - Editores Alambique

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Este trabajo está licenciado bajo Creative Commons Atribución<br />

Uso no-comercial-Vedada la creación de obras derivadas. 3.0<br />

Unported License.<br />

Para mayor información sobre la licencia que protege esta obra, ir a:<br />

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/


LAS<br />

AVENTURAS<br />

DE<br />

LIU<br />

YUAN,<br />

CAPITÁN<br />

DE<br />

ULTRAMAR<br />

Colección QUIJONGO


LAS<br />

AVENTURAS<br />

DE<br />

LIU<br />

YUAN,<br />

CAPITÁN<br />

DE<br />

ULTRAMAR<br />

jorge arturo<br />

editores alambique


CR863.44<br />

C455a Venegas Castaing, Jorge Arturo, 1961 —<br />

Las aventuras de Liu Yuan, cápitan de ultramar / Jorge Arturo<br />

—1.ed.— San José, C.R.:<strong>Editores</strong> <strong>Alambique</strong>, 2000.<br />

220 págs.; 21 x 13 cms.—<br />

(Colección Quijongo #9).<br />

ISBN 9968-839-12-4<br />

1. Literatura Costarricense. Novela. 1. Título<br />

<strong>Editores</strong> <strong>Alambique</strong> es un proyecto civil, autogestionario y sin fi nes de lucro.<br />

Participamos con esa mínima, pero sufi ciente cuota del sueño que afi rma<br />

en el mundo la alegría de vivir. Para nosotros, al decir de los antiguos<br />

Nahuas: el verdadero artista todo lo saca de su corazón.<br />

El arte no establece ni afi nca, no esclaviza ni deja en libertad, pues nadie<br />

nace esclavo en su mente, ni a nadie puede esclavizarse sin consentimiento<br />

de su corazón: Late no en lo obtenido sino en el silencio, en la distancia, en<br />

la pregunta.<br />

Diseño de portada, hecho por William Sánchez, basado en la pintura Liu<br />

Yuan de Emmanuel Arce Hoff buhr.<br />

Corrección de estilo y fi lológica, edición técnica y literaria, realizados por el<br />

Consejo Editorial de <strong>Editores</strong> <strong>Alambique</strong>.<br />

Hecho el depósito de ley. Reservados todos los derechos.<br />

ISBN 9968-839-12-4<br />

© <strong>Editores</strong> <strong>Alambique</strong>, San José, Costa Rica, 2004.<br />

© Jorge Arturo<br />

Impreso en Costa Rica • Printed in Costa Rica.<br />

Prohibida la utilización para cualquier fi n, así como la reproducción total<br />

o parcial de este libro, incluido el diseño de cubierta, por cualquier medio<br />

mecánico, electrónico u otro, sin la expresa autorización de <strong>Editores</strong> <strong>Alambique</strong>.


LENDRAX,<br />

MENQ-AURÍ,<br />

GALIL<br />

Y<br />

LIU YUAN<br />

El otro es uno mismo en su diferencia.


EL CAPITÁN DE ULTRAMAR<br />

Vestía traje de seda azul, entretejido por un atardecer<br />

frente al mar por el que pasaban nubes de escarcha<br />

turquesa, plateadas y violetas. El sol arrollaba su<br />

incandescencia de mermelada amarilla mientras, hacia el<br />

fondo de la tela, la noche desplegaba su bufanda de luna.<br />

Una fila de pelícanos apareció a la altura del pecho del<br />

traje, planeando por las suaves olas, en busca de algún<br />

pez distraído. Uno de los pájaros se zambulló para salir,<br />

lento, hacia el chorro de sol que aún se mantenía brillando.<br />

Algunas salpicaduras de mar mojaron mis zapatos.<br />

Este es el primer recuerdo que tengo de aquel hombre<br />

alto, delgado, de piel cobriza, pálido, enfundado en un traje<br />

imposible, y que esperaba a la entrada de mi casa. De largo<br />

y entrecano cabello, recogido con una trenza que le bajaba<br />

desde la coronilla, el extraño visitante tenía incrustados<br />

rasgados escarabajos en vez de ojos, profundamente<br />

oscuros, los cuales chispeaban sobre una nariz más bien<br />

pequeña y ancha. El bigote, combinado con una delgada<br />

barba en forma de candado, rodeaba una boca pequeña,<br />

de labios finos.<br />

—Mi nombre es Liu Yuan —dijo con un tono que lo hacía<br />

casi incomprensible.<br />

En su traje, poco a poco los brillantes colores del sol<br />

dieron paso a una media luna cuya plata se reflejó en el mar.<br />

Cuando el runrún del oleaje hizo que la noche se abriera,<br />

el vestido se volvió índigo brillante, haciendo resaltar las<br />

puntadas de la leche de las estrellas, mientras el océano se<br />

hacía un ovillo de espuma cada vez más tenue. Entonces,<br />

el que decía llamarse Liu Yuan sonrió e intentó explicarme<br />

que estaba ahí porque necesitaba encargarme un trabajo.<br />

9


Luego, sin esperar respuesta, me tomó de las manos,<br />

puso algo pequeño y frío en ellas, y agregó unas palabras<br />

enredadas en su extraño acento:<br />

—Tengo más si acepta ayudarme.<br />

Después se dio media vuelta y se fue.<br />

—Mañana a la misma hora —creí oír mientras abría la<br />

puerta, pero al darme vuelta no había nadie.<br />

“¿Estará loco?... ¿Será inofensivo?... ¡Vaya!”, pensé<br />

al entrar a mi casa. Al abrir la mano descubrí un mordisco<br />

verde de piedra. “¡Vaya, vaya, extraño pero interesante!”,<br />

me dije, mientras bajaba la caja de galletas vacía donde<br />

guardaba las llaves y en donde ponía ahora la esmeralda.<br />

Las aventuras que a continuación presento fueron<br />

escogidas entre algunas de las que Liu Yuan y su tripulación<br />

decidieron divulgar. Quienes conformaban la marinería de<br />

Yuan eran ante todo sus amigos: Lendrax una barca velera<br />

hecha de un solo diamante negro que podía cambiar de<br />

forma a voluntad; Menq-Aurí, un catalejo de oro que había<br />

sido hecho de la cristalización de los rayos solares del<br />

desierto, podía ver hacia cualquier lugar y hacia cualquier<br />

tiempo; finalmente estaba Galil, un gusano cornudo que<br />

acompañaba a Yuan desde la infancia, haciéndole los<br />

trajes con sedas multicolores, bordados con hilos de oro,<br />

lapislázuli, luna, rubíes, atardeceres, amatistas, esmeraldas,<br />

así como con los trazos del eco que queda sobre la estela,<br />

o bien con los del reflejo de las estrellas.<br />

Para aquellos marinos su razón de ser era estar en la<br />

andanza de la vida, en tanto que la lealtad de cada uno<br />

para consigo mismo y, por ende, para con el otro, hacía un<br />

festejo el verse cada día pues el otro es uno mismo en su<br />

diferencia.<br />

Sólo el día antes de su despedida, nueve meses después<br />

de conocerlo, Liu Yuan me dio las razones por las cuales<br />

me había escogido para que yo le copiara sus aventuras.<br />

La primera era que la escritura resultaba un problema para<br />

Yuan porque conocía muchísimas y las mezclaba por igual.<br />

La segunda razón estaba relacionada con mi época de<br />

10


contribuyente a un periódico, cuyas páginas fui poblando<br />

con artículos de poesía babilónica, egipcia, de antiguos<br />

poetas chinos, hasta que el diario comenzó a perder<br />

lectores y me despidieron. Pero sería un verso mío: “Quien<br />

a sí mismo sigue se sabe muerto: viaja a través de su sangre”,<br />

el cual había encabezado mi último artículo, lo que decidió<br />

que Yuan viniera a buscarme (alguna vez le pregunté cómo<br />

hizo para encontrarme pero nunca me respondió).<br />

Durante meses, el marino estuvo llegando casi siempre<br />

a mi casa, aunque en ocasiones a alguna cafetería o a algún<br />

parque, a las horas más insospechadas. En ocasiones<br />

venía todos los días, otras una vez por semana. Muchas<br />

veces, principalmente al principio, hablaba tanto y tan<br />

rápido que tenía que usar la vieja grabadora de mi época<br />

de entrevistador, aunque a menudo callaba tanto que me<br />

quedaba dormido.<br />

Al terminar Yuan el relato de sus aventuras, y una vez<br />

que yo definiera un manuscrito, me dediqué a encontrar<br />

el alambique adecuado que “nos” permitiera editar su<br />

publicación. Como no sé contactar a Yuan, pues siempre<br />

fue él quien vino a mi encuentro, sólo espero que éste, a su<br />

manera, y no hay duda de que siempre encuentra una, logre<br />

ver el resultado final de nuestra aventura de escribir sus<br />

relatos. Desde ahora me lo imagino con un chasquido de<br />

luz colgándole de la comisura, al mismo tiempo que levanta la<br />

ceja izquierda, ligeramente, en tanto ojea el libro. Nuestro<br />

libro, digo: de quienes participamos en él, incluidos aquellos<br />

que lo leen en este momento.<br />

Un día, cuando ya nada quede pendiente, tal vez volvamos<br />

a encontrarnos. Por ahora quedan estos relatos donde he<br />

tratado de ser lo más fiel posible a las conversaciones, con<br />

el fin de respetar al máximo “el espíritu” de las aventuras de<br />

Liu Yuan, capitán de ultramar.<br />

11


LOS<br />

SEÑORES<br />

DE LOS<br />

MONOS<br />

DE ORO<br />

Y entonces, el capitán de ultramar,<br />

compartió una sonrisa<br />

como quien raja una nuez de sol.


EL ÁRBOL CON LUZ PROPIA<br />

Liu Yuan sacó a Menq-Aurí, el catalejo de oro, que más<br />

semejaba un nudo de sol, se sentó en el suelo y arqueó las<br />

piernas, al tiempo que puso las manos sobre las rodillas.<br />

Estábamos en la sala de mi casa. Después respiró hondo<br />

tres veces y me dijo:<br />

—Escuche con atención y escriba lo que pueda.<br />

Luego se quedó callado por largo rato, hecho al que me<br />

iría acostumbrando pues sería frecuente que hablara más<br />

con silencio que con palabras.<br />

—Esta —agregó Yuan al fin— es la historia de los Señores<br />

de los Monos de Oro:<br />

Una tarde, Menq-Aurí me llevó a viajar a través de su ojo<br />

que todo lo escucha. Convertidos en un solo ser con cuerpo<br />

de energía nos vimos, de pronto, donde comenzaron a<br />

aparecer los primeros arrebatos de vida que se arrastraron<br />

sobre la tierra (Yuan se refería a las “lombrices anilladas”,<br />

de hace aproximadamente seiscientos mil años). Mucho<br />

pasó (alrededor de medio millón de años) para que los<br />

antepasados de la actual humanidad domaran el fuego.<br />

Eran unos monos chillones, chupados por el miedo —agregó<br />

el marino al tiempo que me clavó su mirada—, los cuales vivían<br />

en alguna cueva húmeda, oscura y maloliente, andaban<br />

de pie, y gruñían y mataban a cualquiera por el derecho a<br />

dominar la charca vecina.<br />

Fue poco antes de esta época cuando vivieron los Señores<br />

de los Monos de Oro. Habitaban un gigantesco árbol hecho<br />

de los pensamientos y sentimientos que habrían de existir<br />

en la historia de la humanidad, el cual tenía luz propia y<br />

cambiaba constantemente de forma y color, aunque siempre<br />

15


espetaba la formación de cinco ramas.<br />

En cada una de ellas habitaba un mono de oro, señor de<br />

los de su clan. Muchísimo después se inventaron nombres<br />

a los descendientes de estos: mandriles, chimpancés,<br />

gorilas y gibones. En la primera rama habitaba el Señor de<br />

los Mandriles de Oro, quien se ocupaba de mirar la luna,<br />

siendo uno con el astro, como si la sostuviera; al menos eso<br />

veíamos Menq-Aurí y yo que él sentía. En la segunda rama<br />

estaba el Señor de los Chimpancés de Oro. Al tiempo que<br />

también veía la luna descubría su propia presencia, o sea<br />

que él era uno y lo otro otro; al menos eso veíamos que éste<br />

pensaba. En la tercera rama habitaba el Señor de los Gorilas<br />

de Oro, a quien sólo le importaba la supervivencia de la<br />

manada; al menos eso lo veíamos hacer. Para ello mandaba<br />

no solamente sobre los suyos sino que también tenía el<br />

poder de hacer hacer a los demás clanes. Para esto había<br />

descubierto la fuerza que obliga. En la cuarta rama, al Señor<br />

de los Gibones de Oro le tocaba la tarea de ser el “en medio”<br />

que une las cosas; al menos eso era lo que le veíamos decir<br />

con sus actos. La quinta rama estaba vacía.<br />

Del primer Señor de los Monos de Oro era la observación;<br />

del segundo la curiosidad; del tercero la estrategia del poder;<br />

del cuarto el poder de estar en medio; del quinto su ausencia.<br />

Sin embargo, poco después aparecieron los ancestros del<br />

clan de la actual humanidad, los cuales se expandieron<br />

como una masa de aullidos que devora lo que a su paso<br />

encuentre. Los sobrevivientes de los demás clanes dejaron<br />

sus poderes en sus señores de oro, quienes decidieron que<br />

la mejor manera de protegerlos era ocultándolos dentro del<br />

mismo corazón del nuevo mono devorador.<br />

16


VER<br />

Liu Yuan empezó una danza que consistía en formar letras<br />

de algún idioma inverosímil con su cuerpo, las cuales, aún<br />

hoy sigo sin entender cómo, yo podía traducir. Con esta<br />

danza el marino terminó su historia de los Señores de los<br />

Monos de Oro:<br />

Bien —continuó cubriendo con sus manos a Menq-<br />

Aurí—, metidos en la cueva del miedo, la naciente<br />

humanidad no terminó devorándose a sí misma gracias al<br />

poder de los Gorilas: supervivencia; al poder del clan de los<br />

Gibones: adaptación; al poder de los Mandriles: observación;<br />

y al poder de los Chimpancés: curiosidad.<br />

El marino se quedó callado. Parecía que las palabras le<br />

quemaban la garganta y equivocarse podría resultar fatal.<br />

Aunque —añadió al fin Yuan, volviendo a ver por el<br />

catalejo de oro—, y gracias a lo cual te cuento esta historia,<br />

Menq-Aurí y yo vimos que algo cambió. Alguna vez, quién<br />

sabe cuándo, ni dónde, ni por qué, alguien salió de la cueva<br />

del pavor para mirar, como si fuera la primera vez en la<br />

historia del nuevo clan, el incomprensible, brillante y redondo<br />

pedazo de claridad que colgaba en el cielo. Fue cuando un<br />

gruñido nuevo salió desde su peludo y frágil cuerpo, como<br />

si fuera una gota de luna y asombro en medio del misterio,<br />

para transformar el mundo para siempre. Luego vimos a<br />

aquel ser devolviéndose a la cueva con su gruñido entre las<br />

manos, en busca de alguien con quién compartir aquello<br />

recién nacido.<br />

Vimos a unos pocos despertar, acercársele, hurgar entre<br />

sus palmas, para quedarse paralizados ante aquel gruñido,<br />

palpitante, brillante, entre la mugre de sus dedos de mono.<br />

Luego los vimos yéndose a dormir, de nuevo, muy juntos,<br />

17


entre felices y estremecidos. A la mañana siguiente todos<br />

olvidaron aquella experiencia, menos aquel que había<br />

guardado el luminoso gruñido, ahora convertido en un hilillo<br />

de humo que se le enroscaba entre las uñas.<br />

Pensé en ese momento, y así lo consigné en mis notas<br />

aunque no se lo dije a Yuan, que tal vez fue a ese gruñido a lo<br />

que se refirió un antiguo escritor al decir “la fuerza creadora<br />

para imaginar lo que conocemos; el impulso generoso para<br />

realizar lo que imaginamos”. O bien que, por el contrario,<br />

la mayoría consideraría a dicho gruñido como la causa del<br />

peor de los crímenes: atreverse a mostrarse ante cualquiera<br />

pero, principalmente, ante sí mismo.<br />

—Menq-Aurí y yo vimos —continuó Yuan con su relato—<br />

que durante medio millón años algunos entre el clan de los<br />

humanos han seguido descubriendo el gruñido primordial<br />

entre sus propios corazones, aunque cada poder de los<br />

Señores de los Monos de Oro se había venido cambiando<br />

en su opuesto: la supervivencia de los Gorilas en rapiña; la<br />

adaptación de los Gibones en sometimiento; la observación<br />

de los Mandriles en pereza; y la curiosidad de los Chimpancés<br />

en indiferencia.<br />

Y entonces, el capitán de ultramar compartió una<br />

sonrisa como quien raja una nuez de sol, para después<br />

respirar hondo antes de agregar:<br />

—Y esta fue nuestra aventura con los Señores de los<br />

Monos de Oro.<br />

—Pero Liu Yuan —intervine sin pensarlo—, ¿cómo dice<br />

“nuestra aventura”, si ustedes no participaron en nada?<br />

Yuan se quedó mirando a Menq-Aurí.<br />

—Vemos que no has comprendido —dijo—, lo cual en<br />

realidad no nos sorprende. Más tarde que temprano ya lo<br />

harás, ya verás —y le hizo un guiño al catalejo.<br />

Luego el capitán de ultramar enfocó a Menq-Aurí hacia<br />

mí, antes de concluir:<br />

—¿Acaso no es una de las mayores aventuras ser quien<br />

“ve” lo que sucede? ¿Acaso no adquieren las cosas su total<br />

existencia únicamente cuando alguien o algo termina de<br />

darles sentido viéndolas, siendo uno con ellas? Porque<br />

aquello que sólo vive para sí “está”, más no tiene “es”, pues<br />

18


únicamente podemos ser desde la totalidad. “Ver”, en tal<br />

caso, ha sido la participación de Menq-Aurí y la mía, en esta<br />

aventura, como es la tuya, ahora, respecto de nosotros.<br />

19


EL<br />

CONTINENTE<br />

ROJO<br />

Dar a quien no necesita<br />

es entregar a quien no merece.


LA LLAMADA<br />

Una madrugada extraordinariamente estrellada, cuando<br />

iba a acostarme, la puerta de mi casa recibió tres toques<br />

secos y fuertes. Supe que era Liu Yuan, pues era el<br />

único que tocaba de esa forma y a esas horas. Al entrar<br />

siempre saludaba cruzando los brazos en forma de aspas<br />

sobre el pecho, inclinándose primero a la derecha y luego<br />

a izquierda, arqueando la cintura levemente. Esa vez,<br />

como tantas otras, no dormiría más. Yuan se encaminó<br />

hacia la sala y se sentó en el suelo, como más le gustaba.<br />

Vestía un traje, deslumbrante en su sencillez, de seda azul<br />

apenas bordado por dos casi inmóviles serpientes de sol<br />

mordiéndose la cola. Sereno, con las piernas cruzadas y<br />

las manos sobre las rodillas, Liu Yuan formó una pirámide<br />

con los dedos índices y pulgares, al tiempo que respiró<br />

profunda y lentamente por tres ocasiones, antes de relatar<br />

su aventura de El Continente Rojo.<br />

Supe —inició Yuan — que una nueva aventura estaba<br />

a punto de comenzar pues Lendrax, la barca de diamante<br />

negro, comenzó a vibrar, señal inequívoca de la partida.<br />

Ese es el instante de sacar de mi costado a Menq-Aurí, para<br />

que me guíe. A través de éste pude ver cómo una pequeña<br />

mujer, de reluciente piel roja, cuyo nombre conocería más<br />

tarde: Rocío de la Mañana, depositaba un diminuto cuerpo<br />

sobre una losa negra y aún humeante de ceniza de sangre.<br />

Pájaro-amarillo, su hijo, como sabría más adelante, fue<br />

rápidamente envuelto en un manto y quemado en el acto.<br />

Sus cenizas se unieron a una enorme pira que contenía las<br />

de la mayoría del pueblo. Rocío de la Mañana supo que ella<br />

sería la siguiente si no encontraban agua. Lágrimas negras<br />

surcaron su reseca piel. Alrededor, toda la tierra ardía y<br />

23


donde una vez hubo árboles hoy sólo quedaban algunos<br />

carbones.<br />

Poco después, Lendrax desplegaba sus negras velas de<br />

diamante y dirigía el rumbo hacia el poniente, al tiempo que<br />

me levantaba con delicadeza con un brazo que hacía surgir<br />

de su cuerpo, hasta la torre vigía para otear el horizonte.<br />

Por otra parte, en El Continente Rojo, le contarían<br />

después a Liu Yuan, el resto de la tribu de Rocío de la<br />

Mañana se reunía en una de las pocas cuevas sin muertos<br />

que aún quedaban. Nadie supo cómo ni por qué se<br />

desató aquella sequía que, como fuego transparente,<br />

había acabado con los espíritus de las plantas, los<br />

animales y los humanos. En escasas semanas no había<br />

más que desierto donde hasta hacía poco la vida corría<br />

repletando las praderas. Lo que quedaba de la tribu se<br />

dirigió hacia la costa en un estéril esfuerzo por encontrar<br />

la desembocadura de un inexplorado río. El mar, inclusive,<br />

se había vuelto más espeso y tiraba los peces a la playa<br />

como tizones. La mayoría parecía resignada a su suerte<br />

menos Rocío de la Mañana. Aún cuando viera morir a su<br />

hijo entre sus brazos, ella quiso creer que algo pasaría y<br />

los salvaría. Esa mínima confianza era una aguja azul de<br />

voluntad que reverberaba en su corazón, en medio de la<br />

ceniza en que se había convertido la desesperación que<br />

amenazaba con ahogarla por dentro y por fuera.<br />

—Sin embargo —continuó Yuan, mientras hacía traquear<br />

su cuerpo con suaves movimientos al desentumirlo—,<br />

apenas acabábamos de tomar rumbo cuando Menq-Aurí<br />

resplandeció al mismo momento en que produjo un leve<br />

sonido de cuerno, la señal inequívoca de que debía ver por<br />

él. Al hacerlo entendí: antes de ir hacia aquel sitio, donde<br />

el catalejo me mostraba a la gente cayendo muerta como<br />

moscas dentro un brasero, teníamos que llevarles agua y<br />

comida si es que pretendíamos salvar algo. Menq-Aurí giró<br />

a estribor hasta que divisó, en no sé qué tiempo y lugar,<br />

el universo de la tierra de los volcanes de los hombres y<br />

mujeres de ébano. Lendrax comprendió sin necesidad de<br />

decir palabra alguna y se enrumbó hacia el naciente a toda<br />

velocidad.<br />

24


El marino interrumpió su relato luego de decirme que un<br />

pájaro azul apareció de la nada y trazó, con tres giros, una<br />

espiral sobre ellos antes de enrumbarse al sur. Con sus<br />

manos hizo la figura del ave. Al moverlas sentí la brisa del<br />

mar sobre mi cara.<br />

—Media mañana después —prosiguió Yuan— llegamos<br />

a un delta que daba paso a una región de volcanes. La<br />

tribu entera de hombres y mujeres de ébano nos estaba<br />

esperando. El viento mecía las cabelleras, ensortijadas<br />

y abundantes como fi lamentos de carbón encendido, de<br />

aquellos cuyos cuerpos eran recorridos por gotas de aguas<br />

multicolores sobre un fondo de negritud líquida, brillante y<br />

sedosa que los constituía.<br />

Sólo al partir de aquella región para siempre, lo cual me<br />

contaría Yuan mucho después, éste supo cómo la tribu de<br />

ébano tenía una manera infalible de descubrir a aquéllos que<br />

se acercaban a sus dominios. Primero se sacaban los ojos<br />

sin dolor, luego vertían su aliento sobre éstos, haciendo que<br />

se retorcieran y alargaran como serpientes negras, hasta<br />

arrollarse sobre sí mismos y convertirse en huevecillos de<br />

ébano. Al madurar, lo que sucedía en segundos, brotaban<br />

unos ojos-pájaro que podían viajar a cualquier tiempo y<br />

lugar. Y siempre al menos un par de ellos estaban dando<br />

vueltas alrededor de la comarca.<br />

25


CONSULTA<br />

Me desperté sobresaltado a media mañana cuando Yuan<br />

me movió por los hombros como si estuviera removiendo<br />

escombros. Antes de bañarme puse la mesa para<br />

desayunar. Luego llamé al trabajo y dije —¿mentí?— que<br />

había pasado con fiebre y pesadillas durante la noche:<br />

“No hay problema. Lo importante es cuidarse”. “De por sí<br />

no urgen las traducciones”. “Gracias”, y colgué.<br />

Liu Yuan no comprendió. Lo invité a sentarse y le ofrecí<br />

de comer. El viejo marino apenas olió mi comida. Con<br />

gentileza extrajo de quien sabe que pliegue de su traje una<br />

pequeña ánfora turquesa y un paquetito envuelto en seda<br />

azul. La primera contenía lo que él llamaba semillas de agua,<br />

la cual bebía a sorbos; el segundo guardaba un pan hecho<br />

con harina de algas y especies exóticas el cual masticaba<br />

con extrema lentitud. La confianza que se fue desarrollando<br />

entre ambos durante las comidas, me permitió de manera<br />

espontánea preguntar acerca de diversos asuntos. Por<br />

esto, a la hora de organizar los apuntes he dejado un<br />

apartado, “Consulta”, donde he creído conveniente poner<br />

algunos extractos de estos diálogos. El capitán nunca lo<br />

supo.<br />

CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿qué es el poder primero?<br />

—Saber que el dolor está en la vida, no en la muerte.<br />

—Liu Yuan, ¿qué es el dolor?<br />

—Creer que estás separado de ti mismo, como la arena<br />

alrededor de una mano cortada.<br />

27


AELEZ Y ARDEGAJ<br />

—Todo fue organizado con mucha rapidez por parte de los<br />

hombres y mujeres de ébano —dijo Yuan, al continuar con<br />

el relato de su aventura de El Continente Rojo.<br />

“Queda poco para la tribu piel roja”, me contarían<br />

mientras terminaban los preparativos los hombres y mujeres<br />

de ébano.<br />

Enseguida, el capitán de ultramar me detalló cómo en<br />

Lendrax fueron acomodadas ánforas lapislázuli de lava<br />

petrificada, llenas con lo que la tribu de ébano llamaba<br />

semillas de agua, las cuales debían sembrarse en el primer<br />

ocaso, una vez que arribáramos a tierra piel roja. En<br />

cuanto al alimento, fueron guardadas toda clase de frutas,<br />

hortalizas y verduras en unos cofres hechos de esmeraldas,<br />

que tenían la capacidad de conservarlos frescos durante<br />

semanas.<br />

—Antes de partir sin embargo —añadió el viejo marino—,<br />

yo debía ayudarles a ir a la cueva blanca por cinco libros<br />

sagrados que mandarían como regalo a los habitantes del<br />

Continente Rojo. Tenía que ser yo, me explicaron, pues era<br />

humano como humanos los habitantes que necesitaban la<br />

ayuda.<br />

“Dar a quien no necesita, es entregar a quien no merece”,<br />

me dijeron al proporcionarme un ancho carcaj hecho de lava.<br />

Luego, antes de indicarme el camino a la cueva, la manera<br />

de entrar en ella y otras cosas, me presentaron a una joven<br />

pareja que iría conmigo, como delegación hasta aquellas<br />

lejanas tierras de El Continente Rojo. Sus nombres eran...<br />

—¿Cómo se escriben? —interrumpí a Yuan.<br />

—¿Cómo qué?<br />

—¿Que cómo los escribo? —añadí.<br />

29


—¡Ah! —exclamó<br />

Luego, el marino dibujó en el aire unas figuras<br />

anaranjadas y verdes que quedaron retorciéndose por<br />

unos instantes.<br />

—¡Ah! —indiqué e hice unos trazos—. ¿Así?: Aelez y<br />

Ardegaj.<br />

Liu Yuan aprobó con la cabeza. Un fulgor iluminó mis<br />

notas.<br />

30


LA CUEVA BLANCA<br />

—Detrás de dos lomas negras más brillantes que las otras<br />

—continuó Yuan, rascándose el mentón— quedaba La<br />

Cueva Blanca. Un arco de piedra, claro y resplandeciente,<br />

del tamaño de un árbol, antecedía un pequeño corredor que<br />

daba a la entrada de la caverna. Una piedra roja, con una<br />

extraña inscripción, tapaba el acceso.<br />

El marino hizo un trazo en el aire donde brilló en tonos<br />

bermellón la palabra “Ótile”, que copié de inmediato.<br />

—Conforme me indicaran los hombres y mujeres de<br />

ébano —continuó—, crucé los brazos frente al pecho y realicé<br />

una breve reverencia, tanto a la derecha como a la izquierda<br />

de Ótile. De inmediato la piedra roja se abrió, dando paso a<br />

una gruta blanca y brillante. Al atravesar el paso, un canto<br />

retumbó:<br />

La soledad es estar en compañía<br />

de uno mismo sin darse cuenta.<br />

Una vez que bajé por unos peldaños de cristal escarlata<br />

me adentré en un blanco pasadizo donde corría un riachuelo<br />

verde. Una hilera de piedras del mismo tono que los<br />

peldaños permitía el paso. Conforme las pisaba, cada piedra<br />

cantaba su nombre. Catorce fueron las piedras superadas.<br />

Catorce los misteriosos nombres que se repetían una y otra<br />

vez... Sol... Dhoods... Sun... Ilios... y que, sumados a la<br />

acústica del paso... Naytheet... Ahkin... Saule... Tonatiuh...<br />

Qurax... producían un canto estremecedor y maravilloso<br />

al mismo instante... Gunes... Grian... Surje... Ir... Sanse.<br />

El pasadizo ascendía dando paso a otra escalera de cristal<br />

semejante a la que usara para bajar. Por allí subían las aguas<br />

del riachuelo verde hasta dar con una pequeña planicie<br />

31


anaranjada rubí. El riachuelo se adelgazaba, hasta tener<br />

el tamaño de una arteria, hacia un cubo cristalino de débil<br />

resplandor esmeralda. Ahí me detuve a esperar.<br />

De pronto apareció un jinete que atravesó el fondo de la<br />

cueva como si fuera una simple cascada de chispas. Vestía<br />

un manto y turbante totalmente negros, con bordados de<br />

oro, lo mismo que la montura de su caballo. En un instante<br />

se paró sobre los cuartos traseros del animal, girando a tal<br />

velocidad que parecía no moverse, y extendió hacia mí un<br />

paquete envuelto en lino. Se trataba, según confi rmaría<br />

más tarde, de un libro hecho de la planta llamada papiro<br />

cuyo tallo se corta en tiras que, una vez secas y pegadas, se<br />

unen en hojas enrollables. Lo tomé sin quitar mi mirada del<br />

fulgor de los ojos del guerrero. “Mi nombre es Mará”, dijo y<br />

se dio vuelta para regresar a su tiempo y lugar.<br />

—Liu Yuan hizo su trazo en el aire. A partir de aquí,<br />

cada vez que decía un nombre extraño para mí, lo dibujaba<br />

en el aire.<br />

—Antes de desaparecer contra el fondo de la cueva<br />

—siguió el capitán—, el guerrero cantó, en tanto yo sentía<br />

que tragaba arena:<br />

Así como en el desierto se levanta el sol,<br />

en nuestros corazones se levanta el Dios.<br />

En el carcaj de lava que me dieran deposité el primer<br />

libro. Casi de inmediato apareció un gigantesco hombre<br />

dorado, también desde el fondo de la cueva, atravesándolo<br />

como si fuera una columna de vapor. Parecía ser de fuego<br />

lo mismo que su caballo. Su libro estaba envuelto en una<br />

tela de oro, y me lo arrojó directo al pecho, como si fuera<br />

una lanza, en tanto chirriaba su nombre: Jofah. Apenas<br />

y agarré el libro antes de que me atravesara el corazón.<br />

Después pude comprobar que se trataba de unas tablillas de<br />

madera cubiertas de una fi na capa de cera negra, las cuales<br />

habían sido inscritas con un estilete. Al ver que atrapaba<br />

su lanzamiento, el gigante dorado exhaló una carcajada de<br />

destellos. Luego, con la misma velocidad con que vino se<br />

fue. De su ser brotó un canto como un relámpago que me<br />

impidió verlo desaparecer:<br />

32


La compasión es el hueso del muerto.<br />

No bien terminaba de guardar el libro en el carcaj de<br />

lava, cuando apareció desde el fondo de la cueva un tercer<br />

personaje vestido con petos rojos y verdes y una toga blanca<br />

cubriéndolos. Llevaba de la rienda a su caballo que parecía<br />

estar hecho de hojas de laurel, al que a veces murmuraba.<br />

Me observó y rodeó. Sabía que me sondeaba. Yo me<br />

quedé mirando hacia el fondo. Tres vueltas me dio este<br />

ser: en la primera parecía tener el cuerpo hecho de tierra;<br />

en la segunda de agua; y en la tercera de aire. Era como si<br />

hablara y hablara pero yo no escuchaba más que su silencio.<br />

“Mi nombre es Enarh”, sentí resonar en mi interior. Después<br />

de unos momentos tocó la frente de su caballo, el cual sacó<br />

la lengua, una delgada lámina de fuego verde en forma<br />

de hoja, la que fue arrancada por el hombre misterioso,<br />

arrollándose de inmediato hasta formar un libro. Mientras<br />

otra hoja le brotaba como lengua al inmutable animal, con el<br />

libro en forma de rollo, aquel ser hizo otros tres círculos a mi<br />

alrededor, de derecha a izquierda. Después me lo entregó y,<br />

mirándome fi jamente a los ojos, cantó sin abrir la boca:<br />

Todas las respuestas son lo mismo.<br />

Todas las preguntas derrotan.<br />

Luego volvió a su cuándo y su dónde, llevando al caballo<br />

de la rienda, desapareciendo contra el fondo. Era como si<br />

danzara con una elegancia casi desmedida. Guardé el libro<br />

de hoja en el carcaj y me acuclillé, según me indicaran los de<br />

la tribu de ébano.<br />

El capitán de ultramar, con los ojos cerrados, tomó la<br />

misma postura. Un hormigueo se me anidó en la boca del<br />

estómago.<br />

Un cuarto hombre apareció vestido con pieles vivas<br />

—retomó Yuan—. Yo clavé el puño cerrado frente a mí,<br />

en tanto el salvaje desplegó una risa, despiadada en su<br />

franqueza, que hizo retumbar la cueva. De inmediato<br />

clavó su espada, delgada y plateada, frente a él mismo.<br />

Temporalmente, hacía su tienda en el territorio que<br />

ocupaban sus pies. No sé de dónde sacó un libro, como<br />

33


comprobaría más adelante, hecho con una serie de tablillas<br />

de bambú petrifi cadas, escritas con pincel y tinta, en<br />

columnas verticales, para leerse de arriba hacia abajo y de<br />

derecha a izquierda, envueltas en lianas, que me entregó.<br />

Luego me gruñó su nombre: “Stazú”, antes de lanzar otra<br />

carcajada e irse corriendo hacia adentro de la gruta como<br />

un perro salvaje:<br />

La fuerza de la espada del corazón.<br />

El cuarto libro encontró su lugar entre los otros justo<br />

cuando la cueva empezó a vibrar y a diluirse. De pronto me<br />

encontré en algún rincón de una helada estepa. Frente a<br />

mí, en un caballo más bien pequeño, fornido y muy peludo,<br />

un hombre de cara redonda, envuelto en un lobo gris, me<br />

ofrecía su libro: un envoltorio de cuero de becerros que nacen<br />

muertos, curtido para formar el mejor pergamino, similar al<br />

papiro. El hombre, desde su quietud, parecía hacer que el<br />

resto del universo se moviera a su alrededor. Al tomar el<br />

libro con una sutil reverencia, el guerrero de la estepa, cuyo<br />

nombre escuché como “Arjhán”, respondió con una melodía<br />

que brotó de mi interior:<br />

En la tienda del corazón sólo<br />

los muertos y la sangre se llevan.<br />

Al terminar el canto abrí los ojos y me vi de nuevo en la<br />

cueva blanca con los libros en el carcaj. Ahora estábamos<br />

listos para ir hacia El Continente Rojo.<br />

34


LA TRAVESÍA<br />

—Una vez a bordo —siguió Liu Yuan con su relato—, Lendrax<br />

hinchó sus velas con su propia fuerza y nos enrumbamos<br />

hacia el sol poniente, alejándonos para siempre de la región<br />

de los hombres y mujeres de ébano. Menq-Aurí escudriñaba<br />

el horizonte.<br />

Con ellos al mando, tuve oportunidad para ver con<br />

detenimiento a Aelez y Ardegaj, la pareja de ébano que<br />

fuera enviada como portadora de los libros sagrados. Eran<br />

cristales negros caminantes, brillantes y esbeltos. Sus<br />

cabelleras, de largas y ensortijadas trencitas de cuarzo<br />

negro, se arrollaban unas sobre otras en una larga cola. Al<br />

caminar, su movimiento generaba un sutil tintineo. Eran,<br />

además, de naturaleza reservada y observadora, hecho muy<br />

importante para mí.<br />

Partimos al caer la noche del día en que llegamos al<br />

territorio de los hombres y mujeres de ébano. Aelez y<br />

Ardegaj me hablaron hasta la tarde siguiente. Justo cuando<br />

Lendrax cambiaba de forma hasta parecer una fl echa sobre<br />

la pradera del océano, y yo les ofrecía agua fresca y bollos<br />

rellenos de algas recién horneados por la barca velera.<br />

—Nosotros —dijo Aelez, la mujer de ébano— somos<br />

descendientes de la muy antigua raza de los volcanes vivos.<br />

—Y te estábamos esperando —agregó Ardegaj, el<br />

hombre—, pues nuestros sabios habían descubierto un<br />

grave desequilibrio en el clima de “La gran casa”, el cual<br />

comenzó a afectar de gran manera la tierra que tú llamas El<br />

Continente Rojo.<br />

—Esto obedece —siguió Aelez— al choque de una piedra<br />

de fuego que cayó del cielo.<br />

—Por dicha y suerte nuestra, y de todos —añadió<br />

35


Ardegaj—, en esta ocasión los hombres y mujeres de ébano<br />

tenemos una oportunidad de que nuestra participación<br />

ayude a evitar una tragedia, al contar con usted y con su<br />

tripulación.<br />

Ante esto Lendrax aceleró el paso, Menq-Aurí deslizó<br />

un sutil destello y Galil emitió un chispazo de hilo azul,<br />

mientras la sonrisa de Aelez y Ardegaj tintineó contra el<br />

manto turquesa del mar. El impulso a dejarme abrazar por<br />

aquella sonrisa fue cortado por el sonido de cuerno que hizo<br />

Menq-Aurí. De un salto dejé a la pareja de ébano y me fui a<br />

cubierta. En un asta giratoria que, cada día, Lendrax hacía<br />

como si fuera la primera vez, hice un círculo completo hasta<br />

que el catalejo se detuvo en dirección sur.<br />

Al principio lo único que se divisaba era el runrún del mar<br />

hasta que una gigantesca columna de escamas de agua y<br />

vapor se alzó para zambullirse poderosamente en nuestra<br />

dirección. Pronto divisé un dragón de fuego. Menq-<br />

Aurí hizo girar sus lentes y en instantes calculé el poco<br />

tiempo que nos quedaba antes del choque. Aquel ser era<br />

una imponente criatura de fuego: un dragón estriado de<br />

ojos como esmeraldas palpitantes y un espumoso cuerpo<br />

amarillo. Su cara estaba henchida de borlas de diamantes.<br />

Su impulso obedecía a los rápidos movimientos de una<br />

aleta caudal de un turquesa penetrante. Las fauces abiertas<br />

permitían entrever las paredes interiores de un azul tornasol<br />

casi transparente, el cual se fundía con el amarillo laminado,<br />

escamado, de su panza, en la que resaltaban unas colonias<br />

de rubíes en forma de verrugas. Era claro que el choque con<br />

aquella criatura sería demoledor a juzgar por la velocidad<br />

que traía, razón por la que también era imposible evadirlo.<br />

Dos sonidos de cuerno de Menq-Aurí fueron sufi cientes<br />

para que Lendrax supiera lo que pasaba. De inmediato<br />

aminoró la velocidad en tanto comenzó a transformarse en<br />

un ariete. Aelez y Ardegaj pusieron las palmas de sus manos<br />

sobre el casco de Lendrax y cerraron los ojos; en instantes<br />

estaban enterados de lo que ocurría.<br />

—No hay tiempo para explicaciones —dijeron ambos—.<br />

Es necesario poner a Menq-Aurí en la punta de Lendrax.<br />

De inmediato la barca, al tiempo que se convertía en una<br />

36


lanza poderosa, cuya punta era completada por mí con el<br />

catalejo de oro, aseguraba las ánforas lapislázuli de lava<br />

petrifi cada con la “semilla de agua”, así como los cofres<br />

hechos de esmeraldas con las frutas, hortalizas y verduras,<br />

haciendo un enrejado con su propio cuerpo. Aelez y Ardegaj<br />

me rodearon en tanto cantaron: annnggg-liiibbb-pppzzz,<br />

varias veces. Aquel sonido se condensaba y nos envolvía.<br />

Parecíamos la yema de un huevo de destellos. Cuando el<br />

choque era casi inevitable Aelez murmuró:<br />

—Es el momento.<br />

Entonces sus manos se hicieron uno con el casco de<br />

Lendrax, la cual comenzó a vibrar cada vez con mayor<br />

intensidad hasta que se encendió con un fuego azul, casi<br />

blanco, el cual fue y vino tres veces, de babor a estribor y de<br />

arriba hacia abajo, tomando la mayor fuerza posible. Todo<br />

el poder fue descargado hacia Menq-Aurí en el instante en<br />

que el dragón de fuego se nos abalanzó. Lendrax asestó<br />

un fulminante golpe en la mitad de los ojos de la criatura<br />

por medio del catalejo de oro, logrando que el dragón<br />

estallara en cientos de partes. Poco después Lendrax volvía<br />

a tomar su forma de barca de velas y cada uno retornaba a<br />

la normalidad, menos Aelez y Ardegaj quienes, agotados, se<br />

habían quedado dormidos.<br />

Años más tarde, la misma barca me enteraría de que<br />

aquella descarga de energía hizo que la pareja de ébano<br />

no pudiera regresar con los suyos, haciéndolos quedarse<br />

en El Continente Rojo. Para ellos salir o entrar a la región<br />

de los volcanes de ébano sólo era posible si cada habitante<br />

de la tribu mantenía su energía completa, pues cada uno<br />

era el único conducto, puente sólo para sí mismo, que unía<br />

su mundo con otros por unos días, luego de los cuales era<br />

imposible regresar pues nada ni nadie podría revertir el<br />

proceso.<br />

La brutalidad del choque con el dragón marino produjo<br />

una grieta, casi invisible, en la base de los cuellos de Aelez<br />

y Ardegaj, variando su energía interna, obligándolos a<br />

quedarse en el universo de El Continente Rojo. Aelez y<br />

Ardegaj le habían hecho jurar a Lendrax y a Menq-Aurí que<br />

no me dirían nada de esto hasta cuando yo tuviera la edad<br />

37


necesaria para comprender y aceptar. Sabían que no habría<br />

descansado hasta encontrar algo que los hubiera regresado<br />

a su tierra. Como ello era imposible, consideraron que lo<br />

mejor era enfrentarlo tal cual y no decirme nada. Tenían<br />

razón.<br />

Lo que había quedado del dragón trataba de reagruparse<br />

en su ferocidad. Sin necesidad siquiera de sugerirlo, Lendrax<br />

se alejó de allí con todas sus fuerzas. Mucho después<br />

supimos que aquel choque generaría el peligrosísimo Anillo<br />

de Fuego, así llamado por los marino. Una mortal trampa<br />

que anduvo deambulando por el océano hasta que quedó<br />

fi jada en un estrecho formado por enormes acantilados<br />

como colmillos de piedra. El Anillo de Fuego era un círculo<br />

de muerte formado por peces ígneos creados por el dragón<br />

de fuego al explotar. El letal círculo, formado por el continuo<br />

girar de estos peces desde el fondo del mar hasta casi llegar<br />

a donde comenzaban los montes que daban paso a aquel<br />

estrecho, nunca se detenía. Cada pez proyectaba su luz hacia<br />

el centro del círculo, creando una telaraña de fulgor, fuego y<br />

muerte. Cualquiera que pasara a través del Anillo cortaba el<br />

refl ejo perfecto de la luz y encontraba la perdición, devorado<br />

en medio de las más terribles quemaduras. Quienes se<br />

acercaban a éste observaban, hacia el fondo del estrecho, el<br />

creciente latir de un nudo de destellos. Más de uno llegaría<br />

a asegurar que allí palpitaba el corazón de la muerte.<br />

Pasar por el centro era imposible. Los peces ígneos<br />

nunca dejaban de girar. Si no atrapaban una víctima, se<br />

alimentaban de las chispas de vapor y fuego que hacían<br />

tanto al entrar como al salir del agua. Ninguno se quedaba<br />

sin alimento: en tanto que un pez comía las centellas recién<br />

hechas producía otras para el siguiente. Aquel círculo de<br />

muerte solamente se detenía por una brevedad al caer<br />

un intruso que ofrecía un instantáneo festín en grupo. El<br />

resplandor era carnada infalible. Sin embargo, cuentan las<br />

aventuras de ultramar que hubo un misterioso grupo: una<br />

tortuga, un ave transparente y un humano, que una vez<br />

lograron pasar sin sufrir ningún daño; y hasta se habla de un<br />

hombre de ébano que logró destruirlo. Esto, no obstante,<br />

nunca lo vi, y no conocí a nadie que lo pudiera asegurar.<br />

38


LA DANZA DE LA NOCHE VERDE<br />

(I PARTE)<br />

Sin darme cuenta, Liu Yuan, había hablado totalmente<br />

dormido desde hacía buen rato. Al percatarme de ello,<br />

el capitán de ultramar se sumergió totalmente en el runrún<br />

que le brotaba de la memoria. Lo que contó a continuación<br />

no podía ser entendido, por lo que opté por descansar<br />

mi brazo, guardar las notas y acompañar a Yuan en esta<br />

aventura del sueño.<br />

—¡Despierta! ¡Haragán! —me sacudió el viejo marino.<br />

Creí que habíamos dormido escasos minutos pero, al mirar<br />

el reloj, no pude creer que habían pasado casi diez horas.<br />

—¿En qué estábamos? —preguntó como si nada mientras<br />

ordenaba los papeles.<br />

—Quedamos en el arribo a El continente rojo<br />

—contesté.<br />

—¡Ah! ¡Claro!... Al llegar —prosiguió Yuan con<br />

entusiasmo—, nos dirigimos a una cueva donde, según<br />

indicara Menq-Aurí, aún había sobrevivientes. Un olor a<br />

muerte revoloteaba. Lendrax había adoptado la forma del<br />

estrecho y por sí misma había sacado las ánforas lapislázuli<br />

con la “semilla de agua” y los cofres de esmeraldas con los<br />

alimentos. Mientras tanto, Aelez, Ardegaj y yo, dábamos<br />

sorbos de agua a quienes nos encontrábamos. La última fue<br />

la joven y pequeña mujer de extraordinaria belleza a quien<br />

ya había visto a través de Menq-Aurí: Rocío de la Mañana.<br />

Llegamos hacia mediodía a El Continente Rojo y ya para<br />

la tarde los habitantes de la tribu podían medio caminar y<br />

hablar. No había duda de que aquella agua y alimentos eran<br />

muy poderosos. En tanto esto sucedía, en la cubierta de<br />

Lendrax Menq-Aurí recorría el territorio del continente a fi n<br />

de asegurarse de no dejar perdido a algún otro sobreviviente,<br />

39


ya fuera planta, animal o humano. Después de esto, Aelez<br />

y Ardegaj llamaron a una reunión alrededor de una fogata<br />

para compartir una bebida exquisita preparada con una fruta<br />

de su tierra. Aquel néctar era tan fortifi cante, refrescante<br />

y sabroso como lo que cada cual quisiera: para algunos la<br />

miel más delicada; para otros el agua más cristalina; para mí<br />

era como el sabor del amanecer en alta mar. Enseguida, la<br />

pareja de ébano hizo tintinear sus cabellos al compás de una<br />

canción que pronto toda la tribu cantaba mientras bailaba<br />

alrededor de la hoguera. Por mi parte preferí observar la<br />

belleza de la danza que terminó cuando Aelez se detuvo,<br />

antes de que Ardegaj trajera el carcaj con los cinco libros<br />

sagrados. Los sobrevivientes de la tribu piel roja parecían<br />

entenderse de maravillas con el lenguaje y las usanzas de los<br />

delegados de ébano y, en segundos, se sentaron alrededor<br />

de la hoguera. Fue Aelez la que habló primero:<br />

¡Oh madrepadre-magma! ¡Oh huevo ígneo!<br />

Fuerzas primigenias de la tierra,<br />

¡Despierten mi alma,<br />

acrisólenme en el poder del fuego!<br />

¡Fuerzas elementales, acudan a mí!<br />

Luego Ardegaj continuó:<br />

¡Despierta! ¡Despierta!<br />

Oh durmiente del país de las sombras.<br />

¡Despierta! ¡Expándete!<br />

Yo estoy en ti y tú estás en mí, un mutuo amor.<br />

Fibras de amor que van de uno a otro.<br />

¡Mira! somos UNO.<br />

De inmediato, un remolino de viento comenzó a<br />

rodearnos, mientras que la hoguera donde danzaba la tribu se<br />

acrecentó y comenzó a girar sobre sí misma, convirtiéndose<br />

en la más hermosa que haya visto jamás: una hoguera verde.<br />

Acto seguido Aelez y Ardegaj resplandecieron y cantaron:<br />

Todo centro de todo. Todo a orilla de todo.<br />

40


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿qué es compartir?<br />

—¡Ah!, eso lo dijo mejor uno de una época un poco<br />

anterior a la tuya...<br />

Entonces el capitán de ultramar hizo un garabato en el<br />

aire y un nombre, Krishnamurti, se retorció para mí por unos<br />

instantes como un puñado de gusanos al que se le prende<br />

fuego, antes de continuar con su respuesta:<br />

—Compartir es “ver en la misma dirección, en el mismo<br />

momento y con la misma intensidad”.<br />

41


LA DANZA DE LA NOCHE VERDE<br />

(II PARTE)<br />

Luego de un silencio dorado, Liu Yuan respiró hondo y<br />

prosiguió con su relato acerca de los libros sagrados:<br />

—Fue cuando ocurrió un hecho poco menos que<br />

asombroso: los libros, que Aelez y Ardegaj habían puesto<br />

entre nosotros y la hoguera, comenzaron a relucir por sí<br />

solos, hasta formar un resplandor de cinco puntas. Del<br />

primero, hecho de papiro, salían “los espíritus de las criaturas<br />

de la arena”, según explicara Aelez. En segundos, formaron<br />

un suave remolino alrededor de nuestras cabezas y se<br />

dispersaron por los seis puntos cardinales. De inmediato,<br />

el libro fue cerrado y entregado a Rocío de la Mañana, quien<br />

había sido elegida guardiana.<br />

—En adelante —aclaró Ardegaj—, en tu tribu lo conocerán<br />

como el Libro del Hueso Principal de Mará, espíritu de la<br />

arena y señor de las fortalezas.<br />

Poco a poco le fue tocando el turno a los otros libros que<br />

yo había recogido en la cueva blanca. Ardegaj daba a conocer<br />

sus nombres. Del segundo libro, envuelto en un brillo de<br />

oro, y compuesto por unas tablillas de madera cubiertas de<br />

cera negra, salieron los espíritus de los animales poderosos<br />

como caballos, búfalos, pumas, águilas, y muchos otros<br />

más. Al entregárselo a Rocío de la Mañana dijo:<br />

—En adelante, en tu tribu lo conocerán como el Libro del<br />

Hueso Principal de Jofah, espíritu de lo veloz y principal de<br />

la osadía y valentía sin límites.<br />

Del tercero, la hoja como una lengüeta de fuego verde<br />

arrollada hasta formar un libro, saltaron los animales<br />

pequeños y poderosos: serpientes, roedores, insectos,<br />

pajarillos envueltos en cantos multicolores, y muchos<br />

otros más. Al entregárselo a Rocío de la Mañana, Ardegaj<br />

43


sentenció:<br />

—En adelante, lo conocerán como el Libro del Hueso<br />

Principal de Enarh, espíritu de las criaturas pequeñas, y<br />

aguerrido del honor y del convencimiento adecuado y<br />

necesario.<br />

Del cuarto libro, la serie de tablillas de bambú petrifi cadas,<br />

saltaron diversas aves medianas y grandes; el perro y el<br />

jabalí salvajes; plantas curativas y para la pintura de guerra;<br />

y muchos otros. Al entregárselo a Rocío de la Mañana<br />

Ardegaj explicó:<br />

—En adelante, en tu tribu lo conocerán como el Libro del<br />

Hueso Principal de Stazú, el guerrero del pedernal, espíritu<br />

de lo salvaje y de lo que calla.<br />

Del quinto libro, el envoltorio de pieles de becerros que<br />

nacen muertos, saltaron los espíritus de las grandes praderas<br />

y bosques, así como del lobo y de aquellos animales de<br />

grandes manadas, y muchos otros más. Al entregárselo a<br />

Rocío de la Mañana, Ardegaj indicó:<br />

—En adelante, lo conocerán como el Libro del Hueso<br />

Principal de Arjhán, el que arrasa para que se pueda construir,<br />

y espíritu de lo que se extiende y sirve de puente.<br />

Poco recuerdo más, excepto que un zumbido en la<br />

cabeza me despertó hasta el tercer día descubriendo que<br />

por cualquier lado que se caminara, comenzaban a salir<br />

retoños, lo mismo que saltaban por aquí y allá cachorros de<br />

todas las especies. Supe que era hora de que Lendrax, Menq-<br />

Aurí, los delegados y yo nos marcháramos. Les dije a Aelez<br />

y Ardegaj que había que regresar, sin embargo declinaron<br />

mi invitación con una sonrisa y un abrazo que estremeció<br />

mi ser. Aun con aquella alegría no pude dejar de sentir en<br />

ellos una gota de tristeza. La tribu piel roja, encabezada por<br />

Rocío de la Mañana, fue a despedirnos en completo silencio.<br />

Con lentitud nos fuimos alejando en una mañana más bien<br />

gris. La sola presencia de Aelez y Ardegaj comenzaba a<br />

equilibrar el clima y a permitir que las especies repoblaran<br />

aquellas tierras.<br />

Al vernos marchar, los piel roja nos recordarían como<br />

un punto resplandeciente en la inmensidad del espacio.<br />

En adelante, aunque no lo supiéramos entonces, tanto<br />

44


Lendrax, Galil, Menq-Aurí y yo, llevaríamos una espiga de<br />

fuego sobre la frente.<br />

45


EL<br />

ORIGEN<br />

DEL<br />

LOBO<br />

El universo siempre habla<br />

pero con iguales.


