re - Ateneo de Madrid

ATENEO

SEGUNDO AÑO
TOMO CUARTO
Julio 1907.
Redacción y Administración:
ATENEO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO
21, PRADO, 21
MADRID

El Arte en la Revolución >T
Acompañada del intendente Marfori, del famoso P. Clarot, de algunos
amigos y do su marido, la Reina d

tración y la Hacienda do la inmoralidad y del agio; tiranizada la enseñanza:
muda la Prensa, y sólo interrumpido el universal silencio por las frecuentes
noticias de las nuevas fortunas improvisadas, del nuevo negocio, de la nueva
Real orden encaminada á defraudar el Tesoro público, de títulos do Castilla
vilmente prodigados, del alto precio, en fin, á que logran sn venta la deshonra
y el vicio... ¡Tal es la España de hoy!...
»Peleamos por la existencia y el decoro. Queremos (juc una legalidad común,
por todos creada, tenga implícito y constante el respeto de todos. Queremos
que el encargado de observar la Constitución no sea su enemigo irreconciliable.
Queremos que las causas que influyan en las supremas resoluciones
las podamos decir en alta voz delante de nuestras madres, de nuestras esposas y
de nuestras hijas. Queremos vivir la vida do la honra y de la libertad.»
Y, en efecto, el movimiento .llegó á dominar, y aquellos rebeldes triunfaron,
y el , ; 3 do Octubre entró en Madrid el Duque do la Torro, y la Junta provisional
de tlobierno constituida el 2Í) do Septiembre, en la cual figuraban, entre
otros, D. Miguel Morayta y el. Sr. Marqués de la Vega ele Armijo, lo encargó
la formación do un (-J-obierno provisional, que quedó arreglado del siguiente
modo:
Presidente: Duque do la Torre.
Justado: Lorenzaua.
(rrucia y Justicia: Romero Ortiz.
Guerra: Prini.
Marina: Topete.
Hacienda: Figuerola.
Gobernación: Sagasta.
Fomento: Ruiz Zorrilla.
Ultramar: Adolardo López de Ayala.
¡Cómo habían, cambiado por entonces algunos de los elementos do la bohemia
literaria y artística que redactaba El /'adre. Cobos en 1851-, 1855 y 1856!
Don Cándido M. Nocedal, que, á los veintidós anos do edad había escrito áPrim.
en el cuarto de vestir de i). Julián Romea, en el teatro del Príncipe:
«Si te vieres apurado,
envíanoslo á decir,
y al momento empufiaremo.-i
intrépidos un fusil,
y, á marchas forzadas, todos
nos ¡remos junto á ti» (1 i,
distaba mucho ahora, do hacer semejante cosa: Ayala y Arricia, de moderados
y dinásticos, se habían trocado en revolucionarios (2).
(1) Juan Pérez de (¡uz:nán: En el cartulario de l'rirn (L:i En])iiñn Moderna, 1 " Septiembre 11)05).
{'2) Véase Juan Pérez de líiizmáu: Pe finante blanco (lííütoria del periódico EL PADJÍE COISOS) (La España
Jfoderua, l.° Enero, lí)0l). Une Arricta fu'• reductor de F,l Padre Cobos, como Barbicri sospechaba, es de, todo punto
indudable. Yo poseía una fotografía de, gran tamaño donde estaba representada toda la reda:':'ión de dicho periódico
Entre los retratados figuraba Arrietá, ton González Pedroso, N'avarro Villoslada. Selpis, Ayala, Snárez Bravo y otros
que no recuerdo. Prest' 1 la fotografía, allá por el añ > de HXIO, al periodista í). lírtir.irdn de Lusto:iú, y, en efecto, no la
lie vuelto á ver.

En casa de Arrieta solían reunirse algunos do aquellos ya machuchos representantes
do la antigua bohemia romántica. Surgió en el cenáculo la idea
de festejar de un modo artístico el advenimiento de la Revolución, y Antonio
García Gutiérrez so encargó do componer un himno (1), al que puso música
Emilio Arrieta. Casimiro Martín, el editor de la calle del Corroo, imprimió la
obra, que se ejecutó por primera voz en el Círculo Liberal Reunido, y por segunda
en la gran función patriótica dada en el Teatro de la Zarzuela con el objeto
de solemnizar ol alzamiento nacional. Hiciéronse cinco distintas ediciones:
una, para banda militar; otra, para cauto solo; otra, para canto y piano; otra,
para piano solo; y otra, por último, titulada popular orfeónica. En todas figuraba
con grandes letras el título del himno: ¡ABAJO LOS BORBONES!, y el dibujo
de Perea que acompaña al presento capítulo.
En la edición popular orfeónica consta al principio el siguiente
RECITADO.
Después de siete siglos de ludias y de hazañas,
del español ya exenta la indómita cerviz,
al trono de Pelayo. nacido entre montañas,
subió la Casa de Austria en época infeliz.
Subió (Jarlos primero, verdugo de Castilla,
«JILO su altivez heroica queriendo castigar
en la caliente sangre de Bravo y de Padilla,
ahogó la independencia de España on Villalar
Y en pos de aquel soldado de trágica memoria,
avanza el parricida que á España despobló,
y aquellos dos Felipes de triste y pobre historia,
hasta ol segundo Carlos, que á Francia nos legó.
Mas resistiólo el pueblo, de su viril constancia
haciendo airada, muestra y alarde singular,
(1) Poseo una carta autógrafa del insigne autor de Kl Trocador, donde escribe á Emilio Arrieta:
«(Ifay un membrete que tUcc: CONSULAT ]>'1-JSPAGNK -V BAYOXNE.) -1 de Diciembre de 18f>8.—Queridísimo don
Emilio: Ya hace muchos días que estoy pensando escribir á usted, y siempre tengo que dejarlo para más adelante, porque
me falta materialmente el tiempo. Ya sabe usted' lo que os para mí la correspondencia cuando no es para mi familia
ó Íntimos-amigos; pues bien, el dia que no tengo más que cuatro ó cinco cartas oficiales ó seiniofleiales me considero
dichoso... y me regalo con una docena de ostras de Burdeos para completar mi felicidad.
Por lo demás, aparte el mencionado trabajo y otros muchos que no son para contados, y la ausencia de mi familia y
demás personas queridas, si no fuera porque me aburro mucho de día, y sohre todo de noche, crea usted que estoy
contento, muy contento, casi estallando de gozo.
Ahora ni teatro tenemos; pero tengo esperanza de que lo haya pronto, porque me ha escrito Dalmau solicitando
que se lo cedan, y el maire no lia puesto la menor dificultad; tendré, por tanto, el gusto de volver á oir las melodías
del cisne de Puente-la-Tiei/na. ¿Sigue llamándose asi?
Don Salustiano (Olózaga) me escribe pidiéndome ejemplar del himno, y Dios sabe que ni lie visto uno. Sí puede usted
enviarnos, pocos, una docena para él y 3 ó 4 para mi (¡no vaya usted á leer 304, como el vidriero de la inora!), se lo agradeceré
mucho. Los días 12 y 27 de cada mes sale de Madrid la estafeta para París, y con enviar al Ministerio de Estado
los paquetitos á nuestro nombre, nos los trae el coi reo de gabinete.
No tengo tiempo para más, y aun esto va escrito como Dios quiere; pero usted me entiende y basta. Mil cosas á
nuestro ministro (Ayala), y para ambos muchos abrazos de vuestro amigo
ANTONIO.»

y horrores de Sagunto y estragos de Numaueia
en Barcelona y Játiba so vieron renovar.
Subió el Borbóu al trono; pero subió dejando
la garra del leopardo clavada en Gibraltar;
predecesor fue digno del séptimo Fernando
y de esa desdichada fanática y vulgar.
Triunfó el Borbón; y ahora, por despodida deja
cadalsos, sangre, luto y la miseria en pos;y
aun hoy, eu el destierro, de ingratitud se queja
la que sucumbe herida por el rigor de Dios.
Perdióse con su raza, perdióse aquel imperio
que levantó Pelayo y engrandeció Cortés:
que ya era nuestra España sangriento cementerio
en que se alzaba mi trono como fatal ciprés.
Seguían luego tres estrofas, con su correspondiente música, en esta forma:
Rilorneilo. con e/tr/'giit i/ s>//'-m/iti/ri/.
i y p
Ror _ l,o- _ rn>¡. es _ elíLJiia el pueblo en _ te _ ro hir_
sp\
K.Ii'rn rl |)f . clin la a _ fit-i'1.-. y i-l r.n.u». / ., _ h.-i.ju IOSHOI _ hT*?

Tercera estrofa.
En tanto respiramos la brisa bienhechora
y el apacible ambiente de amor y libertad,
que pronto á nuestros ojos se mostrará la aurora,
presagio venturoso de. más risueña edad.
La paz con el trabajo y el arte con la ciencia
serán desdo hoy las armas quo enciendan nuestra lid.
Mas si de España, atacan la santa independencia,
veréis cómo retoñan los vastagos del Cid.
¡Abajo los Borbonos, do nuestra patria mengua y horror;
mue,3tre Hspaña á las naciones alta la frente, limpio el honor!
Arriota recogió las planchas do plomo quo sirvieron para imprimir esta
edición. Más adelante, veremos la. cansa
ADOLFO BOXJXLA Y SAX MAUTÍN.

AL PASAR...
ríos ¿\ 1E» vicio.)
Kn ninguna parte tiene el hombre un retiro más quieto
ni más desocupado que dentro de su mismo espíritu.
JlABCO Al RKI.IO.
Abruma la carga del tiempo. Nos internó en la vida una casual combinación
de ilusiones y deseos que coincidieron en el punto de nuestra concepción,
am culpa, por nuestra parte; y apenas franqueado el umbral del mundo,
nos hostiga la sensación inexorable, de la inutilidad do la permanencia en él.
Los más de, Jos hombres ignoran qué hacer de su tiempo, y la Humanidad se
ha torturado el ingenio para buscar maneras de matarlo. Invertimos los años
en procurar que corran sin sentirlos; cuando uno de ellos deja rastro duradero
en la memoria, lo recordamos con aversión: fue un año malo, seguramente,
porque los buenos se empequeñecen y disipan en el recuerdo.
Si el bien supremo, del cual se derivan todos los otros bienes, es vivir,
convengamos en que un irreprimible instinto de dilapidación nos muevo á
despilfarrar ese bien, buscando el modo de acortarlo. «Más vale perro vivo
que león muerto», escribo el Eclesiastós, sugiriéndonos una inmoderada estimación
del existir. Nos esconde, sin embargo, el «para qué», ó lo menosprecia,
recluyéndolo en el revuelto montón de las vanidades. Mareo Aurelio, más
desengañado, nos advierte que la vida es una breve parada en nuestra peregrinación
por dos infinitos: el do ayer y el do mañana; infinitos sin otro nombre
qiie el común de eternidad. Tanto nos agobia esa parada, que en nuestros
empeños ninguna labor so antepone á la obra de hacerla grata ó insensible.
Nuestra inventiva, sin jugo, ha discurrido tan sólo arbitrarias y grotescas
fórmulas de distracción para el espíritu. Vanamente exaltamos con las palabras
esas invenciones, acumulando sobre ellas cánticos y alabanzas, como flores
de trapo. Con tal inquietud colamos estas formas de artificio, ideadas para
sustraernos á la tortura do sentir el lento paso de las horas, que sometemos al
anatema á cuantos les nieguen eficacia. La pueril aspiración do buscar concentraciones
del sentimiento difuso, nos conduce á clasificar mil dispersas tentativas
estériles en una categoría etiquetada con si nombre de arte. Pretendemos
que un lienzo coloreado, un mármol esculpido, nos comuniquen la sensación,
de la montaña, de una puesta de sol, de una agonía, con más intensidad
que esos episodios en el auténtico vivir. ¿Habrá pretensión más curiosa y descabellada?
Y sube, de punto cuando se trata del teatro. Muchas veces, sentado fronte
á la escena, presentí la burla con que remotas generaciones futuras, acaso
menos tocadas de artificio que las nuestras, exhumarán nuestros absurdos é
insubstanciales modos de matar el tiempo. Y apenas comprenderán este del teatro,
donde la mentira es tan burda y tan defectuosamente disfrazada, que no

— 1.1 —
hay medio de imprimir en el ánimo una ilusión de verdad; aun cuando se consiguiera,
¿qué valor puedo tener una apariencia de lo cómico ó de lo trágico
ante la verdad misma, tan incorporada á la vida que toda olla es episodio para
reír ó para llorar? Jamás logré que me interesaran las peripecias ocurridas en
el tablado de una escena, bajo el imperio de una disciplina que llaman «artística»
y del pautado de la nómina,. Si el actor debo morir en el drama, muérase
de veras; si sólo lo finge, ¿cómo ha do interesarnos, habiendo en el mundo
tantas muertes de verdad? A los refinados les parece salvajismo. Yo me río. Entro
lo vivo y lo figurado no hay duda. Para ellos, la ficción; para mí, la verdad.
Pues si nuestro tiempo ha ríe morir, habremos de matarlo mirando la vida,
camino abierto por las pisadas de la muerte cuando se llevó á rastras otros
que nos precedieron en matar sus horas. Ala vida, que pasa por nosotros, dejándonos
creer que nosotros pasamos por ella; á la vida, que se transforma y
so renueva y nos engaña, ahora bella, después repulsiva, aquí amada, allí
odiosa, siempre distinta, siempre cambiante, como quimera que es, la más
noble y la más inaccesible do las quimeras, que á todos finge entregarse y á
todos adormece y hechiza, conduciéndolos vendados, hasta despeñarlos, cruel
y risueña, un uía do sol y de amores, una mañana de gloria, en los misterios
de Ja muerto.
Mientras pasa la vida, anotemos sus pormenores para comentarlos. Al dosfilo
exterior corresponde con secreto ritmo nuestra alma en un desfile do sugestiones,
tan efímeras y furtivas como la propia realidad, incesantemente
transformada. «Todas las cosas que ves—dice Marco Aurelio—, no bien habrás
vuelto los ojos cuando se habrán ya mudado para no permanecer más.» Y en
otra parto: «El mundo es una continua mutación, y la vida un fantasma.» Ninguna
sinfonía tendrá más riqueza de motivos, ningún cuadro mayor profusión
de colores que el gran cortejo de las horas preñadas con cuanto ha de sor. Una
mínima porción do aquéllos basta para entretener nuestros ocios. En la vida es
más fecundo sor actor; poro el espectador, aunque egoísta, percibo con más
amplitud los latidos del alma universa derramada por los seres y las cosas. Y
el espectador quo anota, tras el hecho su reflexión y su comentario, fija para él
algo de su propia vida interior, registra las siluetas y las sombras intelectivas
que germinaron y florecieron pasajeramente en la hondura do su conciencia.
Acaso ñafia, de osas acotaciones á lo real tiene valor parra los extraños; hay
conceptos solamente inteligibles para quien los albergó, porque nacieron en
el sentir más quo en el pensar, y las palabras son vehículo imperfecto para
trasladar la esencia de nuestras emociones. ¡Qué importa! Ninguna, vanidad
más deleznable que la do transmitir á nuestros compañeros do viaje por elplanota
la entraña y la medula de nuestra vida espiritual. Prisioneros somos
do una cárcel sin. ventanas á otros espíritus. Mas 011 el fondo do la celda cada
recluso canta su caución, y más allá do los muros la pluma rocogo vibraciones
y ecos do aquel canto, notas amortecidas quo el vivir remueve y despierta al
pasar...
Un puñado de éstas son las páginas que siguen.

1-2 —
Del perdón y del misterio.
No matarás.
Asi cuino nosotros perdonamos...
En el patio sucio y tristón do un presidio resuenan á esta hora sordos y cont
i unos martillazos. Unos cuantos obreros, on cuyos hogares esperan las esposas
y las tiernas criaturas, encuadran tablones y levantan una plataforma. En
el centro do ella se yerguo un madero; al pie de éste, un banquillo. Es un cadalso.
En breve, un hombro á quien su malaventura hizo caer en manos do
los hombres que profesan la Ley, surgirá por una puertecilla mugrienta.
Con paso tardío y piornas fhiqueantos subirá á la horca.. Con angustia indecible
se derrumbará sobre el asiento. Detrás está el madero. La, mano del verdugo—otro
honrado—ceñirá á su pescuezo férrea argolla. Van á estrangularlo.
«Creo en Dios Padre... Creo en Jesucristo, su único hijo...» La argolla
apretará, destrozará los tejidos, quebrantará, los huesos, juntará la nuez del
ahorcado con ol madero asesino. La cabeza del reo. lívida por la muerte, desencajada
por el terror, caerá tronchada sobre los hombros.
Colgará la lengua-negruzca, destilando hilo á hilo la hiol amarillenta. Los
sacerdotes dirigirán á Dios, para que salvo el alma, las preces que debieron
haber dirigido á los hombres para que respetaran la vida. La expiación ha
concluido. El estrangulado está muerto; bien muerto. Está satisfecha la
Justicia.
¡La Justicia! ¡Sarcástioa. ironía! Cuando nuestras manos van apretujando
bárbaramente el pescuezo do un semejante hasta hacerlo morir, nuestro sentido
do lo justo, sobresaltado, se siente apaciguar. Tenemos la loca idea, brutal
herencia de sanguinarios predecesores, deque es preciso matar para satisface]'
¡i ] Derecho. El espectro odioso do la. venganza, so eneareta para, engañarnos.
Creemos deber do justicia, adoración do la Ley, loque os crimen impío. Entro
ansias de muerte ponemos la fuente do eterna vida, la Justicia, para escarnecerla,
para humillarla. En las cruzadas manos del hombro que pronto va á
subir al patíbulo habrá un crucifijo. ¿Para qué recordar el nombre do quien
perdonó á sus verdugos? Hipócritas despreciables que hacemos mercancía
de las conciencias, fariseos malditos que desoímos la voz del Señor somos
todos.
Con el pensamiento sereno, la sangre calmada y el corazón on reposo, vamos
á asesinar á un hombre. Y tú también, lector, también tú asesinas con tu
indiferencia al que espera on la Cárcel la hora fatal. Y al día siguiente do ose
crimen, mientras reciben tierra sobre sus vidriadas pupilas los ojos del muerto,
alumbrará para nosotros el sol y luciremos satisfechos, (Mitro ol humo del cigarro,
nuestra cínica sonrisa...
Horrible fue el delito del que van á ejecutar. Sus manos asesinaron á un
indefenso adolescente... Era su amigo, su cuñado... Premeditación... Ensañamiento...
¡Horrible! ¡Horrible! Y bien: ¿cuándo sino ante las culpas inexpia-

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bles luce la misericordia? ¡Perdonar lo disculpable no es gran hazaña! Lo
grande, lo monstruoso, toca en los umbrales de nuestras almas para evocar en
ella la grandeza. A un gran pecado, una gran misericordia. A un gran pecador,
una infinita piedad. No borrará nuestro crimen la roja mancha del crimen
castigado; podría borrarla nuestro perdón. Una brizna de piedad balancea
ante los ojos de Dios una enorme pesadumbre de culpas.
Puso el cielo en nuestro corazón un tesoro inagotable do ternura. ¿Por qué
somos avaros de él? Pródigamente so nos dio la dicha do sentir las alegrías de
la clemencia. Tenemos fuentes inagotables de ella en nuestro pecho; fluyen
con infinita abundancia los manantiales misteriosos que el cielo alumbra en
nuestras conciencias; ¿por qué negar osas aguas refrigerantes á los que tienen
sed de ellas? ¿Con qué derecho ponemos límite á lo que se nos dio sin tasa?
¡Perdonar, goce extático de los generosos, de los buenos, de los humanos!
Corromos loóos persiguiendo una ventura, y desdeñamos la ventura suprema
que nos sale al encuentro: el perdón. Ciegos somos cuando no nos deslumhran
los fulgores do esa luz. Untamos nuestros labios con el amargor de todos los
rencores, y rechazamos la ambrosía, que se nos ofrece en el áureo vaso de la
misericordia. ¿Por qué se niega la clemencia á quien la implora en vísperas do
un eterno anochecer? Si no perdonamos á los delincuentes, ¿á quién perdonaromos?
¿A los justos? El más y el menos do cada crimen no puedo el hombre
fijarlo; nuestra soberbia se abate ante el misterio; sólo Dios puede penetrar en
el arcano de los espíritus y señalar con dedo invisible quién fue el insensato,
quién el loco, quién el desventurado, quién el prevaricador.
¡Pretensión de justos tenemos; pretensión risible! Perece estrangulado por
nosotros un semejante sin ventura. Graves, severos, unos hombros pronunciaron
la sentencia de muerte; habíanla, pedido otros antes. Asomaos á las almas
délos intachables, y veréis temblar por los rincones las negras sombras de
cien agravios á la conciencia, á la justicia, á la humanidad.
¡La Ley lo impide! ¡La Ley! ¿Pues quién la dicta que tiene entrañas de
fiera? Fabricáronla en los Parlamentos, y allí so jura por el nombre de Dios,
del Dios de los cristianos. ¡Mentira hipócrita! Cristianos los que maridan matar;
cristianos los que dejan morir á mano airada; cristianos los que reducen
el hombre vivo, que es incendio, á cadáver, que es pavesa. Triste mentira. Sí,
cristianos, como aquellos que permitieron la esclavitud y tuvieron esclavos;
como aquellos que encendían la hoguera para abrasar las criaturas, y desgarraban
las carnes y rompían los huesos, profanando con sus invocaciones
el Nombre Santo, emblema del Amor Infinito y de la Infinita Piedad. Si la ley
nos niega el derecho de gustar las dulzuras divinas de la misericordia, aborrezcamos
esa ley, que prescribe el horror del asesinato, la saña cruel, la
muerte.
Vosotros, gobernantes, escuchad el rumor que corre do casa en casa; ¿no
oís cómo habla do clemencia? ¿Cómo suplica por el que van á ejecutar? Recoged
de boca en boca todas las exclamaciones compasivas que se profieren:
ellas son el perfume que se escapa de las almas nobles. Puso Dios en los cora-

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zones la bondad, como granos de incienso sobre lumbre. ¡Ay de las ascuas que
ya no son sino ceniza! ¡Ay de los corazones yertos! ¡!S T o justicia inexorable,
sino amor, piden los pueblos para redimirse! No salva á las sociedades el rigor
de las penas, la dureza de la expiación; las robustece y salubra el aura piadosa
que templa los ardores del odio. Nuestras son las leyes, los ejércitos, los
tribunales, los verdugos, la fuerza toda; por oso no olvidamos. Habríamos perdonar
si fuéramos los opresos, los humildes, los caídos. ¡Bienaventurados los
pobres de espíritu!
Ellos comprenden la dicha del que perdona... Maldice al morir aquel á
quien mata mano aleve... Que no caiga la maldición sobre la cabeza de las
generaciones aún sin mancilla, que tal voz suprimirán un día la nefanda pena
de muerte... Vosotros, Poderes del Estado, podéis redimir la vida de un delincuente...
Mientras más bajo esté él, más grandes seréis vosotros... Atended
las peticiones de indulto... Sea la misericordia rescate sublime de vuestras
propias culpas, de las nuestras, del crimen mismo de los que en hora aciaga
van á ajusticiar... Sólo el que ama á los miserables es amado por Dios!...
¿Por qué se mata?
De Norte á Mediodía recorre en estos meses á España el horror del crimen.
El relato de una tragedia no se agota; mudan los personajes y los sitios; la
tragedia es la misma: amor que encela, y celos que matan; disputa que engendra
la cólera, y cólera que estalla en ímpetu asesino. Por nuestro pueblo se ha
extendido como una nube de sangro que enrojece el alma española. La suma
de los homicidios y de los suicidios durante los meses líltimos ha sido terriblemente
prodigiosa. Tres meses de abominable ceguedad han bastado para
que el pueblo español, y más aún el pueblo madrileño, excediera en delincuencia
matadora á la impulsiva muchedumbre italiana.
Y 110 son móviles de codicia ó do venganza los (pie han hostigado por lo
común el instinto homicida. Tuvieron mayor auge movimientos irresistibles
de una pasión inclasificada. El delito fue, casi siempre, desenlace de un extraño
arrebato. Semejan estos crímenes momentáneas locuras do angustiados,
ole sufrientes. Como crecieron los suicidios, so aumentaron los homicidios. Parece
como que un interior desfallecimiento de los ánimos mueve al desprecio
ó' á la aversión hacia la vida, como si gotas invisibles de amargura, destiladas
con impiedad en el pecho, hubiesen calado hasta los fondos obscuros é incierteos
de donde surge amedrentadora la voluntad delincuente, y la impregnasen
de su turbio amargor.
¿Por qué se mata?
Se culpa á las armas, y so previenen cacheos. La navaja ha sido objeto de
viibrautes imprecaciones, formuladas por airados espíritus con infantil ingenmidad.
El arma española es diputada emblema y blasón odiosos do nuestro
vaandálico abolengo. Ven algunos en la hoja lenguada el duro centelleo de

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hereditaria y bárbara crueldad. Pero son más los denuestos que las razones.
Es pueril iracundia culpar el arma que hiere, porque también puede ser el
instrumento que salva. Así el insensato culpa la piedra que le golpea, no á
quien la arroja; así la ley aprisiona tan sólo la mano que empuña el cuchillo
y cuaja sobro ella su vengativo rencor. Cuando no son ni la navaja asesina ni
la mano delincuente sino ciegos ejecutores del incontrastable nefasto decreto
de un sombrío espíritu que so infunde arteramente en el alma colectiva, y perturba
y remueve la conciencia popular.
Se achaca también la abundancia del crimen á la escasez de cultura. ¡Explicación
socorrida! No. La criminalidad so desparrama sin sujetarse al cultivo
de la inteligencia. Tan malvados pueden sor los doctos como los ignorantos.
El impulso matador brota en los espíritus vírgenes como en los cultivados.
No os «cada escuela que so abre un presidio (pie se cierra». ¿Será forzosamente
criminal quien todo lo ignora? ¿Es siempre virtuoso quien todo lo sabe? No es
menor la delincuencia en las ciudades que en las aldeas, en las poblaciones
que en los campos. Delinquon más los italianos por instruidos, que los rusos
por zafios. En Francia croco la criminalidad á compás do la instrucción. Si
incultura y delito coinciden en comarcas extensas y períodos dilatados, no es
porque mantenga la ana sobro la otra prerrogativas de paternidad, sino porque
ignorancia, miseria y crimen son tres hermanas gemelas nacidas do una horrible
madre común.
La propensión al homicidio no es sino la exterioridad delatora do un secreto
instinto matador. La ocasión lo descubre, no lo engendra. Antes de que el crimen
estalle, van fluyendo de manantiales ocultos en los senos de lo inconsciente
las ansias homicidas. El estudio, la cultura, no los cegará nunca por sí
sola en nuestras multitudes. El saber es cadena muy frágil para sujetar el
ímpetu indómito y arisco do un. alma rebelde. Truécaso á lo sumo la am-
¡. ! , : • en codicia de vivir. Cuando ol homicidio decrece por influjo

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todos á persuadirle con tozuda maldad de lo infecundo y vano de su esfuerzo.
Decírnosle á diario que es inevitable su miseria y eterno su dolor. Nuestras
palabras han atravesado las capas sociales, calando hasta el fondo.
En él fermentan. ¿Qué importa la vida propia ó ajena, si es tan sólo pesadumbre
y tormento? Todas las esclavitudes y dolores de Ja carne posan sobre,
el alma, oprimiéndola. Un inconsciente pesimismo, apoderado de los espíritus,
inspira todas las resoluciones. Nos lanzamos á la lucha vencidos de antemano,
cautivos del desaliento. Hasta en las almas juveniles la desesperación es señora,
cuando debía reinar el ensueño. Cejan los hombres ante los sufrimientos
que la vida ó la pasión imponen, y por huirlos, más que por vencerlos, se resuelven
muchas voces á matar ó á morir.
El mal es visible: el remedio, patento. Hagamos conciencia y reemplacemos
la cobardía del pesimismo con optimista aliento. No mata ni procura su muerte
quien goza de serena quietud. La paz del corazón preserva del crimen. Ahuyentemos
las sombras siniestras que entonebrecen las almas españolas. Viertan
nuestras predicaciones calmante dulzura. Invoquemos creencias que difundan
por los espíritus la seducción déla vida terrona.
Hablemos de crear, no de destruir. Alabemos los pesaros porque acrisolan
las almas. ¿Por qué confundimos el mal, que es odioso, con el dolor, que es
sublime? A veces también el dolor es dicha. La grandeza de los seres, por sus
penas y pesares se gradúa. ¿Por qué hablamos al pueblo de muerte irredimible?
Nada perece ni se destruye. Todo es vida, todo es creación. Hasta la sangre
que so escapa do las venas rotas cao sobre sedientas entrañas fecundas, que
la transforman en nuevos seres.
Nuestras aflicciones y nuestras congojas más recías son livianos accidentes
que el tiempo mismo se lleva. Las adversidades son asperezas del camino, y
lo humillamos asentando encima nuestros pies. Eduquemos al pue^:

— 17 -
Los celos trágicos.
El verano lia hecho su aparición roja. Como en la ¡mrora, lo más emocionante
del estío son los matices sangrientos que lo anuncian. Las energías ciegas
del vivir estallan empujadas por el padre sol; las fuerzas germitativas
lanzan al aire sus creaciones; la pasión cálida nubla, los entendimientos y
avasállalos espíritus, sometiéndolos al imperio inflexible de su destino. El
invierno es el reinado del hombre; el verano es el rescate y vindicación de la.
Naturaleza. En el pórtico de Junio hay que alzar los altares de la diosa Fatalidad.
Días hace, en un modesto hogar, con el albor diurno, levantó su vuelo
la tragedia, posada durante la noche sobre dos frentes sombrías. La muerte
aleteó sus negruras de cuervo entro los muros de una, estancia humilde, y
cuando la justicia, irrumpió el silencio de los muertos, por los rincones do la
morada: gemía, desnuda la orfandad. Unn mujer apuñalada, un hombro muerto,
y entre las sombras del drama, cuatro renglones febriles donde brilla, un nombre:
«Carlos»; eso es todo. Los celos entreabren el misterio y asoman su cabeza
de furia. 1 , satisfecha é irónica. Los eolos son bebedores de sangre, y han
recibido su pitanza. Como ¡i la serpiente, los fríos los abotargan, y se desperezan
hambrientos con el despertar de la vida Amarrados á la esquela delatora,
los celos han volado una noche dos cadáveres. Su silueta, se ha complacido
unas horas en vigilia cineraria. Al amanecer, los sollozos clamaban desolación
en tres gargaritas de nulo.
¿Cómo ocurrió? ¿Qué hórridas amarguras acompañaron el alumbramiento
asesino? Las almas apasionadas no paren sin dolor. El crimen no es fruto madurado
que cae de la rama: es erupción de los volcanes del espíritu, fuego recóndito
y arcano que mantiene al abrigo de los cierzos la semilla de nuevos
espíritus, de pasiones sucesoras, venero perdurable do la futura Humanidad.
¿Cuál fue el gesto de horror, la definitiva postura de aquella violencia matadora?
Nada sabemos. El nombre do «Carlos» es el único resplandor que luce
entro esas sombras. En él ponemos nuestra fantasía para levantar el palacio
de la novela. La maga de la leyenda borda en su torno el drama, sutil, como
un encaje por entre cuyos calados se - vislumbran las obscuridades de la fosa
de donde sale y adonde vuelvo ¡i su hora la verdad.
Lo más desolador de, estos crímenes, en (pie la pasión futí el asesino, es que
el misterio los recoge, y los guarda para siempre. Parto supromo de almas doloridas
y atormentadas las más veces, dejan estéril la matriz; tras el esfuerzo
definitivo, la máquina humana se rompe, y la. frase reveladora del enigma
permanece suspensa en los labios, inmóviles por una eternidad. Hace años
fue en un hotelito do Arguelles. Al expirar el día, una mujer ensangrentada
abrió la cancela, corrió hacia la callo, corrió hacia la. vida; la muerte la arrojó
de bruces en el arroyo. Detrás de la cancela quedaron dos hombres muertos,
junto á los relieves do una comida: la tragedia fue el último convidado del

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festín, y en sus hambres pantagruélicas devoró á los comensales. La curiosidad
pública, el íntimo horror conciudadano, no lia rescatado aiín del silencio
fúnebre la verdad, y no la redimirá nunca. Los muertos no vuelven, y ellos
son los únicos que saben...
Forjemos la leyenda. La mentira es la creación más hermosa del espíritu
humano; la verdad os el fruto, mas la mentira es la flor. El entendimiento
nos esclaviza, y la fantasía nos libera. Dejemos el cautiverio para las ficciones
do la vida y enseñoreemos con la imaginación las realidades de ultratumba.
La muerto nos las cedo desdeñosa; nada nos veda adueñarnos de su
secreto; el ensueño es la abeja libadora de las flores del mundo, porque olla
destila toda la miel que no es dado gustar. Y la leyenda ha tendido sus alas
do oro sobro osos dos muertos que á estas horas aguardan sobre la mesa del
Depósito judicial la última piedad.
En el corazón de la muerta libraban combate un recuerdo y una realidad:
Carlos, el amado do otro tiempo; Manuel, el marido de hoy, el señor. Aquél
vencía, suyo era el espíritu; y el cuerpo, cautivo en la cadena del matrimonio.
Sobre el cuerpo domina la voluntad, y el cuerpo es esclavo del deber. El espíritu,
¿quién lo rige? ¿Quién le impone el ritmo de las leyes y el freno del
deber? La gracia de Dios desciendo en las confesiones religiosas sobre las
almas vacilantes, para darles fuerzas con que sujetarse al supremo mandato.
El amor no desciende del cielo; brota do las entrañas de la vida, como los
manantiales de las entrañas de la tierra. El amor tiende su vuelo, y nos arrebata
con él; él nos rige; siervos somos suyos y sus juguetes. Carmen, la pobre
víctima, sucumbía allí donde nadie ha sabido vencer.
Do esta dualidad nacía su tormento. Mujor infeliz sometida al horrendo
suplicio ou que es verdugo, y no bálsamo, la propia conciencia, so alza sobre
la tragedia con la aureola de una mártir. Ni una penumbra en su memoria
impecable. Pero Manuel no admitía ese imperio de la fatalidad. La emancipación
inexorable del espíritu do su mujer era un robo á su vida, era engaño
á su felicidad. El nombre de Carlos era para él una persecución del destino.
Y le asaltó osa enfermedad extraña, epilepsia del espíritu, que los psicólogos
señalan con el nombre de «celos del pasado». El tiempo que fue no nos pertenece;
y la estela que deja en las almas es la sombra de un cuerpo que ya no
es. Pero ¿quién se sustrae á la influencia torturadora do su evocación? Quizá
nada muere, y estas influencias retrospectivas son la confirmación do que nada
perece; los hechos que fueron subsisten en lo invisible; y al través del tiempo,
por los caminos secretos del espíritu, reivindican su personalidad.
Mató. Compadezcámosle. Fue alma enferma, con la enfermedad de su
tiempo. «El triunfo de la muerte» no es un delito forjado por D'Anunzio; la
vida lo crea. Luis Proal es precursor de esto pobre Manuel, como el héroe
italiano es su modelo. Los que solemos llamar crímenes pasionales son generalmente
exudación brutal de la bestia quo remeda lo humano de nuestro ser
y se desquita. He aquí un crimen que no tiene parentesco con aquellos otros
pasionales. He aquí una batalla del espíritu, no una brutalidad de la carne,

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en la que quedan dos muertos. El artífice de este drama no es la depravación,
sino aquel sueño sutil que duerme en lo más hondo del abismo espiritual. No
hay un elemento grosero quo lo contamine. No han sido los celos normales el.
impulso, sino los celos de desvarío, la locura del amor. No execremos, pues;
contristémonos y ofrezcámosle á los ávidos dioses del amor humano esas dos
víctimas, como un desagravio y una expiación.
Mancha roja.
Quería verle yo. A él, al matador de un hombre en desquite del agravio
hecho á una mujer. A Ignacio Llórente, el asesino por quince céntimos, según
pregonaban los periódicos. Hay un perfume salvaje en osa bárbara alianza
del cariño y la cuchilla, del amor y el asesinato, de la mujer y la muerte. Fui
á la cárcel. Pedí comunicación con el preso y me fue otorgada. Lo esperé en
el locutorio con impaciencia y con inquietud. Un homicida sigue siendo para
mí un ser extraño, arca misterioso dondo se ocultan fragmentos y esquistos
informes de un roto mundo moral. Cuando el ardor del ambiente y las fulgencias
de una vida sin cesar renovada, que se desborda del vientre de la
tierra madre para inundar con opulencias sonadas la plenitud del verano, invita
á anegarse en visiones creadoras, un ciego destino empuja á matar.
Entró con paso torpe en la amplia celda. El suave chirriar de la puerta
sobre sus goznes avisa con triste rumor. Ignacio Llórente avanzaba medroso
y sobrecogido. Con él penetraron en la sala ondas del ambiento carcelario,
tibias y blandas como la sangro recién derramada. Bajo y endeble, de terriza
color, previene su aspecto en contra. Los cabellos largos, revueltos y orizados,
cuno por la impresión do un paroxismo perenne, encuadran un semblante
huesudo, salpicado por ronchas, como pared desconchada. El círculo amoratado
du profundas ojeras delata el remolino tremendo de terrores y ansiedados
en que va pereciendo la luz de su espíritu, combatida primero por la
violencia del hecho, por el insomnio después y por la revelación cercana del
porvenir siniestro. Desde el fondo de las cavernas (pie abren su boca bajo la
fronte del preso, me contemplaban fijamente dos aterradas pupilas de temeroso
y suplicante mirar.
Lo invité á acercarse. Sus piornas, inseguras, flaqueaban. Cubríanlas andrajosos
pantalones de negruzco tinte, sujetos á la cintura por una correa sucia
y resquebrajada. Sobre su pecho hundido se tendía una camisa mugrienta
y desabrochada. La rota chaqueta do cuadros que vestía ensoñaba el cuello
saturado do grasa, rozando con el desnudo poscuezo del homicida. Abierta,
mostraba los desgarrones de su forro y el bolsillo interior donde aguardó la
navaja hasta el día de su fiesta. Escondido en tal hábito so hallaba un armazón
de huesos adornado con unas piltrafas de carne. Aquel ser, canijo y enclenque,
había amado á su querida, había sentido el vivo escozor del ultraje
hecho á su hembra, había matado á un semejante. Era un ser aparte, con

— ¿o —
cuyo espíritu, á nosotros, hombres do otro linaje, buscadores do la muerto ajena
por diversos móviles y por distintos caminos, nos es niuydif'ícil comprender.
Quería yo, en aquel instante, ver con ojos zahones las internas elaboraciones
do su cerebro, seguir la huella de su ímpetu homicida, semejante, sin duda,
en el alma, al surco del rayo. Lo interrogué. ¿Por qué mató? ¿Cómo nubló su
vista la tentación de la navaja? ¿Qué humana pasión prevaleció en su pecho
en el instante supremo é imperceptible que separa la última sugestión del herir
y la primera decisión de matar? Respondía al comienzo con incoherencia,
como quien reconoce un paraje olvidado. Reconstruía penosamente el turbio.i
de sus ímpetus de un instante decisivo. Recompuso el hecho vagueando. Por
fin avanzó solemne la ola de sus recuerdos. Creció ot\ intensidad, como marca,
arrolladora, la visión sangrienta. Y las palabras brotaron seguidas, en pequeños
borbotones continuos, semejantes al hipo que produce el chorro de agua
cayendo incesante.
- -Yo no quería, señor, no quería. Aún no sé cómo hice una muerte. Riñeron
ellas, las mujeres. La del otro pegaba á la mía, á mi Francisca. La tumbó
OH el suelo, y pegaba recio. La mía es pequeña, débil; sufría los golpes sin
poder devolverlos. Tenía la razón, y lo pegaban. Pedía su dinero, y le daban
porrazos furiosos. Caían sobro ella los puños de su deudora. Me (pieria, y yo
estaba allí, y no podía defenderla. Quise apartarlas, y José Calvo me lo prohibió,
amenazándome. «Que se maten», dijo. José era alto, duro, vigoroso.
A algunos dio grandes palizas. Yo le tenía miedo. Lo miraba, suplicándolo
que me dejase apartar á las mujeres, y no quería. Mi Francisca agonizaba.
Cada vez la maltrataba la otra más reciamente. La, otra tiene la culpa. Y yo
sufría la vergüenza de no auxiliar á mi mujer, allí, arito mis ojos tendida:, acogotada,
por mi miedo...
Tenía el homicida su gorra azul sujeta con ambas manos. Le daba vueltas,
y la miraba tenaz con ojos de espanto, muy abiertos. Todo el suplicio de su impotencia
desfilaba por su memoria. Le asaltaba el recuerdo punzante do su
hembra atropellada. Y le sacudían algunos rezagados estremecimientos do ira.
Calló sombrío...
—Después...—dije, interrumpiendo su silencio inconsciente.
—Después, fue demasiado. Volví á mirar á José, ya resuelto á cortar la
querella. «¿No te parece que ya hay bastante?», le dijo. Me adelanté hacia
las mujeres revolcadas. El muerto so interpuso. El muerto, sí, porque está
muerto, ¿no es verdad?
Y preguntaba con quejumbroso anhelo.
—So interpuso. Me cogió fuerte con una mano. Quiso soltarme, y me sujete).
Forcejeé, y alzó su puño. Comenzó á pegarme. Cada golpe (ira una herida.
Estas de la cara, las dol brazo—y lo desnudaba febril para enseñarme un escuálido
brazo, manchado con erosiones costrosas, con rasgaduras sangrientas—.
Caía su mano sobro mi cabeza, y mo aturdía. Me zarandeaba. Sujeto,
yo no podía valerme. Creí quo mo mataba. Yo quería la paz, y él era fuerte,
y lo impedía. Oí más vibrantes los gritos de mi Francisca. Sentí más vivos

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mis golpes. Cegué. Las paredes, la habitación, se desvanecieron. Forcejeaba
para escapar, envuelto en sombras repentinas. Apenas me daba cuenta de que
ora José quien me tundía. Una fuerza terrible, incontrastable, me contenía,
me derrumbaba. Una angustiosa desesperación subió á mi garganta, á mi cabeza
desvaída. Sentí el choque de la navaja contra mi carne. La saqué del bolsillo,
l>a abrí inconsciente y la clavé en un cuerpo. Soltó...
-• Después...—interrogué implacable, endurecido por la presión del relato.
— Después, miré hacia mi Francisca. No oía sus gritos. Pensaba en levantarla,
oí socorrerla. Quizá estaba herida. Do seguro. Ella, la pobre, tan endeble,
tan buena. So abalanzó José contra mí. Me dio porrazos en la cabeza,
y ni o cogió la mano de la navaja. Me asaltó un gran miedo. Su mano vigorosa
abría mi mano, me arrancaba mi navaja,; y ésa ora. mi muerte, porque él me
mataría. Me mataría,, sí, estoy seguro. Apreté, apreté, reuniendo mis fuerzas,
hasta herirme, hasta cortarme los dedos. Vi chorrear mi sangre, y yo apretaba
más, sin sentir el dolor, hasta romper la navaja. Defendía yo mi vida. No
tonía arma José, pero tenía sus fuerzas, y mi nava ja podía ser suya. Aflojó un
instante la presión de sus dedos, y yo herí de nuevo para, libertarme también.
José se apartó de mí; miró al suelo, inclinado, buscando algo, y se acurrucó
en un rincón. Yo salí; pensaba acudir á los guardias, pedir auxilio para mí,
para José, para todos. ¿Por qué tenía yo sangre? ¿Qué, había pasado? Eran
aquellos instantes inciertos, obscuros: ni sabía ni entendía nada; me sentí desfallecer;
hubiera: querido morir... Después supe que era. él el (pie había muerto;
yo el que había matado; yo, no; yo no quería...
Sollozaba,. Todo el. amargor do una, vida sufriente acumulada en un gemido.
La ira pálida esfumada en un muy lejano día anterior, el pánico triunfante
ole la repugnancia al crimen, la inquietud de una mañana, de expiación, corrían
por aquel alma dolorida; y mi inquisibidad curiosa la exprimían; y el
alma destilaba, una sola gota agria en aquel llanto seco... Sentí comezón de
hacer una pregunta, impía. Me punzaba, el cruel afán do herir más...
— ¿Acaso vale pregunté inclemente una mujer la pena de arrostrar esta
desgracia?
— Me (pieria mucho, señor- contestó soslayando la, réplica—. Aquel, «quería»,
sonando á cosa muerta, del pasado, ora solemne. —«Era» muy buena, «tenía»
mucho talento. Vivíamos juntos desde hacía cinco anos.
\ en tan breves palabras resumió una historia y una, defensa. Brillaban
furtivamente sus ojos, ahora, inquietos. Parecía como si repasaran su curso
aquellos cinco años de brevedad funesta,, y como si ante su fantasía se irguiera
aquel terminar ensangrentado. Vagaba por su cerebro la ruda impresión, del
crimen. Veíase, flotar sobro el espíritu de aquel desgraciado las tinieblas de lo
no comprendido; advertíase que la soledad interior del anonadamiento en que
yo lo, encontré se había, poblado de fantasmas rebuscadores de los harapos de,
un carino animalesco no razonado, amparador del delito con velos de una soberana
disculpa,. La incoherencia, se apoderó do nuevo del pensamiento y do
las palabras de Ignacio Llórente.