DE LO QUE HABITA EN CADA PARTE<br />

VIVA DEL UNIVERSO DE AFUERA<br />

Las visitas de Liu Yuan siempre fueron impredecibles.<br />

Sin embargo, ninguna como aquella tarde cuando estaba<br />

en mi cafetería preferida. Era la primera vez que lo veía<br />

entre la gente. Los clientes se quedaron inmóviles, algunos<br />

ensayaron una sonrisa mecánica; la mayoría terminó lo más<br />

rápido posible. Yuan vestía de seda turquesa. Hilos de<br />

plata formaban unos arabescos extraños que se movían<br />

en su pecho. El pelo lo tenía recogido sobre la coronilla<br />

y, en lugar de caminar, parecía flotar. A una señal mía el<br />

camarero ni se acercó. Saqué la libreta, sorbí el café y<br />

tomé nota.<br />

Hoy te voy a hablar acerca del origen de las cosas, cosas<br />

como el lobo —dijo Yuan, tratando de acomodarse en la<br />

silla—. Del espíritu del lobo que habita en cada cosa viva y<br />

que está esperando la oportunidad de que lo dejemos fl uir<br />

dentro de nosotros mismos.<br />

Una vez, un discípulo caminaba con su maestro por un<br />

bosque cuando, de pronto, fueron sorprendidos por un<br />

gigantesco lobo. El aprendiz quiso salvaguardar a su maestro<br />

interponiéndose entre éste y el animal. El maestro miró<br />

sorprendido al aspirante, enseguida al lobo, se puso entre<br />

ambos y de inmediato quedar a cuatro patas para comenzar<br />

a hacer los mismos movimientos y ruidos que la bestia; la<br />

cual se le acercó. Durante unos segundos gruñeron y se<br />

olfatearon. Luego, el feroz animal se volvió al bosque como<br />

la ola al mar, en tanto el viejo se levantó, alisó sus ropas y<br />

continuó su camino. Después de un rato, y adivinando la<br />

curiosidad de su discípulo, fi nalmente le dijo:<br />

—El universo siempre habla, pero solamente con<br />

iguales.<br />

49


Más tarde el maestro se detuvo y le indicó al joven que<br />

hiciera una fogata, alrededor de la cual pasarían la noche. Al<br />

cumplir el mandato, el aprendiz preguntó a su mentor:<br />

—Maestro, ¿cuál es el camino?<br />

Una suave sonrisa precedió la respuesta:<br />

—Escucha el color de la noche, ensancha tu corazón para<br />

que vea —y acto seguido se dio media vuelta y se durmió.<br />

El discípulo hizo lo mismo y soñó lo siguiente:<br />

“Se veía parado frente a un desierto que se perdía en<br />

la inmensidad. A lo lejos, nacía un amanecer con un sol<br />

plateado, alrededor del cual eran atraídas gigantescas y<br />

ralas nubes, también plateadas, que giraban con suavidad.<br />

Entre el amanecer y el aprendiz estaba la arena infi nita,<br />

apenas reconocible como tal, gracias a la presencia del<br />

sutil contraste que hacía el bordado de una pequeña<br />

hilera de piedras negras. De inmediato, el discípulo se vio<br />

desplazado, sin dar un solo paso, hasta el otro lado de su<br />

visión, quedando parado frente a un mar infi nito que se<br />

perdía en la inmensidad. A lo lejos un atardecer, con un<br />

sol rojo pálido, se mostraba idéntico al amanecer de plata.<br />

Entre ambos el agua infi nita, la cual era apenas reconocible<br />

como tal, gracias a la presencia del sutil contraste que hacía<br />

el bordado de unas fl ores de loto, exactamente en la misma<br />

posición que, en la visión del desierto, tenía la pequeña<br />

hilera de piedras”.<br />

Entonces el aprendiz despertó de su sueño a otro sueño<br />

donde él era un espíritu como una suave risa de arena que<br />

corriera en su interior como si fuera un lobo de agua. Desde<br />

ese momento el aspirante, despierto para su propio ser,<br />

nunca más abrió los ojos. Se cuenta que algunos vieron al<br />

maestro vagar solitario, hasta que un día desapareció para<br />

siempre. Se dice, además, que en el lugar donde discípulo<br />

y maestro durmieron esa noche, nunca encontraron el<br />

cuerpo del primero, y sólo los lobos se acercan a aquel sitio,<br />

habitado, también se dice, por un espíritu como un sutil<br />

aullido el cual se puede ver, si se hace verdadero silencio,<br />

como un palpitar de luz.<br />

50


CONSULTA<br />

(DE LO FUERTE)<br />

—¿Qué es más fuerte: una pluma, un colmillo o una piedra?<br />

—No entiendo.<br />

—¡Ah!... Entonces el silencio es más fuerte.<br />

51


EL<br />

ORIGEN<br />

DEL<br />

TIGRE<br />

En los gusanos<br />

que lo igualarán con todo.


DE LO QUE HABITA EN CADA PARTE<br />

VIVA DEL UNIVERSO DE ADENTRO<br />

Liu Yuan, hizo una pequeña tregua para beber de su<br />

ánfora turquesa.<br />

—Ahora te voy a hablar acerca del origen del tigre<br />

—agregó sin más—. Del espíritu del tigre que habita en cada<br />

parte viva del universo de adentro.<br />

Y el viejo marino se levantó de la silla, apartándola, para<br />

sentarse en el piso. Con un gesto leve me indicó que hiciera<br />

lo mismo. El camarero, de inmediato, se puso detrás del<br />

mostrador. Yuan cerró los ojos y me contó lo siguiente.<br />

—Una vez —carraspeó—, cuentan los antiguos que un<br />

maestro viajaba con un discípulo por un desierto cuando<br />

oyeron el rugido de un tigre, como un relámpago a<br />

descampado.<br />

El discípulo preguntó:<br />

—Maestro, ¿cuál es el origen del tigre?<br />

El viejo se detuvo para recoger un puñado de arena, el<br />

cual dejó caer con lentitud.<br />

—¿Cuál es el camino? —insistió el discípulo.<br />

—¿El camino de qué? —respondió el maestro y luego se<br />

quedó callado y prosiguió su andar.<br />

Hacia el anochecer el desierto se abrió como una fl or,<br />

dando paso a una montaña turquesa.<br />

—Haz una fogata —indicó el maestro—. Mañana a<br />

primera hora iremos al encuentro con el tigre.<br />

El discípulo pasó la noche intentando conseguir algo de<br />

leña. Por fi n, antes del amanecer, obtuvo tres delgadas ramas<br />

que comenzó a frotar. El maestro lo detuvo amablemente<br />

y le dijo:<br />

—El espíritu del tigre nace con las armas que ha de ocupar<br />

en su enfrentamiento con el universo, pero especialmente<br />

55


consigo mismo.<br />

Dicho esto hizo un triángulo con las tres ramas, las cuales<br />

alzaron llamas y prosiguió:<br />

—Descansa, pronto subiremos a la montaña.<br />

El discípulo se ovilló entre la arena pero, cuando<br />

comenzaba a dormirse, fue sacudido por el viejo, quien<br />

susurró:<br />

—Es hora de conocer el origen del tigre.<br />

Cansado, el joven lo siguió en la difi cultosa pendiente<br />

hacia la montaña turquesa. Horas después, el maestro se<br />

detuvo frente a una frondosa y cristalina planta de grandes<br />

hojas. Al inclinarse para saludarla pasó su mano frente<br />

a una de las hojas sin tocarla. Al fi nalizar dijo, sin mirar al<br />

aprendiz:<br />

—¡Aquí! ¡Aquí!<br />

Luego se devolvió unos pasos y se detuvo frente a otra<br />

hoja que yacía inclinada a fl or de tierra, “Saludando su<br />

presencia y la nuestra”, pensó el maestro para sí. Mirando<br />

al discípulo dijo:<br />

—¡Aquí! ¡Aquí!<br />

Un poderoso relámpago partió la mañana como una<br />

fruta. De inmediato el viejo preguntó a su alumno:<br />

—¿Cuál es el origen del tigre? ¿Cuál es el camino?<br />

El discípulo no supo contestar. El maestro sonrió, regresó<br />

sobre sus pasos al desierto y se perdió en él para siempre.<br />

El discípulo se quedó frente a la planta de hojas cristalinas<br />

tratando de encontrar la respuesta hasta que fue, fi nalmente,<br />

vencido por los días. Se dice que, mientras algunos viajeros<br />

que visitan la montaña turquesa, encuentran un hombre<br />

frente a una planta de hojas de cristal que permanecen<br />

siempre verdes, otros ven un nudo de relámpagos frente a<br />

un descomunal rugido que, en forma casi de garra, hubiera<br />

echado las raíces de su madriguera en aquel sitio.<br />

56


CONSULTA<br />

(DE LA FUERZA)<br />

Dijo Liu Yuan:<br />

—¿Dónde el tigre?<br />

¿En sus garras?<br />

¿En sus huellas?<br />

¿En la asechanza?<br />

¿En su rugido?<br />

¿En su sombra?<br />

¿En el resto de universo donde no palpita?<br />

Dijo Liu Yuan:<br />

—¿Dónde el tigre?<br />

¿En la tundra que lo recibe y despide?<br />

¿En la presa que sin saberlo huye hacia sus fauces?<br />

¿En los gusanos que lo igualarán con todo?<br />

57


LA<br />

HISTORIA<br />

DE<br />

LAS<br />

TABLAS<br />

Quien busca el conocimiento<br />

cada vez tendrá más,<br />

quien busca la sabiduría<br />

cada vez necesitará menos.


EL OTRO YUAN<br />

Hay momentos en que la vida depende de lo que elijamos en<br />

ese preciso instante. Son lo que llamo “momentos totales”.<br />

Después de conocer a Liu Yuan, intento acercarme al<br />

grupo para quienes cada instante es el primero y el último.<br />

Recuerdo que la primera vez que hablé de esto fue cuando<br />

el viejo marino me trajo un manuscrito tallado en hueso<br />

con tinta azul, el cual descubrí poco después de ver por<br />

última vez al capitán de ultramar, y gracias a un traductor<br />

chino, como un anónimo del siglo V de nuestra era. Aún<br />

resuenan en mí un par de sus frases: “Como sabe que todo<br />

se vive por última vez, vive cada reencuentro con la fuerza<br />

de una primera vez”. O la otra: “Avanza entero por el<br />

camino trazado de su destino y coloca la mano con el mismo<br />

cuidado que si fuera a poner en marcha la primavera”.<br />

Sin embargo, uno de los asuntos de estos “momentos<br />

totales” que más me ha intrigado es saber si cuando uno<br />

elige algo, entonces ¿qué pasa con lo que no eligió? ¿Cómo<br />

sería uno si hubiera tomado otro camino? O, aún más, ¿hay<br />

algún “otro yo” que continúa con la elección desechada?<br />

Me imagino al universo como un gran tamiz y lo único que<br />

me hace saber dónde me encuentro es mi conciencia de mí.<br />

Pero, y para “los otros yo” que eligieron otras cosas, ¿cómo<br />

serán sus existencias?<br />

Estas reflexiones no tendrían ninguna importancia más<br />

que para mí a no ser por lo que una vez sucediera con el<br />

propio Yuan. Una noche, al entrar a mi casa, lo encontré<br />

durmiendo en el suelo de la sala. Luego de volver a<br />

preguntarme cómo haría para entrar, pues no tenía llave,<br />

y de reconocer que no me agradaba aquella invasión a mi<br />

privacidad, me sentí extrañamente conmovido hacia aquel<br />

61


¿viejo?<br />

Una voz misteriosa empezó a resonarle, al principio<br />

incomprensible, hasta que pude descubrir cómo aquella voz<br />

extraña era la de otro Yuan, uno joven.<br />

“Sueña en edades”, me dije.<br />

Sin embargo, conforme contaba su historia, aquella<br />

voz no parecía ser la de un marino sino la de un aprendiz<br />

de conocimiento. Me resistí a la evidencia. Hasta pensé<br />

que el relato que salía del cuerpo del viejo Liu Yuan era<br />

un recuerdo de su juventud. Sin embargo recordé que el<br />

capitán de ultramar me había contado que él había estado<br />

en el mar con Lendrax, Menq-Aurí y Galil desde que<br />

comenzó a aprender a hablar, y quizás antes.<br />

He tratado de no preguntarme más acerca del origen<br />

de esta aventura que oí desde el cuerpo del viejo marino,<br />

relatada por un desconocido Yuan. Lo que a continuación<br />

transcribo es casi como lo escuché.<br />

En otro tiempo y espacio, un joven Yuan buscaba<br />

afanosamente el conocimiento que lo liberara de la cadena<br />

del sufrimiento y la ignorancia, de la vida y de la muerte,<br />

de las causas y los efectos. La historia del joven Yuan se<br />

desarrollaba en una antiquísima cueva habitada por cinco<br />

ancianos. Cada uno tenía un libro que, a juzgar por las<br />

descripciones que escuché, era inclusive más antiguo que<br />

los mismos ancianos. Según entendí, a éstos sólo les<br />

restaba enterrar aquellos textos misteriosos para poder<br />

liberarse de la rueda de sus ataduras.<br />

Cotejando datos, posteriormente encontré una evidente<br />

relación entre esta vieja cueva, sus libros y los ancianos,<br />

con lo descrito por el capitán de ultramar acerca de La<br />

Cueva Blanca, en su aventura de El Continente Rojo.<br />

He creído conveniente, no obstante tanta complejidad,<br />

dejar constancia de la historia del joven Yuan, el discípulo.<br />

Finalmente, es necesario aclarar que al viejo capitán de<br />

ultramar nunca le conté nada acerca de esta historia, ni de<br />

mi decisión de incluirla en sus aventuras.<br />

Un tembloroso joven Yuan, vestido con jirones y sudor<br />

helado, se acercó a una cueva tratando de protegerse de<br />

62


un tigre blanco y de un lobo azul, que el frío había arrojado<br />

contra él. Al adentrarse en la caverna, el joven apenas<br />

pudo observar que su entrada era un arco de ceniza. La<br />

vana ilusión de que si encendía una hoguera estaría a salvo<br />

de aquellas fi eras iluminó su paso por entre el principio de la<br />

noche y las piedras. Jamás habría imaginado que al fondo<br />

de la cueva se encontraría con cinco ancianos alumbrados<br />

por una fogata, una fogata añil. Al verlo entrar, los<br />

ancianos no se sorprendieron sino que, más bien, uno de<br />

ellos le indicó que se sentara alrededor de aquella fogata.<br />

El hombre portaba una armadura hecha de resplandores<br />

blancos, coronada por una fl or de loto, con tenues jaspes<br />

rosados, la cual giraba sobre sí misma, realzando sus aún<br />

negros, largos y ensortijados cabellos. A veces, el viejo<br />

parecía estar hecho de arena viva, otras, parecía ser una<br />

hiena recién desollada, bañada en luna líquida. La fogata<br />

daba un tenue brillo, casi irreal a la cueva, contrastando<br />

con las sonrisas plateadas que los viejos intercambiaron al<br />

verlo sentarse, como una piedra hacia el fondo de un lago.<br />

El joven se sintió seguro, casi relajado, hasta que recordó<br />

el peligro que lo había arrojado hacia ahí.<br />

—Un tigre y un lobo me persiguen —advirtió.<br />

—¡Cállate! —rasgó uno de los ancianos—. ¡Ellos ya<br />

están aquí! —y acto seguido se golpeó el pecho, haciendo<br />

rechinar su armadura.<br />

Esta era azul y parecía ensancharse a voluntad. Su<br />

casco era dorado en la parte superior, coronado por un rayo<br />

de fuego el cual se adelgazaba, como una lengüeta sobre<br />

la nariz, adquiriendo una tonalidad azul intenso. Polvo de<br />

estrellas pareció inundarlo todo. El joven apenas contestó<br />

una leve exhalación antes de que otro anciano, rapado<br />

y enjuto, arrimara a la hoguera cinco bultos y se fuera a<br />

vigilar la entrada. Por detrás y por delante, su armadura<br />

tenía grabada la fi gura viva de un águila lapislázuli que se<br />

revolcaba tratando de despegarse de ella. El tercero de los<br />

viejos, cuyo cuerpo estaba hecho de tizones y su cabellera<br />

era una garra, le ofreció unos fardos. Cuando el joven Yuan<br />

los desató, emergieron tablas de barro envueltas en pieles,<br />

lino, seda, hojas secas y ceniza cristalizada.<br />

63


—¡Lee! —ordenó el anciano, humeante, dejando<br />

entrever una armadura como una gigantesca piel de<br />

león que se erizaba por la espalda, y que, no obstante su<br />

volumen, parecía hacerlo fl otar.<br />

El cuarto hombre se despegó de la oscuridad y vino<br />

junto al joven. Parecía un espejo viviente cubierto por<br />

una turquesa recién excavada. Tenía el cabello largo y<br />

ensortijado. La furia de su mirada creaba la ilusión de<br />

transformarlo a veces en lo que Yuan, el aprendiz, creyó<br />

un lobo gris. Aquel anciano se sentó a su lado, cerrando<br />

los ojos para acompañarlo en su lectura. Al fi nalizar, el<br />

quinto anciano vino hacia el joven. De andar lento pero<br />

fi rme, parecía estar hecho del más viejo bambú. Su<br />

armadura era un ramaje verde que le salía entre el hombro<br />

y el cuello. Al estirarse por voluntad propia formaba unas<br />

alas de mariposa que se ensanchaban hacia la espalda,<br />

dirigiéndose hasta el principio de la columna. Antes de<br />

recoger cada tabla y envolverla de nuevo, el viejo tomó al<br />

joven Yuan de las sienes y sopló sobre él:<br />

—Quien busca el conocimiento, si es implacable e<br />

impecable, cada vez tendrá más. Quien busca la sabiduría<br />

cada vez necesitará menos.<br />

Acto seguido, el anciano enterró las tablas, mientras el<br />

cansancio del mundo cayó sobre Yuan, el aprendiz, el cual<br />

se acurrucó más cerca del fuego azul.<br />

64


LAS TABLAS<br />

Una noche de llovizna y cuarto creciente escuché en el<br />

profundamente dormido viejo marino, al joven Yuan, ¿desde<br />

el mundo de los sueños?, contar lo que estaba escrito en las<br />

tablas.<br />

LO CONTRARIO: De un dictador, un vendedor. De un<br />

general, un redentor. De un rey, un esclavo. De un gran<br />

jefe, un servil. De un emperador, un mendigo.<br />

LO QUE HEREDA: Un dictador, la verdad. Un general,<br />

la fe. Un rey, la humildad. Un gran jefe, la dignidad. Un<br />

emperador, la insurrección.<br />

LO ABOMINABLE: Para un dictador, que se rían de él.<br />

Para un general, que el Dios lo obligue. Para un rey, que<br />

lo olviden. Para un gran jefe, que lo impongan. Para un<br />

emperador, que no lo necesiten.<br />

LA MAYOR DEBILIDAD: Para un dictador, la duda. Para<br />

un general, la culpa. Para un rey, la competencia. Para<br />

un gran jefe, la irresponsabilidad. Para un emperador, el<br />

miedo.<br />

EL CAMINO DEL GUERRERO: Para un dictador, la<br />

confusión. Para un general, la entrega. Para un rey, la<br />

justicia. Para un gran jefe, la guerra. Para un emperador,<br />

la derrota.<br />

65


LA TRIBU<br />

DE<br />

LOS<br />

HOMBRES<br />

Y<br />

MUJERES<br />

PÁJARO<br />

No es tanto lo que me falta<br />

para terminar de ser yo mismo<br />

sino cuanto me sobra.


EL MENSAJERO<br />

Liu Yuan comenzó a contar esta historia como quien pela<br />

una naranja, o se desenvuelve, muy suavemente, desde las<br />

entrañas. Yo no lo sabía, pero estaba a punto de conocer<br />

uno sus relatos más maravillosos y peligrosos.<br />

—Ese día —gorgoteó el viejo marino, con gran calma, la<br />

aventura que habría de transformar mi vida para siempre—<br />

el cielo era una tajada de azul que los picos de plata de la<br />

mañana devoraban. Yo veía a Galil, el gusano cornudo,<br />

tejiendo un traje de seda púrpura cruzado por una serpiente<br />

que se enrollaba, temblorosa, hacia el lado del corazón,<br />

donde la cabeza se convertía en una punta de fl echa, bordada<br />

con hilos de sol. Lendrax se pulía a sí misma convirtiendo<br />

cada partícula extraña en pequeños y perfectos diamantes<br />

que se incrustaban en la propia embarcación. Menq-Aurí se<br />

adormecía en tanto apuntaba hacia el sol, dejando escapar<br />

conmovedoras melodías que envolvían los contornos.<br />

De pronto, algo resplandeció en dirección poniente,<br />

seguido por un delicado pero puntudo graznido que vino<br />

hasta cubierta para desaparecer, no sin antes formar un<br />

parpadeante y efímero arco iris. Lendrax y Menq-Aurí se<br />

inclinaron hacia el origen del graznido. Instantes después,<br />

una pequeña y delicada ave de escarcha dio tres vueltas<br />

alrededor de Lendrax antes de descender sobre un pequeño<br />

mástil que la barca de ébano moldeó.<br />

Las alas de la criatura eran tan azules como una tajada<br />

de cielo a mediodía; las patas rojas, como la más espesa de<br />

las sangres; la cabeza dorada como una gota de miel de sol;<br />

fi nalmente, en el pecho le palpitaba una esmeralda. El resto<br />

del ave era del color de la lluvia. Imponente, se veía irrigada<br />

por fi nas venas, como la arena dorada por el atardecer, por<br />

69


donde viajaban riachuelos de diminutos soles de los cinco<br />

colores.<br />

Una inmovilidad de hielo precedió tres respiraciones<br />

profundísimas, antes de que el ave cerrara los ojos e hiciera<br />

una misteriosa señal:<br />

“¿Protección?”, intuí que Lendrax pensó.<br />

“¡Protección!”, sentí que Menq-Aurí afi rmó.<br />

Cuando el ave abrió los ojos, el catalejo y yo pudimos<br />

ver que en sus cuencas brillaban dos gotas de arco iris. De<br />

inmediato, el pájaro de escarcha exhaló un estremecedor<br />

canto que se clavó en el corazón mismo del mar. Al terminar,<br />

cruzó las alas sobre el pecho y cayó muerta, despedazándose<br />

contra la cubierta, siendo absorbida por Lendrax.<br />

70


CAPEL-BOLTA<br />

Casi sin sentirlo. Casi flotando en medio del verde-azul<br />

del mar. Casi sin respirar. Casi sin hablar ni hacer silencio.<br />

Casi junto a la hoguera del corazón. Casi como la gota de<br />

agua que transforma el universo en agua. Casi como de<br />

huesos. Casi uno solo. Así partieron Liu Yuan, Lendrax,<br />

Menq-Aurí y Galil, llevándose al pájaro de escarcha en lo<br />

más profundo de sus seres. La barca de ébano sabía que<br />

el recuerdo del canto del ave los guiaría hasta el origen de<br />

aquel llamado de auxilio.<br />

—Menq-Aurí giró —dijo Yuan al fin— y señaló dirección<br />

sur-este.<br />

Pasaron los días con sus estrellas en el buche, hasta que<br />

una tarde llegaron frente a una isla envuelta en un anillo de<br />

niebla.<br />

—¡Capel-Bolta! ¡Lugar del Equilibrio! —continuó Liu<br />

Yuan—. Ese fue nuestro primer destino. De aquella isla<br />

parpadeante había salido el pájaro de escarcha.<br />

—¿Cómo parpadeante? —interrumpí.<br />

—¡Sí!, como lo oyes. La isla estaba a veces en este<br />

mundo, o dimensión ordinaria, si eso te ayuda a ver con más<br />

claridad, y otras en una dimensión mágica.<br />

Sólo quienes eran elegidos para entrar sabían esto, pues<br />

Capel-Bolta siempre estaba protegida por un anillo de espesa<br />

niebla que impedía ver hacia el interior. Una vez frente a<br />

la isla decidimos esperar. Lendrax comenzó a distribuir la<br />

energía del sol que había acumulado durante el viaje; así<br />

su modo de alimentarse. Menq-Aurí concentraba toda su<br />

energía en un punto azul que formó en el centro de su lente.<br />

Yo me dediqué a preparar uno de mis platos preferidos: algas<br />

marinas con especies en salsa, acompañadas de humeante<br />

71


tai-co.<br />

De inmediato Liu Yuan sacó de un pequeño bolso un<br />

puñado de hierba seca.<br />

—Mézclalo con agua bien caliente pero sin burbujas.<br />

Lo olí y mastiqué un poco.<br />

—Más tarde, después de cenar, lo beberé.<br />

—¿Cuál más tarde? —replicó Yuan con un extraño brillo<br />

en la mirada que me hizo estremecer—. ¡Ah!, claro, siempre<br />

lo olvido: eres de los que tienen esa extraña costumbre de<br />

creer que el futuro existe.<br />

—La noche que siguió a nuestro arribo es —reanudó el<br />

marino su aventura—, sin duda alguna, la más azul, intensa<br />

y calma que nunca viviéramos mis amigos y yo. Lo que<br />

veíamos y éramos se hizo uno con el océano y éste se rebeló<br />

por entero, por esa vez, como la respiración del universo.<br />

Poco antes del amanecer Menq-Aurí brilló en mi mano lo<br />

sufi ciente como para despertarme. Lo primero que vi era que<br />

mi traje había sido destejido y tejido por Galil, convirtiéndolo<br />

en uno verde-azul, en cuyo pecho había bordado un anillo<br />

negro rodeado de una línea de oro, el cual giraba y giraba.<br />

Al incorporarme me di cuenta de que el círculo de niebla nos<br />

había introducido en sus dominios y cómo desde la isla, que<br />

tintineaba con luz propia, cinco puntos luminosos se dirigían<br />

a nosotros.<br />

Poco después pude ver que eran pájaros, mejor dicho,<br />

hombres y mujeres pájaro. Uno era verde, otro dorado, un<br />

tercero azul, uno más rojo y el último casi transparente. Más<br />

cerca de nosotros pude ver que tres eran mujeres. Aquellos<br />

trazaron círculos hasta que se quedaron suspendidos<br />

arriba nuestro. A una orden, un graznido como un puente<br />

de plata de la mujer pájaro transparente, muchos otros<br />

hombres y mujeres, con variaciones de los mismos colores,<br />

aparecieron desde la isla. Mi corazón palpitó tan aprisa<br />

como había aprendido. En instantes, los seres halados<br />

llevaron a Lendrax hacia el centro de la isla. Un lago de agua<br />

dulce y resplandeciente nos esperaba. Una vez depositados<br />

las criaturas aladas desaparecieron hacia el poniente.<br />

Comenzaba a amanecer en Capel-Bolta.<br />

72


LOS EMISARIOS<br />

Estaba completamente entumido, aunque no me daba<br />

cuenta. Liu Yuan sí, por lo que sugirió descansar. Me<br />

invitó a que fuéramos al parque, a un par de cuadras de mi<br />

casa. Era pasada la media noche. Me puse un abrigo y,<br />

antes de salir, el viejo capitán me dijo que trajera conmigo<br />

“la piedra con eco propio”. Abrí el escritorio y le puse<br />

baterías nuevas a la grabadora. ¡Aquella sería una larga<br />

noche!<br />

—Todo estaba quieto —continuó Yuan una vez en el<br />

parque, mientras la luna llena chorreaba por entre los<br />

árboles—. Después de consultar con Lendrax y Menq-Aurí<br />

acordamos esperar a que aquellos seres tomaran de nuevo<br />

la iniciativa.<br />

Decidí entonces dibujar sobre un paño de seda el<br />

exuberante paisaje que veía en Capel-Bolta. Por la noche le<br />

pediría a Galil que bordara con hilos de colores lo dibujado.<br />

Jamás imaginé que tres días después quedaría algo tan<br />

sobrenaturalmente hermoso, pues no solamente lo tejido<br />

tenía vida propia, sino que era exactamente igual al propio<br />

paisaje de la isla, y menos que al fi nal de aquella aventura<br />

me salvaría la vida.<br />

Yuan hizo una pausa, se arrimó a un viejo árbol, corrió<br />

ligeramente su traje y un chorrito caliente bajó, espumoso,<br />

hacia el pie del ciprés. A mí también me dieron ganas.<br />

—El día siguiente permanecimos tranquilos, esperando<br />

—prosiguió Yuan—. Al fi n, desde el atardecer apareció el<br />

primer hombre pájaro.<br />

Vino directo hacia donde estábamos, se detuvo en seco y<br />

descendió con extremada suavidad. Una vez sobre cubierta<br />

cruzó las alas sobre el pecho e hizo una sutil reverencia, a<br />

73


la que respondí de inmediato, de igual manera. Enseguida<br />

fl otó hacia la duna de arena blanca que rodeaba el lago y,<br />

siempre frente a nosotros y de espaldas al poniente, dio<br />

tres palmadas. Desde el atardecer aparecieron dos mujeres<br />

pájaro más, las cuales se apostaron ligeramente detrás del<br />

primero, formando un triángulo. Sin darme cuenta cuándo,<br />

otro hombre pájaro apareció detrás de ellos, hizo la misma<br />

reverencia y formó un rombo perfecto con sus compañeros.<br />

Enseguida, los cuatro hicieron sonar sus palmas tres veces<br />

como campanadas de cristal, a modo de preámbulo de<br />

la aparición de la última mujer pájaro. Sus predecesores<br />

abrieron un paso, inclinándose ligeramente, por donde<br />

avanzó hacia nosotros, haciendo la misma ligera inclinación.<br />

Sus ojos centellaron.<br />

Liu Yuan detuvo tanto su caminar por el parque como<br />

su relato. Parecía mirar sus recuerdos como un estanque.<br />

Me indicó por señas que me sentara a su lado, sobre una<br />

piedra que la luz de la luna hacía brillar casi con dolor.<br />

—Ahora —siguió el capitán y de su boca salió vapor azul—<br />

te voy a describir a los hombres y mujeres pájaro. Iban sin<br />

más ropaje que la sutil luz propia que despedían sus cuerpos.<br />

Eran altos, esbeltos, de brazos fuertes y manos delicadas. La<br />

piel, casi transparente, les hacía parecer imponentes seres<br />

líquidos de colores distintos. Los brazos estaban cubiertos<br />

por unas hermosísimas alas de cristal. El plumaje delineaba<br />

una sola línea, desde la coronilla hasta donde comienza la<br />

espalda. Luego, dos sutiles hileras de plumas hacían un trazo<br />

desde donde termina la columna hasta los talones, donde<br />

formaban un espolón de luz. En lo demás aquellos seres<br />

eran enteramente semejantes a cualquier humano excepto<br />

que, a la altura del corazón, tenían un signo, distinto en cada<br />

uno, de intensos colores, a la manera de un tatuaje vivo.<br />

Sus rostros, perfi lados y sobrios, eran rematados por largas<br />

cabelleras. Tenían, además, dos plumas cortas como aretes<br />

y otra pequeña, a la altura del entrecejo: la más brillante del<br />

cuerpo.<br />

El viejo marino hizo una pausa para que el frío, que<br />

movía la cola hacía rato, se echara a nuestros pies.<br />

—La primera en hablar —retomó Yuan su aventura— fue<br />

74


la que llegó al fi nal:<br />

—Seas bienvellegado marino del tiempo, junto con tu<br />

tripulación, a la tierra de Capel-Bolta, la isla secreta de los<br />

hombres y mujeres pájaro. Gracias por venir, por responder<br />

al llamado de nuestro corazón.<br />

Entonces, y precediendo un puntudo graznido, parpadeó<br />

la imagen del pájaro de escarcha que sobre la cubierta de<br />

Lendrax dejara exhalar su canto antes de caer muerta. El<br />

canto que se clavó en el corazón mismo del mar y al cual<br />

nosotros estábamos dando respuesta. La mujer pájaro cruzó<br />

las alas sobre el pecho y se inclinó hacia delante, primero a la<br />

derecha, y luego a la izquierda. Los otros hicieron lo mismo.<br />

Yo respondí de igual manera.<br />

El frío levantó las orejas, mientras Yuan mostraba<br />

cómo era aquel saludo, en realidad el mismo que el marino<br />

había usado al presentarse la primera ocasión en que nos<br />

vimos. Ahí había una prueba más de que para Yuan todo<br />

se vive por primera vez, y última. El frío, ya tranquilo y con la<br />

lengua afuera, salió corriendo y se internó en la arboleda.<br />

—Pronto —continuó Yuan—, la mujer pájaro dijo:<br />

—Primero presentaré a quienes rigen los clanes. Éste<br />

—y señaló al primero que llegó a nuestro encuentro—, es el<br />

representante de los guerreros.<br />

El hombre pájaro dio un paso al frente, poniéndose a la<br />

derecha de la que los presentaba. Al abrir las alas desenvainó<br />

una espada azul, del mismo tono que su cuerpo, tan intenso<br />

y cristalino como el añil oscuro del cosmos, excepto en el<br />

tatuaje vivo, a la altura del corazón donde, encerrado dentro<br />

de un círculo anaranjado, la cabeza de un lobo gris levantaba<br />

las orejas.<br />

—Soy Galax, el guardián. Soy el ahora y en mí vive el<br />

camino del guerrero. Habito aquí —y Yuan tocó su columna<br />

vertebral—, y aquí —y dio tres golpecitos en la coronilla—, y<br />

mi espada está al servicio de la dignidad y la confi anza. En<br />

la batalla fi nal de cada instante no tengo nada qué perder y<br />

mucho menos qué ganar. Mi camino es de ida y de vuelta al<br />

corazón. De ahora en adelante seré la sombra de la sombra<br />

de ustedes, hasta el fi nal.<br />

Acto seguido la que los presentaba agregó:<br />

75


—Esta es la emisaria del clan de la elección.<br />

De inmediato, la segunda que saliera a nuestro encuentro,<br />

dio unos pasos hacia delante, situándose a la izquierda de<br />

la primera. Cualquier tono imaginable de rojo le circulaba<br />

por dentro, haciendo de aquella criatura el más hermoso<br />

calidoscopio vivo jamás soñado. Primero desplegó el ala<br />

izquierda y luego la derecha. De quién sabe dónde extrajo<br />

un arco bermellón y un carcaj con fl echas de sangre, que<br />

cruzó sobre sus pechos, los cuales tintinearon al igual que<br />

su tatuaje vivo, conformado por un anillo verde, a la altura<br />

del pecho, el cual contenía la cabeza de un tigre blanco que<br />

husmeaba hacia los alrededores.<br />

—Mi nombre es Dangas, dijo, y habito en los pies. En<br />

mí vive la elección que sólo obedece a sí misma, es decir, al<br />

cambio de las cosas. Mi arco y mis fl echas jamás se rinden<br />

y nunca fallan, pues en su vuelo y extensión únicamente se<br />

buscan a sí mismas, siendo ellas su propio blanco a través de<br />

cualquier cosa que mi puntería elija. De ahora en adelante<br />

seré la huella de la huella de ustedes, hasta el fi nal.<br />

Y así, Dangas agarró todas las fl echas con la mano y las<br />

lanzó lo más lejos posible. Varias vueltas dieron hasta que<br />

se juntaron en el aire regresando a toda velocidad hacia el<br />

carcaj, el cual movía, haciendo que las saetas ejecutaran una<br />

extraña danza. Más adelante nos aclararía que sus fl echas<br />

siempre regresaban hacia el carcaj por lo que había que<br />

tenerlo listo para evitar que lo atravesaran por cualquier lado,<br />

ya que sólo al entrar por el tubo lo hacían con suavidad.<br />

El frío gruñó entre la arboleda. Una palidez quiso<br />

fundirme con la luz que la luna dejaba por todas partes,<br />

como una llovizna de delgadísimos huesos de plata.<br />

A una señal de quien los presentaba —apuntó el capitán—,<br />

otra mujer pájaro se adelantó a sus palabras:<br />

—Esta es la que rige el clan de la magia.<br />

Una criatura dorada como un parpadeo de sol descubrió,<br />

a la altura del corazón, su tatuaje vivo, resguardado por un<br />

círculo negro reluciente, el cual mostraba una incesante<br />

transformación de cuanto animal hubiera para terminar<br />

siempre, cada ciclo, en una pequeña serpiente emplumada<br />

hecha de piedra. Una risa fulgurante iluminó su cara antes<br />

76


de decir:<br />

—Soy Gorgala, la que guarda la magia, lo que palpita en<br />

cada cosa. Habito en las manos, donde está el polvo en que<br />

se transforma el afán: un grano de éste ya somos nosotros, el<br />

planeta entero, ya muerto dentro de muchos, muchos días.<br />

Todo está, es, polvo luminoso. La magia es la vida, es saber<br />

que no hay magia, o que cada cosa es magia. En adelante<br />

seré recordatorio de esto, y mi poder, saber que cualquier<br />

poder es inútil, estará al servicio del soplo de ustedes, hasta<br />

el fi nal.<br />

—Pero Liu Yuan —interrumpí sin poder evitarlo.<br />

—¿Cuál es el problema?<br />

—Que me estoy congelando.<br />

El viejo marino me miró severo pero amable.<br />

—A ver, pues, regresemos a tu extraña jaula.<br />

Y dicho esto regresamos a mi casa: Yuan casi flotando,<br />

yo lamido por el frío.<br />

—Después —volvió con su aventura el capitán, una vez<br />

que tomáramos unas cuantas tazas de reconfortante y<br />

caliente tai-co y nos acomodáramos en el piso de la sala—,<br />

la mujer pájaro guía presentó al otro emisario:<br />

—He aquí a quien rige el clan de los que guardan lo que<br />

hay que saber.<br />

Fue cuando el penúltimo en llegar a nuestro encuentro,<br />

dio unos pasos hasta situarse a la par de Dangas. Poco<br />

más que un muchacho, tenía un líquido verde brillante que<br />

le recorría el cuerpo. Su sola presencia tenía el efecto de<br />

hacer sentirnos aliviados; casi se podía afi rmar que aquella<br />

criatura sanaba con mirar.<br />

—Mi nombre es Barú, y soy el equilibrio —exclamó el más<br />

pequeño de los seres pájaro.<br />

Luego levantó el ala izquierda, hecha de esmeraldas<br />

vivas, de donde extrajo un saquito del mismo material, el<br />

cual colgó de una oreja. Del ala derecha sacó un pequeño<br />

escudo verde mar. Al hacerlo girar sobre el dedo, el tatuaje<br />

vivo a la altura del corazón también se revolvió, dejando<br />

ver, dentro de un anillo escarlata, la cabeza de un águila<br />

vigilante. Finalmente agregó:<br />

—Soy el que se pregunta aquello que se debe preguntar,<br />

77


soy el que escucha las respuestas que se deben escuchar.<br />

Habito en los ojos y en las orejas. Mi poder es el punto exacto<br />

donde las cosas se encuentran para alejarse. Soy lo más<br />

viejo y lo más joven. Mi mayor fortaleza es mi fragilidad.<br />

Para mí no hay jerarquías pues en cada elemento, por ínfi mo<br />

que sea, palpita la vida y la muerte por igual. Me ensancho<br />

y soy un punto de luz en la inmensidad. Me empequeñezco<br />

y soy el universo. De ahora en adelante seré el eco de lo que<br />

digan y callen, hasta el fi nal y hasta el principio.<br />

¿Sin darse cuenta? Yuan tomó un plato, que le había<br />

dispuesto por si se le antojaba comer algo, y lo giró como<br />

Barú lo hiciera con su escudo de “esmeraldas vivas”. Un<br />

ligero resplandor verde inundó la habitación.<br />

—Ante Lendrax, Galil, Menq-Aurí y yo —renovó Yuan—<br />

estaban aquellas magnífi cas criaturas que habían enviado<br />

al mensajero de escarcha para pedir nuestra presencia.<br />

El recuerdo de éste relampagueó hizo que los hombres y<br />

mujeres pájaro cerraran los ojos y respiraran lentamente,<br />

en homenaje a su memoria, antes de presentar a la última<br />

de ellos. Sin duda la de mayor rango, era casi transparente,<br />

o “del color de la lluvia”, como prefería decir, excepto en<br />

el corazón, tan azul como una tajada del cielo al medio<br />

día. Unas fi nas venas, del color de la arena dorada por el<br />

atardecer, semejaban riachuelos de diminutos soles azules<br />

y dorados que recorrían su interior. Un anillo, sobre el pecho<br />

izquierdo, con un arco iris giratorio, conformaba su tatuaje<br />

vivo, el cual resguardaba la cabeza de un dorado chacal del<br />

desierto. Por fi n, y una vez dados tres pasos hacia delante,<br />

dijo:<br />

—Mi nombre es Mainar-Rotarú y soy la emisaria del clan<br />

de la ley. Soy la guía y habito en el pecho. Estoy y soy en<br />

lo que se ama y merece ser amado. De ahora en adelante,<br />

seré la confi anza de ustedes en sí mismos, hasta el fi nal si es<br />

que existe.<br />

Con ráfagas en los ojos, Mainar-Rotarú agregó a los que<br />

comenzaríamos la aventura de nuestras vidas:<br />

—Nosotros los emisarios y emisarias de la tribu de los<br />

hombres y mujeres pájaro celebramos la presencia de<br />

ustedes, valientes amigos de ultramar, y que nuestra risa<br />

78


haga amable el que nuestras sombras se acorten.<br />

Acto seguido, los emisarios batieron las alas. Parecían<br />

las campanas con que la vida convoca en su eterno girar<br />

hacia su origen, desde las galaxias hasta el polvo.<br />

79


LA HOGUERA MULTICOLOR<br />

Liu Yuan me despertó cerca del amanecer. Entre<br />

atolondrado y con mal humor comprobé que no había<br />

dormido ni dos horas.<br />

—¡Vamos! —me dijo casi con fraternidad—. ¡Despierta,<br />

que esto apenas comienza!<br />

En minutos preparé café, me lavé la cara con agua<br />

helada y decidí tomar apuntes directamente, con el fin de<br />

forzar toda mi atención hacia el relato.<br />

—Inmediatamente después de la presentación de los<br />

emisarios intenté hacer lo mismo con mi tripulación, mis<br />

para entonces únicos amigos —carraspeó Yuan—. Esta<br />

es...<br />

—¡Lendrax! —interrumpió Mainar-Rotarú con una<br />

sonrisa.<br />

—Y ese —continuó Gorgala—, es Menq-Aurí, el catalejo<br />

de oro.<br />

—Y aquel, Galil, el más fi no sastre de los mares —agregó<br />

Barú con un guiño.<br />

—Y tú, eres Liu Yuan, el capitán de ultramar —terminó<br />

Dangas.<br />

No supe qué decir. Ellos se miraron riendo. Parecían<br />

niños.<br />

—Porque los conocemos, desde adentro —dijo Mainar-<br />

Rotarú—, los hemos mandado a llamar.<br />

—¡Ahora! —prosiguió Gorgala—, es ahora.<br />

—¡Esta es la noche del arco iris! —aseveró Galax—. Las<br />

estrellas han hablado.<br />

—Vamos Liu Yuan —intervino Barú.<br />

—La tribu de los hombres y mujeres pájaro espera<br />

—concluyó Mainar-Rotarú.<br />

81


Los seguí despacio hacia el espeso follaje, con Menq-<br />

Aurí a mi costado, a la manera de una espada, a pesar de<br />

que la luna llena y el cielo estrellado tejían una noche<br />

extraordinariamente calma y clara. Los emisarios volaron,<br />

mejor dicho fl otaron, rodeándome hasta que llegamos a<br />

donde habitaba la tribu. Sus casas eran nidos de plantas<br />

vivas: techos de fl ores, paredes de musgo, camas de<br />

abetos con colchones de trebolillos. No existían puertas<br />

ni ventanas; si alguno quería pasar o ver hacia fuera, las<br />

plantas simplemente se abrían para hacer una adecuada y<br />

momentánea abertura. Cuando alguien quería dormir, o<br />

gozar con su pareja, las plantas los cobijaban, volviéndolos<br />

invisibles a ojos extraños.<br />

Esa noche la tribu entera estaba dispuesta en fi las<br />

alrededor de una hoguera de colores, acorde con las<br />

tonalidades de los grupos. Azul, roja, verde, dorada y<br />

transparente o “color de lluvia”, eran las lengüetas de<br />

fuego donde se acomodaban los hombres y mujeres pájaro<br />

de todas las edades. Al llegar, cada emisario se puso al<br />

frente de su clan cuyos integrantes estallaron en risas y<br />

batir de alas al verme. Parecía como si las estrellas mismas<br />

hubieran bajado a centellear en aquella isla. A una palmada<br />

de Mainar-Rotarú rompieron fi las y, mientras la mayoría<br />

me rodeaba tocándome con evidente alegría y no menor<br />

curiosidad, otros trajeron las más exóticas frutas y jarrones<br />

con, supe después, hidromiel. Algunos sacaron raíces secas<br />

y canutos de tallos fi namente labrados, lo mismo que cocos<br />

y plumas de cristal. En segundos, sonaron las más deliciosas<br />

melodías. Con elegancia y evidente gozo, danzaban, comían<br />

y bebían alrededor de la hoguera multicolor. Los emisarios,<br />

visiblemente festivos, me invitaron a sentarme entre ellos.<br />

Ahora me explicarían el por qué de nuestra presencia en tan<br />

recónditas tierras. Pronto los efectos del hidromiel hicieron<br />

que me relajara por completo participando, a distancia, de<br />

aquella algarabía. El espectáculo de la danza de los hombres<br />

y mujeres pájaro únicamente se puede comparar con un<br />

nacimiento o con la muerte.<br />

82


EL SUEÑO<br />

Yuan hizo un alto en su relato para comer un poco y beber<br />

otras tazas de tai-co. Con el paso de los años me haría<br />

un experto en prepararlo: hay que llevar el agua a punto<br />

de ebullición, evitando a toda costa que hierva. Luego,<br />

se vierte sobre la hierba molida, muy lentamente, y se deja<br />

reposar un minuto. El tai-co es insuperable si se bebe<br />

recién hecho y a pequeños sorbos. Su delicioso sabor es<br />

solamente superado por sus efectos tonificantes.<br />

—Esa noche —restableció Yuan la narración de su<br />

aventura— un gozo profundo hizo su aparición en toda la<br />

isla.<br />

Lendrax brillaría con más intensidad que nunca. La sentía<br />

en total armonía con su universo interior, preparándose<br />

para enfrentar lo que viniera. Por un parpadeo la estrellada<br />

noche pareció una colosal barca de diamante. Galil tejería su<br />

sueño a la plata que la luna chorreaba. Menq-Aurí se dedicó<br />

a hacer fl uir por su ser los colores que la hoguera despedía.<br />

Parecía un mínimo arco iris. En cuanto a mí, el silencio se<br />

tejió con la luz que en mi corazón había agrupado aquella<br />

tribu de seres alados.<br />

El hidromiel viajaba por mis venas, permitiéndome<br />

la sufi ciente distancia, o conciencia, como para poder<br />

fundirme con el gozo de la tribu, sin olvidarme de mí mismo.<br />

Al amanecer quedé completamente dormido. Supongo que<br />

algunos hombres pájaro me regresaron hacia Lendrax, pues<br />

no recuerdo haber caminado hacia ningún sitio. Dormí tanto<br />

que desperté hasta el tercer día de estar en Capel-Bolta. Al<br />

incorporarme comenzaba a atardecer y los emisarios me<br />

esperaban.<br />

—Y bueno —intervino Gorgala—, ¿qué sucedió?<br />

83


—¿Cómo? —respondí.<br />

—¡Sí! —dijo Dangas—. ¿Qué te pasó en el mundo del<br />

sueño?<br />

Fue cuando una polvareda de chispas sacudió mi memoria<br />

y las cosas fueron de nuevo claras: soñé lo mismo, una y otra<br />

vez.<br />

LOS TRES AMIGOS<br />

Y EL DRAGÓN DE LUZ<br />

En el centro estaba el que vestía traje negro, con un<br />

sutil bordado en hilo de oro. Los ojos, bigote y rala<br />

barba, eran como la noche del desierto que guardaba<br />

entre la lengua. Espada al cinto, una mano sobre la<br />

empuñadura, la otra indicando el destino a seguir.<br />

A su derecha, lo acompañaba quien iba envuelto en<br />

un traje hecho con piel de rata que le cubría desde<br />

la cabeza, desembocando en unos rudimentarios<br />

pantalones cubiertos por botas de rata negra. Barba<br />

y bigote fi nos, contrastaban con su mirada fi era y<br />

esquiva. Parecía estar viendo al mismo tiempo<br />

hacia delante como hacia atrás, y a los costados.<br />

Ni una palabra salió de su interior, sino el reluciente<br />

silencio que vigila, de quien éste era hijo.<br />

A la izquierda del primero, un tercer hombre llevaba<br />

desenvainada una espada gigantesca que parecía<br />

de piedra de fuego. Vestía traje holgado cubierto<br />

por una piel viva de lobo gris. El ceño fruncido<br />

daba a su cara redonda la impresión de tener dos<br />

rayas negrísimas en lugar de ojos. Barba y bigote<br />

entrecanos acentuaban la presencia de quien bien<br />

podría ser llamado el hijo de la furia.<br />

Los tres viajaban en la cabeza de un descomunal<br />

dragón de luz blanca y gaseosa, y traían escondido<br />

algo que parecían haber raptado; era como si la prisa<br />

espoleara a la bestia halada. Una vez que el hijo del<br />

desierto señalara un punto hacia el infi nito, el hijo<br />

de la furia guió al dragón en busca de su destino,<br />

mientras el hijo del silencio vigilaba más allá de la<br />

84


imaginación.<br />

El viaje del dragón comenzaba en una espiral donde<br />

tiempo y espacio era intuición total, para luego<br />

pasar a una donde todo era voluntad pura; aunque<br />

es posible que tuviera una causa incluso anterior.<br />

En su desplazamiento, atravesaron un anillo donde<br />

tiempo y espacio eran mente, para continuar<br />

por otro donde la vida era emoción. Finalmente,<br />

llegarían hasta el anillo del cuerpo y de la tierra.<br />

Conforme el dragón y sus tres jinetes avanzaban por<br />

el océano, pude, en mi sueño, ver y sentir cómo la<br />

sensación de peligro aumentaba. Era claro, a juzgar<br />

por los movimientos del hijo del silencio, que algo<br />

los perseguía. Los jinetes se volvieron a ver sin decir<br />

palabra hasta que aquél arqueó las cejas y señaló<br />

con la barbilla el horizonte marino. El hijo de la<br />

furia espoleó el resplandeciente dragón. La bestia<br />

pareció un chasquido. Poco después, una lengüeta<br />

verde apareció en el mar. Era una serpiente de tierra<br />

que pretendía, vanamente, morderse la cola.<br />

Liu Yuan hizo un trazo que se antojó verde en su crepitar<br />

en el espacio.<br />

—La serpiente de tierra —continuó el marino— estaba<br />

asida por las fauces de un enorme continente. Tenía<br />

un río que se ramifi caba en cientos de riachuelos, con<br />

una bruma que la cubría, entretejiendo el frío con<br />

el bosque. Aquel sitio era habitado por primitivos<br />

humanos que se amontonaban en húmedas cuevas<br />

de emociones y sentimientos. Un brillo cruzó las<br />

miradas de los tres jinetes. El luminoso dragón<br />

comenzó a girar sobre sí mismo hasta convertirse en<br />

una nube blanca. Aquél era el lugar donde dejarían<br />

el secreto raptado y por el cual habían pactado hacer<br />

el viaje.<br />

Yuan detuvo su contar y se quedó inmóvil, con los ojos<br />

cerrados. Iba a ser casi mediodía cuando recordé mi trabajo<br />

y realicé una cada vez más frecuente llamada para reportar<br />

una ficticia enfermedad antes de ir a hacer algunas compras<br />

para preparar el almuerzo. Mientras tanto el marino duró<br />

85


más de dos horas bajo el chorro de agua helada de la<br />

ducha.<br />

—Mi baño ritual —dijo a secas.<br />

Luego comimos: él sus alimentos extraños, yo un<br />

jugoso y enorme trozo de lomito, término medio, con salsa<br />

de hongos, papas hervidas y una cerveza. El capitán de<br />

ultramar me miraba tratando de disimular su extrañeza. Por<br />

el contrario, disfruté como pocas veces. Después de unas<br />

tazas de tai-co, prosiguió contando el sueño:<br />

—Aquellos humanos aún no sabían hacer fuego. Lo<br />

obtenían de algún trueno infrecuente, o bien del<br />

robo a otras cuevas, la mayoría de las veces. Vivían<br />

cerca de los riachuelos de donde sacaban el agua,<br />

peleando con los grandes gatos y perros y otras<br />

bestias que dominaban aquellos territorios. Se<br />

los comían como manzanas... a los humanos. No<br />

sabían sembrar y se dedicaban a recolectar frutas y<br />

semillas. Su forma de cazar era casi un accidente:<br />

perseguían a algún animal, más con gritos y hambre<br />

que con armas, y lo obligaban a saltar hacia un<br />

desfi ladero, para poder devorar los restos. Algunos<br />

chamuscaban la carne en la hoguera de la cueva<br />

antes de engullirla.<br />

Yuan no pudo evitar ver mi plato vacío, y yo sentí que algo<br />

vivo me recorrió el estómago.<br />

—Había sin embargo —continuó el marino—<br />

algo especial en aquellos humanos: no sabían la<br />

diferencia entre el bien y el mal. Ignoraban lo que<br />

da el saberse como algo distinto a aquello que los<br />

rodeaba; todavía no había ninguna diferencia entre<br />

ellos y el resto del universo. Su mente era una<br />

muesca y ninguno había descubierto el “yo” y, por<br />

lo tanto, el miedo. Pertenecían a un mundo mágico,<br />

aunque no lo sabían.<br />

Los tres jinetes de dragón vieron esto y les gustó.<br />

Al principio los amigos se dedicaron a observar.<br />

Luego, poco a poco, comenzaron a visitar a estos<br />

humanos. Primero el hijo de la furia, enseguida el<br />

hijo del silencio, después los dos juntos hasta que,<br />

86


fi nalmente, apareció el hijo del desierto. Pronto, el<br />

clan de los humanos se acostumbró a los visitantes<br />

y fue como si desde el principio de sus existencias<br />

éstos los hubieran acompañado.<br />

Muy lentamente los humanos comenzaron a<br />

aprender a hacer fuego y a sembrar. Descubrieron<br />

la mente, su orden y la ensancharon. Se hicieron<br />

cazadores, mientras comenzaron una elemental<br />

agricultura. También, a la par de los primeros<br />

balbuceos se insinuaban los trazos de lo que algún<br />

sería la escritura. Fue la época del fi nal de los<br />

señores de los monos de oro.<br />

Un día, sin embargo, los tres amigos vieron aparecer<br />

a dos seres que venían del mismo lugar que ellos.<br />

Viajaban envueltos en una nube grisácea. Uno era<br />

un enano robusto, de mirada fi era y pelo amarillo.<br />

El otro, tan alargado que parecía no tener huesos,<br />

era mitad hombre y mitad mujer.<br />

En cuanto el hijo del silencio los descubriera, el hijo<br />

de la furia puso su espada de piedra delante de los<br />

tres, de tal manera que los dos visitantes al pasar<br />

ante ellos, veían un árbol, una roca, una extensión<br />

de la montaña, o lo que fuera. Mucho transcurrió en<br />

aquel esconderse. Parecía que jugaban.<br />

Alguna vez los tres amigos eligieron mujer entre las<br />

humanas, las amaron a plenitud y tuvieron hijos, que<br />

corretearon por igual entre las cuevas, las bestias y<br />

el miedo. Generaciones nacían y morían ante los<br />

jinetes de dragón. Para ellos, sin embargo, era<br />

como si hubiera pasado acaso un puñado de años.<br />

Una tarde, la espada del hijo de la furia se escondió<br />

de su dueño y los tres amigos fueron descubiertos<br />

por los perseguidores. El fi nal estaba cerca. Los<br />

tres pidieron despedirse de sus seres queridos y les<br />

fue dado. El hijo del desierto abrazó a sus mujeres<br />

y a sus hijos. El hijo del silencio se despidió nadie<br />

supo de quién ni cuándo. El hijo de la furia fue en<br />

busca de sus hijos, pues no tenía para entonces<br />

mujer, y al darles un abrazo descubrió que su niña<br />

87


menor estaba recostada a su espada, entendiendo<br />

de inmediato que ella era su guardiana por lo que<br />

se la dio.<br />

Los tres amigos se encontraron en un claro del<br />

bosque. Pronto aparecieron el enano y el ser<br />

alargado. Un brillo cruzó nuestras miradas. El trío<br />

se puso en guardia. El enano desenvainó su espada<br />

y el ser mitad hombre y mitad mujer pareció un arco.<br />

Ambos se abalanzaron sobre los jinetes de dragón.<br />

Un chillido cruzó el bosque como un rayo. Hasta el<br />

mar tembló y se alejó un poco. De repente, el ser<br />

alargado se transformó totalmente en mujer quien,<br />

con tres vientres, se fundió con los amigos, mientras<br />

el enano montaba guardia, sin permitir que ni el<br />

silencio pasara por ahí.<br />

Cuando la “mujer” estuvo con la semilla de los tres<br />

palpitando en su interior, los dejó libres y el enano<br />

vino a su encuentro rugiendo. Los tres amigos<br />

intercambiaron una mirada fugaz y, con la espada<br />

del hijo del desierto, cada uno se cortó su propia<br />

cabeza, la cual agarraron por los cabellos antes de<br />

comenzar a andar hacia el sur. Una risa, brutal,<br />

plateada, le dio un tajo a la quietud, partiéndola en<br />

dos.<br />

88


EL NIDO DE LA LUNA<br />

—Al contarles el sueño —añadió Yuan a los días, antes<br />

de acostarse en el piso— los emisarios de la tribu de los<br />

hombres y mujeres pájaro se volvieron a ver y emanaron<br />

una risa que más pareció el chasquido de una llama. Creí<br />

que me iban a explicar lo que soñé pero estaba equivocado.<br />

Galax señaló hacia el cielo: la luna comenzó a mostrar<br />

sus dientes.<br />

—¡En muy poco vendremos por ti! —asestó aquel<br />

mirándome fi jamente.<br />

—Ésta —agregó Gorgala con una sonrisa dorada—, es la<br />

noche del nido de la luna.<br />

—Antes, sin embargo —dijo Mainar-Rotarú, dando<br />

un paso al frente—, es necesario que les diga por qué los<br />

hemos llamado. Si después de oír nuestras razones desean<br />

marcharse, nuestro respeto hacia ustedes quedará intacto,<br />

pues sólo lo profundo que nos habita puede elegir el camino<br />

a seguir. Luego la emisaria del clan de la ley se explicó.<br />

—Una tarde estaba mirando en mi corazón el ir y venir<br />

de las cosas cuando, sin proponérmelo, vi un mundo que<br />

me aterrorizó: grandes manadas de humanos, como una<br />

sola masa, morían de hambre, y en otros lados unos pocos<br />

derrochaban. Lo común era ver guerras como peste,<br />

asesinato de animales y plantas, la destrucción de las aguas,<br />

del aire, de la tierra y, especialmente, la muerte del gozo<br />

de vivir y de la dignidad de morir en la mayoría, estuvieran<br />

donde estuvieran.<br />

Era un mundo de esclavos donde el miedo recorría los<br />

lugares y los corazones, como una jauría de devoradores<br />

salvajes y monstruosos. Una edad donde la gran mayoría<br />

había decidido ser ciego de sí mismo, renegando en sus<br />

89


actos del vínculo con su corazón, con el de sus semejantes,<br />

con el de cada ser vivo incluido el planeta entero, y con el<br />

del universo. Un mundo de cadáveres caminantes. La<br />

visión me dejó con fi ebre por varios días. En la tribu estaban<br />

preocupados. Mi clan fue el primero en entender qué<br />

pasaba, pero decidieron esperar a que me recuperara, para<br />

que fuera yo misma quien contara lo ocurrido a los demás.<br />

Por fi n una tarde, en que me sentí con la sufi ciente fuerza<br />

como para levantarme, le comuniqué a toda la tribu lo que<br />

había visto. Un silencio espeso se apoderó del lugar hasta<br />

que alguien dijo que había que convocar a una reunión<br />

de emisarios. Cada clan se reunió por aparte y nombró<br />

el suyo, eligiéndolo por ser el más capaz. Así, fueron<br />

nombrados Galax, Dangas, Gorgala, Barú y yo misma. A<br />

la tarde siguiente, los emisarios nos vimos para decidir qué<br />

haríamos.<br />

Durante varios días nos aislamos en La Cueva Joya. Cada<br />

uno alejó cualquier ruido exterior y, en especial, interior. Al<br />

fi n, estuvimos listos para la consulta fi nal: qué hacer; quién<br />

lo haría; dónde y cómo hacerlo. El por qué ya nos había<br />

llevado hasta ahí.<br />

Encendimos una hoguera y nos sentamos a su<br />

alrededor.<br />

La primera en hablar fue Dangas quien, una vez<br />

convocado el espíritu del tigre desde el tatuaje vivo que tenía<br />

a la altura del corazón, nos indicó cómo debíamos reunir a<br />

la tribu entera de los hombres y mujeres pájaro en el poder<br />

de los huevos de arco iris, o diamantes de luz, y llevarlos a<br />

un sitio seguro.<br />

Luego fue mi pecho el que se abrió dejando libre al espíritu<br />

del chacal, el cual nos mostró la existencia del lugar a donde<br />

debíamos llevar la semilla de la tribu. Estaba en el centro del<br />

hielo, al sur del mundo, y su nombre era Zac-Noró: lugar del<br />

corazón. Asimismo, dejó marcada en mi memoria una ruta<br />

para llegar hasta allá.<br />

De inmediato fue Barú quien se concentró en su pecho, lo<br />

cual hizo girar el principio de su tatuaje: el espíritu del águila<br />

cabeza blanca que nos reveló cómo, para lograr nuestro<br />

objetivo, necesitaríamos ayuda, presentándonos a varios<br />

90


a quienes podíamos recurrir. Entre ellos, nos mostró a un<br />

marino de nombre Liu Yuan, y a su tripulación. Además, nos<br />

advirtió que si los cadáveres caminantes de mi visión nos<br />

capturaban, y a nuestro hogar, Capel-Bolta, no solamente<br />

estaríamos perdidos sino que, todavía peor, aquellos<br />

aumentarían su poder de modo tal que la destrucción del<br />

planeta, La Gran Casa, sería inminente.<br />

Gorgala fue la siguiente en abrir su ser. El espíritu de<br />

la serpiente se presentó ante nosotros y nos indicó dónde<br />

estaban quienes podrían ayudarnos.<br />

Galax llamó al espíritu del lobo, el cual nos dijo qué hacer<br />

para ir en su búsqueda. La tribu entera debía poner una<br />

parte de cada corazón y formar un mensajero: el pájaro de<br />

escarcha viva. Por eso tú y los tuyos están aquí. Los hemos<br />

llamado de primero para saber si nos ayudarán. No deben<br />

sentirse obligados pues tenemos otros a quienes recurrir,<br />

sino libres de elegir aquello que decida lo profundo que los<br />

habita.<br />

Yuan suspiró hondo. Su pecho sonó como un<br />

campanilleo de lluvia.<br />

—Al instante —continuó el marino haciendo traquear los<br />

dedos—, Lendrax intensifi có su brillo, Menq-Aurí emitió un<br />

suave rumor y Galil comenzó a tejer una bandera en forma<br />

de arco iris. Por mi parte sonreí y dije: ¿cuándo partimos?<br />

Mainar-Rotarú continuó:<br />

—Por segunda vez insistimos: no deben sentirse<br />

obligados pues tenemos otros a quienes recurrir. Ustedes<br />

se encuentran libres de elegir aquello que indique lo<br />

profundo que los habita. ¿Están seguros de que desean<br />

acompañarnos?<br />

El capitán de ultramar respiró con lentitud. Su pecho<br />

sonó como una danza de mariposas azules.<br />

—Al instante —prosiguió el marino—, y por segunda<br />

vez al mismo tiempo, Lendrax contestó llevando su calor<br />

al extremo que pareció arder de fuego negro; Menq-Aurí<br />

transformó su suave rumor en uno que se unió con el del<br />

mar y Galil terminó la bandera en forma de arco iris, la cual<br />

fue izada de inmediato por la barca velera.<br />

—Está decidido —agregué—, ¿cuándo partimos?<br />

91


Por tercera ocasión Mainar-Rotarú volvió a decir:<br />

—Es costumbre de nuestra tribu preguntar las cosas<br />

importantes tres veces. De nuevo les decimos que hacia<br />

nosotros no deben sentirse obligados, pues tenemos otros a<br />

quienes recurrir, sino que tienen que sentirse libres de elegir<br />

aquello que dice lo profundo que los habita. ¿Están seguros<br />

de que desean acompañarnos?<br />

Yuan se quedó quieto, como si no respirara. De su<br />

pecho brotó el rumor del correr de un río de plata.<br />

—Al instante —carraspeó el capitán—, por última vez<br />

y al unísono, Lendrax hizo un puente entre nosotros y los<br />

emisarios; Menq-Aurí, llevado por la barca de ébano, tomó<br />

su puesto en el asta giratoria sobre el puente, lo mismo que<br />

Galil en su rama de plata. Yo comencé a bajar y ya no dije<br />

nada.<br />

Un resplandor cruzó las miradas de los emisarios. En<br />

silencio me recibieron, cada uno poniéndome una mano en<br />

el hombro. A partir de ahí el lazo de la amistad nos uniría,<br />

incluso, lo supe con total certeza en ese instante, más allá<br />

de la muerte.<br />

El marino se levantó del suelo y me indicó que hiciera<br />

lo mismo. Puso su mano en mi hombro y me sonrió. Un<br />

escalofrío recorrió mi cuerpo. Pude ver, por unos<br />

segundos, que los ojos de Yuan tuvieron un resplandor<br />

azul, rojo, verde, dorado y transparente. Posteriormente<br />

nos sentamos en el suelo para que el capitán de ultramar<br />

continuara su historia.<br />

—Más tarde —dijo—, justo cuando la luna llena estaba<br />

encima de Capel-Bolta, la tribu entera, en completo silencio,<br />

formó fi las alrededor de la hoguera multicolor de acuerdo<br />

con sus respectivos tonos.<br />

Dangas levantó los brazos hasta unirlos sobre la coronilla,<br />

para luego bajarlos con mucha lentitud hasta tocar sus<br />

pies. Un sutil círculo rubí la envolvió por un instante, y de<br />

ahí a los de su clan. Un rugido sacudió la noche; su tatuaje<br />

vivo refulgió como nunca. La mujer pájaro cerró los ojos<br />

y comenzó a hacer vibrar su garganta con el canto de una<br />

“O”; que la tribu repitió durante algún rato. Barú desplegó<br />

92


las alas hacia delante, curvando el cuerpo ligeramente, con<br />

la cabeza, puntiaguda, en dirección de la hoguera. Luego<br />

el graznido de un águila acabó con el canto de Dangas,<br />

materializándose sobre nuestras cabezas por un momento.<br />

Hecho de estrellas, el graznido giró sobre sí mismo hasta<br />

caernos como una ligera llovizna verde. Después, como si<br />

fuera un apenas perceptible listón de fuego, un silbido brotó<br />

del tatuaje vivo de Gorgala, envolviéndonos. Un aullido largo<br />

y azul sacudió hasta los cimientos de Capel-Bolta y más allá.<br />

Finalmente Galax arqueó las piernas y puso las palmas de las<br />

manos sobre las rodillas, mientras sacudía la cabeza como si<br />

olfateara la noche.<br />

El capitán de ultramar pegó un salto como respuesta al<br />

alarido del timbre, que desde ese día desconecté. Con los<br />

ojos desorbitados, estaba a punto de preguntarme qué era<br />

aquella monstruosidad cuando volvió a sonar. Me levanté<br />

rápido y abrí. Era el cartero. Puse los sobres sobre el<br />

escritorio y, antes de que intentara explicarle a Yuan qué<br />

era un timbre y un cartero, el marino soltó una carcajada tan<br />

honda y larga que sin darme cuenta me vi contagiado. Justo<br />

al comenzar a dolernos el estómago de tanto reír, Yuan hizo<br />

un esfuerzo y se quedó quieto para luego proseguir con su<br />

relato. Yo puse en marcha la grabadora.<br />

—Finalmente, fue el turno de Mainar-Rotarú, quien<br />

cantó de inmediato: “Solos estamos y solos morimos,<br />

solos venimos y solos vivimos. Aparte de esto, somos el<br />

mundo.” Un gruñido seco, muy tenue, me recordó el rumor<br />

del océano, antes de que ésta terminara su canto: “Un nudo<br />

sin nudo lleno de nudos, eso somos. El camino más corto,<br />

y el único, para saber que nunca nos hemos marchado de<br />

nosotros mismos.”<br />

Una vez que Mainar-Rotarú compartiera su canto, todos<br />

en las fi las, menos los emisarios, se hicieron hacia atrás,<br />

apenas lo sufi ciente como para tocar el hombro de quien<br />

estaba delante. Luego tensaron las manos y entornaron<br />

los ojos hacia dentro. Perlas de sudor frío comenzaron a<br />

recorrer las frentes y los pómulos de los hombres y mujeres<br />

pájaro. Al ser la tensión casi insoportable, cada cual se<br />

arrancó la pluma más pequeña y más brillante que todas,<br />

93


a la altura de la frente, y vertió sobre ella su aliento. Las<br />

plumas se retorcieron y alargaron, arrollándose sobre sí<br />

mismas, hasta convertirse en huevecillos, de acuerdo con<br />

el color de los clanes. De cada uno brotó una serpiente<br />

emplumada que revoloteó sobre sus cabezas, hasta posarse<br />

sobre las manos, que fueron extendidas hacia delante. Con<br />

lentitud, cada miembro de la tribu comenzó a brillar hasta<br />

convertirse en una luz gelatinosa, haciendo posible que<br />

pudieran doblarse sobre sí, hasta plegarse dúctilmente,<br />

siendo entonces cubiertos por las alas extendidas de cada<br />

serpiente emplumada.<br />

Pronto, aquellos pequeños ovillos luminosos eran<br />

recogidos por cada emisario, quienes los agrupaban en<br />

torno de la hoguera multicolor.<br />

Al estar juntos, el animal del tatuaje vivo de los<br />

representantes de los cinco clanes volvió a rugir, graznar,<br />

silbar, aullar y gruñir. De inmediato, la hoguera creció y se<br />

solidifi có, dejando caer una lengüeta, del color respectivo,<br />

sobre cada grupo. Al fundirse, cada clan se convirtió en un<br />

huevo de luz y la hoguera se hizo un nido plateado en su<br />

último resplandor. Una vez que el refl ejo acabó, los huevos<br />

de luz de la tribu se solidifi caron con rapidez. Eran diamantes<br />

transparentes cubiertos por cientos de puntas de llamas en<br />

forma de triángulos. En su interior se podía ver con claridad<br />

un universo girando para un lado, conteniendo, a su vez, a<br />

otra creación más pequeña que giraba en sentido inverso,<br />

la cual contenía a otro universo más pequeño que rotaba en<br />

dirección contraria a ésta, y así hasta el infi nito.<br />

Entonces, los emisarios formaron una estrella de puntas<br />

con los brazos extendidos, antes de tensar las manos<br />

y entornar los ojos hacia dentro. Perlas de sudor frío<br />

comenzaron a recorrerles frentes y pómulos. Cuando la<br />

tensión era casi insoportable, el ombligo de cada emisario<br />

de ensanchó formando una cavidad donde los huevos de luz<br />

quedaron segura y perfectamente anidados.<br />

94


VIAJE AL FRÍO<br />

“En una mañana más bien tranquila, los emisarios, con sus<br />

huevos de luz, partieron de Capel-Bolta para siempre.<br />

Lendrax relucía, muestra inequívoca de su alegría por<br />

volver a navegar”, debió haber dicho Yuan al continuar el<br />

relato de su aventura si no se hubiera quedado dormido.<br />

La verdad a mí no me cayó nada mal aquel descanso. Casi<br />

a las doce de la noche despertamos. Estaba un poco<br />

preocupado pues cada vez me gustaba más dormir en el<br />

suelo, en el mejor estilo de Liu Yuan.<br />

—Cargamos agua, frutas pequeñas y semillas —recomenzó<br />

su aventura el marino, tras estirar el hueserío— y partimos<br />

apenas el primer rayo de sol besara la piel del mar. Íbamos<br />

rumbo al sur, hacia el centro del hielo.<br />

En el principio era el silencio, hasta que Barú decidió<br />

salir a volar y saludar a unos delfi nes que nos acompañaron<br />

durante un buen trecho. Al regresar trajo consigo una<br />

sonrisa que nos cubrió, aliviando a los demás emisarios del<br />

pesar de haber abandonado Capel-Bolta, su hogar. A partir<br />

de entonces la alegría fue nuestra brújula en la ruta hacia<br />

el frío. Durante la mañana hacían ejercicios, al medio día<br />

comían y descansaban, para terminar meditando durante el<br />

atardecer. Un día Dangas tensó su arco y lanzó una fl echa<br />

hacia el espacio.<br />

—Es para saber cuánto nos falta —dijo con una sonrisa.<br />

Dos días después la fl echa regresó a su dueña. Dangas la<br />

observó, lamió, olió, para fi nalmente añadir:<br />

—Faltan nueve días y no hay tormenta cerca. Eso sí, nos<br />

espera el frío más fi loso.<br />

—Es sufi ciente para terminar de ponernos en forma<br />

—comentó Galax, al hacer toda suerte de ejercicios con<br />

95


su espada que a mí me parecieron la más exquisita de las<br />

danzas.<br />

Barú continuó por los contornos para conversar con las<br />

ballenas, los peces voladores, las manta rayas y otros seres<br />

marinos. A veces salía sólo a volar y a “recoger silencio del<br />

mar”, como él prefería decir, y lo guardaba en el saquito de<br />

esmeraldas vivas que siempre llevaba en una oreja.<br />

Por su parte Gorgala hacía surgir de sus manos puñados<br />

de polvo luminoso de los colores.<br />

—Está creando mundos —me aclaró Mainar-Rotarú.<br />

—¡Sí y no! —asintió Gorgala—. En realidad yo no los<br />

creo sino que los pesco y los observo. No puedo elegir qué<br />

mundo ver.<br />

Gorgala tiró otro puñado de polvo luminoso y agregó:<br />

—Miren a este niño de ojos rasgados que ha sido<br />

abandonado por sus enemigos en medio del hielo, junto<br />

con su madre y su hermano. Pero sobreviven, comen ratas<br />

y marmotas y se resguardan en una cueva que ellos mismos<br />

excavan entre el hielo. Mírenlo, pocos años después<br />

comienza a unifi car a los suyos y llega a regir el imperio más<br />

extenso. Parece el hijo de la furia y tiene el pelo rojo.<br />

Vean a ese otro, las arrugas que rodean la cicatriz del<br />

que fuera su ojo izquierdo muestran menos edad que la que<br />

enseña su ojo derecho. Le temen al viejo tuerto, le huyen…<br />

El estratega, le dicen y se escabullen. Lleva en el cuello una<br />

botellita en forma de cuerpo de mujer, sin brazos ni piernas,<br />

con los pechos grandes y erguidos, y con el tapón de corcho<br />

adornado con un collar encima del cual han tallado en zafi ro<br />

el rostro de una joven. La botellita contiene un polvo blanco<br />

y la última mirada del anciano de un solo ojo, al cual le temen<br />

y le huyen.<br />

Gorgala, luego, se quedó mirando otros mundos que no<br />

parecieron gustarle.<br />

—¡Cómo se matan los humanos! ¡A sí mismos y a los<br />

demás! ¡Cómo se desperdician! —comentó con desaliento,<br />

antes de sumergirse en sí misma.<br />

Al comenzar los días a ponerse muy fríos y a encogerse<br />

hasta durar apenas un par de horas, Dangas volvió a enviar<br />

una fl echa roja, la cual regresó más bien rápido, con un poco<br />

96


de nieve en su punta.<br />

—Falta muy poco —dijo la emisaria del clan de la elección,<br />

antes de que Mainar-Rotarú nos diera unos medallones que<br />

atamos con cordeles de seda a nuestros cuellos.<br />

Cada medallón contenía el dibujo de un mapa para llegar<br />

a Zac-Noró, donde debíamos dejar a salvo los huevos de luz.<br />

Hasta ahora no había preguntado nada acerca de la suerte<br />

de los emisarios. No quería conocer esa respuesta. Tampoco<br />

nunca les comenté, pero tanto Lendrax, Galil, Menq-Aurí y<br />

yo supimos, desde el instante en que el pájaro de escarcha<br />

llegó a pedirnos ayuda, que no había nadie más que pudiera<br />

llevar a cabo aquella tarea. Ahora la única duda que tenía<br />

era si ésta se limitaba a llevarlos a través del mar.<br />

Una vez se lo pregunté a Mainar-Rotarú y ella me<br />

respondió que sólo mi corazón sabía, que lo ensanchara para<br />

ver si me mostraba la respuesta. Y, como si fuera una de las<br />

fl echas de Dangas, vino a mí la certeza de que yo sería parte<br />

de aquella expedición cuando llegáramos a las tierras del<br />

hielo, sin importar lo que ocurriera. Tanto la barca velera,<br />

como el catalejo de oro y el gusano cornudo sintieron la<br />

misma certeza y tomaron la misma decisión de seguir hasta<br />

el fi nal, sin importar lo que pudiera ocurrir.<br />

Al acercarnos a nuestro destino, Lendrax terminó de<br />

hacerme unas botas con una parte de su casco de diamante<br />

negro, las cuales tendrían la propiedad de mantenerme<br />

caliente, sin importar el frío al que me sometiera. Los<br />

hombres y mujeres pájaro eran, según me dijeron, bastante<br />

resistentes al frío pues el tatuaje vivo que llevaban a la altura<br />

del corazón era capaz de controlarles la temperatura. Por su<br />

parte, Galil me confeccionó un traje azul, demasiado grueso<br />

en el pecho para mi gusto según sentí en aquella ocasión,<br />

aunque jamás imaginaría lo que esto llegaría a signifi car,<br />

pero que usé con gratitud sin oponerme, lo mismo que unos<br />

guantes y un sombrero con orejeras. El frío no hincaría sus<br />

dientes en mí.<br />

97


LA SEPARACIÓN<br />

—A lo lejos —carraspeó Liu Yuan, rascándose la barbilla—<br />

se veía el inmenso territorio del hielo: un salvaje hocico<br />

blanco, rodeado por el choque de dos océanos que al<br />

unirse, producían la jauría de chillidos del oleaje. Uno, de<br />

corriente fría, según me indicara Lendrax, era casi doce<br />

hombres pájaro más alto que el otro océano, el cual tenía<br />

dos corrientes cálidas.<br />

Al dejar atrás el rugido del encuentro de aquellos mares,<br />