Sentí piedad de él. Poco queda de un crimen cuando se busca su fuente...
La perversión se trueca 011 desventura. En negra suerte la maldad. «Yo no
quería», repite el matador con grito de rebeldía suprema contra la inrposición
de un destino fiero. Fue un rigor oxtraño quien dispuso los hechos. Nuestra
voluntad os arrollada muchas veces por otra voluntad. Son los hombres vencidos
en su lucha con el misterio, empuje fatal, instrumento inerte, como la
piedra que cae y mata, como el rayo que hiere. Engranes de incontrastable
vigor trituran nuestro albedrío. Víctima os entonces el delincuente, que no
verdugo. Su delito es la obra del mal desparramado por la existencia de los
humanos, es el dolor condensado sobre, una frente. El dolor que hace morir
para engendrar de nuevo la vida en secretas transformaciones. Porque ningún
sufrimiento so pierde; todo dolor fructifica; queda de, él un aroma sutil que se
esparce imperceptible por el mundo, lo satura y presido la inacabable renovación
universal.
La vida del espíritu.
El idealismo renace. Por hastío ó por cansancio del tráfago del mundo,
suelen las épocas tornar sus ojos al problema de la inda espiritual. Cuando á
los hombres dejan asueto sus afanes terrenos, piensan en que su espíritu vive,
y se aprestan á interrogarlo. Pero la mudez inquebrantable de las almas perpetúa
la cuestión. Jamás nos descubre su fondo el misterio. Felizmente, nuestra
naturaleza tiene una irrefrenable propensión hacia las empresas estériles.
Ello nos previene contra el desmayo. Sedúcenos la infecunda tarea de averiguar
lo imposible. Pasan junto á nosotros las verdades sencillas, liberalmente
brindadas por la realidad, y cerramos los ojos para no verlas. Locamente corremos,
en cambio, tras las fugitivas y recónditas. Y agotamos nuestras fuerzas
en el loco empeño do tocar lo impalpable y descubrir lo incognoscible.
¡El espíritu! Por desdicha comienza, os cierto, á concedérsele de nuevo una
importante intromisión en nuestros negocios mundanos. Aunque apartados
nosotros do las zonas intelectuales donde sus fueros se deslindan, llega á nuestras
puertas el sordo rumor de las luchas que en la Europa cerebral promueven
las viejas porfías del pensamiento y el hecho de la idea y lo material, de
lo bueno y lo malo, do lo invisible y lo real. Do la soñadora Alemania vinieron
sobro Francia alientos de espiritualidad. Y Francia nos los transmite, despertando
con rudo sacudimiento las dormidas visiones de otros siglos que reposan
en nuestro pocho como en su sepulcro los despojos de las generaciones
antepasadas. Una brisa sutil recorre las conciencias. ¿Dónde está el espíritu?
Difundido por nuestra sangro, desparramado por nuestros nervios, lo percibimos;
pero su existir os nuestro arcano, el secreto de cada hombre, el abismo
del ser. ¿Cuál es su vida? ¿Qué campo el suyo? ¿Qué horizonte dibujan sus dominios?
¿A quién pertenece? ¿A la fe? ¿Al goce? ¿Al ensueño? ¿A la realidad?
Todos los hombres se arrogan el derecho de contestar lo que nadie alcanza

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á saber. No hace mucho, un sacerdote, oráculo del jesuitismo francés, se asomaba
á las columnas de un periódico para descifrarnos el enigma. Su respuesta
infundía en los pechos desmayo senil. Como todas las almas de su escuela
y de su doctrina, busca en el reposo lo que sólo se encuentra en la lucha, en
la actividad. Hay hombres que se dicen enviados por .Dios, y matan lo que pretenden
vivificar. «Cuando veáis—dice San Pablo—un pacífico, un ser que está
en paz, que no se agita, que no se atormenta, que no se inquieta vanamente
por los otros, decid: éste es un hijo de Dios; le conduce el espíritu.» El pecho
honrado que recibe las ansias de vivir como un don celeste, so turba solicitado
por tan aniquiladora- enseñanza. Pueblan las soledades tristes del alma humana
sus pasiones, sus ímpetus afectivos, que la alegran y la incitan á lanzarse
al torrente de un ávido vivir. Los contemplativos, corazones agonizantes, de
apagado palpitar,- le brindan por toda ventura con la quiotud.
Yerran. La, paz absoluta es muerte; la vida, pasión. El ascetismo cristiano,
hechura de torvas conciencias, pobladas por terrores sombríos, nos invita á
desaparecer, nunca á vivir. Jesús amaba á los hombros y á las cosas; el asceta
las olvida, porque so olvida á si mismo, en una egoísta sublimación del sacrificio.
Los hombres de ardiente y fecundo existir apetecen la agitación y levantan
su mente á las obras del cielo, amándolas en la tierra. Nos pide el jesuíta
el sacrificio do nuestros impulsos, de nuestras más hermosas codicias, de nuestros
instintos más recios, do los afanes que puso el Creador en nuestra naturaleza
robe Ido; pues ¿(pié nos pido sino la, muerte del alma para que el alma
viva? Parécele que sólo se honra á Dios extirpando la pujante florescencia pasional
que embellece á su criatura. La más alta expresión del amor divino es,
según eso desvariado anhelo, el refinamiento de la crueldad humana, dice Nietzche.
Ser impasible, cifrar ioda alegría, en una eterna contemplación do lo inmutable,
es anticiparla muerte, buscar un definitivo perecimiento, sumergiéndose
anticipadamente on lo que, ó no os nada, ó os sombra y dolor.
Vivir es padecer y es gozar. La suprema síntesis do la, vida es el sufrimiento—dice
Schoponliauor---. Por oso el sufrir consumo presto la energía. Y el
goce la renueva. Inútil es pe se pretenda relegar el espíritu humano á mansiones
donde la materia no existe; no vivirá. Vive el hombre sólo con la, sutil
aspiración del pensamiento y la hermosa tosquedad de su carne en amalgama
indisoluble. Jamás llegará la abstracción á lograr imperio absoluto sobre el
mundo. Vienen á nosotros las religiones y las ideas do todo linaje cristalizadas
en símbolos. Para siempre hornos abandonado el amor do la esencia de los seres;
¿qué nos importa? Nos enamoran, on cambio, las formas. Quizás el mundo
que nos rodea no es otra cosa que forma vana, y lo presentimos. Quizá las
cosas extornas no son más que la proyección de nuestro espíritu, abrasado en
ansias de vivir. Apáganse los colores, desvanécense las lincas, esfúmanse lai- s
sonrisas con que la primavera saluda el perenne renacer y la glacial melancolía
de una tarde blanca, serena, de otoño, cuando el espíritu se aparta del ajetreo
mundano.
Vivo aquél vida interna cuando sufro; extorna, cuando so estremece con

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espasmos delatores do su brío, y las formas cambiantes y dulces de la materia
le placen. Lo abstracto, lo contemplativo, devuelven turbadas las conciencias
que en el se sumergen, como las olas los despojos de un navio. Nos
cuesta tanto trabajo mantenernos sobro la nada como á los malos nadadores
sostenerse sobre el mar. El sentimiento constante del ser absoluto destruye
nuestra energía con nuestra esperanza y nuestra vida. Do él viene la luz
en esos momentos de aflicción suprema on que el dolor tortura á los humanos.
Pero es luz que evoca los nombres inasequibles de lo soñado. Porque jamás
llegaremos al último fondo de su seno; detrás do cada Dios concebido por nuestra
mente, hay otro Dios más alto que ignoramos. Es más grande lo infinito
que lo eterno. En la entrevisión de lo imposible está la tortura. Las alegrías
do nuestro pecho caminan por la Tierra. Ansias y afanes perfuman con penetrantes
olores nuestros pasos y nos cautivan con el deleite de vivir. Suprimidlos,
y en torno de su vida será el espíritu laguna de cristal, inmóvil; mar muerto,
sin olas que lo ricen, sin iras que lo ensoberbezcan, sin juegos que lo alborocen;
será on el Universo poblado de seres un solitario, un cadáver impalpable,
un arcano vacío; nada, nada.
Lo que no muere.
Roma, la ciudad de los Césares y de los Pontífices, ha visto congregarse
en su recinto librepensadores do todo el mundo. Desde que hombres como
Spencer, Buchner, Royer, Liebneoht, Molesohott, Vogt, Brandlaugh, Eononvior
y de Paepe fundaron en Bruselas, el año 188'), la «Federación Internacional
del Libre Pensamiento», no se había reunido un Congreso de librepensadores
tan nutrido y calificado. .Bélgica envió 250 representantes; .Rusia y Holanda.
20 cada una; Inglaterra, 50; Alemania, 500; España, (500; Francia, 900: más
do 2.500 congresistas, on fin, se han juntado en la sala del Colegio .Romano.
Entro los concurrentes figuraban los franceses Bertholot, Séaillos, Fernando
Buisson, Pablo Dupuy, Félix Lo Dantoc, Mauricio Vornes, Painlové, Seigmobos,
Aulard, Psichari, Havet y Hadamard: los rusos Eugenio Eoberty,
-Roubanovitch y Novicow; los alemanes Ernesto Haeckel y Luis Buchnor; el
español Nicolás Salmerón; los belgas Héctor Douis y Jorge Lorand; los ingleses
Enrique Maudsley y Guillermo Heaford; el yanqui Mangasarian: el holandés
Dómela Nieuwenhuis; el dinamarqués IBjornstjei'iie-Bjorson; y los italianos
Enrique Ferri, César Lombroso, José Sergi y Ángel Ghislori: nombres
todos que son enseñas de la ciencia contemporánea, los creadores de la filosofía
positiva y do la fisiología y psicología experimentales, los que han desenvuelto
on el siglo XIX las bases sentadas on los fines del XVI por el gran
entendimiento de Francisco Bacon en su Novum Organurn. Lo presidió Buchnier,
el autor de Fuerza y materia; lo inspiró Haeckel, el creador de la filosofíía
monista y el jiensador de Los enigmas del Universo; Alemania, que produjco
espiritualistas como Hcgel y Schelling, carceleros de la creación encerrada

011 la idea absolutista, impone ahora el sello materialista al pensamiento universal.
Un congresista piadoso—valga la frase—. desengañó á los españoles sobre
la finalidad del Congreso. No so trata de afirmar, frente á todos los Poderos y
junto al depositario do la revelación divina, la suprema libertad do conciencia,
la incoercible espontaneidad del espíritu para desasirse de las ligaduras
terronas y lanzarse en busca de la Luz eterna que lo redima do sus obscuridades
nativas, y do] Sumo Bien que lo conforto y alivio en sus no interrumpidas
desventuras. No. La Ciencia reúne sus adalides en Concilio para definir
su ortodoxia, para maldecir de los herexiarcas. Y su ortodoxia, es la negación
del espíritu, el desahucio de la Divinidad. Fuerza y Materia: esa es la vida, toda
la vida, con sus formas inertes en apariencia, y sus formas en actividad; así lo
proclama el Congreso, haciéndose presidir por Buchricr; el nombro do ésto fue
un grito do combate, boy os un emblema; por sí solo dice cuanto ol Congreso
tenga que decir. Proclamando ol presidente, ¿á qué más sesiones? Ya está dicho".
creen en Buchner; no creen en Dios.
¿Para eso sirve la Ciencia? ¿Para oso se congregan los ilustres? Hay una
secular querella entre la Ciencia y la Fe. Aquélla va venciendo. ¿Son los hombres
más felices? ¿So amortigua el dolor humano? Vanas quimeras que han
poblado la fantasía del hombre; dioses extintos que lo han guiado en la obscuridad
do los siglos; reliquias de, los espíritus creyentes, que han sobrevivido
al paso de las generaciones; todo eso ora un tesoro, un manantial perenne,
fuente viva de riquezas para ol alma; todo ha sido arrebatado. ¿Quién compensa
al humilde, de esa pérdida? ¿Quién lo ha dado su equivalente? Sufría
hambre y sed cor [torales; ahora padecí 1 , también hambre y sed de ideal.
¡Preciada fe! ¡Castillo de nuestras ilusiones que ol sol do la nueva vida va
fundiendo! Han de ser enemigas; la Fe viene del arcano, la Ciencia mana de
lo real. ¿Para que apresurarse? La, derruición se; labra por sí misma; los dioses
van desfilando tristemente por el cerebro humano en el curso de los siglos.
Se alzan fuertes y creadores en la aurora do las razas, y so sumergen en la
noche eterna- en el ocaso do las civilizaciones, para sor reemplazados por otro
amanecer. Las multitudes desertan do los templos, y las efigies también lo.
abandonan silenciosamente. A nuestros ojos so efectúa ose derrumbamientos
La creencia en nuestra estirpe divina perece cuando so halla nuestro parentesco
con la animalidad. La Evolución mata á la Creación. Los libros santos
ven mermada su autoridad entro los hombre'; el Dios de misericordia ha empequeñecido
al Dios de las venganzas; los Evangelios han destrozado la ley
mosaica. Cuando el pensamiento so alza para buscar adonde va el perfumo
que la vida exhala, ya no encuentra el cielo; se ha desvanecido. Eso os fatal,
irremediable: poro los hombros do ciencia, que so congregan hoy en Roma
¿están seguros do que oso es un bien?
¿No han sentido jamás el sollozo de una fe que agoniza? ¿No han percibido
el lamento inconsolable de un espíritu cuyos caros fantasmas perecieron? ¿No
contemplan la cruel amargura do las generaciones presentes? Porquo homo-

— -2G —
perdido la fe, pero conservamos la angustia de su pérdida. Ya no creemos en
ias imágenes hechiceras que habíamos colocado sobre la frente de los humanos;
hemos visto que son humo, y que negrea á la blanca luz de un saber implacable.
Pero creer era esperar, y la esperanza eterna es la alegría perenne.
Hoy, en las alucinaciones de nuestro espíritu sin dioses, sentimos inquietamente
pasar toda la flaca tristeza que está en el fondo de la finitud humana;
percibimos la obscura agitación tormentosa de la fuerza inconsciente, atávica
y bestial, en lo íntimo do nuestra substancia. ISTos reconocemos destorrados
del mundo de las quimeras; almas de desdicha, amasadas con tinieblas; peregrinos
de un país donde la existencia es una progresiva renuncia de nuestros
anhelos, ilusiones y placeres; renuncia que se extiende cada día más inexorablemente.
Nos falta la fe, la fe en ese ideal soberano que, con nombro do dioses, labró
la Humanidad para ponerlo sobro sus hombros. «¿Qué le aprovechan al
rico y poderoso—escribe el Padre Granada en su (íuía de Pecadores—todas
sus riquezas, si con todo oso vivo con mil maneras de cuidados y apetitos que
no puede cumplir con cuanto tiene? ¿Y qué parte es la vestidura preciosa, y
la mesa delicada y el arca llena, para quitar la congoja que está en el ánima?»
Cuando el ideal sucumbe, sentimos que una ardiente sed de felicidad se apodera
do nosotros. Voces do todos los tonos y do todos los acentos; voces agudas,
roncas, ásperas, dulcos, resignadas, iracundas, violentas, guturales, so
escapan'on griterío desordenado, atronador, rugiente, del pecho do la Humanidad,
pidiendo ficciones que encubran sus lacras y mitiguen su tormento.
«Vale más destruir la felicidad que dejaría subsistir sobre la mentira», ha
escrito un pensador. Los más no somos de su acuerdo. Queremos ventura, y
la ventura es lo Infinito, y lo Infinito os lo imposible. Nuestro espíritu vagabundea,
errátil y gimiente, por los desolados paisajes de sus áureos ensueños
rotos, buscando su dicha disipada. Y percibe en espasmos de suprema congoja
el efímero durar de los amores jurarlos eternos, la insana calentura de la pasión
furtiva, la fragilidad de la «virtud incorruptible», el caer do las humanas
ilusiones. Y para salvarse de la ruina, nuestro espíritu creará otra voz
dioses, y levantará altares, y amará el misterio, y en su corriente inexhausta
calmará su sod. Y á cada verdad que la Ciencia enseño al entendimiento, responderá
un latido del ideal de nuestro corazón. En vano aquélla demuele dogmas
y templos; surgirán otra vez; porque las formas religiosas acaban, los
diosos mueren; pero la Fe que los croa y los sublima, ésa es inmortal, mientras
lo sea el Dolor.
La manía de vivir.
Enlatan Las Novosti un curioso suceso acaecido en el país de las estepas.
Una dama filandesa, de alta alcurnia y caudal copioso, se ha suicidado con
circunstancias atrayentes. Reunía juventud y belleza. Remataba en ella un

— 27 —
linaje ilustre. Sin grandes cariños que sujetaran su corazón á la tierra, imaginábase
peregrina con poco espacio que recorrer. Quiso estrujar con presteza
la vida y saborear brevemente ol jugo de la existencia. Gustó el vicio y
sufrió la virtud; liizo el bien y procuró el daño, goloseando el remordimiento,
semejante al agraz; disfrutó del lujo, y se abandonó con voluntaria dejadez á
los acosónos de la necesidad. Agotado su afán, se emparedó entre hielo, que,
cuajando con lentitud la sangre do sus venas, la depositó, al través de un
sueño sin pesadilla, en los brazos de la muerte.
Las JSTovos-ti califica de terrible extravagancia la decisión de la intrépida
rusa. Para explicarla., afirma (pie Eva Novigoroff—así se llamó la suicida—
estaba loca. Nuestra majadería es tan completa, y cerrada, que negamos equilibrio
mental á quien no conforma su camino con el nuestro. La gente excusa
sus rutinas y sus flaquezas amparándolas con el pabellón de la cordura. Puedo
ser muy bien lo necio: poro se llamará «razonable» si la necedad es común.
Parece que en la multitud grosera, y no en el individuo solitario, puso
Dios el fiel de la razón y ol contraste de la verdad. La patulea transigente so
arrellana en la vida y goza en ella con grotesca delicia. El espíritu inquieto,
sin cesar hostigarlo por ansias turbadoras, busca consuelo en el presuroso
cambio de panorama'. ¿Quien acierta?
Hacemos todos un mismo viaje: unos con al agro presteza, otros con tranquilo
despacio. Nos empujan, nos maceran y nos esclavizan cien presiones extrañas
á nuestro albedrío. Nada podemos hacer para redimirnos parcialmente
del cautiverio. O aceptarlo íntegro, ó romper del todo la cadena. Reside en el
corazón de algunos hombres coraje suficiente para acabar de una vez con los
recios y copiosos trasudores do nuestra congoja sempiterna. Lo quiere Dios.
No se muevo la hoja del árbol sin un decreto de su voluntad. ¿Habríamos de
renunciar al don soberano?
Quien agotó la savia de vivir, ¿qué debor cumplo en la tierra? Si se va,
deja puesto. Otros le suceden en el constante trasegar do la nada de la existencia.
¿En nombre de qué suprema razón pretenderemos retenerlo con nosotros?
¿Cuáles visiones hechiceras podremos desplegar ante su vista que le
aconsejen esperar? Damos á la vida un precio que no tiene. Sólo la curiosidad
la hace estimable. Sólo la justifica el afán do lo improvisto. Cuando lo imprevisto
no sorprenda, ó por extraño ó por menudo, no hay protexto, no hay razón
para vivir. Solemos llamar al que recobra su independencia «desertor».
No podemos consolarnos de que alguien mejoro su suerte variándola. ¡Desertor!
¿De qué compromiso? ¿De qué deber? ¿Deber de luchar, de sufrir? ¿Quién
se lo impuso? ¿Quién lo aceptó? Al que se quiere evadir del mundo, ¿qué le
importamos? El que se va, ¿qué nos importa? Caminamos por la existencia,
solitarios, sin conocernos unos á otros Cada cuerpo es como tumba cerrada,
cuyo interior no logramos escudriñar. ¿Qué puede haber do común entre dos
seres? Son dos mundos silenciosos que en vano pugnan por acercarse. Nada
aproxima tanto como ol amor. Y cuando los espíritus do dos amantes se buscan
para fundirse, depositan por fuerza sus anhelos en el seguro de la carne.

Negocio es de cada uno la duración de su existencia. Surgen los seres á
virtud de un solo impulso: la voluntad de vivir; justo es que los aniquile la
voluntad de morir. Regateamos al tiempo con sañuda terquedad la posesión
de unos años. ¡Necia porfía! Son instantes de furtivo deleite los que compramos
á costa de perdurable y trágico dolor. Tarde ó pronto, de igual modo nos
aguarda la tierra. Esqueletos desnudos hornos de ser. El carro de los siglos
rodará implacable sobre nuestros huesos pulverizados. Y aun antes, muertos
somos cuando sólo nos queda la memoria do los besos largos, apretados, voluptuosos,
del amor sensual. Porque ellos contienen toda la esencia y todo el
perfume de la vida. Cuando se acaban, ¿á qué arrastrar por el mundo despojos
de lo que fu ó?
Niños somos á quienes fascina y atrae el resistir de un secreto. ¿Qué misterio
mayor que el do ultratumba? Descifrarlo, nos brinda corno premio cotí
la quietud inalterable. ¿Cómo condenar á quienes no resisten su atractivo?
Son como luz que se apaga, como onda que se abate, corno sonido que se
pierde. La paz absoluta. ¿Por qué no respetar su elección? Privárnoslos en la
vida de todo beneficio. Nuestras fantasías se cansan imaginando el mal. ¿Poiqué
negarles el derecho de ese beneficio? «Todos los bienes podréis quitarme
—dice Zenón—menos el bien supremo de la muerte.» una causa tiene la, vida:
el amor, y él mismo nos brinda con encanto el perecer. Amores terrenos se
desvanecen; dejan en nuestros labios la avidez que lo efímero despierta. Y
sólo hay un nombro, nombre de mujer, que evoque el amor infinito, uno solo:
Eternidad.
¡Vanitas!
Quid est quod fuit? Ipsum quod, futuvum esi;. Quid
csl quod, facturu eM? I¡>sum quoil fucieiiduin ext.
i IvciíKSiASTKS, cap. T, v. II.)
Los últimos rumores, graves, solemnes, do las plegarias, se han extinguido.
La piedad ha caído sobro el sepulcro. Debajo de ella, en la cripta, queda
la oquedad de una habitación perdurable. Angostas paredes pétreas recogen
y aprisionan las sombras espesas. Dentro de la lúgubre cárcel lapidaria, donde
no penetrarán más, por los siglos de los siglos, el libre aire que; orea, ni la
luz del sol que vivifica, reposa un ataúd, y en el ataúd yaco un cadáver envuelto
para siempre en la obscuridad sorda y fría, eterna. Todo ha concluido.
Ha concluido do una manera definitiva ó irrevocable. Los sollozos do los suyos
resonarán junto á la tumba, y el que fue no los oirá. Cabalgarán sobre la losa
los rumores férvidos do nuevas revoluciones: la agitación del mundo rodará
sobro su frente, y aquellos ojos no se abrirán. Ningún poder humano mantendrá
abiertos sus párpados, ni arrancará á sus labios una palabra, ni á sus manos
una caricia para los pequeñuelos que tanto amó, ni á su corazón un
latido.
Así es la vida. Rayo de sol que relampaguea y so apaga en medio de una

noche inacabable. Así es la muerte: soplo repentino qne disipa el áureo sueno
del existir. Y corren desatinados, los días, repletos con nuestros afanes, con
nuestras ambiciones, con nuestros esfuerzos y nuestras venturas. Hincha Ja
sangre nuestras venas y caldea nuestro pecho con el fervor del entusiasmo. Se
encienden en nuestra, fantasía esperanzas inefables, y en nuestra conciencia
la fe en lo porvenir. Tiembla nuestra carne bajo la pesadumbre de sus amarguras,
y la acongoja la trágica visión de su miseria irredimible. Todo os vanidad—exclama
el hijo de David- ; morirá el hombre, y do él no quedará nada.
Y en la hora triste en quo desmaya la fe. nuestra alma, entenebrecida, prorrumpe
con Jeroschka en este grito desesperado: «Nosotros moriremos, la
hierba crecerá sobre nuestras turabas, y eso será todo.»
¿Será todo? ¿Será la agonía la última entrevisión del mundo, de las cosas
quo nos rodearon, de los sores que nos quisieron, de los recuerdos, do nuestros
recuerdos, que atan á cuanto fue y á cuanto es nuestro espíritu, y lo desgarran
crueles en el punto do la irreparable despedida? ¿Será noche, noche absoluta,
sin el consuelo do un vislumbre de la divina misericordia, noche en
el pensar y en el sentir de los muertos, sin quo en el hueco de sus cráneos
desnudos aletee invisible la memoria de su vida terrena, con sus angustias y
sus dichas, con sus posares y sus amores, siquiera como una remembranza
confusa y pesarla, penosa orno el alba do una noche do soñolienta embriaguez?
¿Será negado á los que se van ese consuelo, y á los que se quedan esa
limo-na do soberana piedad?
Una misma aurora amanece cada día; nosotros pasamos; el tiempo es el que
queda; siempre igual. «¿Quó os-—escribe el Libro Santo—lo quo fue? Lo mismo
que aquello que será. ¿Quó es lo quo se ha hecho? Lo mismo que aquello
quo se está haciendo.» La muerte desbarata las obras terminadas y pone en
nuevas manos su comienzo. Su voluntad nos borra como una luz quo se apaga.
No concluye nuestra vida, porque no vivimos. Vive el ser, y nosotros somos
las sombras lejanas quo él proyecta. ¿Por qué echar sobro nuestros hombros
la pesadumbre estéril de renovar el mundo? ¿Qué vale nuestro afán? Manantiales
de dolor son nuestras venturas porque acaban. La hora llegará, y seremos
arrancados á nuestros amores, á nuestros hijos, á nuestras ansias infinitas.
La muerte no tiene piedad. Nos restituyo á la tierra, para extraer de
nuestra podredumbre otros sores. Ella labora implacable. Yon torno nuestro,
todo es y será, por los siglos, desolación; sin otro consuelo quo las plegarias
del cristiano, aura pía,
qui vient chantar pour noua Ja chanson d' esperance,
la dicine chanaon qui calme la douleur.
BALDOMEHO AKGENTE.

Los remedios del espíritu.
El motivo de que muchos procedimientos clásicos en Terapéutica sean inútiles
en manos de unos médicos y eficaces en manos de otros; la razón do que
las cosas más baladíes é insignificantes, ó las más extrañas y paradógicas, produzcan
beneficios en estados morbosos contra los cuales se estrelló todo el arsenal
farmacológico y fisioterápico, se debe el arte especial con que los remedios
se administran, al esprit de la persona que los aconseja, á la gracia, á la
habilidad directiva do quien encauza la acción de aquellos agentes, perjudiciales
ó inútiles en muchas manos, y verdaderas panaceas en las suyas.
Este arts especial ísimo, en virtud del cual los agentes medicamentosos resultan
de mayor eficacia, y hasta con la ausencia de ellos so obtienen verdaderos
éxitos en Terapéutica, sólo con la expresión del rostro, con la dulzura
de la mirada, con el tono de la voz, con la energía do la palabra, con la elocuencia
del ademán, con el silencio unas veces, con el discurso otras, con la
inteligencia ahora, con la ternura después, con la voluntad siempre, es decir,
con el alma del médico sobro el organismo del enfermo; esto arte especial en
que el espíritu del doctor hace más que tocios los procedimientos terapéuticos
de que hemos hablado, prestándoles su influencia decisiva sobre el espíritu
del paciente; esta aplicación del alma misma, mejor dicho, del psiquismo,
como agente terapéutico, modificando la psiquis ajena por la psiquis propia,
se llama 1''sicoterapia.
Los procedimientos psicoterápicos son el aislamiento; el hipnotismo, la sugestión,
la conversación, la distracción y la reeducación, aunque nunca so emplea
uno de ellos solamente, sino varios, y aun todos juntos.
Aislamiento.
Separar al enfermo del medio donde adquirió la enfermedad, sustraerle á
las influencias de un ambiente psíquico que le es dañoso, alejarle de un clima
mental que lo perjudica, impedir la continuación en un modo de vivir nocivo,
sustraerle de influencias y acciones neuropatógenas y llevarlo á un medio distinto,
poniéndolo en un ambiente psíquico favorable, en un clima de equilibrio,
en una atmósfera mental donde ni vea, ni oiga, ni sepa de su familia,
ni de sus amigos, ni de sus criados, llevando á su espíritu nuevas impresiones
jaara influir en sa intelectus por sus sensu, según la frase aristotélica: éste
es el aislamiento, el cual no debe confundirse con la secuestración, de la que
so diferencia en que en ésta se pierde la libertad y debe intervenir la Administración
pública y aun los Tribunales de justicia, mientras en aquélla sólo
el médico os el llamado á resolver.
El aislamiento en las infecciones'se hace, no para favorecer al enfermo,
sino á los sanos que le rodean.

¡51
El aislamiento en las enfermedades de la corteza cerebral so hace, por el
contrario, con objeto de favorecer al enfermo, sin tener para nada en cuenta
á los sanos que le rodean.
Pues bien: la secuestración, la reclusión, el ingreso en el manicomio se
hace siempre informándose en las ideas quo aconsejan el aislamiento de las
infecciones, para evitar peligros más que para procurar consuelos.
El aislamiento puede hacerse en la casa del enfermo y fuera de la casa del
enfermo.
El aislamiento en la propia casa no suele hacerse más que en las clases
más acomodadas de la sociedad, que pueden permitirse el lujo de destinar al
enfermo habitaciones y aun jardines separados del resto de la casa donde
vive la familia, y aun así no os un verdadero aislamiento.
El aislamiento fuera de su casa y de su familia es el verdadero aislamiento,
y puede sor en distintos grados y de diferentes modos.
Así, estudiaremos el aislamiento oti las habitaciones privadas, ó sistema escocés;
el patronato familiar y las colonias autónomas, ó sistema belga; las colonias
anejas á los asilos, ó sistema alemán, y los asilos.
El aislamiento en habitaciones ó casas privadas consisto en trasplantar al
enfermo á una casa que no es la suya, con. una familia que tampoco os la
suya, y en la cual está como un pupilo ó huésped especial.
Esta clase do aislamiento conviene á enfermos inofensivos ó incurables.
El patronato familiar y las colonias autónomas.—Como modelos de este
sistema de aislamiento cítanse siempre Grheel y Liorneux.
Grheel goza de tiempo inmemorial do ser el punto donde se curan mejor
todas las insanias. Desde hace siglos, los pobres locos que llegaban á este
pueblo, do unos 6.000 habitantes, atraídos por los milagros de la santa patrona
de la villa, se alojaban en una dependencia ú hospedería desdo donde presenciaban
las ceremonias religiosas que habían, de curarles. Cuando los enfermos
no habían recobrado su razón después do la primera novena, salían de
la hospedería ( Ziekenkamer) y so repartían entre los vecinos del pueblo, en
cuyas casas alojábanse hasta la próxima fiesta patronal.
Este es el origen de la colonia. Se observó que por este método se obtenían
admirables resultados, y la Administración pública do Bélgica tomó cartas
en el asunto, reglamentando y vigilando esta especio de industria caritativa,
á la cual se dedican todos los vecinos do (xhcol, prestando asistencia á
más de 1.800 enfermos, que se dividen en dos grupos: los pensionistas y los
indigentes.
Los pensionistas pagan su pensión, quo en ocasiones llega á 5.000 y (i.009
francos, y gozan de toda clase de comodidades y socorros.
Los indigentes son mantenidos por la beneficencia pública, la cual paga
una pensión de 81 céntimos diarios para los indigentes limpios, 04 céntimos
por los indigentes semisucios, y un franco por los sucios; de cuyo precio se
destinan 0,10 para el servicio médico, 0,50 para el régimen alimenticio, 0,10
para la limpieza, 0,02 para la cama, 0,03 por gastos de administración, y el

esto para el patrón, el cual debe suministrar al enfermo un cuarto que tonga
como mínimum 2,óO metros de alto, por '2 do ancho y 3 de largo, bien iluminado,
ventilado y pintado con cal; la comida so hace en familia, y el patrono
es responsable do la alimentación, limpieza y seguridad del alienado.
Los vestidos los suministra la Administración.
Lo mismo en ]a casa que en la calle, ol alienado goza, do completa libertad,
siempre que no produzca escándalo ni desorden, y so mezcla en los trabajos
y quehaceres de la casa, ayudando al patrón y cuidando do los niños, ó
dedicándose á una industria particular, ó yendo á trabajar por un jornal fuera,
de la casa.
En ííoneríi.l, los enfermos se encuentran tan bien y se aclimatan tan peí'fectamente
al ambiente moral de este sistema do aislamiento, que muchos de
ellos, aun después de curados, permanecen en casa del patrón como un individuó
más de la familia.
Si la costumbre y el interés de los vecinos de esta colonia no fuese bastante
á explicar el trato cariñoso, exento de toda violencia, que los patronos
prestan á sus pupilos, la vigilancia de los enfermos, la de los demás huéspedes,
la. do los vecinos en general y la oficial de la Administración, cuya, vigilancia
so ejerce por la Comisión superior y por ol Comité permanente de inspección
y de vigilancia, constituyen la mejor garantía del acierto en el cumplimiento
de los deberes á cumplir con los desgraciados enfermos.
En Gheel existe, además, una. enfermería destinada, á recibir: 1.°, los nuevos
enfermos que llegan, y que son sometidos á observación por espacio de
cinco días, antes de sor colocados en las casas particulares; '2.°, los alienados
que enferman do procesos intorcurrentos graves, para cuyo tratamiento es necesario
un cuidado especial: ;3.°, los que so niegan á tomar alimento: 4.", los
peligrosos, exaltados, insubordinados y alcohólicos.
Liorneux es la nueva colonia autónoma que, situada en la provincia do
Lieja, al Sur de Spa y á 30 kilómetros do este balneario, puede considerarse
como una sucursal do Grheel.
Colonias anejas á los asilos. —Gomo su nombre indica, son agrupaciones do
casas dondo se ejerce ol patronato familiar, y que so hallan próximas á los manicomios,
do los cuales pueden recibir la vigilancia necesaria, y á los que
pueden reintegrarse los enfermos tan pronto como se considero necesario.
Asilos.—Constituye el mejor medio do aislamiento para la mayoría de los
enfermos mentales.
En España puede considerarse como verdadero modelo de esta clase o]
Instituto Pedro Mata, do Rous. En estos manicomios ó casas do salud, ol aislamiento
puede instituirse, con arreglo á las necesidades, en. diferentes grados,
desdo la reclusión absoluta on el locho y en completa soledad, hasta, los trabajos
agrícolas en unión de otros compañeros ó de individuos sanos.

Hipnotismo.
Es un estado psíquico provocado ó espontáneo, durante el cual el individuo
duerme un sueño especial, que so distingue del sueno fisiológico en que
el hipnotizado no tiene sensibilidad ni sensorialidad más que para cierta clase
de sensaciones ó para determinadas personas que las provocan; as!, por
ejemplo, el dormido despierta cuando se le habla, y el hipnotizado no se despierta
más que cuando le habla la persona que le ha dormido, si el hipnotismo
ha sido provocado, ó cuando termina el ataque de hipnosis, si el hipnotismo
ha sido espontáneo.
En nuestro punto de vista de la Terapéutica, no nos ocuparemos más que
del hipnotismo provocado en ciertos casos, al objeto de aplacar determinados
fenómenos ó preparar el espíritu del individuo á sugestiones benéficas.
Pero como aun cuando no pueden negarse las relaciones estrechísimas que
existen entre el hipnotismo y la .sugestión os evidente que hay muchos estados
hipnóticos en cuya génesis no ha tenido parto la sugestión, y otros muchos
en los cuales el simple hecho del sueño hipnótico acarrea beneficios por
sí solo, sin necesidad de sugestiones secundarias; como también es cierto que
existen sugestiones sin hipnosis previa, trataremos separadamente de estos
dos procesos psíquicos, distinguiendo, además, en el hipnotismo, el sueno espontáneo
del sueño provocado, dejando aquél como manifestación do la psicastonia
llamada histerismo, y ocupándonos do éste como medio terapéutico.
Para obtener el sueno hipnótico con finos terapéuticos, deben tenerse en
cuenta las circunstancias y reglas siguientes:
Exigir la presencia de algún individuo de la familia mientras se procede
á la hipnotización y dura el estado hipnótico.
Colocarse en una habitación aislada, adonde no lleguen los ruidos del exterior
ni haya objetos que llamen la atención del enfermo.
Procurar que el individuo se distraiga de todo su psiquismo interior y enfoque
toda su atención á la idea do dormirse.
Mostrar al enfermo con anterioridad individuos que han sido hipnotizados
otras veces, y hasta, hipnotizarlos en sn presencia.
Poner al enfermo acostado en la cama ó sentado en cómodo sillón, y ponderarle
con razonamientos y palabras llenas de fe la inocuidad del procedimiento
y su eficacia para la curación de aquellas penas que le afligen.
En seguida, en vez de fijar la mirada del enfermo con nuestra mirada, lo
cual es poco delicado tratándose do señoras, ó de lograr aquella fijeza haciéndole
mirar á un foco de luz, ó á la piedra de una sortija, ó simplemente al dedo
de la mano, ó á un espejo rotatorio: ó de hacerle pases con las manos á lo Mesmer
ó á lo Faria, aconsejo apoyar dulcemente, el pulgar y el índice de la mano
derecha sobre los ojos cerrados del enfermo, colocándome á la derecha de su
cabecera, y decirle, poco más ó menos, lo siguiente:
—Estad tranquilo, respirad hondo y muy despacio, contad mentalmente,

— !S4 —
recitad un padrenuestro; figuraos que es la hora de la noche en que soléis
dormiros ordinariamente. No penséis en nada, porque nada es digno de que
penséis en ello, más que en dormir, sí, dormir; el sueño trae la calma al espíritu,
y el sosiego al alma, y la quietud al cuerpo; el sueño es la paz, es ol silencio,
es la. obscuridad, ol arrullo tranquilo; todo so desmaya ante el sueño,
que viene despacio al parocor, porque no hace ruido, ni tiene luz, ni se agita
nada, pero que, en realidad, avanza con vuelo raudo, con ol dedo sobre los
labios, qao musitan un chis prolongadísimo, y todos callan, y los que hablan
se alojan, y las luces se apagan, y la obscuridad so acrecienta, y la noche, una
noche plomiza, como el. plomo pesada, os envuelve todo el cuerpo, gravitando
sobre vuostros brazos, que están quietos; sobre vuestras piernas, que no pueden
moverse; sobre vuestro corazón, que sigue al péndulo do un reloj silencioso
y tranquilo; sobro vuestra rospiración, que se hace suspirosa, profunda y
muy lonta; sobre vuestros párpados, que no pueden abrirse...; y, al mismo
tiempo, los dolores huyen, las sensaciones escapan y nada se siente, porque
nada existe más que el sueño, cada voz más hondo, cada vez más dulce, cada
voz más aplanador. Sueño, mucho sueño. Dormir, dormir profundamente,
dormir más, más, más chicJich..., y así, en una modulación prolongadísima,
cada voz más tenue, de la s y la ch, continuar unos segundos mientras separáis
los dedos de sus ojos y hacéis pasar á través do los párpados do la hipnotizada
toda la energía de vuestro mirar intonso y convencido, en ol que queréis
poner siempre toda la fe en el procedimiento, toda la esperanza en su resultado,
toda la caridad para el que sufro.
Este sueño hipnótico puedo ser recordado al despertar ó no haber recuerdo
de ninguna clase. En el primor caso, el sueño no es muy profundo y puede
alcanzar seis graduaciones, que, de menos á más, son: la somnolencia; la imposibilidad
de abrir los ojos espontáneamente; la catalepsia con posibilidad
da quebrantarla; la catalopsia irresistible é imposible do romper; la contractura
involuntaria, y la obediencia automática.
En el segundo caso, el sueño es profundísimo y puede alcanzar tros grados,
que, do menos á más, son: la ausoncia de alucinabilidad; la alucinabilidad durante
el sueño, y la alucinabilidad durante el sueño y después del sueño; de
cuyos estados nos aprovecharemos, por la mayor sugestabilidad que determinan,
para poner en práctica ese otro medio psicoterápico que llamamos sugestión.
Pero confesemos que el sueño hipnótico por sí, sin sugestiones subsiguientes,
produce efectos maravillosos, en ocasiones más acentuadas que los
del sueño natural, y desde luego mucho mejores que los del sueño obtenido
por medicamentos ó aplicaciones eléctricas ó hidroterápicas.