comenzaron a aparecer bloques de hielo que la barca de<br />

ébano quebraba, al principio, como si se tratara de nueces.<br />

Nuestro destino estaba cerca. Los pedazos de hielo, cada vez<br />

más grandes y compactos, hacían difícil el desplazamiento<br />

de la barca, rodeándola como arañas a una abeja. Al fi n,<br />

Lendrax no pudo avanzar más, por lo que alargó su quilla<br />

hasta formar un puente por donde desembarcar.<br />

Antes de que bajáramos, ella hizo para los hombres<br />

y mujeres pájaro pares de triángulos de diamante negro<br />

con una parte de su casco, los cuales se les anudaron a las<br />

cinturas. También formó bastones del mismo material, los<br />

que se plegaron a los antebrazos de cada emisario. Sonreí<br />

y acaricié el casco de Lendrax, quien tembló. Sabíamos que<br />

tal vez no volveríamos a navegar juntos. Galil terminaba de<br />

meterse en una crisálida plateada que se había tejido, pues<br />

debido a su edad aquel frío era mucho para él. No lo supe<br />

entonces pero ésta era la última vez en que lo vería. Un<br />

fugitivo resplandor fue sufi ciente despedida entre ambos.<br />

Al pisar la nieve, las botas que Lendrax me había hecho<br />

para la expedición cambiaron hasta convertirse en una<br />

especie una canasta plana de amplio tejido, con la que era<br />

posible caminar sin hundirse entre la nieve. Asimismo, los<br />

99


astones sujetos a los antebrazos, crecieron hasta que pude<br />

agarrarlos con las manos, convirtiéndose en los impulsores<br />

perfectos para la superfi cie suave y helada.<br />

—También les servirán por si tienen que caminar —les<br />

aclaré a los emisarios, señalando los triángulos y bastones<br />

de diamante negro que Lendrax les diera, los cuales brillaron<br />

y se retorcieron.<br />

Una miraba de admiración chispeó entre ellos, al verme<br />

dar los primeros pasos. Mientras la noche terminó de caer<br />

sobre nosotros como un árbol seco y ya no nos abandonó<br />

más, yo regresé sobre cubierta en completo silencio<br />

exterior e interior. Mainar-Rotarú y Menq-Aurí calculaban<br />

la duración del viaje, según el mapa de la primera y la<br />

experiencia del segundo. Dos semanas debíamos emplear<br />

para llegar a donde dejaríamos los huevos de luz y regresar,<br />

suponiendo que no aparecieran excesivas tormentas o<br />

peligros insospechados. Siguiendo la indicación de Galax,<br />

cada uno preparó alimentos y agua para tres semanas<br />

de expedición. Por mi parte, llevaba al cinto el catalejo<br />

de oro y la presencia en mi corazón de mis otros amigos<br />

y compañeros de ultramar. En medio de aquella noche<br />

friísima, Galax dio la señal y comenzamos a bajar de la barca<br />

de ébano. Las plumas que los seres pájaro llevaban en las<br />

frentes comenzaron a llenarse de resplandor y, junto con el<br />

brillo de Menq-Aurí, formaron un murmullo de claridad que<br />

nos alumbró el paso.<br />

Y así, antes de abandonar el puente que Lendrax había<br />

hecho con su quilla, los emisarios miraron a la barca,<br />

respiraron lenta y profundamente por tres ocasiones, y<br />

luego formaron un rombo: Galax al frente, fl anqueado<br />

por Gorgala, a la izquierda; Dangas, a la derecha; Barú en<br />

la retaguardia y Mainar-Rotarú y yo en el centro. Al alzar<br />

vuelo hacia el sur del mundo, Mainar-Rotarú puso las corvas<br />

de sus brazos debajo de mis axilas, mientras los zapatos de<br />

triángulo de ébano de la mujer pájaro se transformaron en<br />

un cinturón que ponía paralelas nuestras cinturas.<br />

Más adelante, justo cuando mis ojos comenzaban a<br />

acostumbrarse a aquella penumbra, comenzó a nevar hasta<br />

que, por fi n, el peso de la nieve hizo imposible el vuelo. Al<br />

100


ajar y pisar la blanda superfi cie, los triángulos de diamante<br />

negro que cada emisario llevaba en la cintura se adhirieron<br />

confortablemente a cada pie, en tanto formaban un amplio<br />

tejido en forma de canasta plana. Asimismo, los bastones<br />

crecieron hasta el tamaño exacto que cada emisario ocupaba<br />

para impulsarse con la mayor facilidad y con el menor<br />

esfuerzo posible. Di los primeros pasos y ellos me imitaron.<br />

Al caminar entre la nieve sintieron ligeras cosquillas que<br />

los hicieron llenarse de admiración y asombro. Una risa<br />

luminosa invadió el frío.<br />

Avanzamos penosamente poco más que un día completo<br />

hasta que la caída de la nieve se convirtió en una tormenta.<br />

Mainar-Rotarú consultó el mapa de su medallón y señaló<br />

hacia una montaña no lejos. Al llegar hasta ahí el cansancio<br />

saltó sobre nosotros sin piedad, y tras éste venía el hambre.<br />

Lo que en principio nos pareció una rajadura, justo en la<br />

base del cerro, nos ofrecía el único respiro posible en la<br />

asfi xia de nieve. El estrecho acceso daba paso a una gran<br />

caverna donde los triángulos de diamante negro de sus<br />

pies y mis zapatos abandonaron la forma de canasta plana,<br />

acolchando cada pie y dándonos una vibración aterciopelada<br />

que nos relajó en minutos. Los bastones quedaron como si<br />

fueran parte de una manga holgada. Galax se internó en la<br />

cavidad.<br />

—Hay un túnel —dijo el guerrero al regresar, antes de<br />

indicarnos que era necesario dormir un poco.<br />

Al despertar escuché cómo Mainar-Rotarú indicaba que<br />

el mapa de los medallones señalaba que debíamos pasar<br />

por aquella montaña, siendo imposible volando, en vista de<br />

que la tormenta de nieve no hacía más que crecer.<br />

—Intentemos lo único que nos queda —interrumpí, y<br />

señalé el túnel.<br />

El mapa de mi medallón resplandeció, siendo<br />

interpretado por Gorgala como que internarse a través de<br />

la tripa de la montaña era un camino posible hacia nuestro<br />

destino. De inmediato, de las suelas de los triángulos de los<br />

hombres y mujeres pájaro, así como de mis botas, brotaron<br />

unas puntas de diamante que nos dieron una estabilidad<br />

única contra la congelada y resbaladiza superfi cie. Yo me<br />

101


adelanté levantando a Menq-Aurí para que su resplandor<br />

dorado nos guiara. Fue cuando comencé a entender mi<br />

participación en aquella aventura. ¡Cómo siquiera imaginar<br />

lo que en realidad me esperaba!<br />

El túnel era lo sufi cientemente ancho para que pasáramos<br />

sin problemas, aunque uno detrás del otro, y siempre que los<br />

emisarios pájaro agacharan la cabeza para no destrozarla<br />

contra los fi losos salientes de hielo que formaban el<br />

techo. El fi nal del conducto daba a una primitiva escalera<br />

que subimos sin difi cultad, para quedar con la respiración<br />

congelada y el silencio apenas cortado por el estirar de<br />

los cuellos de mis acompañantes. Al principio parecía que<br />

estábamos suspendidos sobre una mota negra, hasta que<br />

poco a poco comenzamos a ver cada detalle.<br />

El centro, justo por donde habíamos emergido, era un<br />

perfecto círculo del índigo total, que parece negro, en la parte<br />

del universo donde está sembrado el misterio, del que salían<br />

seis senderos del mismo color, como los brazos de un insecto<br />

que teje entre las estrellas. Una cúpula monumental, hecha<br />

de hielo azul, coronaba aquella bóveda. Los senderos, de no<br />

más de dos pies de ancho, parecían fl otar sobre el abismo.<br />

Barú incluso se sumergió a toda velocidad en el vacío para<br />

tratar de descubrir cuán profundo era. Al regresar nos contó<br />

que el fondo parecía perderse en el remolino del tiempo.<br />

Distanciados en perfecta proporción unos de otros,<br />

los senderos conducían a unos huecos ovalados que, por<br />

momentos, parecían parpadear. Cada uno de los emisarios<br />

pájaro voló hasta las aberturas, únicas posibles salidas de<br />

aquel sitio, además del lugar por donde ingresáramos. Sin<br />

embargo, cuanta vez trataban de penetrar los huecos los<br />

mismos se cerraban de impenetrable negritud, en tanto que<br />

brillaba cada camino. Al querer descender sobre la parte del<br />

sendero previa al óvalo de entrada, ésta los rechazaba con<br />

igual fuerza a la que empleaban al acercarse. Regresaron<br />

sin que nadie supiera qué hacer hasta que, fi nalmente, Galax<br />

fue quien estiró su mano hacia el comienzo de su sendero,<br />

descubriendo que así no había rechazo.<br />

—¡Ah! —dijo con un fulgor azul en su mirada—. Parece<br />

que de nuevo caminaremos.<br />

102


Y luego, sin esperar respuesta, avanzó. Por cada paso<br />

que daba, lo recorrido se desvanecía en el acto. Galax<br />

avanzó así hasta llegar frente a uno de los seis ojos internos<br />

de la montaña, por el que esta vez sí pudo penetrar. El ojo<br />

se cerró y no lo vimos más.<br />

—Bien—indicó Dangas—, cada uno por un sendero. Y que<br />

nuestra elección haga posible el que volvamos a reunirnos.<br />

Elegimos un sendero y comenzamos a avanzar<br />

comprobando que, conforme caminábamos, la parte<br />

recorrida también se desvanecía. Adelante nos esperaban<br />

lo desconocido a través de los restantes cinco ojos de la<br />

montaña, los que una vez superados parpadearon unos<br />

segundos y se cerraron para nunca más abrirse.<br />

Liu Yuan detuvo su relato, se levantó, estiró el cuerpo<br />

con lentitud, volvió a sentarse y cruzó las piernas en aspas<br />

sobre los muslos. De seguido se lanzó hacia el piso, boca<br />

abajo, con los brazos abiertos en aspas. Un crujido de<br />

nueces que se quiebran indicó que su columna vertebral<br />

había sido acomodada. Después volvió a erguirse con<br />

mucha lentitud y estiró las piernas. A esto le siguieron<br />

varios giros de nuca, los cuales dejaban escapar más<br />

crepitaciones de nueces. Poco a poco adquirió una<br />

expresión de total relajamiento.<br />

—Al penetrar el ojo de la montaña que me correspondiera<br />

—agregó Yuan—, una viscosidad se me pegó formando<br />

una cáscara que me cubrió por completo, siguiendo los<br />

contornos de mi cuerpo.<br />

Sentí que me ahogaba. Contuve la respiración hasta<br />

que no tuve más remedio que absorber, aunque fuera<br />

aquella viscosidad. Creí que ese sería mi fi n pero, para mi<br />

sorpresa, se podía respirar el líquido espeso que, aunque<br />

desagradable, se comportaba como aire, aire líquido. Al<br />

principio me costó tranquilizarme. Traté de liberarme pero<br />

lo que me envolvía era tan dúctil que siempre resistía mis<br />

intentos. Pateé, arañé, busqué morder, tirarme contra los<br />

fi los de un túnel donde me llevaba fl otando aquella cosa, sin<br />

lograr nada. Poco a poco fui aceptando que no era tan difícil<br />

respirar entre la viscosidad, aunque no me gustara.<br />

El túnel giró hacia la izquierda en tanto la cáscara viscosa<br />

103


me desplazaba fl otando con lentitud. Mientras daba<br />

tumbos pude apreciar que el túnel estaba formado por unas<br />

delicadas y bellísimas estrías rosadas, cuya visión hizo que<br />

volviera a sentir el gozo absoluto propio de la niñez. Cuando<br />

estaba a punto de terminar de sumergirme en aquel deleite,<br />

la cáscara viscosa empezó a endurecerse, aplastándome.<br />

Justo antes de que me asfi xiara se abrió, escupiéndome<br />

contra un pequeño delta formado por unas ondulaciones<br />

de arena, semejantes a las que a veces forma el mar contra<br />

algunas playas.<br />

Al observar la cáscara viscosa, abierta por delante,<br />

que continuaba fl otando, me di cuenta, gracias a ciertas<br />

delicadas ondulaciones, que se desplazaba suspendida<br />

en un líquido tan transparente que hacía casi imposible<br />

reconocerlo. Segundos después la viscosidad, donde aún se<br />

podían distinguir rasgos de mi apariencia, adquirió un tono<br />

amarillo y continuó con su girar hasta que desapareció por<br />

detrás de una curva. Supuse que regresaba a su origen.<br />

El lugar donde la cáscara me había depositado era un<br />

túnel del mismo negro índigo que los senderos por donde<br />

había entrado. Dicho conducto se estrechaba conforme me<br />

desplazaba; parecía dar pasos en medio de la oscuridad del<br />

universo. Una curva dio origen a una ligera pendiente la cual<br />

se iba pronunciando cada vez más hasta que me arrastró<br />

hacia una cavidad alumbrada por jaspes azules en forma de<br />

pera, con la parte ancha hacia arriba. Al caer me di cuenta de<br />

que al otro lado había una pendiente y una salida similares.<br />

La bajada, al principio apacible y luego vertiginosa, me<br />

arrojó sobre un hueco dúctil y húmedo. Sentí que estaba<br />

siendo engullido por el intestino de la montaña. Luché con<br />

todas mis fuerzas para salir pero pronto me hundí tragado<br />

por una negritud movediza.<br />

Liu Yuan sudaba en exceso y hasta me pareció que<br />

su cara se volvió demasiado blanca. Nunca, desde que<br />

comenzara a contar sus aventuras, lo había visto así. No<br />

hice ningún comentario pero me sentí muy preocupado. ¿Y<br />

si se moría ahí mismo, qué haría? ¿A quién avisaría? ¿Cómo<br />

explicaría su presencia en mi casa?<br />

—Mucho después —continuó afortunadamente el<br />

104


marino, luego de secarse el sudor de la frente con la manga<br />

del traje— pude comprobar que a los emisarios también les<br />

sucedió lo mismo.<br />

Bueno, excepto en lo que cada uno vivió mientras<br />

atravesaba la tripa de la montaña y salía directamente hacia<br />

el hielo brutal de la superfi cie. Sí, en aquel lugar, por más<br />

que sentimos bajar, al fi nal salimos inexplicablemente a la<br />

superfi cie. Todavía recuerdo la palidez de cada hombre y<br />

mujer pájaro al contarme su experiencia. Supongo que no<br />

me quedé atrás al decir lo que me pasó… En fi n, una vez que<br />

cada uno salió a la superfi cie...<br />

—Pero Yuan —interrumpí sin poder evitarlo—, ¿qué fue<br />

lo que vivieron?<br />

El marino frunció el ceño.<br />

—Me parece fundamental..., pero si no se siente bien...<br />

Amanecía. Le dije a Yuan que era necesario detener<br />

el relato de sus aventuras pues aquel día sí tenía que ir a<br />

trabajar.<br />

—Quédese en casa hasta que regrese —le pedí.<br />

Luego me bañé con agua muy helada con la vana<br />

pretensión de tomar nuevos bríos. A la cuarta taza de café,<br />

bien cargado y sin azúcar, comencé a sentirme un poco<br />

reanimado, aunque debería decir intoxicado. El capitán de<br />

ultramar dijo que estaba bien, que más tarde nos veríamos, y<br />

no hizo ningún comentario usual a eso de “tener que” hacer<br />

algo, como ir a trabajar. Esto me preocupó aún más.<br />

—Hasta más tarde, Yuan —me despedí.<br />

Una ligera reverencia fue su respuesta.<br />

Al finalizar la jornada de un día completamente<br />

improductivo, pasé por una tienda y compré una caja de<br />

casetes. De haber sabido lo que Yuan iba de contarme,<br />

tal vez no hubiera regresado.<br />

105


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿qué es el miedo?<br />

—No aceptar verse como parte del fl uir universal que<br />

es sin esfuerzo y sin propósito. O sea, no querer ver que el<br />

equilibrio y el vacío van por dentro, que solo la red está por<br />

fuera.<br />

106


EL ESPEJO NEGRO<br />

Al llegar a casa encontré a Yuan de mejor semblante, hecho<br />

que más bien me hizo patente que algo me había estado<br />

molestando durante el día. El capitán había preparado una<br />

frugal cena con su pan de algas y un tai-co particularmente<br />

fuerte. Comer con él sin decir palabra me asentó el ánimo.<br />

Casi dos horas después, el viejo marino se puso a realizar<br />

la danza de las letras vivas. Ante mí contaba una historia<br />

esta vez totalmente incomprensible para la mente pero<br />

que, sin embargo, aplacaba aquello que me había estado<br />

mordiendo el estómago por dentro. Desde lo profundo de<br />

mí brotó una extraña paz. Mente y emoción fueron uno.<br />

Galax<br />

Luego de que pasamos un buen rato respirando muy<br />

profundamente, de pronto Liu Yuan se arrodilló y levantó<br />

los brazos con lentitud, arqueándolos sobre la espalda,<br />

hasta poner el cuenco de las manos justo en la raíz de cada<br />

oreja. Un largo y modulado chillido surgió del capitán de<br />

ultramar, mientras trazaba con pequeños brincos, círculos<br />

a mi alrededor, apoyándose sobre los talones en tanto<br />

encorvaba las piernas. Breves pero fuertes sacudidas de<br />

cabeza lo acompañaron en cada círculo que trazaba. Al<br />

terminar me sentí totalmente mareado. Yuan abrió los ojos<br />

y un resplandor azul me cegó. Al recuperarme descubrí<br />

que el viejo marino estaba acuclillado frente a mí con los<br />

ojos cerrados, los brazos hacia a la espalda, y las manos<br />

detrás de las orejas, “Como si estuviera oyendo el canto<br />

de la sangre”, me sorprendí pensando. Una punzada en<br />

mi cuello evitó que preguntara qué era esto. Además, en<br />

ese preciso instante, Yuan comenzó a contar la historia de<br />

107


Galax y su enfrentamiento con el espejo negro. Apenas<br />

pude accionar la grabadora.<br />

—El pegajoso conducto de la montaña —gruñó Yuan—<br />

nos engulló a cada uno por separado. Entonces no lo<br />

sabíamos pero mucho después nos sacaría de nuevo a la<br />

superfi cie. Cuando los emisarios y yo volvimos a reunirnos,<br />

cada cual contó su enfrentamiento con el espejo negro.<br />

Sentimos la sensación de estar siendo triturados en medio<br />

de aquel conducto pegajoso, a lo cual se sumaba la falta de<br />

aire. Al empujar con todas las fuerzas, y siempre cabeza<br />

abajo y con los brazos hacia atrás, cada uno vio aparecer<br />

ante sí un espejo negro. Luchando por no ahogarse, pues la<br />

pegajosa baba entraba por la nariz y por la boca, cada uno<br />

vio aparecer su propio miedo. Galax, el guerrero, sintió el<br />

indescriptible dolor de verse despedazado vivo por miles de<br />

insectos, para ser devorado con una intencional lentitud,<br />

lo cual remarcaba su agonía. En el corazón del hombre<br />

pájaro brotaron, como alargados y negros gusanos, los<br />

gérmenes de la cobardía y de la derrota. Al sentir que la más<br />

contundente falta de valor le comenzaba a irrigar las venas,<br />

Galax se vio a sí mismo destrozado, roto: destruido por la<br />

desolación total.<br />

En su mente, los pensamientos se le agolparon como<br />

piedras y ya no pudo pensar nada. La piel se le erizó y cada<br />

pluma se convirtió en un colmillo que se le incrustaba cada<br />

vez con mayor fuerza. Puso su última posibilidad de vida<br />

en ordenarle a su cuerpo respirar, aunque fueran migajas.<br />

Y justo antes de que su ser sucumbiera frente aquel horror<br />

surgió, también desde su corazón, un rayo de voluntad<br />

para darle un impulso fi nal. Al desprenderse de lo que él<br />

consideraba su valor y su valentía, se desanudó a su vez de<br />

su cobardía y su derrota. Galax, entonces, se lanzó sobre<br />

el espejo negro atravesándolo de un seco golpe. Pero,<br />

al salir expulsado de aquel sitio, el medallón que le había<br />

entregado Mainar-Rotarú, con el mapa para llegar hasta<br />

Zac-Noró, quedó atrapado en el mismo espejo, el cual<br />

llameó al guardar el germen del miedo del guerrero azul.<br />

Poco después, vomitando la baba pegajosa que chillaba en<br />

sus entrañas, el hombre pájaro se aferró al aire frío como<br />

108


un náufrago a la desesperación. Sin saber qué hacer ni a<br />

dónde ir, a Galax le pareció sufi ciente un punto dorado que<br />

apareció desde las fauces mismas de la tormenta de nieve.<br />

Agarrado a su respiración dirigió sus pasos hacia allí.<br />

Dangas<br />

Después, el capitán de ultramar cerró los ojos y comenzó<br />

a respirar por la boca ahora fuerte, como imitando un tren,<br />

ahora lento, como si tuviera pereza de inhalar, hasta que ya<br />

no aspiró más. Cuando ya había pasado mucho en que no<br />

respiraba, y justo antes de que lo fuera a tocar, Yuan volvió<br />

a ensanchar la nariz causando un torpe y agudo silbido, en<br />

tanto estiró los músculos produciendo leves crujidos que me<br />

provocaron ligeras sonrisas. “Parece un arpa de huesos”,<br />

me descubrí hablando para mí. Luego, con suavidad, trazó<br />

semicírculos con la cabeza. Por último, arqueó el cuerpo<br />

hacia atrás con extrema lentitud.<br />

“Vaya, me dije, quién hubiera imaginado al viejo<br />

Yuan tan flexible”. Antes de proseguir con el relato del<br />

enfrentamiento de la emisaria roja con el espejo negro,<br />

el marino asumió otra insólita postura que no abandonó<br />

mientras contaba la historia. Respiró lenta y profundamente<br />

por tres ocasiones antes de deslizarse boca abajo sobre el<br />

piso, tensar el cuerpo, para finalmente levantarlo sostenido<br />

por las palmas de sus manos. Por un instante me pareció un<br />

tigre blanco corriendo por la estepa, aunque la tensión de<br />

su cuerpo le terminó de dar la apariencia de ser una flecha,<br />

una flecha humana.<br />

—Dangas, la mujer pájaro roja del clan de la elección<br />

—agregó Yuan casi en un susurro— fue la siguiente en<br />

contar su experiencia frente al espejo negro:<br />

Hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados. Flotando<br />

en medio de una gigantesca gota de saliva luminosa.<br />

Tonos verdes, azules, índigos, irrigaban el cuerpo de<br />

Dangas, convirtiendo todo en un calidoscopio con ráfagas<br />

resplandecientes. Así fue como ella vio el comienzo de su<br />

enfrentamiento con el espejo negro. Al intentar respirar lo<br />

que sintió por su garganta fue arena. La emisaria del clan<br />

de la elección vio cómo lo que la rodeaba se transformó con<br />

109


violencia en una bóveda de ceniza.<br />

Su cuerpo era azotado por furiosas sacudidas en tanto<br />

que la sensación de asfi xia la llenaba. El sudor, que la cubría<br />

por completo, se transformaba en espinas de carbón. La<br />

ceniza metía sus delgadas pero atenazantes garras por la<br />

boca y nariz de Dangas. Quería vaciarla de su voluntad de<br />

elegir para sustituirla por una duda acre y gris. Paralizada<br />

por el horror de morir ahogada, las dudas y certezas de la<br />

mujer pájaro desaparecían. Antes de perecer, un punto<br />

multicolor, como el extremo de una espada, se abrió frente<br />

a ella. El espejo negro tomó la forma de una serpiente de<br />

hollín gris que luchaba por tragarse a Dangas, tanto por<br />

dentro como por fuera, hasta que de pronto, y de un solo<br />

golpe, su palpitar la arrojó hacia el fi lo de la luz.<br />

La mujer pájaro sintió que se unían la agonía de morir<br />

ahogada, con el horror de estar siendo traspasada por<br />

la espada multicolor. Duda y certeza, razón e instinto,<br />

estallaron en el interior de Dangas expulsándola del vientre<br />

de la montaña hacia la tormenta de nieve de la superfi cie.<br />

Un ataque de tos antecedió el que se arrastrara para alejarse<br />

hasta que al fi n pudo levantarse con difi cultad. Al limpiarse el<br />

hollín que salía por nariz y boca, la emisaria roja se dio cuenta<br />

que había perdido el medallón con el mapa hacia la región<br />

de Zac-Noró. Antes de que la desesperación la mordiera, la<br />

mujer pájaro dirigió sus pasos hacia un parpadeante punto<br />

dorado, aparecido desde lo profundo de la tormenta. Sin<br />

dudar, sangre y piel la impulsaron a elegir aquel mínimo<br />

punto de claridad como lo único posible para su corazón y<br />

su mente.<br />

Barú<br />

Liu Yuan detuvo el relato, se sentó y secó el sudor de<br />

las manos y cara. Por varios minutos relajó su cuerpo con su<br />

característico respirar, lento pero profundo. A intervalos<br />

sorbía agua como si se tratara del más delicioso néctar.<br />

Después de casi media hora una sonrisa dulce comenzó<br />

a irrigarlo. De inmediato me sentí contagiado de aquella<br />

serenidad.<br />

Yuan se levantó y empezó a caminar a mi alrededor,<br />

110


dando pequeños saltos, lo que asocié con una danza de los<br />

pieles rojas del norte de América. Enseguida el capitán<br />

de ultramar arqueó los brazos, poniendo el dorso de las<br />

manos en los costados de la cintura, antes de contar lo que<br />

le escuchara decir a Barú acerca de su enfrentamiento con<br />

el espejo negro.<br />

Durante lo que contaría, Yuan no dejaría de agitar los<br />

brazos ni de trazar círculos a mi alrededor. Parecía que el<br />

esqueleto de algún pájaro misterioso se liberaba y se alzaba<br />

para barrer el miedo con su callada luminosidad.<br />

Un grito verde de águila brotó desde lo profundo del<br />

viejo marino antes de que comenzara su relato.<br />

—Cuando Barú se enfrentó al ovalado espejo negro no<br />

pasó nada —graznó Yuan—. El emisario simplemente se<br />

sentó frente al espejo y esperó.<br />

Poco a poco fue sintiendo una total falta de ánimo.<br />

La pereza, como un reptil de humo transparente, lo fue<br />

engullendo poco a poco, hasta que todo pareció desconocer<br />

ese brillo que hace de la vida vida y nada tuvo sentido. La<br />

ausencia de aquello que hay que saber, porque ya nada<br />

tenía por qué saberse, dio con la ausencia del silencio, vital<br />

para Barú. El joven emisario enfocó su atención en una<br />

imagen, al principio difusa, luego clara, que el espejo negro<br />

le devolvía. Se miraba a sí mismo con la apariencia de ser<br />

piedra. Como si muchísimos años lo hubieran congelado<br />

tal y como alguna vez todavía se recordaba, dispuesto a la<br />

batalla por la vida, como si hubiera asumido la esclavitud<br />

como destino: sucumbir antes de haber luchado por lo que<br />

el corazón pelea, muere y regresa, hasta hacerlo suyo, para<br />

sólo así dejar ir.<br />

Ante Barú la propia imagen del emisario verde fosilizado<br />

comenzó a caer a pedazos: primero una oreja, seguido por un<br />

pedazo de nariz, la lengua, manos, una rodilla, explotando<br />

como fl ores de polvo cristalizado contra el piso. El horror<br />

de aquella visión hizo que mechones del cabello turquesa<br />

del más joven de los emisarios se tornaran de pronto grises.<br />

Al comenzar a crujir la cabeza de Barú, un ánimo primario,<br />

mezcla de valor y voluntad, impulsó al hombre pájaro hacia<br />

el mismo espejo negro, el cual atravesó justo antes de que<br />

111


la imagen de su cabeza comenzara a caer. El puñetazo del<br />

helado viento le devolvió al emisario la respiración. Al verse<br />

fuera de la montaña supo que siempre hay algo que solamente<br />

se sabe como lo que es, y nunca como conocimiento; supo<br />

que esta sabiduría se encuentra en las acciones. Al igual que<br />

con Galax y con Dangas, el medallón con el mapa que les<br />

diera Mainar-Rotarú con la ruta hacia Zac-Noró, había sido<br />

tragado por el espejo negro. Sin embargo, antes de que el<br />

desconsuelo gruñera, un parpadeante punto dorado se alzó<br />

en medio de la tormenta de nieve, como el principio del<br />

hilo conque el tiempo teje las cosas. Un impulso hizo que<br />

Barú tomara rumbo hacia aquel ojo de chispas, que en aquel<br />

instante brilló con más poder y profundidad.<br />

Gorgala<br />

Al concluir el relato de Barú, Liu Yuan se acostó boca<br />

arriba, de nuevo sobre el piso de la sala, trenzó los dedos,<br />

arqueándolos ligeramente, produciendo un sonido de<br />

semillas que abren su corazón y se quedó quieto. Al creer<br />

que se había quedado dormido aproveché para arrellanarme<br />

en el sillón pero, cuando empezaba a adormilarme algo frío<br />

me tocó la mano que colgaba del brazo del mueble. Una<br />

sensación entre temor y asco me cruzó por el cuerpo.<br />

Hubiera jurado que sentí una serpiente. Un brinco<br />

involuntario casi me tira encima de Yuan, quien abrió los<br />

ojos y como si nada dijo:<br />

—Ahora te voy a contar el más misterioso encuentro<br />

con el espejo negro, el de Gorgala, la emisaria del clan de<br />

la magia.<br />

Conforme relataba lo ocurrido Yuan daba vueltas<br />

sobre sí, lo mismo que avanzaba sobre el piso, o retrocedía,<br />

siempre acostado. Los brazos hacia delante y las<br />

piernas estiradas le daban al viejo marino la apariencia<br />

de ser un reptil, en tanto con su traje semejaba un pájaro<br />

exageradamente alargado. De pronto todo fue claro: el<br />

marino era, al contar la aventura de Gorgala, una serpiente,<br />

una serpiente emplumada.<br />

—Hacia abajo —silbó el marino—, Gorgala descubrió<br />

dos relucientes escaleras negras entrelazadas en forma de<br />

112


caracol.<br />

Conforme la emisaria descendía, una fi la de hombres<br />

y mujeres idénticos a ella, aparecían de escondrijos<br />

insospechados, sorprendiéndola en cada recodo. Le<br />

ofrecían o pedían algo, susurrándole de manera que ningún<br />

otro se enterara de la propuesta hecha, aunque cada uno<br />

quería la total atención de Gorgala. Tres niveles tenían las<br />

escaleras. En el primero la adulaban y le ofrecían toda clase<br />

de promesas y reconocimientos. En el segundo le decían que<br />

ella tenía una misión especial en el mundo, la de hacer que la<br />

magia reinara de nuevo, pues era la elegida: una sacerdotisa<br />

sagrada. Cada uno, decían, era el único que sabía qué, cuándo<br />

y cómo hacer para lograrlo. Las tentaciones eran múltiples<br />

pero Gorgala se mantenía fi rme en negarse a dar respuesta<br />

alguna. Sin embargo, lo que casi la hace quedarse en una de<br />

las aberturas que se abrían y cerraban como parpadeos, fue<br />

una pálida niña de unos seis años, quien, con una vara de lo<br />

que parecía fuego en su mano derecha, le imploraba:<br />

—¡Madre, madre!, llévame hasta la puerta donde mi alma<br />

está prisionera de la oscuridad del mundo. ¡Madre, madre!,<br />

sólo tú puedes salvarme de la noche del corazón. ¡Madre,<br />

madre!, sólo tú puedes llevarme hasta el alma donde está la<br />

puerta de la oscuridad del mundo. ¡Madre, madre!, ayúdame<br />

a liberarla, a liberarme.<br />

Una convulsión azotó a Gorgala dejándola casi en trance:<br />

parecía un puñado de estremecimiento. Lo único que la<br />

hizo reaccionar fue el medallón que llevaba con el mapa<br />

que Mainar-Rotarú nos diera, el cual, ante la presencia de<br />

la niña, relumbró con tal intensidad que Gorgala pudo ver<br />

cómo aquella criatura no tenía brillo en los ojos, sino que<br />

eran dos cuencas oscuras donde toda luz era devorada en<br />

silencio. Debido al resplandor del medallón, la imagen de<br />

la niña desnudó su verdadero rostro: un ser tan seco de sí<br />

que más parecía una calavera envuelta en harapos. Gorgala<br />

pudo entonces recobrar su conciencia y proseguir su camino,<br />

aunque el medallón se le cayó estallando contra las escaleras<br />

negras como una fl or de polvo luminoso.<br />

La mujer pájaro llegó así al tercer nivel, que comenzaba<br />

donde terminaban las escaleras. Adustos y antiguos seres,<br />

113


hombres y mujeres, con el rostro de la misma emisaria, la<br />

esperaban envueltos en capuchas negras. Sin decir nada,<br />

la saludaban como quien ha estado esperando una enviada<br />

desde hacía mucho. Situados en dos fi las, se hallaban a tal<br />

distancia que cada cual podía susurrarle sus asuntos a la mujer<br />

pájaro sin que nadie oyera. Toda vez que uno de estos seres<br />

le hablaba señalaba, hacia el fondo de las fi las, una especie<br />

de pared cóncava negra y reluciente que a veces mostraba<br />

báculos milenarios llenos de poderes inimaginables; libros<br />

antiquísimos donde se hallaba lo que era posible de conocer<br />

y más allá; aulas con aplicados aprendices de lo oculto; o bien<br />

vastos territorios sin enfermedades ni sufrimiento, al ser<br />

regidos por la magia. Un mundo perfecto excepto porque<br />

sus habitantes no tenían brillo en los ojos, lo cual hacía claro<br />

para Gorgala que nadie ahí había elegido lo que los seres de<br />

capucha negra le mostraban sino que eran esclavos de tan<br />

aparente maravilla.<br />

Antes de que la emisaria pudiera refl ejar sus<br />

pensamientos, siquiera con una contracción del rostro,<br />

apareció hacia el fondo un ataúd terroso con un cuerpo con<br />

una gota de sombra por capucha. A un lado, un hombre<br />

alto y fuerte, de expresión feroz, siempre con el rostro de<br />

Gorgala, sostenía dos cimitarras formando un aspa sobre el<br />

pecho. Otra criatura, hacia la cabecera, se le presentó como<br />

si fuera el propio padre de la mujer pájaro, invitándola a<br />

acercarse con una desmedida amabilidad. Al otro costado,<br />

una mujer, con la cara idéntica a la emisaria, se limitaba a<br />

ver hacia el cuerpo, como quien se despide para siempre, o<br />

bien espera el retorno luego de un largo viaje.<br />

De pronto, los encapuchados rompieron fi las, rodearon a<br />

Gorgala y comenzaron a pedirle que los ayudara a revivir al<br />

del ataúd. Paternales súplicas, sugestivos gemidos, miradas<br />

casi piadosas, que intentaban ejercer un poder mágico, no<br />

lograban aminorar el salvaje deseo que tenían para que la<br />

mujer pájaro utilizara su magia. Sin darse cuenta, Gorgala<br />

se vio frente al ataúd en el momento en que la mujer de la<br />

cabecera, el que se parecía demasiado a su propio padre,<br />

y el guardián, levantaban la capucha negra del preciado<br />

cuerpo.<br />

114


Un escalofrío latigó la espalda de la emisaria. Aunque<br />

aquel cuerpo también tenía rasgos faciales que recordaban<br />

los de ella, no había la menor duda de que se trataba de<br />

alguien principal, embalsamado a la usanza de los hijos<br />

de las arenas, tribu de antiquísimos habitantes. El rostro<br />

descubierto, de tonos azulados, comenzó a ejercer una<br />

atracción envolvente imponiendo su voluntad a los demás.<br />

Gorgala misma comenzó a sentir cómo aquella fuerza la<br />

irrigaba por dentro como si fuera un lento pero letal veneno.<br />

Sin embargo, contrario a lo que las criaturas esperaban,<br />

la mujer pájaro pegó un grito tirándose hacia atrás.<br />

Agujereada por el sudor, pero con la fi rmeza brillándole<br />

en lo profundo de sus ojos color miel, les dijo que jamás<br />

haría lo que le pedían. Los encapuchados, entonces, se<br />

abalanzaron sobre la emisaria arrastrándola hacia el ataúd,<br />

el cual estuvo inexplicablemente vacío. Fuera de sí, las<br />

criaturas amenazaban con meter a Gorgala en el féretro y<br />

enterrarla viva, en un hueco que se abrió de inmediato y que<br />

más parecía un rabioso hocico de tierra.<br />

—Si la magia es ciega —rechinaban—, será el instrumento<br />

de la destrucción que busca el poder, pues toda construcción<br />

es destrucción.<br />

De inmediato la amarraron, rugiendo que lo único<br />

que había era el poder y que el deseo total de éste era el<br />

verdadero impulso de las cosas.<br />

—Quien no está con el poder —vociferaban—, debe<br />

sucumbir ante éste. Si acaso venciera, será el poder a seguir,<br />

pues no hay nada que no sea poder al fi n. No importa lo que se<br />

diga, todo es destrucción, lo cual es siempre construcción.<br />

—Acepta el poder —aullaron al danzar con furia alrededor<br />

de Gorgala.<br />

Un salivazo fue lo único que los encapuchados recibieron<br />

por respuesta. Enloquecidos, tiraron a la emisaria boca<br />

abajo dentro del ataúd, arrojándole furiosos chillidos antes<br />

de cerrar la tapa, tirar el cajón hacia el hueco y comenzar<br />

a lanzar tierra. Y mientras de cada poro de Gorgala salía<br />

horror, una verdad comenzó a resonar desde lo más hondo<br />

de su mente y corazón: “Somos actos mágicos”, hasta que<br />

la pudo murmurar, convirtiéndose en una astilla a la cual<br />

115


agarrarse en medio de aquel naufragio de tierra. Ninguna<br />

de las criaturas supo que un rayo de oro brotó del lugar<br />

donde acababan de enterrar a la mujer pájaro. Con suerte,<br />

quizás alguno atisbara cómo aquella refulgencia que los<br />

traspasaba, era la verdad de la emisaria. Instantes después,<br />

la bofetada de la nieve despertó a Gorgala en las afueras de<br />

la montaña. Al incorporarse, escupió un puñado de tierra<br />

negra, acre y seca. Un punto de oro en el fi rmamento le<br />

hizo un guiño a la mujer pájaro. Hacia allí enrumbó sus al<br />

principio vacilantes pasos diciendo:<br />

—Somos actos mágicos. Somos actos mágicos.<br />

Mainar-Rotarú<br />

Sentía que la base de la espalda se me partía en dos, y<br />

que no podía permanecer despierto ni un minuto más. Una<br />

pesadez de plomo me aplastó la garganta. Lo único que<br />

no era opresión era la respiración de Yuan, tirado sobre<br />

el piso. Sin darme cuenta terminé respirando al ritmo del<br />

capitán de ultramar, lo que poco a poco me relajó. Ausente<br />

de mí mismo, sin poder hablar siquiera, estaba entre<br />

dormido y despierto, cuando involuntariamente brinqué<br />

sobresaltado. Liu Yuan me daba vueltas, apoyado en las<br />

rodillas y palmas de las manos. Me husmeaba, aunque no<br />

decía nada: parecía un alegre cachorro.<br />

—¡Escribe! —me ordenó con sequedad—. ¡Escribe como<br />

si de ello dependiera tu vida! —Y el brillo de su mirada hizo<br />

que me abalanzara sobre la libreta.<br />

Entonces Yuan contó el enfrentamiento de Mainar-<br />

Rotarú con el espejo negro sin dejar de darme vueltas, a la<br />

manera de un desproporcionado cachorro. “Ojalá no se<br />

le ocurra orinarme el sillón”, me dije antes de que el marino<br />

comenzara:<br />

—“Caminé despacio hacia el espejo ovalado —relató<br />

Yuan como si Mainar-Rotarú contara—. Caminé como<br />

quien se sigue a sí misma y nada más puede encontrar como<br />

verdaderos los pasos que acercan al origen.<br />

“La preocupación por los otros aparecía en mi mente y<br />

corazón, ¿cuál es la diferencia?, como ráfagas. Un impulso<br />

hizo que me acercara al espejo negro pero al intentar<br />

tocarlo, un violento rayo quemado se me clavó en los ojos,<br />

116


dejándome aturdida y enceguecida, antes que una voz<br />

brotara de mí, junto a un sentimiento de total abatimiento:<br />

—¿Para qué tanto batallar por ser una misma si nada cambia<br />

verdaderamente? ¿Por qué mi tribu, la de mi pecho y la de la<br />

isla de Capel-Bolta, tiene que huir de su hogar y ni siquiera ser<br />

fi eles a sí mismos los ha protegido? ¿Y que he hecho yo, Mainar-<br />

Rotarú, quien rige el clan del amor que guía, si hoy estamos<br />

perdidos, sino algo peor?<br />

“Yo únicamente veía al poder que se impone por sobre<br />

la libertad de los otros. Sentía que la vida se expresaba<br />

solamente a través del abuso, del engaño, lo injusto y lo<br />

excesivo. El horror del dominio de la desigualdad parecía<br />

ser lo único que habitaba el mundo. De pronto, el tronco<br />

seco de la desolación apareció contra el fondo del espejo.<br />

Allí me vi atada, como si siempre lo hubiera estado. Poco<br />

a poco, una hoguera de hollín comenzó a rodearme y a<br />

crecer en cuanto se me acercaba. La voz del abatimiento<br />

continuaba quemando mis entrañas, así como las lenguas<br />

de fuego marrón amenazaban con desollarme. Palabras de<br />

confusión me laceraban más que las llamas que se alzaban<br />

a mi alrededor:<br />

—¡Qué hay sino el amor por el poder. Qué hay sino el fuerte,<br />

el que sobrevive! ¡A dónde lleva el poder del amor sino a ser<br />

pisoteada! ¡Sólo hay poder, amor por el poder, amor por el<br />

poder: sólo el fuerte sobrevive!<br />

“Cuando el humo golpeaba mi cara hasta hacerla<br />

sangrar, y el fuego me escupía el cuerpo y no había sino el<br />

horror de morir quemada, a la par de aceptar que el amor<br />

no era nada, o peor aún, que era una sombra del poder que<br />

tarde o temprano corrompe, un impulso ancestral, como si<br />

viniera desde la misma sangre, y fuera allí donde habitara en<br />

realidad mi tribu, mi corazón y mi amor, hizo que me tirara<br />

hacia delante rompiendo el tronco donde me encontraba<br />

atada. Contra las llamas me lancé gritando con todas mis<br />

fuerzas: ¡El amor no es poder! ¡El amor no es poder!<br />

“Al caer sobre la hoguera marrón, me desplomé sobre el<br />

espejo, traspasándolo, para luego levantarme, cubierta de<br />

ceniza, en medio del exterior de la montaña, que amenazaba<br />

con una no menos mortal hoguera de fuego congelado. Un<br />

117


punto de llamarada, hacia el fondo de la tormenta, hizo que<br />

el amuleto con el mapa, chamuscado y humeante entre mis<br />

manos, brillara de nuevo. Hacia allí me dirigí, como quien<br />

parte hacia su propio corazón.”<br />

Liu Yuan<br />

—Partir hacia el propio corazón —dijo el capitán de<br />

ultramar varias noches después—, es algo que si uno lo<br />

comienza no tiene fi n y... tampoco principio. Sí, como lo<br />

oyes, aquel que elige su propio camino hace su elección<br />

ante cada acto como si fuera, porque lo es, no sólo el último<br />

sino, y quizás más importante, el primero. Tratemos de no<br />

olvidar esto, si es que sirve de algo.<br />

Yuan esbozó un embrión de sonrisa. Comimos. Luego<br />

permaneció en silencio y con los ojos cerrados, hasta que<br />

de golpe dio un salto para de inmediato encorvar el cuerpo<br />

ligeramente hacia delante. Al arquear piernas y brazos,<br />

movió la cabeza con extrema lentitud hacia los costados<br />

y exhaló con voz rasposa “‘Aaa...Hooo...Rrraaa”. Me<br />

hallaba frente a la interpretación, demasiada teatral, de un<br />

mono parlante.<br />

—Ahora me toca a mí —gruñó Yuan, con una mueca<br />

acartonada, mientras se rascaba y golpeaba el pecho—.<br />

Ahora te voy a relatar mi enfrentamiento con el espejo<br />

negro:<br />

Pensé que si el enfrentamiento con el espejo negro<br />

representaba mi fi n nada tenía qué reclamarle a la vida, pues<br />

no había algo pendiente para mí al vivir cada cosa “siempre<br />

por última vez, como si fuera siempre una primera ocasión”.<br />

Despedirme de Lendrax, de Galil y de los hombres y mujeres<br />

pájaro, de quienes no sabía cuál había sido su suerte, habría<br />

sido un pensamiento con alguna posibilidad de apartarme<br />

de mi serenidad, si no hubiera sabido que aquellos que se<br />

aman se llevan en el corazón. Fijo en mi palpitar, respiré<br />

hondo, agarré con confi anza a Menq-Aurí y me dirigí hacia<br />

el espejo negro y ovalado. Al llegar al frente me senté, cerré<br />

los ojos, acerqué los oídos —y en su interior aparecieron los<br />

más extraños pensamientos:<br />

A la mayoría de los humanos el tiempo les pasa como el<br />

118


viento por un colador. Hay pocos quienes son eso que les<br />

transcurre y hacen que su voluntad los haga viajar a través<br />

de su ser —eran reflexiones que azotaban como un tornado<br />

el lago de serenidad de Yuan—. La mayoría de los humanos<br />

no sabe o no quiere saber que cada cual es un maravilloso e<br />

irrepetible acontecimiento cósmico y mágico —eran ideas<br />

que chocaban contra las puertas de la mente del marino.<br />

Yuan sonrió para sí. Oponía al furor de sus dudas,<br />

certezas, miedos, ilusiones, sabiduría, ignorancia, en fin, a<br />

su humanidad, la serenidad de su fragilidad y el poder de<br />

saberse vulnerable.<br />

—¡Menuda belleza! —siguió contando el marino—. Ya<br />

que comenzamos a morir al nacer, y por ello ya somos la<br />

totalidad, lo único que nos queda es la manera de construirnos<br />

el magnífi co ahora donde estamos y somos. ¡Menudo<br />

brillo! Por eso fue tan estremecedor verse desfi lando ante<br />

uno mismo, ante la dignidad y confi anza propias, como el<br />

traidor que disemina las semillas de la corrupción en los<br />

actos aparentemente buenos y deseables.<br />

Mirada piadosa, amabilidad precisa, eran las armas<br />

con que ‘el traidor Yuan’ atacaría. Supo el marino que<br />

si no mostraba ‘su traidor’ no era por su inexistencia. Por<br />

el contrario, agazapado en la ignorancia resultaba más vil<br />

y peligroso, esperando el momento exacto de descargar<br />

su ponzoña. En especial si se trataba de un acto en<br />

apariencia inocente. Supo Yuan que la traición más ínfima<br />

es la más letal, la de las sombras propias. El principio de<br />

la podredumbre y del desperdicio de la vida y de la muerte<br />

que se parece en su germen a la virtud.<br />

Muchos ‘Yuanes’ desfilaron ante el capitán de<br />

ultramar quien, no por sereno, no dejaba de sentir cómo la<br />

angustia intentaba carcomerlo. Con un creciente sudor,<br />

especialmente en las palmas de las manos, pasaron frente a<br />

él la destrucción que únicamente busca su gozo, el orgullo<br />

de creerse algo, ya sea superior o, pero aún, inferior al resto<br />

del universo. Yuan sintió que pasaban años en lugar de<br />

minutos hasta que la imagen que le devolvió el espejo negro<br />

fue la de un anciano saturado de llagas, cubierto de polvos<br />

119


y aceites que, en lugar de disimular su fetidez, lograban que<br />

hasta el reflejo oliera a podrido.<br />

Un anciano Liu Yuan se escondía detrás del feto,<br />

el bebé, el joven, el hombre; al acecho para tocar lo que<br />

se considerara digno y poder así cultivar la semilla de la<br />

mentira. Dolores terribles y un asco inaguantable salían<br />

de la visión del anciano, que poco a poco intentaba ganar<br />

la conciencia del marino, el cual sentía morirse con infinita<br />

lentitud, rodeado de la agonía más espantosa sin poder<br />

expresar el menor de los quejidos. Yuan sintió ser un<br />

puñado de huesos e hilachas de seca carne con pústulas de<br />

piel, y la tristeza no dejó de manar de lo que él consideraba<br />

su corazón.<br />

Pero cuando aquel brotar amenazaba con ahogarlo,<br />

el brillo de Menq-Aurí le hizo quitarse, en su interior, del<br />

cauce del miedo. Un instante fue necesario para que<br />

aquello pasara de lado y no envolviera la conciencia del<br />

capitán. Un mínimo espacio donde el ser se adueña del<br />

palpitar bastó para que la serenidad volviera. Justo a<br />

tiempo, pues en ese momento el anciano de la mentira de<br />

Yuan mostraba cómo moría en medio de apenas visibles<br />

pero, con ello, las más horrendas convulsiones. Ante esto<br />

el marino sonrió, se levantó con Menq-Aurí en su mano, y<br />

se lanzó, desprendido de sí, hacia el espejo negro para de<br />

inmediato emerger en medio de la tormenta de nieve, donde<br />

el medallón con el mapa envolvía al catalejo de oro, el cual<br />

brilló al indicar el camino a seguir.<br />

Sin saberlo, tanto Yuan como los emisarios, al<br />

completar su enfrentamiento contra el espejo negro,<br />

dejaron el germen del miedo de cada uno depositado en el<br />

cristal. Al completar las seis semillas, una ráfaga quemada,<br />

imperceptible para cualquiera, surcó el espacio rumbo al<br />

sur, en la misma dirección que Menq-Aurí guiaba al capitán.<br />

Una levadura mortal, grano de ignorancia, miedo y traición,<br />

comenzó a crecer en el camino de los viajeros.<br />

120


LA REUNIÓN<br />

Liu Yuan salió de la montaña, una vez superado el<br />

enfrentamiento con el espejo negro, por el lado de mayor<br />

cercanía hacia Zac-Noró.<br />

Los emisarios, sin embargo —aclaró Yuan un par de<br />

semanas después, al comenzar a contar cómo lograron<br />

reunirse—, salieron cada uno por un lugar distinto. Quizás si<br />

la tormenta no hubiera continuado con extrema ferocidad,<br />

hubiera sido posible que nos hubiéramos distinguido entre<br />

la nieve.<br />

Los hombres y mujeres pájaro solamente tenían el<br />

punto refulgente que los guiaba en el cielo hacia el sur.<br />

Aun a pesar de que cada paso ganado a la tormenta era<br />

toda una hazaña, el brillo de sus corazones se intensificaba<br />

pues cada viajero recordó la inquebrantable decisión de no<br />

darse por vencidos hasta cumplir lo prometido.<br />

—Voluntad, le han nombrado algunos —continuó Yuan<br />

con firmeza—. Voluntad es lo que guió a los hombres y<br />

mujeres pájaro en su arrastrarse por el frío.<br />

Me imagino a los emisarios y al mismo capitán de ultramar<br />

en medio de vientos azotadores, nubes erráticas y nieves<br />

lacerantes que la tormenta les arrojaba como cuchillos, en<br />

su ruta hacia las profundidades del corazón del mar del sur.<br />

Me los figuro superando trabajosamente los latigazos del<br />

hielo.<br />

Veo a Yuan siendo el primero en llegar a una cavidad<br />

creada por el aullido del viento entre una aguja de piedra<br />

que formaba un monte triangular, cuya cúspide de granito<br />

sobresalía de los glaciales y antecedía un valle de terreno<br />

llano que en días calmos podía distinguirse rodeado de<br />

laderas azules y blancas, en total desafío a la gravedad.<br />

121


Fue hacia allí donde Menq-Aurí dirigió al viejo marino.<br />

Fue allí donde el catalejo de oro comenzó a refulgir hasta<br />

convertirse en un diminuto faro, aunque con la suficiente<br />

energía como para guiar a los hombres y mujeres pájaro,<br />

para lo cual Yuan lo puso sobre su cabeza y comenzó a dar<br />

lentas vueltas sobre sí.<br />

Me imagino cómo Yuan, al girar, apreciaba en su<br />

totalidad la aterradora belleza de aquel paraje, el cual<br />

recibía de lleno las ráfagas de viento que embestían desde<br />

el océano, ribeteado con enormes masas de escarcha<br />

crujiente.<br />

—Yo me sentía —agregó Yuan con un escalofrío—<br />

un punto de carne en medio de hongos de escarcha que<br />

adoptaban las más caprichosas formas —algunos de estos<br />

hongos de hielo llegaban a tener “el tamaño de una casa y<br />

son casi imposibles de escalar pues no soportan el peso de<br />

una persona”.<br />

Me imagino a los hombres y mujeres pájaro serpenteando<br />

tortuosamente entre las arrugas de escarcha que hacían<br />

brotar retorcidas formaciones entre el hielo por donde<br />

hacía mucho había caído el alarido estrangulado del sol,<br />

o bien la araña del anochecer, que continuaba implacable<br />

sobre los viajeros.<br />

Hubo algo, me contaría Liu Yuan mucho después, que<br />

en ese momento no tuvo importancia, pero que llegaría<br />

a decidir el desenlace de la aventura. En los círculos<br />

iniciales que trazara, Menq-Aurí descubrió lo que en una<br />

primera impresión fuera un hombre de hielo, quien había<br />

estado vigilando el paso de los viajeros. El catalejo se<br />

esforzó para ver más y mejor a aquella criatura, pero el<br />

misterioso hombre, cuya vista y olfatos eran potenciados<br />

hasta lo inimaginable por el hielo polar, supo que había<br />

sido descubierto, quedándose inmóvil, para confundirse a<br />

la perfección con los contornos.<br />

Al tratar de enfocarlo, Menq-Aurí no vio más que<br />

escarcha y frío, pues sólo podía ver a aquellos que, aunque<br />

fuera en un mínimo, se vieran a sí mismos. Al no distinguirlo<br />

más, el catalejo pensó que tal vez aquello era un espejismo<br />

y no se lo comunicó a Yuan, lo que resultaría casi fatal, ya<br />

122


que la criatura pertenecía al clan de los Güirgüines, los del<br />

corazón congelado.<br />

Por su parte, a Yuan, que ni sospechaba la presencia<br />

del espía Güirgüin, el cansancio comenzó a pesarle al<br />

superar casi una hora de estar girando con Menq-Aurí<br />

sobre su cabeza. Sin embargo, antes de que comenzara<br />

a desfallecer, Dangas apareció entre el chillido de la<br />

tormenta. Verse, alegrarse hasta las últimas fibras y que<br />

la emisaria roja tomara el lugar del marino, siendo advertida<br />

que debía girar con lentitud para evitar el mareo, fue cosa<br />

de un chasquido.<br />

Al rato la alegría fue mayor cuando apareció Barú<br />

aunque temblando y amoratado, y casi de inmediato<br />

Mainar-Rotarú, lo que impulsó a Yuan a retomar el lugar<br />

de Dangas en hacer girar al catalejo.<br />

Bastante después, cuando Gorgala arribó, la<br />

luminosidad emitida por el catalejo de oro, ahora sobre la<br />

cabeza de Barú, comenzó a apagarse. Una punzada se<br />

le clavó a Yuan la altura del pecho. Galax no llegaba y<br />

Menq-Aurí se extinguía. Aunque le insistieron en que<br />

descansara, el catalejo, por medio del marino, respondió<br />

que en batalla jamás se dejaba al compañero y que, mientras<br />

él pudiera, daría hasta el último esfuerzo para guiarlos.<br />

Además, aseveró, él estaba seguro de que cada cual haría<br />

exactamente lo mismo por los demás, de modo que lo mejor<br />

era no perder energía discutiendo.<br />

Como un chispazo negro nos cruzó la idea de que tal<br />

vez el emisario del clan de los guerreros hubiera perecido,<br />

pero nadie dijo nada: si alguien podía sobrevivir en aquellas<br />

condiciones era Galax. Instantes antes de que Menq-<br />

Aurí, ya sobre la cabeza de Gorgala, lanzara sus últimos<br />

rayos dorados, entre la tormenta apareció el emisario<br />

cayendo de rodillas, completamente exhausto. Apuñalado<br />

de nieve, apenas pudo ver el resplandor final que, como una<br />

sonrisa, hizo Menq-Aurí al darse cuenta que el guerrero<br />

había llegado.<br />

Algo, que estrujó el corazón de Yuan en tanto brotaba<br />

la alegría de ver al último de los viajeros, lo hizo dar un<br />

salto para tomar al catalejo de oro y frotarlo contra su<br />

123


pecho, en tanto se reunió junto con demás a donde estaba<br />

Galax, quien ante el trance sacó fuerzas de donde no<br />

las había y, aunque tembloroso, se levantó para unirse al<br />

apretujado círculo que formaron alrededor de Menq-Aurí,<br />

quien estaba muriendo. Mainar-Rotarú fue la primera en<br />

poner su mano sobre el catalejo de oro para entregarle<br />

sus últimas energías; los demás hicieron lo mismo. Soplos<br />

de agonía tejieron una tensa espera. Por fin, un ligero<br />

resplandor volvió a ser emitido por Menq-Aurí; se había<br />

salvado, aunque ninguno sospechaba que el catalejo de<br />

oro quedaba ciego.<br />

Liu Yuan resguardó a su amigo a la altura del pecho, si<br />

bien no pudieron ni compartir una sonrisa pues la tormenta<br />

los azotó con mayor furia. Galax señaló la parte de atrás<br />

de la pequeña loma donde el marino y el catalejo habían<br />

estado guiándolos. Crujiendo, le dieron vuelta a la loma<br />

para cavar lo más alto posible un refugio entre el hielo,<br />

esperando que la tormenta no los sepultara. Al terminar<br />

Galax moldeó un borde de escarcha lo suficientemente<br />

grande como para que ninguno se cayera durante el sueño,<br />

pues el cansancio imposibilitaba montar guardia.<br />

Antes de dormir, Mainar-Rotarú tuvo que emplear su<br />

respeto para convencerlos de comer algo de las semillas<br />

y frutos secos que llevaban, so riesgo de morir durante la<br />

noche por falta de energía. Por el agua no había más que<br />

agarrar un puñado de nieve y listo. En cuanto terminaron<br />

de devorar el alimento, tanto los zapatos como los bastones<br />

que les permitían a Yuan y a los hombres y mujeres pájaro<br />

impulsarse en la nieve, hechos con parte del casco de<br />

Lendrax, se entretejieron formando una hamaca que los<br />

cubrió con delicadeza, hasta convertirse en un ovillo que<br />

resguardaba cada partícula de calor. En segundos, el<br />

sueño de la interminable noche del sur los venció.<br />

124


EL CLAN DE LA PLUMA ROJA<br />

Horas que parecieron días. Horas donde el máximo<br />

esfuerzo fue agrupar cada borona de energía que hubiera.<br />

Fundidos en el objetivo de aquel viaje: llevar los huevos de<br />

arco iris de la tribu de los hombres y mujeres pájaro a la<br />

región de Zac-Noró, el corazón del sur del mundo. Horas<br />

en las que comenzó a germinar una comprensión acerca del<br />

sentido de vivir. Una comprensión a la que faltaría mucho<br />

para madurar y poder expresarse con la fuerza y claridad<br />

necesarias, al menos como Yuan lo llegaría a decir:<br />

“Nada se puede hacer por los demás excepto ser uno<br />

mismo. A profundidad total. Desde el corazón, donde<br />

quiera que éste se encuentre. Porque una vez entendido<br />

que nada se puede hacer por los demás, entonces y sólo<br />

entonces, con total ahínco y entrega, se hará aquello que<br />

se tiene que hacer, sin importar por qué ni para quién; por<br />

el hecho de que la vida así lo pide y lo da, desde y para uno<br />

mismo que es los otros, pues su único fi n es lo que es.”<br />

Horas en las que el frío metía sus uñas larguísimas<br />

buscando robar el latido. Horas que fueron escasos<br />

minutos para el cuerpo claveteado de dolor. Horas que<br />

acabaron con un crujido que indicó el reinicio del viaje.<br />

—Al mover los músculos —recomenzó Yuan el relato<br />

de la aventura—, sentimos cómo cientos de diminutas<br />

agujas vivas nos mordían por dentro. Un crujir de intestinos<br />

siguió al desentumecimiento. Mainar-Rotarú, la primera en<br />

erguirse, nos proveyó del alimento necesario para que las<br />

fuerzas retomaran nuestros cuerpos y doblegaran la palidez<br />

que nos había cubierto. Comimos con tanta lentitud que los<br />

sonidos al masticar nos pusieron en trance, llevándonos a<br />

125


distintos lugares de la memoria. Yo comencé a escurrirme<br />

hacia los primeros años de vida. La infancia y su inmenso<br />

país, el asombro, me recibían. Y así, sin proponérmelo me<br />

dejé llevar por el río de la memoria hasta llegar, de nuevo, a<br />

la taza de tai-co caliente, en medio de la casa paterna, hecha<br />

con bambú tallado a mano, situado en el valle de la luna de<br />

jade, único paso para llegar a la Montaña Fría.<br />

Al sumergirse Yuan en aquellos recuerdos de “la casa<br />

paterna”, como él decía con natural y hondo respeto,<br />

brotó en mí el recuerdo de la casa de mi infancia: un maizal<br />

picado de naranjos que yo recorría con el corazón abierto<br />

al medio como una papaya de luz. Cuando, a cada paso,<br />

las cosas me hablaban. Y, aunque ignoraba lo que decían,<br />

me reconfortaban como un atardecer entre bambúes.<br />

“La casa paterna”, la patria, que es lo que significa esta<br />

palabra. Aquella donde una fruta partida al medio es un<br />

festín de chispas para los pájaros de la mañana. Aquella<br />

donde un hombre y una mujer se miran día tras día, año<br />

tras año, mientras en medio pasan y pasan las manadas de<br />

horas con sus congojas, sus alegrías, sus cansancios, sus<br />

pocas cosas, su maravilla, alimentando a todos, haciéndolos<br />

crecer, dejando listo siempre un lugar a donde ir por si hace<br />

frío o faltan ganas de vivir o morir.<br />

Un lugar en donde confiar en alguien, en uno mismo, en<br />

donde entregarse, es decir, en donde dar y recibir, derrotar<br />

el miedo, imaginar un río cristalino con la risa de niños entre<br />

sus burbujas multicolores de gozo para darle brillo a las<br />

escamas del amor, entre las aguas del tiempo, reflejando<br />

tornasoles finitos, ínfimos, cósmicos, donde se inventa y se<br />

reinventa el universo y su pájaro madrugador, luz y semilla<br />

y cuerpos palpitantes y últimas respiraciones, cascabeles<br />

en medio del silencio del universo, siseos entre la mínima<br />

canción de las estrellas.<br />

“La casa paterna”, un hombre y una mujer, padre y madre<br />

juntos por un rato haciendo lo imposible real, lo anhelado<br />

palpable, entre chasquidos, besos y sudores, haciendo<br />

universo en vientres que se abultan hasta que la vida vuelve<br />

a su pacto de polen con la muerte, y viene el hijo, la hija,<br />

126


con sus flores de sangre, sus pétalos de piel. La casa<br />

pues, donde se aprende a nombrar el mundo y partimos<br />

hacia él, de vuelta a ningún sitio. “La casa paterna”, tres<br />

palitos para hacer una hoguera; el nombre de los padres, el<br />

propio y un guijarro como única heredad para conquistar<br />

el mundo, es decir, el corazón.”<br />

—El despertar que nos recibió —continuó Yuan,<br />

sacándome de mis reflexiones—, se tornó más bien amable.<br />

La tormenta había amainado e incluso, aunque por un soplo,<br />

unas pinceladas de luz hicieron de cielo abierto.<br />

Los hombres y mujeres pájaro se estiraron con lentitud<br />

hasta fl otar. Yo no pude menos que quedarme inmóvil ante<br />

el espectáculo de ver cómo aquellas criaturas desplegaban<br />

las alas al unísono, creando un aspa de cinco colores.<br />

El buen ánimo y la necesidad de continuar con nuestro<br />

objetivo de salvaguardar los huevos de arco iris hizo que<br />

pronto nos pusiéramos en marcha, guiados por Galax,<br />

segundos después de que Mainar-Rotarú indicara la dirección<br />

a seguir, una vez consultado el mapa de su medallón. Como<br />

el clima lo permitía, y para ellos era una posibilidad de<br />

recuperar energía, los emisarios formaron el rombo con<br />

el que volamos hacia el sur: Galax al frente, Gorgala a su<br />

izquierda, Dangas a su derecha, Barú en la retaguardia y<br />

Mainar-Rotarú y yo, en el centro, colgando de sus brazos.<br />

Una extraña calma los empujó en pleno vuelo. Abajo,<br />

las laderas de las montañas parecían hojuelas de hielo<br />

cubiertas por miel de claridad. El rombo multicolor cruzó<br />

por entre nubes escarchadas y renovados avisos de<br />

tormenta.<br />

—Sin embargo —continuó Yuan—, como a medio día de<br />

viaje, ráfagas en remolino hicieron imposible el vuelo, en<br />

tanto aparecieron, a manera de antesala, tres gigantescas<br />

terrazas, resguardadas por dos irregulares y descomunales<br />

hongos de hielo.<br />

Galax hizo una señal y bajamos. Era claro que sólo<br />

podríamos avanzar hacia nuestro objetivo si caminábamos<br />

hacia aquellas terrazas. La primera de ellas estaba cubierta<br />

con una capa de hielo que parecía ser la piel de un dragón<br />

127


escamado, de tonos ligeramente azulados. Con un rápido<br />

movimiento Galax, Dangas, Barú y Gorgala pudieran planear<br />

para bajar al siguiente nivel. Aunque tenían que hacer un<br />

gran esfuerzo a fi n de que los torbellinos no los reventaran<br />

contra la superfi cie de hielo, el desplazamiento fue algo<br />

realmente hermoso.<br />

Mainar-Rotarú, quien me cargaba, hizo su salto más<br />

alto y más largo, lo que le permitió que el peso de ambos<br />

equilibrara la fuerza con que el viento quería reventarnos<br />

contra la pared. Un aterrizaje en su punto fue el resultado<br />

de los cálculos hechos por la emisaria. Cuando nos<br />

reunimos sobre la primera terraza ésta crujió, en tanto un<br />

escalofrío quemante nos lamió la espalda. Con lentitud y<br />

en silencio superamos la ancha franja de escamas de hielo.<br />

Era como si camináramos sobre el gigantesco lomo de un<br />

dragón congelado que hubiera escogido aquel sitio como<br />

cementerio.<br />

Más bien rápido nos encontramos ejecutando un salto<br />

hacia la segunda terraza, de menor tamaño que la primera.<br />

Aterrizamos sin difi cultades pero, al caminar, nos inundó la<br />

sensación de estar pisando miles de cucarachas de escarcha<br />

que intentaban subírsenos, aunque la rapidez de nuestro<br />

andar hizo inútil aquella asquerosa amenaza. Una corriente<br />

de energía nos recorrió el cuerpo dejándonos entre el asco y<br />

el temor. Los momentos que duró la travesía de esta terraza<br />

parecieron estirarse demasiado. Incluso el fi ero Galax<br />

arqueó una ceja más de lo acostumbrado, innegable señal<br />

de verdadero disgusto. Sin siquiera pensarlo, ni mucho<br />

menos detenerse, el emisario del clan de los guerreros hizo<br />

un majestuoso arco en el aire que lo depositó en medio de<br />

la tercera terraza.<br />

Una sutil sonrisa nos chispeó en la comisura antes de que<br />

nos volviéramos a ver al mismo tiempo. Luego nos lanzamos<br />

contra el misterio, el cual, esta vez, tomaba la forma de una<br />

lengüeta helada y sucia en medio de la cual correteaban lo<br />

que parecían ser cientos de ratas con los pelos apiñados,<br />

como diminutas estalactitas de lodo congelado, las que<br />

nos producían un malestar que intentaba pegársenos a<br />

las paredes del estómago. Conforme recorríamos aquella<br />

128


asquerosa superfi cie, un impulso de vómito nos punzaba con<br />

creciente fuerza. Justo antes de que los primeros espasmos<br />

aparecieran, un túnel cuya entrada estaba rodeada por las<br />

monstruosas y heladas columnas hechas por los hongos de<br />

escarcha, emergió aliviándonos.<br />

Antes de cruzar el umbral, y a indicación de Galax,<br />

volvimos a formar el rombo, como al volar. El guerrero al<br />

frente, espada desenvainada. Dangas a su derecha, con una<br />

fl echa bermellón chispeando, lista para ser disparada ante<br />

la menor señal de peligro. Barú a la izquierda del guerrero,<br />

con el escudo de esmeraldas vivas girando sobre el índice<br />

derecho y la sonrisa desplegada, como un chispazo en medio<br />

del frío. Gorgala cerraba el rombo formando pirámides con<br />

las manos: con los anulares hacía el cono superior, los índices<br />

servían de puente, en tanto que con los pulgares perfi laba<br />

la base invertida de una pirámide doble, al mismo tiempo<br />

que murmuraba extrañas conjuraciones que más parecían<br />

un gruñido de oro. Finalmente, en el centro íbamos Mainar-<br />

Rotarú, con los brazos en aspas sobre el pecho, y yo, con la<br />

mano agarrada a Menq-Aurí.<br />

Una mirada en ráfaga fue la indicación de cruzar el<br />

umbral. Atravesar el túnel, sin embargo, fue más bien una<br />

acción seca, sencilla y directa. Aún así, algo en el interior<br />

de los siete nos impulsó a mantener la máxima alerta. El<br />

paso se retorcía entre los hongos de escarcha, con un<br />

techo jaspeado por los más diversos minerales, como una<br />

serpiente que diera tres sinuosas curvas. Al salir de la última,<br />

el espantoso chillido de una multitud de extraños casi nos<br />

detuvo la sangre. De golpe nos hallamos rodeados por lo<br />

que enseguida conoceríamos como el clan de la pluma roja.<br />

Frente a los viajeros, me había explicado Yuan en su<br />

momento, se hallaban dos columnas repletas de seres que<br />

semejaban a los humanos, excepto que sus cuerpos estaban<br />

cubiertos por una piel tiesa, dándoles la apariencia de estar<br />

pegados a su osamenta por un engrudo lechoso. Con<br />

escaso y cortísimo pelo, las criaturas, aunque desnudos, no<br />

mostraban si eran hombres o mujeres, pues su exagerada<br />

gordura los hacía una masa informe. En lugar de voz<br />

emitían un agudo chillido ululante, el cual daba la impresión<br />

129


de estar ante la presencia de un enorme y tenebroso corral.<br />

En el centro de las columnas se levantaba la extraordinaria<br />

figura de un enorme gusano rojo. Su cuerpo, más parecido<br />

a una rata calva sin piel ni patas, estaba coronado por una<br />

cabeza aplanada que semejaba a la de un águila viscosa de<br />

pico corto, con una baba lechosa colgándole.<br />

Los ojos de aquella criatura —continuó el capitán—,<br />

inyectados de rojo sangre, nos husmearon con furia. A<br />

una señal, los seres blancuzcos que lo rodeaban chillaron<br />

frenéticamente, blandiendo una pluma roja del mismo color<br />

de quien, a no dudarlo, era el líder de la multitud. Varios<br />

de ellos se abalanzaron hacia nosotros, empuñando sus<br />

plumas rojas. En instantes, sin embargo, fueron derrotados<br />

por Galax: la mayoría heridos y unos pocos muertos. Los<br />

sobrevivientes rechinaron y se refugiaron en los costados del<br />

gusano rojo, el cual tenía la altura, de la panza a la cabeza,<br />

de tres mujeres pájaro. Vistos así, las formas blancuzcas<br />

parecían ser sus hijos o, mejor dicho, sus larvas. Un ronroneo<br />

oxidado, emitido por su líder, apaciguó a los cientos de<br />

criaturas, envolviéndonos en un silencio pegajoso.<br />

El gusano rojo nos observaba deteniéndose en cualquier<br />

detalle como si saboreara cada rasgo. Cuando la tensión<br />

creció hasta volverse insoportable, Mainar-Rotarú dio un<br />

paso hacia el gusano rojo, rompiendo nuestra formación de<br />

rombo, al tiempo que Barú se paseó alrededor de las criaturas<br />

que yacían heridas, mirándolas fi jamente. Antes de tocarlas<br />

por tres ocasiones en la región del corazón con el dorso de la<br />

mano, se quedaba escuchándoles lo que únicamente él podía<br />

oír. Luego curaba a algunos con un cuidado y delicadeza<br />

extraordinarios, en tanto que a otros, heridos o muertos, les<br />

cortaba las cabezas con el borde de su escudo de esmeraldas<br />

vivas. A aquellas criaturas pálidas y fofas lo hecho por Barú<br />

pareció congelarles el líquido blanco que se les apelotonaba<br />

entre unos conductos semejantes a venas. Al líder de éstos,<br />

sin embargo, aquello le pareció extraordinario. Era claro<br />

que los otros emisarios comprendían el comportamiento de<br />

Barú, para mí inexplicable entonces. Más tarde, al explicarme<br />

el porqué de tal conducta, la sorpresa de la comprensión fue<br />

mayor que el acto en sí.<br />

130


“A veces el misterio de las cosas es que las cosas no<br />

tienen misterio”, mastiqué un recuerdo.<br />

Al terminar el joven emisario —prosiguió Yuan—, Mainar-<br />

Rotarú habló:<br />

“Somos de la tribu de los hombres y mujeres pájaro<br />

quienes viajamos en paz, en compañía de nuestro amigo<br />

Liu Yuan. No venimos a atacarlos. Si ustedes lo han hecho<br />

primero, sin provocación alguna de nuestra parte, recojan a<br />

sus muertos y heridos en silencio y déjennos pasar.”<br />

Un rumor de enjambre eructaron las criaturas en tanto<br />

volvieron a ver a su líder, inclinándose hasta tocar el suelo<br />

con las rodillas izquierdas por tres ocasiones. De seguido<br />

ponían las manos derechas con la palma extendida frente a<br />

sus narices, subiéndolas hasta que el pulgar apenas superara<br />

sus frentes, también por tres veces. Luego hicieron lo mismo<br />

hacia nosotros. Nunca supe si a los hombres y mujeres<br />

pájaro les produjo lo que a mí: un asco total. El gusano rojo<br />

movió su exagerado y gelatinoso cuerpo hacia delante y<br />

comenzó a hilvanar sonidos, al principio más cerca de los<br />

chillidos que otra cosa. Después, aquellas modulaciones<br />

de texturas metálicas, se fueron haciendo cada vez más<br />

parecidas a ciertas palabras; al principio sin mucho orden ni<br />

lógica, hasta que, poco a poco, empezaron a tener sentido y<br />

comenzamos a entenderle.<br />

—IIPP —comenzó a chillar—. OOOPQQQ... ILLLLL...<br />

IIYY... YPQQQ... EEEE...DDDDJJJRRR... PPPPSSSARR —y<br />

de golpe las cosas fueron claras: “¿Y por qué dejar pasar?”<br />

“¿Y por qué nos iba a dejar pasar?”<br />

Mainar-Rotarú nos lanzó una rápida mirada antes de<br />

contestarle que lo único que queríamos era continuar<br />

nuestro viaje. El gusano rojo respondió con una risa amorfa<br />

y metálica que hizo aparecer todo seco y oscurecido, al<br />

tiempo que comenzaron a despejar nuestro camino. Mainar-<br />

Rotarú, entonces, intentó que nuestra petición tomara<br />

mayor fuerza al presentar a los demás hombres y mujeres<br />

pájaro, indicando el nombre y el clan al que pertenecían.<br />

Por mi parte, yo mismo me presenté como Liu Yuan, capitán<br />

de ultramar y humano. Luego de rumiar cada palabra el<br />

gusano rojo esbozó, con una voz algo más clara y modulada<br />

131


que la primera vez, lo que intentaba a toda costa ser una<br />

declaración.<br />

—Nom bre mies Cepoe Seroye, patriarcs del clande<br />

plumais roja sss —espetó el gusano rojo.<br />

Un gruñido salió de cada uno de los vasallos lechosos<br />

de quien asumimos se llamaba Cepoe Seroye quienes,<br />

envalentonados por lo dicho por su “patriarcs”, volvieron a<br />

formarse como en un principio, para atacarnos. El gusano<br />

rojo comenzó a tensar la cabeza con lentitud hasta que se<br />

le formaron surcos de sudor que, al caer, se convertían en<br />

momentáneas estrellas de luz quemada, antes de gruñir a<br />

los suyos:<br />

—¡Tolat! ¡Tolat!. ¡Atlot! ¡Al...to! ¡Soim nos! ¡Soim son!<br />

¡Miois nos!<br />

Ante esto sus seguidores quedaron inmóviles,<br />

permitiendo escuchar apenas un seco respirar que hinchaba<br />

la tensión como levadura de hielo quemante, mientras el<br />

negro del cielo se revolvía con ferocidad ante una marejada<br />

de jaspes blancos. Enseguida, Cepoe Seroye aguzó la<br />

cabeza, transformándola en una lengüeta de grasa roja,<br />

reluciente, y se dirigió a Dangas.<br />

—¡Yava yava! —chilló— ¡Yava yava! ¡Sal las emisarias<br />

clande elleccion es! ¡Sal las elleccion es! ¡Sal elleccion es!<br />

Epro ¿ques elleccion es, espejísima Drangas, ques elleccion<br />

es?<br />

Dangas miró a Mainar-Rotarú, quien le hizo un sutil<br />

guiño para que la emisaria roja respondiera. Era claro que<br />

ocupábamos tiempo para ver qué quería el gusano rojo, cuya<br />

rapidez para aprender a comunicarse era sorprendente.<br />

—Epro —continuó su precario parlamento— ¿ques<br />

elleccion es, espejísima Drangas, ques elleccion es?<br />

Enseguida observó de reojo a sus seguidores y se sobó<br />

unos diminutos brazos bermellón. Los discípulos blancuzcos<br />

agitaron una pluma roja hecha de la misma baba de su líder<br />

y gruñeron el nombre de la emisaria del clan de la elección:<br />

—¡Drangas! ¡Drangas! ¡Drangas!...<br />

El gruñido se convirtió en un chillido que nos lamió<br />

la espalda y nos heló la sangre. Conforme nuestro<br />

estremecimiento crecía, aumentaba el número de los seres<br />

132


lancuzcos, así como el brillo de Cepoe Seroye. Dangas,<br />

contrario a lo esperado, mostró una profunda serenidad,<br />

señal de que había encontrado un hilo por donde desenredar<br />

la madeja del enigma del clan de la pluma roja.<br />

El chillido seguía creciendo, igual que el choque de las<br />

miradas de Dangas y de Cepoe Seroye, produciendo una<br />

feroz tensión, hasta que de pronto el patriarca levantó uno<br />

de sus minúsculos brazos y de nuevo gritó:<br />

—¡Tolat! ¡Tolat! ¡Soim nos! ¡Miois!<br />

De inmediato, los seres lechosos, en creciente número,<br />

se quedaron totalmente quietos. La mirada de Cepoe<br />

Seroye nos hizo ver que éste, a su vez, había descubierto<br />

que Dangas comenzaba a ver la punta de su secreto, por lo<br />

que con un impredecible movimiento, fi jó su atención en<br />

Barú, soltando con sequedad:<br />

—¡Barrr-ú!, ¡Barrr-ú, le el emisarias clande Basiduría!<br />

¡Jac, jac!<br />

Una extraña náusea nos invadió al ver cómo el patriarca<br />

sacaba su fofa lengua y se relamía los adiposos tejidos de<br />

los labios.<br />

—¡Nuy moble! ¡Barrr-ú, nuy moble! —agregó Cepoe<br />

Seroye, al señalar con los brazos, como ramas secas, tanto<br />

a los cuerpos decapitados como a los heridos, entre la<br />

creciente muchedumbre.<br />

—Epro —continuó el gusano rojo—, ¿quer po unois<br />

siviviven y atros on? ¿Quer por Barrr-ú? —El volumen de su<br />

panza crecía conforme gruñía— ¿Quer po Barrr-ú? ¿Quer<br />

po, quer por, quer po? ¿Quen co redecho darnos morir or<br />

vivir? ¿Quen co redecho?<br />

Y en el corazón del joven Barú comenzó a crecer la rama<br />

de la duda.<br />

—Es costumbre —respondió al fi n el verde emisario—...<br />

es costumbre de mi tribu y de mi clan respetar aquello que<br />

merece ser respetado y destruir aquello que merece ser<br />

destruido. Y en los de tu raza, Cepoe Seroye, es claramente<br />

escuchable que hay dos tipos de silencios: de quienes no<br />

saben siquiera que han elegido esta forma de ser de ustedes,<br />

y simplemente son eso; y de quienes sí han elegido dicha<br />

forma de ser, pues saben, y quieren que sea así, que sólo de<br />

133


esta manera van a llegar a tener el poder que tú tienes. Con<br />

unos y con otros he actuado conforme a las leyes de dignidad<br />

de mi tribu. No he hecho distinción salvo en el respeto que<br />

cada cual se guarda a sí mismo. A cada uno lo suyo.<br />

—¿Y moco sabís ques so luyo des cada nuño uno? ¡Nuño<br />

so luyo, uno so luyo! —interrumpió con burla el patriarca—.<br />

¿Quein eres sut apra dicedir queim mourir or vivirr? ¿Que<br />

con redecho ut iligir?<br />

—Yo...yo no elijo..., así son las leyes de mi tribu y de mi<br />

clan —respondió Barú, no muy convencido.<br />

—¿Quie con redecho ut iligir apra losde mais, is esosis<br />

ssson loso liyis ed ut trubu edy ut clanis? Oprque not odos<br />

ssson ocmo usstedeis. Not odos sson hombreis ym ujereisp<br />

ajaros. Tros sson ocmo noss otrois. ¿Peq que ut liyis sson<br />

apra noss otrois is noss otrois ons omos ocmo usstedeis?<br />

Sol is yum grandei... epro non cubrei lis nochis. ¿Ut quet<br />

ecreis?<br />

El clan de la pluma roja estalló en una lluvia de gritos<br />

metálicos. Barú bajó la cabeza e intentó balbucear algo<br />

pero el crujir de la duda punzó el corazón del joven emisario.<br />

Nuestros lechosos celadores parecieron hincharse más,<br />

como si se alimentaran de la pesadumbre que opacaba,<br />

en mayor medida, a Barú y, menos, tanto al resto de los<br />

emisarios como a mí. Aunque la incertidumbre crecía, algo<br />

comenzó a erizar el plumaje de Dangas, quizás la posibilidad<br />

de alguna salida, pensé. Nos agrupamos más y tensamos<br />

nuestros cuerpos. Olíamos el peligro acrecentarse.<br />

—¡Deja en paz a Barú! —ordenó, al fi n, Galax.<br />

Cepoe Seroye cruzó una mirada fi era con el guerrero,<br />

pero no se detuvo en él sino en Gorgala. Cuando el patriarca<br />

puso su mirada en mí, un semblante más bien de molestia lo<br />

cubrió. Creí que nadie notó este detalle pero me equivoqué.<br />

Dangas si lo hizo y estaba dispuesta a usar esto en su lucha<br />

silenciosa contra el gusano rojo.<br />

—¡Yava! ¡Yava! ¡Al magias! —carraspeó Cepoe Seroye.<br />

Una extraña y sostenida exhalación siguió a su frase. Al<br />

chocar contra sus podridos dientes, emitió un sonido que nos<br />

hizo quedar en trance, mostrándonos una meseta remojada<br />

134


por el sosiego que dejan los montículos de cadáveres luego<br />

de una batalla donde el que sobrevive apenas lo hace para ver<br />

los cuerpos regados entre la tierra, en medio de la creciente<br />

mancha de la sangre, o bien colgando como ramas de carne,<br />

formando árboles de carroña para las moscas, los cuervos y<br />

el tiempo.<br />

Para Gorgala, como lo supimos después, el trance fue<br />

más difícil pues ella podía ver la alucinación de masacre<br />

que emanaba Cepoe Seroye, repitiéndose en distintas<br />

épocas, incluso entre los mismos ancestros de los hombres<br />

y mujeres pájaro. La sensación de desolación fue cayendo<br />

lentamente, cubriéndonos, alimentando al gusano rojo y su<br />

clan, en tanto asfi xiaba casi imperceptiblemente a Gorgala<br />

quien, aferrándose a su sangre, cuando aquella tristeza<br />

parecía extraernos el sentido de lucha y de fi rmeza, dijo:<br />

—No es así... y mientras exista al menos un ser que<br />

recuerde su corazón, la grisitud de la derrota y de la tristeza<br />

tendrá que esperar... Con uno que busque su verdadero ser<br />

la grisitud tendrá siempre los días contados.<br />

El patriarca acabó su exhalación de golpe y comenzó<br />

a reír, primero con suavidad y extrema lentitud, como si<br />

estuviera blandiendo el martillo de la burla contra la mujer<br />

pájaro. La risa comenzó a subir de intensidad, contagiando<br />

a sus gelatinosos seguidores, hasta convertirse en una<br />

tormenta que hacía peligrar la fi rmeza del techo del túnel.<br />

Imaginé que con su risa Cepoe Seroye azotaba a Yuan<br />

y a los emisarios como el oleaje hecho del olor de la sangre<br />

seca que carga contra una playa sembrada de huesos.<br />

—¡Quen co las magias! —agregó el gusano rojo, señalando<br />

a Gorgala con su chillido.<br />

Los discípulos callaron y lanzaron sus miradas puntiagudas<br />

contra la cada vez más gris emisaria dorada, creciendo en<br />

número y tamaño al alimentarse de la mujer pájaro.<br />

—¡Las magias! —continuó, con voz metálica, Cepoe<br />

Seroye—. Las Magias: apenasp olvo entreis elp olvo<br />

quenque es conveirtie otdo enle universus —y señaló con<br />

excesiva lentitud en derredor—. ¿Apra queis irve las magias<br />

Gorgarlas, apra queis sirvis?<br />

—...Para nada —balbuceó, sacudiendo su cabeza, la<br />

135


emisaria dorada—... La magia no sirve para nada... ese es<br />

su poder.<br />

—¡Bien yum, bien muy! —interrumpió el gusano rojo,<br />

dando algunas palmadas—. Emnos al cuenta et dais... quel<br />

magias ons irve parra nadas. Parra nadas. Parra nadas.<br />

Y luego Cepoe Seroye agitó los minúsculos brazos<br />

haciendo que sus seguidores brincaran al ritmo del<br />

calculado y sostenido desgano que producía el temblor de<br />

su monumental fl acidez, lo cual chupaba aún más el brillo<br />

dorado de Gorgala.<br />

—Y que importa —intento argumentar la mujer pájaro—<br />

que no sirva para... Muchas co… simplem… son y ya.<br />

Además, sin magi...<br />

El aullido que surgió del clan de la pluma roja, comenzado<br />

por el propio Cepoe Seroye, arrojó de bruces a Gorgala.<br />

—Mis mmagias —dijo el gusano rojo, tratando de imitar<br />

a Gorgala con un tono forzadamente lastimero—. Mis<br />

mmagias..., ssí... mis mmagias...<br />

El patriarca comenzó a repetir aquello formando una<br />

letanía que amenazaba con transformar en desolación los<br />

sentimientos, hasta que el reto de Galax lo detuvo:<br />

—¡Basta ya de juegos de palabras! —y el guerrero dio un<br />

paso hacia el gusano rojo—. ¡Basta ya!<br />

Callaron. Cepoe Seroye frunció el ceño al ver a Galax,<br />

con más molestia que enojo, al ser interrumpido.<br />

—¡Ut nuevodé! —carraspeó con incomodidad antes de<br />

convertirse en un ovillo de muecas, haciendo burla de los<br />

gestos y actitud del emisario azul.<br />

Aunque el guerrero ni se movió, a sus vasallos les produjo<br />

tal risa que no pocos terminaron vomitando una baba<br />

blanca, impulsados por los espasmos de sus fofas panzas.<br />

Incluso un par estalló pringando a muchos, lo que aumentó<br />

el vómito hasta que, al rato, Cepoe Seroye hizo un chasquido<br />

y de nuevo dejaron de hacer ruido. Dos chasquidos más<br />

antecedieron algo incomprensible para nosotros, pero que<br />

recordaba el gruñir de los perros.<br />

Era verdaderamente admirable cómo estos seres podían<br />

pasar a cualquier estado de ánimo con igual violencia; ahora<br />

parecían como si una rabia seca los consumiera por dentro.<br />

136


Respondiendo a otro chasquido del patriarca, los seres<br />

blancuzcos comenzaron de nuevo a rodearnos con los ojos<br />

chispeantes de furia. Por nuestra parte, como nadie sabía<br />

bien qué hacer y Dangas necesitaba estudiar un poco más al<br />

clan de la pluma roja, ninguno se movió.<br />

Cepoe Seroye fi jó en aquel momento su atención en mí<br />

pero no como la primera vez, en que apenas y manifestó<br />

una mueca de mal humor, sino que ahora se relamió las<br />

comisuras, en tanto se sobó las manos, que más parecieron<br />

heridas.<br />

—¡Yava! ¡Yava! ¡Quen co humanois! —añadió como<br />

antesala a una mueca burlona, para luego dirigirse a los<br />

suyos, los cuales babearon al verme—. ¡Teste serr a elp<br />

postreis! —Y una cruel carcajada estalló.<br />

Después, el gusano rojo puso su atención en Mainar-<br />

Rotarú, ignorándome como quien sabe su presa demasiado<br />

fácil. Cepoe Seroye husmeó con fuerza en tanto<br />

contorsionaba su gordo tronco, tres veces a la derecha y<br />

tres veces a la izquierda.<br />

—¿Qué pretendes? —respondió Mainar-Rotarú, mirando<br />

al gusano con fi rmeza—. Por última vez te advierto que nos<br />

dejes pasar y nadie más saldrá herido o muerto.<br />

Esta vez Cepoe Seroye no se rió sino que más bien puso<br />

cara y gestos de niño regañado, muecas que los suyos<br />

imitaron sin siquiera volver a verlo. No dejaba de haber,<br />

pensé, una cierta admiración en aquella grotesca forma de<br />

representar los sentimientos de los demás.<br />

—“¡Naide mais saildrá hediro om uerto, ej!” —dijo el<br />

gusano rojo con impostadísima humildad—. ¡Quen co non<br />

teniniendo tiemp quen perdeirs!... ¡Agorrante! ¡Eres nuna<br />

agorrante! —agregó balanceándose a su derecha.<br />

—¡Temenos la misiones! —se contestó con burla al<br />

echarse a su izquierda, copiando los gestos que Mainar-<br />

Rotarú hizo cuando nos presentó—. ¡Temenos la misiones<br />

di llivar lois ouevus del a trubis! ¡Temenos quen salvorlos...<br />

temenos quen salvorlos...<br />

Se contorneó a la derecha para responderse, atacándose<br />

como si fuera la propia mujer pájaro.<br />

137


—¡Lois hembros ylas mejures párajo! ¡Lai trubi máis<br />

grandei entre lasssis grandeis ed tados as trubis! —Enseguida<br />

escupió tres veces—. Epro ¿quein leis dijí quen su trubi<br />

eseraes mais quen atros, ocmo apra salverse...? ¡Et-res ut<br />

nuna agorrante! Et creeei sss mais quen atros. Et creeei<br />

ss quen remecen salverse nis pimportarles loslas atros...<br />

¡Quen osco quen medamí! ¡Agorrantes quen es creeei sss<br />

mais quen atros cratuiras delde uvinerso!<br />

La necesidad de explicarse y justifi carse de las acusaciones<br />

que hacía el gusano comenzó a cubrir como un velo gris a<br />

Mainar-Rotarú, impulsándola a defenderse, siendo detenida,<br />

sin embargo, por Dangas, quien nos murmuró:<br />

—¡Ya sé de qué se trata! ¡Ya lo tengo! —Entonces la<br />

emisaria brilló y desenfundó todas las fl echas bermellón,<br />

tensándolas con rapidez en su arco.<br />

—Por fi n los descubrí —agregó—. ¡Son carroñeros de<br />

luz!<br />

Dangas apuntaba a ambos lados.<br />

—Lo que hacen —continuó explicándonos mientras los<br />

súbditos de Cepoe Seroye temblaban e hinchaban los ojos al<br />

ver las puntas de fl echa— es sembrar la duda, el desaliento,<br />

el desgano, la desolación, la indiferencia. Se alimentan de las<br />

excusas, las justifi caciones, de los huecos juegos de palabras.<br />

Siembran su ponzoña en el mínimo rincón que cualquiera<br />

deje descuidado y desde allí chupan la luz del corazón de la<br />

vida. Viven de la claridad, como nosotros del aire, agua y<br />

comida. Aunque eso sí, no debería decirse —y Dangas tensó<br />

al máximo las fl echas—, que sean malos o buenos. Creo que<br />

están antes o después de esto. Se alimentan del primer<br />

ingrediente del miedo. ¡Son carroñeros de luz!<br />

Una vez que la emisaria dijera aquello, el número y el<br />

tamaño del clan de lechosos viscosos disminuyó, aunque<br />

todavía eran muy peligrosos si se nos abalanzaban juntos.<br />

Galax dio tres pasos al frente, desenvainó la espada de azul<br />

líquido y dijo:<br />

—¡Apártense! ¡Necesitamos pasar!<br />

Un gruñido como de arena se extendió. Galax se irguió<br />

al agregar:<br />

—¡Ya se ha hablado demasiado! ¡Tasba ya! —dijo el<br />

138


guerrero, burlándose él, esta vez, del patriarca del clan de<br />

la pluma roja.<br />

La voz de emisario nos infundió renovadas fuerzas en<br />

tanto que hizo gruñir y replegarse a los seres blancuzcos.<br />

Cepoe Seroye crujió y se movió hacia Galax, desafi ante,<br />

por lo que sus seguidores sintiéndose envalentonados,<br />

comenzaron a rugir.<br />

—¡Quenco il guerrerus! —dijo—. Il mais valente, el quen<br />

on conoche il miedus; il quen seimpres estás listurs apra<br />

piliar hasssta eil fi nalis. Il quen pudría mastarnos at odos<br />

nososotros opque ansí lo dicide sus sangris. Sin pimportar<br />

lo que penseimos, seintamos, or seaimos. Il quen puide<br />

consangrar sui vidas a su máisatlo valoris: sui sagradais<br />

misioneis.<br />

Cepoe Seroye se elevó cuanto pudo con el fi n de provocar<br />

ánimo a su grey y, de ser posible, algo de temor a Galax.<br />

—Opque dislo —agregó en un tono herrumbrado—,<br />

Galaxai, dislo at tudos, on tengais meido, duislo at todus,<br />

¡dislo!: ¿cul eis tu misiones? ¿Cuál eis tu misión misión<br />

misión?<br />

El clan de la pluma roja estaba fuera de sí debido al<br />

éxtasis al que los había llevado su líder, el cual jamás imaginó<br />

la respuesta de Galax, ni el fatal desenlace de aquello. El<br />

guerrero dio un salto hacia Cepoe Seroye, quedando a<br />

menos de un brazo de distancia, al tiempo que rayó una<br />

espiral en el aire helado con su azul espada y gritó:<br />

—¡Un guerrero nunca tiene misión!<br />

Tres tajos profundos en la gelatinosa panza de aquella<br />

criatura siguieron a sus palabras. Un chillido cristalizó hasta<br />

el aire mismo en tanto los seguidores de Cepoe Seroye<br />

aullaron. La mayoría se pegó a su líder como ventosas;<br />

otros blandieron sus plumas rojas como afi lados y delgados<br />

puñales, abalanzándose sobre Galax, quien con una rapidez<br />

imposible de seguir por sus atacantes, tomó a uno de ellos<br />

para usarlo como escudo. Los demás, cegados por el<br />

deseo de muerte, acuchillaron y despedazaron a su propio<br />

compañero.<br />

La espada azul acumuló cadáveres como gotas el mar,<br />

hasta que Dangas hizo una señal para que nos pegáramos<br />

139


a la pared del túnel formado por los hongos de escarcha y<br />

nos pusiéramos frente al boquete de la salida. La indicación<br />

fue reforzada por Mainar-Rotarú. Momentos antes, cuando<br />

el patriarca había sido cortado por el guerrero, Dangas<br />

descubrió que el corazón de aquél tomaba la forma de una<br />

especie de rata emplumada que trataba de zafarse a como<br />

diera lugar del dolor de sus heridas.<br />

Dangas supo que esa era su oportunidad y se movió<br />

como una centella: primero le entregó a Barú el huevo de<br />

luz de su clan, luego lanzó con todas las fuerzas sus fl echas<br />

bermellón, menos una, en el sentido contrario a donde se<br />

encontraba Cepoe Seroye, para fi nalmente, sorprender a<br />

Galax tomándolo de un brazo para hacerlo girar varias veces<br />

antes arrojarlo contra nosotros, arrastrándonos hacia fuera<br />

del túnel.<br />

De inmediato, y antes de que pudiéramos levantarnos,<br />

apenas pudimos ver cómo Dangas se lanzaba hacia el pecho<br />

del gusano rojo para clavarle la fl echa guardada, ante lo cual<br />

el corazón de éste fue de nuevo la rata emplumada que,<br />

al intentar huir del dolor, quedaba anudada y sujetada por<br />

Dangas con el carcaj, agotando las fuerzas que le daban<br />

hasta la última fi bra del cuerpo. Incluso ella misma tuvo<br />

que abrazar el corazón del patriarca para evitar que éste<br />

pudiera devolverse a sus entrañas cuando sorpresivamente<br />

la emisaria desclavó la fl echa.<br />

En ese momento el resto de las saetas que Dangas<br />

lanzara regresaban a toda velocidad en busca de su funda<br />

pero, al acercarse no tuvieron más que seguir en su destino<br />

a la fl echa que de nuevo la emisaria enterraba en el pecho<br />

del gusano. Por ello, y porque el propio carcaj se encontraba<br />

entre la emisaria y el patriarca, anudando su pecho, las<br />

fl echas traspasaron por completo la espalda de Dangas,<br />

atravesando la funda por todas partes hasta clavarse en el<br />

corazón de Cepoe Seroye. El chillido agónico que salió del<br />

gusano rojo hizo que el techo del túnel estallara, sepultando<br />

con una montaña de hielo al clan de la pluma roja y a nuestra<br />

Dangas.<br />

Fue tal el grito de rabia y dolor por la muerte de la mujer<br />

pájaro que emitimos los emisarios y yo, impotentes ante lo<br />

140


sucedido, que no solo nos hizo una rajadura en el pecho, la<br />

cual llevaríamos para siempre, sino que todavía resuena por<br />

aquella región, como si el grito nunca se diera por vencido<br />

en su búsqueda de Dangas.<br />

No sé cuánto pasamos callados, de rodillas. Ni la<br />

tormenta, que recrudeció desde que salimos del túnel, hizo<br />

que nos moviéramos. El corazón de la vida se resquebrajó<br />

para siempre en el lugar de la elección por la vida. Esa larga,<br />

larguísima noche dentro de la noche del sur lloramos hasta<br />

no sentir nada por la amiga muerta. Entonces Galax, con los<br />

ojos inyectados de sangre, y luego de nos pidió levantarnos<br />

uno para recibir el huevo de arco iris del clan de Dangas,<br />

murmuró, con voz ahogada:<br />

—¡Arriba! Es hora de continuar... Esta es nuestra<br />

elección... Es lo que Dangas quiso... Continuar es llevarla en<br />

el corazón... Continuar es llevarla con nosotros... Cumplir<br />

con llevar los huevos de arco iris a la región de Zac-Noró<br />

hará que su muerte no haya sido en vano... ¡Arriba! Ahora<br />

menos que antes podemos fallar... Y lloremos por nosotros,<br />

por la falta que ella nos hará hasta el fi nal de nuestros días y,<br />

quién sabe, incluso más allá... Lloremos por nosotros, que<br />

Dangas, la emisaria del clan de la elección de la tribu de los<br />

hombres y mujeres pájaro, desde ahora habita el resplandor<br />

del mundo... Y, donde quiera que alguien avive su voluntad<br />

para elegir, como un fuego primordial, hacia la vida y hacia<br />

la muerte, ella brillará de nuevo, como lo hace ahora desde<br />

nuestra memoria... ¡Arriba!<br />

Y luego, en silencio, cada uno se levantó como pudo, con<br />

el corazón, apretujándose por dentro.<br />

141


LAO<br />

EL PELIGRO VIENE DEL ESTE<br />

Varios días pasaron desde que Liu Yuan me contara<br />

lo del clan de la pluma roja. Días en que no hablamos.<br />

Inclusive el marino llegó a mi casa un par de noches, pero<br />

nos dedicamos a estar sentados, frente a frente. Ninguno<br />

decía nada hasta que él se marchaba, no sin antes apretar<br />

ligeramente mi hombro izquierdo con su mano extendida,<br />

produciéndome un extraño calor. Los ojos del capitán<br />

eran pozos antiguos, serenos, profundos.<br />

Me sentía extraño. Por un lado vivía cada segundo<br />

con una intensidad tal que me dejaba pleno. Pero también<br />

me ponía frente a lo que me contaba Yuan y a mis nuevos<br />

sentimientos, como si aquello no fuera conmigo. Esta<br />

aparente contradicción me permitía experimentar una<br />

nueva serenidad basada en “verme” sintiendo, o pensando,<br />

o lo que fuera. O como mejor lo dice una frase que me<br />

ha acompañado desde entonces: “Hacer las cosas sin<br />

hacerse cosa con las cosas”. Me volví más callado o, como<br />

diría Yuan Ausente de mí mismo en la completa presencia.<br />

Y con el corazón ancho, más ancho.<br />

—Si alguno se da cuenta —me dijo el marino una tarde al<br />

escudriñarme los ojos— que el propio corazón es parte del<br />

corazón de la vida, entonces es más fácil ser lo que ya se es,<br />

acallando el ruido que cada uno crea a su alrededor con el fi n<br />

de no escucharse. Cuando esto pasa, el reino de la espiga<br />

sin bordes está a las puertas. Y es desde ese lugar, que<br />

siempre inicia y fi naliza en la sangre, desde donde podemos<br />

participar de la fraternidad y de la dignidad. Y es desde allí<br />

desde donde, aquí y ahora, yo te abrazo. Ve al sol cada día<br />

en su largo girar hacia la casa de su sombra. Velo con sus<br />

143


largos dedos, poderoso, intocable por cualquier criatura viva<br />

conocida. Imagínatelo desde antes que la humanidad fuera<br />

un balbuceo. Antes de que la vida burbujeara por primera<br />

vez. Ese sol, ¿dónde está verdaderamente? ¿Dónde es?<br />

Ahora imagina la piedra más pequeña donde habita el<br />

caracol más ínfi mo del mundo. El sol es verdaderamente<br />

sol, encuentra su lugar, si, de alguna manera, toca y es<br />

recibido por la vida del caracol. Nunca olvides el poder de<br />

lo pequeño, pues para quien es dueño de sí mismo nada es<br />

pequeño ni grande.<br />

Luego el capitán se fue y yo me dormí, oyendo una y<br />

otra vez lo que capitán de ultramar me dijera antes de<br />

marcharse:<br />

Para quien es dueño de sí mismo el lugar donde esté<br />

será uno donde la libertad no es un derecho sino un deber,<br />

la dignidad no es un valor sino una responsabilidad, y la<br />

compasión no es una virtud sino una necesidad.<br />

Casi a la media noche siguiente, Liu Yuan entró con<br />

una energía inusitadamente fuerte y, sin más, me indicó que<br />

tomara notas. Al revisar el nivel de mi pluma fuente volví a<br />

sentir el estremecimiento que produce cabalgar de nuevo<br />

hacia la batalla.<br />

—Después del derrumbe del túnel de hielo —dijo Yuan<br />

al recomenzar su historia—, el cual había sepultado al clan<br />

de la pluma roja y a nuestra Dangas, ni los emisarios ni yo<br />

nos movimos. Teníamos la esperanza de que la mujer pájaro<br />

saliera de aquella tumba de hielo, más parecida ahora a una<br />

terraza de fácil paso. Esperanza que en nada se parecía a<br />

la que Dangas vivía como propia, sino que era, como me<br />

había explicado en alguna ocasión, para los esclavos, los<br />

derrotados. Para la emisaria roja quien se sigue a sí mismo no<br />

“espera” sino que lucha con cada miga de su ser por aquello<br />

que cree. Porque es la búsqueda, fi nalmente, el caminar, el<br />

camino, y no el fi nal del mismo, lo que tiene sentido.<br />

Parado frente a la sepultura blanca del hielo terminé<br />

de comprender que la vida, y la muerte, no establecen<br />

ni afi ncan, no esclavizan ni dejan en libertad, pues nadie<br />

nace esclavo en su mente, ni a nadie puede esclavizarse<br />

sin consentimiento de su corazón. Comprendí que la vida,<br />

144


y la muerte, laten no en lo obtenido sino en el silencio.<br />

Comprendí que, a pesar del golpe por la muerte de Dangas,<br />

mi elección había sido, y aún lo es, la de ser propiciador de<br />

esa mínima, pero sufi ciente cuota del sueño que afi rma en<br />

el mundo el gozo de la vida. Y que la muerte es parte de esa<br />

afi rmación.<br />

Al recomenzar a nevar, el frío de agujas nos despertó del<br />

trance. Un rápido cruce de miradas nos hizo darnos cuenta<br />

de que estábamos agarrados a una ramita de humo en<br />

medio de la espantosa ventisca. Finalmente, cada uno cerró<br />

los ojos y, a su manera, se despidió de Dangas, la emisaria<br />

roja del clan de la elección.<br />

—Es hora de continuar —ordenó Galax con cariño.<br />

Barú sacó el huevo de arco iris de Dangas de su bolso<br />

de esmeraldas vivas, lo sopló y lo levantó con ambas<br />

manos sobre su cabeza. Luego se lo pasó a cada uno de<br />

los emisarios, quienes hicieron lo mismo. Cuando Mainar-<br />

Rotarú terminó, intercambió una mirada con los otros,<br />

quienes asintieron: el huevo de arco iris también me fue<br />

dado. Al coronar mi cabeza, una cortina de energía luminosa<br />

y profunda surgió del huevo, cubriéndome por completo. Al<br />

parpadear pude ver de nuevo a Dangas, traspasada por sus<br />

propias fl echas, señalando hacia el sur con urgencia, antes<br />

de indicar hacia el este, donde se alzaban unos macizos<br />

de hielo como una hilera de colmillos. Con sus señas nos<br />

urgió a movernos rápido antes de desaparecer en medio<br />

de una suave sonrisa, lo último que alguien vio de ella en<br />

muchísimas generaciones.<br />

Luego de contarles mi visión a los otros, Galax decidió<br />

que era necesario volar, aún con aquella tormenta, hacia el<br />

sur, cuyo camino le mostraba al emisario un desfi ladero que<br />

terminaba en un pico escarcha, a no menos de medio día de<br />

camino. Nadie dijo nada durante el vuelo, por cierto el más<br />

penoso y difícil de los que realizáramos. Al llegar frente la<br />

entrada del pico, Galax hizo una señal para que bajáramos, y<br />

aunque exhaustos, continuáramos a pie en el más completo<br />

silencio.<br />

Durante el recorrido, un canal tapizado de hielo se<br />

nos presentó como la única ruta posible ante nuestro<br />

145


agotamiento. Conciente de esto, el guerrero azul no dejaba<br />

de escudriñar las fi losas paredes hasta que no mucho<br />

después señaló hacia una concavidad que interrumpía la<br />

monotonía de la nieve, a no más de diez hombres de altura.<br />

Al detenernos, y mientras mirábamos cómo nuestros<br />

músculos eran atacados por incontrolables calambres,<br />

vimos que, hacia fi nal del paso una majestuosa meseta<br />

acuchillada por la tormenta, nos esperaba. Galax nos indicó<br />

mantener silencio mientras olfateaba el aire varias veces.<br />

Luego desplegó las alas y se elevó hacia la concavidad, la<br />

cual ensanchó, escarbándola sin hacer el menor ruido,<br />

antes de llamar a los demás. Mainar-Rotarú, como siempre,<br />

me cargó hacia el nicho que había preparado el guerrero,<br />

aunque primero dispersó la nieve recién caída.<br />

Al acomodarnos en un susurro, el vaho de las respiraciones<br />

fabricó ligera escarcha sobre los labios y en la punta de las<br />

narices, antes de que Galax, quien se había acomodado<br />

de último, ensanchara las alas cubriendo la mayor parte<br />

de nuestros cuerpos. Rápidamente no éramos sino una<br />

mancha de hielo entre el hielo. Mientras estuvimos así, mi<br />

pensamiento se fue hacia Lendrax y Galil, haciendo que las<br />

cosas parecieran tan en calma, que el misterio que se venía<br />

sobre nosotros me pareció no despojado de cierta belleza, y<br />

hasta la nieve estimé amable.<br />

De pronto, un estremecimiento recorrió y tensó el cuerpo<br />

de Galax: la fi gura de un hombrecillo brotó por donde<br />

nosotros recién veníamos. Caminaba con un exagerado<br />

cuidado, o quizás más bien, como diría el propio guerrero<br />

luego, con una cuidada torpeza. De contextura delgada y<br />

hecho de hielo, como los humanos de músculos, huesos y<br />

piel, el hombrecillo mostraba una abultada panza, cabellos,<br />

barba y bigotillo casi rubios, y un vestido como una especie<br />

de membrana, ya muy seca, por demás innecesario debido<br />

a su constitución. La mitad de la cabeza, asimismo, se veía<br />

cubierta por un deshilachado pedazo de lo que alguna vez<br />

fue una piel de foca gris, incomprensible en ser de hielo.<br />

El hombrecillo, al husmear las huellas producía<br />

una seguidilla de estornudos que intentó acallar<br />

desordenadamente con sus brazos; tanto se enredó que<br />

146


no pudo evitar majar sus pies, cayendo de cabeza. Al<br />

incorporarse, escudriñó a medias los alrededores para ver si<br />

había sido descubierto y retrocedió un tanto, tambaleante,<br />

para regresar inseguro sobre sus pasos. Al llegar a la salida<br />

del canal recubierto de hielo escarchado, el más triste<br />

remedo de un espía que alguien pudiera imaginar, se detuvo<br />

en seco al contemplar que las huellas desaparecían de<br />

golpe, y sufrió un ataque. El cuerpo le tembló por ráfagas<br />

y tartamudeó en voz baja mientras veía hacia los lados. Por<br />

último intentó huir pero se devolvió, agachándose a medias<br />

para observar los alrededores.<br />

De nuevo medio vio hacia las paredes de los montes<br />

sin descubrir nada. Un trotar más bien lento y torpe lo<br />

llevó de nuevo hacia atrás. Se detuvo tambaleante y, de<br />

nuevo, regresó a donde las huellas desaparecían. Varias<br />

veces hizo esto hasta que, fi nalmente, al dar un paso hacia<br />

donde continuaba el camino sin huellas, Galax se deslizó<br />

desde la concavidad donde estábamos ocultos, cayéndole<br />

encima. Una fi na lluvia de nieve y un gruñido anunciaron al<br />

guerrero azul, paralizando al supuesto medio espía. Pronto,<br />

rodeábamos al extraño, más curiosos que molestos.<br />

El hombrecillo, esta vez completamente aterrorizado,<br />

gimoteaba sin control. Una serie de muecas le surcaban la<br />

cara, aunque su mirada era siempre hacia abajo, nunca frente<br />

a frente. Pasaba de una tiesa sorpresa a una amabilidad<br />

demasiado natural, adornándose con sonrisas diversas que<br />

se pretendían muy sinceras y fraternas.<br />

—¡Este...bueno...yo...! —masculló la personilla al fi n, con<br />

voz de falsete, un idioma comprensible—. ¡Hijuemialma!<br />

¡Caca... cacasi meme memaman... me matan de la impresión!<br />

Bueno...este...yo... ¡Vaya qué sorpresa encontrarme a tan<br />

distinguidas personalidades por aquí, donde pasaba yo<br />

casualmente!... ¡Qué coincidencias, verdad! Este...bueno...<br />

yo...<br />

—¿Qué haces aquí, acaso nos sigues? —interrumpió<br />

Galax al agarrarlo por el cuello de la gastada piel que medio<br />

lo cubría.<br />

Un líquido amarillento rápidamente formó una escalerilla<br />

de hielo entre las piernas, y hacia abajo, del hombrecillo.<br />

147


Luego ensayó una desaliñada sonrisa, que entonces no<br />

supimos juzgar demasiado grande en su intención de<br />

parecer humilde.<br />

—¡Yoyo... nombres...! ¡Jamás compañero! ¡Cómo se<br />

le ocurre, nombres, compa!... ¿Seguirlos? Nombres, me<br />

ofende, jamás, o sea, neverr, como decimos en mi tierra.<br />

Nombres; menos a gente tan importante como se ve que<br />

son ustedes. Neverr, o sea, nunca...<br />

El hombrecillo se encogía de hombros y hacía reverencias<br />

que concluía a medias.<br />

—¿Quién eres y qué buscas? —agregó Gorgala tratando,<br />

inútilmente, de mirarlo a los ojos.<br />

La personilla aquella agachaba la cabeza sin dejar de<br />

moverse para todos lados, al tiempo que nos tocaba los<br />

hombros, los brazos y las manos mientras decía:<br />

—¡Gra gra, gragragra, cias, gragras gracias!<br />

Al tocarle el turno a Barú de recibir aquel incómodo saludo,<br />

la bolsa de esmeraldas vivas se le escapó de las manos.<br />

Cuando su huevo de arco iris y el de Dangas tintinearon por<br />

el suelo nevado, causaron que por un momento los demás<br />

huevos de arco iris centellearan, anidados en los ombligos<br />

del resto de los emisarios. Los ojos del ser brillaron, cosa que<br />

interpretamos como una señal de respeto. Sólo cuando fue<br />

demasiado tarde comprendimos lo que realmente signifi có<br />

aquel resplandor en su mirada.<br />

—Yo...bueno...este —continuó tartamudeando sin<br />

que sospecháramos nada— Mi nombres es Totus... y mi<br />

apellido Tuus. Pertenezco a la gloriosa y famosa raza de los<br />

Güirgüines, quienes vivimos allá —y señaló, casi erguido y<br />

por poco envalentonado, hacia una hilera de montañas que<br />

en forma de colmillos parecían vigilarnos desde el este—, en<br />

el país de Explendidex Tu Hermosa Bandera de la Costa de<br />

la Boca del Valle, también mundialmente conocido como<br />

A’ Llá. Donde lo mejor de su país, mi país, es su gente, o<br />

sea soy yo. Proclamados y proclamando en y la Neutralidad<br />

Perpetua, Activa y No Armada. Todos amigazos de todos,<br />

porque respetamos a todos aunque a veces no compartamos<br />

sus opiniones porque —y aquí el hombrecillo, Totus,<br />

hablaba como en una tribuna a una asamblea de seguidores<br />

148


moviendo los brazos para cualquier lado y arqueando las<br />

cejas con exageración— como dicen los y las que nos y nas<br />

conocen, y hasta los que no, aquí, mejor dicho, en A’ Llá<br />

todos somos igualititicos. Por eso vivimos en paz para mi<br />

gente, esperando el nuevo amanecer, sin envidiar los goces<br />

de otros ni mucho menos... Porque... yo... este... aquel... Y<br />

nombres, cómo van a creer que yo los estaba siguiendo...<br />

¡Nombres!... ¿Y para que?... Bueno...yo...este... En rialidad<br />

lo que yo hacía, digo hago, bueno, más o menos, es, como<br />

quien dice nada, o sea, mentendés, o sea, superosea, un<br />

paseíto solitico por aquí y por allitica, o sea, es una pura<br />

supercoincidencia.<br />

Aquí la pose y el tono que había adoptado Totus nos<br />

dejaban completamente sorprendidos. Ninguno, nunca,<br />

había visto a algo, o mejor dicho alguien, así.<br />

—Buebue... —continuó Totus Tuus, tratando de aparentar<br />

una actitud más bien sumisa—, bueno...yo...este... Lo bueno<br />

es que nos encontramos, porque ansina podemos hacer<br />

nuevas amistades. ¡Ya! O sea, me entienden, es una feliz<br />

coincidencia. De hecho yo ya me iba a devolver, bueno, más<br />

o menos, para mi jaus, o sea donde supervivo, cuando vide<br />

unas huelliticas y me dije:<br />

“Bueno Totus, a lo mejor, quien quita un quite y quienes<br />

acaban de dejar estas huellitas, pues si hubiera pasado su<br />

tiempito la nieve las hubiera cubiertito, ¡ya!, están en algún<br />

problem, o sea, que tal vez, puedan necesitar una manita, o<br />

sea, que tal vez podría yo aportar un granitico de hielitico”.<br />

Porque en esta vida arrieros somos y en el camino<br />

andamos, como dicen en mi pueblo, porque lo mejor de A’<br />

Llá es su gente, y por aquello de que hoy por ti y mañana<br />

por mí, entonces, compas, es decir, amigos, me decidí<br />

a venir a ver, más bien, o sea, mentendés, a ver si más<br />

bien los podía ayudar... Pero ya ven, ustedes no sólo me<br />

confunden con una espía, o algo pior, sino que se me tiran<br />

encima, medio matándome, casi, del susto, porque si no es<br />

porque el que nada debe, nada teme, aquí mismitico caigo<br />

medio muerto... Pero...bueno...yo... ¡Ydiay!... Los perdono,<br />

porque el que no sabe es como el que no ve, y... bueno...yo...<br />

este. ¡Ydiay! Naide es perfecto, y la vida es un proceso y en<br />

149


ese proceso estamos, y en todo lo malo siempre hay algo<br />

bueno... en fi n, tranquilos, que aquí no ha pasado nada, o<br />

bueno, más o menos. La verdad es que, si no es como quien<br />

dice, ¡Ydiay!, faltarles, por este medio quiero, de la manera<br />

más atenta, con mucho respeto y fi na cortesía, preguntales,<br />

o sea, pues, humildemente, más bien quiénes son ustedes,<br />