Sugestión.
Imponer nuestras ideas á los domas, hacerlos participar de nuestras opiniones,
ó hacerlos dueños do ideas que no son las nuestras y defensores de
opiniones que no profesamos nosotros, poro que queremos quo tengan, defiendan
y profesen los demás, y conseguir osto como á viva fuerza de voluntad,
sirviéndonos del tono imperativo, de la súplica insinuante, do la simple enunciación,
de la afirmación categórica del hecho que queremos quo prevalezca
en la mentalidad ajena: eso os sugestión.
Nada do razonamientos, nada de lógica, nada do sindéresis, nada do convencimiento,
en fin, la viva fuerza de una voluntad podorosa haciendo penetrar
on una voluntad débil un estado do conciencia: esto os sugestionar; y sugestión,
la idea ó los pensamientos penotrados en aquel corobro, que como
blanda cora recibe las huellas do nuestra voluntad, dura y firmo como el buril
dol grabador.
Si estas sugestiones son de ideas, de actos, do emociones que vienen á neutralizar,
modificar ó borrar estados de conciencia perjudiciales, y á despertar,
ahondar ó extender estados de conciencia beneficiosos, las sugestiones serán
terapéuticas, y do ellas son de las quo vínicamente nos ocuparemos.
Para que á un enfermo puedan hacérsele sugestiones, es menester quo éste
se encuentre on condiciones de receptividad. Al estado de receptividad, ó
condición psíquica indispensable para recibir y obedecer á las sugestiones,
so llama sugestionabilidad.
Por fortuna, la sugestionabilidad os mayor en aquellos enfermos quo, si
por tenerla padecen, por tenerla también pueden curarse: me rofiero á los psicasténicos;
y dentro do este grupo do corticópatas, á los histéricos.
La sugestionabilidad puede sor absoluta ó relativa, es decir, que el individuo
sugestionable puede ser sugestionado por todos, ó simplemente por determinadas
ó determinada persona.
Aunque muchas veces hay una relación estrechísima entro el espíritu sugestionado
y el espíritu sugestionado!', lo cierto os que la mayor parte de las
veces los individuos se sugestionan, como se hipnotizan, por su grado de sugestionabilidad
ó do hipnotabilidad, más que por la fuerza sugestiva ó la
energía hipnótica del sugestionado! 1 ó del hipnotista.
La sugestionabilidad es un estado infantil do la mentalidad humana, que
coloca al psicasténico, desde osto punto de vista, en condiciones psíquicas parecidas
á las del niño, á quien todo lo viene de nuevo, cuya experiencia insignificante
no le da elementos de comparación con los cuales pueda su juicio
rudimentario aquilatar la verosimilitud de las ideas y la posibilidad de los actos
independientemente de su inteligencia, que puede ser poderosa; de su
imaginación, que puede ser fecundísima, pero íntimamente ligada á su voluntad,
que espigmeica, insignificante, atómica, pasiva, incapaz de tomar una

esolución y de encauzar un juicio, impotente para orientarse y-para rechazar
una imposición.
Este estado do sngestionabilidad, mayor, como digo, en los niños que en
los adultos, en las mujeres que on los hombros, en los campesinos que en los
ciudadanos, en los ignorantes que en los instruidos, en los emotivos que en
los locos morales, se puedo acrecentar, cuando por estar despierto parece no
existir, por medio del sueño, y muy particularmente por medio del sueño hipnótico.
La sugestión puede existir, por consiguiente, estando el individuo ¡i
quien se sugestiona despierto, dormido ó hipnotizado.
La sugestión es más fácil en este último caso, y más difícil en el primero.
La sugestión hipnótica puede hacerse en cualquiera de los períodos de la segunda
fase hipnótica, pero muy particularmente durante el sonambulismo.
Se le dice al individuo puesto on este estado que note ó quo dejo do notar, (pie
vea ó que deje de ver, que olfatee ó que dejo de olfatear, que perciba ó que
dejo de percibir, que so mueva ó quo se esté quieto, que se levante ó que se
caiga, que sufra ó que goce, que haga ó que deje de hacer, que esté alegre ó
quo esté triste, que piense esto ó lo otro ó lo do más allá, que recuerde ó que
olvide, quo reclame un objeto ó quo lo regale, que pida ó que entregue, que
vaya ó que venga, quo so aproximo ó quo se aparte, quo ame ó que odio, que
se ruborice ó que palidezca, quo esté tranquilo ó inquieto, que respire jadeante
ó pausado, quo se precipite su corazón on un latir impetuoso ó que so reporte
á un ritmo cansado y lento, que se ponga su cuerpo rígido como una
piedra ó flácido como un trapo, y el enfermo pone su sensibilidad y sus movimientos,
sus sentidos y sus potencias, su inteligencia, su memoria, su voluntad,
la nutrición de sus tejidos y la ideación de su. intelecto á servicio do una
voluntad extraña, que S3 sirve do sus órganos todos para hacerlos funcionar
á su antojo y capricho.
No se crea, sin embargo, que la sugestionabilidad de los histéricos llega
á tal extremo de pasividad, ni el poder del sugestionado!* á tal grado de energía,
que pueda hacerse por la sugestión un santo de un malvado, un criminal
do un hombro honrado, un sabio de un ignorante: tanto valdría suponer que
por la sugestión puede convertirse un pobre en rico, un niño en adulto ó un
hombre en mujer.
Todo lo (pío pasa en este bajo mundo tiene sus límites, y la conciencia humana
y el poder del hombre los tiene tan estrechos y reducidos, quo, aun cuando
parezca mentira á nuestra soberbia, no ve más allá de sus narices; nuestra
inteligencia tiene un radio do acción más corto que el de nuestra vista, y nuestro
influjo cabo holgadamente dentro del estrecho círculo intelectual, como
piedrecita en cascabel.
Todo el mundo desea curarse, todo el mundo ansia verse libre do sufrimientos,
todo el mundo espera el indulto ele su pena física y moral, y por eso
el estado de sugestionabilidad del enfermo es muy acentuado y muy á propósito
para recibir sugestiones libertadoras del dolor.
Pero téngase en cuenta quo es una sugestionabilidad específica íntimamen-

— 37 —
te ligada á la terapéutica, y quo aquel mismo enfermo que recibirá con júbilo
las sugestiones de su curación y so mostrará crédulo á las indicaciones de que
pronto dejará do sufrir, y abonará con la fe de su espíritu y rogará con la esperanza
de su corazón aquella simiente benéfica de la sugestión curativa quo
impono á su conciencia, aquello quo más ansia, y do esta suerte la semilla sugestiva
crece y se desarrolla con vigor extraordinario, ahondando con sus raíces
en lo más profundo de los recuerdos y sombreando con sus ramas en lo más
lejano de la- imaginación; aquel mismo enfermo que se dispone á recibir la sugestión
salvadora, como ol creyente el viático, con fervor inmenso, con recogimiento
edificante, con amor purísimo, con anhelos y vehemencias quo conmueven
todo su ser; aquel mismo enfermo rechazará con un gesto do disgusto,
con una palabra do protesta, con un movimiento de huida, con un sollozo
de pena, con un grito de horror, cuando no con un ataque de convulsiones formidables,
las sugestiones malavenidas con la dirección moral de su personalidad,
que una herencia honrada, una educación ótica y una conducta irreprochable
han trazado.
Para que las sugestiones resulten cumplidas, hay necesidad de cierta relación
entre lo que la enferma apetece y lo que so le ordena, entre sus deseos y
sus satisfacciones: y aunque parece que la hipnotizada hace lo que nosotros
queremos quo haga, no hace sino aquello quo le conviene; y lo que nosotros
conseguimos con la sugestión, es hacerle conocer aquella conveniencia y darle
los medios para, que le satisfaga.
Es decir, quo la sugestionada quiere curarse indudablemente, pero ni sabe
lo que quiere ni tiene bastante fuerza do voluntad para conseguirlo; y nosotros,
al hipnotizarla, ponemos á su servicio nuestra inteligencia y nuestra
voluntad, para que sepa querer v pueda querer aquello quo olla quiero sin saberlo
y sin poder quererlo. Por donde so desprendo que no supone bien el hipnotista
al estimar al hipnotizado como un juguete de su albodrío, sino quo,
por el contrario, es un usurpador de su voluntad, de la quo se apodera de buen
grado en cuanto se le insinúa on su cerebro débil, por medio de una sugestión
terapéutica.
La sugestión, que es más fácil cuanto más repetida, puedo ser dentro de
la hipnosis ó fuera de la hipnosis; es decir: hipnótica ó posthipnótica. En el
primer caso, la sugestión surte su efecto durante el sueno hipnótico; en el segundo,
surte su efecto después del sueno.
La sugestión hipnótica consiste en imponer una idea verhalinonte mientras
el individuo hipnotizado duerme.
Para hacer esta sugestión, hay necesidad previamente de que sepamos quo
el hipnotizado nos escucha y nos atiende. Sólo cuando el médico, después de
hipnotizar al enfermo, lo llame por su nombro, aunquo sea on voz quedísima,
y obtenga contestación del hipnotizado, podrá decirle on forma más ó menos
imperativa si se dirige á él, ó en tono más ó monos convencido si figura que
lo dice á los que le rodean, quo este dolor desaparecerá, ó este sufrimiento ha
terminado, ó aquello que consideraba perdido se ha reemplazado; y repitiendo

— 88 —
muchas veces estas palabras en una misma sesión, ó repitiendo el número de
sesiones, obtendrá los resultados que so proponía.
Más difícil que la sugestión durante el sueño hipnótico es la sugestión durante
el sueño natural.
Para conseguirlo, comenzaremos á ponernos en relación con el dormido
hablándole quedo, cogiéndole la mano ú oprimiéndolo los ojos ó la frente; y
habiendo tenido la precaución de interesarle en cualquier asunto, poco antes
de dormirse, merced á una conversación interesante para el enfermo, lograremos,
después de dormido, pegar la hebra de nuestro discurso, como vulgarmente
se dice, y en este caso obtendremos contestaciones categóricas y espontáneas,
tras de las cuales penetraremos en su psiquismo con las cuestiones qne
queramos, por considerarlas necesarias á su curación.
Más fácil en cuanto á la técnica, aunque más difícil en sus resultados, es
la sugestión en estado vigil, que, sin embargo, en muchas ocasiones es evidente.
Así, decid á un aprensivo que tiene mal color, que su frente quema y que
su pulso va muy frecuente, y no necesita más el desdichado para considerarse
enfermo. Por el contrario, ¡cuántas veces el médico sonríe ante una situación
angustiosa, y aquella tranquilidad fingida del doctor lleva una calma real al
que sufre y á los que con él sufran!
¿Quién no recuerda el caso del enfermo á quien so le inmoviliza un brazo
simplemente preguntándole: ¿desde cuándo no puede usted mover el brazo
izquierdo?, por ejemplo.
¿Y la eficacia de las pildoras do miga de pan, que unas veces hacen papel
de purgantes, otras de astringentes, otras do calmantes, otras do vomitivas,
otras de aperitivas, etc., etc.?
¡Sugestión, sugestión! ¿Qué hay en el mundo de bueno ó do malo, de eficaz
y de positivo, que no deba á la sugestión sn eficacia positiva?
El empirismo, la fe, la experiencia, las famas, los prestigios, ¿qué son y
por qué curan?
La morfina quita los dolores, tanto porque se extrae del opio, como porque
tiene una reputación de analgésica.
Si dais morfina diciendo que es cafeína, y habláis de lo excitante y desportadora
que es esta última substancia, en muchos casos no aparecerá el sueño
que buscáis con el medicamento, y que se desvanecerá ante la vigilia que provocáis
con la sugestión, y en casi todos, el sueño sorá tardío, corto y poco profundo
.
Yo, de mí, os aseguro que si á las personas de cierta cultura les doy un
centigramo do cloruro mórfioo, sin decirles qué es lo que los doy, obtengo resultados
mucho menores que si al dárselo les digo que es morfina.
El nombre de este alcaloide, con su reputación consolidada durante muclhos
años, tiene al ser pronunciado una eficacia positiva.
Por oso obtendréis los mismos efectos dando una doble dosis de esta substancia
que dando nada más la mitad de la dosis, y aun la cuarta parte, oxela-

— 30 —
mando, al pinchar con la aguja de vuestra jeringuilla, estas palabras sacramentales:
—Voy á claros una inyección de morfina.
¡Sugestión, sugestión! ¿Por qué quitar la que la Fe produce, y hacer incompatibles
la tierra con el cielo, lo humano con lo divino? ¿Qué labor satánica
no es arrancar aquella fo de los que sufren y borrar con nuestros razonamientos
la dulce esperanza en lo sobrenatural? ¿Y cuan difícil no ha de ser
en todos los tiempos á los sabios doctores hacer creer á los que padecen que
quien anduvo sobre las olas por su propio pie, y curó leprosos, y resucitó
muertos, no puede aliviar un dolor ó desportar al movimiento un miembro
paralítico, cuando á todas horas podemos ver que hace algo más que eso, y es
infundir resignación para soportar los sufrimientos más crueles y pegarnos
con fruición verdadera á la roca del dolor humano con el aglutinante maravilloso
del amor divino?
Conversación.
Hacer á fuerza de entendimiento lo que la sugestión hace á fuerza de voluntad:
esto es el papel psicor.erápico de la conversación.
En la sugestión, ni el médico tiene que discurrir gran cosa para curar á
los enfermos, ni éstos tampoco agotarán su inteligencia para dejarse curar.
Pero así como en la sugestión todo lo hace la sugestibilidad del enfermo,
sometiéndose á la voluntad del sugestionado!", en la conversación todo tiene
que hacerlo la ilustración, cultura, esprii ó inteligencia del doctor, quien
debe ser tan hábil, tan agradable, tan atrayonte, que consiga desvanecer con
su entendimiento las sombras del entendimiento de su interlocutor, y mostrar
tal ingenio y cultura que pueda llegar con perseverancia y bondad sin límites
á desentolarañar de projuicios, fobias, ideas fijas y preocupaciones el torturado
cerebro del psicasténieo.
Los enfermos que mayores ventajas sacan del procedimiento psicoterápico
de la conversación son los neurasténicos, poseídos como están do una idea de
impotencia para todo, nacida de la sensación do fatiga física y psíquica que
les aplasta su personalidad.
En esta clase de enfermos, no solamente es la conversación ingeniosa,
amable y bondadosa, el mejor de los procedimientos terapéuticos, sino que es
el único eficaz.
Escuchar con paciencia y con atención sin límites las narraciones kilométricas
que os hagan los enfermos; oir la lectura do sus cuartillas, donde día
por día han ido escribiendo todo cuanto les ha pasado; haced de cuando en
cuando señales de asentimiento á lo que dice; moved la cabeza afirmativamente
cuando escucháis algún juicio que no sea del todo disparatado; chasquear
la lengua contra el paladar en los pasajes que inspiran lástima; enarcar
las cojas y miradle con atención cuando llegue algún período donde so narran

-- to —
sucesos raros, extraños ó insólitos; sonreír cuando algún momento de placidez
os sea relatado en aquel monótono miserere; aproximad vuestro asiento al del
interlocutor, tenderle la mano, apretarla contra la vuestra, como significando
la parte que tomáis en sus sufrimientos, y en seguida hacedle un sinnúmero
de preguntas, indagándolo todo, buscándolo todo, persiguiéndolo todo, hasta
en sus más nimios detalles; y sin temor de ser prolijos en el interrogatorio, ni
posados en la exploración, hablad do todas sus visceras, analizar todos sus
productos y recurrid á todos los medios de exploración positiva, desde la investigación
del estado de la lengua y del pulso hasta la inspección radioscópica,
pasando por ioda clase de percusiones y ascultacionos, posos, medidas y
trazados gráneos, análisis químicos y microscópicos. Inmediatamente, y procurando
empaparos de los sufrimientos do vuestro enfermo, do sus aficiones,
de sus necesidades y de sus ocupaciones, procurad arrojar de su imaginación
las ideas erróneas que por una interpretación falsa ó por una percepción exagerada
le atormentan de modo extraordinario y tenaz.
Sobre todo, no le llaméis aprensivo, no le digáis que lo quo tiene no es
ñafia, no le deis á entender quo carece de importancia su enfermedad, sino
que valiéndoos de ejemplos tomados de su propia vida, y empleando las palabras
propias de su carrera, de su profesión ó do sus entretenimientos favoritos,
demostrarle que aunque sufre mucho no os porque los motivos del sufrimiento
sean muy grandes, sino porque su exquisita sensibilidad se apercibe
do fenómenos que á los demás pasarían desapercibidos, y la preocupación
constante de su espíritu lo impide el reposo mental y la tranquilidad do juicio
necesarios para dar á las cosas su verdadero valor.
Ordinariamente, ni se nota el roce del aire por los bronquios, ni el do la
sangre por los arterias; ¿qué extraño os. siendo su perceptividad delicada.,
hasta el punto de que note aquellos fenómenos puramente vegetativos y siempre
inconscientes, qué extraño os que, en estas condiciones, las más ligeras
cosas de la vi'la consciente lo produzcan verdadera angustia? Y por otra parto,
ignorando el verdadero mecanismo de las funciones todas, y no sabiendo que
las cosas de más distanciado pronóstico, con sólo acaecer en un mismo órgano
(> función determinados, presentan apariencias sintomáticas semejantes, ¿cómo
habrán, de sorprendernos sus zozobras, sus duelas, sus vacilaciones, sus desmayos,
sus temores, en fin, que le hacen estar constantemente avizorando el
menor trastorno 3' en acecho de la más insignificante perturbación?
Distracción.
Tan fácil como es recomendarla, es difícil conseguirla.
¿Qué sirve al hombre huir, ha dicho Séneca, si no puede, salir de sí propio,
ÍRÍ él es de sí mismo su eterno é insoportable compañero? Séneca tiene razón
(en lo que dice, pero no olvidemos que Séneca fue un neurasténico recalcittrante,
que no sólo tenía la personalidad desdoblada, sino que se apercibía del
olesdoblamiento de su personalidad, y pensemos que si muchos sufrimientos

—II —
los trae nuestro modo do sor y nuestro propio carácter, liay otras penas que
provienen de fuera, y en ese caso procura un gran alivio el aislamiento, como
hay otros muchos casos en los cuales nuestro yo, abstraído en su propia consideración,
sufre por falta de estímulos que le soliciten fuera de sí, y en estos
casos la distracción acarrea los mismos beneficios que en aquellos otros casos
acarreaba el aislamiento.
Pero la distracción no os la vida del viajero, esclavo de su equipaje y del
horario de los trenes, sin libertad ninguna, pues quiera que no ha de obedecer
á empleados del tren, de barco, do fondas y do espectáculos, sin un momento
de reposo, en constante ajetreo que aumenta su cansancio, sino que la distracción
debo ser tranquila, ordenada por sí mismo ó por el médico, que siempre
ha do hacerlo de mejor manera que el jefe do una estación.
La lectura unas veces, el teatro otras, espectáculos elegidos y adecuados
á las necesidades del espíritu del enfermo, juegos, sports, ejercicios físicos,
meditaciones, devaneos, amoríos: la Ciencia con su acicate poderoso, el arte
con su horizonte inmenso, ofrecen al doctor, para que los indique á su enfermo,
infinidad do motivos, innúmeros matices de distracción, desde la más pueril
hasta la más transcendental, para todos los gustos y para todas las necesidades,
en todos los grados y á todas las medidas.
RICARDO ROYO VILLANOVA.

La isla de Cortegada.
Hablase á cada momento de la inconstancia do las cosas humanas y de la
mano invisible que abate ó sublima; y en verdad, cuando se estudia el pasado,
se ve bien pronto que la lección es manifiesta, que nadie está seguro de nada,
que todo depende de un momento, y que el hombre, como cuanto es suyo, so
halla entregado á lo imprevisto. La ciencia popular ha dicho entre nosotros:
De cén on cén anos,
De réises sáen villanos;
E de centos á seis,
De villanos sáen reís.
Y lo lia dicho bien, pues lo mismo que de las personas puede afirmarse de las
cosas. Tal rincón olvidado obtiene de golpe la primacía, tal belleza desapercibida
adquiere renombre, tal sucoso muerto y enterrado vuelve á la vida y
recobra la importancia que merece, gracias á aquellos misteriosos movimientos
que levantan ó abaten en el mundo.
Tal pasa en este momento á la ría do Arosa y encantados lugares que
besan las olas de aquel golfo hermosísimo. No diremos que otros que gozan
fama inmortal lo merecen menos; poro sí que éstos le son iguales y obtienen
el mismo amor y la misma admiración de quien los visita. La luz, el aire, el
cielo, las aguas apacibles, las azules lejanías pueden con toda justicia compararse
con otros igualmente bellos, pero jamás sor superados.
Cuando rompe el día y llena do luz las playas dormidas, cuando la tarde
deja caer blandamente sobro ellas sus sombras, cuando en el cielo brilla la
inmensa cohorte do estrellas, ó la tempestad agita irritada las aguas y el
viento impetuoso, siempre aparece á nuestra vista dotado ol golfo de una
belleza suprema. En quien lo haya contemplado una vez, su recuerdo es imborrable;
y si el dolor le ha visitado, vioudo sufrir en las orillas apacibles á
la que era paz y alegría de sus ojos y de su corazón, nunca podrá negar que
si sus encantos le hieren con el peso do una pena eterna on la memoria, no
por eso dejan de poner con su hermosura, aquellos lugares inolvidables, en el
vaso del dolor, su gota de consuelo.
Muchos años hace que conocemos aquellos sitios, antes tan desconocidos
como hermosos por su misma soledad, y para los cuales la fama viene ahora
.á romper con sus dedos de hada bienhechora ol velo que los ocultaba. Un
momento bastó para que saliosen del olvido en que vegetaban á las grandezas
«pie les esperan. Muchos también que pusimos por primera vez el pie en la
(encantada isla. ¡Cuántas dulces impresiones experimentadas entonces, á su
••vista, en lo interior de su soledad, en los recuerdos que dejó en nuestra alma!
¡¡Qué de sueños imposibles, qué de apacibles momentos, qué ansia do hallar en
jaquel apartamiento un dulce refugio para quien habían abatido la muerte y
líos desengaños! ¡Hoy, imposible! Lo que no ha mucho ofrecía al afligido el

43
consuelo de su humildad y apartamiento, abro sus brazos á las grandezas que
la esperan y á los múltiples raidos que bien pronto llenarán sus ámbitos. Ya
no podrá decir nadie: Aquí levantaré la obscura vivienda do mis últimos días,
en medio do estos campos solitarios, orillas do las aguas dormidas, al pie do
estos pinares gemidores, lejos del hombre y de todas sus traiciones. Otros más
felices tendrán en medio de la isla su palacio, y traerán á ella el fausto, la
alegría de las fiestas, cuyo recuerdo no so borra en las almas felices.
Pero ayor humilde, hoy feliz, tiene Cortegada su historia, y, por tanto,
su voz en el pasado. Puedo decir con orgullo quo no será ahora la primera vez
que alberga un rey bajo sus cielos y ve levantar las tiendas del soldado en
medio de sus campos. Ciertamente que hoy no es posible decir: tal día, á ta'
hora, arribaron á estas playas los barcos normandos: quo un wiking, cuyo
nombro se confunde en la memoria de los hombres con el délos que le sucedieron
on el de las expediciones á Galicia, buscó en olla un momento de descanso
para aquellos guerreros, cuya presencia anunciaban ol humo y las llamas, y
la espacia terminaba su obra de exterminio (1). Mas es lo cierto quo siempre
que arribaban á aquellos lugares esperaban ansiosos la hora de marchar
hacia la ciudad del Apóstol, cuyas riquezas eran incentivo de su nativa codicia.
Ya Giidned, quo, según las crónicas, se detuvo tres años on nuestro
país ("2); ya el santo y valeroso Olaf, ya Ulf, á quien dieron los suyos el sobrenombro
de el gallego, ¡tanto castigó esta tierra!, cseogieion la isla de Cortegada
como lugar do descanso y estratégico á la voz, para emprender desdé
ella sus expediciones al interior de Galicia, para dejar á su abrigo las naves
á que habían de recogerse.
No debemos extrañarlo. Los normandos, quo en sus innumerables expediciones
no buscaban más que el combate y su botín, atacaron en Galicia aquellos
lugares quo le ofrecían más abundante. Violes arribar la primera Corufla,
en donde fueron batidos y deshechos {'¡i). Y cuando la ciudad del Apóstol
se los presentó por su nombradla y riqueza como punto en que estaba á
merced do su espada, allá se fueron on su busca. Poro á Santiago le defendía
su alejamiento del mar. No se podía herirlo al paso, saquearle y partir de
nuovo. Era, por tanto, forzoso abordar las playas más cercanas á la ciudad
sagrada, quo fue ya siempre su único punto de mira, dejando á su espalda
lugar seguro adonde volver, en caso do peligro defenderse, y si la suerte los
(1) Los normandos soliíin; como os sabido, ocupar las islas cercanas al litoral de los mares por que navegaban, pues
las miraban, y era justo, como único lugar seguro para su reposo y defensa. La situación de la de Cortegada no podía
serles más favorable- Ocupado Carril, se hallaba doblemente defendida la isla, á la cual podían arribar con la mayor
^acuidad y rechazar los ¡i taques de que pudieran ser víctimas. Ninguna otra como ella más cercana á tierra y más con-
veniente para verificar e in la mayor facilidad las expediciones á Santiago.
(2) Hay quien afirma < ue estuvo seis años en Galicia, quien que tres, y es lo aceptado generalmente, por más que el
P. Flórez dice que uno t¡i n sólo.
(3) No se sabe el nombre del jefe que atacó Coruña en SU. Tampoco se conoce el del que mandaba la expedición
que derrotó el Conde de Galicia, Pedro, en 859. Ni siquiera dónde tuvo lugar el encuentro. De lo que no cabe duda es
de que desde este tiempo, más ó menos importantes, fueron numerosas las expediciones que los normandos dirigieron
contra Galicia; que cuando estos últimos asaltaban, al paso para Portugal y Andalucía, los campos y poblaciones cercanas
al mar, no era tanto el estrago como si se dirigían al interior del país. Desde un principio marchaban hacia las
ciudades episcopales para saquearlas, pero bien pronto prefirieron caer sobre Santiago, como si no conociesen otra cosa
en Jacobslantl, esto es, en ¿¿erra de Santiago, como llaman las Sagas á Galicia.

¡i —
era adversa, marchar hacia otros países para ellos igualmente hostiles. Este
lugar de seguridad para una retirada, ó para partir do nuevo, sólo pudo ofrecérselo
en este caso, por su admirable posición, la isla de Cortegada. Pronto
vio el normanda cuánto le convenía como lugar de doscansi y corno lugar de
defensa, á la que concurría Carril, qno lo daba abrigo con las alturas que lo
rodean. Podía tenor allí sus cuarteles, podían sus naves anclar sin temor,
podían sus guerreros partir desde aquellas orillas y marchar hacia Santiago,
podían volver á ellas, ya vencidos, ya hartos do despojos.
Los obispos compostelanos, que cada vez más temían las invasiones normandas,
trataron de defenderse, y para olio fortificaron la ciudad; y como no
bastase, hicieron otro tanto con las Torres de Oeste (f), desde las cuales podía
hostilizarse al enemigo, dificultar la marcha do las naves y oponerles, á su
abrigo, una resistencia importante, puesto que las aguas del Ulla, cuyas orillas
guardaban, les permitían penetrar en el corazón del país gallego. Con
cien naves y ocho mil guerreros vino Gudraíd i á) en el año !>68. Era expedición
importante por el número do combatientes, lo era por la bravura de su
jefe, quién sabe si por los pensamientos quo abrigaba, do apoderarse de (xalicia.
Arribó el enemigo á Cortegada, y en bi isla y en Carril so estableció ya
como dueño. Informóse, sin duda alguna, del estado del país, de las dificultadas
que podía hallar en su marcha; y sabedor do la resistencia quo le opondrían
los naturales en las Torres de Oeste, comprendió quo mejor que arriesgar
un combate en un lugar en que sus naves no podían pasar fácilmente, se
decidió á emprender la marcha por tierra. Súpose en Santiago la arribada
de los normandos, yá toda prisa se reunieron los que habían do combatirlos.
Dispuesto Grudrced á esquivar el indudable peligro que podía correr en las
Torres de Oeste, paso difícil do ser forzado, marchó siguiendo por tierra las
orillas del río, tal voz protegidos los invasores, hasta donde esto les era posible,
por los barcos de la escuadra. Opiísoseles el obispo Sisnando mucho antes
que llegasen á Cesures. El encuentro debió ser cruel y encarnizado, pues todo
indica qus no fue un solo combato, sino muchos y continuados, avanzando el
enemigo, oponiéndosele en retirada los naturales. .Estos eran escasos: la mala
fortuna del obispo, mucha. El fue quien decidió la suerte del combate, con su
muerte, en el rudo choque do Forados. En ella cayó el prelado y se peleó con
encarnizamiento por sor este último el encuentro decisivo: por ambos lados
con igual denuedo, pero no con igual fortuna. Duro combate, tan duro como
encarnizado, cuando la Historia conservó el nombre do los lugares que lo presenciaron.
Huyeron los vencidos, y d'.s;io aquel momento los muros compos-
• I) Fortificó las Torres de Oeste el obispo Sisnanilo, y, por Unto, antes que (íudroed invadiera Galicia, lo cual no
impide que más tarde las reparase Oreseonio, y al último, D. Dioso íielinirez.
'•¿) Es bien cierto, y en decirlo no se descubre ningún inundo nuevo, que las crónicas cristianas llaman á Oiidrce;!.
liunderedo, como tampoco es difícil saber, por poca lectura que se tenga, que en la antigua lengua de las Sagas se escribe
(¡udroed el nombre de este guerrero. Sampiro le da el título de rey, ya lo fuese positivamente, ya simple wiking,
rey ile mar; aunque lo más seguro es estar á lo primero, en vista de [o numeroso de su expedición. Esta tuvo lugar el
año !>70.

— 15 —
télanos quedaron desamparados y abiertas sus puertas para que entrara quien
lo descaso. Y como si el cielo quisiera eastig.ir la muerte del prelado, Ondrosd
la halló más tarde bajo el cielo de Galicia.
Fue la de Fornelos (ij dolorosa jornada* para los cristianos, pues de ella
dependió la libertad d"l territorio. Santiago fue ocupado y saqueado por Gudned
y los suyos, que, ebrios por la victoria y por el número, S9 entraron
como un torrente por el interior de Galicia, sin hallar resistencia, ó venciéndola
si so le oponían. De un lado al otro la atravesó, llegando hasta el Cebrero,
talando y robando campos y viviendas, destruyendo fortalezas, derrocando
castillos, ([neniando dioz y ocho poblaciones. Pudo temerse entonces con
razón, en vista de tanto estrago, so apoderasen los normandos definitivamente
del país gallego, pues para tanto eran propicios la menor edad de Ramiro
III, la hostilidad hacia la Corte do León de los Condes do Galicia y las turbaciones
que entonces so experimentaban, y conoluyoron con la elevación al
Trono de Bernmdo JT.
Si del número é importancia de estas expediciones tuviésemos más noticias,
fácil cosa soría probar que no solamente Gndraui y los suyos levantaron
sus tiendas en Cortegada, sino quo otro tanto hizo San Olaf (2>, Ulf (B) y demás
caudillos que vinieron á hostilizar ol país gallego. Par.i ellos ora Santiago
la ciudad más importante por sus riquezas. A ésta, pues, dirigían sus ataques.
K] puerto de desembarco más coreano ora Carril; Cortegada, su amparo
y defensa. Ni una sola voz peligraron sus naves on aquellas aguas.
¿Qué más querían aquellos feroces guerreros?
Do sus expediciones á Galicia" debieron los normandos guardar grandes
recuerdos: mas aquellos para quienes fue Cortegada obligada estancia, debieron
llevarlos imperecederos. Si cuando arribaban á tan gratas soledades, más
gratas entro los tumultos del combate, estaban sus campos en plena eflorescencia,
y los árboles de sus bosques tendían las ramas como buscando los besos
de la brisa, no hay duda quo estos sitios debieron ser siempre para el invasor
lugar de descanso y de seguridad, en el cual los guerreros dichosos podían
acariciar, entre el ruido de las olas que cercaban la isla, el recuerdo de
las violencias do los combatos sostenidos.
¡Quiera ol cielo que también los hallen los que hoy van á poblar las augustas
soledades, tan gratas á los desdichados y humildes como á los poderosos
de la tierra!
MANUEL MURO-CÍA,
Presidente de la Heal Academia Calleja.
La expedición de San Olaf á (¡alicia tuvo lugar inmediatamente después del 1012.
(.'}) Ulf nació hacia el ano 1000, y de él se diré que conquistó y saqueó Galicia. Por eso fue conocido con el apodo de
(¡alizu-Ulf. Su expedición coincide con el episcopado de Creseonio, J048 ¡i 10t>(¡.

B U (I Ó Ir I (I A
El Sol, ya sin corona, se lia hundido tras uu monte,
sobre, el cual incendiado parece el horizonte.
Empieza á desprenderse la sombra sosegada,
y á subir desde el húmedo fondo de la cañada.
Por las ondas del aire, hace poco tranquilas,
agitándolas llega claro sonar de esquilas,
y un rebaño aparece, confuso y blanquecino,
dominando un repecho del angosto camino.
Es uno de esos típicos numerosos rebaños
que la tórrida Mancha dejan todos los años,
cuando el calor principia á ser terrible azote
en la patria gloriosa del glorioso Quijote,
para buscar la fresca temperatura sana
que en verano les brinda la tierra segoviana.
Viene el largo rebaño, de polvo rauy cubierto,
con andar fatigoso, en demanda del puerto.
Para dejarle paso, me encaramo en la cercade
unos prados vecinos. El rebaño se acerca.
Un buen pastor lo guía, seguido por sus porros,
y van detrás, sonando sus enormes cencerros,
unos carneros mansos, que marchan muy unidos,
de lanas muy espesas y cuernos retorcidos.
Siguen muchas ovejas, á miles, apretadas,
como si fueran todas por el miedo llevadas;
cabras negras y rubias, como noches y días;
y entre cabras y ovejas, rebrincando, las crías.
A lomos de sus recios caballos andadores
llevan el atavío los morenos pastores,

que á su grey acompañan con perenne cuidado,
y que á la postre cierran la marcha del ganado '
con otro blaiioo golpe do carneros lucidos
—las testas bien armadas de cuernos retorcidos,
los cuorpos bien guardados por enredadas crines—,
y cinco (') seis magníficos poderosos mastines.
En un serón do un potro va un chivo fatigado.
Ni un momento so a [tarta la madre de su lado.
Mirándole, so alegra; mirándole, camina,;
el chivillo se asoma, y la madre se empina,
y así como los pájaros so besan con los picos,
juntan ellos, gozosos, los trémulos hocicos...
Si alguna oveja escapa por la verde ladera,
un pastor la detiene con pedrada cortera,
y í'epite su historia la oveja desmandada,
con quien ejerce oficios de razón la pedrada.
El rebaño so aloja. La noche se avecina.
En las sombras que crecen, el rebaño camina.
Mientras se va apagando la tarde melancólica,
se va desvaneciendo la aparición bucólica.
Voy, sin sentir, dejando el mundo y su ruido
en un lejano término de un sosegado olvido...
Parece me que aquieta sus zozobras el alma
en la paz inefable do esta infinita calma.
Desde un pueblo cercano, llegan las vibraciones
graves y prolongadas del toque de oraciones.
El aire es apacible. Sopla apenas, muy blando.
Ya muy lejos..., muy lejos , un pastor va cantando.

— 48 --
En este misterioso morir de un bello día,
el campo da su aroma más puro: ¡su poesía!
Bajo su influjo mágico, paroco la cañada
más hermosa (jue nunca, ¡de sí misma encantada!
Por el sereno ambiente do este cuadro de idilio,
dijérase que pasa la sombra de Virgilio...
Carlos Fernández Shaw.
Oercedilla, Junio 1907.
O

MKDAIrüÓN (IDÁtflGO
(Calderón (le; lti Bíirra.)
Mordió el l)nril un disco metálico fulgente
y fue grabando, e;i fina, laminación, tu busto,
que al fin ool)T(') un aspecto sacerdotal y augusto,
con túnica en los hombros y lauros en la. frente.
El ojo imperativo y el labio sonriente
destacan su energía sobre el -perfil robusto;
y alrededor, con letras de complicado gusto,
tu nombre va enroscando su nudo de serpiente.
La efigie reconoce quién apreció tu imperio.
En el reverso, vibran en elocuente escena
dos manos sarmentosas que pulsan un salterio;
v en las evocaciones de aquella. Edad de Oro,
cuando, en aéreo círculo, el medallón resuena.,
parece que pa.lpita tu espíritu sonoro...
Maili'iil, 11107.
oQo
José Santos Chocano.

Si tienes mejor sentido
que mu olías otras mujeres,
¿por qué llevas el. vestido
prendido con alfileres?
Y siendo la más hermosa,
¿por qué razón te imaginas
que no podrías sor rosa
si no tuvieras espinas?
Tus grandes ojos de engaño
ya te han debido decir
que tú, para hacernos daño,
no necesitas herir.
Y si sin herir nos hieres,
¿por qué en envolver te obstinas
tu cuerpo en los alfileres
como una rosa en espinas?
¿Por qué nos vedas lo bello
y erizas como un bastión
la cinta roja, del cuello
y el lazo del cinturón?
¿Por qué razón has querido
que tu galante travieso
contenga siempre un gemido
después de robarte un beso?
¿Por ventura se te antoja
que saben hablar mejor
las gotas de sangre roja
que nuestras frases de amor?
¿O, acaso, esos aguijones
con que sueles arañar,
son centinelas que ponos
para impedirte pecar?

• — 51 —
Ya que la sangre derramas,
te buscaré una querella.
Si eres bella, ¿por qué no amas?
Si no amas, ¿por qué ores bella?
Cuando palpitad corpino
y está muy roja la boca,
viene el amor, que os un niño
que embellece lo que toca...
Negarte al beso sería
pecado tan indebido,
que no te perdonaría,
por más que lucieras, Cupido.
Y puesto que sabes (pío ores
entre todas la mejor,
arroja tus alfileres
y empuña el cetro de amor.
I^ONDEIi ANDALUZ
Tengo en la pluma un rondel
(pie no me atrevo á escribir,
pero te voy á decir
lo que hubiera puesto en él.
Bien .sé que tus labios son
dos frescas rosas, henchidas
de sangre de las heridas
que haces en mi corazón.
Es tal el onca.ito de ellos,
que siempre estoy deseando
que continúes matando,
para que sean más bellos.
Y bendeciré el puñal,
si en pago á tanta ternura,
visita mi sepultura
con esa flor inmortal.
Pero antes que hayas cerrado

mis ojos, de pasión llenos,
quiero besar, por lo menos,
el corazón que te he dado.
Y mi tristeza te invoca
para que en mi honda agonía
me ofrezcas la sangro mía
que ha florecido en tu boca.
Manuel Ugarte.
De su reciente libro Vendimia" juveniles.
-o—

Información ibero-americana
España.
La evolución filológica de España g la Solidaridad Catalana.
Todo movimiento social es casi siempre el resultado de una propaganda política;
poro toda propaganda política es siempre el resultado de una preparación espiritual.
La Humanidad, como hecho, no es una cosa improvisada, de ayer, sino el resultado lógico
do un proceso lento y gradual, ol resultado final de una evolución, en suma, como
lo son todos los organismos. Un pueblo es un cuerpo vivo, sujeto á las mismas leyes
por que se rigen las cosas naturales. VA estudio de la Historia, es decir, el conocimiento
exacto del desarrollo de ese organismo social, es el único medio que tiene la Ciencia
hoy para, basándose en la enseñanza, del pasado, poder avanzar ideas sobre lo porvenir.
Estudiemos, pues, atentamente la historia nacional. Sepamos positivamente cuál
ha sido el proceso histórico de España, es decir, cuál era su espíritu, cuál su organización,
cuál su cultura, cuál su industria, su derecho, su idioma, en el pasado. Y una
vez que sepamos todo esto tal como l'uó, no tal como nos lo cuentan, nos hallaremos con
la preparación necesaria para poder juzgar con acierto de los problemas sociológicos
que hoy se plantean delante do nuestros ojos.
Porque esos problemas de hoy no son do hoy ni, muchos menos, son hijos del acaso.
Son, por el contrario, el resultado de un proceso biológico de muchos años siempre, y,
en ocasiones, de muchos siglos: del mismo modo que ol fruto, bueno ó malo, do un
árbol, no es el resultado de un capricho, sino lo, obra de una elaboración lenta y gradual
que comenzó en la semilla, produjo el tronco y terminó con la flor.
La tradición en España.
España es la, única nación de Europa donde se vive sin tradición histórica. Ks como
un árbol que viviera sin raíces, nutriéndose de. la atmósfera en vez de tomar su vida de
las entrañas de la tierra. A tal extremo se lia perdido entro nosotros el sentido de la
tradición, que en España se llama partido tradicionalista á un partido que se funda en
la ley Sálica, es decir, en una le}^ francesa snbstaneialmente opuesta al derecho y á la
constante tradición nacional.
En consecuencia de esto, por un fenómeno perfectamente lógico dentro de una organización
absurda, los españoles, no solamente desconocen la historia nacional, sino que,
como toda la educación intelectual se hace en España á través de los libros franceses,
filtrada antes en el cerebro francés, la historia do, España no se encuentra solamente
por hacer, sino por deshacer, como hecha, ó, mejor dicho, contrahecha por un espíritu
generalmente hostil, y, cuando es sincero, erróneo por una total oposición de almas y
temperamentos.
Uno de los errores más arraigados y acreditados entre nosotros, que forma parte de
los tópicos vulgares definitivamente consagrados en España, es el que afirma que España
no tiene un pasado común, siendo un conglomerado caótico de naciones y de razas di-

- 54 -
ferentes, cuando España es, justamente, la única nación de Europa que tuvo una verdadera
trabazón histórica y cuyo proceso biológico se verificó con nn espíritu de unidad
admirable, desarrollándose con una lógica perfecta. Demostrémoslo.
España romana.
No habré de hablar de la España primitiva, cuyos orígenes apenas conocemos. Sólo
hablaré de aquella España romana, perfectamente definida y nacional, que tiene ya el
mismo nombre que hoy tiene.
Porque mientras Inglaterra no tiene nombre nacional ni aun hoy siquiera y Francia
se llama dalia y no son sino de ayer los nombres con que se llaman las naciones más
poderosas de Europa, España se llama España tres siglos antes de Jesucristo, comprendiendo
dentro de ella todo lo que la Naturaleza puso dentro, limitada Tínicamente por
ios mares y el Pirineo, que la convierte en isla.
Afinidades de razas y dialectos facilitan la propagación de la cultura romana en España.
Así, en el siglo III, después de seis siglos ya de dominación de Roma en la Península,
el latín vulgar, el romano, del que más tarde nacerán las lenguas romances
españolas, es el idioma general en España. Así, en los siglos IV y V, España comparte
con Italia la constitución del Imperio romano. En Italia está la capital; pero eso es
todo. Si desdo España decidió un día Sertorio los destinos de Boma, en España los decide
de nuevo Pompeyo, siendo preciso que César en persona dirima en los campos hispánicos
de Munda el porvenir y los destinos del Imperio.
En toda España, dondequiera que se excava, surgen monedas y camafeos romanos,
ánforas, columnas, lápidas y estatuas que nos hacen ver la vida de la España romana
en los extremos más opuestos de la Península. En Orense, en Oviedo, en Burgos, en
Paleucia, en Soria, en taragoza, en Tarragona, en Valencia, en Málaga, en Sevilla,
en Badajoz y en Segovia, de Bílbilis á Itálica, sin exceptuar Mallorca, en todas partes,
los monumentos, los Circos, TÍOS hacen ver la comunidad sintética de las diversas regiones
españolas.
Tan absoluta es la romanización de España, que se llama española la cuarta época
de la cultura romana. Séneca, Luca.no, Marcial, Quintiliano, Mela, Floro, Columela,
son españoles, como lo son Trajano, Teodosio y Adriano.
España goda.
La invasión de los bárbaros, lejos de deshacer en España la obra de la unidad nacional
de toda la Península, unificada en una lengua común, un derecho semejante y una
organización análoga en los Municipios, la fortifica y condensa. El medio millón de
godos que se adueña del Gobierno, constituyendo la Monarquía de Ataúlfo, cuando la
densidad de la población en España se estima treinta ó cuarenta millones de habitantes,
no ejerce el menor influjo en el espíritu y la cultura romana nacional.
Los godos no se funden con los romanos, como ellos llaman, y sólo así, á los españoles,
hasta los últimos días de la Monarquía goda, cuando el Derecho de los dominadores
consiente por vez primera, setenta años antes de la invasión de los árabes, los matrimonios
entre godos y romanos.
Pero los dominadores son aquí los verdaderos dominados. Los romanos, esto es, los
españoles, les han impuesto su religión, su cultura y su idioma.
Por eso, la invasión de los bárbaros, que sumió á Europa durante varios siglos en la

— oo —
barbarie de sus conquistadores al deshacer el Imperio romano, apagando hasta en Italia
la antorcha de la civilización latina, no produce en España la menor alteración en el
proceso de su evolución biológica.
Boecio, Orosio, Casiodoro, continúan en la España goda la tradición de la cultura
romana. Así, la España de los siglos VI y VII produce las «Etimologías» de San Isidoro,
el fundador de la Escuela Sevillana, y el «Fuero Juzgo»: los dos únicos monumentos
de la Ciencia y el Derecho en Europa.
Once siglos consecutivos de cultura romana han cristalizado en España para siempre
su civilización y su espíritu como fondo de su Derecho, de sus Instituciones y do su
Literatura. Romanas serán las lenguas que, por los siglos de los siglos, hablarán todas
las regiones españolas.
España árabe.
España, pues, ha llegado al momento histórico de su unidad definitiva. El «Fuero
Juzgo» funde al final el pueblo godo con los romanos, es decir, los españoles. De esta
fusión va á nacer una gran fuerza.
Pero en el momento en que esto va á ocurrir, un suceso inesperado corta de pronto
la marcha lógica de España, interrumpiendo su proceso biológico, oponiendo á su corriente,
en vez de cauce, una presa de ocho siglos.
La invasión de los árabes os un retraso en la historia nacional. Aquel tropel de
salvajes, los 50.000 lanceros que constituyen las hordas sucesivas de Muza y de Tarik,
que se aprovecha de la debilidad que el individualismo germánico de los godos produce
en su régimen político por la división entre ellos y las luchas fratricidas de los nobles,
paraliza, deteniéndola, la acción lógica del desarrollo do la Nación española, como una
helada á destiempo para de pronto la floración de un campo.
Los árabes, brutalmente, invaden España por el derecho de la fuerza, y, con el éxito
de lo imprevisto, se hacen dueños del gobierno más que de olla.
Siendo un elemento extraño, antitético en absoluto al español, por raza, lengua, cultura
y religión, derecho, hábitos, temperamento y gustos, los moros son en España un
intruso de ocho siglos que no consigue entrar jamás en la familia.
Porque otro de los errores fundamentales de la ignorancia de la historia nacional,
convertido igualmente en lugar común dogmático, es la creencia indiscutible de que los
españoles somos moros y de que España fue mora durante siglos.
Lo que hace á los pueblos no os la sangre que circula por sus venas, sino el espíritu
de su civilización. Y los moros han pasado por España sin dejar ni un solo rastro
definitivo en el alma, y la conciencia nacional. Han sido, nnn cuando parezca paradoja,
como una costra que no deja huella en el tronco del árbol cuando la elaboración interior
de la savia cría una corteza nueva. La civilización árabe en España fue como esas
floraciones artificiales que se producen sobre el hielo en los países del Norte, sin
arraigo en las entrañas de la tierra.
Creen los extranjeros que la España de la Monarquía goda era la Francia, la Inglaterra,
la Alemania, la Italia misma de aquel tiempo: la Europa bárbara de anglos, sa-
jones; francos, normandos, bretones, germanos, bátavos, frisones, borgoñones, ligures
y lombardos, tribus salvajes y nómadas, cabalgando en bestias apocalípticas, comiendo
carne cruda y vistiendo pieles de fieras. Piensan que España no conoció las artes y las
industrias hasta que las recibió de los árabes, con cuya expulsión volvió España á caer
en las tinieblas de la ignorancia y la incultura.

Los españoles, traducidos como todo, creen que esta es una verdad positiva. Hasta,
los mismos tratadistas regionales creen que el sistema de riegos y cultivo de la huerta de
Va leneia y la do Murcia son obra de los árabes, cuando los agrónomos do la España romana
y los escritores de la España goda nos las describen lo mismo que son ahora con
las plumas de Oolumela y de San Isidoro.
Bárbaros aún los árabes y bereberes que con sirios, egipcios, judíos y toda clase de
razas orientales invadieron España en número insignificante pava la intensidad de la
población nacional, lejos de dar una civilización á España, fue España la que los civilizó.
Los hispano-romanos que permanecieron en las ciudades, los muzárabes, conservando
su religión, su Derecho, sus costumbres, les infiltraron su cultura, ejerciendo un
influjo decisivo hasta en la misma literatura oriental.
Como ocurrió con el cultivo de la tierra, subsisten bajo los árabes las industrias de
la seda, la cerámica y la siderurgia. Y si, con el transcurso de los siglos, llega el Califato
de Córdoba á una verdadera cultura, no son les árabes los que la alimentan entonces,
sino, fundamentalmente, los judíos.
Las corridas de toros que se suponen árabes son va do los primitivos iberos. La fantasía
hiperbólica, el espíritu retórico y poético de los andaluces, que se supone oriental,
existe ya bajo Roma en los literatos andaluces Séneca y Lucano. El fanatismo religioso
que se atribuye á los españoles heredado de los árabes, es una mentira más, como lo
prueba el hecho de que haya sido España Ja única patria que en la Edad Media encontraran
aquellos judíos, que, aun hoy, después de cuatro siglos, siguen llamándose españoles.
El espíritu de disasociación que nos caracteriza, y se atribuye al espíritu de Taifas,
es el individualismo godo, y, plenamente, el espíritu germánico no corregido por la
orientación moderna. Las mismas danzas andaluzas y sus aires son la jota aragonesa,
esto es, la música, como el baile, primitivos. El tipo moreno, do ojos negros y brillantes,
lo encontramos idéntico en Italia, en el Mediodía de IVancia, en el Sur de Holanda
y de Bélgica, en Grecia, en .Rusia, en Hungría y aun en Alemania ó Inglaterra, hijo
del sol meridional, y de que rubios y morenos han sido siempre desde Adán y Eva los
hombres, ya que era moreno él, según se dice, y rubia ella, según nos la han pintado, lo
cual explica y justifica á mis ojos el desacierto del pecado original.
Con excepción de la música de «Carmen», de la Mezquita de Córdoba, y de la Alhambra
de Granada, es decir, la Andalucía de pandereta y de ISosdeker, ¿qué hay en España
verdaderamente moro? El idioma, que es la fórmula del alma de un pueblo, continúa
siendo el más latino de todos, mucho más que el francés y más aún que el italiano, en
el genio de la lengua, en la rotundidad de la cláusula, en la majestad del giro y en lo
solemne y enérgico del acento. Ni un solo verbo es árabe en castellano. En Ja literatura,
expresión viva del genio de una raza, no hay ni una huella moral en la conciencia
de nuestros grandes escritores. El romancero, la novela picaresca y el teatro caballeresco
son nacionales, sin mezcla arábiga alguna. Italia ejerce un influjo decisivo en la
Poesía española; pero los moros no ejercieron ninguna. Ni siquiera en el vestir dejaron
huella: mientras subsiste la barretina griega en Cataluña, el calzón corto, la chaqueta ceñida
y la alpargata, á despecho de su nombre, característicos de los trajes nacionales,
es el vestir almogávar, de los infantes germanos en la Edad Media. .Los celosos españoles
no son «Ótelo», sino «El médico de su honra»; no matan por celos, sino por orgullo,
por la exaltación de la dignidad germánica y el sentimiento del honor; el culto caballeresco
genuino de la Europa medioeval. Los sonidos guturales, • que se suponen tomados
de los árabes, son germanos en la lengua castellana.
Los moros son los influidos por nosotros. La poesía, y sobre todo las costumbres,

están infinidas por los españoles á tal punto, que los moros practican en el siglo XI las
mismas fiestas caballerescas de los godos.
¿Qué influjo pueden ejercer sobre España, si los moros no se mezclan con los españoles?
Estos, en los riscos inaccesibles del Norte, van descendiendo y ensanchando sus
fronteras, que fortifican sembrándolas de castillos. Y, al avanzar, van arrojando á los
moros do las ciudades y tierras que conquistan. ¿Qué otra cosa son, si no, las ('artas
Pueblas de los Monarcas españoles, de los Reyes de Aragón y de (¡astilla, la última de
las cuales es otorgada por los Reyes Católicos en Granada, el jíó de Junio de h>01, para
«ennoblecer ó bien poblar la cibdad de Málaga», en que se otorgan toda clase de mercedes
á los cristianos viejos para que llenen las ciudades vacías y los campos abandonados
por los moros? Si alguna vez se quedan éstos, es sin mezclarse con la población
cristiana, esto es, con los españoles, formando las morerías, barrios aparte, como los de
los judíos. Así vivían basta que, incompatibles, acababan por retirarse á las ciudades
moras de la frontera. Los que se quedaban definitivamente v so mezclaban con la población
española, los mudejares, en fin, eran, seguramente, sin ellos saberlo, los muzárabes
de antaño, esto es. los españoles de los godos que reintegraban su nacionalidad.
La Nobleza, en masa, es goda, sin una gota de sangre mora ó judía, salvo excepciones
individuales. Para ingresar en las Ordenes Militares era condición sv»c QIÍ"' non la
ile no haber tenido jamás ni un ascendiente moro ó pidió. Los apellidos de (inzuían y do
(rodoy muestran gráficamente su origen. 151 tipo blanco, rubio y de ojos azules es el
predominante hoy aún en la Nobleza española.
Esta división de razas entre españoles y moros la hemos tenido hasta ayer. Apenas'
hace dos siglos que los moriscos fueron expulsados de España por Felipe Ü.I. Dos siglos
llevaban en España desde los Reyes Católicos—los que no fueron expulsados por ellos —,
y aunque Felipe II los había internado por todas las provincias do España para que no
continuaran constituyendo una raza aparte en la Alpujarra granadina, no se fundieron
con la población española sino en tan escasa proporción, que al fin hubieron de ser expulsados,
prefiriendo olios el destierro á permanecer sometidos á la religión y á las leyes
españolas. Es tan grande la aversión entre ambas razas, que todavía se celebran en la.
costa valenciana (griega y no árabe, do buscar rasgos atávicos), como liestas nacionales,
las batallas entre moros y cristianos.
La expulsión de los moriscos no ejerció el menor inllnjo en el atraso de la agricultura
y de las artes é industrias en Kspaña. Eran simples obreros manuales, no creadores.
Su expulsión coincidió con la desastrosa administración económica, política y militar
de la Casa de Austria, en su decadencia, y esa os la causa de la equivocación. Ni la
expulsión fue una crueldad demostradora de la ferocidad española, sino una medida característica
de la época en que fue adoptada. Un siglo antes había expulsado de Inglaterra
Enrique Vil f á 15.000 belgas «porque encarecían la vida, y exponían el país al
peligro del hambre». Eran los obreros y fabricantes flamencos que Eduardo III habia,
llamado á, Inglaterra para implantar sus industrias y enseñarlas.
La influencia árabe en España es más una apariencia lógica que un hecho positivo.
Si esa influencia hubiere sido efectiva, ¿habría podido tener lugar la Reconquista? Del
mismo modo que Jas mezquitas árabes son demolidas para levantar en su lugar las catedrales
góticas en el orden material, en el orden moral son aventados todos los sentimientos
y las ideas árabes para ser sustituidas por los sentimientos y las ideas nacionales.

— 58 —
España medioeval.
A la invasión de los árabes, los godos, dominadores, se fundón con los romanos, esto
es, los españoles, constituyendo una sola raza que une el enemigo común y estrecha una
comunidad de finalidad moral. La Monarquía goda había caído sin lucha, porque los
godos habían cometido el error de no dar parte á los españoles en la administración y el
gobierno de España.
La Reconquista transforma todo aquello. Los godos toman de los españoles la organización
política romana. Los fueros de las ciudades y las villas, las libertades do los
Concejos, dan á España una constitución autonómica y democrática en los siglos VIII
y IX, que sólo conseguirán las ciudades flamencas en los siglos XIV y XV. El Rey es
el capitán que los soldados eligen por sufragio para que los conduzca á la victoria guerreando
contra los moros. Lo proclaman Rey condicionalmente, en tanto que cumpla con
la voluntad de los que le eligen. Los españoles son libres y quieren sor libres: por eso
luchan contra los invasores; pero es preciso que el Rev que eligen respete su libertad:
para eso lo eligen. Do aquí nace el régimen constitucional en la Monarquía española cu
el momento mismo de su nacimiento. De este principio democrático nacen lns Cortes, que
nacen en España, esto es, la expresión de Ja voluntad nacional, la soberanía del pueblo
proclamada por el P. Mariana en su tratado De rege et regís iiisfitvtionis.
Las ciudades y las villas gozan de vida personal. Ellas eligen sus administradores en
los Concejos, y de ellos eligen los procuradores en Cortes. Hay ciudades y villas que por
sus fueros son absolutamente autónomas, independientes del poder real y del poder señorial,
y los Monarcas confirman siempre sus privilegios antiguos. Las mismas villas y
ciudades reales, cuando no son importantes, eligen sus justicias entre los menestrales,
por sufragio. Es de tal naturaleza esta organización de la España de la Edad Media
sobre la base de las libertades, que los estudiantes nombran los catedráticos en las Universidades,
eligiéndolos entre ellos por sufragio.
Las ciudades y las villas, los Concejos, tienen sus milicias para la defensa nacional,
y á ellos compete todo lo referente á obras públicas. «Cada Concejo haga abrir los caminos
é carriles á su costa», como dicen las pragmáticas.
La autonomía de las villas y ciudades es la base del Derecho político y administrativo
de la España medioeval, á diferencia del feudalismo europeo, organización que es
la continuación del régimen político y administrativo de liorna, la autonomía municipal.
Mas poco á poco va ensanchándose la esfera. Las villas y ciudades próximas van
formando agrupaciones ó entidades jurídicas, que se llaman partidos ó provincias. La
más importante entre ellas es llamada el «Concejo cabeza do provincia» ó de partido.
Al mismo tiempo, estos partidos ó provincias van ensanchando sus límites, constituyendo
agrupaciones ó entidades jurídicas mayores. Son las regiones, que se llaman adelantamientos
ó merinías mayores, provincias, condados, señoríos, y, generalmente, reinos.
Tales son los Reinos de Galicia, de Asturias, do León, de Castilla, de Murcia; el
Señorío ó Condado de Vizcaya y las provincias de Álava y de Guipúzcoa; los Reinos de
Toledo, de Sevilla, de Jaén, de Córdoba, do Granada, como los Reinos de Aragón, de
Valencia, de Mallorca.
La variedad dentro de la unidad es igualmente la característica de la organización
jurídica de España. La Iglesia tiene su fuero propio ó jurisdicción personal; la Nobleza
tiene su fuero en las Ordenes Militares; las Universidades tienen su fuero: el fuero escolástico
ó académico: los mercaderes tienen su fuero y jurisdicción propia, no sólo en

— 50 —
Aragón, sino en Castilla, en los Consulados de Burgos y Bilbao, donde los pleitos se
tramitan «sumariamente, según estilo de mercaderes, sin dar lugar a largas ni plazos
de abogados», como prescriben las leyes de la época.
No hay Ejército uniforme. Los Señores están obligados, en vez de pechar con dinero
á la Hacienda real, á servir con sus mesnadas, con sus lanzas, y los Concejos acuden
con sus milicias. Las escuadras se forman acudiendo las ciudades con sus naves de comercio,
cuyos capitanes gozan del privilegio de hidalguía, con la obligación de venir
con ellas á la guerra en servicio del Iley.
La Hacienda es administrada por el Rey en las ciudades y villas de la Corona; por
los Concejos, en todas las demás. Las Cortes votan ó deniegan los subsidios, siendo plenamente
soberanas en las cuestiones financieras. En lo demás, proponen al Rey, y el
Roy acepta ó no; en los tributos son las Cortes las arbitras.
Tal os la constitución gubernamental de España en la Edad Media. Moral é intelectualmento,
una transformación espiritual se ha realizado. Refugiados en el Norte de
España los godos, se ha realizado su fusión con los romanos, esto es, con los españoles,
fundiéndose para siempre ante el enemigo común y por efecto de una comunidad de
aspiraciones, de una meta común: la expulsión de los moros.
La fusión entre los romanos y los godos, que croa la España medioeval, no so produce
sino con una transfusión recíproca de sentimientos, ideas é instituciones.
El espíritu godo so infiltra entonces de tal modo en la Nación, que desde entonces
es el alma española tal vez más goda que romana todavía. En el Derecho civil y en el
político, la influencia godaes realmente perceptible. Mas, sobretodo, donde aparece absorbente
es ea el resto de las manifestaciones nacionales. La pasión bélica, el espíritu caballeresco,
la religión del honor, el heroísmo, el culto á la mujer, los desafíos, los torneos,
la Heráldica, las Ordenes Militares, las armaduras, los trajes, la escritura, los
muebles, los arneses, la castellana, la rucea, los trovadores, los juicios de Dios, las Cruzadas,
forman el alma nacional en la Edad Media.
Todo esto inspira la literatura española, los Romanceros, en Galicia, en Castilla, en
Cataluña, cuyo espíritu se transmite á través de los siglos para formar el teatro de Calderón.
España es goda durante toda la Edad Media, sobre la base romana del idioma y del
Derecho, que impide en España la existencia del feudalismo germano de Europa. El
influjo de los godos es tan grande en España, que todavía sigue el arte gótico en Cataluña
durante el siglo XVI, cuando el Renacimiento llena ya toda Europa.
Así se forma la España melioeval, cuyo conjunto, un cogiendo momentos parciales,
ni hechos aislados, ni casos individuales, en el total armónico de las grandes síntesis
históricas por las cuales hay que juzgar la marcha de la Humanidad, da aquella España
maravillosa de la Edad Media-—cuando toda Europa vive en la semi-barbarie aún
del feudalismo—culta, sabia, humana, trabajadora, rica, próspera, con sus Fueros y
sus Cortes, sus Constituciones y sus Gremios, su democracia, sus Concejos, sus milicias,
sus Corporaciones, sus industrias, su comercio, su Marina, sus Universidades, sus escuelas,
sus hospitales; aquella España que os la primera nación-de Europa en que aparecen
los Parlamentos, en que se garantizan los derechos individuales, en que se dictan
las Ordenanzas de Mar, on que se envían cónsules al extranjero, en que se crean las escuadras
de guerra.
No son tan sólo el Alcázar do Segovia, las Catedrales de Santiago, de León, de Toledo,
de Burgos, de Poblet, de Sevilla, las basílicas do los siglos XI y XII que se encuentran
en villas hoy ignoradas en todos los rincones de la Península, monumentos

- 00 —
comparados con los cuales aparecen tan mezquinas la Abadía de Westminster y Nuestra
Señora de París, sino los hierros, las tallas, los brocados, los tapices, los artesonados,
los vargueños, la platería, los encajes, las sedas, los azulejos, los paños, las lanas,
los cobres, las filigranas, las armas: todo el trabajo de la España medioeval que 011
León, Zamora, Valladolid, Salamanca, Falencia, Burgos, Guadalajara, Toledo, Ciudad
Real, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Málaga, Badajoz, para hablar sólo de los reinos castellanos,
en las villas de Lerma, Castrogeriz, Aranda, Peñañel, Olmedo, Medina, Tordesillas,
líioseco, Villalón, Carrión, Sahagún, Astorga, Bcnavente, Alba, Plasencia, Trujillo,
Illescas, Escalona, Sigüenza, Huete, Belmonte, Almagro, Villanueva, no cesa de
laborar en la colmena de sus cuarenta millones de habitantes que se calculan al final
del siglo XV.
Son las ferias de la Corona de Castilla y las lonjas de la Corona de Aragón lo que
hay de ver y admirar en esta España., más aún que las hazawas de Rodrigo Díaz de.
Vivar, el estoicismo de Alonso Pérez de Guzmán y el heroísmo de García Pérez de
Vargas; son las escuelas de los monasterios del siglo XII, 'verdaderas Universidades,
como el de Santiago, de Palencia, á los que acude, según sus Estatutos, una multitud
de mozos, no sólo de las inmediaciones, sino también de países distantes, con gran
complacencia de todos, porque «las Letras no están en oposición con las armas». Son
aqaellas Universidades á cuyos doctores en Derecho concedían las leyes de las Partidas
el privilegio do nobleza y á cuyos catedráticos los honores de condes, equivalentes
hoy á la Grandeza de España.
Si la cultura de España no se interrumpió jamás en la Edad Media, como lo prueban
las Bibliotecas que en todo el Norte de la Península existían en el siglo XII, tan
numerosas como nutridas, tínicas en tal grado en Europa, el trabajo español no decayó
jamás en la Edad Media. En la ciudad de Villada, en Falencia, se elaboraban 18.000
alforjas al año, 14.000 de lana fina y 4.000 de pabillón; 50.000 operarios trabajaban en
los telares domésticos de Toledo, elaborando las sedas más preciadas; 48 gremios de
artesanos hay en Sevilla en el siglo XV y 35 en Granada; gremios que gozan en Valencia,
Mallorca y Cataluña de los mismos derechos políticos que los nobles, desempeñando
los más altos cargos públicos en las ciudades, presidiendo á la Nobleza, en ocasiones,
zapateros y pelaires.
Ni se reduce el trabajo á la nación, sino que están los españoles de entonces en inmediato
intercambio con el comercio y las industrias extranjeras. Las calles do Genoveses,
de Placentines, de Francos, de Tudescos, de Lombardos, en Sevilla, lo demuestran,
como lo prueban los cónsules de los Catalanes que en Arlos, Marsella, Montpeller.
Aviñón, Genova, Palermo, Pisa, Malta, Niza, Castellamare, Trápani, Roma, Ancona,
Gaeta, Venecia, Florencia, Liorna, Calabria, Ñapóles, Cerdefia, Palermo, Sicilia, Oristán,
Agrigento, Ancona, Savona, Catania, Fainagusta, Tropea. Caller, Alguer, Túnez,
Bugia, Ceuta, Sacer, Trípoli, Chipre, Chios, Candía, Rodas, Siracusa, Constantinopla,
Alejandría, Buruth, Pera, Damasco, Bagdad, en Grecia, en Turquía, en Egipto, en Berbería,
en Marruecos, en Rumania, en Siria, en Babilonia en Persia, como en Elandes,
en Inglaterra y en Alemania propagaban el comercio aragonés, con cónsules generales,
cónsules y vicecónsules, nacionales y honorarios figurando entre los primeros los
Rocafort, los Fivaller, los Marimón, los Vallseca, los Moneada; y entre los últimos, los
Mediéis en Florencia y los Grimaldos y los Dorias en Genova.
Sostiene España relaciones comerciales con los países más extraños y remotos, no
solamente Aragón, sino Castilla, cuyas escuadras eran terror de los marinos ingleses.
Así, en 1403 es enviado por Enrique III Ruy González de Clavijo en embajada cerca

do Tamerlán, visitando Constantinopla, Trebison la, Armenia, el Khorazan y Smaroanda,
y redactando un diario do s;i viaje, conocido en toda Europa.
Este trabajo de los españoles de la Edad Media os el que permite que, mientras Inglaterra
no tiene su primer navio de guerra hasta el año 1502, el Ovand Ilenry, que
bato al agua Enrique VIH y mandó construir Enrique Vil, sirviéndose antes de escuadras
que alquilaba á las ciudades de Hainburgo y Lnbeck, ó Genova, Pisa y Venecia,
y Elandes tiene un almirante do la mar, pero no escuadra., y Portugal sólo tiene Marina
de guerra en el siglo XIV, Castilla tenga una escuadra de guerra desde la conquista
de Sevilla, organizada oficialmente con la serie de almirantes de Castilla no interrumpida
jamás, y que las notas de Aragón que parten de Barcelona el año 1282 para la conquista
de Sicilia se compongan de 15:.) naves, con "20.000 almogávares ó infantes, 1.000
ballesteros v '2.000 caballos, y que el navio Stt.ut ('lc.mei)t, construido en el siglo XIV
en los arsenales de Barcelona, con los que rivalizaban los de Valencia y aun los do
Mallorca, montara una tripulación de 500 marineros.
Este trabajo de los españoles, cuya reputación de holganza es otra de las calumnias
inventadas por la envidia extranjera y repetidas por la ignorancia nacional, dan como
resultado el lujo, la riqueza y la abundancia con que vive la nación. Porque otro de los
lugares comunes de la ignorancia presuntuosa de la semi-ilustracióii á la violeta, pedante
y necia, que se encuentra tan en uso y aun en boga, consiste en hablar constantemente
de la miseria y el hambre nacional. Han servido como base do ese tópico las
descripciones do los novelistas picarescos, exagerando la verdad para hacer reír, tomando
sólo un aspecto de la vida, escritas en el momento en que la España nacional lleva
ya un siglo de estar desnacionalizándose y ha comenzado á deshacerse, cuarteándose;
y de otra parto, como documentos vivos, las Relaciones y Diarios de extranjeros,
llenas de envidia, cuando no ineptas ó ignorantes, dominadas por esa propensión ingénita
en el hombre, de encontrar malo todo lo que no es suyo y de hablar mal del país
en que se encuentra. Instinto característico de todos los hombres, que hace que los diplomáticos
pasen su vida lamentándose del país en que residen y añorando el país de
que salieron.
El lujo y fausto de los magnates españoles que acompañaban á Fernando II humilló
tanto á los nobles franceses que vinieron con Luis XI á la entrevista de los dos Soberanos
que se supone colebrada en la frontera, que fue una de las causas de la animadversión
política del Monarca cuyos amigos favoritos y cuyas tertulias predilectas retrató
en prosa, con admirable maestría, la pluma de Waltor Scott, y esculpió en verso
el buril de Banville.
Pero no eran solamente los Señores. Las virillas do oro claveteadas con diamantes
en los zapatos, los artesonados de oro en los techos de los palacios, las chimeneas de
mármoles y de jaspes, los bufetes y gavetas embutidos oon ébano y marfil, los aguamasiles
de plata, no eran el privilegio de la Nobleza.
Las Cortes de Palenzuela de 1425 se quejan al Rey de Castilla Juan II «del lujo
de las mujeres do los menestrales é oficiales», que van lo mismo que las damas «de gran
estado ó hacienda»; y las de Madrigal de 1438 renuevan la queja, diciendo que las mujeres
y las hijas de los artesanos y de los labradores «traían faldas rastrando, y en las
ropas pieles veras con armiños, con forraduras y guarniciones de oro, aljófar y seda». Y
las Cortes de Aragón prohibieron en 1418 que las mujeres solteras y viudas pudiesen
usar camisas de seda ó «alcandoras», prohibición más adelante repetida.
Eu el banquete que á Fernanda I le fue ofrecido cuando su coronación, se sirvieron
«muchas viandas é manjares, pavonas é capones ó gallinas, ó diversos potajes», yá

— G2 —
más, un «grifo, todo dorado, tan grande como rocín». Y literatos como el Marqués de
Villena escriben libros sobro el arte de trinchar.
• Tal es la España medioeval. La ley biológica de su proceso histórico va cumpliéndose
on lógica implacable. Son ocho siglos de reintegración. Los que piensan que España
no ha tenido un pensamiento nacional, ni ha habido unidad en eila, desconocen
su pasado en la Edad Media. Ensanchando sus fronteras, el espíritu unitario, dentro
del régimen autonómico, va marcándose. Ya. no hay en toda la Península, fuera, de Portugal
y Navarra, más que (lis grandes unidades: la Corona de Castilla y la Corona de
Aragón. Ya no queda en la Península más tierra mora que el Reino de Granada.
Pero esta marcha de reconstitución, que ha de destruir el dique de ocho siglos que
opone á la historia nacional la invasión árabe, no es una marcha rectilínea. Hay en
ella recodos, altos y bajos, desviaciones, retrocesos. Uno de ellos, el más grave de
todos, es el que marca el momento decisivo: el reinado de los dos últimos Reyes de Aragón
y de Castilla, Juan II y Enrique IV.
En este momento histórico, un espantoso desconcierto domina; las culpas de ambos
Monarcas dan libre rienda á las ambiciones desmedidas del elemento constantemente
perturbador de la Nación: los magnates.
Estos señores, pequeños soberanos, enemigos y rivales de los Reyes, son la remora al
progreso de su época, lo que aquí llega del feudalismo de Europa,. La ambición personal,
la codicia del cargo, el ansia del mando, la satisfacción do la vanidad mezquina,
el egoísmo brutal y desenfrenado, sin fe ni ley, sin objetivo ni norte, son la característica
do la clase. Todos sus esfuerzos, todos sus desvelos, se emplean en conseguir el Poder.
Todos los medios son buenos para ello: la mentira, la bajera, la traición. Una vez
en el Poder, toda su obra consiste en aprovecharse: danse á sí mismos los cargos más
lucrativos. Reparten luego entre los suyos el botín: Alcaidías, Capitanías, Corregimientos,
Adelantazgos, Encomiendas.
La oposición e-; la lucha á sangre y fuego, sin reparar en los medios ni en las armas:
intrigas, cabalas, emboscadas, confederaciones, cohechos, venalidades, perjurios, sed
de venganza, villanías y atropellos.
Y unos y otros, sin piedad y sin pudor, dañan al Rey y desgarran la Nación. El
pobre pueblo es la víctima inmolada. Ellos lo roban, lo explotan, lo desangran. A río revuelto,
ganancia de Señores. Húndase el buque y sálvese el que pueda.
Cada Señor tiene una nube de adictos. Son sus hechuras, sus incondicionales. Se
llaman bravos en Italia, y suelen serlo. En esto os fuerza que se les haga justicia.
Aquellos crueles ó inicuos desalmados tienen, Señores y secuaces, casi siempre, cierta
grandeza que excusa sus maldades: el gesto heroico, el desprecio de la vida,, el rasgo
trágico, la audacia novelesca, el penacho, Ja manera, el aire, al menos.
En este momento crítico do anarquía, social, en que los grandes, confederados entre
sí, quitan y ponen los Reyes á su antojo, y, bandoleros feudales, saquean y expolian brutalmente
á sus vasallos, en Aragón igualmente que en Castilla, suben al Trono de ambos
Reinos Fernando II ó Isabel I.
La unión de ambas Coronas es el último paso de la evolución biológica nacional.
Los españoles, refugiados en el Norte cuando la invasión árabe, habían tremolado la
bandera de su independencia, es decir, de sus leyes, do su religión, de su idioma, de su
civilización, de sus costumbres, de sus constituciones, do sus hogares, de su libertad,
de su vida. En Galicia, en Asturias, en Castilla, en Yascuua, en Navarra, en Aragón,
en Cataluña, la nacionalidad española se afirma, so condensa, continuando su personalidad,
su historia, su cultura romana. Pero no forman una entidad política.

Des.le ese momento histórico, el desarrollo biológico do España os incesante. Con
una lógica admirable, el manantial que ha brotado en la montaña corre hecho río por
el llano, para desembocar, más ancho á cada paso, en las anchuras ilímites del m;,r. La
obra empezada paralelamente en Covadonga y San Juan de la Peña termina lógicamente,
con una lógica implacable, en Granada, en 1492. La sentencia que dice que el que
á hierro mata á hierro muere, se ha cumplido. Los moros invasores, tranagresores del
derecho, son expulsados para siempre de España.
La unidad geográfica es un hecho. La unidad moral también lo es.
La mano férrea de Fernando JI, el más grande de los Monarcas españoles, el mayor
de los políticos de su siglo, realizará la obra, disimulando la fuerza con la astucia para
evitar choques v no despertar recelos, ocultando sabiamente su poderosa y absorbente
personalidad tras la discreta, laboriosa y honesta de la Reina de Castilla, dirigiendo la
Nación con. su espíritu práctico de aragonés catalán, bajo apariencias de sobriedad y
modestia, para no herir la vanidad y soberbia de la fastuosa grandeza castellana. Y la
unión de ambas Coronas será un hecho sin que haya choques ni violencias entre ellas. La
lógica de las cosas se impone, por cima de todo, á castellanos y aragoneses. La España
una de los romanos, la Monarquía española de los godos, vuelve ¡i constituirse, recobrando,
después de oclio siglo, su constitución normal. K\ Roí no de Navarra será agregado
por Fernando IT, sin que desde entonces quieran los navarros recobrar su independencia.
Queda sólo Portugal para formar la unidad definitiva, que se realiza en el sigloXVI.
Los Reyes Católicos unifican la Nación bajo la baso de las autonomías. No cada Reino,
cada ciudad, cada villa, cada Corporación, como cada, individuo, son libres en España.
El feudalismo—en lo que España es feudal—de los Señores os destruido por Fernando
II. Los castillos y fortalezas de los grandes son derruidos; los Maestrazgos de las
Ordenes, incorporados á la Corona. Cisneros dice á los grandes amotinados que sus poderes
son los cañones que les muestra.
La organización de España no se basa, sin embargo, en la. fuerza. Lejos de eso, se
apoya en la Nación, en el pueblo, plenamente democrática.
La Santa Hermandades la garantía dal pueblo. Ya n > lo es dable al Señor atropellar
impunemente al villano. Y es, ala voz, garantía del trabajo. Las industrias, el
comercio, las artes, adquieren un desarrollo jamás visto. Las obras públicas favorecen
su vuelo, las carreteras, los caminos vecinales. La justicia se administra sabiamente,
con el rigor implacable que es su fuerza. Se normaliza la Hacienda nacional, se crea la
base de los ejércitos permanentes, organizados sobre ira principio técnico, La ciencia,
las letras, la cultura, resplandecen por modo prodigioso. Sabias, letradas y cultas son
las mujeres de aquel siglo asombroso. «Y en los campos, para emplear las palabras de
Guizot, en medio de las tierras, cultivadas y regadas como las vegas do Granada, el
desarrollo intelectual ora tal, que se encontraba muy pocos campesinos que no supieran
leer y escribir.»
Cuando Inglaterra tiene sólo tres millones de habitantes, el Duque de Medina-Sidonia
contribuye á la conquistado Granada con cien naves, y los Mendozas, los Gu/.manes,
los Ponce de León, tienen ejércitos de diez á quince mil hombres.
Los Reyes Católicos, al ordenar que todos los españoles tengan armas y practiquen
periódicamente ejercicios militares, establecen la Nación en armas, es decir, el servicio
militar obligatorio, los ejércitos nacionales de su siglo. La obra, que en Francia inicia
Riclielieu, bijo Luis XIII, en el siglo XVII, en Epaña la termina Fernando II en el
siglo XV. El Renacimiento, en suma, en el sentido de una sociedad nueva constituida

— (34 —
sobre la base del derecho y de la libertad, es el privilegio de España. En la Europa
brutal de entonces, en la Francia de Luis XI, en la Inglaterra de Ricardo III. en la
Alemania de los Príncipes y Condes Electores, cuya ignorancia y barbarie asombra aún
en el siglo XVII, realiza España la transformación de los ejércitos por el ,¡_enio de
(ionzalo de Córdoba; la aplicación de las armas de fuego y de la artillería, y la perfección
de la ingeniería, por el Conde Pedro Navarro; mientras las Universidades de Salamanca.
Alcalá y Barcelona son los focos de! saber de toda Europa. De este reinado,
cristalización de España, nacerá aquella generación titánica del siglo XVI: obra, no
i.le Carlos I. sino hija de Fernando II. Todo ello genuino, castizo, con los fueros nacionales
v las industrias de carácter familiar, establecidas patriarcalmente en los hogares,
en aquel régimen de libertad absoluta, de autonomía regional é individual característica
de España en la Edad Media.
Aquel reinado asombroso es el compendio de la grandeza nacional. En él. España
descubre el Nuevo Mundo.
Porque el descubrimiento de América no debió ser un mal para la Nación, como se
cree. ¿Cómo puede ser un mal la posesión de un tesoro inagotable? No fueron un mal
pava liorna sus colonias; no lo son hoy las suyas para Inglaterra. Lo malo fue la administración
de ellas por el régimen que va á ser introducido.
Vastos Estados poseía en Italia, y aun en Grecia, la gloriosa Corona de Aragón, y
aquellos Reinos la enriquecieron siempre. Mas la política de la Corona de Aragón era de
entera libertad para sus subditos. Por eso Fernando IT, cuando Colón, contraviniendo
sus instrucciones, inició en América una política de expolio y asesinato, el Rey do
Aragón le carga de cadenas y no consiente en volverle su confianza.
Tal es, en síntesis, la España de la Edad Media: un torio armónico, un conjunto
homogéneo, uiia unidad admirable resultante de sus muchas variedades, como una escuadra
compuesta de multitud de naves, cada una de su tamaño y de su forma, con su
propio y genuino capitán, que, navegando cada una por sí misma, constituyen, sin emb.irgo,
la más compacta de todas las unidades, bajo la voz de un almirante común, por
el efecto de una común disciplina y, sobre todo, de mi común ideal.
La Casa de Austria.
España, pues, ha llegado al momento culminante de su vida. Pero en el instante
mismo en que la obra de la Reconquista se cierra y se reanuda la historia interrumpida,
en que reconstituida España es, no ya la primera, sino la única gran potencia do
Europa, y se dispone á emprender una vida nacional grande y fecunda, un suceso inesperado
corta de pronto el hilo misterioso de su evolución biológica, y, descentrándola,
desbarata su historia, desencauzando la corriente de su vida.
La extinción de la dinastía nacional, que trae al trono de España una serie de Monarcas
extranjeros, es un fenómeno en su proceso histórico de transcendencia incomparablemente
más grave que lo había sido la invasión de los árabes. Porque los moros,
limitados en las inaccesibles montañas del Norte, no penetraron en el alma española:
Galicia, Asturias, Castilla, Vascuña, Navarra, Aragón y Cataluña, conservan íntegro
el espíritu español.
LTna dinastía extranjera, asentándose en el trono nacional en el momento crítico en
que la nacionalidad queda reconstituida, introduce en toda España un elemento exótico
que transforma el organismo nacional, ó, mejor dicho, que altera sus funciones.