si me lo permiten, y qué hacen por estas tierras olvidadas de<br />

dios, o sea...<br />

Completamente aturdidos ante el incomprensible<br />

borbollón de palabras, sumado a que nunca nos veía a<br />

los ojos, lo que imposibilitaba ver cuánta verdad había en<br />

Totus Tuus, nos sentimos aplastados peor que por cualquier<br />

tormenta de nieve. Éste, además, no dejaba de frotarse<br />

las manos, de sudar copiosamente y de lanzar constantes<br />

miradas hacia el este, hacia los no muy lejanos montes en<br />

forma de hileras de colmillos.<br />

—Bueno...yo...este... —contestó la personilla—. Ven,<br />

qué dicha que nos pudimos entender, porque, como<br />

decimos en A’ Llá, ¡Ydiay!, hablando se entiende la gente.<br />

La verdad sea dicha, no es por rajar ni mucho menos, sino<br />

que al contrario, humildemente, como yo conozco esta<br />

región como la palma de mi mano, yo los podría guiar por<br />

el mejor camino... ¡Lástima! Si no tuviera que devolverme<br />

a una reunión muy urgente e importante allá en A’ Llá,<br />

la verdad es que les hubiera acompañado, pero bueno,<br />

ustedes entienden, verdad. Aquí, y A’ Llá, lo que cuenta<br />

es la intención. Además, la ruta que ustedes siguen es la<br />

mejor, ¡claro que yes! Lástima que no pude verlos antes<br />

y llevarlos por otro camino. ¡Ydiay! Ansina no se hubieran<br />

enfrentado con el clan ese de la pluma roja. Pues, bueno...<br />

este...yo... ¡Qué tirada, qué torta, como decimos en A’ Llá,<br />

con la muerte de esa compañera de ustedes...! Pero bueno,<br />

¡Ydiay!, a lo hecho pecho, ni modo verdad. A como yo veo<br />

las cosas, pongamos por caso que lo único que los puede<br />

afectar un poquititico es una tormentilla que medio caerá<br />

dentro de un ratico... La verdad, de veras que no van a tener<br />

mayores problems. Nombres, acuérdensen de mí, que más<br />

sabe el Totus por Tuus que por Totus... Y bueno, muchachos<br />

y muchachas, porque...<br />

150


A esta altura del chorro de frases con que nos disparaba,<br />

el hombrecillo se levantó y volvió a hablar como si estuviera<br />

frente a una multitud que lo aclamara, dirigiéndola:<br />

—Acuérdensen que tuitico les va a salir pura vida, y que,<br />

bueno...yo...este, esto es apenas el comienzo de una linda<br />

amistadcita y que les vaya bien y un día de estos nos vemos,<br />

o si no ahí nos llamamos. Chao, hasta la vista beibi.<br />

Y al callar, por fi n, Totus Tuus, el indescifrable sercillo,<br />

medio ensayó algunas reverencias y se marchó por donde<br />

vino, al principio a paso lento, luego a lo que le daba el alma,<br />

y siempre con aquella sonrisilla seca con la cual volteaba<br />

hacia nosotros. Poco después de que lo perdiéramos de<br />

vista, un ruido de algo que caía, sumado a unos ¡ay! de Totus,<br />

hizo que estalláramos en una larga carcajada, contagiosa e<br />

irrefrenable, que al menos nos dejó livianos para continuar<br />

nuestro camino. Jamás habríamos imaginado que aquel<br />

encuentro aparentemente sin importancia con Totus Tuus,<br />

el Güirgüin, llegaría a convertirse en algo peor que una<br />

fatalidad casi al fi nal de nuestra aventura.<br />

Sin embargo, en aquellos momentos de alguna manera<br />

su descubrimiento disipó la aflicción que nos había cubierto,<br />

debido a la muerte de Dangas.<br />

—Pues bien —continuó Yuan su relato—, antes de<br />

arrojarnos a la meseta de hielo, la nieve comenzó a caer con<br />

tanta fuerza que hasta el mismo Galax sugirió descansar,<br />

comer y ojalá dormir, antes de continuar.<br />

No sabíamos, ¡y vaya si no lo sabíamos!, qué podíamos<br />

encontrar en nuestra ruta. El guerrero nos indicó ir hacia la<br />

cavidad en la montaña donde habíamos descubierto a Totus<br />

Tuus. Gorgala, una vez que entramos, hizo una hoguera<br />

dorada que nos calentaba sin derretir las paredes. Barú nos<br />

hizo masajes con los dedos en diferentes partes de la cara<br />

y de las manos, terminando por acomodarnos la posición<br />

de las vértebras. Para él mismo le pidió ayuda a Gorgala,<br />

guiándola en su quehacer. Galax nos urgió comer y dormir<br />

lo que pudiéramos. Según sus cálculos nos faltarían unos<br />

seis días de viaje, en las condiciones en que nos hallábamos,<br />

y en caso necesario prometió despertarnos. Después,<br />

151


Mainar-Rotarú nos contó una historia, tan importante para<br />

ella como el sueño y la sangre, mientras afuera la noche del<br />

hielo afi laba sus garras.<br />

Al despertar me hallaba en mi cama y era más de media<br />

tarde del día siguiente. Trastabillé hasta la sala, donde a<br />

veces al capitán le gustaba dormir, pero no había rastro de<br />

él. Decidí no hacer nada más que recoger los casetes, las<br />

notas, que no eran muchas, por no decir ninguna, y dormir<br />

hasta que aguantara.<br />

Y aguanté muchísimo. A medianoche me levanté,<br />

revisé si el marino había regresado, cosa que hizo tres días<br />

después. Desayuné, almorcé y cené a la vez, y me dormí de<br />

nuevo. Después siguieron las visitas de Yuan para contar<br />

sus aventuras, hasta que las cosas acabaron y no volvió<br />

más.<br />

Meses después, cuando comencé por fin la revisión<br />

de las notas y las grabaciones, descubrí que cuando los<br />

emisarios y Yuan se encontraban en la cavidad que Galax<br />

había ensanchado para que los que quedaban pudieran<br />

dormir y comer, por vez final, como lo comprobarían más<br />

adelante, mi grabadora arrolló la cinta justo donde Mainar-<br />

Rotarú contaba una historia, “mientras afuera la noche del<br />

hielo afi laba sus garras”.<br />

No había anotado casi nada, y apenas recordaba<br />

algunas cosas de la historia, demasiado generales para<br />

intentar siquiera una reconstrucción. Supuse que aquella<br />

parte del relato estaba perdida para siempre y decidí<br />

omitir cualquier referencia. Todo cambiaría, sin embargo,<br />

una tarde en que acomodaba papeles en mi oficina. De<br />

pronto, me encontré (de hecho prácticamente me saltó<br />

encima) con un libro que hablaba acerca de las tradiciones<br />

de los indios Cherokees. Como algo había aprendido<br />

con Yuan acerca de la magia de la vida y había tenido dos<br />

visiones o sueños por esos mismos días relacionados con<br />

indios de Norteamérica, decidí abandonar cualquier otra<br />

tarea que no fuera leer aquel libro, lo generó una oleada<br />

de protestas de mis compañeros de trabajo, que cada<br />

vez me importaban menos. Al adentrarme en el libro me<br />

152


“sorprendí” con una historia que era desconcertante en su<br />

semejanza con la yo recordaba que Mainar-Rotarú había<br />

contado. Convencido de que todo tiene su causa decidí<br />

agregarla. Sé que Liu Yuan hubiera estado de acuerdo.<br />

“De acuerdo con la enseñanza Tsalaki (o Cherokee),<br />

descendemos del reino de Galunlati, el reino de la luz, por la<br />

gracia de la mujer Estrella, que cayó a la Tierra. Asga Ya<br />

Galunlati, padre de cuanto existe, tenía una hija, muy querida,<br />

de belleza resplandeciente como una estrella. Un día, cuando<br />

se encontraba en el jardín más singular de su padre, oyó un batir<br />

de tambores que surgía de debajo de un arbolillo. Llena de<br />

curiosidad, cavó la tierra bajo el árbol haciendo un agujero por el<br />

que cayó girando desde los Siete Cielos hacia la Tierra.<br />

Las criaturas que poblaban entonces la Tierra<br />

experimentaban grandes emociones, profundos sentimientos,<br />

pero no poseían aún el fuego de la mente esclarecida: esperaban<br />

la llegada de la chispa de la mente. El mundo se hallaba cubierto<br />

por las aguas, en las que las criaturas flotaban precariamente. El<br />

padre vio a la Doncella de las Estrellas caer lentamente hacia la<br />

Tierra formando espirales, pero no pudo llamarla de vuelta a su<br />

reino, de modo que envió a los vientos en su ayuda e inspiró en<br />

las criaturas de la Tierra el impulso de prestarle su auxilio.<br />

Aquellos que la vieron caer girando lentamente tuvieron un<br />

sentimiento: “Debemos hacer algo por ella; hemos de encontrar<br />

un lugar en el que pueda posarse, pues se trata sin duda de<br />

un gran don”. La Tortuga dijo: “Puede posarse en mi concha.<br />

Hemos de hacerla resistente y firme para ella”. Un sinnúmero<br />

de criaturas se sumergieron en las aguas a fin de recoger tierra<br />

firme de su fondo. Una de ellas alcanzó el éxito en este empeño.<br />

Araña de Agua se sumergió en lo más profundo de las aguas y<br />

trajo consigo una pequeña porción, que transportó en su cuenco<br />

‘tusi’, formado con sus piernas. Ascendió hasta la superficie y<br />

con su último aliento depositó su presente sobre la concha de la<br />

Tortuga.<br />

Algunos creen recordar hoy que fue la humilde Rata<br />

Almizclera quien trajo la tierra firme del fondo de las aguas; ya<br />

fuera Araña de Agua o Rata Almizclera quien la trajera, la<br />

pequeña porción de tierra fue depositada sobre la concha de la<br />

153


Gran Tortuga, donde creció y creció y siguió creciendo. Gran<br />

Águila Ratonera batió sus alas alzando montañas y valles, y de<br />

este modo se formaron muchos lugares confortables. Tras caer<br />

en espiral durante varios días desde el reino de la luz, la Mujer<br />

de las Estrellas se posó sobre la concha de la Tortuga. De<br />

ella procede la vida tal como la conocemos hoy en día. De sus<br />

pechos brotaron el maíz, las judías y la calabaza; de sus lágrimas<br />

se formaron los ríos de agua fresca.<br />

Los seres humanos nos remontamos en nuestros orígenes a<br />

la Mujer de las Estrellas. Por gracia suya, la chispa de la mente<br />

se asentó en nuestro interior como un fuego sagrado, para que<br />

pudiéramos comprender el misterio de la vida como la diversidad<br />

en la unidad. La Mujer de las Estrellas fue fecundada por los<br />

vientos fértiles que hicieron fructificar su semilla. Estos vientos<br />

rodearon a Madre Tierra, oscureciendo la luz hasta el momento<br />

en que sus hijos captaran el fuego de la inspiración, que se<br />

manifiesta en forma de relámpago surgido de las alas del Pájaro<br />

de Trueno.<br />

La Mujer de las Estrellas dio a luz dos hijos de naturaleza<br />

opuesta. Uno de ellos, cuyo rostro era como la luz del amanecer,<br />

nació de forma natural. El segundo, cuyo rostro se asemejaba<br />

al caer de la noche, disputó y luchó contra el orden natural de<br />

las cosas; nació de debajo del brazo de su madre, causándole la<br />

muerte (...) El Hermano de Rostro Luminoso emprendió un viaje<br />

en busca de la luz y de lugares apropiados para el desarrollo de<br />

los hombres. Con este viaje dio comienzo la primera migración.<br />

El hermano de Rostro Oscuro capturó el relámpago y lo tendió<br />

por encima de la costa a la espera de que su hermano regresara<br />

de su viaje hacia el oeste.<br />

Las criaturas que vivían en la Tierra acogieron al Hermano<br />

de Rostro Luminoso como heraldo de la mente. A medida que<br />

avanzaba en su migración, llevando consigo los pensamientos de<br />

su madre, alzaba las nubes de oscuridad que cubrían el planeta<br />

y la luz comenzó a manifestarse en la Tierra. El sol, la luna y las<br />

estrellas no eran aún sino ideas a la espera de que se establecieran<br />

los rituales oportunos que eliminaran aquello que obscurecía sus<br />

formas. Entre tanto, el Hermano de Rostro Oscuro mantenía<br />

vivo el fuego en la costa. Entonaba el canto de la creación tal<br />

como surge del Gran Cristal, como anticipo del mundo ideal que<br />

154


se manifestara en el tiempo y en el espacio.”<br />

Cómo olvidar que Liu Yuan mencionó que para Mainar-<br />

Rotarú aquella historia era tan importante como el alimento<br />

y la confianza pues hacía que pudieran compartir como un<br />

mismo corazón, en espera de “la llegada de sólidas vasijas”<br />

que llevaran su “fuego a todo el mundo”.<br />

Historia que los hizo dormir como nunca y que al<br />

despertar se volvieran a ver como si fuera la primera vez.<br />

Historia como un abrazo multicolor que los impulsó en su<br />

viaje hacia la noche interminable del hielo. Un abrazo que<br />

jamás habrían sospechado como el último que aquellos<br />

cinco compartirían en sus vidas.<br />

155


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿por qué vinimos al mundo?<br />

—No entiendo. El venir al mundo es la respuesta, no la<br />

pregunta.<br />

157


EL ESCORPIÓN<br />

El mediodía llegó suave, nublado, sin calor ni prisa. Era<br />

como si ese día estuviera más lerdo que de costumbre, como<br />

corrido a un lado. Apenas una nadita, pero lo suficiente<br />

para que todo cambiara debido más al ojo que ve las cosas,<br />

que por las cosas en sí. Yuan se levantó y señaló la puerta<br />

del baño. Al regresar, su traje de seda había cambiado,<br />

siendo ahora de diversos tonos anarajandos, con un<br />

dragón de dos cabezas, en azul cobalto, que se movía con<br />

lentitud, tejido con hilo de plata, tanto en el pecho como en<br />

la espalda.<br />

—¡Escribe! —ordenó Yuan antes de sentarse en el suelo,<br />

respirar lenta y profundamente por tres ocasiones.<br />

—Galax —retomó el capitán su historia— nos despertó<br />

con una delicada fi rmeza. Mientras bajamos de la cavidad<br />

donde dormimos y comimos apenas y se distinguía la<br />

extensa planicie de hielo. Enseguida Mainar-Rotarú volvió<br />

a consultar con el mapa de su medallón y señaló algún<br />

punto en dirección sur ante lo que el guerrero azul dio los<br />

primeros pasos olfateando la nieve. Un erizamiento de su<br />

plumaje azul, casi índigo, me inquietó pero no pregunté<br />

nada. Conocer algo para lo que uno no está preparado es<br />

como ignorarlo.<br />

Casi de inmediato, con la nieve cayendo más bien<br />

suave, volvimos a formar el rombo con nuestros cuerpos<br />

y “volamos”, mejor dicho volaron, volándome con ellos, lo<br />

más rápido que pudieron. Galax espoleaba el aire quizás con<br />

demasiada fuerza. Algo me mordió la boca del estómago,<br />

aunque esto no importó al comprobar que podía ver muy<br />

bien, a pesar de la alargada noche del sur, los sorprendentes<br />

e imponentes retortijones del hielo. Al aparecer un macizo<br />

de montañas, inevitables en nuestro paso, una descomunal<br />

ráfaga de viento comenzó a azotarnos. Galax señaló hacia<br />

una pequeña corona redondeada por unos montículos de<br />

hielo que más parecía la dentadura fosilizada de alguna<br />

bestia gigante.<br />

Con mucha difi cultad logramos aterrizar ya que el viento<br />

quería barrernos. Parecía una invisible garra que buscara<br />

159


arrancar el corazón mismo de la tierra. Medio resguardados<br />

por aquellos salientes fi losos, nos abrazamos lo más fuerte<br />

que pudimos. El hocico del viento comenzó a formar un<br />

remolino sobre nosotros, haciendo que el anillo de hielo<br />

donde nos habíamos resguardado crujiera y comenzara a<br />

hundirse. Antes de que alguno pudiera siquiera pensar en<br />

algo, los salientes congelados se cerraron sobre sí, formando<br />

una perforada cúpula que nos enjauló.<br />

Al detener el disco de hielo su bajada, los hombres<br />

y mujeres pájaro y yo decidimos juntarnos en el centro,<br />

espalda con espalda. Galax desenfundó su espada que<br />

pareció azul líquido. Barú, al tiempo que se cruzó en el<br />

pecho el bolso de esmeraldas vivas donde llevaba las<br />

semillas del silencio recogido así como el huevo de luz de<br />

su clan y el de Dangas, desplegó su escudo sobre el dedo<br />

medio de la mano derecha, haciéndolo girar. Gorgala metió<br />

la mano en su bolsa dorada, lista para sacar, ante la más leve<br />

amenaza, puñados de polvo de estrellas. Mainar-Rotarú<br />

cruzó los brazos en aspas sobre los pechos antes de agarrar<br />

el medallón con el mapa como si fuera una honda a punto<br />

de cargar con la pluma de su frente. Yo afi ancé más fuerte<br />

a Menq-Aurí quien por un instante pareció brillar como si se<br />

hubiera recuperado. La respiración y el latir de todos fue<br />

uno solo. Un sudor frío recorrió mi espalda. De pronto se<br />

oyó un crujido en medio de las ráfagas de viento y nieve que<br />

nos azotaban. Algo había caído dentro del enrejado que<br />

formaban los salientes y se arrastraba.<br />

—¡No se muevan! —susurró Galax—. Apenas respiren.<br />

Mientras menos sepa de nosotros, mejor.<br />

De inmediato una fi gura muy parecida a un humano se<br />

hizo visible, aunque con el doble del tamaño de cualquier<br />

persona. Dio un paso y exhaló una sonrisa de fría luz de plata,<br />

seguida por una luz opaca de ceniza que pareció convertir<br />

la noche del sur del mundo en una telaraña. Aquel ser, en<br />

extremo musculoso, estaba recubierto de una capa de dura<br />

piel plateada que le salía desde las orejas, desplazándose<br />

por los hombros hacia el dorso de los brazos, fuertes<br />

y enervados. El manto se contorneaba por la espalda,<br />

siguiendo la formación de una columna cuyas vértebras<br />

160


estaban ligeramente inclinadas hacia arriba, bajándole por<br />

las piernas, dando vueltas para cubrir de las rodillas hasta<br />

los pies.<br />

Por delante, la capa plateada dejaba libre los fl ancos,<br />

así como un triángulo invertido que iba desde el esternón<br />

hasta el cuello. Otra fi gura triangular quedaba libre desde<br />

vientre hasta las caderas. El corte interno de los brazos,<br />

la entrepierna: otro triángulo liso y llano, así como parte<br />

de los muslos y de las piernas, quedaban al descubierto<br />

dejando ver un tono brillante, semejante a la piedra lunar.<br />

La cara, de dientes afi lados y pupilas en extremo rasgadas,<br />

era totalmente plateada excepto por los ojos, de un verde<br />

resplandeciente estremecedor. Sobre su cabeza, lo que<br />

parecía un turbante era en realidad una extremidad idéntica<br />

a la cola de los escorpiones, la cual se arrollaba y extendía<br />

a una velocidad asombrosa. La punta mostraba un aguijón<br />

de jaspes rojos y verdes relampagueantes coronado por una<br />

afi lada y goteante punta.<br />

Antes de que pudiéramos reaccionar, el extraño se<br />

acuclilló con las palmas de las manos sobre el suelo helado,<br />

lanzó un chillido en tanto desenrollaba el tentáculo sobre su<br />

cabeza y lo movió amenazante hacia nosotros. Entonces el<br />

congelado enrejado que nos aprisionaba fue atacado por la<br />

caída de fi losas agujas de hielo.<br />

—¡No se muevan ni se separen! —ordenó Galax, ante lo<br />

cual la criatura se puso de pie, arrollando y desenrollando su<br />

tentáculo hacia el guerrero azul.<br />

—Me nombran Lao —chilló con una voz metálica, opaca,<br />

gastada—. Pero no me llamo así.<br />

La criatura hablaba en un idioma nunca antes oído<br />

por nosotros pero que sin saber cómo entendíamos con<br />

facilidad, mientras transformaba su cara en la del guerrero<br />

azul y se aproximaba con estudiada lentitud.<br />

—¡No se separen por ningún motivo! —urgió Galax.<br />

Y fue el guerrero quien avanzó hacia Lao, con la espada<br />

silbando. Los ojos verdes, al fondo de una imitación tiesa<br />

y sombría del emisario, centellaron al divisar la espada<br />

dirigiéndose hacia él. Lao dio unos pasos, tropezó y cayó<br />

de espaldas. Galax se adelantó con fi ereza para asestar su<br />

161


golpe pero, confi ado en que su oponente estaba caído, no<br />

atinó a ver cómo el tentáculo lo hería en el pecho, haciéndolo<br />

desplomarse sobre las rodillas, entre la sorpresa y la rabia,<br />

mientras su cuerpo comenzaba a volverse gris y rígido con<br />

rapidez.<br />

Lao tomó a Galax y lo arrojó a nuestros pies, seguro de<br />

su primer triunfo. Barú, instintivamente, se dirigió hacia<br />

el guerrero, se arrancó la pluma de su frente, abriéndole la<br />

picadura y succionándole el veneno. Lao soltó una carcajada<br />

que petrifi có aun más el hielo cristalizado y comenzó a<br />

darnos vueltas a una velocidad increíble, dejando por fuera<br />

a Barú y a Galax, hasta crear una cúpula de luz y sombra<br />

que hacía aparecer, como chispazos, rostros de Gorgala, de<br />

Mainar-Rotarú, o míos.<br />

Al verlos sentíamos que algo nos aguijoneaba por dentro,<br />

hasta sacarnos los más oscuros sentimientos, incluso los<br />

desconocidos. La confusión reinó y nos sumergió en la<br />

aceptación de la derrota. Sentíamos que Lao chupaba<br />

nuestra parte luminosa, inyectándonos su veneno. La<br />

desconfi anza apareció entre los tres. Yo sentí que había sido<br />

engañado por la tribu de los hombres y mujeres pájaro. “Vi”<br />

cómo los que consideraba mis amigos pájaro, y por quienes<br />

y con quienes hubiera dado la vida, habían urdido una<br />

gran mentira para que los llevara hasta el sur del mundo.<br />

Una vez apoderados de este sitio mágico, conquistarían y<br />

esclavizarían a cualquier que se encontraran a su paso.<br />

Ante mí, y supongo que lo mismo sucedió con Gorgala y<br />

con Mainar-Rotarú, comenzó a tejerse un cambio de lo que<br />

había sido, de lo que es, por una serie de falsedades hechas<br />

con verdades a medias y certezas sin realidad. Más tarde<br />

entendí que aún el que miente guarda un mínimo de sí, tal<br />

vez lo último que le queda. El que miente al menos tiene<br />

la verdad de su mentira. Porque lo contrario de la verdad<br />

no es la mentira sino negarse a uno mismo. La falsedad, la<br />

construcción de otra verdad que nunca fue, era peor que la<br />

mentira, al menos más primitiva y siempre en enfrentamiento<br />

con su verdad. La falsedad, en cambio, puede aparecer<br />

como demostrable, con verdades incompletas, dobladas,<br />

puestas en otra alianza para ocultar una dirección.<br />

162


He aquí la fuerza de Lao. El enemigo más formidable<br />

al que nos habíamos enfrentado hasta ese momento de la<br />

aventura con la tribu de los hombres y mujeres pájaro. No<br />

supe, no lo sé ahora, qué pasó en aquel trance por el interior<br />

de Gorgala y de Mainar-Rotarú; pero sin duda no fue nada<br />

luminoso. Cuando Lao se detuvo, los tres caímos al helado<br />

piso totalmente mareados, uno encima del otro. La criatura<br />

soltó una carcajada metálica que fue cortada por la voz de<br />

Galax.<br />

—¡Ya basta miserable! —le oímos decir a un tambaleante<br />

pero recuperado guerrero.<br />

Lao se quedó con una mueca por cara y sus ojos se<br />

inyectaron de un líquido rojo, que en segundos devoró su<br />

verde centelleante. De inmediato volvió a ver a Barú y se<br />

alejó un par de pasos. Jamás habría esperado que alguien<br />

sobreviviera a su ponzoña y mucho menos que se recuperara.<br />

Barú se dirigió hacia nosotros y nos puso las verdes manos<br />

sobre las sienes, ejerciendo una suave presión, lo mismo que<br />

en los lóbulos de las orejas. Punzadas de diminutas agujas<br />

nos quitaron el mareo y el dolor de cabeza. Después, el más<br />

joven de los emisarios nos pulsó las muñecas y el corazón.<br />

Ligeras compresiones provocaron sutiles oleadas de energía<br />

que nos recorrieron el cuerpo, hasta que nuestras mentes y<br />

sentimientos se aclararon. La voluntad volvía a recorrernos<br />

las venas.<br />

Lao estaba desarmado por el joven Barú, quien lo había<br />

descubierto a través de sus oídos. Nunca nadie lo había<br />

visto hasta la médula misma de su pesadumbre. Un rugido<br />

hizo que temblara y que el disco de hielo en el que nos<br />

encontrábamos prisioneros comenzara a resquebrajarse.<br />

Barú se sacó el bolso de esmeraldas vivas y me lo dio, antes<br />

de hacer girar su escudo y susurrarnos:<br />

—La única posibilidad para salir de aquí es que logre<br />

encontrar aquello que detenga la ponzoña de Lao. Y para<br />

esto sólo hay una solución. Estén listos para salir volando a<br />

la menor oportunidad.<br />

Galax intentó detenerlo pero Mainar-Rotarú lo contuvo.<br />

El disco de hielo sufría violentas sacudidas que amenazaban<br />

con enterrarnos vivos. El emisario verde tenía razón y<br />

163


únicamente él podía salir vivo en su enfrentamiento con<br />

Lao. Al moverse hacia éste, Barú decía:<br />

—¡He aquí a Lao, el que ha elegido lo que no es! La<br />

sombra que cae desde el día mismo, la luz que enturbia la<br />

noche y construye su propia oscuridad desde una claridad<br />

a destiempo, lo que decide germinar hacia su propia<br />

podredumbre antes de que ésta aparezca como parte del<br />

girar de la vida, lo que descompone hacia dentro y asesina<br />

con virtudes ciegas. ¡He aquí al que vive de quien cambia la<br />

contradicción por la confusión! ¡He aquí a Lao, el que hace<br />

creer que es posible ejercer el poder si uno se deja tomar por<br />

él, y hace deseable la avaricia de la superación! He aquí al<br />

que ha elegido lo que confunde represión con silencio, lo que<br />

roba lo que vendrá y cambia lo que no fue por lo que no será,<br />

lo que enturbia la sombra con claridades a medias y tuerce<br />

lo claro con dudas borrosas. ¡He aquí a Lao, el que vive del<br />

que ha elegido intercambiar en lugar de recibir o dar, del que<br />

confunde lo inacabable con destino, el misterio con miedo,<br />

el palpitar con un grillete, y se hace un esclavo en busca de<br />

la migaja de lo que no es, y le llama esperanza, y huye del<br />

camino de ser su propio dueño! ¡He aquí a Lao, el que se<br />

reproduce en quien hace del corazón una excusa, de la piel<br />

una falta, de la muerte un fi nal, de la magia un simulacro,<br />

de la vida una huida hacia la seguridad! ¡He aquí a Lao y su<br />

ponzoña, la derrota!<br />

El ser escorpión se erizó y se abalanzó sobre Barú con<br />

el aguijón goteante, cuidándose del escudo que el joven<br />

emisario hacía girar produciendo destellos verdes. Sin<br />

embargo, contrario a lo esperado, Barú buscó que la<br />

púa le diera en plena nuca, apretujándola a fi n de que no<br />

se saliera y poder lanzarse hacia el precipicio de fi losos<br />

salientes que amenazaba como un hocico de hielo rabioso,<br />

llevándose consigo a Lao. Al mismo tiempo Barú dirigió el<br />

escudo de esmeraldas vivas contra el nudo central donde se<br />

concentraban los tentáculos de hielo que nos aprisionaban.<br />

El golpe seco hizo que la cúpula comenzara a resquebrajarse<br />

dando paso a un hueco por donde salir.<br />

—¡Cuánto silencio!... ¡Cuánto silencio!... ¡Ah!... —se oía<br />

la voz de Barú, con una extraña y profunda calma, en medio<br />

164


de los chillidos de Lao.<br />

El plan de la criatura escorpión de destruir primero a<br />

quien podía hacer inmune su veneno había resultado al<br />

revés. Recuerdo que Mainar-Rotarú me levantó por las<br />

axilas y ordenó:<br />

—¡Afuera! ¡Ya!<br />

Al salir volando el lugar comenzó a girar. A veces veíamos<br />

a un Barú totalmente gris, con jaspes negro opacos, y a un<br />

Lao triunfante, a punto de saltar sobre nosotros. A veces<br />

era un Barú intacto de rostro radiante con Lao a su costado<br />

quien, al cuidarlo como si fuera un bebé, decía: “Se respeta<br />

aquello que merece ser respetado, se cuida aquello que<br />

merece ser cuidado, se destruye aquello que merece ser<br />

destruido”.<br />

Un estallido de polen reventó adentro del corazón de la<br />

falsedad para nutrirlo inevitablemente de vida y de muerte;<br />

tal la mágica levadura que en el universo crece: un estallido<br />

que da paso al triunfo sobre la negación y la esclavitud,<br />

común a todo ser vivo, sin importar condición, tiempo o<br />

lugar dónde se hallara, uno que siempre es imposible de<br />

evitar, aquéllo contra lo que ni Lao ni nadie podía ser sino<br />

parte del mismo.<br />

Abajo, la tierra se contorsionaba con espasmos salvajes,<br />

mientras el hielo se abría dando paso a la formación de un<br />

volcán. El más poderoso de los crujidos surgió de la tierra<br />

dejando escapar inmensas columnas de vapor y agua. Un<br />

hueco se abrió y se tragó los contornos. La fuerza surgida<br />

intentaba tragarnos pero el vuelo de los emisarios pudo más.<br />

Bajo nuestros pies una parpadeante y recién nacida tierra,<br />

colmada de retoños, daba paso a un reguero de pedazos de<br />

territorio donde ni la muerte se acercaba.<br />

El remolino de las contradicciones se formó creando un<br />

gigantesco agujero por donde desaparecieron Barú y Lao.<br />

El lugar que había sido nuestra casi defi nitiva prisión era<br />

ahora un desierto de agua que se congelaba con rapidez.<br />

Barú y Lao se hundieron como si al unirse tales opuestos no<br />

hubiera sitio para ellos entre los vivos y los muertos, como si<br />

comenzaran a formar el siempre nuevo ciclo de la creación y<br />

de la destrucción, las dos caras con que la vida danza con la<br />

165


muerte y su boca dulce: la sombra.<br />

“El silencio engendrando y engendrado por la palabra”,<br />

pensé.<br />

Más hacia el sur, Galax, Gorgala y Mainar-Rotarú,<br />

cargándome, bajaron a la planicie de hielo fi rme pues la<br />

tormenta de nieve nos desgajaba de nuevo. Al afi rmar los<br />

pies, los triángulos dados por Lendrax, lo mismo que mis<br />

botas, se convirtieron en el apropiado tejido de canasta<br />

que nos permitía caminar en medio de la nieve. A lo lejos,<br />

donde nos había atrapado Lao se vio un fugaz arco iris de<br />

siete tonos de verde. Nadie se movió ni dijo nada durante<br />

un buen rato hasta que, fi nalmente, Mainar-Rotarú habló:<br />

—La fuerza de la vida y de la muerte están de nuevo en<br />

movimiento. Barú, a no dudarlo, estará germinando junto<br />

a Lao, con Lao o en Lao, en algún lugar. Es hora de hacer el<br />

silencio que hay que hacer para escuchar, y hacer vibrar, la<br />

perseverante canción de la vida, adentro y afuera de cada<br />

uno.<br />

Antes de reiniciar el camino hacia el sur del mundo<br />

intenté devolver el bolso de esmeraldas vivas que Barú me<br />

había dado, el cual contenía su huevo de luz y el de Dangas.<br />

Una señal de Mainar-Rotarú, sin embargo, me detuvo.<br />

—Has sido nombrado emisario de los emisarios. Es tu<br />

derecho y deber cargar con esos huevos de arco iris. Barú<br />

sabrá qué oyó en ti para haberte dado su heredad. Por<br />

nuestra parte su elección es también nuestra. Vamos<br />

—agregó golpeándose el pecho tres veces— todavía nos<br />

falta mucho.<br />

166


CONSULTA<br />

—¿Cómo saber que realmente uno ha decidido buscarse<br />

a sí mismo?<br />

—El que se busca a sí mismo al menos tiene la<br />

oportunidad de encontrarse. Esto no lo hace mejor que<br />

los otros, tampoco peor. Su único valor es que responde<br />

a su naturaleza primera y última. Sólo sirve para buscar y<br />

encontrar. Ser uno mismo no es un deber, es una elección.<br />

Ser uno mismo es dejarse fl uir en la corriente que en uno, y<br />

en el universo, palpita. Ser uno mismo es quitar los diques<br />

para que lo que ya somos fl uya. Más aún, es darse cuenta<br />

de que en verdad dichos diques ni siquiera son, pero están<br />

ahí. Es como el navegante. Navega en el mar porque él es el<br />

mar, aunque lo ignore. Por eso se llama navegante, porque<br />

ignora. El día en que sepa se llamará mar.<br />

Yuan hizo un barco con las manos y a mí de dieron<br />

náuseas y recordé que no sabía nadar. Luego concluyó:<br />

—Para quien se busca sólo hay una corriente, no importa<br />

la dirección. La corriente del mar de la vida y de la muerte<br />

que siempre va hacia sí misma, que es de donde viene.<br />

Por esto, la diferencia entre quien se busca y quien<br />

se encuentra a sí mismo es que éste sabe que no hay tal<br />

corriente por un lado y él por el otro, y es uno con su ser y<br />

fl uye, nada más. Fluye, ¡fl uye!<br />

167


LA TRIADA<br />

LAS ESFERAS DE PROTECCIÓN<br />

Yuan dejó de venir a casa por unos días. Al principio me lo<br />

imaginé en alguna playa, viendo a Lendrax, su barca velera<br />

amiga. Menq-Aurí retozaría sobre cubierta, engullendo sol.<br />

Pero al fin, casi a la medianoche de un día recargadamente<br />

lluvioso, oí sus característicos tres leves toques. Al abrir,<br />

lo primero que me impactó fue ver el traje nuevo deYuan.<br />

Lo segundo fue constatar cómo inexplicablemente el viejo<br />

marino estaba totalmente seco.<br />

El traje, uno de los más impresionantes que le hizo Galil,<br />

estaba tejido con hileras de seda negra, amarilla y blanca.<br />

A la altura del pecho tenía bordado un dragón de dos<br />

cabezas, los cuales se movían desafiantes, feroces. Uno<br />

era azul intenso, brillante, el otro blanco. Aunque a veces<br />

parecían más bien dos dragones que fusionados se volvían<br />

dorados. Yuan se inclinó ligeramente y me abrazó con<br />

fuerza. Esto siempre hacía que me sobresaltara, pues el<br />

vigor del marino parecía aumentar en razón de su delgadez.<br />

Poco después, sentados en el piso de la sala de la casa,<br />

Yuan comenzó a contar su relato como si recordara dónde<br />

habíamos quedado con exactitud, hecho que yo había<br />

olvidado. Como el marino sí parecía saberlo, no revisé<br />

lo anotado y me limité a accionar la grabadora y a seguir<br />

tomando notas. Mucho después de que Yuan se marchara<br />

para siempre, al oír lo grabado y revisar los apuntes, me<br />

percaté de que él menos que cualquiera no tenía la mínima<br />

idea de dónde habíamos quedado con respecto de la<br />

narración de su relato.<br />

—Bueno —prosiguió Yuan— es hora de continuar con la<br />

marcha de los emisarios de la tribu de los hombres y mujeres<br />

169


pájaro rumbo a Zac-Noró: el corazón del sur del mundo.<br />

Según la formación inicial, ahora guardábamos el<br />

siguiente orden: Galax, adelante; Gorgala, a su izquierda;<br />

yo, a la derecha; y Mainar-Rotarú, atrás, cerrando el rombo.<br />

Fue tanto lo que avanzamos a pie que, en el momento en que<br />

nos sentimos a punto de desfallecer, fuimos golpeados por<br />

remolinos de escarcha, haciendo imposible sentir la fuerza<br />

de lo que crece. Ninguno tuvo respuesta, en el pecho no nos<br />

quedó nada más que cansancio y la derrota hizo su primer<br />

movimiento de larva, por primera vez desde que partiéramos.<br />

Fue cuando la vi. De pronto, de la nada apareció la imagen<br />

de una extraña y joven ave, muy parecida a Mainar-Rotarú<br />

en su color y composición, pero sin tener nada de humano.<br />

Tras sacudir tres veces sus alas, para luego bajar la cabeza a<br />

la altura del pecho, de la criatura brotó un suave canto como<br />

un efímero arco iris que nos iluminó, por dentro y por fuera,<br />

mientras escuchábamos su nombre:<br />

—Soy An... gustia, Li... bertad, Pa...z. Soy...<br />

La sensación de sentirnos invadidos por las fuerzas del<br />

polen nos sacudió, haciéndonos llorar y sudar. Cúmulos de<br />

perfectos diamantes iluminaron el suelo de aquel desierto<br />

de hielo mientras me brotó una lenta y profunda sonrisa,<br />

la cual se anidó en los demás justo cuando la visión del ave<br />

desapareció. Brillábamos, aunque ninguno sabía quién era<br />

la criatura, si bien uno de nosotros la vería más adelante,<br />

una última vez. Mientras continuamos avanzando Galax me<br />

miró de reojo.<br />

—¿Qué pasa? —le pregunté, a duras penas.<br />

—Ustedes los humanos —respondió.<br />

—¿Qué pasa con nosotros los humanos?<br />

—Que tienen esa arma poderosa y no saben que la<br />

poseen... Son raros.<br />

—¿Cuál arma, Galax?<br />

—Pues ésa... la risa.<br />

Nos detuvimos, miramos y comenzamos a reír. Aquello<br />

no logró que el camino se hiciera menos escabroso pero hizo<br />

más fácil superarlo, ni logró que el clima fuera menos salvaje<br />

pero sentimos un calorcito en el centro del pecho, ni no nos<br />

aligeró la carga ni nos sentimos menos agobiados pero<br />

170


caminamos arropados por la alegría de lo que germina.<br />

—¡Ah los humanos! —agregué antes de entrar de lleno<br />

en el seguro y fi loso misterio que nos aguardaba.<br />

Ante nosotros se alzaba otra montaña cuya altura se<br />

perdía de vista. La tormenta casi impedía caminar, mucho<br />

menos volar. (Me imagino al viento como un hocico rabioso<br />

sobre un hueso de llamas). Una bajada era la única posibilidad<br />

que se nos presentaba para continuar pues, según el mapa<br />

que llevaba Mainar-Rotarú, teníamos que pasar por aquella<br />

montaña. Al dar los primeros pasos el piso crujió y aulló al<br />

tragarnos.<br />

Quien sabe cuánto después, al volver en sí nos<br />

reincorporamos para comprobar que apenas teníamos unos<br />

ligeros golpes. Arriba, la montaña era aporreada hasta la<br />

inmisericordia por el viento y la nieve, de manera que el único<br />

camino a seguir era un corredor con tres vueltas hacia abajo<br />

que se abría delante de nosotros, rodeado de un acantilado<br />

profundo, ribeteado por fi losas puntas de hielo, incrustadas<br />

entre una marejada de piedras azules. De pronto todo fue<br />

claro: la montaña era hueca. Una pequeña gruta antecedía<br />

el paso. Golpeados, exhaustos y hambrientos decidimos<br />

comer y dormir un rato, haciendo guardia por turnos. Al<br />

dirigirme a relevar a Galax, éste me observó como quien ve<br />

venir la lluvia.<br />

—¿Nunca tienes miedo? —recuerdo que le murmuré.<br />

—Claro que sí, ¿quién no lo tiene?<br />

—Como siempre te muestras valiente y decidido,<br />

dispuesto a lo que fuera, pensé que tal vez... no sentías<br />

miedo.<br />

—Un guerrero no puede darse el lujo de no sentir miedo.<br />

Un corazón “valiente y decidido, dispuesto a lo que fuera”,<br />

es aquel que sabe al miedo dentro de sí pero no le hace caso.<br />

Porque la única diferencia entre éste y un cobarde —y Galax<br />

desplegó una sonrisa azul, que más pareció una mariposa—<br />

es ésta —y el guerrero se tocó una oreja—. Nada más. Nada<br />

menos. Y ésta —y se tocó el pecho.<br />

Después se dio media vuelta y se fue a dormir entre<br />

Gorgala y Mainar-Rotarú. Yo me quedé vigilando las oscuras<br />

fauces del frío que, desde el sur del mundo, buscando como<br />

171


ensañarse cada vez más contra nosotros.<br />

Cuando estuvimos listos para partir, a los triángulos que<br />

Lendrax les había dado a los hombres y mujeres pájaro para<br />

que caminaran entre la nieve, lo mismo que a mis botas,<br />

les salieron colmillos que se adentraron en el helado y<br />

resbaladizo suelo. Los bastones se transformaron en garras<br />

que nos permitían afi anzarnos a las paredes cristalizadas<br />

por el frío. Galax iba adelante, como siempre. Precedía a<br />

Gorgala. Yo iba detrás, seguido por Mainar-Rotarú quien<br />

antes de bajar, había consultado de nuevo el mapa de su<br />

medallón para estar segura de que era la ruta correcta. Y<br />

lo era. Aunque no la deseable, pues descender por aquel<br />

sitio era difícil para cualquiera, mucho más para un hombre<br />

o una mujer pájaro, siempre dispuestos a la libertad del aire<br />

y no tanto a la laberíntica libertad de la tierra, casi una cárcel<br />

para ellos.<br />

Descender fue un lento crujir en medio de cortantes<br />

y helados salientes. Conforme caminábamos, Gorgala<br />

expresaba un comportamiento que nunca antes le había<br />

visto. A cada rato volvía a ver hacia los alrededores<br />

frunciendo el ceño e incluso, al querer darle la mano en un<br />

recodo donde se tambaleó, la emisaria dorada me volvió<br />

a ver con una furia seca, muy antigua. Gorgala misma no<br />

parecía darse cuenta de lo que le sucedía, pues un soplo<br />

después se mostraba amable.<br />

—Me duele un poco —dijo sin su acostumbrado brillo en<br />

los ojos, al tocarse la cabeza.<br />

—Tal vez te golpeaste en la caída —respondí no muy<br />

convencido.<br />

El escarpado bajón nos iba conduciendo alrededor de un<br />

acantilado cuyas paredes eran azotadas por el viento que las<br />

agujereaba en las más caprichosas formas. Aún cubiertas<br />

de nieve dejaban entrever miles de huecos.<br />

—Son para los pájaros —me dijo Gorgala sacándome<br />

de la visión que amenazaba con hacerme tropezar, pues ya<br />

daba las primeras muestras de que empezaba a marearme.<br />

“Será la falta de aire”, me dije.<br />

—¿Cuáles pájaros? —respondí.<br />

—Los que anidan una vez cada verano —y la emisaria<br />

172


dorada señaló hacia las perforaciones de la montaña.<br />

Al ver de nuevo los agujeros se me aparecieron cientos<br />

de pequeñas aves de pecho blanco, con el resto del plumaje<br />

negro. Peleaban por los mejores sitios para poner sus<br />

huevos. Arriba quedaban los más débiles, los más viejos o<br />

los más jóvenes, ya que no podían competir con los fuertes<br />

por un agujero en medio de las paredes. Pude ver, sobre<br />

la cresta de éstas, a un viejo zorro que había sido atrapado<br />

por el deshielo que durante aquella estación convertía a la<br />

montaña en isla. Nada tenía qué comer excepto los huevos<br />

de aquellas aves, las cuales ponían uno de ellos una vez cada<br />

verano.<br />

El zorro viejo se acerca, me imagino. Las aves graznan,<br />

me imagino. Intentan asustarlo batiendo las alas y alzando<br />

las cabezas de brillantes picos de obsidiana. Pero el hambre<br />

puede más que el miedo y el zorro, aunque viejo y flaco en<br />

extremo —es un chilillazo de huesos—, les quita, uno a uno,<br />

unos cuantos huevos. Las aves no pueden hacer cosa<br />

alguna para evitarlo, me imagino.<br />

En una brevedad se han quedado sin nada. El hambre<br />

no sabe de bien ni de mal.<br />

—El viejo animal —continuó Yuan— come dos huevos y<br />

entierra los otros en diversos sitios. Al principio no entiendo.<br />

La visión se oscurece y se aclara. Ahora es la misma montaña<br />

pero no hay aves. El hielo comienza a regresar. Sólo un ser<br />

vivo transita la montaña: el viejo zorro (me lo imagino como<br />

un salivazo de piel pegada con alfileres de frío a los huesos).<br />

Pero aun quiere, debe vivir; es su destino. La vida siempre<br />

es la vida y sólo busca vida aun y, especialmente, a través<br />

de la muerte, pero ésta debe vencer a la vida para poder<br />

continuarla. El zorro sólo tiene la esperanza de que la caída<br />

de la nieve esté cerca, de que el hielo termine de regresar<br />

para formar un puente con el resto del mundo y poder así<br />

regresar con los suyos. El animal, entonces, escarba y saca<br />

los huevos que había enterrado. Siempre espera un instante<br />

después de que ya no puede más para comerse solamente<br />

uno.<br />

La visión se oscurece. Una ráfaga de frío es un aruñazo<br />

en mi espalda. El zorro apenas parece un garabato borroso<br />

173


en medio del hielo. La palmada de Gorgala, fuerte pero<br />

delicada, me saca del trance. Hemos caminado mucho<br />

y casi llegamos abajo. Un túnel, cuya altura se pierde,<br />

se abre ante nosotros. De no haber sido por lo estrecho<br />

del mismo, los emisarios pájaro habrían volado. En ese<br />

momento el medallón de Mainar-Rotarú brilló en los tonos<br />

del arco iris. La señal era clara: debíamos continuar. La<br />

pluma que los emisarios llevaban a la altura del entrecejo<br />

brilló con mayor intensidad y el caminar se hizo lento. Era<br />

como si estuviéramos suspendidos y, aunque no costaba<br />

mayormente, dar un paso tardaba el doble, si no más.<br />

Arriba, la imposible visión de una fugaz estrella azul brilló<br />

con una intensidad tal que nos iluminó hasta los intestinos.<br />

Al terminar de superar el estrecho túnel Yuan y los<br />

emisarios se toparon con un estremecedor río de hielo azul.<br />

Oleaje congelado, me lo imagino. Furia que corrió para sí.<br />

El camino bordeaba el hielerío como si fuera un tajo hecho<br />

por algún demente cósmico.<br />

—El paraje —reanudó el marino su relato— al tiempo<br />

que nos congeló las palabras hizo que los cuatro nos<br />

detuviéramos en seco. Galax y Gorgala se abrazaron fuerte<br />

y largamente. Después el guerrero, cosa única, le dio el<br />

paso a Gorgala.<br />

—Ellos pueden ver —me susurró Mainar-Rotarú.<br />

—¿Ver qué? —le contesté suavecito.<br />

—Las cosas posibles que pueden pasarles y las cosas<br />

posibles que ellos pueden hacer que pasen... Pero, no les<br />

importa.<br />

—¿O sea que ven el futuro?<br />

—El futuro no existe, pero entiendo a qué te refi eres. Y<br />

la respuesta es que digamos que sí. Es tu manera de verlo o,<br />

mejor dicho, de no verlo. Es apreciarlo de un solo lado, pero<br />

sí, digamos que sí; sólo que no les importa.<br />

—¿Cómo que no les importa? —pensé como si fuera el<br />

propio Yuan.<br />

—Pues no —dijo Mainar-Rotarú a Yuan, y yo sentí que<br />

también a mí—. A ninguno les importa. A Gorgala porque ve<br />

el futuro como ve el pasado. O, mejor dicho, ve los futuros<br />

posibles como ve los pasados imaginables. Ella es una con<br />

174


el impulso que la habita y fl uir es su única idea, si podemos<br />

decir así, del tiempo. Pues a ella no le importa lo que éste<br />

representa.<br />

—¡Ah! —respondí, detrás de Galax y Gorgala.<br />

—Por su parte —agregó Mainar-Rotarú—, a Galax no le<br />

importa que hayan o no muchos o ningún futuro o pasado.<br />

Para él sólo existe el presente, donde su voluntad decide qué<br />

es y qué no es. Nada puede domar la voluntad del guerrero,<br />

ni sus peores defectos ni sus máximas virtudes. He ahí su<br />

fortaleza y también su mayor debilidad. Por eso no añade<br />

un solo grano de mal a actos que a otros pueden parecer<br />

crueles, y desconfía de quien no hace lo que la verdad del<br />

corazón dicta, pudiéndolo hacer. Para él esta no acción<br />

es peor que cualquier acto extremo, por despiadado que<br />

parezca. Para él lo real lo dicta el corazón, el propio y el del<br />

universo. Y aunque no conoce los corazones de los demás,<br />

de hecho conoce poco del suyo, sí sabe olfatear su brillo.<br />

Algún día quizás aprenda que solamente el amor puede<br />

moldear la voluntad. Algún día. Para él lo que realmente<br />

importa es lo que es y punto. El presente. Desde ahí su<br />

voluntad escribirá el futuro que él elija, así no esté anotado<br />

en ninguna parte. Incluso, si es necesario, él inventará su<br />

escritura. Una vez enfocada su voluntad, lo que más le<br />

cuesta a Galax, y a muchos otros guerreros, será capaz de<br />

rescribir hasta el pasado.<br />

Mainar-Rotarú me palmeó los hombros.<br />

—Por eso —fi nalizó la mujer pájaro— nunca pierdas<br />

energía en preguntarles acerca del futuro porque se reirán.<br />

Y como si se hubieran puesto de acuerdo, tanto Gorgala<br />

como Galax nos volvieron a ver. Instantes después los cuatro<br />

reíamos sin razón.<br />

“¡Ah los humanos!”, me dije.<br />

—Verdad —me dijo Yuan, como si hubiera estado oyendo<br />

mis pensamientos.<br />

Ráfagas de aire —siguió Yuan con su relato— danzaban<br />

sus corrientes congeladas frente a nosotros. El camino nos<br />

presentaba, a no mucha distancia, tres curvas empinadas<br />

que nos conectaban con la salida, en la superfi cie del otro<br />

lado de la montaña hueca. En la antesala de las curvas el<br />

175


camino se expandía dando paso a una extraña formación<br />

rocosa. Gorgala se detuvo. Galax olfateó con fuerza. El<br />

tatuaje en forma de lobo que llevaba a la altura del corazón<br />

brilló azul, como una pequeña antorcha. La emisaria dorada<br />

comenzó a mover el cuerpo muy lentamente. Parecía ser<br />

una serpiente.<br />

La formación rocosa comenzó a brillar. Estaba compuesta<br />

por un círculo conformado por grupos de tres piedras rojizas<br />

y cilíndricas de poco más que el tamaño de la Gorgala.<br />

Conforme la mujer pájaro seguía moviéndose, las piedras<br />

rojizas brillaban cada vez más hasta que la formación entera<br />

se hizo refulgente, como miel de abejas rojiza, contra el<br />

fondo del paso. Nadie se movió.<br />

Lentamente, en el centro de las piedras apareció una<br />

fogata blanca que brilló hasta convertirlas en unos cristales<br />

azul líquido mientras un anillo doble rodeó las piedras:<br />

el más cercano a la fogata era también blanco plata, el<br />

externo era rojo rubí, sobre el que se formó un cono violeta<br />

con refulgencias doradas, coronado por un punto azul claro<br />

incandescente. Los ahora cristales azules, en tanto recibían<br />

la claridad de la fogata blanca, emitían rayos dirigidos hacia<br />

el anillo blanco plata, el cual devolvía la energía lumínica<br />

hacia la fogata, haciendo que el anillo rojo-rubí vibrara con<br />

fuerza.<br />

De pronto, de más allá del fondo del acantilado, una<br />

masa de ceniza, como las fauces mismas del odio, soltó un<br />

chillido. Gorgala se estremeció y cayó con una rodilla en el<br />

suelo. Otro chillido salió de la presencia terrosa. Gorgala<br />

inclinó la cabeza y extrajo de su saquito un puñado de polvo<br />

dorado que arrojó hacia donde provenía el grito. Poco a poco<br />

apareció la imagen de una niña de unos doce años, vestida<br />

con una túnica blanca, atrapada dentro de un reseco huevo<br />

de cáscara transparente por seis tentáculos gris azulados<br />

que apenas dejaban entrever una espesa y amarillenta luz. A<br />

sus costados, atrás y sobre la niña, había decenas de huevos<br />

con otros niños más pequeños, además de algunos adultos<br />

y unos pocos ancianos. Todos, menos la niña que gritaba,<br />

estaban sin brillo y tenían un anillo de ceniza pintado sobre<br />

la frente. Pude haber asegurado que estaban muertos, pero<br />

176


movían los ojos. Sentimos que un espantoso sufrimiento<br />

quería apretarnos el cuello. En ese momento Gorgala se<br />

levantó y con sus brazos trazó un semicírculo sobre los<br />

hombros. Una refulgente hoz que variaba luces plateadas e<br />

índigos, se formó sobre ella.<br />

—Tengo que ayudarla —dijo la emisaria del clan de la<br />

magia, refi riéndose a la niña—. Y no puedes, nadie puede,<br />

hacer nada ni por ella ni por mí, querido Galax.<br />

Era como si Gorgala, de espaldas a nosotros, hubiera<br />

visto al guerrero, quien ante lo dicho por la emisaria<br />

sorpresivamente envainó la espada sin protestar ni gruñir.<br />

—Ya lo has visto —agregó Gorgala con voz cristalina—.<br />

Y sabes, igual que yo, que tú has querido escribir tu futuro<br />

llevando los huevos de arco iris de la tribu a la región de Zac-<br />

Noró.<br />

Desde el fondo, la masa, ahora terrosa, se alzó con<br />

mayor profundidad y comenzó a alargar seis amenazantes<br />

tentáculos brumosos hacia nosotros. Gorgala dio la espalda<br />

a aquella marchita presencia, volviéndonos a ver con una<br />

suave sonrisa; no lo supimos entonces pero sería la última<br />

vez. Luego giró sus manos hasta juntarlas a la altura del<br />

corazón proyectando un rayo hacia nuestros pechos, de<br />

los que también brotaron haces que formaron un pequeño<br />

disco luminoso en el centro de los tres. De inmediato el<br />

punto azul claro incandescente de la formación de cristales<br />

de azul líquido, que rodeara los anillos plata y rojo que nos<br />

había recibido en un principio, disparó un rayo multicolor<br />

hacia arriba, el cual se partió en dos: un halo se perdió hacia<br />

las estrellas, el otro se unió al pequeño círculo de luz que<br />

formábamos, incrementando su poder hasta agotar el de la<br />

formación de cristales de azul líquido.<br />

—¡Zac-Noró! ¡Zac-Noró! —me sorprendí diciendo, junto<br />

a los demás, y el disco de luz comenzó a crecer.<br />

A una señal de Gorgala, la luz tomó un color azul intenso<br />

y se extendió hasta donde estaba ella, deteniéndose antes<br />

de tocarla. A otra señal se formó otra esfera en el centro de<br />

nosotros, justo donde se había creado la azul sólo que esta<br />

vez era de un tono rosado rubí, que al extenderse quedaba<br />

sobrepuesta a la primera. Un tercer punto brillante fue el<br />

177


origen de un halo de color dorado, el cual completó una<br />

triple esfera en cuyo centro brotó una refulgente columna<br />

compuesta por una espiral plateada y otra índigo, que al<br />

unirse a los vértices, hizo brotar un rayo de oro que cubrió<br />

las esferas como si fuera una llovizna. Gorgala estaba por<br />

fuera y nada ni nadie podía salir a su encuentro, así como<br />

tampoco podía penetrar aquella burbuja triple.<br />

Yuan se quedó quieto. Fueron unos simples segundos<br />

pero la tensión se hizo brutal y me inundó. Cuando ya no<br />

pude más y enderecé mi espalda, haciendo que mis huesos<br />

traquearan, el marino prosiguió su relato. Fue también como<br />

si Yuan lo hubiera hecho a propósito, simples segundos, y<br />

fue como si hubiera pasado todo el tiempo.<br />

—Lo azul se opone a lo innoble —me explicó Yuan con<br />

lentitud—, a lo oscuro, a lo torcido y traicionero, a lo que en<br />

tus términos sería eso que llamas “el mal”. La esfera rosado<br />

rubí impide el paso de lo que tiene que ver con la agresión, el<br />

rechazo, el distanciamiento, la ausencia de solidaridad. La<br />

protección dorada deja por fuera a lo que origina la falta de<br />

visión, la estrechez de la mente, la rigidez; en fi n, aquello<br />

que no sea sabiduría. Por la columna de espirales, que va<br />

de extremo a extremo de las tres esferas, baja la energía de<br />

la vida.<br />

El marino hizo silencio, antes de transformar hombros,<br />

cuello, brazos y dedos en un traqueteo. “Una vieja flauta<br />

de huesos”, me sorprendí pensando.<br />

—Finalmente —prosiguió Yuan—, fuera de las tres<br />

esferas se generaba una radiante capa violeta: un fi ltro para<br />

que lo que intentara pasar se transformara en su opuesto.<br />

Esta triple burbuja con su cubierta violeta, nos acompañó<br />

a Galax, a Mainar-Rotarú y a mí conforme subíamos hacia<br />

la salida. Abajo quedó Gorgala enfrentada con las entrañas<br />

del odio y de lo estéril.<br />

El marino respiró con profundidad y lentitud por tres<br />

veces. Una pequeña mariposa verde oliva, con jaspes<br />

rojizos y alas de plata, vino de quien sabe dónde y se posó<br />

sobre su brazo, justo cuando comenzó a llover a cántaros.<br />

Yuan se quedó contemplando al pequeño ser: una púa<br />

tornasolada que batía sus alas con tal velocidad que parecía<br />

178


no moverse, antes de que, como un chasquido, el insecto se<br />

hiciera una espiral hacia el vacío para desaparecer.<br />

—Es hora de descansar —agregó y sin más, dio media<br />

vuelta sobre sí, se tendió en el suelo y se quedó dormido.<br />

Yo me arrastré hasta mi cama y caí en el sueño sin<br />

siquiera quitarme los zapatos. Era hora de descansar.<br />

179


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿cómo se llega a la verdad?<br />