— G") —
La obra de ocho siglos de reconquista, que van tejíanlo día por día la íntima urdimbre
de la nacionalidad española, que se reconstituye'al fin arrojando de su seno
aquel elemento intruso de los moros, se ve de pronto cortada por este otro elemento
extranjero, que ejerce su acción directa sobre la esencia misma de la nacionalidad.
La Casa de Austria no tiene con España la menor analogía. Felipa I nace en Plandes,
se casa en Flandes. y viene por primera vez á España á ser jurado como heredero
del Trono, regresando inmediatamente á Flandes. Guando vuelve á ser jurado como
Rey, viene de nuevo acompañado de aquella corte de señores flamencas que tal memoria
dejaron en España.
Carlos I nace enFlandes y en Flandes se educa. Es un flamenco en su tipo, en sus
gustos, en su carácter, en su lengua. A duras penas vio á su madre jamás durante su
infancia, y sólo dos ó tres veces en todo su reinado, recluida en la prisión de Tordesillas.
Carlos I vino á España igualmente rodeado de flamencos; entregó el Gobierno del
Reino á aquel Sr. de Chiévres, que se hizo proverbial en toda la nación. El Cardenal
Adriano de Utrecht es ol Regente de España en ausencia de Carlos I, cuyo primer
acto, al poner el pie en el suelo español, e-i negarse á recibir al Cirdenal Cisneros,
cuando éste acababa de obtenerle la Cirona incapacitando á D. a Juana Irt Loca,
por efecto de lo cual Cisneros muere de repente, una hora de-i pues, como herido por un
golpe de maza. Carlos I vive casi siempre en Flandes, donde abdica después de doce
años consecutivos de ausencia de España, en donde residió escasamente quince años, y
si se retira á España, como flamenco muere, rodeado do servidores flamencos casi todos.
Carlos I no se titula así. No es Carlos I, sino Carlos V; no el Rey de España, sino
ol Emperador; prefiriendo siempre llamarse de ese modo, como extranjero que era y no
español. El es el Casar, como su ejército es el ejército cesáreo, do S. M. Cesárea. La altanería
extranjera reemplaza á la sencillez española, castellana, y, sobre todo, aragonesa;
preferencia incomprensible por parte de Carlos I al creerse más como Emperador de
Alemania que como Roy de España, pues la Monarquía española tenía sus orígenes en
Pelayo, Rey de Asturias en 71.8, descendiente de los lleves G>dos do España, Monarquía
del sigdo V; mientras que Austria no ora más que un Ducado, y el título de Emperador
un cargo electivo, personal, que recaía en simples Condes del Imperio alemán, en
Casas insignificantes casi siempre, ninguna de las cuales era Real.
Felipe II, hijo do flamenco y portuguesa; Soberano de los Países Bajos cinco años
casi antes de ser jurado Rey de España, residiendo en Flandes; Rey de Inglaterra antes
que Rey de Castilla y Aragón, no tiene de español más que el idioma, por su falta
de aptitud para otras lenguas, por su horror á los viajes y su aversión á tratar gentes
distintas. Su frialdad, su perseverancia, su disimulo, aquellas sus venganzas que
surgían de pronto después de años do silencio, no tienen nada de la pasión y el arrebato
de la «furia española». Son la sangro de Valois que corre por sus venas, dándole
cierto parecido con Luis XI, su deudo no lejano.
Porque la Casa de Austria, ó, mejor dicho, la rama de España de la Casa ele Austria,
á pesar de su nombre, que engaña á muchos é induce á error á todos, no es una Casa
alemana, sino francesa, modificada en Flandes. Es la Casa de Borgoña, fundada en 13G3
pjr Felipo de Francia, llamado el Atrevida, Duque de Borgoña, hijo del Rey de Francia
Juan II. Felipe el Ilerm/ts >, Archiduque de Austria por su padre, es hijo de María
. de Borgoña, Condesa de Flandes, Soberana de los Países Bajos. Muerta su madre, Felipe
le sucedo, siendo un niño, mientras su padre, Maximiliano de Austria, Emperador
de Aleimnia, reside en Viena como si fuese un extraño.
La Casa de Austria de España es, pues, la Casa de Borgoña; esto es: la Casa de

Francia. La Cruz de Borgoña, que es la de San Andrés, es la bandera renl de la Casa
de Austria en España para el Ejército y para la Marina. Carlos L como Felipe IT, llevan
al cuello el Vellocino de Oro, la orden de la Toisón d'Or, creada en 142!' por Felipe de
.Francia, Duque de Bordona, en vez de llevar al pedio la Cruz de Santiago, nacida en
España con la Reconquista, Las Cortes se quejaron reiteradas veces á Carlos [ y á Felipe
II de que la Casa Real de España estuviese montada á estilo y usanza de Bordona,
dispendiosa y costosísima. Carlos I introduce, cuando existía ya una Guardia española
como (¡uardia Real, creada con este nombro por Cisneros en 1504, la («uardia
flamenca ó walma, que se llama á veses borgoñona, y algunos dicen alemana ó tudesca,
que existía aun en tiempo de Carlos IV. En tiempos de la (Jasa de Austria hay dos
cía-es de reyes de armas: los de Borgoña y los de Castilla.
Como la (.'asa de Borgoña es francesa, y es el francés la lengua que habla la Corte en
los Países Bajos, introdúcese en España con ella el tecnicismo francés, con esa barbarie
insólita de pronunciar á la española las palabras francesas. Entonces se dice la
Orden del Toisón, se llama greffier de la Orden al secretario 6 escribano de ella,
como arqueros de (Jorjis á la (¡uardia Real, y sumiller de Corpa por summelier de
Curps.
Lo único alemán de la Casa de Austria de España es la introducción en ella del
título de Majestad. El Rev de España, á quien se hablaba do Vos generalmente, siendo
hijos los Reyes, como Fernando II, de damas de la Nobleza como D. !l Juana Enrique/, y
Alburqnerque, pasa á ser Sacra, Católica líval Majestad.
Mezcla, pues, de algo aloman, esto tan sólo: el tratamiento de Majestad y el título
de Emperador, que únicamente tiene Carlos I, y de mucho flamenco por haberse establecido
en sus Estados de Flandes los Duques de Borgoña, la Casa de Austria de España
es la Casa de Borgoña, cuya política tradicional es la rivalidad con la (Jasa de Francia,
de la cual es una rama segunda y subordinada, á la que prestaba homenaje por algunos
de sus Estados. Así, los Duques de Borgoña intervienen durante los siglos XIV y XV
en las luchas interiores do Francia de tal modo, que, en ocasiones, contrabalancean el
poder de los Reyes do Francia. Es la política que inicia Felipe el Atrevido, continúa
.fuan Sin Miedo y cristaliza (Jarlos el Temerario.
Al mismo tiempo, con el imperialismo, que lleva á los Duques de Borgoña á a pode,-
' rarse por herencia, por compra ó por conquista, de todos los Países Bajos, la nota característica
da la Casa de Borgoña es el absolutismo, el despotismo francés, el centralismo,
el poder personal, que hace de la política de los Duques de Borgoña en los Países
Bajos una lucha sin tregua por anular las libertades y privilegios de las ciudades
flamencas, acabados de lograr, para establecer la omnipotencia del poder real á la francesa.
Es el absolutismo que crea la Orden del Tusón por un capricho, para imponer
á una favorita del Soberano, á diferencia del origen nacional, religioso, militar y democrático
de las Ordenes españolas.
La obra de (Jarlos I es toda ella, en consecuencia, extranjera. En vez de hacer una
política interior, continuando la tradición histórica, hace su centro de operaciones en
Flandes y emprende todo un reinado de política exterior ajena á España. Toda su obra
es luchar con su primo Francisco I, procurar el abatimiento do la Casa de Francia:
querellas de familia ó intereses personales con Jos que España nada tenía que ver.
Su obra interior fue destruir en España las libertades nacionales, para implantar el
absolutismo francés. En España, como en Flandes, son abolidos o suprimidos los Fueros
de las ciudades, para someterlo todo al poder absoluto. Como las Cortes protestan contra
ello, Carlos I prescinde de las Cortes; y porque las Comunidades se alzan reclaman-

do el cumplimiento délas leyes españolas, el ejército «imperial», las tropas «cesáreas»
asientan en Villalar definitivamente el régimen absoluto que ha de subsistir on España
en una ú otra forma, con la Monarquía y con la República, durante cuatro siglos.
Entonces empieza el régimen que, cristaliza Felipe II violando en Flandes los Estatutos
de la Orden del Tusón con ol Duque de Alba, y los privilegios de todas las ciudades,
y decapitando en España al Justicia de Aragón y destruyendo los Fueros aragoneses.
Entonces se instaura el régimen del poder absoluto, en el que toda la tuerza,
toda la razón de ser y de existir de la nación está en el Monarca, que concentra en su
persona el ejército, la justicia, la hacienda y la religión. Es el absolutismo francés, de
donde viene, que formula Luis XIV en su frase: «El Estado soy yo.»
Y esto sucede en un país en el cual la Monarquía era de tal manera constitucional y
democrática, y de tal suerte sagrada la libertad, que en pleno reinado de Felipe II
tiene el Padre Mariana la audacia de sustentar, en su tratado !),"/. Jiey, la teoría nacional
de que los Reyes no son legítimos si no deben su autoridad á la Nación, y que no
tienen ningún dominio sobre la hacienda de sus subditos como no se lo consienta la
Nación reunida en Cortes; no pudiendo derogar ni corregir las leyes del Reino, facultad
ésta exclusiva délas Cortes, á cuyas leyes está atenido como los demás hombres: mereciendo,
si por acaso las quebranta y se convierte en tirano, que se le prive del trono
y aun de la vida, pro llamando la famosa teoría del regicidio.
Cuantos obstáculos se levanten ante la Casa de Austria, ó, mejor dicho, de Francia,
p.ira implantaren "España su política, esto es, el absolutismo francés de Luis Xf, primero,
y de Luis XIV, después, son destruidos.
Las Cortes dejan de ser convocadas: y cuando so convocan, sus Procuradores son
gente ya de poco fuste, que el Espado compra y asalaria, iniciándose la inmoralidad que
c trroerá más tarde la medula de la Administración pública con la venalidad y el
cohecho.
La rebelde Nobleza, que en otros tiempos se alzaba contra los Reyes, y hubiera podido
ser un baluarte de las instituciones nacionales, es anulada p ir el absolutismo. Deja
de ser convocada á Cortes desde 153S, por (Jarlos I, cuyo sistema, que aconseja en sus
Instrucciones políticas de 1543 á Felipe II, al dejarlo por Regente de España, es dividir
y anular á los grandes, arruinándolos, de ser posible, no dándoles el mando de los
ejércitos y humillándolos en los cargos palatinos. Así, aquellos Grandes que en tiempo
de Enrique IV levantaban ejércitos de 7.000 lanzas y 10.000 peones, como el Duque del
Infantado, en tiempo de Felipe II se someten, al extremo de que el Duque de Alba se incline
sumiso ante la vara de un alcalde de Corte, y so dé á prisión humildemente por
el delito de no haber obligado á su hijo á casarss según el capricho del Monarca.
De esta manera en tiempo de Felipo II ol poder real lo absorbe todo. Todo ha dejado
de existii'. Sólo queda en pie la Iglesia, parque ella es el arma por excelencia del
Estado. La Inquisición os un instrumento político, el más seguro de todos. Allí donde
se alza un fuero, donde resiste un privilegio, la Inquisición lo destruye, lo aniquila,
salta por todo, pono la mano en todo bajo pretexto de supuestas herejías, dando lugar
á las protestas de las Cortes, singularmente en la Corona de Aragón. Esto explica que
estos Reyes, que aparecen ante los ojos del vulgo docto, en todo el mundo, desde hace
cuatro siglos, como los campeones de la religión, de la Iglesia, sean los mismos que ponen
sitio á Roma, cuyas tropas saquean la ciudad sagrada, que hacen capitular á los
Pontífices prisioneros, (Jarlos I con el Condestable de Borbón, y Felipe II con el Duque
de Alba, y ahorcan obispos cuando les son rebeldes, sin respetar ni su estado ni sus
hábitos.

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Sólo la literatura mantiene en España la tradición; en ella se ha refugiado la libertad
que ha muerto. La novela picaresca y la poesía satírica fustigan sin piedad, sin temor
á la Inquisición, los atropellos y cohechos de la Administración, la venalidad de
los gobernantes, la prevaricación é ineptitud de los jueces, la inmoralidad de los alguaciles
3' escribanos; y el teatro caballeresco mantiene incólume el sentimiento del honor
y la conciencia del deber en El alcalde de Zalamea y Garda del Castañar, encarnándolos
en campesinos y plebeyos cuando han dejado de ser el patrimonio de la Nobleza,
convertida ea cortesana.
En Felipe II cristaliza el régimen del centralismo absorbente, del unitarismo francés,
que llevará al Conde-Duque de Olivares á proponer á Felipe IV, en vista de la resistencia
que oponen aún al. despotismo las Cortes de Aragón, la vinificación absoluta
de todos sus Reinos «al estilo y leyes de Castilla», donde el poder real era absoluto,
«sin ninguna diferencia».
La organización política y administrativa de España ha sido transformada, pues,
por la Casa de Austria, ó, mejor dicho, por la Casa de Borgoña, ó, mejor aún, por la
Casa de Francia. Al régimen de los Fueros y Libertades, que era el régimen nacional,
ha reemplazado el régimen absoluto. Al régimen constitucional y parlamentario, el régimen
personal, el centralismo.
Este cambio no hubiera, sin embargo, transformado en su esencia la vida nacional
si la política interior y exterior de Carlos I y Felipe II no hubiese traído consigo inevitablemente
la política económica que trajo.
Carlos I necesita para sostener sus ejércitos, que guerrean durante cuarenta años
en Francia, Italia, Alemania y Flandes, cantidades fabulosas de dinero. Todo el oro de
España y de América se sume en aquel abismo sin fondo ni límites de guerras perpetuas
y universales. Carlos I necesita proporcionarse oro á toda costa, sea como fuese,
para poder sostener su política de destrucción de la Casa rival y de prepotencia absoluta
de la suya. Entonces acude á los empréstitos, á las easus do banca de Alemania,
de Plandes, y, especialmente, de Italia, de Genova.
Esto hace que durante su reinado venga á España una muchedumbre de negociantes
extranjeros á contratar con él. Carlos I, para salir de sus apuros financieros, con tal
de obtener dinero, les da todos los arriendos del Estado, y ellos disfrutan de todas las
contratas, de todos los monopolios. Al mismo tiempo que ese dinero sale todo de España,
ellos aquí, con un resto de él, acaparan todos los productos, haciendo presa en todo,
poniendo el precio y encareciéndolos á su arbitrio, arruinando las industrias y el comercio
nacional. Son lo que ahora se llama sindicatos, los trusts de nuestros días.
A las quejas de las Cortes de Castilla, reunidas en Vallado! id en 1542, responde
Carlos I que «no conviene que se haga novedad». Los puertos y las fronteras de España
están abiertos á los productos extranjeros, mientras las fronteras y puertos extranjeros
están cerrados en absoluto para España. En España se practica el librecambio, mientras
que fuera todos son proteccionistas. En el Tratado de Madrid, teniendo Carlos I prisionero
en la Torre de los Lujanes á Francisco I, lo único que se estipuló en relaciones
arancelarias fue que lossúbditos de la Corona de Aragón pudiesen introducir en Francia
sin pagar derechos sus paños y otras mercancías «en tránsito», sin facultad de poderlas
vender, mientras que los subditos franceses tenían la facultad de vender libremente
todos sus artículos en España. Resultando en esta forma, según las frases de un
comentarista, que «los franceses, vencidos, quedaron privilegiados; y los españoles, vencedores,
excluidos del beneficio que aquéllos disfrutaban».
Esta política económica ruinosa, que disuelve la riqueza nacional, destruyendo la

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Nación en su medula, se acentúa en tiempo de Felipe II, que, para asegurar la consolidación
definitiva del poder absoluto, se apoya en la clase de los letrados, los clásicos
«golillas», poblando sus Consejos de abogados, los cuales, según un contemporáneo, no
tenían más principios de gobierno «que los que encontraban en la jurisprudencia romana»,
reemplazando con esta turba de leguleyos á los que antes los componían, pertenecientes
á los tres estados ó clases sociales.
El trabajo nacional muere, en consecuencia de ello, no de repente, pero sí en su esencia
misma. La muerte definitiva tendrá lugar en tiempo de Carlos II. ¿A qué trabajar,
si el Estado se ha de apoderar de la riqueza resultado de años de afanes, para pagar
las guerras de Flandes, como hacía Felipe II adueñándose del oro de los particulares
que llegaba en las carabelas de América? ¿A qué trabajar, si todo el fruto de
tantos años de desvelo está á merced de un tributo nuevo para sostener las campañas
de Francia ó de Italia? ¿A qué trabajar, si las leyes económicas del Reino están en manos
de banqueros extranjeros que imponen su ley como les place á la nación?
Entonces, toda la obra de la España medioeval comienza á deshacerse. Al español
trabajador, industrioso, de los Gremios, sucederá el español aventurero. A Flandes y
á América irán todos los brazos, especialmente en Castilla, atraídos por el atractivo de
las riquezas fabulosas, del botín pingüe de las ciudades saqueadas, fomentándose el espíritu
de holganza y el desprecio del trabajo característico de la Castilla del siglo XVI,
el hidalgo clásico, desnaturalización del hidalgo verdadero, degeneración de él, que tiene
de él la legítima altivez que da la superioridad moral, sin la superioridad moral que
la da, justificándola. A la conciencia de la personalidad del español de la Edad Media,
que hace de Barcelona y Sevilla los dos más grandes centros de contratación del mundo,
reemplazará el fatalismo, la indolencia, que lo espora todo del milagro y de la suerte
ó el servilismo, la adulación, la bajeza, que busca tan sólo el medro por los únicos
caminos que lo dan.
Los organismos que representan la riqueza nacional, como la Mesta, disminuyen de
día en día en proporciones aterradoras. El déficit de la Hacienda pública crece, en cambio,
en proporciones monstruosas. Para cubrirlo se acude á los «arbitrios», véndense
por el Estado los Oficios, las Hidalguías, en subasta, sin que esto sirva más que para
agravar el daño, porque no basta y sólo desmoraliza.
Entonces comienza la despoblación de España, que pierde más de dos millones de
habitantes en Castilla en el reinado de Felipe II. Y España, ó, al menos, toda la Corona
de Castilla, se puebla, en cambio, de picaros y mendigos, con un aumento de frailes y
de monjas. Ya las ciudades carecen de vida propia desde el momento en que no viven
por sí, siendo toda la nación la propiedad exclusiva del Monarca.
Pei'o no todo es ruina. Sobre los restos de la España medioeval que se deshace, se
alzan triunfantes, como en una apoteosis, el oficinismo y el abogadismo,formas distintas
de un mismo espíritu. A la soberanía nacional que se derrumba reemplaza la omnipotencia
del papel de oficio y la pluma de ave, los leguleyos y los covachuelistas, los mismos
de hoy, las dos plagas nacionales de las que nadie está libre en España, porque
todos los ciudadanos españoles somos, sin excepción, funcionarios y abogados, yo el
primero.
Felipe II no justifica los cargos do la Historia ni por su crueldad, ni por su fanatismo,
ni por su hipocresía. Estos defectos los tuvieron más que él todos ó casi todos sus
contemporáneos. No son sus inquisidores, como so creo vulgarmente al hablar de él, los
causadores de la ruina nacional. Hay algo en él jieculiar, característico, único: él entroniza
el expediento en España. En la nación no hay ya más que el Estado, y, en el Es-

tado, S. M. el Trámite. Rey papelista, como se le llamó con frase gráfica en su tiempo,
los golillas son sus hombres, son su hechura; los escribanos sen sus solos favoritos. Ai
régimen nacional de la Edad Media del trámite administrativo y judicial «de plano»,
sucede el régimen de la dilación y del rodeo. Felipe II no ve á nadie, no habla a nadie.
Escribe envuelto en un mundo de pa'oeles. Oficinista admirable, todo lo hace por sí mismo,
todo lo lee, todo lo corrige, todo lo examina, todo lo comenta. Como él es solo para
estudiar y resolver lo.s problemas políticos, administrativos, militares, judiciales y económicos
pendientes en España, Portugal, Italia, Irlandés, Francia, Alemania, Inglaterra,
África, Asia y América, cuando resuelve todu es fuera de sazón. Su lentitud desesperante
consume á D. Alvaro de Bazán, á D. Luis de Requesens, á D. Juan de Austria,
á Alejandro Farnesio, todos los cuales mueren de corrupción de sangre al ver inutilizados
por él todos sus esfuerzos de guerreros y estadistas. Todo pasa por su mano,
sin permitir que nadie lo haga por él. Los reclamantes han muerto casi siempre cuando
decide acceder á lo pedirlo. Es la obra, del centralismo, pues centralismo y oficinismo
es igual.
El oficinismo es la cristalización civil del absolutismo, como el cesarismo es su cristalización
militar. Felipe II es un civil, no un militar. Carlos I es un guerrero, yFelipo II
un burgués. El absolutismo en ambos tiene, pues, manifestaciones diferentes. Felipe II
hace la guerra porque no tiene otro remedio; pero, en el fondo, detesta la milicia. Ama,
en cambio, lógicamente, los letrados. Forzosamente, los golillas son su hechura. A un
César civil como él corresponde un ejército de toga. Sus soldados serán, pues, los alguaciles,
tema perenne de la novela picaresca de su época, fuente inagotable de la musa
demoledora de Quevedo.
La política interior y exterior de Carlos I y Felipe II, y especialmente su política
económica, llevan á España,, en dos siglos, al abismo. Ocho millones de habitantes tiene
Castilla en el reinado de Carlos II el Hechizado, cuando se calculaba en cuarenta millones
ln población de España en tiempo de los Reyes Católicos.
La Casa de Borbón.
No conozco dinastía en pueblo alguno más digna de respeto, más merecedora de gratitud
y amor que la Casa de Borbón eji España. Felipe V, Fernando VI y Carlos III,
sus hijos, son los Reyes de España más animados de nobles deseos y generosas intenciones.
Propónense el engrandecimiento de la nación; pero, franceses, viendo á Francia en
el pináculo de la grandeza material, creen que la manera de realizarlo consiste en introclucir
en España las instituciones francesas, copiando, calcando la organización francesa,
imitándolo todo por el patrón francés. Toda su obra, por tanto, se estrella contra
la imposibilidad de su empeño. Pueblos opuestos, de espíritu antitético, jamás Espiaña
se asimila lo francés. Las reformas son imitiles, estériles los esfuerzos, vano el
propósito, infecundo el resultado.
En esa empresa de asimilación artificial, la nación se desnaturaliza por completo:
España, durante el siglo XVIII, es una España sin España. La de los siglos XVI
Y XVII es uña España con destellos españoles. Es la herencia de la España medioeval,
lía riqueza acumulada de ocho siglos. La. del siglo XVIII es una España de cromo, no
unía nación de carne y hueso. Son los ministros enciclopedistas, los abates volterianos,
Icos cortesanos de peluca empolvada, casaca de seda y bocamanga de encaje. Es una

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España copiada de Versalles, como los jardines de Le Nótre, todo recortado, de figurinas
de Sévres y pastores de Triam'm, vida ficticia, artificio de todo, de forma externa,
en vez de la espontaneidad, ruda y pujante, de las razas españolas.
El absolutismo de Carlos I, el centralismo de Felipe II, se consolidan con chupa y
tacón rojo. Todos los Fueros de la Corona de Aragón, en Aragón, en Valencia, en Cataluña,
como en Mallorca, son abolidos, entonces, para siempre.
Hasta la literatura, donde se había refugiado hasta entonces el alma nacional, nutriéndose
de las energías y las libertades españolas, se afrancesa. Ya no es Quevedo
fustigando al Conde-Duque de Olivares, arrostrando la prisión y la muerte en defensa de
las libertades de la patria; es el pulcro, el atildado Moratín, el culto, el docto, el erudito 9/
horrorizado de Shakespeare, traduciendo é imitando á Moliere, superándolo, pero era--• • • j
peñado en la empresa insensata de querer aclimatar plantas exóticas en terrenos refractarios.
Por eso el pueblo no se interesa por su obra, prefiriendo los engendros de Cornelia
á las afeminaciones de Meléndez, desentendiéndose de los tortolillos que se arrullan
en presencia de Cloris y de las dulzuras de almidón confitado de la ingrata Amarilis,
ahondándose más v más el abismo que en España separa desde hace siglos á la nación
y á sus clases directoras.
Estas, afrancesadas, despreciarán al pueblo, que, fatalmente, será el de «Pan y
Toros». Embrutecido, ignorante, será suya, sin embargo, la razón. Serán los cultos los
que yerran, pese á todo. La nación no se asimila aquel régimen exótico, francés, que
reglamenta con el Principe de Squilache el traje de los españoles y les prohibe sus capas
y chambergos, y regula en sus más minuciosos y preciosos detalles, en. tiempo de Carlos
IV, los bailes de candil. Incompatibilidad que cristalizará en nuestros días en aquel
hombre de Estado, espíritu culto, refinado, exquisito, lleno de nobles intenciones, de
elevados propósitos, que se retirará de la vida pública creyendo sinceramente qtie la
nación es un cadáver sin pulso porque no ha sabido responder á su llamamiento, sin
darse cuenta de que la nación no le oyó porque, descendiente él de afrancesados y franceses,
francés en su espíritu, en su ingenio, en su cultura, francés de alma, le había,
hablado en francés, y la nación, española, no le había comprendido sin intérprete.
La Guerra de la Independencia.
Y así llegamos á la invasión francesa. España queda sin gobierno. La familia real
se encuentra en Francia; los ministros, con ella. España, acéfala, se halla invadida por
el Ejército de Napoleón, que ha subyugado á Europa. España no tiene Ejército, no tiene
Hacienda,, no tiene Administración. Su destino es inclinarse y someterse. ¿Qué puede
hacer, ni qué puede esperar?
La Guerra de la Independencia es la más grande enseñanza para todos los que.quieran
saber cuál es la causa del abatimiento de España y cuál pudiera ser su remedio.
España, libre, abandonada á sí misma, desembarazada de la camisa de fuerza de un
régimen exótico, respira, se reconoce, se recobra, y, pudiendo mover sus músculos, realiza
aquella epopeya grandiosa, no del heroísmo, sino de la afirmación de su personalidad.
El absolutismo ha cesado. Las iniciativas individuales son posibles. El alcalde de
Móstoles lanza el grito de libertad, que repercute en toda España. No son los capitanes
generales del Ejército los que oponen los cañones á los enemigos de la patria; son los
tenientes de infantería y artillería. No son los Grandes de España, con excepción de

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dos ó tres á lo sumo, los que levantan el espíritu patrio: son los hidalgos de provincia,
sin fortuna.
Pero si esa es la obra de la nación, que, abandonada á su instinto, se busca á sí misma
y se encuentra, salvándose, las clases directoras preparan en las funestas Cortes de
Cádiz el dogal que ha de volver á ahogar á España. Aquellos parlamentarios ciegos siguen
copiando y traduciendo el figurín francés. Y, como ellos, los intelectuales. Quintana,
«el Tirteo español», es un afrancesado que declama contra Francia.
Volverá la aristocracia, refugiada en Francia, trayendo la servil admiración de
París en vez del sano patriotismo de la nobleza de Inglaterra y de Alemania, y la obra
de los seis aíics de la Guerra de la Independencia será deshecha, al parecer, para
siempre. De nuevo el absolutismo matará las libertades nacionales.
España actual.
Y así llegamos á la España actual, en la que el Código civil es el Código de Napoleón,
y el anticlericalismo popular es el anticlericalismo de Combes; en que la aristocracia,
en general tan cursi como ignorante, habla en francés, te viste en París y destierra
el culto de la Virgen del Pilar para adorar sólo la de Lourdes; en que la literatura,
en la prensa, en el teatro, en la novela, salvo una ó dos excepciones, es un plagio,
ó, cuando menos, una reminiscencia, siempre, do lo francés; en que la organización
civil, diplomática, política, judicial, administrativa, militar, económica, es una copia
de la organización francesa.
Todo el siglo XIX lo ha empleado la nación en conquistar unas libertades falsas.
El absolutismo de los Reyes ha cesado, pero subsiste el absolutismo del Estado, el centralismo.
El principio de autoridad ha desaparecido. Los ciudadanos gozan de libertad
para insultar, para desobedecer, para provocar motines, para el desorden: tienen libertinaje;
pero sólo tienen eso. Bajo el papel de la libertad exterior se encuentra el muro
del absolutismo auténtico. En pleno cantonalismo, en la anarquía de la falsa libertad,
está el tirano de la nación, implacable, bajo la forma de un cobrador de cédulas ó en
el pellejo del celador de Consumos. La libenad es también traducida, á la francesa,
quiere decir, centralista y jacobina.
El Regionalismo.
Poro, mientras esto ocurre, coincide, en el siglo XIX, el nacimiento de los estudios
históricos en España. En consecuencia, comienzan á resurgir en las provincias las literaturas
regionales con el descubrimiento y la publicación de los Romanceros regionales,
do los Refraneros regionales, do los Cantares regionales. Y con toda una literatura
que estaba enterrada, pero no muerta, pues que las lenguas regionales se hablaban,
Tan resurgiendo las instituciones políticas, las instituciones jurídicas, las organizaciones
administrativas regionales, es decir, las instituciones nacionales españolas.
Ese movimiento, además, no es exclusivo de España. Lo hay on todas Jas naciones
dio Europa. Es la protesta de la variedad lógica contra la unidad absorbente; es la Nat'.uraleza
que recobra sus derechos y busca el equilibrio. Es la consecuencia lógica del
Enciclopedismo, del Humanitarismo y del Internacionalismo, que niega la idea de Patiria.
Es la afirmación de la personalidad contra esa teoría insensata que quiere hacer

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de toda la humanidad una masa compacta, un engrudo humano sin religión, sin patriotismo,
sin idealismo, sin más fin que las industrias para lograr les medios de procurarnos
placeres materiales. Es el espiritualitmo, que protesta centra la exageración del
utilitarismo actual, del materialismo imperante.
El Regionalismo nace, en las regiones que tienen lenguas especiales: en Galicia, en
Vizcaya, en Cataluña.
La literatura gallega, cuyo desenvolvimiento espléndido floreció en la Edad Media
antes que la castellana, la de los Trovadores, la de Hacías, la de las Cantigas de Alfonso
X el Sabio, rasucitó, restaurada por Pérez Ballesteros, con Rosalía de Castro y
con Curros Enríquez. Y la literatura catalana, que en la misma época adquirió su espléndido
desarrollo con los Trovadores igualmente, con Jaime I el Conquistador y con
Ramón de Muntaner, didáctica á la vez que lírica, resucitó también, restaurada por
Rubio y Ors, con Aribau y Verdaguer.
Renacieron las literaturas regionales con el amor á las cosas bellas y á las cosas
pasadas: son los trajes típicos, las costumbres pintorescas, las romerías originales, las
danzas características, todo el encanto artístico qr.e contrasta con la vulgaridad monótona
de la civilización moderna.
El Regionalismo en España es una afirmación parcial del Patriotismo, que, en general,
faltaba á la nación. El régimen extranjero, que hacía de la nación la propiedad
particular del Monarca, adormeció el sentimiento de Patria, siendo preciso que una
invasión armada hiciese renacer en la conciencia nacional el amor á la Patria de Covadonga
y San Juan de la Peña. Es una consecuencia lógica del régimen: se ama la Patria
porque es nuestra; no puede sor amada de igual modo si es do otro. El absolutismo
y el patriotismo son dos conceptos que se oponen entre sí.
Todo el siglo XIX se empleó en España en una guerra civil en vez de dedicar sus
energías á una empresa común, en una obra nacional. Esto hizo de ella dos Españas,
y de la Patria, por tanto, dos patrias.
En consecuencia, España os un pueblo sin educación social. Carecemos de cultura
nacional. En España nadie enhena nada de esto: ni moral, ni religión, ni principios. La
obra social no existe para nosotros. El uno hace propaganda reaccionaria, y el otro la
hace de ateísmo jacobino. Nada elevado, espiritual, grande y bueno. El patriotismo, la
abnegación, el deber, naelie lo enseña ni se ocupa de ello. Sólo hay sectarios é indiferentes,
ó irónicos.
Y es que nos falta la Tradición, olvidada. Son cuatro siglos ele no ser nosotros mismos.
España, desnacionalizada, es un barco sin timón que va al acaso por un mar desconocielo.
El patriotismo es tan sólo una palabra. Lo único cierto es el patrioterismo,
esto es, la mentira del patriotismo, explotada por los negociantes del patriotismo. Con
él se llevó á la nación á la guerra ele Cuba, á la guerra de Filipinas, á la guerra con
los Estados Unidos á los acordes de La marcha de Cádiz; con él, las vidas ele miles de
españoles, el crédito nacional, el honor de la Patria, fueron sacrificados, sin que la voluntad
nacional, inconsciente y atónica, se manifestase jamás, imponiéndose.
El movimiento regionalista permanece reducido á un platonismo singularmente literario
desde que nace en 1853 en Galicia y en 1826 en Cataluña durante el siglo XIX.
Es necesario que un fenómeno transcendental se opere en la nación para que aquel movimiento
se transforme y se convierta de espiritual en social.
Por una contradicción, frecuente, sin embargo, en los fenómenos sociales, el movimiento
regionalista, que, en apariencia, es ele disasociación, es de unión en el fondo. Lo
que aparece como un signo ele muerto es una muestra de vida y energía.

La pérdida de Cuba y Filipinas cierra el período de la anormalidad de España. Hoy
nos hallamos como en el punto de partida. Esta es la España natural, la España geográfica
de Boma, la España de la Edad Media. Organizada absurdamente como estaba,
la nación, con sus inmensos territorios en Asia y en América, era un cuerpo pequeño
con brazos artificiales monstruosos. Por ese organismo deforme corría la sangre difícilmente.
Había anemia.
Pero al hacerse la amputación de esos miembros deformes, consubstanciales de su
organismo vital, toda la sangre, circulando por el cuerpo, lo riega todo en debida proporción.
Ahora, á la anemia sucede cierta plétora que congestiona por la falta de costumbre.
A la postración sucede la energía, la inquietud, la impaciencia. España, libre de
colonias, de territorios extranjeros, reducida á sí misma como en los tiempos de los Reyes
Católicos, normalizada, en condiciones naturales, aspira á vivir una vida natural.
Lógicamente, en consecuencia, va comprendiendo que hay algo que la ahoga, que
hay algo extraño, algo anómalo que pesa sobre ella, que es necesario arrojar para vivir.
La España postrada se incorpora. La España caída se levanta y quiere andar. Pero, al
hacerlo, siente un peso que lo impide. El malestar empieza á manifestarse. Abandonada
la nación á sí misma, busca su posición y no puede encontrarla. Hay algo que la contrahace,
que la impide marchar, progresar como ella quiere. Una España nueva, joven,
robusta, empieza á brotar, con nueva savia, bajo la vieja corteza del árbol. Pero se encuentra
con que no puede ensancharse, porque ese corcho tiene una capa de hierro, superpuesta
por manos extranjeras, que la lian clavado y atornillado al tronco.
Esa capa de hierro es la organización actual, es todo el régimen extraño á la nación,
que elementos extranjeros le impusieron. Los españoles tenían sus leyes propias, que
respondían á sus necesidades, que habían formado sus instintos y su alma: leyes grandes,
leyes buenas, leyes libres. Su fundamento era la libertad.
España quiere recobrar esas leves, vivir su vida, dejar de ser esclava. He aquí el
fenómeno, perfectamente lógico, último paso de la biología de España.
La nación quiere vestir su traje propio, fresco en verano, abrigado en invierno, no
someterse los doce meses del año al figurín inevitable de París.
Esto, que late, inconsciente, en toda España, en Cataluña se manifiesta hoy conscientemente,
deliberadamente. Cataluña es la región española la más rica, la más adelantada,
la más en contacto con la vida exterior. En Barcelona so imprimió el primer
libro en España, se inauguró el primer ferrocarril y se botó el primer buque de vapor.
Los catalanes, más fuertes que los otros, con la violencia que da el tener más sangre,
no están conformes con el régimen actual. Como sus Fueros no fueron abolidos sino
el año 1714, la tradición es en ellos aún reciente. Conocen su pasado y recuerdan sus
espléndidas grandezas. Lo aman, lo respetan, lo veneran. La Cataluña de la Coiona
do Aragón, la de los Jaimes, la de los Alfonsos: la Cataluña de los Almogávares, la
Cataluña de Roger de Llauría, la Cataluña de Enteriza y Rocafort, surge pujante, robusta,
conquistadora, imperialista, de pronto. Medio siglo de regionalismo literario y
científico incesante, de trabajo intelectual, de ir desenterrando las glorias del pasado,
de ir, poco á poco, reconstruyendo la Cataluña de ayer, la Cataluña catalana, desenterrando
al mismo tiempo las instituciones políticas, jurídicas, administrativas, que entonces
la regían, han hecho que, comparando lo de ayer con lo actual, Cataluña se haya
dado cuenta de que el traje que ahora lleva no es una ropa ajustada á su cuerpo, sino
algo anómalo que la deforma y la ahoga.
El pleito de Cataluña es el de todas las regiones españolas. El día en que los sevi-

llanos sepan su historia, conozcan su pasado; el día en que aprendan que Sevilla, en la
Edad Media, era el centro mercantil de la Corona de Castilla, corte, no del torerismo,
la cuchufleta y el afeminamiento, sino del trabajo, de la riqueza, de la industria, que
hacían de ella una ciudad poderosa, orgullo de España, envidia del extranjero, en que
el lujo y la abundancia eran patrimonio de los pobres, al renacer en su espirita el amoral
pasado renacerán en su alma ansias de renovación, dándose cuenta de que hoy no es
ella misma, sino una Sevilla falsa, igualmente contrahecha y deformada.
El día en que los sevillanos (y hablo de ellos porque he nacido en el Reino de Sevilla
y en la ciudad de Sevilla me lie formado), que hoy no sienten el amor de la Patria
ni el amor á la Región, sientan este último, se hallarán preparados para sentir el patriotismo,
esto es, el amor á la nación en general. Porque, repito, el patriotismo ha
muerto en España. «Cosas de España», «En este pais», «España es un presidio suelto»,
«Este es un país de ladrones»: he aquí las frases que están incesantemente en labios de
todos los españoles. Los pocos que creen en España, que tienen una fe ciega en su porvenir,
son el objeto do la compasión, cuando no de la ironía, de todos los demás, para
los cuales el insulto á la Patria i-e ha convertido en tópico indispensable.
La España de mañana.
Sintetizando: después de cuatro siglos de desnacionalización hemos venido á paralen
ser la España de hoy, esta Patria traducida, falseada, adulterada y desnaturalizada,
en que no es suyo ni el libro que lee. ni la ley que obedece, ni el régimen que la rige,
ni la organización que la gobierna, ni el sentimiento que la inspira, ni la fuerza que la
mueve, ni el móvil que la guía, ni la moda que sigue, ni el hábito que viste, ni la substancia
que la nutre, ni la conciencia ni el aire que respira. España actual, en la que
son extranjeras las industrias, las fábricas, los Bancos; en la cual los comerciantes españoles
necesitan disfrazarse de extranjeros, tomando nombres apócrifos y absurdos
para que el público acuda á ellos sin desdén, porque lo nacional no vale nada: «Cosas
de España» que hay sólo «en este país».
Por eso, este movimiento que hoy agita y apasiona á toda España es un fenómeno
lógico, inevitable, de la geología social, una manifestación cristalizada de la dinámica
moral, una fase natural en el proceso de la biología histórica. Es la protesta de la Naturaleza
contra una anomalía, es el cumplimiento una vez más de la ley física del equilibro
de los cuerpos, que no permite indefinidamente la violación de los principios naturales.
Porque en el fondo, repetimos, prescindiendo de detalles, en la gran síntesis de los
fenómenos históricos, en el total délas abstracciones científicas, lo que reclama ese movimiento
que ahora se llama Solidaridad Catalana es volver á vivir la vida propia, la
vida personal, arrancándose la armadura de hierro de un artificio que nos ahoga y nos
deforma: es la protesta contra la organización monstruosa, exótica, que á todos nos
oprime.
El fondo de ese movimiento, inconsciente hasta ayer, reflexivo hoy, y, ciertamente,
inteligente mañana, considerado como fenómeno social, es la encarnación modal de una
necesidad del organismo nacional en toda España y la iniciación feliz de un movimiento
de reconstitución bienhechora.
España, ya lo hemos dicho, es la única nación del mundo en que se vive sin tradi-

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ción histórica. Es un árbol que viviera sin raíces, nutriéndose de la atmósfera en vez de
tomar su vida de las entrañas fecundas de la tierra.
Es necesario volver á lo español, á lo castizo, á lo genuino, á lo nuestro; tonificarnos
para robustecernos, pero no con inyecciones hipodérmicas, con sueros artificiales,
con productos químicos de substancias orgánicas ajenas á nuestro humor, sino por el
procedimiento natural de la nutrición directa de substancias sanas y adecuadas. La
España de nuestros días es un enfermo que padece de anemia. Pero el origen de esa anemia,
que consume nuestras fuerzas y que amenaza todas nuestras energías, está en que
España viene sometida desde hace cuatro siglos á una alimentación anormal de substancias
extranjeras á su constitución, que no puede, en consecuencia, digerir, y que,
por tanto, no le es dable asimilar.
En lugar de «europeizarnos», lo que tenemos que hacer es españolizarnos, que lo demás
se nos dará de añadidura. Lo primero es colocarnos en condiciones de adaptación,
evolutivas. Es necesario, ante todo, normalizar nuestro organismo perturbado. El día
en que en toda España, en cada una de las regiones que la forman, se estudien profundamente
sus instituciones históricas y se comprenda, comparándolas, su superioridad
sobre las actuales, por responder las primeras á necesidades naturales y ser las últimas
la obra arbitraria de una concepción errónea, la transid mación de España será un hecho
indiscutible y positivo.
Y esa transformación se realizará sin sangre, sin motines, sin barricadas y sin revoluciones.
Será la obra serena de la razón no el arrebato de la pasión ni la fuerza. No
será obra de un partido, sino la obra de toda la nación. Será una nueva Reconquista
sin guerra para volver á organizamos como somos: en la unidad dentro de la v.ariedad,
no la unidad artificial que hoy tenemos, copia de un régimen ajeno á nuestro espíritu.
Somos hermanos, no socios. Todos venimos de un origen común. Somos regiones, no
naciones agregadas, pero no una masa informe, sin acción, agarrotadas las manos y
los pies. Volvamos, pues, á lo nuestro, á la unidad dentro de la variedad, libertándonos
de una organización exótica que esteriliza todas las iniciativas.
Nadie con más condiciones que el español para la lucha por la vida. ¿En qué consiste,
sin embargo, que España se halle á la cola en vez de estar á la cabeza do Europa?
¿Son los hombres, ó es el régimen? Ahora bien: si vemos que los españoles son los
primeros fuera de España; que las colonias españolas son las más prósperas en toda
América; que la colonización do Argel la han hecho y la hacen los españoles en lugar
de los franceses, podemos afirmar que nuestro atraso se debe á causas accidentales, no
esenciales.
Volvamos, pues, repetimos, á lo nuestro. Españolicémonos, nacionalicémonos. Desenterremos
los tesoros ocultos, que cuatro siglos han cubierto de polvo; explotemos las
riquezas nacionales, los veneros materiales y morales que hicieron de nuestra Patria,
á despecho de los moros, la nación más grande, más rica, más culta de Europa en la
Edad Media.
Emprendamos esta obra do nueva Reconquista y pongamos en ella todo nuestro
amor, toda nuestra abnegación, todo nuestro sacrificio. Catalanes, castellanos, andaluces,
hagamos Patria, pero seamos patriotas. Empecemos cada uno de nosotros por
hacer á nuestra Patria el sacrificio de nuestros intereses y do nuestros egoísmos personales.
Así se hicieron las grandes naciones siempre. Así se hizo la Alemania de ayer.
Así sa ha hecho la Italia de hoy, y así se hará nuestra España de mañana, pese á las
lúgubres profecías de los que, como el corcho, vegetan sobre el tronco, los cuales creen,
y al creerlo son sinceros, al agrietarse cuando el árbol empuja, que el árbol muere,

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cuando lo que muere es ellos. Convertir en española la Solidaridad que hoy se llama
Catalana, hacer nacional la empresa que hoy es sólo regional: he aquí la obra que ha
de realizar España. De este modo, el movimiento, nacido un día con carácter egoísta
que lo hizo odioso al resto de la nación, transformado en movimiento salvador, depurado
de sai errores, de sus vicios, volverá á España su vitalidad, perdida por cuatro siglos
de letargo nacional.
FERNANDO DE ANTÓN DEL OLMET.
Portugal.
.... o
Media hora con Guerra Junqueiro.
Lector: No voy á ofrecerte el resultado de una información que no he hecho, que no
he podido hacer, aunque era mi deseo. Voy á hacerte saber que he tenido una gran alegría:
la de haber visto al poeta egregio á su paso por Madrid.
Casi desde que aprendí á leer he sido admirador entusiasta de Guerra Junqueiro,
una do las más gloriosas figuras de la poesía peninsular. Sus versos han despertado en
mi alma ansias de libertad, cuando hace de ellos ariete demoledor del pasado; me han
dejado columbrar á lo lejos horizontes de paz y de justicia, cuando abomina de las concupiscencias
sociales; me han atraído hacia los humildes, á los cuales ensalzó y admiró
siempre-, me han hecho sonreír con desdén do muchas cosas que la gente cree serias,
cuando las fustigó con su sátira implacable; y me han encantado cuando deliciosos
madrigales, suspiros de amor del poeta, han abierto á veces dulce paréntesis entre los
gritos de guerra del combatiente incansable y denodado.
Y cuenta que Guerra Junqueiro, cuyo nombre basta para honrar la literatura de un
país, no es sólo poeta, aunque lo sea principalmente. Es un filósofo y pensador profundo,
ha hecho interesantes estudios acerca de la radiación, y es agricultor distinguido,
que ensaya toda suerte de adelantos del cultivo en sus extensos viñedos de Barca
D'Alva.
Recuerdo haber leído en una publicación de Lisboa, A lllustraqno Portugueza, una
semblanza de Guerra Junqueiro tau breve como acertada. Traduzco, pues:
«El más brillante de los poetas portugueses contemporáneos. La nariz de Dante, la
barba de Tolstoi, la frente de Hugo. Un apóstol y un agitador. Misticismo y República.
Un gorro frigio sobre un genuflexorio. Marat y la Virgen. Viticultura y bríc á
brac. De todo para vender: oraciones y arcas góticas, sátiras á los Braganzas y pipas
de vino, azufre para las cepas y teorías sobre la radiación universal. El genio semita
en la literatura portuguesa.»
Cuando supe que Guerra Junqueiro estaba en Madrid, decidí ir á verle: primero
—y séame perdonado el egoísmo y la franqueza—, para proporcionarme esa satisfacción,
aprovechando su viaje, ya que ignoro cuándo podré volver á Portugal, donde me sería
fácil; y después, para recoger algunas impresiones del vate ilustre sobre la literatura
portuguesa contemporánea, á fin de transmitirlas á los lectores de ATENEO.
Recibióme con extrema amabilidad, pero se excusó cortésmente de acceder á mis
deseos en cuanto á hablar de literatura. Vengo enfermo—me dijo—; estoy aquí de paso

para Suiza, doiide pienso reponerme del paludismo que padezco, }• no tendría tiempo,
porque yo, panteísta convencido, he de ser fiel á mi sistema, y no habría de limitarme
á una enumeración de nombres de escritores y títulos de libros, como el catálogo de
una librería. Hay que estudiar al artista en la totalidad de sus obras y en relación con
el medio en que se desenvuelve. Todo lo que no sea eso, es una labor incompleta é
inútil. Pero regresaré en Septiembre, y entonces, con más vagar, espero poder satisfacerle.
Esto es, en resumen, y resumen estropeado por mí, lo que dijo Guerra Junqueiro
contestando á mi tentativa de atraco litsrario; pero lo dijo de un modo incomparable,
esmaltando su conversación con tal profundidad de pensamientos y tal galanura de
frase, que no me dio lugar á otra cosa que á la admiración, porque no había una sola
palabra que no encantase, al par que hiciese meditar. Yo le escuchaba de tal manera
absorto, que mucho me temo que, al ver mi mutismo, creyese el poeta que ye las había
con un tonto de remate.
Después, y sin darnos cuenta de ello, llevamos la conversación al terreno de la política.
Esta es hoy día la gran preocupación de (-hierra Junqueiro. Su relieve intelectual,
su moralidad intachable, el gran prestigio que rodea su nombre y el ardor con
que profesa sus ideales, le han dado una personalidad preeminente en el campo del republicanismo
portugués. Al hablar de la situación de Portugal, de la dictadura, de la
crisis del régimen constitucional, Guerra Junqueiro se transfigura. La palabra apacible
del filósofo que enseña la verdad, dejando vagar en sus labios bondadosa sonrisa,
se convierta en el verbo vibrante del revolucionario. En sus ojos lucen fulgores de ira.
Valiéndome de la semblanza que antes traduje, el apóstol deja lugar al agitador.
No consignaré aquí lo que acerca de la política portuguesa oí á Guerra Junqueiro.
Baste decir que sus palabras fueron absoluta confirmación de las que oyó de los mismos
labios uno de los periodistas que más honran á la Prensa española, D. Luis Moróte,
que en Porto habló con el literato insigne antes de que éste emprendiese su viaje.
Me despedí de Guerra Junqueiro, contando con que á su regreso podré ofrecer una
información interesantísima. Y para que se vea que algo he aprendido de lo que oí do
labios del Maestro, fíjate, lector, que no cito una sola de sus obras, huyendo del sistema
de catálogo de librería; pero te recomiendo que las leas todas, que las aprendas de memoria,
si es posible, porque no son el producto de la epidemia literaria de una época, son
la expresión viril de los más grandes y nobles ideales humanos, la Libertad y el Bien,
tal como los conoce un gran filósofo, los siente un gran artista y los dice un gran tribuno.
SALVADOR DÍAZ-BKRRIO.
América.
de
O
México.
En estos momentos, uno de los lugares de peregrinación más favorecidos en México
por los viajeros sabios y artistas, ó por los simples curiosos, es San Juan Teotihuacan
(Teotihuacan quiere decir ciudad de los dioses), lugar situado á uña hora de camino
de la capital, en la línea del ferrocarril de Puebla, y donde gracias al celo del eminen-

— 1.) —
te Justo Sierra, ministro de Instrucción pública y Bellas Artes, D. Leopoldo Batrés,
conservador de monumentos nacionales, ha descubierto ya una de las dos gigantescas
pirámides llamadas del Sol y de la Luna, de origen tolteca, es decir, provenientes.de
una de las civilizaciones precolombinas más grandes de América, porque hay que advertir
quo el Imperio de Moctezuma que conquistaron nuestros abuelos los españoles,
era un imperio bárbaro en relación con el Maya y el Toltoca que lo precedieron.
[ja contemplación de las grandes ruinas, de los vestigios de las grandes civilizaciones,
eleva el espíritu humano muy más allá de las miserias y do las mezquindades diarias
de la vida.
Y las de Teotihuaean son grandes ruinas, nobilísimas ruinas. Era aquélla una inmensa
ciudad sacerdotal, extendida por el tranquilo paisaje, al pie do los dos inmensos
custodios, de las dos colosales pirámides, causa v razón do su existencia.
Los pobladores no podían alzar los ojos sin ver los culminantes poliedros coronados
probablemente por sendos santuarios.
Desde abajo, las figuras talares de los sacerdotes que, allá cu las cimas de los monumentos
ofrecían incienso á los (liosos, deben haberse vislumbrado envueltas en una
rara gloria, hecha de sol y de perspectiva prestigiosa.
¿Qué viento de desolación, qué cataclismo formidable pasó por cima de la enorme
ciudad pensativa y teológica, para qus sus pobladores la hayan abandonado hace muchos
siglos, antes del éxodo de las siete tribus iialniatlnats?
¡Quién sabe! El campo está mudo y guarda su secreto; pero á medida que se descubren
más casas, muchas de ellas ornadas de frescos jeroglíficos de una estilización maravillosa,
surgen fragmentos de ídolos calcinados, osamentas carbonizadas, vestigios
que hablan de grandes calamidades, de grandes desgracias.
"Fuéme dado, hace muy poco tiempo, visitar las pirámides en compañía del maestro
Sierra y de varios amigos dilectísimos, guiados todos por el ya citado conservador de
monumentos nacionales, D. Leopoldo Batrés, á cava hospitalidad, llena de amables
sorpresas, debimos horas deliciosas; y me acordaré toda mi vida del espectáculo de la
Pirámide del Sol, ahora que surge ya descubierta en toda su incomparable majestad.
Doraba el astro que le dio su nombre la cima severa, soslayando sus rayos desde el
Oriente, y en esa cima, el espectáculo del valle, sembrado de montículos (conté más de
ochenta), cada uno de los cuales es un templo, hería vivaz la imaginación.
Haj' entro las dos pirámides una calle donde el paisaje es de una melancolía apacible
y religiosa. Esta calle, bordada de innumerables templos, ha sido llamada impropiamente
la «calle de los muertos» por gentes qus juzgan sepulcros los teocullis. Debiera
llamarse mejor «vía sacra». Cuando esta calle esté descubierta, entre las dos pirámides,
descubiertas también, el espectáculo será único, y de todo el mundo irán á
contemplarlo las peregrinaciones de sabios, de pensadores, de poetas, de artistas...
Recuerdo haber leído en alguna historia antigua de México que los toltecas contaban
en su cronología: «La época de las grandes aguas», «La época de los grandes fuegos»,
«La época de los grandes hundimientos», verdadoros ciclos geológicos que son
como la genealogía, como el testimonio de la antigüedad enorme de la raza...
¿De dónde vinieron? ¿Por qué se fueron? ¿Quién era Quetzalcoatl? (¿Un náufrago
danés? ¿Santo Tomás'?) ¿Por qué abandonaron la inmensa ciudad sacerdotal y meditabunda?
¡Oh ruinas: contadnos, luego que caiga sobre los valles y las montañas el pavor de
la noche, vuestro santo secreto!...
AMADO ÑERVO.

Italia.
Información extranjera,
Nunzio Nasi y el comendador Lombardo.
Nunzio Nasi, el antiguo ministro de Instrucción pública, reapareció en la política
después de estar oculto dos años y de haber declarado los Tribunales ordinarios que no
encontraban en sus actos motivo alguno para procesarle. Sus fieles eleotores sicilianos
le reeligieron, y en la Cámara de los diputados pronunció un discurso declarándose
limpio de toda culpa y ávido de probar su inocencia.
La audacia de tal conducta pudo producir excelentes resultados; pero, desgraciadamente
para Nasi, los dio pésimos. La Cámara acordó que el Senado, constituido en alto
tribunal, juzgara é hiciera, si había lugar, lo que no quisieron hacer los Tribunales:
castigar al ministro.
La esperanza de ser juzgado le llegó á Nasi mucho antes de lo que él quería. Sin
embargo, esperaba aún benevolencia. La libertad en que se le dejaba era de buen agüero;
podría preparar con toda comodidad y cuidado su defensa; encontraría medio de
hacer recaer sus culpas en algún subordinado; quizás iría á la cárcel un escribiente
cualquiera, y él, recuperada la honra, orgulloso de su triunfo, hallaría medio de alcanzar
un cargo que años atrás ambicionaba: la Presidencia del Consejo.
El presidente del Senado ha entendido que Nunzio Nasi no merecía más consideraciones
que otro reo cualquiera, y después de oír el parecer de los tres acusadores, colegas
de Nasi, decretó que el acusado fuera reducido á prisión. Nasi entró en la cárcel
abatidísimo; faltábanle fuerzas, faltábale aire en la celda, y como favor especial, y previo
el examen de un médico, ingresó en la enfermería horas después de haber pisado el
umbral de la celda. En su desgracia no está solo, tiene un compañero: el comendador
Lombardo, subsecretario del Ministerio que rigiera Nasi; el que, según se dice, compartió
los provechos ilícitos que el Ministerio proporcionaba; el que, como Nasi, había tenido
habilidad bastante para escapar de las uñas de la justicia. Para esto, se dirán
ahora, no valía la pena de haber andado fugitivos dos años, ni de afectar después gallardas
aptitudes, tan poco firmes ni duraderas.
El alto Tribunal ha de juzgar todavía á los dos presuntos culpables; nadie puede
afirmar aún si son inocentes ó no; pero es indudable que la orden de encarcelamiento
significa que, aparentemente cuando menos, hay presunciones que acusan de un modo
formidable á los dos diputados.
Es más: el hecho de encarcelarles preventivamente es garantía de que si los actos
que se les atribuyen resultan probados, el Tribunal castigará en ley y en justicia.
El ejemplo dado con su conducta severa por el presidente del Senado, puede tranquilizar
á los italianos. Demuestra que si hay.hombres bastante audaces para escarnecer
la ley desde un puesto destinado más bien á hacerla respetar, no faltan tampoco en
Italia hombres íntegros y de temple bastante para castigar en tales casos.
Aun cuando la pena no fuese muy dura y dentro de un par de años Nasi y Lombar-

— SI —
do, si se prueba su culpabilidad, estuviesen ya libres y pudieran respirar á sus anchas,
el castigo habría servido de saludable ejemplo; pues si alguien, movido por sus malas
pasiones ambiciosas, fuera tentado luego á cometer delitos análogos á los que ahora se
persiguen, el recuerdo del encarcelamiento y el proceso del ministro y del subsecretario
seguramente contendría los malos impulsos y evitaría nuevas faltas.
No es de compadecer la nación donde un ministro resulta un vulgar estafador, sino
aquella donde no se castiga á los ladrones de tal laya. Italia los castiga; no todos los
países pueden decir lo mismo.
oQo

Número.
103 - E - 44
193 - I - G
193 - C - 3
193- E - 12
193 - E - W
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193 - C - 16
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108 - D - 23
193 - D - 31
193 - D - 23
193 - D - 10
193 - D - 22
193 - D - 23
193 - D - 2
yo „_
Biblioteca del Ateneo de Madrid.
Catálogo de las obras donadas por el Sr. Lastres.
Los números que preceden al apellido
de los autores, Indican el lugar
que ocupa la obra en la Biblioteca.
Cerdán de Tallada iDr. Tliomás). Visita de la cárcel y de los presos, en la
cual se tratan largamente sus cosas y casos de prisión, así en cansas civiles
como criminales, según el derecho divino, natural, canónico, civil y
leyes de Partida y fueros de los Keyuos de Aragón y de Valencia, compuesto
por dicho señor y dirigido á la S. C. H. M. del Rey 1). Felipe, Nuestro
Señor. Ingenio et doctrina. Kn Valencia en casa de Pedro de Huete,
año MDLXX1Í11. Volumen encuadernado en pergamino.
Cere (Paul). Manuel du ionctiomiíiire chargé de la, pólice judiciaire, administrativo-et
munici|ale.— París, 18f:4. '
Cerruti (O . Emilio). Della, deportazione come base íoudamentnlo delle riforme
eareerarie e della colonizza,zione italiana, Está, incluido en folletos
penitenciarios, tomo III.—Torino, J.S72.
Colección legislativa de presidios y casas decorreción do mujeres. Dos volúmenes.
-Madrid, Istíl.
Colección legislativa de cárceles. (Comprensiva, de todas las leyes que se
hallan en la Novísima Compilación referentes al ramo, y do todas las
disposiciones legales y reglamentarias expedidas posteriormente hasta
31 (ie Diciembre de ÍHCJO.— Madrid, 18(;o.
Colmeiro (limo. >Sr. I). Manuel). Contestación al discurso pronunciado por
1). Antonio Aguilar y Correa en la. Academia de Ciencias Morales y Políticas,
en su recepción el día 20 de Enero do 18. Está en folletos penitenciarios,
tomo 1.
Colonie agricole de Mcttray. Assemblée genérale des fondateurs. Quaronto-huitiéme
année. Folletos penitenciarios, tomo XVI,—Tours, 1888.
Colonie agricole et péniteutiaire de Metti/ay. Tres folletos. Están encuadernados
en el volumen Colonias penitenciarias.—París, 1874.
Congrés Pénitentiairo International do Stockholm, lñ-2(i Aoút 1878. Comptes-rendus
des sóances, Mémoires et rapports. Dos volúmenes. — Stockholm,
1879.
Congrés Péniteutiaire de Rome. Souvenir. Es un álbum que contieno pensamientos
de, eminentes tratadistas 3' filántropos y de los delegados que
asistieron á dicho Congreso.—Roma, 188:").
Congresso Penitenziario Internazionale. Catalogo della Esposizione industríale
carceraria e della Esposizionc dei tipi di cello. — liorna, 1885.
Congrés Péniteutiaire de Romo 1885. Prisons cellulaires. Es un álbum que
contieno vistas y detalles de las celdas exhibidas con motivo de la reunión
de dicho Congreso.
Congrés Pénitentiaire International de Roma. (Actos, documenta.) Novembre
1885. Publiés par les soins du Comité exécutif. Seis volúmenes.—
Home, 1887.
Congrés international d'anthropologie criminelle. Biologie et Sociologie.
(Actes.) Rome. Novembre 1885. — Turin, Ih87.
Congrés international d'anthropologie criminolle. Compte-rendu des travaux
de la quatriéme scs.sion tenue á Genévo du 21 au 29 Aoút 1896.—
Genéve, 1897.
Congrés international de bienfaisance de Erancfort-sur-le-Mein. Session
de 1857. Réglemeut. Programme. Liste des membres. Compte-rendu des
débats. Apéndice. Résolutions. Association internationale de bienfaisance.
Concours. Procés verbal, Ouvrages et doemnents presentes. La sección
tercera está dedicada al régimen penitenciario. Dos volúmenes.—Francfort
s/M, 1858.

N ú m e r o .
1 9 3 - I ) - 5 5
19:'. - 1 ) - 3 2
1 9 3 - I) - 3
1 9 3 - D - 3 5
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193 - C - 7
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193 - O - 10
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193 - E - 15
193 - E - (J
193 - G - 5
193 - C - (>
— 83 —
NOMBRES
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Countries whero capital prouishinent has been abolishod or discontinued.
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patronag-e des liberes adultos. Está incluido en folletos penitenciarios,
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Número.
193 - F - 18
103 - C - 1
193 - C - 13
193- I -20
193 - C - 5
193- C - 7
192 - C - 1
193 - 1 -24
193 - C - 2
193 - E - 29
193 - C - (¡
193 - C - 3
193 - F - 23
193- C- 4
193 - C - 2
193 - C - 3
193 - C- 4
193 - C - 4
l!>:{ - C - 8
193 - C - 1S
193 - I - 18
193 - C - 3
193- C-14
193 - F - 17
— 8-1
NOMBRES
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e storicamente secondo la filosofía liegeliana.—Milano, 1875.
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Está incluido en folletos penitenciarios, tomo II.—París, 1877.
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prinsonniers, de l'emprisonnement et des prisons.----París, 1853.
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Foresta (Conté Adolfo de). La deportazioue. Está incluido en folletos penitenciarios,
tomo 111. — Roma, 187(¡.
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della Corte D'Appello di Bologna 1879. Está en folletos penitenciarios,
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Número.
198 - C - rt
193- D - 14
193 - V - 25
193 - C - 21
193- C- 1
193 - C - 5
19¿ - C - (>
193 - F - 11
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193 - C - 21.
193- C- 4
1 93 - C - 18
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193 - D - 2¡!
193 - 1-25'
193- I - 25
193 - C- 9
193-O- 4
193 - K - 19
193- C- 17
193 - G - 21
— 85 —
NOMBRES
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Homberg (Mr. Tli.). De la répression du vagabondage Mémoire lu á l'Académie
(les Soiencies Morales et Politiquea. Suivi de notes supletivos sur
roiuprisonneinont ct sur la transportación.- París, 18IÍ2.
Horrores y vergüenzas de la intolerancia religiosa. Descripción de un auto
de fe llevado á cabo en el quemadero de la puerta do Fuencarral. Está
incluido en el tomo varios autores La pena de muerto y el verdugo.—Madrid.
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Howard As.socia t ion. Kstá en f olí otos peni ten ciar ioa, tomo IV. Rapport. 1879.
Influencia del régimen celular en la producción do la locura. Informe, redactado
por la Comisión nombrada ni efecto, de la Junta local de Prisiones
do Madrid, y aprobado por ésta en sesión de 2(> de Octubre de 1894.
Folletos penitenciarios, tomo XVI'IT.— -Madrid, 1891.
Industrial education versns crime. Meed for clieap and common technical
schools (Issued by the Howard Assoeiation). Fstá incluido en folletos
penitenciarios, tomo II1. -London, 1877.
Institutions pénitentiaires de 1¡\ Franco en lf-95. Tablean dressé par la Société
genéralo des prisons á l'ooasions du V.e Congrés Pénitentiaire Interuíitional.—
París, 1895.
Instrucción para el servicio de las cárceles de Audiencia establecidas por
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Madrid, 18(!(!.
Jambois (O. (J-.'i. Codo pratique do la relégution. - París, 188(>.
Jimeno Ágius''.I. i. La criminalidad en Rsj)aña. Folletos penitenciarios,
tomo IX.- Madrid. 1887.
Joret. De la folio daus !o régime pénitontiaire. Kstá en folletos penitenciarios,
tomo l.V.
Laboriosidad. Educación paterna!. Colección de trabajos pedagógicos
reunidos y coleccionados ]ior la gerencia de la Asociación Benéfica Laboriosidad.
-- Barcelona, lKKi!.
Lajoye (1¡ K IVéducation correctionnelle en Angletorre, aiix Etats-Unis et
en rYanee. Folletos penitenciarios, tomo XVII. - París, 1880.
La Lama í 1>. Mariano). Memoria histórica del piadoso instituto de la Real
Archicof i'adía de Caridad y Paz, y Catálogo do los hermanos asistidos por
ella desde 29 de Agosto do' U¡-S7 hasta 2(> de Octubre de 1807. Un volumen.

Número.
1!)3 - E - 5
19;5 - E - 21
!'.);'• - I - 14
lili? - I - á(¡
19o 1 - 1 - -29
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19:! - I - 17
Ü9;! - I - 17
B!)!?- C- 11
— se, • —
NOMBRES
Está incluido en el tomo de varios autores La pena de muerte, El verdugo.
- Madrid, 1.8(iS.
Lal'emand i Lóon). La question des enfants abandonnés et délaissés au XIX
siéde. — París. 1.885.
Lallemaiid (Léon). Histoiro des onfauts abandonnés et dólaissés. Etudes
sur la protection. de l'enfance. aux diversas époques do Ja civilisation. —•
París, 1885.
Lamarque (M. J. de). La réhabilitation des Jiberos. Marmol du patronage.
París, 1877.
La Rlchebandiére (Nadan de). Traite élémentaire théorique et pratique
des íonctions de la pólice judicíaire, de la pólice administrativo et nrunicipale.--París,
18(ib\
Lastres (D. Francisca). Estudios sol>re sistemas penitenciarios. Lecciones
pronunciadas en el Ateneo de Madn'd en el curso de 1871 á 1875.—Madrid,
1875.
Lastres (I). Francisco). La colonización penitenciaria, de las Marianas y
Fernando Póo. Memoria, laureada por la Real Academia de Ciencias Morales
y Políticas en el concurso ordinario do 1875. Está encuadernada, con
otras en el tomo varios autores Colonización penitenciaria v deportación.
Madrid, 1878.
Lastres (D. Francisco). Estudios penitenciarios, publicados por la. Biblioteca,
Judicial.- Madrid. 1887,
Lastres (I). Francisco). El Congreso Penitenciario de Stoclfolmo. Memoria
elevada, ¡il Excmo. Sr. Ministro do la Gobernación en 1879 por el autor,
como delegado que fue del Gobierno en dicha Asamblea. So publicó en la
(la"ctii -82 y por ol autor en el
Congreso en 1885, relativos al establecimiento de la corrección paterna!.
Está incluido en el tomo Estudios penitenciarios.
Lastres (D. Francisco). La. cárcel vieja v la cárcel nueva. Conferencia pronunciada
en el Ateneo de Madrid ol 5 de Junio de J8HI. Está reproducida
en ol tomo Estudios penitenciarios.
Lastres (D. Francisco). El Congreso Penitenciario de Roma. Memoria elevada
al Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación en lHH'ípor el autor, como
delegado del Gobierno en dicha Asamblea. Se publicó en la (jareta de JMadrid
de 15 de Abril de 188 y está reproducida en el libro Estudios penitenciarios.
Lastres i D. Francisco), L'aneionnc et la nouvelle prison, Memoire adressé
au Congrós Pénitcntiairo de Roma. Está en folletos penitenciarios,
tomo XV.-Mn.drid, 1885.
Lastres < D. Francisco). Aperen historique et notices bibliographiquos de
la reforme pénitentiaire en Espagne. Memoiro adressé au Congres de
líomc. Está en folletos penitenciarios, tomo XI.—Madrid, 1885.
Lastres i I). Francisco). Educación correccional de la juventud. Traducción
del discurso pronunciado en el Congreso Penitenciario de liorna el 23 de
Noviembre de 1885 y conclusiones que aceptó dicha Asamblea relativas al
ejercicio de la corrección paternal. Está reproducido en el tomo Estudios
penitenciarios.
Lastres (I). Francisco). El castigo do Jos encubridores habituales. Está incluido
en el tomo Estudios penitenciarios.
Lastres {!). Francisco^. Don Bosco y la caridad en las prisiones. Conferen-

Número.
193 - C - 17
193 - C - 9
19:! - G - 17
1915 - C y
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193 - C - 11
193 - F - 14
193 - C - 20
- 88 -
NOMBRES
Lucas (M. Ch.). De l'état anormal en France de la répréssion en inatiére
descrimes capitaux et desmoyens d'y rémédier, precede d'ui: avant-propos
et d'une introduction. París, 1885.
Mack (Edouard). Prooédure pénale comparée. De l'habeas Corpus, liberté
provisoire, détention préventive, observations sur le projet du reforme du
code d'instruction criminelle adopté par le Sénat. Etude publié dans Le
Drmt des 16, 17, 18, 19 et 20 Deoembre 1883.—París, 1P84.
Malson d'arrét de ]a ville de St. Petersbourg en 1881-1884. Folletos penitenciarios,
tomo XIII.—St. Petersbtirgo, 1885.
Marsangy (Bonneville de). De l'amélioration de la loi criminelle en vue
d'une justice plus prompte, plus efficace, plus genérense et plus moralisante.
Dos volúmenes.—París, 1864.
Martínez Esteban (D. Ricardo). Higiene do los establecimientos penales
y del penado. Cuaderno I. Folletos penitenciarios, tomo XIV. — Alcalá de
Henares, 1888.
Mattiauda (Bernardo). Delle teorie penali e dei sistemi penitenziairi.—
Firence, 1879.
Manleón y Jimeno (D. F.). Manual del empleado de cárceles ó recopilación
de todas las disposiciones vigentes en materia carcelaria. Folletos
penitenciarios, tomo XVIII.—Madrid, 1.86.
Melchor Lamanette (D. Federico). La penalidad en los pueblos antiguos
y modernos. Estudio histórico. Está en folletos penitenciarios, tomo VI.
Madrid, 1877.
Memoria del presidio de la Habana correspondiente á los años 1890 y 1891.
Folletos penitenciarios, tomo XIV.—Habana, 1892.
Michaux (E. H.). Etude sur la question des peines. Deuxiéme édition revué
et augmentes.—París, 1875.
Mittermaler. La peine de mort d'aprés les travaux de la science, les progrés
de la législation et les resultáis de l'experience. Traduit par N. Leven,
avocat á la Cour imperiale de París. — París, 1865.
Monlau (limo. Sr. D. Pedro Felipe). Discurso leído por dicho señor en la
Academia de Ciencias Morales y Políticas en su recepción piiblica en 22 de
Mayo de 1870 sobre Patología social. Breve estudio sóbrela criminalidad.
Está en folletos penitenciarios, torno IV.—Madrid, 1870.
Moncelon (Lóon). Le bague et la colonisation pénale á la nouvelle Calédonie.
par un témoin oculaire.—París, 1886.
Montesinos (D. Manuel). Exposiciones dirigidas al Exorno, Sr. Ministro
de la Gobernación de la Península y al Sr. Director de Corrección por
dicho señor Comandante del presidio de Valencia, y Visitador general de
los del Reino. Folletos penitenciarios, tomo XIII.—Valencia, 1847.
Montesinos (D. Manuel). Reflexiones sobre la organización del presidio
de Valencia, reforma de la Dirección general del ramo y sistema económico
del mismo. Folletos penitenciarios, tomo XV.—Valencia, 1846.
Moreau-Christophe(M.). Code desprisons ourecueil complet des lois, ordenances,
arrétés, réglements, circulaires et instructionsministerielles concernant
le rógime intérieur, économique et disciplinaire. Tres volúmenes.
Murube Galán (D. Francisco), Tratado de las prisiones y sistemas penales
de Inglaterra y Francia, con observaciones generales sobre lo que
conviene saber para la reforma de las de .España. Está encuadernado en
el tomo La reincidencia.—Santiago, 1860.
Nocito (Pietro). Della liberta condizionale dei condannati. Folletos penitenciarios,
tomo X.—Roma, 1880.
Notice sur 1 histoire des prisous et de la reforme pénitentiaire en Russie.
St. Petersbourg, 1885.
OHvecrona (K.). Des causes de la recidive et des moyens d'en restteindre
les effets. Folletos penitenciarios, tomo I.—París, 1873.
Olivecrona (K. D.). La peine de mort, avec un rapport á l'Académie des
Sciences Morales et Politiques, par Mr. Ch. Lucas. Está encuadernado
con la obra de Mittermaíer sobre el mismo asunto,
OHvecrona (M. K.). La colonie d'essai Duval-d'Yóbre et la théorie de
* ramendeinerit de l'enfant par la terré et de la terre par l'enfant. Está in-

Número.
193 - C - 2
193 - E - 32
193 - C - 14
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193 - E - 23
193 - F - 16
193 - C - 20
193 - C - 7
— 89 —
NOMBRES
cluída en el tomo varios autores, Educación comercial de la juventud. —
París, 1878.
Olivecrona (K.). Notices statistiques sur l'applicatiou de la peine de mort
en Noruége. Está incluido en folletos penitenciarios, tomo II.—Stockholm,
1870.
Orano (Giuseppe). La recidiva ney rea ti, studio sperimentale.—Roma, 1883.
Ordenanza general de los presidios del Reino. Folletos penitenciarios,
tomo XIV.- Madrid, 1834.
Ortiz (D. Antonio). Prontuario de las obligaciones de los capataces de los
presidios, redactado de orden del limo. Sr. Director de Establecimientos
penales, por dicho Sr. de la O. Está en folletos penitenciarios, tomo VII.
Barcelona, 18t5l.
Ortolán. La penalidad del Infierno de Dante. Obra traducida y anotada por
D. José Vicente y Caravantes, doctor en Jurisprudencia. Está en folletos
penitenciarios, tomo VII.—Madrid, 1875.
Osear,. Prince de Suéde. Des peines et des prisons, traduit de l'allemand
par M. Adrián Picot.—París, 1842.
Pallotti (Dr. Angelo). Alcune note sul carcere preventivo, con una, lettera
del profesor Luigi Lucchini. Folletos penitenciarios, tomo X. —Napoli,
1886.
Pascaud (Henry). Etude sur la surveillan.ee de la haute pólice ce qu'elle á
été, ce qu'elle est, ce qu'elle devrait étre. Está en folletos penitenciarios,
tomo VII.—París, 1865.
Patronage des condamnés liberes et des enfants moralement abandonnés.
Comité d'Anvers. Rapport sur l'exercice 1893, 94, 95, 96, 97 y 98. Seis volúmenes.
Folletos penitenciarios, tomo 12.—Anvers.
Patronage des liberes. Bulletin de l'TJnion des Sociétés de Patronage de
France, 1899, número IV.
Patronage des condamnés liberes et des enfants moralement abandonnés,
sous le haut patronage de SS. MM. le Roi et la Reine. Comité d'Anvers.
Rapport sur l'exercice 1897, 93 y 99. Tres volúmenes.—Anvers.
Paulian (Louis). Les prisons d'Italie. Extrait du Journal des economistas,
numero de Janvier 1872. Está en folletos penitenciarios, tomo V.—París,
1873.
Paz y Soldán (Mariano Felipe). Examen de las penitenciarías de los Estados
Unidos. Informe que presenta al Supremo Gobierno del Perú su
comisionado, dicho Sr. Juez de primera instancia de la provincia litoral
del Callao y auditor de Marina.—Nueva York, 1853.
Pears (Edwin). Prisons and reformatories at home and abroad being the
transactions of the intemational penitentiary Congress lield in London,
Ju.lv 3-13 1872. Including official documents, discussion, and papers presented
to the Congress. —London, 1872.
Pelrcs'D. D. (B. K.). A half century with juvenile delinquents, or The
New York house of refuge and its times.—-New York, 1869.
Pellico (Silvio). Mis prisiones. Edición ilustrada.—Madrid, 1863.
Pérez de Molina (D. Manuel). La sociedad y el patíbulo. Impugnación de
la pena de muerte. Está incluido en el tomo varios autores La pena de
muerte y el verdugo.—Madrid, 1878.
Peri (Cario). Raccolta di leggi, regolamenti, ordinance, circolari ed istruzioni
sul regime disciplínale delle prigioni in Toscana.— Firenze, 1856.
Peri (Cario). Sulla riforma del sistema penitenziario in Toscana.—Firenze,
1848.
Pilorgerle (Mr. Jules de la). Histoire de Botany Bay. Etat présent des colonies
penales de l'Angleterre, dans l'Australie, ou examen des effets de
la déportation, considérée comme peine et coinme moyen de colonisation.
París, 1836.
Pratesi (Cesare). La casa di patronato pei minorenni corrigendi in Firenze
ed il suo ordinamento. Seconda edizione. Está encuadernado en el tomo
varios autores Educación correccional de la juventud.—Firenze, 1875.
Pratesi .(César). Patronage pour les liberes des prisons. Mémoire rédigé en
réponse á la premiére demande de la troisiéme section d'aprés le program-

Número.
19;; - c - 7
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193 - C - 1
198 - C - 3
103 - C - 1
- Oí) —
NOMBRES
me du Congrés Pénitentiaire Inteviiational a, Stockholm. Kstil en folletos
penitenciarios, tomos 11 y VII.—Florence, 1878.
Prins (Mr. Adolplie). E tu ele comparativo sur la procédure pénale á Lonches
et en Bélgiqne. Happort adressé á Mi 1 , le Ministre de la Justicc. Está en
folletos penitenciarios, tomo Vil.—Bruxelles, 1879.
Prins (Adolphe). Criminalité et répression. Essai de science pénale.—Bruxelles,
188t>.
Proceedings of the anniial Congress of tho national prison, Association
of the United States held at Kasliville. Kovember l-'¿0 18fc».—Chicago,
1800.
Protection pour l'enfance abaxulonnée on coupable. Notiee ilustréo sur le
but et le foiictioniiement de l : .f- Ecole de l'Etat de Michigan (Etats-Unis) pour les cnfants
pauvres et dépoudants. Está incluido en folletos penitenciarios,
tomo I.—Stoclíhohn, 1878.
Rapport sur les resultáis du systéme cellulaire dans les Pays-Bas. Está
incluido en folletos penitenciarios, tomo I.
Reflexiones sobre el sistema penitenciario español. .1. de H. y F. A. Está
incluido en folletos penitenciarios, tomo 111.- Valencia. Imprenta, del
presidio. Marzo de 1817.
Regio decreto col quale 6 approvato il regohunento disciplinare peí coudannati
alio pene de¡ lavori forzati. 7 Marzo 1878. Está en folletos penitenciarios,
tomo Vil.
Reglamento para las cárceles de Madrid, aprobado por el Gobierno en 22
de Eneio de 1874. Folletos penitenciarios, tomo XV.— Madrid, 1871.
Reglamento para la Cárcel Modelo de Madrid. Folletos penitenciarios,
tomo XV.- -Madrid, 1802.
Reglamento para, el régimen y gobierno de la cárcel le Barcelona. Está,
en folletos penitenciarios, tomo V.--Barcelona., 1879.
Reglamento dictado por el Exemo. Sr. Gobernador civil de Madrid, don
José Elduayen, en 20 de Xoviemhre de 1875, para. la. administración y
régimen de las cárceles de Madrid. Está en folletos penitencíanos,
tomo VII.
Reglamento para el régimen y gobierno de la Junta de Caridad de la cárcel
de Bilbao. Aprobado por la, Excnia. Diputación del Señorío de Vizcaya.
Folletos penitenciarios, tomo XV.— Bilbao, 1888.
Reglamento de cárceles. Folletos penitenciarios, tomo XIV. — Habana,
1851.
Reglement general pour les maisons do síirété et d'a,rrét. Folletos penitencíanos,
tomo XIII.—Bruxelles, 1878.
Reglement de, la maison d'arrét (nouvelle piison cellulaire) á ITasselt.
Folletos penitenciarios, tomo XIII.- Bruxellcs, 1882.
Reglement general du service ot. du régime des prisoiiK de court.es peines.
París, 1884.
Reglement do la maison de nú retó (nouvelle prison cellulaire) á Anvers.
Folletos penitenciarios, tomo XIII.—Bruxelles, 1882.
Reglement concernant le personnel des fonctionmiires et employés des
prisons. Está en folletos penitenciarios, tomos I y V.
Reglement de la Maison d'arrét (nouvolle prison cellnlaire) á ITasselt. Está
incluido en folletos penitenciarios, tomo III.—Bruxelles, 1858.
Reglement de la Maison pénitontiaire cellulaire á Louvain, 1859. Está en
folletos penitenciarios, tomo I.