—Hay quienes la buscaban como si existiera. Otros la ven<br />

múltiple y siempre cambiante, pues se encuentra en lo que<br />

fl uye. Hay quienes se dan cuenta de que son lo que impide<br />

aceptar que cada uno es su propia verdad. Para otros la<br />

verdad no se busca, sino se encuentra. Como la sangre, que<br />

nadie le ordena correr. Nadie la ve. Su verdad es estar ahí,<br />

en el límite donde la vida se une con la muerte. Para estos a<br />

la verdad no se llega, se es.<br />

181


EL PACTO PRIMERO<br />

Al otro día Liu Yuan no se levantó temprano, no hizo sus<br />

ejercicios de respiración, ni el acostumbrado de despertar<br />

el ser profundo que nos habita. Tanto me había habituado<br />

a este ejercicio que ahora que no lo practicaba me percaté<br />

de que lo hacía cada día y de inmediato recordé la primera<br />

vez en que el marino me lo contó y yo lo realicé con él:<br />

“—Imagina —dijo— que así como estás ahora, acabas<br />

despertar en la mañana. ¿Qué es lo primero que haces?<br />

Despabilarte, hombre, despabilarte. Éste es un ejercicio de<br />

voluntad. Estabas dormido y decides estar despierto. Así que<br />

¡hazlo! Siente cómo despiertas. Siente cómo la realidad se<br />

vuelve además brillante. Siente cómo tu cuerpo se despereza,<br />

cómo circula más la sangre. Respira hondo, lento, profundo.<br />

Hazlo por tres veces tres. ¡Llénate de vida!<br />

Cuánto más despierto menos apasionado estás. Las mareas<br />

de la pasión ya no te arrastran. El deseo está allí pero ahora tú<br />

lo ves. Tu mente ya no corre como un ciervo asustado. Aún<br />

piensas, pero puedes escoger lo que piensas. Ahora, desde este<br />

punto nuevo de conciencia, comenzamos otra vez. Este punto<br />

de conciencia equivale al estado de ensoñación en el amanecer<br />

de cada día. Ya no hay deseos. La pasión y el deseo han sido<br />

ahogados por la fuerza de la vida. Sólo hay el impulso de la<br />

existencia.<br />

Mira tu mente, ya no hay pensamientos, sólo percepción.<br />

Mira tu conciencia, ya no tiene límites. Ahora sumérgete en tu<br />

ambiente, el de afuera y el de adentro, y nada junto con los<br />

demás seres vivientes en el océano de la vida.”<br />

Como dije, al otro día Liu Yuan no se levantó temprano,<br />

no hizo sus ejercicios de respiración, ni el acostumbrado<br />

de despertar el ser profundo que nos habita. Ese día<br />

el capitán de ultramar durmió hasta tarde y ni siquiera<br />

se levantó para beber agua de su botella de turquesas<br />

vivas. Poco antes de que anocheciera el viejo capitán de<br />

ultramar se levantó a tomar su baño ritual. Luego contó<br />

lo que pudo ver conforme él y los otros dos supervivientes<br />

se dirigían hacia la salida de aquel paraje donde Gorgala<br />

183


había decidido quedarse, y de quien hasta hoy no se sabe<br />

qué pasó con ella. A continuación transcribo lo último que<br />

vieron de la emisaria del clan de la magia durante la huida<br />

del fondo de la montaña.<br />

—Así, en remolino, en ráfagas de luz y sombra.<br />

—Entre hilachas.<br />

—Hilos de claridad y de costumbre.<br />

—Entre pedazos de sí y pedazos de no.<br />

—En torbellino.<br />

—Como un caracol de viento.<br />

—Así vimos partes distintas del enfrentamiento de la<br />

emisaria de la magia con el odio que, al no poder impedir<br />

nuestra fuga, reagrupaba fuerzas para atacar a Gorgala con<br />

total ferocidad.<br />

—Pon tus manos alrededor del huevo de luz de tu clan.<br />

—Inclina la cabeza.<br />

—Remolinos de ases multiblancos salen en ráfagas.<br />

—Tentáculos de blanco quemado se dirigieron hacia<br />

Gorgala.<br />

—No se mueve, tiene el rostro sereno; con seguridad se<br />

oye a sí misma.<br />

—¡Desenfunda tu magia! ¡Que lo estéril no te toque!<br />

—¿Y el huevo de Gorgala... se perderá para siempre?<br />

—Te ves hermosa, como quien asiste a su propio<br />

nacimiento o muerte de la otra que siempre es sí misma.<br />

—Gorgala se desdobla.<br />

—Vi tres mujeres con la misma cara de Gorgala. La<br />

rodean.<br />

—El odio chilla. Sus tentáculos quieren enroscar a las<br />

tres mujeres en las que se transformó Gorgala sin dejar de<br />

ser ella misma.<br />

—Los tentáculos se deshacen al contacto con la energía<br />

de la emisaria.<br />

—No te confíes, queridísima, si se repliega algo trama.<br />

—El odio se transforma: ahora también es tres.<br />

—Una mujer vestida con un traje de hilos de araña<br />

negros intensísimos. Negro universo. Negro índigo vivo,<br />

reluciente.<br />

—Parece un girasol de sombras.<br />

184


—Los ojos verdes, feroces.<br />

—Su piel es desconsideradamente blanca. Sus manos<br />

casi verdes.<br />

—Un par de brazos altísimos, muy delgados, cubiertos por<br />

la misma tela negra, rematada en unos velos exuberantes,<br />

se le levantan por la espalda.<br />

—Parecen alas.<br />

—Otros dos brazos, los que en cualquiera serían los<br />

normales, acarician una abultada panza.<br />

—Estás embarazada querida. Te ves hermosa preñada<br />

de muerte.<br />

—Otros brazos, los últimos, pequeños y delgados, son<br />

rematados por un báculo en la mano derecha, y por un<br />

pájaro rojo rubí, en la izquierda.<br />

—¿Quién podría pasar por allí?<br />

—Un hombre, con muchas máscaras, aparece desde lo<br />

estéril y avanza.<br />

—Es una sombra con máscaras de sombra y voz de<br />

sombra: ¡es la ambición!<br />

—Si intentas tocarla te partiré en dos de aquí a la<br />

eternidad.<br />

—Nada puede tocarte si estás en ti misma.<br />

—El hombre quiere usurpar.<br />

—Habla como si tuviera dolor, aunque no alcanza para<br />

sentirlo. Su simulación es la que pierde, y se resiente de lo<br />

que pierde.<br />

—“No hay meta”, dice, pero no puede ocultar su avidez<br />

de querer diluirse.<br />

—“No hay jerarquía”, dice, pero no puede apagar su sed<br />

de superarse.<br />

—“Sólo el vacío”, dice, pero no puede acallar el ruido que<br />

su vacío hace.<br />

—El hombre se retira y se pone de medio lado.<br />

—Es como si le hablara a una multitud.<br />

—Se adelgaza. Adopta una mística manera de dirigirse,<br />

como si no tuviera otro remedio, a una multitud que él<br />

mismo se inventa.<br />

—Se imagina que se construye solo. Como si estuviera<br />

solo.<br />

185


—Como si siempre no estuviéramos solos.<br />

—Es más repugnante cuando dice para dentro las mismas<br />

palabras que dirige a su multitud imaginaria.<br />

—A la derecha de la mujer de negro, que está delante de<br />

Gorgala, aparece otra mujer.<br />

—Está vestida con un casi cruel sencillo vestido azul<br />

celeste.<br />

—Así, querida, así; desenfunda esa mínima pero sufi ciente<br />

daga del pacto primero. Ésa, la que tiene forma de media<br />

luna. La que llevas escondida entre la manga izquierda.<br />

—Señora del agua, yo te saludo y te recibo.<br />

—Tiene el largo cabello liso color caoba. Tiene un<br />

igualmente largo mechón blanco luz de plata de luna en el<br />

centro de la cabellera.<br />

—Los ojos verdes, serenos pero fríos.<br />

—Un segundo hombre sale de en medio de lo estéril.<br />

Avanza por un pasadizo de ceniza. Tiene el vientre abultado<br />

y es de color amarillo hueso. Parece un muñeco mecánico.<br />

Lleva un incensario. Habla de cosas místicas, de jerarquías,<br />

de la meta. Habla de transformación espiritual.<br />

—Señora del agua, desenfunda tu daga. Yo te saludo y<br />

recibo.<br />

—“Oh gran madre, la que rige los ciclos, soy tu servidor”,<br />

murmura el amarillento al hacer una extremadamente lenta<br />

reverencia.<br />

—No señora del agua, no le hagas caso. Sus palabras son<br />

grilletes. Su humildad veneno. Confunde el camino medio<br />

entre las cosas con el engaño de la senda de las cosas a<br />

medias. No le hagas caso señora del agua. Que los espíritus<br />

de tus ancestros lleguen a ti.<br />

—Recuerda el pacto primero querida, por este tenemos<br />

una herida abierta de abrirnos tanto. Refúgiate en tu<br />

desnudez. Sé implacable. La cabeza que rueda nada la<br />

podrá restituir.<br />

—Pero reconforta si ése es tu sino. Reconforta antigua<br />

diosa de la muerte. Yo te saludo y te recibo.<br />

—Abajo el torbellino: fi guras de hombres y mujeres se<br />

sucedían mientras llevábamos al límite, y más allá, nuestros<br />

cuerpos al subir. Avanzábamos impulsados por la sangre<br />

186


del mundo. Y con nosotros las esferas de protección que<br />

Gorgala nos había dado, ahora reforzadas por las lágrimas<br />

azules del guerrero. Abajo crepitaba el misterio.<br />

—El amarillento hombre gordo, segundo en la jerarquía,<br />

daba un paso hacia delante seguido de otro hacia atrás.<br />

—Se ladea.<br />

—Habla cada vez más fuerte.<br />

—Intenta convencerse de sus propias palabras.<br />

—¡Idiota!<br />

—Detrás de Gorgala viene otra mujer. Viene de otro<br />

tiempo. Viene del valle de las piedras de la luna.<br />

—Lleva sangre en la boca. Sangre helada. Sangre seca.<br />

Sangre de todas las lunas de todas las mujeres en sus lunas de<br />

sangre. Sangre voraz. Sangre de la sangre rota. Sangre.<br />

—Conforme avanza hacia Gorgala se hace más joven.<br />

—Ahora está justo detrás. Es una niña con grandes ojos<br />

verdes de la época en que la luna era verde.<br />

—Un tercer hombre, y primero de arriba hacia abajo<br />

en el orden de la triada aparece y se alza sobre una silla de<br />

huesos blanqueados por la lluvia, enclavada sobre un trono<br />

de huesos requemados.<br />

—Traición, voracidad, egoísmo.<br />

—La triada del odio se estremece.<br />

—El tercer hombre tiene un traje manchado de blanco,<br />

sucio de blanco. Lleva un alto sombrero coronado con una<br />

cruz de sangre sobre la frente.<br />

—Detrás de él, en otra época, multitudes lo reverencian.<br />

—Mentira, manipulación, corrupción.<br />

—El hombre adopta la imagen de un venerable. Quiere<br />

acercarse a la niña.<br />

—¡No la toques! Que el hacha de lo justo caiga sobre ti si<br />

te mueves un mínimo más.<br />

—La primera mujer, la de negro, exhala un chillido. Su<br />

vientre se agita.<br />

—La segunda mujer, la del lago, levanta su brazo derecho.<br />

Una luna azul refulge en su frente.<br />

—Gorgala, hija de tu propio vientre, mensajera del polvo<br />

de las estrellas, la que teje los puentes del tiempo, abre<br />

tu corazón, hija, madre, hembra para siempre solitaria de<br />

187


sí misma, hembra siempre hallada en la ferocidad de la<br />

sangre. Yo te recibo y te saludo. Abre tu corazón, roto para<br />

que pueda reconfortar lo que se corta. Únete en nosotras.<br />

Luna de la sangre hirviente, rajadura que se abre y se cierra<br />

una y otra y otra y otra vez. La tres veces parida: ¡Únete!<br />

—Gorgala levanta la cabeza y abre los ojos.<br />

—El tercer hombre se detiene en su camino hacia la<br />

niña.<br />

—Los niños no se tocan, dijo Gorgala antes de hacer<br />

refulgir sus ojos y levantar los brazos, con el huevo de luz del<br />

clan de la magia, sobre su cabeza.<br />

—Los niños no se tocan, repitió.<br />

—La triada pierde las formas humanas. Suelta a los que<br />

tiene atrapados en los resecos huevos transparente menos a<br />

la niña que primero vimos. Los demás caen y se despedazan;<br />

son embriones de ceniza.<br />

—La triada parece un nudo de serpientes de humo. Hollín<br />

en el hocico de la negación.<br />

—Perversión, rechazo, ilusión.<br />

—El odio siempre es estéril.<br />

—Gorgala sostiene su huevo de luz con la mano izquierda.<br />

Con la derecha hace un trazo semicircular frente a ella. Un<br />

puente dorado se tiende hacia la niña que abre el reseco<br />

huevo y, aunque la triada la quiere morder, no puede evitar<br />

que toque la luz de la magia.<br />

—La niña tiene esa luz en su corazón. Al tocar la de<br />

Gorgala desaparece de la cárcel del engaño.<br />

—¡Cómo es posible! Ahora la niña está dentro de Gorgala.<br />

Y ríe. Está libre. Ríe con una dulzura desmedida.<br />

—La triada tiembla y se enrosca hasta vomitarse a sí<br />

misma.<br />

—Abajo aparece ahora una cosa de cuatro patas y un<br />

espumarajo por hocico. Los ojos verdes le rechinan. Sobre<br />

el lomo una rajadura se levanta dando paso a una remedo<br />

de ave que decidió aceptar la derrota como lugar en el<br />

vuelo. Sobre ellos, donde antes estaba la silla de huesos<br />

blanqueados por la lluvia, una masa de ojos babosos y<br />

podridos, emerge como una llaga de rencor.<br />

188


—La triada se funde en una cosa de tizones por patas con<br />

alas de metal y hocico puntudo, coronado por una baba de<br />

ojos, que se agita antes de abalanzarse sobre las mujeres<br />

que es la emisaria del clan de la magia.<br />

—Gorgala no está serena.<br />

—Los niños no se tocan, dice una tercera vez y lanza<br />

—lanza su huevo de luz cuando<br />

—cuando la triada ejecuta el salto<br />

—salto congelado en su vuelo porque en ese instante la<br />

energía del huevo dorado del clan de la magia<br />

—magia que estalla estalla estalla en tanto las mujeres<br />

se hacen una sola<br />

—sola ola multicolor.<br />

—Te veo queridísima, te veo y me despido. Solamente<br />

un muerto sabe dejar ir a otro muerto.<br />

—El huevo de luz de Gorgala estalló congelando en su<br />

vuelo a la triada.<br />

—¡Sí, hermana en la sangre! La que descabeza a sus crías<br />

para guardar el pacto está libre ahora. Yo la miro marcharse<br />

y la despido.<br />

—¡Dancen! ¡Dancen! ¡Dancen!<br />

—El huevo no se ha perdido. Sólo se ha transformado.<br />

—Era el precio necesario hermana. Si la magia está suelta<br />

y viva el odio no podrá cubrir todos los sitios.<br />

—Miedo, ignorancia, fi ngimiento.<br />

—Retírese lo falso: el huevo de luz de la magia tiene que<br />

romperse para que la batalla con la mentira siga.<br />

—Asco, resentimiento, repugnancia.<br />

—Retírese el aborrecimiento: la magia al estallar ha de<br />

multiplicarse en su poder que es ningún poder.<br />

—Perdición, reproche, desesperanza.<br />

—Retírese lo torcido y lo que tuerce con intención: si hay<br />

magia todo siempre está por comenzar...<br />

—“Poder, avaricia, semilla corruptible...”<br />

—Finalmente, al salir de aquel paraje una estrella aleteó<br />

fugaz en el cielo, mientras la tormenta pareció quedarse<br />

congelada unos instantes.<br />

La estrella tenía cuatro brazos. El superior e inferior<br />

eran largas pirámides en contraste con los lados: pequeñas<br />

189


formaciones también piramidales. En el centro había una<br />

esfera y dentro de ésta una aun más refulgente estrella de<br />

plata. De la esfera colgaba una cadena con movimiento<br />

propio hecha de oro líquido con una serie de inscripciones<br />

y de extrañas fi guras. Hacia arriba, de pronto, se abrieron<br />

unos ojos inmensos, brillantísimos. Los ojos de la danza<br />

de la magia. Los de Gorgala. Ojos que no nos volverían a<br />

abandonar nunca más.<br />

190


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿cómo sabemos lo que debe ser?<br />

—¡Ah! Tres son las condiciones para saber lo que debe<br />

ser: lo que falta, lo que debe cambiar y lo que sobra.<br />

191


GALIL, HIJO DE GALIL<br />

ZAC-NORÓ<br />

—Salimos totalmente mareados —dijo Yuan— de la montaña<br />

donde Gorgala se quedó en su enfrentamiento con La<br />

Triada. Dábamos unos cuantos pasos y nos caíamos. Galax<br />

y Mainar-Rotarú menos que yo, aunque también terminaban<br />

con sus cuerpos como hachazos en pleno suelo congelado.<br />

Galax insistió en que caminar lo más rápido posible hacia el<br />

lado sur de la montaña nos devolvería el equilibrio.<br />

Repentinamente, el sonido de una campanada, en una<br />

cristalina y alta modulación, nítida y sostenida, hizo que<br />

miráramos hacia donde había quedado Gorgala. Nadie<br />

dijo nada pero los tres supimos que volveríamos a ver a la<br />

emisaria del clan de la magia. Tal vez no en esa misma vida,<br />

pero sí algún día. Galax cayó al piso de rodillas. Por la mejilla<br />

del guerrero se desplomaron zafi ros hasta formar un charco<br />

a su alrededor. En silencio desgranamos nuestra tristeza,<br />

despidiéndonos de Gorgala. Cuando ya no quedaron más<br />

lágrimas el guerrero murmuró:<br />

—Solos somos y solos moriremos. Solos venimos y solos<br />

viviremos. Aparte de esto qué somos sino el mundo.<br />

Después se levantó y, antes de continuar la marcha,<br />

cantó:<br />

—Asisto al matadero de luz de los pasos. Invencible yo<br />

que te llevo en el corazón como la lluvia que se rinde ante<br />

las hojas secas.<br />

Luego, en calma pero con fi rmeza, continuamos. Con<br />

Galax al frente, Mainar-Rotarú a su derecha, yo a su izquierda,<br />

formando un triángulo en medio de la excedida noche del<br />

frío que nos condujo hasta una meseta tan extremadamente<br />

congelada que parecía estar hecha de espejos de hielo,<br />

193


sin que su piso, a diferencia de lo que habíamos recorrido,<br />

estuviera con cubierto nieve.<br />

A pocos pasos se abría un solidifi cado pasadizo tan<br />

congelado como la meseta, fl anqueado por el crujir que<br />

producía el choque de dos océanos de hielo, los cuales se<br />

movían como si fueran líquidos, dándole una apariencia de<br />

irrealidad al lugar debido al lento movimiento que se batía<br />

contra el pasadizo, sin llegar nunca a éste.<br />

Oleajes de hielo, estallidos de bloques, espuma de<br />

escarcha, bajo los más diversos tamaños y caprichosas<br />

formas hicieron como si estallaran en remolinos de<br />

relámpagos, puñados de gusanos de claridad contra la<br />

superfi cie congelada que hacían que la luz se refl ejara como<br />

si fuera una cada vez más extensa mecha ardiendo. Al fi nal<br />

de aquel paraje sobrenatural se alzaba una difusa formación<br />

piramidal.<br />

—¿Zac-Noró? —dije sin pensar.<br />

—¡Zac-Noró! —afi rmó Mainar-Rotarú—. Nuestro destino<br />

está cerca, amigos míos, muy cerca.<br />

Enseguida, tanto las botas que Lendrax me había hecho<br />

para caminar entre el hielo, como los zapatos en forma de<br />

canasta de los emisarios pájaro, se adelgazaron hasta formar<br />

largas tiras planas que se ajustaron en el centro a cada pie.<br />

De repente, y sin que ninguno de nosotros lo quisiera, los<br />

soportes que nos había dado Lendrax para impulsarnos al<br />

caminar sobre la nieve nos dieron un sorpresivo impulso,<br />

deslizándonos sobre superfi cie.<br />

En un principio me sentí nervioso, contrario a Galax y a<br />

Mainar-Rotarú, quienes a pesar de la sorpresa no tuvieron<br />

problemas en desplazarse con elegancia.<br />

Supuse que tal facilidad la tenían porque podían volar; por<br />

mi parte, poco a poco fui perdiendo la incomodidad hasta<br />

que, hacia la mitad del recorrido, compartía junto a mis dos<br />

amigos de aquella bajada, inesperadamente amable. Algo<br />

nos cambió el ánimo: recordar que, al fi nal, o al principio, la<br />

vida siempre es juego, nos aligeró el corazón de la manera<br />

necesaria para enfrentar lo que vendría.<br />

Bajamos casi alegres. Por un lado, la cercanía de nuestro<br />

194


objetivo fi nal: Zac-Noró, nos impulsaba con nuevos bríos.<br />

Por otra parte, la ausencia de Dangas, Barú y Gorgala, nos<br />

apretujaba el pecho.<br />

¡Todo parecía tan cerca!<br />

¡Cómo haber imaginado que lo peor aún estaba por<br />

venir!<br />

Al llegar a la planicie nos quedamos inmóviles. Sobre la<br />

superfi cie congelada se veían, después de lo que aparentaban<br />

ser nudos de relámpagos, imágenes nuestras por debajo de<br />

cada cual como si estuviéramos en medio de un gigantesco<br />

espejo. Las imágenes, además, se desdoblaban en<br />

multiplicidad de formas y colores hasta inundar el lugar con<br />

suavidad. Las alargadas y delgadas hojas en que se habían<br />

convertido los zapatos que nos diera Lendrax se encogieron<br />

hasta rodear cada pie, aunque con una tira a lo largo de la<br />

suela, que nos levantaba un par de dedos sobre la superfi cie.<br />

Un impulso hizo que comenzara a desplazarme por el piso<br />

de hielo. Sin embargo, en ese momento Galax olfateó el<br />

aire en todas direcciones antes de hacer la señal de alto. Su<br />

sangre le indicaba peligro.<br />

195


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿la confianza está en los actos o en las<br />