Número.
1!)8 - C - 1
193 - C - ¿I!
193 - C - -20
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193 - E - 17
193 - V - 8
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NOMBRES
Reglement du quartier spccial d'éducation correctionnello. Maison des
femnies A, Nainur Está en folletos penitenciarios, tomo 1.
Regolamento dcll'opcrn, pin doi riformntori peí giovani della provincia de
Milano. Está encuadernado en el tomo varios autores Educación correccional
de la juventud.-- Parabiago, 187 1.
Regolamento per la casa di patronato attivata in Eirenzo nell"ex Monasterio
di S. Martino in via della Scala dalla ttoeieta di patrocinio pei liborati
day ponitenziari. Está encuadernado en el tomo varios aiitores Educación
correccional de la juventud.- Toscaiii-.Fireiize, 1872.
Reinach (.loseidi). Les récidivistes.—París. 1882.
Relazione snlle opere di construzione eseguite dai condannati ai lavori forzati
sotto la direzione del genio militare. Folletos penitenciarios, tomo IX.
liorna., 188").
Relazione del Direttorc genérale c degli Ispettori delle carcoriper gli anuí
1878-1883.- -liorna, 1884!
Rencliconto dell'Adunanza, genérale dei signori socj dell'Opera Pia dei Eiíormatorj
pe i giovani nella provincia di Milano tenutnsi il 30 Diceml)i-o
1877. Rapporto moralc. Bilnncio preventivo statistiehe. Processo verhale.
Elenco dei fondatori viventi o deíunti o del socj annuali. Está incluida,
en el tomo varios autores Educación correccional de la, juventud.—
Milano, I' 1 -78.
Report and discussion on tlie International Prison Congross of Ktockholin,
at the Social Science Congross of Cheltenliain, England. October'2í>, 1878.
Está incluida en folletos penitenciarios.
Revista de las Prisiones. Año 11. Kedaeeión y administración, Marqués de
Urquijo, '2. Folletos penitenciarios, tomo XI1 .—-Madrid, 1894.
Revista de Prisiones. Publicación oficial. Año 1.1. Octubre y Noviembre
de 1890. — Santiago de Chile. 1891.
Révue pénitentiaire ( Hulletin de la Société des Prisons). Talile dos vingt
premieres ¡mnées 1877-189Ü. — París, li-KÍ.
Reseña de In sesión regia, celebrada en la Academia de Jurisprudencia y
Legislación on la noc'lie del ! o de Noviembre de 18H0. Está en folletos penitenciarios,
tomo Y. — Madrid, lf-80.
Rigault de Genouilly iS'on Exc. M. I/Aliniral). Notice sur la transportation
a la Ouyane írancaise et á la Nouvelle Calédonic. Está encuadernada,
con otras'en el tomo varios autores Colonización penitenciaria y deportación.•-•
París, Imprimério Impériale, 18(¡7.
Robín (E.i. La question pénitentiaire. - l'aris, 1841.
Robin (E.) Des eróles iudustrielles et, de la protection des enfant insonmis
ou abandonnés. Está incluida en el tomo varios autores Educación correccional
di 1 In, juventud.— París, 187Í'.
Roeder ¡Curios' 1). A.i. Necesaria reforma del sistema español, mediante el
establecimiento del régimen celular. Traducido del alemán por C. 1. L.
Publicado en la licrishi

Número.
193 - C - 1
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193 - C - 7
193 - C - G
193- F- 17
193- E - 45
193 - F - G
193 - F - 17
193 - F - 13
92 —
NOMBRES
presión dedicada al Congreso Penitenciario de liorna, por D. Pedro Armeugol.
Folletos | enitenciarios, tomo VIII.—Barcelona,, 1885.
San Millán y Alonso (D. José de). Discurso leído por este señor, licenciado
en Derecho civil y canónico, al verificar sus ejercicios del grado de
doctor en la misma Facultad en la Universidad Central. Está encuadernado
en el volumen folletos penitenciarios, tomo I.—Madrid, 1877.
Sansón (H.). Siete generaciones de verdugos. 1(588-1847. Memorias históricas
del antiguo verdugo de la Audiencia de París. Traducidas expresamente
por José Losen Moreno para, su inserción en IAI CorrenjKwdciHin
de, Kfpaño.— Madrid, 18(5-1.
Sanz y Lafuente (Exorno, é Timo. Sr. D. Miguel). Discurso de contestación
al del Sr. Monlau, en la, recepción de éste en la Academia de Ciencias Morales
y Políticas en 22 de Mayo de 1870. Está en folletos penitenciarios,
tomo IV.
Sancerotte, pere (Di\). Les colonies agricoles de jeunes prévenues et la oolonio
do Gentilly (prés Nnncy). Metz, 18G7. Toledo. TJu volumen incluido
en el tomo 1 de Colonias penitenciarias.
Silva Mattos (.Toao). Reforma penitenciaria, pausado e presseiite.— Lisboa,
1885.
Silvela (Exorno. Sr. D. Manuel). Discurso pronunciado por dicho señor en
la Academia de Jurisprudencia en la sesión inaugural del curso do 1SM)
á 1881, celebrada el 15 de Noviembre de 1880. Está en folletos penitenciarios,
tomo V.—Madrid, 1.880.
Sistema pena le. Está incluido en folletos penitenciarios, tomo 1.
Société de patrouage pour les prisonuiers liberes protostans. Cinquiéme
rapport 1870. I'aris. Está cu folletos penitenciarios, tomo Vil.
Société suisse pour la reforme pénitoutiaire (actes déla), reunie á, Fribourg
le 20 Septembre 1887. Le travail dans los prisous, Folletos penitenciarios,
tomo IX,—Aarau, 1888.
Société de protection des engagés volontaires. Septiéme rapport.—París,
1885.
Société de patronage pour les prisonniers liberes protestante. Sixiénie rapport,
1877. Está incluido en folletos penitenciarios, tomo IIL—París, 1878.
Société genérale des prisons, status et réglement. Está incluido en folletos
penitenciarlos, tomo III.
Soler (D. Adolfo). Sumarias indicaciones sobre la reforma penitenciaria y
el trabajo en las prisiones. Folletos penitenciarios, tomo XVII.—Madrid,
18!)o.
Stevens (M.). Régime des étabüssemcnts pénitentiaires. Luquete parlementaire.
Kapport de M. Charles Lucas.-- Bruxelles. 1875.
Stevens (F.). De la constrnction dos prisons celiulaires en Bélgique. Está
encuadernado con folletos penitenciarios, tomo I.—Kruxelles, 1874.
Stevens (J.). Les prisons collulaires en Bélgique.—Bruxelles, 1878.
Tarde i'O.). La criminalité comparéo.—París, 188(5.
Tenth annual report of the commissioners of publio cliarities and correctiou.—New
York, For The Year, 18(59.
Teréol Riviere (M. H.). Esquisse historique de la législation criminelle des
romaius. Está en folletos penitenciarios, tomo VIL — París, 1884.
The saorednoss of human life. Issued by tlio lloward Association, 1880. Está
en folletos penitenciarios, tomo VI.
The substitute for capital Puinshment, Great Britain and Belgium. Tssued
by the Howard Association. Está incluido en folletos penitenciarios, tomo,
III.— London. ,
Timmermans (G.!. Etude sur la detention preventivo. Dos volúmenes.—
París, 1878.
Tocqueville (Alexis deV Systéme penitentiairo aux Etats-Tjnis. (Véase
Beaumont.)
Turnbull (Hobertl. Visito á la prisons de Philadel, lúe Traduit do Tangíais.
París, l'an VIIL Está incluido en el tomo Memoiros sur les prisons.
Van-Der-Brugghen. Etudes sur les systémo penitontiaire iflandais.—Berlín,
1805.

Número.
193 - C - 18
lí))) - I - 4
l!)3- C - 5
1¡>3 - F - 17
193 - C - 7
193 - I) - 13
193 - C - -¿
193 - C - 15
193 - C - 1
193 - C- 9
193- E- 3
193- C - 18
193 - I - 2
— 9:1 —
NOMBRES
Veratti (Dottor (¡uiseppe!. Duo eonferenzo. Della riforina inórale e civilc
doi íninorenui corrigendi. Folletos penitenciarios, tomo XVI1T.—Bologna.
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Villanova y Jordán 11). Jacobo). Caréeles y presidios. Aplicación de la
Panóptica de Jeremías Hentham á las cárceles y casas de corrección de
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1831.
Villarrazo y González i Luis). Compendio de la obra titulada Curso do
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and the Penitentia'.ry Question. Está incluido en folletos penitenciarios,
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International ¡i Stookholm en '¿0 Aoút 1878. Está encuadernado
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Yakowlew (S. 1'.). Rapports sur deux questions a discuter au Gongrés Pénitentiaire
International

BIBLIOGRAFÍA
VmiíliniUis juveniles, poesías, por Alanuel ü^aiU'.
«Yo creo que poesía es transparencia de
alma, ingenuidad einotivi, pureza sentimental,
reflejo de esos cielos interiores que todos
tienen, pero sólo algunos so saben descubrir.
Rimar no es empujar una tarea do artífice
egoísta; es sugerir una palpitación humana,
despertar un perfume de excelsitudes, hacer
una síntesis de lo mejor que llevamos dentro.
Ser poeta es declararse caballero armado
de IÍI Ternura y del Bien; izar bandera de
altruismo; desdeñar el odio y florecer en las
cimas.»
«La belleza no está en el verso, sino eu el
alma.»
«Los sentimientos grandes, Lis sacudidas
viriles, las heroicas cabalgatas de la imaginación,
110 eiicuentran instrumento más vigoroso
para elarinear su anhelo. Pero el liviano
rumor de alas de los madrigales ó la
solemnidad parsimoniosa de las odas, sólo
pueden seguir de lejos el flujo y reflujo de la
vida. Nuestro siglo quiere cosas simultáneas
con su pensar, y exige que le coreen las intenciones...
Por eso triunfa la prosa... La
mejor poesía no so escribe...»
T)e este modo se expresa el autor en el
prólogo de su reciente libro. Son palabras
que le bastarían al poeta para atraerse nuestras
simpatías, si no fuésemos ya hace tiempo
sus admiradores.
Páginas atrás de este número reproducimos
algunas de Lvs poesías de Ugarte. No
las hemos elegido. Todas son igualmente
bellas.
Esto joven poeta argentino es el más español
de los poetas do América. Su modernismo
parisiense es una imitación francesa
de nuestros clásicos, con todo el esprit de la
frescura sana y el ritmo alegre y claro de
nuestros vates de la edad de oro
Vendimian jureniles, editado lujosamente
por la Casa G-arnier Hermanos, de París, es
un libro lleno de encanto, do los que no se
abandonan nunca, porque no sólo se leen, se
aprenden de memoria.
V.
***
La cueva de los bultos, novela, por Luis Lóp. z Ball.st.TOS.
Cuando tomamos la pluma en las revistas
para hacer el estudio de esta novela, son ya
innumerables los elogios que de ella se han
hecho en la Prensa diaria.
La opln.ón, unánime en este caso, seguramente
ha tributado también á su autor el
homenaje más expresivo, que es el do agotar
en seguida la edición primera.
Compréndase, ] nos, que a tales alturas
nos parezca ocioso añadir algo más, que no
podría ser nuevo, á cuanto ya se ha dicho de
una, novela eu tan breve plazo conocida de
todos.
López Ballesteros es, por su brillante carrera
política y por su obra literaria valiosa,
una de las primeras figuras do nuestra intelectualidad,
y singularmente del periodismo,
en e! que, á pesar de sus triunfos y progresos,
milita aún con entusiasmo, dedicándole
bis preferentes atenciones de su vida.
Sus talentos de escritor se han manifestado
en muy distintos géneros: en la crónica,
en el cuento, en la novela,, eu el teatro; poro
su obra, muestra, es, sin duda, ¡¡u c/tiA'ixt de
los bultos, novela psicológica, á la moderna,
que por su intensidad grande y su originalidad
de fondo y do forma le ha heebo muy
digno do los parabienes y los elogios recibidos.
Concretémonos á repetir algunas palabras
de una de las más acertadas criticas que se
han hecho do esta novóla:
«El libro de López Ballesteros es un libro
fuerte, y he de añadir que es también nuevo.
No abundan las letras castellanas en novelas
psicológicas. Género difícil, no todos los
talentos tientan las complejidades de adentrarse
en la intimidad do los seres, ni las actitudes
corrientes en nuestro arte de hacer
novelas se acoplan al sutil y complicadísimo
sondaje psicológico.
»Es nuestra novela á la moderna de acción
exterior, en que la vida se refleja en conjunto,
mirada nada más que por su lado objetivo
y reproducido con todo su relieve corpóreo.
Somos muy dados al color. Como costumbristas
se han ejercido brillantemente
las plumas de nuestros noveladores, y como
pintores de paisaje no son tan fácilmente
superables. Nuestro vivir urbano y la vida
rural han encontrado admirables reproductores
en el libro.
»Pero la mayor parte de nuestros novelistas
han rehuido el elemento psicológico, de

capitalísima importancia. Con olio so Iva
evitado la penosa atención en el análisis de
almas, y se ha sorteado el riesgo de mostrar
al descubierto la pobreza de observación y
la falta de un sutil espíritu de penetrante
agudeza intelectual.
•«JM cueca de los buhos os un envidiable ensayo;
quizás enseñe á muchos que en el arte
de hacer novelas quedan orientaciones libres,
no practicadas aún largamente entre
nosotros, siempre devotos de los patronos en
uso y de los moldes y tendencias reconsagrados.»
Y dicho esto, uniendo nuestro voto al de
la Prensa toda, felicitemos al novelista por
su nueva producción, y eonüemos en que á
tales estímulos so deberán pronto otras
obras y nuevos lauros.
V.
Doña Martirio, por 1). .Mauricio López-Rolierts.
— 1)5 -
Este joven escritor, ya ilustre por sus novelas
tituladas Las de (larda 'J'riz, Kl porvenir
de J'aco Tíldela y Ta noce'ti de 1 Ano
Arnáiz, lia publicado recientemente una.
obra, en nuestro concepto, superior á las anteriores.
Doña Martirio os una obra maestra., en la
que la fábula por su sencilla grandeza, y el
estilo por lo ajustado al medio y por su corrección
y elegancia, se disputan el mayor
mérito ó la primacía.
La acción se desarrolla, en Toledo y comienza
con un espléndido cuadro de la ciudad,
dormida en medio de una noche silenciosa
y muda, imponente y grave; descripción
que no deja de tener iguales en el libro,
como la. de la catedral y la del locutorio del
convento, las cuales avaloran intensamente
la nueva producción del novelista y constituyen
el encanto y la poesía de un simple
suicidio de amor, que es todo el argumento.
Doña jMiii'tirio obtuvo justamente el premio
en el concurso de IM Nocela ¡lustrada.
A.
Sobre, el origen y desarrollo de la leyenda de los Amanten
de Teruel, por Emilio Cotarelo.
A raíz de la aparición del Cancionero de
los Amantes de Teruel, reunido por el ilustre
cronista turolense I). Domingo Gascón, el
Sr. Cotarelo dice haber creído oportuna la
reimpresión del opúsculo que sobre el origen
de la citada leyenda publicó en la Revista
de Archivos, Ilib'io/ecas IJ Museos en Ma.yo
de lí)o;;.
El verdadero móvil que ha tenido la publicación
de esto folleto es indudablemente
la inserción de un prólogo, donde el Sr. Cotarelo
se defiende de las acusaciones que el
prologuista del Cancionero, I). Mariano Miguel

un libro interesante, que aparecerá dentro de
pocos días.
L.
***
Exludioa de Derecho público, por Rafael Muía de Labi'a.
La nueva obra del ilustre presidente de la
Sección de Ciencias Históricas del Ateneo
de Madrid, es una serie de importantes estudios
que forman un grueso volumen.
Se divide eu seis partes: El Congreso Hispano-Americano
de l!)00, El instituto de Derecho
Internacional de Gante, La cultura
superior de España en sus relaciones con la
vida jurídica, El movimiento internacional
de los siglos XIX y XX, y Los grandes conciertos
internacionales de nuestro tiempo.
Termina el libro un apéndice do más de
cien páginas, titulado modestamente Índices
de los estudios de Derecho público, y que cu
realidad es un resumen de toda la obra, bastante
por sí solo para constituir un libro
de considerable lectura y de indicaciones
cuya comprobación y cuyo desarrollo se encuentran
en las 800 páginas que proceden.
Buena parte del reciente libro del señor
Labra tiene el carácter de una, razonada y
metódica exposición do la doctrina jurídica.
Pero quizá, la parte más extensa y considerable
del libro en cuestión está dedicada á
referencias históricas, citas de libro; y noticias
de Instituciones y Centro < dv propaganda
y enseñanza, que dan tono v carácter á
la Edad Contemporánea.
Kn tal concepto, merecen particular estimación
ios muchos datos que contiene el
libro sobra los Tratados internacionales contemporáneos,
desde los de Viena de 181o, á
la Conferencia de la Paz de El Haya en
1ÍJ(JO. La vida internacional española está
explicada en el libro del Si 1 . Labra por su
historia diplomática y por la bibliografía española
de Derecho internacional.
Es do tanta novedad como importancia lo
que en ese libro so dice de los Centros v Sociedades
españolas docentes y propagandistas
de sentido internacional, entre los que
figuran la Institución Libre do Enseñanza
de Madrid, el Fomento de las Artes, la Sociedad
Abolicionista Española, el Círculo de la
Unión Mercantil, la Sociedad Geográfica,
las Universidades, el Ateneo de Madrid, v
las Sociedades Económicas de Amigos del
País.
Con motivo de las Universidades, el señor
Labra, hace un estudio muy detenido de la
historia de la enseñanza pública y privada
de Es]).iña desde l.i época do Cario-; III,
después de consignar muchas observaciones
referentes á la creación, desarrollo y decadencia
de nuestros centros docentes y nuestras
famosas Universidades de la Edad Media
y de la Edad Moderna. Merecen particular
estimación los datos referentes á la enseñanza
eclesiástica y á la iniciativa privada
española en el curso de los últimos cien
años.
Por último, ol libro plantea las grandes
cuestiones internacionales de nuestros días,
y recomienda, la constitución de una Sociedad
libre de estudios do Derecho internacional,
Política general y Geografía política,
que reanude la gloriosa tradición jurídica
española que iniciaron los grandes tratadistas
del siglo XVI.
El Ateneo de Madrid debe á su ilustre
profesor y digno socio de mérito la reimpresión,
corregida y aumentada, de la historia
de dicha Sociedad, desde su primera
fundación hasta nuestros días; la que, empozando
por encomiar la obra de su fundador
y primer secretario, I). Juan Miguel do los
Ríos, llega por sus distintos períodos de instauración,
organización y desarrollo, expansión,
crisis y renacimiento, hasta su nuevo
esplendor de ios años 81 á 88. merced d la
obra fecunda do su ilustre presidente don
Antonio Cánovas del Castillo, y de su período
brillante, á principios delsiglo XX, cuando
el Atene.i, que atravesaba «una crisis terrible,
la secunda de su laboriosa vida, se
salvó por el celo y los extraordinarios esfuerzos
de su presidente D. Segismundo Moret,
y de su secretario D. Mariano Miguel de
Val», cuya obra más importante fue la de
reducir considerablemente los gastos, admitir
á las señoras en concepto de miembros
de número, duplicar el número de socios,
con más ol ingreso dol Key y de los Infantes
D. Carlos y D. Fernando, y la fundación
de los Concursos, de la Extensión universitaria
y de la Revista ATHXEO,
Consignemos nuestro reconocimiento al
Sr. Labra, para quien toda gratitud será,
poca y todo elogio mezquino, si se comparan
con los que á sus altos títulos se deben.
X.

Sea usted catedrático!
(Fragmento LÍO una conítM'i'iieiii pronunciada on el AtoiH'o ilu Utophipolis en l!H)!t.)
« Y llegamos á uno de los extremos más interesantes, de los que má
hondamente han preocupado á los hombres que encaminan sus esfuerzos á la
resolución do los graves y trascendentes problemas pedagógicos: á la elección
del Profesorado, del personal docente, en suma.
Con arreglo á los absurdos principios que hemos visto integrando la concepción
pedagógica del siglo XIX y comienzos del XX, so entendía que los
catedráticos debían sor escogidos mediante, pruebas ó exámenes orales ó escritos,
que duraban más ó menos días según eran muchos ó pocos los opositores,
no para asegurar el juicio de los jueces según necesitaran más ó menos
datos á fin de mejor proveer; y luego, los elegidos recibían do por vida sueldo
del Estado, sin que ésto les exigiera nuevas pruebas de su actividad científica,
á no ser la do asistir á, las clases para, exponer todos los años los elementos
de las materias á cuyo estudio se habían dedicado; pero, además, siguiendo
la evolución ideológica que en anteriores conferencias he tenido el honor
de exponer al respetable auditorio (murmullo de agradecimiento), la llamada
libertad de la cátedra, permitía que cada catedrático redactara su propio programa,
comprensivo de las materias que él juzgaba necesario incluir en él, sin
que nadie, do un modo prácticamente eficaz, pudiera fiscalizar, ni menos
censurar, el contenido y disposición del mismo, pues á ello so oponían la libertad
de la toga y ol compañerismo, que eran los pilares sobre los que se alzaba
aquel absurdo y arcaico modo de organizar la enseñanza.
El profesor oficial ora el arbitro, además, de la enseñanza privada, pues
ante su tribunal, con su programa y por su libro de texto tenían que ser
examinados los alumnos no oficiales. A vosotros, habituados á vivir en régimen
distinto, de, libertad absoluta, os extrañará que este sistema opresor y
tiránico se mantuviera, sin dar lugar á formidables protestas nacidas de la
numerosísima masa compuesta por los alumnos, sus familias y los profesores
privados: poro no os admiro; es una do las paradojas que se observan en aquella
civilización y ontre aquellos ciudadanos, quienes predicaban la democracia
y el liberalismo, daban sus vidas en barricadas y motines, y luego permitían
que el Estado fuera sujetándolos con sutiles trabas, de tal modo, que la
libertad á tal costa conquistada más parecía ejercicio retórico de niños
grandes, que realidad y ambiente en el que vivieran con holgura las multitudes.

— 98 —
Mas vuestra extrañeza subirá de punto cuando os diga quo á esta organización
Estatolátrica se sometía lo más incoercible y sagrado: las creencias;
y allí era de ver á los alumnos, forzados en muchos casos á fingir hipócritamente
lo que no sentían, ó, cuando menos, á soportar la defensa do ideas
contrarias, ó la crítica de las propias, de labios del profesor oficial, al que había
que someterse á fin de que firmara el indispensable aprobado que permitía
seguir subiendo los peldaños de la carrera universitaria; esa facilidad do
elección que hoy existe, y según la cual cala uno estudia con el profesor que
le place y cuyas ideas le son más afines y gratas, era imposible en aquella organización;
¡apreciad, señores, las ventajas del progreso de los tiempos y la
sustitución de sistemas atrasados por otros más racionales y libres! (Bien.)
Estaba aquel régimen falto del acicate que estimula nuestros actos y sirve
para vigorizar la voluntad poniéndola en tensión, es á saber: la propia ganancia
y la concurrencia libre; y lo más extraño es quo tales principios no eran
desconocidos por aquellas gentes; la Economía política llamada clásica los
tomó como bandera, nutrieron leyes y animaron Gobiernos y disposiciones;
mas las pasadas generaciones no creían en la exactitud de las leyes sociales,
análogas á las físicas, y en vez de aplicarlas á la enseñanza al par que á la
industria, pensaban que lo que es bueno para uno no lo os para lo otro; é incurriendo
en el absurdo en quo caería quien pensase que las piedras estaban
sujetas á la acción de la gravedad, pero no la madera ó el hierro, voceaban en
•meetirl'gs y conferencias pidiendo la libertad industrial y mercantil, mientras
los mismos, á la vez, conservaron el monopolio de las profesiones para los
titulados, acrecentaban su esfera de acción inventando títulos nuevos á cada
paso, y obligaban á todos los que habían de titularse á que lo hiciesen ante
ciertas personas, á quienes so confería el oficio de abrirles las compuertas que
los lanzaban desde el dique soco de la Universidad ó las Escuelas al proceloso
mar de la existencia, como entonces se decía. Estos lanzadores de titulados
constituían un Cuerpo de escala corrada, con lo cual se caía en el daño
de que ias llaves de salida las tuvieran pocos, y siempre los mismos, elegidos
de una vez para toda su vida; los cuales, sabiendo que en sus manos estaba
el llavero, que nadie había do arrebatarlos, tendían por ley fatal á que sólo
salieran los que so acomodaran á sus ideas y modos de pensar ó entender, y ved
á una parte de la maquinaria erigida en arbitro de todo el aparato y regulando
la marcha del mismo, en ocasiones, según las propias necesidades ó conveniencias.
Do aquí el qixc tales cargos fueran muy apetecidos y á ellos so llegara por
el extraño é incomprensible sistema do la oposición, del cual me ocupé en
otras conferencias, y el no menos extraño y absurdo dol concurso; uno de los
curiosos casos de baraúnda legislativa, de constantes variaciones de criterio
en los legisladores, es el que ofrece la legislación de enseñanza do 1870 á 1920:
las disposiciones se repiten, se anulan, se derogan unas á otras; parecen resolver
casos particulares mejor que problemas de interés general, lo cual pone
de manifiesto el ansia por llegar al codiciado sitial y la obsesión—á veces de

uena fe—de legisladores y gobernantes, quienes creían atajar los naturales
impulsos do intereses privados, por medio de artículos, de decretos y Reales
órdenes; estudiando en conjunto esta labor, más los artículos de la llamada
Prensa pedagógica de entonces (que dedicaba la mayor parte de sus columnas
á solicitar aumentos de sueldos y gratificaciones, á pedir el monopolio protestando
del llamado intrusismo, y á encomiar sin tregua ni descanso la altura,
importancia y trascendencia de la misión social que desempeñaban quienes la
escribían), invade el espíritu de quien todo esto considera una oleada de profunda
tristeza, pensando en toda esa energía cerebral malgastada en buscar
un imposible, cuando tan fácil ora ver el camino por donde pftder llegar sin
dificultados, gastos ni derroche de esfuerzo mental á la acertada organización
de la enseñanza.
A. través de esa masa do papel impreso, como á través de las cenagosas
aguas do un estanque, se ven en el fondo agitarse á multitud de seres vivientes
que ansian subir á la superficie traspasando el líquido elemento: unos se
deslizan burlando al compañero, otros hacen hincapié en él para subir, otros
le muerden; todos buscan asomar la cabeza; ¡cuánto más fácil es vaciar el estanque,
suprimir el medio que debe ser vencido y dejarlos á todos- por igual
al aire libre, y en vez de oirso el coro formado por millares de voces que dicen
«quiero ser catedrático», que no so oiga más que una voz: la del que abre la
llave, del estanque, el cual dice eortósmento á todo el que lo solicita: «sea
usted catedrático»! (Muy bien.)
Este os, señores, el remedio, el tínico remedio á los danos que el sistema
antiguo ocasionaba; «sea usted catedrático», os la fórmula que sintetiza, el
nuevo sistema. ¿Quién pensó jamás en oposiciones ó concursos para abrir una
peluquería, restaurant ó tienda de sombreros? ¿Quién tuvo en cuenta la antigüedad
en el oficio del dueño del establecimiento para it á comprar lo que
vendiese? La rivalidad los vivificaba: la competencia establecía de continuo el
ansia de mejorar la mercancía, abaratarla, recibir do agradable modo á quienes
iban á buscar productos ó servicios, dejando en cambio legítima ganancia,
mayor cuanto mayor fuera el renombre adquirido en estas abiertas lides.
Falto, además, el público de la garantía que antes creía encontrar en los
títulos oficiales, y pasado el período de adaptación, que duró de 1950 á 19X0,
puso más cuidado en \Mr á quién entregaba sus hijos para lograr la apetecida
instrucción profesional: la, docta Alemania había iniciado el sistema, estableciendo
en sus Universidades los priuat-docent junto á sus profesores oficiales
numerarios; de allí lo copiaron las Repúblicas sudamericanas y el Japón;
Francia, hacia 1980, pudo sacudir el peso de su Universidad centralista, de
corte napoleónico, estableciendo el régimen de libertad; Italia lo había precedido
algunos años antes; al fin entraron los últimos por esa senda Turquía
y España; el actual ministro de Instrucción pública, biznieto de I). Antonio
Maura, ha presentado al referendum nacional el oportuno proyecto, que fue
aprobado; hoy miramos, abarcando el proceso histórico, á los gremios de la
Edad Media destruidos•- después de las tentativas de mediados del siglo XX,

— 100 —
animadas de soplo socialista—hasta en su iiltimo baluarte, la Universidad,
y entronizado el régimen de libertad absoluta de enseñanza y profesional,
como la más firme garantía de nuestros admirables progresos científicos.
La lucha es al presente cara á cara y al aire libre: nadie aprovecha el encumbramiento
del pariente, amigo ó correligionario, para subir: gana más el
que más vale, y esto lo dice la conciencia pública y no Comisiones que juzguen
con prejuicios favorables ó adversos; la juventud encuentra abierto el cauce á
sus energías; los de edad madura luchan incesantemente para cohonestar el
empuje de los recién llegados; nadie se duerme sobre sus laureles científicos,
so pena de encontrar el morral do las provisiones vacío; los viejos, convencidos
de que la, lucha científica exige fuerzas que ellos no suelen poseer, se retiran
tranquilos y regocijados al descanso, seguidos del respeto y consideración
que sus antiguas victorias les granjearon; sabiendo que este momento
había de llegar, fueron en su mayoría previsores, y guardaron, merced á una
vid;\ modesta v arreglada, el excoso de lo que antes habían ganado á manos
llenas; así so van aclarando las filas do un modo natural, v no por complicadas
escalas de edades ó procedimientos mecánicos y automáticos, buenos para subir
cangilones de noria ó tirar de un carro, pero indignos de ser aprovechados
para gobernar la, conducta de seres racionales v libres.
Aquellos que no sirven para la función docente reciben l;i indirecta lección
del abandono del público, y buscan oficio más en armonía con sus aptitudes:
nadie persevera bajo la falsa idea de que es un perseguido, un desgraciado
á quien las decisiones injustos de jueces venales van sistemáticamente
arrebatándole el justo premio de sus esfuerzos: la verdad so abre paso y les
obliga á variar de rumbo sin molestia directa para nadie, pues es un ente anónimo,
colectivo, el que les abandona ó posterga: así marchan las actividades
sociales por sus naturales cauces, sin que nadie las dirija; es una orquesta de
excelentes músicos que toca sin director
(Xutridos aplausos ahogan la voz del conferenciante; ú poco rato, seguido de
buena parte del público, asciende ala azotea que remata el edificio del. Ateneo;
Multitud de globos y aeroplanos están amarrados á la barandilla; el orador
sube á uno, entre los saludos y aplausos del auditorio, y seguido de ra.rias máquinas
voladoras ocupadas por amigos que siguen aplaudiéndole y le acompañan,
se lanza á los espacios; poco apoco, el grupo aéreo se aleja, ü la vez que se
distiende. Amanece.)
Huerta do Santa Ana (Calataviul). Agosto 11)07.
EDUARDO IB AURA Y IÍODRÍOUTSZ.

AL PASAR...
Caprichos y quimeras.
Rosina en prisión.
Rosina cuenta (guineo Mayos lloridos, quince primaveras gentiles que trajeron
año tras año canastillas mayores, capullos más liineliados para el pecho,
claveles reventones encendidos para los labios y las mejillas. Rosina es una
estrella; estrella, porque sólo luce de noche y porque desde lo alto de su trono
despido rayos amorosos. Rosina, para decirlo, en fin, es, ó por mejor hablar,
fue una «coupletista» abrileña del teatro Romea. Escorzando picarescamonto
su cuerpo, y apoyando maliciosamente las frases más arriesgadas de su
canción, ha dibujado en imaginaciones espectadoras babilónicas fantasmagorías
de sensualidad.
¿Quién hizo «estrella,» pública á la adolescente tan temprano? No busquéis
muy lejos. Tales favores sólo pueden provánir á esa edad de muy cercanos

— 102 —
enorme artesa, sin más peligros que el de desaparece** misteriosamente un día
de invierno. Poned algunos quilates de poesía juvenil y do aspiración humana
en esta concepción, y conoceréis la cosmología completa de la dichosa Rosina.
No podía ser muy complicada. Sugerida por la dirección materna, sus pensamientos
serían la esencia destilada do sus actos. Creció, se exhibió, triunfó,
encendiendo la lubricidad rehacía en los fatigados é iluminando de ardorosos
deseos las hambres colegiales do mozuelos sin bigote. La soldada tuvo aditamentos.
Hubo convites y lisonjas, donativos y proposiciones. La verdura tentadora
de los quince anos, peregrina en el mercado, tuvo postor y alcanzó su
precio. ¿Para qué. ('pensaría Rosina) sino para esto viene al mundo la mujer?
Y las victoriosas estrellas consagradas, con la renta en la piel, le marcarían
el camino.
Los consejos de la madre cariñosa, acaso lecciones, la avisarían, forzándola
á entrar en los secretos del arte de la cortesana, quo mantiene la avidez productiva
y dadivosa, estimulando el apetito y brindando desde lejos el fruto
quo sólo á los postres se debe entregar, para que, más deseado, resulto más
sabroso. Las gentes morales pensaron en su inocencia, quo la tutela social
debía intervenir, rehaciendo el mundo interior de la bella Rosina. ¡Oh candor!
La autoridad tiene mejores cosas quo hacer. Las últimas vibraciones del firmamento
couplotista resuenan más tardo provechosa y sonoramente en los
fondos secretos de la higiene. En la, picardía de la hetaira se comienza la carrera
por donde la empezó Rosina, pero sólo on su final tiene la autoridad que
intervenir.
Entonces la tutela social impone la cartilla y las revistas mensuales cometidas
al médico. Interviene cuando no puede torcer ol camino, porque trazar
éste corresponde al poder paternal. La autoridad, respetuosa de la potestad
de los progenitores, no se inmiscuye en las funciones de éstos; y así, una
madre solícita, como la madre de Rosina, puede, sin embarazo, asegurar el
porvenir do su hija gallarda y estudiosa.
Rosina, con sus quince años, ha podido meses y meses profesar en la cátedra
de Romea, bajo la mirada indulgente y complacida de su madre recaudadora,
sin quo la autoridad so creyese capacitada para impedirlo. ¡Qué hubiera
dicho ol Código civil! ¡Ya sabemos que la familia es fundamento de la sociedad'.
Por desgracia, Rosina no ha sido cuerda. Un día ha dejado el grillete de
Romea, y extendiendo sus alas de mariposa de teatro, se ha lanzado á las sendas
del mundo en compañía de un galán. El oficio de cortesana acrecentó su
seducción; y en la fantasía adolescente, amor libre amalgamó flores y monadas.
El galán prometió acaso maridar á Mercurio con Cupido. La estrella sufrió
un eclipse. Y la madre, mientras lisonjeaba á su orgullo el patente provecho
de sus lecciones, sufrió Ja amargura del cruel abandono. Ya no cobraría
las ganancias de su hija alevosa. Había sembrado consejos y avisos en tierra
ingrata. Rosina y sus pesetas tendían el vuelo. Entonces acxidió á la autoridad.

-- 103 —
Bendigamos la fortuna singular que nos ha permitido vivir en donde, el
poder público ampara con tal diligencia á los padres cariñosos. El desacato á
una madre tan previsora podía tolerarse. La sociedad lo respeta todo, menos
las rebeldías de las mozas de quince años. Rosina lia sido prosa. En los patios
de la cárcel llora el arrepentimiento. Su pecado se ahogará en lágrimas. La
misericordia no está reñida con la justicia. Ninguna mano clemente devolverá,
de seguro, su libertad al pájaro. Dentro de poco la estrella lucirá en su cielo.
Acaso Rosina- volverá á cantar,en Romea, para alivio de viejos y hechizo de
mozos. Su madre, tranquilizada, cobrará de nuevo. El orden se habrá restablecido,
y nosotros, seguros do que el respeto á la familia so ha restaurado,
nada tendremos que añadir.
Visita á los muertos.
Comenzaba la tarde, y el cielo vertía á chorros el resplandor solar, claro y
jocundo, con fulgores que delataban los días estivales y sus meridianas horas
de incendio. Ascendí con. ágil presteza por la escalinata que da acceso al Museo
del Prado, y, franqueando el umbral del pórtico, me interné en los amplios
salones del archivo precioso de las supervivencias do nuestro esplendor artístico.
Una amable impresión de grata tibieza del ambiente salo al encuentro:
la luz discreta que so filtra por todas las lucarnas viene; á posarse sobre los
teñidos lienzos, ora desatándose desenfrenada en chorros de púrpura, ya riendo
en los grosellas de (roya, irisándose en los verdes del (troco, feliz y estática
en los dorados y azules gloriosos do Murillo, triste en los gris-es y violetas
de Tintoreto, triunfal y orgullosa en los rosas y granates de Rubens. sombría
y amenazadora en los obscuros de Ribera, vistiendo los ropajes de todos los
humanos afectos, de todas las quimeras deliciosas y las inquietudes delirantes
quo el tardo pincel del artista supo aprisionar.
Pero mi atención, se la llevan en aquellas galerías los retratos. Las efigies
tristonas de hombres biliosos quo el Greco encuadró, suspenden mi pensamiento.
Busco en el catálogo oficial un nombro que poner á aquellos rostros ovales,
rematados por puntiaguda barbiehuela, enhiestos sobre las encañonadas golas,
y junto al número do orden, leo: «Retrato do un desconocido». Y voy repasando
los muchos desconocidos á quienes el lienzo dio, siglos ha, la engañosa
idea de la inmortalidad terrena. Y cuando he terminado, cuando mis retinas,
cansadas por la sensación del cruel desfile, centellean (son fuegos fatuos en las
lobregueces del cerebro, veo erguirse en la fantasía las siluetas de tantos como
fueron y pasaron por la tierra con la carga de sus pesaros y el aroma de sus
virtudes y el fuego de sus pasiones, y aquí dejaron como sombra de sus seres
estas huellas que vanamente trató de inmortalizar el artista.
Los ojos de un espíritu contemplan con avidez mundana los hechos y las
almas de los que, al través de estos lienzos, también nos miran desde la región
silenciosa de ultratumba. .Reyes de adusta frente y severo mirar; príncipes

que el destino orló con áureas grandezas y también con ásperos infortunios;
caudillos de altanero porte y glorificados por el mirto y el laurel; gobernantes
de altivo gesto coronados por el roble; sabios y artistas ungidos del cielo; gráciles
efigies do tiernos infantes en cuyos pechos ardió la mirra de la esperanza;
imágenes de mujer á cuyo conjuro palpitaron los corazones y se encendieron
en la fantasía ensoñadora las luminarias del ideal: humanos cuyo nombre
y cuyo recuerdo so han disipado en el tiempo como los perfumes se desvanecen
en el espacio... Ellos fueron la vida de otro tiempo, y ya no son.
Seres reales que tejieron con sus manos la urdimbre de la historia, están
aquí sujetos por sus marcos, esclavizados—ellos que tal vez enseñorearon mundos
y conciencias y corazones—, por la mano inspirada de un pintor. Y al contemplarlos
uno por uno, yo me inclino y saludo sus sombras reverente. Porque
ellos son nuestro ayer, la fuente de donde mana nuestra existencia, eslabones
de la gran cadena que nos une con lo eterno. Sombras fuéramos, y no
realidades, sin ellos. La luz de nuestra inteligencia y la fuerza de nuestra voluntad
ellos la engendraron. De sus esfuerzos provienen nuestras horas de
dicha; de sus culpas, nuestros dolores. Ellos nos gobiernan. Llovamos el peso
do sus faltas y recibimos la recompensa de sus virtudes, exclama Jeremías.
.La gran voz do los muertos—dice Ls Bou—, viniendo del [tasado, resuena en
las conciencias de los vivos y dirige nuestra vista hacia el porvenir.
Y el desfile de las siluetas evoca el desfile del pasado con el pálido cortejo
de cuanto lo rodeó. Las épocas que fueron so agitan lentas y confusas, como
ejércitos de fantasmas, detrás do los lienzos. Y entonces, mi corazón se dilata,
y extiendo su homenaje á todos aquellos elegidos de la divinidad á quienes fue
comunicada: la peregrina virtud de crear con el pincel, do trasladarlas angostas
realidades á los inmensos dominios de la belleza, espiritualizando lo terreno,
lo material; á los retratistas, insignes vivificadores de lo muerto, qnc llevaron
los nombres de Velázquez, Ticiano, el Greco, Goya, Holbein, Dnrero,
Rembrant, Rubens, Van-Dyck, Tintoreto, (lainsborough, Revnolds, Laurence...
E imagino que quizás al percibir los vagos rumores de nuestros saludos
á'sus sombras, sentirán, allá donde reposen, latir algo imperecedero en
sus entrañas de hueso, y alborear algo eterno en sus cráneos vacíos, y abrirse
un cielo de luz y un inundo de esperanza y de vida bajo las piedras de sus
tristes y solitarias sepulturas...
Domingo número...
Acabo de vivir en el mundo un domingo más, el número... no sé cuantos,
el que lleves tú, lector. De los míos vahe perdido la cuenta. Todavía no peino
canas, ni mucho menos; así que no es la multitud de los domingos vividos la
que me dificulta su recordación: es la uniformidad con que transcurren; es la
insoportable monotonía con que van consumiendo nuestro tiempo. Imagino
que los anteriores á mi existencia fueron iguales que los presentes. Sospecho

— 105 —
que también lo serán los que aún están por venir. Y la cuenta mía hunde su
principio en lo pasado y desvanece su fin en lo futuro, anegándome en eso
mar de lo inconsciente que puedo ser el todo lo mismo que la nada. Consuélame
pensar que tal dolencia es común á muchos. Oigo que se levantan junto
á mí iguales quejas: rumores sordos, apagados, denunciadores do un dolor general;
lamentaciones vulgares, arrancadas por una vulgar pesadumbre; gritos
sin eco que reflejan el vacío de una vida en que las sombras pelean por fantasmas
y ensueños sin existencia ni realidad. Llega el domingo, y los espíritus
cantan el himno del spleen. Merece reproducción. En sus estrofas va
envuelta la iinica verdad. Descifrarlas es la ciencia, con el amor do sus errores,
con la infecundidad de sus esfuerzos, con la negación eterna de sus resultados.
Quisiera aprehender sus vibraciones misteriosas; quisiera fijarlas para
siempre en mi conciencia. Acompáñame tú, benévolo lector: «filosofemos».
La Humanidad ama el absurdo. Nuestro corazón rechaza la verdad, la
odia, y corre ciego, enamorado del fingimiento, del error, del artificio. La paradoja
nos encanta. En el haber de nuestras almas, la mentira es la primera
cantidad. ¡Día de fiesta! ¿Por qué lia de serlo el que señala quien después no
ha de sentirlo? ¡El mismo para todos! Para ti, que ríes; para ti, que lloras;
para ti, que ves cruzar indiferente las horas, con la ilusión de ver la postrera;
para todos el día do ayer fue de descanso y do alegría, día de fiesta. Lo imponen
el mundo y la ley. Lo impono también la religión, ese soberano engaño
con quo las almas aplacan sus terrores. Has de cumplirlo, has de acatarlo. La
voluntad—otra ilusión de nuestro deseo—viene á ti como á todos: nos trae
eso regocijo impuesto en día señalado, y la manada innúmera de los hombres
disfruta porque es domingo, ¡día de fiesta!
Lo mismo importa: alegrías ó dolores, todo es igual. Mas ¿por qué lamentira?
Día de fiesta lo es tan sólo aquel en quo el corazón se viste de gala,
cuando baja un rayo de luz que enciende el gozo en nuestro pecho. Día de
fiesta es el de los grandes amores, el de los hermosos delirios, el do las brillantes
esperanzas, el de las sensaciones misteriosas que visitan el fondo de
los espíritus para aliviar su tránsito por la vida: días sin reloj quo los mida,
sin costumbre quo los limite, sin norma que los regulo; largos porque pesan
más quo ol tiempo todo; breves porque duran lo que dura una aurora; días
sin nombre, de los que pudo decir el poeta:
«liternitó, uéant, passé, sombres aliimes:
que faites vous des jours que vous cngloutissoz?
Parle/.: nous rendrez vous eos extasos suMhues
que vous nous ravissezV»
Fundamos la existencia sobre el trabajo. Con ésto realizamos nuestros
ideales. Es el instrumento de la redención. El nos abre las puertas de las pa-