intenciones?<br />

—Si la confi anza existe en el corazón que la ve, y que es<br />

el lugar donde ésta hace su nido, lo que sea que uno haga se<br />

hace siempre frente a uno mismo, aunque anide en otros.<br />

Y para que dicha magia se dé, el acto mismo no debe tener<br />

importancia alguna.<br />

197


LA ELECCIÓN DEL REY<br />

Galax —continuó Liu Yuan con su relato—, luego de<br />

respirar poderosamente en tres ocasiones, tensó las manos<br />

y entornó los ojos hacia dentro. Perlas de sudor comenzaron<br />

a recorrerle la frente y los pómulos. Cuando la tensión era<br />

casi insoportable, el emisario arrancó la pluma corta que<br />

tenía a la altura del entrecejo: la más brillante del cuerpo y<br />

procedió a vaciar sobre ella su aliento, lo cual hizo que se<br />

retorciera y alargara, arrollándose sobre sí misma hasta<br />

convertirse en un huevecillo. Al madurar, lo que sucedió en<br />

instantes, surgió un ojo en forma de una diminuta serpiente<br />

emplumada que podía viajar a cualquier tiempo y lugar, por<br />

una sola vez en su vida, según nos explicara, en tanto que en<br />

las cuencas del emisario azul se cristalizaron unas piedras<br />

grises, dejándolo ciego de momento.<br />

—Bien mi pequeña —se dijo Galax, acariciando la<br />

serpiente emplumada entre las palmas, viéndose a sí mismo,<br />

a Mainar-Rotarú y a mí—. ¡A buscar! —Y la lanzó al espacio<br />

como un dardo rabioso.<br />

Galax cayó sobre el piso cristalizado mientras su serpiente<br />

emplumada cortaba el espacio entre el interminable vómito<br />

del hielo. Diminutos diamantes de escarcha en que se<br />

convertía el sudor caían de su rostro. A través de lo que Galax<br />

contaba, Mainar-Rotarú y yo pudimos “ver” lo que pasaba.<br />

Como una llama azul, el ojo-serpiente trazaba círculos cada<br />

vez más grandes alrededor de nosotros en una búsqueda<br />

frenética hasta que divisó un pequeño valle, en medio de<br />

una hilera de montañas en forma de colmillos que parecían<br />

vigilarnos desde el este.<br />

—¡Más allá mi pequeña! —ordenaba el guerrero—. ¡Hacia<br />

aquella mancha de hielo amarillento!<br />

Poco después, Galax describía que aquella mancha no<br />

era sino una multitud de hombrecillos y mujercillas de hielo.<br />

Los había gigantescos, de mediana estatura y pequeños,<br />

y otros parecidos a los monos araña. Caminaban con<br />

un exagerado cuidado, o quizás más bien, como diría el<br />

propio guerrero, con una torpeza cuidada. La mayoría era<br />

de contextura delgada, con los cabellos, barba y bigotillo<br />

199


medio rubios, o también medio calvos, o medio gordos.<br />

En el caso de las mujeres las cabelleras eran medio largas y<br />

medio enredadas.<br />

Aquellos seres iban inexplicablemente vestidos aunque<br />

no tenía necesidad al ser de hielo: de la cintura para abajo<br />

llevaban pedazos de lo que alguna vez había sido una piel.<br />

La mayoría, de la mitad de las cabezas hasta la cintura,<br />

andaban cubiertos con alguna tira de piel de foca gris. De<br />

pronto, recordamos: eran iguales a Totus Tuus, el extraño<br />

personaje que habíamos conocido una vez superado nuestro<br />

enfrentamiento con el Clan de la Pluma Roja.<br />

“Se agrupan —decía Galax—. Los seres de hielo se<br />

agrupan alrededor de un pedazo de hielo parecido a un barril.<br />

Veo unos diez, cien, quinientos, miles, son demasiados.<br />

“Comienzan murmurando, luego braman. ¡Babean! ¡Los<br />

hombres de hielo babean! Las mujeres de hielo apenas se<br />

distinguen de los hombres por dos ligeros abultamientos a<br />

la altura del pecho.<br />

“¡Un momento: ahí está! ¡Sí, es él! ¡Es Totus Tuus! Quiere<br />

subirse al barril pero los demás no lo dejan. Lo golpean.<br />

Otros quieren subirse pero les pasa lo mismo. Sólo a los<br />

gigantescos no parece importarles esto.<br />

“Hay fuertes, ágiles; hay quienes hablan con exageradas<br />

poses, quienes muestran sus grandes músculos. Están los<br />

que se arrodillan e imploran, hay también quienes enseñan<br />

una piel completa de foca medio amarillenta. Unos pocos<br />

señalan con orgullo cómo visten una piel de foca negra.<br />

Otros dan palmaditas por aquí y por allá. Todos, sin<br />

embargo, corren igual suerte: son golpeados y se les impide<br />

llegar hasta el gran barril de hielo.<br />

“Los de la gran masa se miran entre sí, nerviosos, hasta<br />

que vuelven a ver hacia un lado: es Totus Tuus de nuevo.<br />

Golpea un pedazo de hielo medio plano con una rama de<br />

hielo. No lo quiebra, produce un sonido de campana rota.<br />

Es como si golpeara un tronco hueco.<br />

“Los demás se quedan en total silencio. La tensión<br />

crece. Aquel sonido los tiene en trance y hace que suelten<br />

una bandada de chillidos dirigidos hacia Totus. Están<br />

hechizados. Se lanzan hacia él.<br />

200


“¡Es increíble! Contrario a lo esperado lo vitorean. Lo<br />

traen alzado por un oleaje de brazos. Lo dirigen hacia el<br />

barril de hielo. Ahí lo ponen. Chillan y se tiran los cabellos.<br />

Totus se levanta y extiende sus manos hacia delante. Los<br />

demás callan.<br />

“—Mi nombre es Totus Tuus —dice— y ahora soy su<br />

rey...<br />

“El delirio se apodera del lugar. Rugen y brincan más<br />

que antes. Luego comienzan a gritar: Totus, Totus, Totus...<br />

Parecen un solo ser. Se detienen y dejan de hacer ruido, se<br />

vuelven a ver unos a otros, por último a Totus. Frotan sus<br />

manos. Es claro que esperan sus palabras.<br />

“—Compatriotas —les dice Totus—, como su nuevo<br />

y único rey, una vez coronado por la voluntad de todos,<br />

tengo el sagrado y popular honor de dar mi primer discurso<br />

ofi cial...<br />

“Un griterío se apodera del lugar. Varios comienzan<br />

a frotarse las manos en tanto empiezan a acercarse a los<br />

primeros dos o tres anillos alrededor del barril de hielo. Al<br />

principio lo hacen como si no quisieran. Enseguida se acercan<br />

en estampida. Cualquiera que se atraviese en sus caminos,<br />

es golpeado, tirado, escupido, quebrado, ahorcado, o bien,<br />

lo más corriente, atravesado con cuchillos de hielo que salen<br />

de cualquier lado. Finalmente, en los primeros dos o tres<br />

anillos quedan aquellos que sobrevivieron y que desean<br />

llamar la atención de Totus Tuus, el Rey.<br />

“Uno logra subirse sobre varios cadáveres y, mientras se<br />

limpia la sangre de hielo de las manos, dice con todo lo que<br />

le da el pulmón: ¡Hip, hip, hurra! ¡Que viva Totus Tuus, el<br />

mejor Rey que nunca hemos tenido ni tendremos! Bueno,<br />

yo no opino, solo informo.<br />

“Todos, menos quienes están alrededor del barril, sueltan<br />

un alarido de admiración y, al batir de las manos de quien<br />

dijera aquello, cantan: Totus, Totus, el mejor. Con Totus<br />

Tuus somos más fuerzudus.<br />

“El hombre de hielo del discurso logra, mediante sutiles<br />

movimientos de sus manos, modular lo que la multitud<br />

canta, hasta dominarla totalmente a su gusto. Totus vuelve<br />

a ver a quien inició aquello y, con un simple gesto de su<br />

201


mano, los detiene y calla.<br />

“—¿Cómo te llamas, buen hombre? —dice Totus, con un<br />

aire de superior benignidad.<br />

“—¡Yo... Oh, maestro entre maestros, sinigual entre<br />

siniguales! ¡Qué gran honor que te fi jes en mí: mis emociones<br />

vienen y van como las olas del mar. Tú, digo, yo, tu más<br />

humilde servidor!<br />

“El hombrecillo ensancha el pecho al dirigirse hacia<br />

la muchedumbre. Miradas verdes, cuchillazos, le lanzan<br />

quienes están en los dos o tres círculos alrededor del barril.<br />

“—Yo —continúa éste— me llamo, humildemente, Faro<br />

Du Youth; más conocido como Farolo, y únicamente quiero<br />

hacer constar aquí, ante ustedes, que no busco premios, ni<br />

puestos importantes, aunque si me los dan pues ni modo,<br />

pues yo no opino, sólo informo, como he dicho antes con<br />

el permiso de mi pueblo, por quien he derramado toda mi<br />

sangre miles de veces. Y..., en todo caso, sus deseos son<br />

órdenes.<br />

“—Bien Faro Du Youth, Farolo, desde hoy serás mi objetivo<br />

y preclaro Ministro de Los Informes, Loas y Demás.<br />

“De inmediato el pueblo entero, menos quienes<br />

rodean el barril del rey, salta de alegría y dice en coro:<br />

Bravobravobravobravo...<br />

“—Un momentico —se oye decir a uno de grandes<br />

manos y pecho cuadrado, con bigote y pelo muy lacios—,<br />

no es que me quiera entrometer con lo que ustedes se ve<br />

que sabiamente hacen, pero es necesario oír la voz del<br />

mismitico pueblo. Ése que siempre habla desde las alturas<br />

de la bajura, aunque no sea nunca oído por el poder de los<br />

corruptos. Por eso aquí mi compañero y yo —y el que habla<br />

saca de abajo a un hombrecillo, algo más moreno que él,<br />

con una gran panza y el pelo también lacio, quien saluda con<br />

una humildad demasiado estudiada— estamos en la lucha<br />

por lograr el reconocimiento que rialmente nos merecemos,<br />

porque nosotros somos los de la bajura. No como ustedes<br />

que se ve que son los elegidos. Porque, compañeritos y<br />

compañeritas hay un peligro que nos amenaza desde afuera.<br />

Con sus grandes dientotes, qué digo dientotes, colmillotes,<br />

quiere chuparnos la lucha tenaz y popular de la cultura<br />

202


nuestra, la única que nos puede defender contra aquello que<br />

no sea nuestro pisitico de hielitico.<br />

“Todos dejan escapar un “¡Oh!” y varios “¡Ah!”<br />

“—¿Y tú y tu compañero quiénes son? —replica Totus con<br />

un aire de comprensión absoluta.<br />

“—Pues idiay patrón, mi nombre es Arra y aquí mi<br />

hermanitico se llama Cache, también conocido como<br />

Cachiño, por nosotros los que tenemos la oportunidad<br />

de sumarnos a la popular gran marcha revolucionaria del<br />

pueblo. Juntos nos dedicamos a sacrifi carnos para darle<br />

oportunidad, humildemente, a que otros hagan sus cositas,<br />

como escribir versitos o algún otro pensamientico. Así<br />

como a lo que tenga que ver con la resistencia de un pueblo<br />

oprimido por las cadenas de la esclavitud. ¡Heeee...!<br />

“De nuevo, el pueblo entero, menos quienes<br />

están en los dos o tres círculos que rodean el<br />

barril del rey, salta de alegría, mientras dicen:<br />

Bravobravobravobravobravobravobravobravo...<br />

“—¡Hum! —dice Totus con un gesto de magnanimidad<br />

total—. Muy bien señor Arra y señor Cache, Cachiño.<br />

Desde ahora serán mis pregrises Ministros de los Grandes y<br />

Populares Valores del Gran Pueblo de los Güirgüines, también<br />

conocido mundialmente como el Pueblo de Explendidex Tu<br />

Hermosa Bandera de la Costa de la Boca del Valle, o A’ Llá.<br />

“De nuevo, el pueblo entero, menos quienes rodean el<br />

barril del rey, resalta de alegría y redice: Rebravorebravo-r<br />

ebravorebravorebravorebravorebravorebravobravorebrav<br />

o...<br />

“—Bien, pueblo mío —agrega Totus—, es hora de<br />

pronunciar mi discurso ofi cial...<br />

“—¡Alto, alto ahí! —interrumpe uno de los hombres de<br />

hielo, que salta desde atrás y se sube sobre uno de los que<br />

está más cerca de Totus, haciéndolo caer de bruces—. Aquí<br />

nada de ofi cial. Que el pueblo tiene derecho a reclamar y<br />

proclamar que viva siempre la anarquía y la paz.<br />

“El pueblo apenas expresa uno par de “Ah” y un “Oh”.<br />

“—Soy el que representa a quienes se mueven por abajo,<br />

a los del lado oscuro, el lado alternativo de los Güirgüines,<br />

esos que nos limpiamos, bueno menos o más pero tupidos,<br />

203


con las proclamas de la ofi cialidad. Yo soy Ñókix, el espeso y<br />

represento a los más rudos.<br />

“Éste vuelve a ver al pueblo y sólo un grupito de jóvenes<br />

lanza una especie de eructo para luego arengarse entre ellos<br />

hasta que se escucha un débil “Ah” y medio “Oh”.<br />

“—Vamos, vamos, compañero Ñókix —interviene<br />

Totus—. Tenga usted calma. Recuerde que aquí todos<br />

somos amigos de todos, porque respetamos a los demás,<br />

aunque a veces no compartamos sus opiniones. Porque,<br />

como dicen los y las que nos y nas conocen, y hasta los y<br />

las que no, aquí en A’ Llá todos somos igualititicos. Porque...<br />

bueno...yo...este...aquel... Y nombres, ¿cómo vas a creer<br />

que yo represento el poder?... ¡Nombres!... Al contrario,<br />

yo también estoy de acuerdo con lo que ti dices. Además,<br />

lo bueno es que nos encontramos, porque ansina podemos<br />

hacer nuevas amistades. Porque entre todos podemos<br />

echarnos una manita, o sea, aportar un granitico de hielitico,<br />

porque en esta vida arrieros somos y en el hielito andamos,<br />

como decimos nosotros los del pueblo, porque lo mejor de<br />

A’ Llá es su gente, y por aquello de que hoy por ti y mañana<br />

por mí. Nombres, Ñókix, compa, es decir, viejazo, amigazo<br />

mío, si estamos juntos en esto, porque el que nada debe,<br />

nada teme. Pero...bueno...yo... ¡Ydiay!... Yo te perdono, al<br />

Güirgüin lo que es del Güirgüin. Porque el que no sabe es<br />

como el que no ve. Y... bueno... yo... este. ¡Ydiay! Naide es<br />

perfecto, y la vida es un proceso y en ese proceso estamos, y<br />

en todo lo malo siempre hay algo bueno... en fi n, tranquilos,<br />

que aquí no ha pasado nada, y a quien madruga Dios lo<br />

ayuda.<br />

“Totus levanta las manos y el pueblo exhala un “Oh”<br />

largo y de un mismo tono. Ñókix no puede disimular una<br />

mirada verde.<br />

—Calma pueblo mío —dice Totus— que aquí su rey tiene,<br />

humildemente, la solución. Porque, díganme si no es así,<br />

aquí el compañero Ñókix y yo, y ustedes querido y valiente y<br />

sabio pueblo, coincidimos en lo mismo. Y ¿qué es lo mismo?<br />

Pues el bienestar de ustedes, o sea de nosotros, pueblo<br />

entre los pueblos. Por eso, quiero pedirle, con demasiada<br />

humildez, y en nombre del pueblo Güirgüin, que por fi n<br />

204


econoce el verdadero valor del compañero Ñókix, que me<br />

acompañe hombro con hombro en mi reinado, bueno, al<br />

menos hasta la siguiente elección, en calidad de mi predark<br />

Ministro de la Rebeldía o del Ariete y la Muralla.<br />

“—Bueno... yo... —contesta Ñókix— la verdad acepto<br />

aunque no respeto el poder y me limpio en él, pero si el<br />

pueblo lo pide al pueblo debe dársele, más bien exigírsele.<br />

Y la verdad, a mí el poder me resbala porque yo lo uso y<br />

además me gusta eso de predark Ministro de la Rebeldía o<br />

del Ariete y la Muralla, aunque yo estaré siempre en contra<br />

de lo que sea. Y qué. A ver, a ver si sus órdenes son deseos.<br />

“—Está bien, está bien —interrumpe Totus— pero<br />

recuerde usted, queridísimo Ñókix, que en cada trance y<br />

percance ti estabas a mi lado y yo al lado de ti, así como<br />

ahora tú estás a mi lado y yo al lado de tú.<br />

“El pueblo, y por última vez, deja escapar unos débiles<br />

bufi dos que Ñókix interpreta como “Ahs” y “Ohs”, creyendo<br />

que poco a poco el pueblo va entendiendo su mensaje<br />

revolucionario y alternativo.<br />

“—Y bien, querido pueblo —dice Totus, que ahora trata de<br />

parecer tajante— creo que es sufi ciente de nombramientos<br />

por ahora. Si necesito a alguien más le diré a Faro Du Youth,<br />

Farolo, que se los haga saber.<br />

“Un “Ah” sale de los dos o tres anillos que rodean al barril<br />

del rey antes de que estos le lancen al Rey miradas medio<br />

rojas y se dispersen.<br />

“—Ahora —continúa Totus—, voy a decir mi discurso real,<br />

la parte más importante de la elección del rey.<br />

“Un “Oh” generalizado sale del pueblo; parecen no estar<br />

muy convencidos.<br />

“—Oh pueblo, pueblitico mío —agrega Totus—. El más<br />

bello de los pueblos. Me complazco, me enorgullezco, de<br />

aceptar ser el rey de los Güirgüines. Es demasiado, pero sé<br />

que de ahora en adelante los demás pueblos del mundo,<br />

uníos, acabarán de aceptar que lo quieran o no somos un<br />

ejemplo ante ellos, claro, humildezcamente hablando. Y<br />

sé que de ahora en adelante los hombres y mujeres de<br />

hielo alcanzaremos la gloria, la paz y el desarrollo justo y<br />

sostenible por el bien de todos y de todas, sean congelados<br />

205


o no, cangeladas a na... Porque ser un Güirgüin, más que<br />

una geografía o una nacionalidad, es una manera de ser.<br />

Y recuerden que donde un Güirgüin, esté donde esté, hay<br />

liberté.<br />

“¿Qué pasa? —dice Galax, al extender sus azules brazos—.<br />

¡Ah...! Ya veo, roncan. Sí, el pueblo entero. Totus no lo<br />

puede creer. ¿Qué pasa? Chasquea los dedos.<br />

“—Bien queridísimo pueblo mío —agrega Totus—. Hay<br />

algo que tengo que advertirles. Hace poco, mientras iba<br />

por ahí y por allá, buscando nuevos tesoros para el pueblo,<br />

descubrí algo que nos terminará de hacer el pueblo más<br />

poderoso, admirado, rico y sencillo de cuantos que existen.<br />

“¿Qué pasa? —vuelve a decir Galax, al recoger los<br />

brazos—. Abren los ojos y se desperezan. Los ojos se les<br />

llenan de verde; luego de rojo. Faro Du Youth se frota las<br />

manos y escribe sobre unas láminas de hielo petrifi cado,<br />

con un estilete también de hielo.<br />

“—Hay unos extranjeros —continúa Totus— que quieren<br />

apoderarse de nuestras tierras y convertirnos en esclavos.<br />

Son unos tales hombres y mujeres pájaro y uno más raro<br />

todavía, que no es de éstos ni de nosotros, sino todo lo<br />

contrario. Cuando pude escapar de ellos, inspirado por el<br />

humilde deber de decirle a mi querido pueblo el peligro que<br />

corría, descubrí que traían un secreto que yo, con mucha<br />

sencillez y fi na cortesía, pude descubrir. Se trata de unas<br />

pelotas, o huevos de colores, o algo más valioso, como<br />

diamantes de luz, que ellos usan para el mal, y con los que<br />

nos quieren conquistar. Pero ¡no! Esto no lo conseguirán<br />

jamás. Sepamos ser libres no siervos menguados, derecho<br />

sagrado la PA’llá nos da.<br />

“Arra y su fi el compañero Cache gritan: ¡Uyuyuy Bajura o<br />

Morir! ¡Uyuyuy Bajura o Morir!<br />

“—Porque si actuamos ya y unidos —añade Totus—,<br />

podemos quitarles esa arma de pelotas de luz y usarlos para<br />

el bien, nuestro bien, o sea el único bien. Porque no cabe<br />

duda que esas son nuestras pelotas.<br />

“El pueblo entero contesta en coro: ¡Güipi! ¡Güipi! ¡Pía!<br />

¡Pía!<br />

“Bajo un hechizo que se apodera del pueblo, los ministros<br />

206


del rey señalan distintas direcciones a seguir, hasta que<br />

accidentalmente coinciden en la izquierda.<br />

“—Sí pueblo mío, sé que es peligroso —prosigue Totus—,<br />

aunque ellos sólo sean cinco, o acaso más, o menos, y<br />

nosotros miles. Pero eso no importa. ¡Qué es el riesgo<br />

de unos pocos de nosotros comparado con la riqueza que<br />

todos tendremos, porque nos la merecemos, pues somos<br />

los mejores, claro, humildezca y fi nezcamente hablando!<br />

Además, ellos no nos esperan, así que estamos para ganar:<br />

número, el factor sorpresa, nuestra valentía, y al compañero<br />

Ñókix, el predark Ministro de la Rebeldía o del Ariete y la<br />

Muralla.<br />

“El pueblo entero grita mientras Ñókix vocifera a los<br />

cuatro vientos, cuidando de parecer verdaderamente rudo:<br />

“¡Al ataque, al ataque! Ustedes primero, yo los sigo, los<br />

dirijo, los represento y los protejo, hombro a hombro. ¡Al<br />

ataque, al ataque!”<br />

“Pero esperen —dice Galax, frunciendo profundamente<br />

el ceño—. Hay tres criaturas que no había visto sino hasta<br />

ahora. En medio de la multitud cuchichean por aquí y por<br />

allá. Tocan gargantas, estómagos, corazones. Nadie los<br />

percibe, pero su contacto hace que cambien. Ahora no<br />

parecen tan torpes y perezosos. Una extraña furia se va<br />

apoderando del lugar. Una de las criaturas es un delgado<br />

hombre de dos cabezas: una blanca y otra negra. Tiene los<br />

dientes y ojos grises. Sobre la frente, al igual que sus dos<br />

compañeros, lleva un signo de media luna invertida. Huelen<br />

a luna quemada —Galax se levanta y ensancha su nariz—.<br />

Hay peligro, mucho peligro.<br />

“La otra criatura —continúa el guerrero— es una enana<br />

regordeta, con la cabellera, en gruesas líneas terrosas y<br />

grises, recogida en un moño, que le habla a las mujeres.<br />

Tiene los ojos y los afi lados dientes rojos. El último de<br />

estos extraños parece una viscosa masa de ceniza, con unos<br />

tentáculos que se pegan como ventosas a algunos de estos<br />

hombres de hielo. Los tentáculos más gruesos van hacia<br />

Arra, Cache, Ñókix, Faro Du Youth y, en especial, hacia Totus<br />

Tuus.<br />

“Miren —dice Galax—, el pueblo se ha vuelto oscuro.<br />

207


Piden sangre. Un extraño brillo de luna plateada se dibuja<br />

en los ojos de Totus Tuus. “Es por allá”, y extiende su brazo.<br />

Señala hacia nosotros. Comienzan a caminar, pero el rey los<br />

detiene. Otra vez tiene el brillo normal en sus ojos.<br />

“—Un momentico querido pueblo —arenga Totus—,<br />

marchemos ufanos hacia allá pero no ataquemos todavía<br />

porque va a desatarse una gran tormenta, de manera que<br />

cuando lleguemos lo mejor esperamos a ver si se aclaran los<br />

nublados del día, y si el hielo nos evita la molesta tarea de<br />

luchar por rescatar nuestros diamantes de luz, porque no<br />

hay duda que nos pertenecen por derecho propio. Démosle<br />

una oportunidad a la paz y a la naturaleza. Que también<br />

ella ponga su granitico de hielito en esta inclaudicable<br />

labor de defender la libertad y los más sagrados valores de<br />

la patria, de cualquier forma de fuerza extranjerizante que<br />

quiera dominarnos. Marchemos ufanos la egregia memoria<br />

y cuando termine la tormenta, atacaremos. Mejor dicho,<br />

nos defenderemos con toda la fuerza que tenemos. Y no<br />

se preocupen, somos muchos por lo que es casi seguro que<br />

los extranjeros se rindan sin oponer resistencia, pues los<br />

superamos en miles contra uno.<br />

“Se tiran a dormir donde primero caigan. Las tres extrañas<br />

criaturas con el símbolo de luna invertida, se vuelven humo<br />

y se van metiendo en los sueños.<br />

“Es hora de regresar, mi serpiente emplumada. Es hora<br />

de prepararse para la batalla fi nal.”<br />

208


CONSULTA<br />

—Liu Yuan, ¿dónde está el principio del final?<br />

—Está en cada puntada de la vida. En cada muesca de<br />

resplandor. En cada perforación donde se cuela la fecundidad<br />

de la sombra. Quien se hace esta pregunta es como el que<br />

dice “¿Dónde está el fi nal del principio?” O no entiende lo<br />

que dice, o no lo necesita y no se ha enterado.<br />

—Pero Yuan, ¿debo seguir buscar una respuesta o<br />

callar? ¿Está en el silencio la clave?<br />

—Caminaba por la noche una sombra sola. Sin ninguna<br />

luz que le apuntalara el alma. Una sombra, solitaria. En<br />

silencio con ella, sin darse cuenta.<br />

209


LA EMBOSCADA<br />

—‘El punto fi nal —continuó Yuan—, el del principio. Donde<br />

todo termina, donde todo comienza’. Eso fue de las últimas<br />

cosas que le oí decir a Galax, antes de que la más brutal de las<br />

tormentas cayera sobre nosotros como un hacha de infi nitos<br />

fi los. Ante esto el guerrero y Mainar-Rotarú juntaron las<br />

puntas de sus alas haciendo un techo piramidal sobre los<br />

tres. De alguna manera, aquella posición, impensable para<br />

un humano, les permitía descansar, recuperar fuerzas y<br />

hasta dormir.<br />

En ese momento no le di importancia al hecho de que<br />

Mainar-Rotarú me pidiera el bolso de esmeraldas vivas<br />

donde estaban los huevos de arco iris de Barú y de Dangas.<br />

Nunca sospeché que los dos emisarios decidieron guardar sus<br />

propios huevos de arco iris en la bolsa antes de regresármelo,<br />

lo cual, al fi nal de aquella aventura, haría la diferencia entre<br />

fracasar o lograr nuestro objetivo de llevarlos a Zac-Noró.<br />

Por mi parte, si bien pude medio dormir a pesar de las<br />

circunstancias, al principio no podía vencer la sensación<br />

de que había algo más helado que el feroz hielo que nos<br />

amenazaba en aquellas tierras polares. Este extraño frío,<br />

que quería crecerme por dentro, por un instante lo sentí<br />

como la sombra de un corazón congelado. El mío. Ignoro<br />

qué convinieron los emisarios del clan del guerrero y del<br />

amor que guía pues, al despertarme ya las cosas estaban<br />

resueltas.<br />

Galax nos dijo en un susurro que lo mejor era continuar de<br />

inmediato. Si bien no podríamos volar, aunque la tormenta<br />

había amainado, la ventaja de que los güirgüines ignoraban<br />

que los habíamos descubierto tal vez nos permitiría seguir.<br />

Además, la formación piramidal de Zac-Noró se encontraba<br />

muy cerca. Caminamos sabiendo que nunca más lo haríamos<br />

juntos. Unos pocos pasos de silencio fueron sufi cientes para<br />

tener la más profunda de las despedidas, porque cuando<br />

uno se encuentra o se despide desde y con el corazón de los<br />

otros, no hay que decir nada. Aquello que no sea el hecho de<br />

llegar o irse, sobra, porque las mejores palabras son aquellas<br />

que se hacen pues éstas no necesitan nunca justifi caciones.<br />

211


Aunque había caído la tormenta más extrema de todas<br />

las experimentadas, sobre aquel pasadizo no había ni una<br />

señal de nieve. Nuestros pasos hacían que se multiplicaran<br />

las más variadas formas, dándole a nuestro recorrido una<br />

belleza que, en su totalidad, parecía querer arrancarnos el<br />

corazón. De pronto, al superar la mitad del camino un coro<br />

de chillidos estremeció el lugar. Varios hombres de hielo<br />

emergieron desde los océanos congelados que arremetían<br />

sobre las orillas del pasadizo, con fi losa lentitud. En un<br />

parpadeo Galax desenvainó su espada, que refulgió de azul,<br />

y nos ordenó correr. Yo desenfundé a Menq-Aurí. Mainar-<br />

Rotarú se sacó el collar con el mapa que nos había conducido<br />

a Zac-Noró, poniendo sobre éste la transparente pluma<br />

que se arrancó de la frente. Esta vez, sin embargo, no la<br />

desplegó como una onda sino como una hoz.<br />

—¡No se detengan! —ordenó Galax—. ¡No se detengan<br />

por nada hasta cumplir nuestro pacto!<br />

Y dicho esto, el guerrero descargó su espada sobre los<br />

Güirgüines. Como si hubiera alborotado un panal, cientos<br />

de ellos aparecieron y se abalanzaron sobre nosotros. Yo<br />

comencé a golpearlos al igual que Mainar-Rotarú. Pedazos<br />

de frío congelado caían a nuestro alrededor como si fueran<br />

hojas secas. Galax gruñó mientras tensó su cuerpo hasta<br />

hacerlo tintinear. El tatuaje que llevaba a la altura del pecho<br />

comenzó a brillar, encegueciendo a los hombres de hielo.<br />

Un diminuto lobo gris emergió del pecho del guerrero<br />

poniéndose a su lado. El lobo lo miró y sus ojos, azules lo<br />

mismo que el pelambre de su pecho, refulgieron. Luego<br />

aulló y creció hasta tener casi el tamaño de Galax, haciendo<br />

estremecer hasta la misma luna.<br />

—¡Ahora! —gritó el guerrero.<br />

Mainar-Rotarú juntó las manos frente a sus pechos,<br />

formando una pirámide con la punta hacia arriba, en tanto<br />

dijo:<br />

—¡En el nombre de La Vida Una! ¡La Vida Una! ¡La Vida<br />

Una!<br />

Ante esto la difusa formación piramidal que atisbamos<br />

desde la bajada, dejó escapar un delicado y sostenido sonido<br />

de diapasón, y lo que vimos como una pirámide comenzó a<br />

212


elevarse y refulgir hasta convertirse en un rombo formado<br />

por seis largos dedos. Hacia arriba se juntaban los anulares.<br />

Hacia abajo los pulgares. En el medio fueron claros los<br />

índices como un puente.<br />

Entonces comprendí lo que la emisaria me había dicho<br />

en la noche del Nido de la Luna, cuando cada clan se<br />

convirtió en su propio huevo de luz, de que si el momento<br />

fi nal llegaba, era imperio de su clan y el del guerrero sacar<br />

completamente el corazón para proteger a la tribu. Por ello<br />

el pecho de Mainar-Rotarú también se ponía incandescente<br />

y un haz servía para que un pequeño chacal saliera de su<br />

tatuaje y se pusiera, gruñendo en dorado y creciendo apenas<br />

menos que el lobo, junto a Galax. Los tres formaban una<br />

primera y única línea de defensa.<br />

Los Güirgüines, ahora un hormiguero, comenzaron<br />

a atacar. El primero en responder fue el lobo quien se<br />

abalanzó sobre diez de ellos, partiéndolos de inmediato.<br />

Sin embargo, los hombres de hielo estaban fuera de sí, con<br />

los ojos inyectados de verde, y sólo era posible oír el crujir<br />

del hielo contra la espada de Galax, o bien contra los dientes<br />

y garras del lobo y del chacal. Mainar-Rotarú y yo quisimos<br />

unirnos a la batalla pero el guerrero nos gritó que era ahora<br />

o nunca, pues no tendríamos otra oportunidad de poner a<br />

salvo los huevos de arco iris.<br />

La emisaria del clan del amor que guía lo comprendió y<br />

me detuvo. Le dije que siguiera ella, que yo me quedaría<br />

a pelear. “No es posible”, me contestó, mientras me<br />

empujaba hacia la base de las pirámides. “Tú llevas la<br />

semilla de nuestra tribu. Además, si lo intentamos unidos<br />

tenemos mayor posibilidad de lograrlo”. Comprendí<br />

entonces porqué el bolso de esmeraldas vivas estaba más<br />

pesado e instintivamente lo cubrí con las palmas. Mainar-<br />

Rotarú volvió a juntar las manos frente a sus pechos, formó<br />

una pirámide con la punta, esta vez hacia abajo, y dijo:<br />

—¡Todo Somos Uno! ¡Todo Somos Uno! ¡Todo Somos<br />

Uno!<br />

De inmediato una escalera se abrió ante nosotros. Una<br />

serpiente de piedra, con una cabeza en cada extremo, se<br />

dobló nueve veces elevándose hasta la entrada de Zac-Noró.<br />

213


Se subía a ella por una cabeza, la azul, hasta desembocar<br />

en la rosada, hacia su interior. La mitad de la serpienteescalera,<br />

hacia lo largo, era de cada tono de rosa imaginable.<br />

La otra mitad era de todas las posibles variaciones de azul.<br />

En cada curva, la serpiente-escalera presentaba anillos<br />

del más brillante de los dorados, dando un total de doce.<br />

Tanto el entrar como al salir de ella había dos anillos más,<br />

sólo que el primero se veía muy oscuro, casi negro, y el<br />

último casi no se distinguía por brillante. Al centro de cada<br />

vuelta de la serpiente-escalera se presentaban puntos de tal<br />

luminosidad que era imposible percibir tono alguno. Cuando<br />

comenzamos a ascender apenas pude volver a ver a Galax,<br />

el guerrero azul, por última vez.<br />

214


LA MUERTE DEL GUERRERO<br />

Mientras tomaba nota del final de la aventura, me di cuenta<br />

que en los últimos días Yuan y yo casi no hablábamos.<br />

Sentí que de tan próxima su partida me iba quedando<br />

como un caldero sin agua. Ya había comenzado a aceptar<br />

en la piel que a toda reunión viene la separación, por eso, la<br />

noche en que Yuan me contó lo poco que pudo ver acerca<br />

de cómo murió Galax, decidí que esto quería contarlo yo, a<br />

mi manera. Yuan estuvo de acuerdo.<br />

Al día siguiente, el viejo marino tuvo que esperarme<br />

hasta bien entrada la tarde, para terminar de contar su<br />

aventura con la tribu de los hombres y mujeres pájaro.<br />

—Tome —le aclaré—. .<br />

Liu Yuan agarró la bolsa de colores y la abrió.<br />

—Es un regalo—agregué señalando un yoyo.<br />

El capitán de ultramar lo sacó, extendió su hilo azul por el<br />

piso, se agachó y olisqueó las dos tapas de madera, con un<br />

bajorrelieve de tres dragones girando en medio de las estrellas,<br />

fundiéndose. Uno era azul, otro rosado y el último dorado.<br />

—¡Vaya! —dijo al fin Yuan—. Gracias, muchas gracias.<br />

Después de un buen rato, Yuan agregó:<br />

—Veo que es el momento: yo también tengo un regalo<br />

para ti. Escucha. Una vez, al meditar acerca de cómo<br />

liberarme de las cosas que lo atan a uno, me encontré<br />

oyendo lo que mi más profundo habitante, el que no tiene<br />

“yo” siquiera, me decía.<br />

“¿Qué pasa —me indicó, aunque bien podría decirse “me<br />

indiqué”, con un pedrusco en una mano— si lanzas sobre este<br />

pedazo de piedra, como si fuera una de las cosas que te ata en<br />

el mundo, una cantidad tal de energía que pudieras hacerlo<br />

explotar?<br />

“¡No! —respondió mi más profundo habitante—. No lo has<br />

destruido. Lo que tienes ahora son miles y miles de pedruscos.<br />

Lo que has hecho es multiplicarlo en cada grano que viaja por<br />

el espacio.<br />

“Cada vez que cualquiera de incalculables pedruscos, por<br />

pequeños que sean, toque a otro ser o punto de conciencia<br />

que conforman la canción del universo, o vida, como gustas<br />

215


llamarla, tejerá una consecuencia ineludible.<br />

“Tu ignorancia siempre se mezclada con la de los otros.<br />

Toda acción siempre genera una reacción. Y así terminas y<br />

comienzas cada vez más enredado.<br />

“Un camino para liberarte de tu propia ignorancia será<br />

desanudar cada hilo que el pedrusco reproducido haya tejido<br />

con otros. El problema es que como ignoras cuándo, dónde y<br />

por qué se hizo cada vínculo, en lugar de desanudarte cada vez te<br />

anudarás más y más. Este gran entretejido será tu sufrimiento,<br />

o bien el lugar de enseñanza donde aprenderás, no tanto a fl uir<br />

en la vida, como a encontrar la manera en que ésta fl uye en<br />

tu ser, del mismo modo en que descubrirás que el pedrusco no<br />

vive tanto en el pedazo de piedra como en ti mismo.<br />

“Pero, ¿cómo deshacerte de éste? ¿Cómo deshacerte<br />

de aquellas cosas que te atan al mundo? No deshaciéndote<br />

del mundo, por cierto. Mucho menos acabando con tu vida.<br />

Aunque, si el pedrusco no existe más que en tu mirada del<br />

pedrusco, ¿qué hacer? ¿Irse hacia aquello, la mirada, que da<br />

existencia a algo que no tiene vida?<br />

“Has creado la ilusión de la existencia del pedrusco porque<br />

no quieres ver aquello que el pedazo oculta. Y si éste solamente<br />

existe en ti, oculta entonces algo tuyo. Al volver hacia fuera<br />

aquello que permanece cubierto se desvanece la ilusión de la<br />

parte, del pedazo de piedra que, aunque estaba ahí, nunca fue<br />

ahí.<br />

“Es desde adentro del pedrusco como se deshace el<br />

pedrusco. Es dándose cuenta de que hay vida oculta detrás<br />

del guijarro, como luz entre las tinieblas propias, comprensión<br />

entre la ignorancia del interior, silencio entre el ruido, o canción<br />

entre el miedo, que el pedazo de piedra puede volver al mismo<br />

sitio al que pertenece: la nada, lo mismo que tú.<br />

“Porque tú eres la única diferencia entre el pedrusco y el<br />

universo, entre el pedrusco y ti mismo. Todo es un pedazo de<br />

piedra en las manos del misterio. Pero tú tienes algo único,<br />

mágico y maravilloso: además de ser el pedrusco eres también<br />

las manos del misterio.”<br />

Luego de esto, Yuan no volvió a mi casa hasta tres<br />

días después, y sólo para contar el final de su aventura,<br />

216


tiempo en que me dediqué a escribir la muerte de Galax,<br />

el guerrero. No sé si pasó así o yo me la inventé en buena<br />

parte. De todas maneras, como diría el propio marino, esto<br />

no importa. Al contarla así pasó así, aunque no sucediera<br />

de esta forma. Lo que escribí nunca se lo mostré a Yuan.<br />

A pesar de la cantidad de pedazos en que se convierten los<br />

hombres de hielo, gracias a los zarpazos del lobo y del chacal, o<br />

bien a los golpes de la espada de Galax, el pasadizo sigue igual<br />

de reluciente. Es como si el piso absorbiera siempre aquello que<br />

cae sobre su superficie, dejándola inalterable en su brillantez. El<br />

lobo gris de pecho azul y el chacal de oro gruñen antes de situarse<br />

a los costados de Galax. Hacen un triángulo cuyo vértice es el<br />

guerrero. Mainar-Rotarú vuelve a ver hacia la batalla. Su mano<br />

izquierda cubre por un momento su puño derecho. Es la hora de<br />

despedirse. Liu Yuan vuelve a ver a Galax quien, por un instante<br />

dirige su mirada hacia ambos, deteniéndose apenas en Mainar-<br />

Rotarú.<br />

De pronto, gigantes como rugidos de hielo, desde los<br />

costados del pasadizo, emergen armados de estalactitas<br />

que hubieran requerido al menos dos humanos fuertes para<br />

levantarlas. Un odio oscuro aparece por ráfagas y enceguece<br />

a los Güirgüines que se multiplican, descargando su furia sobre<br />

los tres combatientes.<br />

Un sonido seco, de hueso que se quiebra, es el anuncio de<br />

que el chacal de oro pierde la vida, luego de soportar un mazazo<br />

que uno de los gigantes de hielo quiso descargar sobre Galax.<br />

Otros Güirgüines, más pequeños, lo tiran hacia el océano<br />

congelado donde se diluye una pincelada de sangre dorada.<br />

El lobo gris aúlla con tal furia que los hombres hielo sobre el<br />

pasadizo estallan el miles de pedazos. Galax, a su vez, respira<br />

tres veces antes de hacer girar su arma hasta que no se ve más<br />

que un relámpago plateado en la noche del sur. Luego, con un<br />

sutil movimiento la espada se desdobla en dos. Guerrero y lobo<br />

se ponen espalda con espalda. Los últimos gigantes de hielo<br />

suben y se dirigen hacia los dos combatientes.<br />

Liu Yuan y Mainar-Rotarú ascienden por la serpienteescalera.<br />

Algunos hombres de hielo se suben unos sobre otros<br />

hasta convertirse en torres por donde otros Güirgüines más<br />

pequeños y ágiles, aunque menos fuertes, pretenden tomarlos<br />

217


por sorpresa. Tanto la honda de la emisaria como el catalejo<br />

de oro de Yuan los despachan, pero continúan subiendo: atrás<br />

la mancha de los Güirgüines crece. Sin que lo esperáramos,<br />

los hombres hielo que han logrado subirse en la parte de la<br />

serpiente-escalera que Mainar-Rotarú y Yuan ya han superado<br />

se devuelven hacia donde están Galax y el lobo gris. Forman una<br />

flecha congelada, coronada por un pedazo de filo petrificado,<br />

en su vuelo hacia la espalda del lobo. Hilos de sangre brotan<br />

por su hocico. Galax hace una ráfaga y estos hombres de hielo<br />

salen desmoronados por el aire. El lobo se dobla sobre sus<br />

patas delanteras, antes de incorporarse, tembloroso, y lanzarse<br />

sobre dos de los gigantes de hielo que se arrojan, pesadamente,<br />

sobre el guerrero azul. Al golpearlos, los gigantes aplastan al<br />

lobo aunque son degollados por éste con la garra de su última<br />

voluntad. Los restantes tres gigantes se abalanzan sobre Galax<br />

pero, aun con su apabullante contextura, las dos espadas azules<br />

del guerrero cercenan un par de enormes cabezas.<br />

Otros Güirgüines, del mismo tamaño que el emisario azul,<br />

aprovechan el momento y clavan varias lanzas en la espalda del<br />

guerrero, mientras el último de los gigantes, encaja su estalactita en<br />

una pierna de Galax. Una ráfaga de su espada corta el brazo del<br />

gigante, no pudiendo impedir otra descarga de lanzas, esta vez contra<br />

su costado izquierdo. Varios hombres de hielo se arrojan sobre<br />

él, cercenándole al emisario la mano izquierda con todo y espada.<br />

Manchas de sangre azul vuelan como mariposas por el pasadizo.<br />

Un vómito hace entrever los últimos estertores del guerrero.<br />

Con la otra espada apoyada contra el corazón, Galax se<br />

lanza sobre la mancha de Güirgüines que intenta subir por la<br />

serpiente-escalera. Algunos se desploman atravesados por el<br />

filo azul. Sin embargo, el número de Güirgüines lejos de amainar<br />

más bien aumenta. Dos de ellos clavan a Galax por la espalda,<br />

con su otra espada, a la altura del corazón. El arma aun tiene<br />

sujeta la propia mano del guerrero.<br />

Y así, con el último aliento, el emisario azul entierra su mirada<br />

sobre un hombre de hielo que reconoce como Ñókix, el cual se<br />

protege con otros mientras da órdenes, haciendo que el corazón<br />

de aquel Güirgüin estalle de cobardía. Y con él, Galax, el<br />

hombre pájaro azul, el emisario del clan de los guerreros, se fue<br />

para siempre.<br />

218


GALIL<br />

Yuan llegó muy temprano. Igual de flaco hasta la<br />

saciedad, con el mismo rasgado de ojos, envuelto en su<br />

bigote combinado con una delgada barba en forma de<br />

candado. Vino igual que durante aquellos nueve meses de<br />

conocernos. Cada vez más distinto y siempre el mismo. Yo<br />

lo estaba esperando, sentado en el piso de la sala, libreta<br />

en mano, grabadora lista. Por primera y única vez vestía un<br />

traje tan blanco que su resplandor apenas permitía verle la<br />

cara.<br />

Un tai-co recién hecho dispensaba un sutil aroma por<br />

el lugar. El viejo marino dio gracias por aquella bebida<br />

que sorbimos, con extrema lentitud. Sabíamos que<br />

compartíamos nuestra última jornada.<br />

Liu Yuan contó y yo tomé nota. Como no había nada<br />

más que decir, luego de terminar la aventura, ninguno dijo<br />

nada. Fue entonces cuando me di cuenta que conforme<br />

el marino contaba, su traje pasó del blanco iridiscente<br />

inicial al índigo donde el universo teje. Yuan sonrió. Esta<br />

vez entendí en silencio: demasiada luz ciega tanto como<br />

ninguna, o bien que la boca de la nada habla resplandor.<br />

Balbucee que tenía que ir al baño. No era cierto y<br />

ambos lo sabíamos. Al regresar, la sala estaba vacía.<br />

Nunca más volvería a ver a Liu Yuan, capitán de ultramar.<br />

—Escucha con atención y escribe lo que puedas —había<br />

indicado y después se quedó callado por largo rato, como<br />

siempre hacía. Yo me limité a sonreír.<br />

—Éste —agregó Yuan al rato— es el fi nal de la aventura<br />

con los hombres y mujeres pájaro. Subir por entre los<br />

nueve escalones de la serpiente-escalera representó para<br />

mí, nunca supe si para Mainar-Rotarú, un recordar nueve<br />

distintas ilusiones, que me alejan o me acercan, a tres de<br />

las expresiones primarias de La Vida Una. Me refi ero la<br />

voluntad, la sabiduría y el amor.<br />

Cuando superábamos cada vuelta, sin importar lo que<br />

pasara, adentro de mí brotaban tríos de burbujas. Las<br />

sentía, y veía, subir por mi interior hasta que estallaban,<br />

219


dejando escapar mi miedo, que crecía como musgo de<br />

ignorancia. Nueve fueron aquellas burbujas: primero el<br />

anillo formado por la pereza, el desperdicio y el prejuicio;<br />

luego el del desequilibrio, la ira y la indisciplina; fi nalmente,<br />

el compuesto por odio, lo estéril y la violencia.<br />

Con el corazón hecho un puño subimos por entre aquellas<br />

vueltas de la serpiente-escalera. Abajo, los hombres de hielo<br />

se apoderaban de las primeras vueltas como las hormigas<br />

devoran antes de poblar el hueso. Mainar-Rotarú me mandó<br />

delante de ella, antes de decir:<br />

—Tú eres nuestra última posibilidad de triunfar. Recuerda<br />

esto y no te detengas hasta lograr poner a salvo los huevos<br />

de arco iris en el interior de Zac-Noró.<br />

La emisaria del clan del amor que guía jadeaba. Ambos<br />

sentíamos cómo el aliento congelado de los hombres de<br />

hielo nos lamía la espalda. Al llegar a la vuelta fi nal, donde<br />

apenas cabíamos ella y yo por lo angosta que se había<br />

transformado la serpiente-escalera, tuvimos que detenernos<br />

para recuperar el aire. A dos vueltas de distancia se veían los<br />

primeros hombres de hielo, aquellos que habían intentado<br />

subir primero, menos fuertes pero muy ágiles y en gran<br />

número. Atrás de nosotros lo único que había era el centro<br />

plateado, luminoso y duro, de la pirámide superior.<br />

—¿Y ahora?—recuerdo que le dije a Mainar-Rotarú.<br />

—Pues convocar el nombre verdadero de la vida para que<br />

ésta se abra. O, mejor dicho, para que nosotros nos demos<br />

cuenta que siempre está abierta. El nombre verdadero que<br />

yace en cada punto del universo. El nombre que es el mismo<br />

de La Vida Una, el que es y está en cada punto. El nombre<br />

que se convoca con la reunión de la voluntad, la sabiduría y<br />

el amor. ¡Ayúdame, Liu Yuan, capitán de ultramar! Tensa la<br />

sangre, tensa la mirada, tensa el corazón.<br />

Diciendo esto, Mainar-Rotarú juntó sus manos sobre el<br />

pecho, cerró los ojos y pronunció palabras para sus oídos<br />

interiores. Yo hice lo mío a mi manera: puse las cuencas de<br />

las manos cubriendo mis orejas para luego juntarlas sobre<br />

el pecho, como si fueran dos hojas, o botes de universo en<br />

medio de la nada.<br />

—Escucha marino —agregó Mainar-Rotarú—. Nos queda<br />

220


muy poco y tengo que explicarte lo que tendrás que hacer<br />

para que nuestro pacto concluya. Te lo pido en nombre de la<br />

alianza que hemos hecho. Cuando Zac-Noró se abra...<br />

La pared triangular que formaba el frente de la pirámide<br />

se tornó dorada, en tanto ésta dio un giro completo, dejando<br />

ver cómo las otras dos se pusieron una turquesa y la otra<br />

anaranjada. En el vértice apareció un punto plateado.<br />

—Cuando Zac-Noró —siguió Mainar-Rotarú— termine de<br />

abrirse podrás pasar a su interior. Allí encontrarás un cubo<br />

blanco con cinco concavidades. Cada una corresponde a un<br />

huevo de arco iris según el clan al que pertenezca. En cada<br />

esquina hay uno y en el centro está el quinto, el dorado, el<br />

que corresponde al clan de la magia. Pon cada huevo de<br />

arco iris, cada diamante de luz, en su concavidad y márchate<br />

de inmediato. El cubo deberá crear un arco iris en su bóveda<br />

interna y luego proyectarlo hacia fuera de la pirámide. Si<br />

cumples tu misión, hoy, en corazón de lo frío, se desplegará<br />

un majestuoso arco iris, y nada habrá sido en vano.<br />

—Pero ¿por qué no lo haces tú y yo me quedo a pelear<br />

aquí contra los hombres de hielo?<br />

—Es imposible ahora, querido amigo: sólo quienes<br />

estén completos de sí mismos pueden entrar hacia el lugar<br />

corazón, de Zac-Noró, que es lo que signifi ca esta palabra. Y<br />

yo he hecho que mi guía animal, el chacal dorado, pereciera<br />

a la par del guerrero y su lobo para ganar el mayor el tiempo<br />

posible. Tú, en cambio, eres aún uno contigo mismo, por<br />

lo que representas nuestra última posibilidad. O sea, en tus<br />

términos: eres nuestra esperanza.<br />

Nuestros perseguidores asomaban ya sus cabezas en la<br />

vuelta anterior a donde nos encontrábamos, y pegaban un<br />

espantoso chillido.<br />

—Pero Mainar-Rotarú —tuve que decirle—, ¿qué pasa si<br />

fracasamos? ¿Qué pasa si los hombres de hielo se apoderan<br />

de los huevos de arco iris de su tribu? ¿Qué pasa si se<br />

apoderan de Zac-Noró?, pues no veo que podamos evitar<br />

que nos destruyan. A mí realmente no me importa ya que<br />

siempre estoy listo para morir, pues siempre estoy listo para<br />

vivir, pero ¿cómo dejarles algo para lo que ellos no están<br />

preparados? ¿Qué consecuencias puede traer el permitir<br />

221


que los hombres de hielo se apoderen de los huevos de arco<br />

iris? ¿Acaso no debemos pensar en ello antes de actuar?<br />

La emisaria no tuvo tiempo de contestar ya que,<br />

aunque no lo supimos sino muy tarde pero, respondiendo<br />

a aquel aullido, otros hombres de hielo muy parecidos a<br />

los monos araña, ya habían subido por los costados para<br />

caernos encima. Si bien eran aún más débiles que quienes<br />

ya asomaban sus cabezas chatas y congeladas, su ataque<br />

sorpresa produjo la distracción necesaria.<br />

—Mainar-Rotarú —continué con mis preocupaciones—,<br />

¿no será mejor destruir los diamantes de luz, los huevos de<br />

arco iris, antes de que caigan en manos equivocadas?<br />

—No lo sé —respondió al fi n la emisaria—, realmente no<br />

lo sé. Pero ya que llegamos hasta aquí es mejor intentar<br />

aquello que pactamos. No creo, además, que quienes posean<br />

el corazón congelado tengan la posibilidad de conocer el<br />

espejo de la vida. Pero aún si lo supieran, en nombre del<br />

pacto que hemos hecho, es necesario intentarlo todo.<br />

La mujer pájaro desenfundó su honda con la pluma<br />

transparente engarzada. Luego la hizo girar y dio un paso<br />

hacia donde comenzaban a llegar los hombres de hielo.<br />

—Porque —y fue lo último que me dijo Mainar-Rotarú—<br />

en cuanto a la vida es mejor correr el riesgo de fracasar que<br />

quedarse en el umbral del miedo. Sé, querido amigo, que no<br />

es sufi ciente con intentar algo para lograr ese algo. Pero si<br />

tienes una oportunidad, y en esta se muestran el intento o el<br />

miedo, entonces decídete e ¡inténtalo!<br />

Acto seguido, la emisaria dirigió sus pasos hacia donde<br />

aparecerían nuestros enemigos.<br />

—Porque la vida siempre se intenta —continuó—, desde<br />

cualquier condición, tiempo o lugar. No importa el resultado.<br />

¡Inténtalo! Sé fi el a ti mismo sin importar las consecuencias.<br />

¡Intenta siempre la vida! Pues ésta siempre se intenta en ti.<br />

Adelante, amigo Yuan, nada tenemos que perder. Estamos<br />

libres de nosotros mismos.<br />

Lo siguiente que recuerdo pasó muy rápido. Yo no había<br />

dado ni un paso rumbo a Zac-Noró y los hombres araña de<br />

hielo nos cayeron encima. Recuerdo que desenfundé al<br />

catalejo de oro y con él quebraba a quien se me oponía en<br />

222


el camino. Recuerdo que Mainar-Rotarú intentó volar pero<br />

uno de los monos se le quedó atorado entre las alas. La<br />

hoz de la emisaria producía cientos de jaspes de hielo hasta<br />

que apareció un Güirgüin gigantesco, sin el brazo izquierdo,<br />

con una enorme estalactita en la otra mano. Recuerdo que<br />

cuando éste iba a pegarme, Mainar-Rotarú interpuso su<br />

cabeza recibiendo la mortal descarga. Recuerdo ver cómo la<br />

vida se apagaba en los ojos de la mujer pájaro, quien intentó<br />

sonreír antes de caer muerta.<br />

En adelante las cosas pasaron más bien lentas. Un golpe<br />

seco, que un hombre de hielo de mí mismo tamaño me dio<br />

en la cabeza, hizo que me desplomara frente a la entrada de<br />

Zac-Noró, aferrado a Menq-Aurí con una mano, y al bolso de<br />

esmeraldas vivas, con la otra. Sentía que estaba muriendo,<br />

aunque también experimentaba el estar fuera de mi cuerpo<br />

y poder ver lo que pasaba. Los hombres de hielo, al darse<br />

por vencedores, expulsaron un largo chillido como señal<br />

para que Totus Tuus, el rey, llegara a revisar el lugar antes de<br />

comenzar a gruñir:<br />

—¡El tesoro! ¡El tesoro! ¡El tesoro!<br />

Totus Tuus ordenó registrar los alrededores y el interior<br />

de Zac-Noró, pero lo único que le entregaron fue la honda<br />

de la mujer pájaro. La masa esperaba impaciente. Sus<br />

vasallos, visiblemente extrañados ante mi cuerpo, el cual<br />

patearon, dijeron no haber encontrado nada valioso.<br />

—Es un, ¿cómo era?... ¡Ya recuerdo! Es un humano<br />

—explicó el rey con remarcada propiedad antes de medio<br />

moverme con sus pies, sin ver nada que fuera de su agrado.<br />

—Los humanos son muy extraños —recuerdo que<br />

le oí agregar—. Visten ropas demasiado gastadas para<br />

considerarse siquiera un botín de guerra. Además, vean<br />

cómo este humano ha muerto con sus manos agarradas a<br />

un miserable pedazo de piedra —así veían ellos al catalejo<br />

de oro.<br />

Enseguida Totus también pateó mi cuerpo.<br />

—Véanlo, y además con la otra mano no suelta ese<br />

puñado de nieve —Y así, riendo con burla, tanto el rey como<br />

el resto de los hombres de corazón de hielo vieron nieve<br />

donde prácticamente ardía el bolso de esmeraldas vivas.<br />

223


Totus Tuus escupió sobre mí. Los demás hicieron lo mismo<br />

hasta que un halo de escarcha comenzó a cubrirme. El líder<br />

de los Güirgüines, se paró, triunfante, frente al cadáver de<br />

Mainar-Rotarú. A una señal, una estalactita afi lada le fue<br />

puesta en las manos. Aunque la mujer pájaro yacía muerta,<br />

el rey llamó a uno de sus ministros sobrevivientes para que<br />

cortara la cabeza de la emisaria. Una sangre transparente<br />

brotó de mi amiga y yo sentí que moría dos veces. El<br />

ministro le entregó la cabeza a Totus, quien luego de unos<br />

cuantos pasos al frente para que toda la muchedumbre lo<br />

viera, la levantó, produciendo un rugido total de admiración,<br />

antes de ponérsela sobre la cabeza, como la más valiosa de<br />

las coronas. Los Güirgüines rugieron. Sentían que nunca<br />

habían tenido, ni nadie tendría jamás, algo como aquella<br />

cabeza-corona, su máximo tesoro. Contentos con ello, y<br />

una vez que el rey los felicitara por su extraordinario valor,<br />

se marcharon.<br />

Recuerdo que un dolor más allá del dolor comenzó a<br />

irrigarme por dentro. Mi cuerpo aún tenía un hálito de<br />

vida. Sentí los huevos de arco iris en el bolso de esmeraldas<br />

vivas. Algo en mí crujió al no poder llevarlos hasta su sitio<br />

en Zac-Noró. Y así, absolutamente solo en medio del sur<br />

del mundo, sucedió lo inexplicable. Estaba boca abajo entre<br />

el hielo, con los hocicos invisibles del mortal frío a punto de<br />

terminar de desgarrarme por dentro, cuando el traje que me<br />

había tejido Galil, el gusano cornudo, emitió un jaspe de luz.<br />

No lo sabía entonces pero, a la altura del pecho del tejido,<br />

Galil me había pegado el paño con el dibujo de Capel-Bolta,<br />

el hogar de los hombres y mujeres pájaro, el cual se había<br />

quedado sin vida al salir de la isla, confi ando allí su primer y<br />

único huevo.<br />

Cuando mi cuerpo iba a exhalar el último aliento, el hijo<br />

de Galil comenzó su primer latido. Un pedacito, un puntito<br />

de luz en medio de la nada, pero sufi ciente para que el dibujo<br />

del hogar de los emisarios comenzara a recobrar vida propia,<br />

lo que a su vez calentó lo sufi ciente al gusanito para que se<br />

afi anzara en su lucha por la vida. En aquel momento ignoré<br />

que, al mismo tiempo, el corazón de su padre se detenía<br />

sobre la cubierta de Lendrax. El dibujo de Capel-Bolta, al<br />

224


etomar vida para resguardar la del gusano, hizo que mi<br />

corazón tuviera un chispazo en medio de la nada. Agarrado<br />

a aquel susurro mi cuerpo se negó a morir y pude recobrar,<br />

muy lentamente, el sentido.<br />

Al levantarme, mi primer impulso fue ir hacia el cadáver<br />

de Mainar-Rotarú, pero me detuve. Antes tenía que terminar<br />

aquello para lo cual los emisarios habían confi ado en mí<br />

y, tambaleante, entré en Zac-Noró y deposité los huevos<br />

de arco iris de Dangas, Barú, Galax y Mainar-Rotarú en las<br />

cavidades, según su color, rojo, verde, azul y transparente.<br />

Esperé unos segundos y no pasó nada. Me sentía perdido.<br />

El arco iris no se formaba.<br />

—¡Si Mainar-Rotarú estuviera aquí! —dije en voz alta.<br />

Ante esto el lugar vibró con suavidad, y entendí de golpe<br />

que ella y los demás estaban allí. Palpitaban en los huevos de<br />

arco iris de sus clanes y en mi corazón. Recordé que Mainar-<br />

Rotarú explicó que el huevo dorado del clan de la magia<br />

se había abierto para evitar que el miedo se propagara sin<br />

ningún límite. Y que, en consecuencia, la magia quedaba<br />

en cualquier lugar que se necesitara. De pronto, las últimas<br />

palabras de la emisaria del clan del amor que guía volvieron<br />

a mí:<br />

“Tú eres aún uno contigo mismo, por lo que representas<br />

nuestra mejor posibilidad... nuestra esperanza.”<br />

Un estremecimiento me impulsó a agarrar a Menq-<br />

Aurí, apretujándolo contra el pecho. Si yo era uno conmigo<br />

mismo, yo era los que vivían en mi corazón. Y de inmediato<br />

puse al catalejo de oro en el sitio donde debía ir el huevo de<br />

luz del clan de la magia y dije:<br />

—¡Inténtate Vida! De nuevo, como siempre, desde<br />

cualquier condición, tiempo o lugar. No importa el resultado.<br />

¡Inténtate Vida! ¡Inténtate! ¡Déjate fl uir! Que mis amigos y<br />

yo estamos aquí.<br />

Danzaron en mi mente y sangre los recuerdos de<br />

Dangas, Barú, Gorgala, Galax, Mainar-Rotarú, Lendrax,<br />

Menq-Aurí, Galil y yo mismo, pues a estas alturas podía<br />

considerarme amigo mío sin irrespeto ni abuso. Así me lo<br />

había demostrado y era de seres dignos aceptar lo que la<br />

vida junta, si su ofrecimiento es de igual a igual.<br />

225


—Adelante amigos —susurré—, ahora que nada tenemos<br />

que ganar y mucho menos que perder, ahora que estamos<br />

libres de nosotros mismos.<br />

Y así, los huevos de arco iris desplegaron un punto<br />

lumínico que se fue a unir justo en el centro del cubo, donde<br />

estaban resguardados, justo encima del catalejo de oro. De<br />

inmediato se formó un resplandeciente anillo dorado que<br />

bajó hasta Menq-Aurí, quien de nuevo refulgió. El haz se<br />

alzó un poco, justo para que yo recogiera a mi amigo. Luego<br />

salí.<br />

Apenas afuera, la puerta de Zac-Noró se cerró y la punta<br />

de la pirámide proyectó una luminosidad hacia las estrellas,<br />

en tanto que la serpiente-escalera comenzó a parpadear.<br />

Entendí que debía bajar lo más rápido posible. Antes quise<br />

recoger el cuerpo de Mainar-Rotarú pero ya no estaba.<br />

Nunca supe qué pasó con él. Al abandonar la serpienteescalera,<br />

las dos pirámides que conformaban Zac-Noró<br />

refulgieron y proyectaron su haz hacia las estrellas. Di un<br />

par de pasos cuando un rayo proveniente de las estrellas<br />

cayó sobre el vértice de la pirámide superior. En segundos<br />

la energía penetró el rombo, recorriéndolo por entero, hasta<br />

resurgir por la punta de arriba, en forma de un anillo de luz<br />

evaporada. Las palabras de Mainar-Rotarú revolotearon:<br />

“Si cumples tu misión, hoy, en el corazón del frío, se<br />

desplegará un mágico y único arco iris.”<br />

Volví a ver por última vez a Zac-Noró y una estrella,<br />

mínima entre la noche del mundo, anunció el fi nal del<br />

invierno. De golpe, cuatro manchas de vapor luminoso, que<br />

salieron de la cara frontal de la pirámide, formaron un círculo<br />

sobre mí y se transformaron en cuatro aves como gotas de<br />

colores. El pájaro que indicaba el norte era azul, visto desde<br />

abajo, menos en el corazón, un mordisco rosado que se<br />

ramifi caba en diminutos canales del mismo color, recorridos<br />

por soles de zafi ro y de cuarzo rosa. El ave que señalaba<br />

al sur, era verde excepto en el pecho donde parpadeaba un<br />

bulbo violeta, del mismo tono que las venas recorridas por<br />

mínimos soles de esmeralda y de amatista. La criatura que<br />

mostraba el oeste era índigo líquido brillante, con el corazón<br />

rojo, irrigado a través de venas escarlata por ínfi mos soles de<br />

226


acerina y de rubí. Finalmente, el ave que indicaba el este era<br />

casi transparente, con un palpitar dorado como el atardecer<br />

sobre la arena. Venas como fi lamentos de cielo verde-azul<br />

al medio día, traían y llevaban riachuelos de miniaturas de<br />

soles de diamante y de oro.<br />

Antes de que las cuatro criaturas volvieran a su origen,<br />

de aquel último pájaro cuyo nombre recordé, Anlipa,<br />

así como que había aparecido para ayudarnos antes del<br />

enfrentamiento con La Triada, brotó un graznido, el cual<br />

cayó sobre mí convertido en una fi na llovizna de palabras<br />

de todos los lugares y tiempos. Algunas de ellas llegarían a<br />

hacerse reales al convertirse en muchas de mis aventuras.<br />

Después, las aves se transformaron en siete haces de colores,<br />

los cuales crearon otro arco iris, antes de proyectarse hacia<br />

los puntos cardinales. El haz del pájaro del norte me guiaría<br />

para poder estar de nuevo en la compañía de mis amigos<br />

Lendrax, Menq-Aurí, Galil y, siempre en mi corazón, con los<br />

emisarios pájaro.<br />

Atrás quedaba Zac-Noró a la espera, quizás, de otros<br />

caminantes. Yo me froté las manos y apresuré mi andar.<br />

Iba resguardando y resguardado por quien me devolvió<br />

el palpitar originario donde ‘La Vida Una’ siempre parte,<br />

sin que nada ni nadie pueda detener su vuelo y donde cada<br />

cosa está por comenzar. Aquel a quien llamaría Galil, hijo de<br />

Galil.<br />

Iba con el corazón en paz y el paso en la dirección correcta:<br />

hacia mí mismo.<br />

227<br />

San José, 1998-2004


EN<br />

ORDEN<br />

DE<br />

APARICIÓN<br />

(algunos)<br />

Lendrax: nombre derivado de A. P. S., p. 5. Menq-Aurí: nombre<br />

derivado de M. P. S., p. 5. Galil: nombre derivado de Gail<br />

Hoffbuhr Hughes, p. 5. Liu: palabra china que significa espada<br />

de protección, del Clan, de la Familia, p. 5. Yuan: palabra china<br />

que significa que viene de lejos, lejano; nombre dado a la dinastía<br />

mongol de Kublai Khan, p. 5. “Quien sigue los propios pasos…”,<br />

poema del autor del libro Viajes, p. 12. “para imaginar lo que<br />

conocemos...”, p. 12: cita de P. W. Shelley, p. 20. Aelez: nombre<br />

derivado del personaje Zelea, del libro del autor La hoguera<br />

verde, a su vez basado en Zenón de Elea, filósofo griego, p. 29.<br />

Ardegaj: nombre derivado de Jorge Edgar Venegas Venegas,<br />

padre del autor, p. 29. Ótile: nombre derivado de T. S. Elliot,<br />

poeta inglés (también en el libro La hoguera verde), p. 31. Sol,<br />

Dhoods, Sun, Ilios, Naytheet, Ahkin, Saule, Tonatiuh, Qurax,<br />

Gunes, Grian, Surje, Ir, Sanse,: nombres extraídos de Cuentos<br />

de los océanos topográficos, del grupo Yes; también citados<br />

en el libro La hoguera verde, p. 31. Mará: nombre derivado de<br />

Manuel Arce Arenales, p. 32. “Así como en el desierto...”: loc.<br />

cit. p. 32. Jofah: nombre derivado de José Fernando Arce<br />

Hoffbuhr, p. 32. “La compasión es...”, poema JFAH, del libro<br />

V de Arce-Hoffbuhr-Arturo, p. 32. Enarh: nombre derivado<br />

de Emmanuel Arce Hoffbuhr, p. 33. “Todas las respuestas<br />

son...”, poema EAH, del libro V, de Arce-Hoffbuhr-Arturo, p.<br />

33. Stazú: nombre derivado de Stanley Zúñiga Campos, p. 33.<br />

“La fuerza de la espada…”, loc. cit. p33. Arján: nombre derivado<br />

del autor mismo, p. 34. «En la tienda del...», poema del autor del<br />

libro V, de Arce-Hoffbuhr-Arturo, p. 33. Anlipa: personaje del<br />

libro La Hoguera Verde, p. 37, 160 y 214. El Anillo de Fuego<br />

y sus peces de ígneos (El origen de): referencia al libro La<br />

hoguera verde, p. 37. “…una tortuga…”, referencia a Tormund,<br />

Anlipa, Bubu y Zelea, personajes de La hoguera verde, p. 38.<br />

“¡Oh madrepadre-magma!...”, referencia al libro del autor, La


hoguera verde, p. 40. “¡Despierta! ¡Despierta!...”, cita de William<br />

Blake, p. 40. “Todo centro...”, cita del libro La Hoguera Verde,<br />

p 40. Cita del filósofo indio Jiddu Krishnamurti, p. 41. “Como<br />

sabe que todo...”, p.59 y 113, y “Avanza entero...” p. 59, citas de<br />

Fiel a su natural, texto anónimo chino del siglo V. Las Tablas:<br />

inspiradas en conversaciones con Manuel Arce Arenales, José<br />

Fernando Arce Hoffbuhr, Emmanuel Arce Hoffbuhr, Chris<br />

Handy, y el autor, p. 63. Símbolo resultado de la unión de la<br />

runa de protección Algiz con el logotipo de <strong>Editores</strong> <strong>Alambique</strong><br />

(diseñado por Manrique Páez Sáenz) p. 68. Capel-Bolta:<br />

nombre derivado de Pablo Venegas Astorga (la «c» por la «s»),<br />

hijo del autor, pág 69. Tai-co: nombre que Liu Yuan daba al té,<br />

p. 69. Galax: nombre inspirado en Gerardo Cerdas Vega, p. 73.<br />

Dangas: nombre derivado de Daniela Venegas Astorga, hija del<br />

autor, p. 73. Gorgala: nombre derivado de Gárgola, p. 74. Barú:<br />

nombre inspirado en Pablo Venegas Astorga (la «u» por la «v»),<br />

p. 75. Mainar-Rotarú: nombre inspirado en Marina James y el<br />

rey celta Artus, p. 76. Los tres guerreros: caracterizaciones<br />

inspiradas en Manuel Arce Arenales, Stanley Zúñiga Campos<br />

y el autor, p. 80. Zac-Noró: nombre derivado de la palabra<br />

corazón, p. 86. “Solos somos...”, “Un nudo sin nudo...”, y “Asisto<br />

al matadero...”, poemas del autor, los dos primeros del libro Nadir<br />

(El Libro de los Lugares), el segundo al libro V, p. 89y 181.<br />

Referencia a Genghis Khan, Temujin, el guerrero Mongol, p. 92.<br />

Referencia a Hannibal, el guerrero cartaginés, en Aníbal, novela<br />

de Gisbert Afefs, p. 92. Referencia al ciclo de la ovulación, p. 99.<br />

“El fluir universal que...”, cita del I Ching, p. 101. “El equilibrio<br />

y el vacío...”, poema del libro Viajes, del autor, p. 101. “como un<br />

náufrago...”, poema del libro De un solo lado, del autor, p. 184.<br />

“...una serpiente emplumada”, referencia a Quetzalcoatl, p. 108<br />

y 187. “el tamaño de una casa...” cita de la Revista National<br />

Geographic, p. 116. “Montaña Fría”, referencia al significado<br />

del nombre del poeta chino Han Shan, de la dinastía Tang, p.<br />

120. “un maizal picado de naranjos” hasta “como un atardecer<br />

entre bambúes”, referencia a un poema del libro De un solo lado,<br />

del autor, p. 120. “A veces el misterio...”, verso del portugués<br />

Fernando Pessoa, p. 124. Cepoe Seroye: nombre ruso, y su<br />

pronunciación en español, que significa Lo Grisitud, p. 125.<br />

“Se respeta aquello...”, de Chögyam Trumgpa, referencia en la


p. 126 y cita en la p. 154. De “Comprendí que la vida...” hasta<br />

“...no en lo obtenido sino en el silencio”, referencia al texto Cal<br />

y Arena, de Manuel Arce Arenales y el autor para <strong>Editores</strong><br />

<strong>Alambique</strong>, p. 136. “Hacer las cosas...”, cita del libro Tao Te<br />

King, p. 135. Totus Tuus: nombre tomado de una frase de Juan<br />

Pablo II, p. 139. Cita del libro Voces de nuestros antepasados,<br />

de Dhyani Ywahoo, Ediciones Neo Person, Madrid, España,<br />

1999, p. 143 a 145. “Imagina...”, texto producto de conversación<br />

con Juan Carlos André, p. 171. “Poder, avaricia…”, de la<br />

canción Blind Willie M ac Tell, de Bod Dylan, p. 177. Porque<br />

ser (un Güirgüin), más que una geografía..., referencia a una<br />

manifestación del presidente Abel Pacheco, en 1993, p. 193. (Y<br />

recuerden que donde haya un Güirgüin), esté donde esté, hay<br />

liberté, cita de frase J. M. Sanguinetti, expresidente uruguayo,<br />

memorable entre los costarricenses, p. 193.


Ïndice<br />

Lendrax, Menq-Aurí, Galil y Liu Yuan, 7.<br />

El capitán de ultramar, 9.<br />

Los señores de los Monos de Oro, 13,<br />

El árbol con luz propia, 15.<br />

Ver, 17.<br />

El Continente Rojo, 21.<br />

La llamada, 23.<br />

Consulta, 27.<br />

Aelez y Ardegaj, 29.<br />

La cueva blanca, 31.<br />

La travesía, 35.<br />

La danza de la noche verde (I parte), 39.<br />

Consulta, 41.<br />

La danza de la noche verde (II parte), 43.<br />

El origen del lobo, 47<br />

De lo que habita en cada parte viva del universo de<br />

afuera, 49.<br />

Consulta, 51.<br />

El origen del tigre, 53.<br />

De lo que habita en cada parte viva del universo de<br />

adentro, 55.<br />

Consulta, 57.<br />

La historia de las tablas, 59,<br />

El otro Yuan, 61.<br />

Las tablas, 65.<br />

La tribu de los hombres y mujeres pájaro, 67.<br />

El mensajero, 69.<br />

Capel-Bolta, 73.<br />

Los emisarios, 81.<br />

La hoguera multicolor, 83.


El sueño, 83.<br />

Los tres amigos y el dragón de luz, 84.<br />

El nido de la Luna, 89.<br />

Viaje al frío, 95.<br />

La separación, 99.<br />

Consulta, 106.<br />

El espejo negro, 107.<br />

Galax, 107.<br />

Dangas, 109.<br />

Barú, 110.<br />

Gorgala, 112.<br />

Mainar-Rotarú, 116.<br />

Liu Yuan, 118.<br />

La reunión, 121.<br />

El clan de la pluma roja, 125.<br />

Lao, 143.<br />

El peligro viene del este, 143.<br />

Consulta, 157.<br />

El escorpión, 159.<br />

Consulta, 167.<br />

La Triada, 169.<br />

Las esferas de protección, 169.<br />

Consulta, 181.<br />

El pacto primero, 183.<br />

Consulta, 191.<br />

Galil, hijo de Galil, 193.<br />

Zac-Noró, 193.<br />

Consulta, 197.<br />

El elección de Rey, 199.<br />

Consulta, 209.<br />

La emboscada, 211.<br />

La muerte del guerrero, 215.<br />

Galil, 219.<br />

En orden de aparición, 228.


Impreso en los talleres de<br />

Mundo Gráfi co<br />

San José, Costa Rica<br />

en el mes de junio del 2004<br />

su edición consta de 300 ejemplares<br />

en papel editor de 20 gramos y cartulina C 12<br />

numerados y fi rmados por el autor

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