— lOíi —
naderías y las del cielo. Mas repugnamos esa tiranía de la materia sobre el
espíritu que nos obliga al trabajo. Abre la rutina un resquicio por el cual se
entrevé el descanso, y ponemos el deseo en la llegada del domingo. De aquí
nuestro engaño. Las horas de labor nos pintan la hermosura del reposo. El
ruido de la cadena que arrastramos diariamente nos canta tristezas del osclavo
y alegrías de la libertad. Y llega el domingo, y es como el de ayer, como
el de siempre: eterno bosquejo de una sola imagen.
Pasan las horas y sufrís el desengaño. Recordáis todas las del día. Amarga
el ánimo la contemplación del tiempo vacío. Y cuando llega el instante en
que la luz so apaga, ansiáis recoger algo que, os indemnice. Expira el sol. El
carmín, el verde y el oro inundan los horizontes; oleadas de fuego se desparraman
por el cielo. Para ti, que lo contemplas, es ésa gigante agonía. El sol,
en sus últimos espasmos, te arrebata. Poro el último rayo que lanza penetra
en tu cerebro y te impone silencio: nada puedes revelar; murió sólo para ti;
las sensaciones perecen en el pensamiento, como el pensamiento se esfuma en
el aire universal. El día de fiesta fue el vacío; su recuerdo es el canto silencioso
del tipleen.
Ese ha sido para mí el domingo de ayer. Lo esperé con deseo, y me engañó.
Lo apunto, no lo deploro. La decepción castiga el olvido de la segunda
gran verdad del sabio Siddharths: «Las cualidades del deseo, acompañadas
de temor y de miseria, son las raíces do los dolores. Son más temibles que el
filo de la espada ó la hoja del árbol venenoso. Como una imagen reflejada,
como un eco, como un deslumbramiento, como el vértigo ele la danza, como un
sueño, como un discurso vano y fútil, como la magia y el espejismo, están
llenas de falsedades. Están vacías como la espuma y la burbuja de agua...»
Notas de un suicida...
La inesperada resolución con qué Jaime Rniz lia puesto fin á su vida, llena
á sus amigos de sorpresa y de dolor. Ninguno de ellos acierta á explicar por
qué misterioso proceso ha llegado al espíritu de un hombre sano, joven, fuerte
y rico, el propósito de concluir con una vida adornada por todas las venturas.
Para las gentes habituadas á conceder en nuestra existencia á lo externo
una participación que indudablemente no tiene, la decisión fatal de Jaime
Ruiz sólo puede haber sido concebida y ejecutada en un acceso de imprevista
locura. Para mí, quo vivía con él en completa comunidad intelectual y afectiva,
el suicidio de hoy no es otra cosa que el testimonio externo de una muerte
anterior. No era un loco; era un enfermo. En su cartera había ido registrando
el progreso de su enfermedad. He aquí sus notas:

— 107 —
OOTUBIIE 903.
Soy hombre de escasas vehemencias aparentes. Mi espíritu despierto escudriña
la realidad sin interesarse gran cosa en su movimiento. Táchanme
por lo común de falto de corazón, y suelen repetirme, mitad en chanza, mitad
en veras, que me hallo preservado de dolores intensos á precio de mi incapacidad
sentimental para las grandes alegrías. A veces una pasajera exaltación
relampaguea en mi alma: es breve llamarada; á poco me envuelve el desasimiento
de todas las cosas, y sin apartarme de ellas las desfloro con el deseo y
con la palabra, refugiado en mi indiferente frivolidad.
Quienes presumen de ahondar 011 mi alma me juzgan escéptico, con ese
escepticismo do juventud agotada que pasa, sin intervalo do la adolescencia á
la senilidad. En aquéllos y en éstos hay error. Sé que soy un apasionado, un
vehemente, do exaltación extraña y peligrosa. Pienso que los seros y los accidentes
no son como ellos se nos presentan. Hay en las cosas un sentido
oculto, una arcana significación que da la clave de la vida y llena de esencia
inefable lo que ante nuestros ojos aparece como un nombre, como una fórmula
vaga y desesperante.
Me abstraigo en frecuentes meditaciones. La razón de la existencia, el
valor de los seres, no hay que buscarlos en la vida misma, tránsito efímero con
que la esencia ignota avanza en pos de su forma definitiva, sino en nuestro
espíritu. En el alma hay escrito algo indescifrable que encierra el secreto de
nuestras ansias. Me parece entreverlo en instantes de lucidez; suprema. Entonces
la vida universal palpita en mi fronte con armonioso ritmo; y en el
acrecer violento de la fiebre que me exalta de improviso, la áurea entrevisión
se me escapa, so desvanece en la vaguedad do inefables ideas, con destellos
semejantes á los hilos de oro con que se enlazan los fragmentos de un ensueño
interrumpido y olvidado.
Suceden á estas calladas alucinaciones horas, de una infinita aflicción.
Toda la amarga melancolía del Universo atraviesa mi espíritu como una
onda severa é imponente. En vano busco en los senos do mi conciencia remembranzas
de aquella lucidez momentánea. Todo os pasado, consumido.
Paréccme eco lejano de ocultas voces mis propias palabras. Con mano cruel
tiento en las sombras do mis recuerdos, conjurando con ansias de agonía sus
visiones huyent.es, fantasmas que poblaron la árida soledad do mi espíritu desierto
y acongojado. Y es mi alma, absorta en ol terror do un incontrastable
aislamiento, como un náufrago cuyas voces do auxilio so ahogan en las entrañas
de una noche densa y sombría, tendida sordamente sobre un mar.
EXIÍRO !)(>).
Arrastro mi dolor por el tráfago de mis ocupaciones y por las tertulias de
mis camaradas. Pongo en aquéllas desigual ardor, correlativo con las desiguales
mareas con que on mi pecho se suceden los impulsos. Las dificultades de

— 108 —
mi trabajo, como los rigores de la adversidad fútil, proporcionan fáciles victorias,
no apetecidas á mi voluntad. Ni los triunfos llevan á mi ánimo envanecimiento,
ni las asperezas del vivir se delatan en mi semblante con visos de
contrariedad. Parécenme unos y otras artimañas de un destino cuya ley y
cuyo final resultado es lo quo importa conocer. Y el curso de los días va depositando,
silencioso y taimado, en mi pensar, eso disgusto de las cosas que
anega las ansias de vida y conduce irresistible á la muerte.
MAYO.
Poco á poco se apaciguan en mí todos los hervores de mi efímera juventud.
Las turbaciones obscuras de otro tiempo desaparecen. Busco el contacto espiritual
de los amigos, como si de su calor esperase que mitigaran el frío de mi
alma. Ávido de cariño, creo en la amistad. Hago gala de esta creencia y me
ufano de profesarla gran devoción. El vínculo que á los amigos me liga es lo
único firmo entre mis sentimientos. Me recreo en lo inmaculado de esa fe, como
si fuera el último eslabón que sujeta mi espíritu á la existencia... He traicionado
á mi único amigo. He roto su hogar. He llevado á mi pecho un nuevo
desengaño, una nueva amargura.
MÁKZO 907.
Caí de la amistad en el amor. He buscado con frenesí, en los brazos de mi
amada, el desquito de mis decepciones. Una infinita embriaguez se apoderó de
mi pecho. La obsesión de la mujer querida desterraba de mi conciencia la idea
do la esterilidad del vivir. Pensaba á veces que había concluido mi soledad.
Me sentía acompañado en aquellas recónditas tristezas de mis horas acerbas.
Una frase do la mujer adorada volvía á descubrirme la inmensa dulzura do
amar los seros, do reunirse con ellos para la obra soberana que vence al tiempo.
Creía encontrar en el abandono y el olvido, quo oran ropaje do mis horas
de amor, el por qué del existir, y que por la sangre de mis venas fluía do nuevo
el aroma ardiente do la existencia humana. Cuando entrambos agotamos
toda ilusión en la hora plena del cariño, dejamos desligarse nuestras almas.
El ano junto al otro nos sentimos alejados, y á veces hostiles. He roto al fin
mi alianza, y recobro con alegro pensamiento mi. amada libertad...
OCTUBRE.
Me siento de nuevo solitario. Son prósperos mis asuntos. No tengo ni el
aliciente de vencer alguna dificultad; no me interesan. Mi vida afectiva ha
muerto. Conservo amigos y amores, como violetas entre las páginas del libro
do mi secreta historia: violetas sin olor, sin perfume. He recobrado aparentemente
mi sonrisa. So felicitan mis amigos do esta definitiva restitución de mi
espíritu á una existencia normal. Me predicen posiciones y triunfos. Antes,

— 10!» —
cuando estalla enfermo, recogía mis recuerdos y los ocultaba, celoso do que ojos
extraños los mancillaran. Ahora que estoy curado, hasta los recuerdos dejaron
de nutrir mi pensamiento y mi corazón. Me siento acabado. Tengo conciencia
de que un hielo sin nombre, impalpable, ha matado mi espíritu. Soporto difícilmente,
con. rebelde inquietud, la fatiga de sobrevivirme, el comercio continuo
con TUL cadáver enmascarado. Debo acabar
Esta mañana avisó un guarda del Retiro. Un hombro aparecía colgado de
las ramas de un árbol robusto y añoso. Acudió el Juzgado. Entrada la mañana,
una multitud contemplaba al suicida. El viento balanceaba mansamente el
cuerpo del ahorcado, y corría invisible por cima de los árboles con dulce rumor.
Ramón Yecles.
Un guardia de Orden público fue herido en el momento do cumplir con su
deber. Un ruñan do manos listas y perversos instintos buscó en el cuerpo del
infeliz guardia, con la punta de un cuchillo, el desquito do su guapeza, humillada
por las manos do unas hembras alborotadas. La querella callejera propendo
á la sangre, y la husmea aunque so halle aferrada con el uniforme de un
agento do seguridad. Pasa la canalla desdo sus disputas mazorrales á las obras,
siempre largas cuando son cortas las razones. Y si á la tajada propincua se la
añade la mostaza do estar la víctima revestida con las insignias de autoridad,
para el avieso matonzuelo del arroyo es cosa do chuparse los dedos. Deplorable
os el,sucoso, poro el crimen no resulta, ni nuevo ni extraño.
Lo característico del presente es que Ramón Yodes, ol guardia asesinado,
terminaba ayer su cometido. La Administración, previsora, le despedía do su
servicio por edad. Y el Destino, más previsor aún que la Administración, quiso
eliminarlo definitivamente. Los designios do la Providencia son do una ironía
cruel. Llogan los desengaños cuando las manos tocan ya y resbalan por el
ropaje do las ilusiones para alcanzarlas. Cada momento lleva improsa la huella
de un afán no logrado. Los imprevistos giros de la existencia colocan siempre
al hombre á la zaga de sus placeres. l J ara sentirlos os siempre presento:
para gozarlos es siempre pasado. Sobreviene. hv muerte tras los años disipados
en prepararse- una vida apacible, que nunca se llega á disfrutar.
Ramón Yecles concluía con la última hora de anoche- las do sujeción al deber.
Por virtud dol sabio precepto de nuestra ley, que emancipa á los hombres
cuando, á su juicio, no sirven para nada, iba á perderse su filiación do guardia
para adquirir la de hombre. La Providencia, «sin cuya voluntad no se mueve
la hoja del árbol», sogún el testimonio del Libro Santo, lo tenía dispuesto de
otro modo. Es vano escrutar en las profundidades de osa predestinación. Los
abismos del hondo arcano guardan su secreto con sañuda terquedad.

•- 110 —
Sacíese el curioso con horizontes más asequibles a] saber do los profanos.
Indudablemente, un guardia cumple en la sociedad una, importante misión. Si
la gente le adjudica tan humilde puesto en el festín, es porque suelen ir
desparejados el idealismo y la realidad. "Yecles, vestido de uniforme, conservando
la alineación con la arista de una esquina, no se limitaba á ganar sus
dos pesetas, aunque así lo pareciera: era un centinela perenne que velaba por
la común seguridad. Al despojarse de sus severos atributos, jubilado, quedaba
sin objeto su existencia. Vino al mundo para ser guarda nada más. El mundo
le ha pagado su vida en treinta años con unos centenares de pesetas distribuidas
con prudente parvedad. Y un malvado refrendó con sangre su jubilación.
Moral volandera.
La Prensa, señora asombradiza que cada, hora descubre una, verdad coetánea,
do Matusalén, viene estos días estremecida y convulsa ante el fracaso
manifiesto de la moral que habíamos fabricado para uso del mundo. Una, madre
entrega su hija, por una cantidad módica, á los apretujónos y desahogos
de la mancebía. Otra destina la carne de sus entrañas á explotar la muy escasa
y tacañuela misericordia del prójimo, y la, martiriza y hostiga cruelmente
cuando resultan mezquinos los rendimientos del pordiosero. Un ¡oven do
buen ver enamora á una doncella de castidad incierta, y se prevale de su amoroso
señorío para entregarla á una dueña al precio del morcado. Otros, en fin,
acuden á cien expedientes que pregonan alto la rigidez de su conciencia y el
lustre de su moralidad.
Nosotros, ó por más ingenuos, ó por más desengañados, no hacemos tamaños
aspavientos. Cosas semejantes las hemos visto en todas las poblaciones y
en todas las calles desde que abrimos los ojos á los secretos de la vida. El tercero
do los casos citados no ofrece apenas nada de particular, si no es el fino
instinto mercantil del enamoradizo doncel. Las cosas del amor han descendido
notablemente desde los tiempos de nuestros abuelos, en que, según nos cuentan
crónicas de veracidad vacilante, los corazones se mareaban con borracheras
de ideal. El «positivismo»—así lo llama la gente—se ha filtrado con sutileza
por todos los resquicios del alma, y su peso nos hace descender desde el
cielo á la tierra. El aprovechado galán que vende á su novia para instrumento
del placer ajeno, tiene entre nosotros muchos imitadores; si no ante el derecho,
ante la conciencia.
Los dos primeros casos también los hemos leído sin extrafieza. En ellos no
encontramos novedad. Son dos ejemplares aislados do una colección variada y
rica. Registre el lector—si es varón maduro—su memoria, yadicionará casos
conocidos—de referencia, por supuesto—á los relatados. Pasee á la hora del
bullicio por las calles céntricas, por los paseos públicos, y si no es en la corte
forastero ó novato, señalará con los ojos, no una, sino varias conocidas
madres amorosas que trafican con los encantos filiales, ofrecidos en alquiler á

— 111 —
falta de postor definitivo. Hasta ayer se las vio tranquilamente pasar, sin que
el escándalo trascendiera á los pudibundos compañeros de la Prensa y su indignación
se alborotara de improviso.
Si estos hechos solitarios han do producir ahora algún desconsuelo, no es
ciertamente por la corrupción que evidencian, asaz conocida de nosotros, sino
porque arrojan sobre el maternal cariño unas sombras de flaqueza que desmienten
en buena porción los atributos á él adjudicados. Por lo demás... ¿Pues
qué? ¿Entre qué edades se reclutan, por lo común, las nutridas legiones de sacerdotisas
del carnal deleite'? ¿Por ventura no hinchen las casas del placer falanges
de menores de edad? Pues padres ó madres las vendieron primeramente,
y si no las vendieron, su abandono no tiene ni siquiera la estrechez ó la
pobreza por disculpa.
La ausencia do la moral pública y la fragilidad de los amores familiares no
nos sorprenden, pues, ahora., con impensada gravedad. Vienen sus causasdesde
viejos tiempos, con pertinaz labor, cercenando las más hermosas floraciones
do ios espíritus, dejando secas y agotadas en el pecho las fuentes de donde fluye
el sentimiento del dober. De la inmoralidad, cristalizada en esos casos que
nos indignan solamente, cuando debieran sonrojarnos, participamos todos con
activísima cooperación, letal para la blancura de las almas. Do esa inmoralidad
participa ontora la sociedad española, vieja y roída por las pasiones seniles
vergonzosas que excusan nuestros apetitos nefandos y nuestras proscripciones
de la virtud.
Las gentes sencillas, de manos recién lavadas, impetran la ayuda de la
autoridad gubernativa y del Ministerio fiscal. Creen candidamente que con
soltar á los agentes contra los mercaderes de hembras, ó infundir eficacia en
los artículos 458 y 459 del Código penal, la dolencia está remediada. ¡Donoso
infantilismo! Es la corrupción carnal como el juego. Rezuma en las sociedades,
sin que ninguna externa presión lo pueda impedir. Las leyes consiguen á lo
sumo que so escondan, no que se extingan. Apelamos neciamente á la coacción
para sujetarlos espíritus depravados, y se nos escapan. Con ello no logramos
otra cosa que duplicar los veneros y los linajes de la perseguida inmoralidad.
Más hondos están los orígenes de la dolencia. Llevamos sus gérmenes en
nuestras entrañas, depositados por una sociedad corruptora. Surgen á la vida
nuestros espíritus con. saludables instintos. Puso Dios en la humana naturaleza
manantiales copiosos de toda virtud. Las instancias de un depravado
ambiente, la presión de un organismo social que reposa sobre el extravío y
torcimiento de toda pasión humana, nos adultera y nos pudre. ¿Quién sorá capaz
de honradez, cuando el honrado, según la ley de la Naturaleza, no según
convencional artificio, sucumbe con terrible y merecida expiación? ¿Quién ha
de ser voraz, cuando las realidades apremiantes obligan con brutal imperio á
la mentira? ¿Quién sentirá nobleza, quién leal cariño, cuando la desloaltad y
la perfidia son dos recias armas de combate en el mundo?

— 112 —
Un día en Segovia.
Penosamente voy subiendo la callo de la Canonjía Vieja, de vuelta del Alcázar.
Es una vía estrecha, tortuosa y empinada, mitad barranco, mitad toíTonte,
que se llama calle porque hace oficio de tal, sin duda á falta do otra
mejor. A derecha é izquierda se abren de trecho en trecho rápidos callejones,
semejantes á escotaduras: aquí el de la Judería Vieja, umbrío y temeroso,
evocador más do los autos do fe con que se purgaba de judaizante la sagrada
tierra de Castilla, que de las artes habilidosas ejercitadas en el tráfico de mercaderías
por los siempre acongojados hijos de Israel: allá, otra calleja, obstruida
la entrada por un provisor marmolillo y descendiendo veloz como una resquebrajadura
de la ladera en la quo hubiese acampado transitoriamente un
aduar moruno. Las calles están desiertas. El sol de la tardo dora el espacio
tranquilo. Detrás del quicio de cualquier puerta espera mi paso, con recelosa
mirada, alguna sucia mocozuela de esquiva actitud; un gozquecillo ladra furiosamente.
Una paloma torcaz que picotea en el empedrado, alza el vuelo y
se remonta en el luminoso azul de esta aromosa tarde de primavera.
Dondequiera quo os coloquéis en la ciudad do Juan Bravo, las calles son
pendientes. Tal arte so dieron aquellos remotos españoles do buena fe para
trazar ol caserío, que inevitablemente, para avanzar un paso, tenéis que subir
ó bajar. Recorriendo Segovia estáis cu perpetua, escala do Jacob. Sólo que no
sen ángeles los que recorren los místicos peldaños, aquí más vivos y reales de
los que á las piernas conviniera. Esta tierra castellana da rostros atezados
con la misma profusión que almas adustas y rígidas. Contemplando la ciudad,
descubriendo el panorama, observando á las gentes, saturando ol pensamiento
con todos los efluvios que parecen desprendidos del suelo resecado, de los sillares
sobre que se alzan orgullosas moradas macizas (pie parecen muertas y
abandonadas del ciólo inclemente y frío, penetran en la carne y en los huesos
las sensaciones esparcidas por toda una historia de dolor, y so percibo con
inefable precisión el alma seca y árida, altiva é intransigente, fanática con
el fanatismo de la piedra, no con el hervor de la-pasión creadora; alma lúgubre
y huraña, indócil para la vida y hostil para la mejora,; alma castellana,
(pie fue ayer nervio do empresas dominadoras y hoy factor decisivo, no de una
agónica decadencia, sino do una secular y desolada petrificación.
Apresuro el paso para restituirme á mi alojamiento, ávido de reposar. No
os nada cómodo visitar una ciudad on que todo está en cuesta. Cu edificio me
sorprende por sus proporciones y su galanura: es un convento de monjas del
Sagrado Corazón. Tropiezo con dos viandantes: son dos francesas, la una escuálida
y apergaminada, la otra joven, pero relamida, que en muy espinoso
español pregunta á un chicuelo, que plantado en el arroyo se ajusta los tirantes,
por el camino del Alcázar. Los caserones quo salpican de trecho on trocho
ias hileras de las callos tienen las ventanas y balcones apestillados, las pueruis
cerradas. Toda comunicación do cada vivienda, con el exterior está impe-

113 —
dida. ¿Hay gente detrás do esas rejas, de esas celosías? Lo ignoro. Segovia da
la sensación de una ciudad abandonada.
De tarde en tarde cruzan furtivamente la calle, con inquietud de aparecidos,
unas mujeres enlutadas. El color que domina en los habitantes de Segovia
es el negro; el ruido que señorea los aires, el tañer de las campanas; la
impresión que se apodera de los ojos, la do rumas. En ello reconozco á la
auténtica ('astilla. Desemboco cu la plaza, la ancha plaza, inmensa y desamparada,
circuida por amenazadores soportales, que es característica do las
viejas ciudades españolas. Estoy próximo á mi albergue: una posada á la que
bautizan pomposamente con el nombre de «fonda»; espejuelo de «touristas»
incautos, remedo del lugar cervantino «donde toda incomodidad tiene su
asiento». Sobre una engañosa entrada, que es al edificio lo que la gola y el ferreruelo
al hambrón hidalgo que Hurtado de Mendoza llovó á su «lazarillo»,
campea un fementido rótulo que dice: «La Burgalesa, Fonda y Restaurant».
Aquí vivo yo.
¡Vivir! ¿Queréis saber cómo ora un mesón ú hospedería castellana del siglo
XVII? Pues visitad «La Burgalesa», ó mejor dicho, no la visitéis; ahorraos
tan terrible sufrimiento--no pondero--, y puesto (pie ya lo he pasado, yo os lo
contaró. Dice Baudrillard, en su líistoire du luxe, que on. el siglo XVII, á diez
kilómetros de Madrid ya no se encontraba en ninguna hostería una cuchara
útil. El régimen sigue imperando. Los pocos extranjeros que aún quedan
decididos á arrostrar los incidentes y peripecias de un viajo por España
—donde la curiosidad halla siempre su castigo—, anotan entre los más temibles
é inevitables pohgros el alojamiento.
En un caserón hondo, interminable, con estrechos patios enemigos de la
luz y del aire, se halla instalado mi «hotel». En su interior so cruzan y entrecruzan
angostos y obscuros pasillos que se abren como bocas voraces en todas
direcciones. Para acertar con la de vuestro nicho necesitáis apelar al socorro
de un guía. Una sombra humana, cuyo sexo m adivino en aquella obscuridad,
condesciende por fin á llevarme á mis habitaciones. Son éstas tres, embutidas
unas (Mi otras desde un balcón hasta un pasillo. Anochece. Enciendo una bujía,
porque la luz eléctrica no ha penetrado aún en mi fonda; así conserva ésta
su carácter. A la tristona llama de la bujía reparo en las paredes enjabelgadas.
cuya blancura desaparece bajo la mugre de cien años; los desnudos suelos,
de polvorientos ladrillos, que enseñan lamentosos las mataduras de sus
desgastes: la desvencijada cama, do hierros rechinantes, cuya dominación
exige un previo oncavamamiento, desigual y huesuda, enemiga del reposo; por
el balcón entra una racha de viento fresco (pie trae la vibración del dulce toque
de oraciones.
La noche cierra, y de los ángulos de las estancias brotan todos los nocturnos
hedores do las lobregueces insanas: una legión de rumores inciertos, de
crujidos, de repentinos desgoncos, de lastimero chasquear; todos los ruidos
con que la vejez de las cosas se queja en la soledad y en las tinieblas llegan
hasta mis oídos. A la oscilante luz que ine acompaña desembozo el lecho; un
2

— inmundo
viviente y corredor puebla ya las que debieran ser soledades de sus
sábanas. Es el albergue castellano en todo su esplendor, con sus innúmeros
pobladores ignorados. Pido la cuenta. Me dejo explotar á sabiendas por un
hostelero disgustado, á quien se le escapa la presa. Alquilo un coche, y á la
hora en que la luna se alza sobre el horizonte emprendo el camino de La
Granja. La noche está perfumada. Por los campos floridos cabalga suave la
brisa. El alma se adormece en una inmensa paz soñadora.
La muerte de la fe.
'h'iimour ni' va luis sans un objet IÜ¡:IH: «le rallóme!", et
nous ne Siivvions lien de .Tósus si

otro tiempo consagramos al culto de la fe y de las verdades eternales, caen sobre
nosotros las negruras de una noche maldita. Llegan la congoja y el desaliento.
Zumba el dolor. Y la pena nos declara, al pasar, todo el horrible vacio en
que se despeña el destino de la criatura.
En estas horas desesperadas en que el espíritu se recoge sobre sí, resuenan
como notas dulcísimas de acordados salterios, voces que despiertan los días
venturosos é inocentes de una edad que pasó. Los anos remotos de niño resurgen,
con sus pájaros y sus flores, con sus juegos y sus sonrisas, con sus plácidos
descansos en la verdad aprendida y sus candidos fervores llenos de tierna
pasión. ¡Y todo desfila en vagoroso tropel, mezclando sus colores y sus ruidos,
sus voces y sus lloros, que llegan á la conciencia turbada como errabundos
ecos do una cantiga amorosa que el pecho'ya olvidó!
Un grito vibrante de pona a.gita las conciencias. Las almas errantes, peregrinas
de la duda, que bogan en demanda do luz que alumbre sus destinos,
desfallecen. ¿Quiénes somos? ¿Dónde vamos? ¿Qué Ser oculta su esencia tras
el infinito, y desdo el lejano confín de la cerúlea bóveda donde se pierde la
mirada acecha nuestros pasos y sostiene nuestro aliento? ¿Cómo postrarnos
creyentes ante el recuerdo del Hijo de Dios? La, duda rueda sobre el espíritu,
y en pos de ella la negación. Oleadas de esposas sombras anegan las esperanzas.
En el alma se apaga la fe; muere do nuevo Jesús. Como despojos del naufragio,
queda un rayo de amor supremo flotando en las tinieblas. Nuestras
conciencias, mudas, absortas, combatidas por la borrasca, son arrojadas á la
playa desconocida donde reina la noche y se sienta el misterio á plañer su
dolorida canción.
Ecce Homo.
'Y entonces V salió Jesús fuera llevando la corona
de espinas v la ropa grana. Y dieeles «Pilato-: «He
aquí al hombre.»
SAN JUAN, lfl-4-5.
Y mostrando al pueblo la maltrecha figura de Jesús, cárdeno el semidesnudo
cuerpo, lívido el semblante, nublados los ojos, sangriento el cabello, oprimidas
las sienes y punzadas impíamente por la corona de espinas, pronunció
estas memorables palabras, símbolo en que se cristalizan enseñanzas sólo perecederas
con el perecimiento que ponga remate á la existencia de la familia
humana: «Ucee Homo.»
«He aquí el hombre.» Ruedan nuestras pasiones, nuestras luchas, nuestras
alegrías, nuestras esperanzas; arrójase el espíritu á la corriente de los amores
humanos, de la gloria terrena; onciéndense en el alma hogueras que la consumen,
resplandores que la iluminan: álzanse en nuestro pecho y en nuestra

— u»; —
mente, como bandada aleteadora, los sueños de ambición y do dicha, las remembranzas
de otra edad, las cien oleadas mundanales que van tojiendo con
incesantes vaivenes la urdimbre de la vida. El estrépito cesa para roanudarse
más férvido y clamoroso un segundo 'después. En el momentáneo silencio de
uuostra conciencia, las áridas soledades del alma nos envían, como un eco do
voz secreta y misteriosa, vibraciones semejantes á misivas de lo infinito, de
lo soñado, do lo celeste, que dicen á la monte humana, mostrándole sus mezquinas
embriagueces, sus afanes insensatos, su vanidad despreciable: «Ecce
Homo»; y nuostro espíritu se proyocta como sombra invisible sobro el abismo
de su miseria y poquedad, repitiendo con sones arlequinescos: «He aquí al
hombre: liólo aquí.»
Una luz interior alumbra la realidad de nuestro ser, y con ella lo único
verdadero, lo que existe. No está el Universo fuera de nosotros: no es lo creado
osa muchedumbre de seres y de cosas que esplenden en los espacios y l'ulguran
en los cielos y pueblan la vida. El Universo está en nuestra conciencia.
No hay más mundos que los mundos que evoca nuestro anhelo y que ama
nuestro espíritu. Elévase la monte y se glorifica ensanchando por su labor
interna el alma humana. Cuando la soberbia del hombre da precio á la creación
de su fantasía y equipara su obra á la obra de Dios, nuestro pecho jadea
y nuestros músculos se rinden, abrumados por un peso que no cae del cielo,
que está en nosotros mismos, como si por nuestras venas corriese plomo y
nuestras visceras fuesen de hierro, y el cuerpo todo so derrumbara sobre la
tierra que pisa. Y entonces únicamente conocemos nuestra pequenez. Pasan
silenciosos por el corazón seniles desmayos y le dejan transido do pavura.
«•Ecce- Homo.» Alzóse hasta lo alto el pensamiento, y fue derribado. Quiso
robar su lumbre á los soles, llenar la inmensidad con sus acontos, y sus ojos
ciegan y su voz so apaga. Lo infinito, lo eterno, nos repudia; no son para, nosotros.
La tierra nos llama con mandato irresistible. Desde la altura sufrimos
la caída. Nuestros son los hedores del barrizal. Los gritos de la carne, las
voces del mundo, parécennos sinfonías dulcísimas que evocan en nuestro espíritu
recuerdos de una patria remota, de la madre tierra, y la vida que dn
sus senos emana nos aparece más fúlgida y bella que toda la vida, y la amamos.
Asidos á las plantas que en el suelo corrupto ahondan sus raíces, hacemos
el viajo. Inútil trepar hasta las cimas; nos reclama el vallo. La ascensión
es penosa; el descanso, grato. Sentimos el placer de la caída. Con agria labor
fabricamos un mundo, y ese mundo, hechura de nuestra conciencia, nos oprime,
nos angustia. El alma, aprisionada en su obra, florece tan sólo cuando
vive entre ruinas. Seca el sufrir las fuentes de la vida, y el placer las fertiliza.
El humano espíritu, vencido en su lucha entre las sugestiones de un dober
áspero y la de una amable seducción mundana, cede á ésta siempre. En ella
se recrea; con sus blandas suavidades se regala, como los labios húmedos y
brillantes de una virgen con los besos do su amado. La vida le ofrece sus oncantos,
como el verano los carnosos frutos que cuelgan lucientes de los árboles.
En las horas largas del hastío lailusión so borra, desvanécense los colores,

— 117 —
apáganse los reflejos, se aduermen los perfumes, huye la terrena embriaguez
del alma pía, y un eco desolado repite, sin ruido, mostrándonos 1a vileza:
«Ecce Homo»; «eso es el hombre; helo aquí».
«Os le traigo para que entendáis que ningún crimen hallo en él.» ¿Quién
acusará á la criatura? ¿Quién le condenará por sus caídas? ¿Quién deseará expulsarlas
de la existencia? ¿Sería el mundo nuestro, de los hombres, si nuestras
flaquezas se alejaran para siempre y nuestras culpas no enriqueciesen el
espíritu, contrastando el pecado y la virtud, como las sombras avaloran la claridad
y la acrecientan? Cruzó Jesús la vida cayendo una y otra vez. Asaltáronle
congojas y le combatieron terribles desfallecimientos. La turbación vino
sobre el Impecable. Era Dios. ¿Por qué se acusa al hombre?
La perfección es divina; humana la maldad. Quitad de la vida las pasiones:
suprimido estará el mal, suprosa la vida misma. Arrojad de nuestro cercado
las luchas: ¿qué quedará en él? ¿Quién podrá amarlo? Porque somos humanos,
somos prevaricadores. Dadnos la virtud absoluta y no serán nuestras
sombras las que pueblen este mundo. Dios nos hizo; nuestra naturaleza hechura
suya es. Hablaba Jesús como hijo del Padre, anunciando la nueva ley; Pilatos
le halló inocente. Caminamos nosotros, según eterno mandamiento: ¿cuál
será el crimen? No pusimos nosotros en nuestras carnes la levadura, corruptora;
plisóla Dios. ¿Cómo mejoraremos su obra expulsando esta levadura? No
pudiera redimirnos si no hubiésemos caído. No fuese misericordioso si no tuviéramos
culpas. Seamos como somos: ésa os la perfección. El himno de gloria
al Sor Supremo no lo cantamos nosotros; lo canta la vida. Las alabanzas
no parten de los seres como parten los olores del cáliz de las rosas. Es su obra
la que le glorifica, no nuestras almas ni nuestros labios. Ecce Homo, nos
dice la virtud adusta, señalando nuestra flaqueza. «He aquí al hombre», digamos
con risueño orgullo; «el hombre débil y malvado», como lo hizo el Creador;
sin afán de mejorarse. Quisiéralo Dios mejor, y El lo haría; el hombre,
con un solo anhelo en que pone la gloria del Hacedor: ansia insaciable de vivir
y gozar. «Porque el goce de la vida os el camino que conduce hasta Dios.»
Aullaba el pueblo. Los escribas y fariseos habían enviado á la casa de Pilatos
sus servidores y sus fanáticos secuaces. Formaban la turba hombres
amantes de la ley mosaica, celosos de su esplendor, conciencias obedientes al
precepto, almas honradas, escrupulosas en el acatamiento á su fe. Habló en
ellas la intransigencia, y gritaron: «Crucifícale.» Los clementes impulsos del
pecho humano perecieron ante la austeridad cruel y dura de la ley divina.

11
— lis —
Cristo en la Cruz.
• Dios solo, eterno, resplandeciente, es el consuelo del alma
y la verdadera ale.íría del corazón.»
KEMIMS.
Cerraron la iglesia, apagaron las luces y una pleamar de tinieblas invadió
la vasta nave del templo. En el fondo, dos cirios elevaban su inmóvil llama
pajiza, pugnando con Lis sombras para abrir cerco de luz. Los altares, las pilastras,
las cornisas y florones, se perfilaban en la obscuridad con indecisas
egruras. Y en Li soledad y el silencio de aquella hora sacra, sus siluetas evo-
caban la confusa visión de una ciudad sumergida é inmóvil por el soplo obscuro
de la muerte. En la débil zona clara se erguía, la gran tragedia: «Cristo
en la Cruz».
Jesús, pendiente de los brazos, so destacaba sobre el madero como una imploración
humana. Sobre su cuerpo exangüe arrojaba el resplandor palpitaciones
de agonía, y por las ondulaciones do su cuerpo desnudo, sobre las estrías
de su [techo dislacerado, ponían Ja claridad y las sombras, en lucha, una.
ilusión de vida. El cuervo simbólico volaba sobre su corona con aleteos de
estertor. Y los ojos divinos, vueltos á lo alto, se, clavaban agonizantes en los
caminos de la eternidad.
.Rechinó una puerta acaso. Un estremecimiento corrió á lo largo do la
nave, desvelando el misterio, y las tinieblas se poblaron do fugitivas titilaciones:
la multitud viviente é invisible que puebla la obscuridad asestó sus pupilas
microscópicas contra el rumor impensado. Una mujer so postró ante
el crucifijo. Era una mujer sonada y peregrina, cuyo vago contorno se perdía
en la sombra. Dijérase que un espíritu supremo modelaba en las olas do aquel
mar de tinieblas la llorosa imagen do la Humanidad prosternada.
La oración brotó de sus labios fervorosa y rauda, como ave prisionera que
vuela hacia lo alto. Penitente inmóvil, su espíritu atormentado so derramaba
y esparcía en las visiones de los sueños religiosos. Una sensación de soledad,
de quietud y de consuelo, descendía de las bóvedas invisibles, de los ángulos
sumergidos, y en su corazón se, encendía osa luz bienaventurada y furtiva
que parece pronta á revelarnos en hora suprema el sublime misterio de la
vida. «En el silencio y el reposo, el alma pía descubre el oculto sentido de las
palabras de Dios, allí encuentra las olas de lágrimas que la purifican y consuelan.
..»
Ante sus ojos desfiló toda una vida. Su mocedad: afán gozoso de algo que
no se relizará nunca. Fue alegre con las alegrías que el mundo envidia. En
sus labios florecieron las risas, y su espíritu se bañó en las fragancias de violetas
y rosas. Como Kuth bíblica, tendió su boca al idilio, y los amores radiantes
tejieron su túnica de virgen. Bebió la embriaguez do los dioses oti copa de
juventud, y un día, ni temido ni esperado, la copa se quebró...
Su madurez: los años silenciosos é iguales. Quemaba el beso del estío; el

— llí) —
resplandor peregrino del ensueño se alejó burlando. La doncella siguió su camino
melancólica, olvidada de sus risas. El tiempo la tomó de su mano; y en
la ascensión penosa, las zarzas, inclinándose á punzarla, le desciñeron la
túnica do sus amores y la vesta de su candidez. Y sobre sus ciarnos desnudas
y pecadoras no quedaron ni flores, ni idilios, ni ensueños...
Su vejez: cuanto sus manos cogieron fue niebla. Desde la cumbre vio á un
lado su camino trazado sobre un erial; y al otro, la pendiente implacable y el
hoyo obscuro v sin fondo en que se abisman despenadas las generaciones. Los
deseos cerraron su cáliz; la esperanza terrena se fue de mano con la ilusión al
encuentro de otros recién llegados; ambas volvían el rostro á la triste vejez,
aterida en la cumbre, y reían, sin misericordia...
Miró en torno, y vio la inmensidad del tiempo solitaria. El jardín do la
vida., un yermo. La sucesión de los días se había borrado. Y no eran sino una
extensión pedregosa, en cuya soledad se abrían de trecho en trecho los brazos
de una cruz... Eran las estaciones de su calvario... Cada cruz una tumba,
y cada tumba un dolor... Aquí sus padres, que sepultaron en la tierra los
postreros despojos de la infancia gentil, eslabones rotos dcfi.nitivam.onte en la
cadena universal... Allí, sus amores. Más arriba, un hijo. Después, su generación.
Los últimos compañeros de la vida so despenaban silenciosos y repontinos
en la sima arcana. Y acongojó su espíritu la visión de la trágica matanza
do los seres, implacable, eterna...
Un gemido surcó las tinieblas del templo; un gemido temeroso y extraño
que nacía en la penitente, y se dilataba por las arcadas, y besaba los aliares,
y resonaba desgarrador y apagado en débiles ecos, como si las generaciones
dormidas desde el principio de los tiempos lanzaran su remoto suspiro v sollozasen
desde el polvo. Los cirios parpadeaban tenues, y sus sombras esclarecían
los ojos do Cristo con fugitivos fulgores, l'n rayo de luz pálida y
dulce se filtraba por el rosetón del c:>ro, y deslizándose entre las sombras, venía
á posarse sobre la cabeza indinada do la soñadora penitente.
La idea de la muerte universal la asaltó. Los días cortan la vida en. pedacitos
iguales. Cuando luce el. sol, es un pedazo do nuestra, vida que arde. Y su
fuego y su luz es el incendio en que se queman trozos de las vidas de nuestras
ainadas, de nuestros lujos, de nuestros hermanos, do los hombres, do los seres
de los mundos todos... Y los años y los siglos consumirán la vida de todos...
«El hombre es hoy y desaparece mañana.; y cuando no está ante los ojos, se
desvanece pronto su espíritu.» Todos los cuerpos que hemos amado, todos los
cuerpos que amamos, el nuestro propio, caerán en la podredumbre donde anida
el gran semillero de los seres... Y nuestro recuerdo será borrado. Y el genio
creador lanzará otros hombres parecidos á nosotros, movidos por idénticos
afanes, sintiendo iguales ansias, cariños hermanos. Poro los nuestros no serán,
más... Y cuantos seres nos acompañaron en la vida emprenderán en la muerte
su ruta hacia lo infinito, que no se cruzará con la nuestra nunca...
Por el alma de la mujer postrada pasó un soplo helado que estremeció su
corazón súbitamente...

— 120 —
Las sombras ganaban su porfía. Los cirios chisporrotearon y se extinguieron.
Por el ventanal entraba radiosa la luz blanca de la luna, (jue flotaba en el
profundo azul de la noche como una promesa sobrenatural... La onda de plata
bañaba el Cristo expirante, ceñía su cabeza de gloria, sonreía en su rostro,
acariciaba su cuerpo exangüe... Las tinieblas sumergieron y ocultaron á la
penitente... Y los ojos velados de Jesús tendían sus miradas por lo infinito
obscuro, contemplando la irredimible miseria humana y envolviéndola en el
supremo consuelo de su divina piedad. Junto á él parecía que resonaban sus
palabras eternas: « Yo soy el camino, la verdad y la vida. Buscad la esperanza
y el consuelo en mi.»
Del pasado.
Rebañando nuestra miseria hemos encontrado recursos para la restauración
de una catedral. Y el pueblo que deja solitario el templo, se alboroza al
ver retocado el monumento. Es que los ojos de la España nueva se vuelven
hacia las reliquias de las viejas generaciones. Los tiempos heroicos resucitan.
Los siglos de piedad fervorosa, de místicos éxtasis, do ascética fe. desfilan de
nuevo por nuestras conciencias. El arte arrebate) las almas hasta visiones do
lo inefable. El a ríe descorro ahora con dedos rosados los cendales del olvido,
para mostrarnos lo que España fue y renovar en nuestros pechos ansias
divinas.
Callados permanecen los monumentos ante el viandante que cruza, desdeñoso.
Cuando el viajero posa, los ojos en sus muros, éstos sallen hablar. En sus
líneas de piedra guardan las cien canciones ignoradas que arrullaron la mocedad
de nuestro pueblo. En las más obscuras sombras de sus ángulos duermen
acurrucados su largo sueño los espíritus bienhechores que guiaron la raza, á
sus detinos. .Resuenen de nuevo aquellas notas valientes que eran manantial
de fortaleza. Oíganse otra vez las palabras que servían de conjuro á los alientos,
palabras perdidas, olvidadas en siglos de postración, cuvo recuerdo se
cierne sobre nuestra memoria como nube de pesadilla..
Quedó en nuestros labios el amargor de los siglos guerreros de la Edad
Media. Tiempo fue de servidumbre agria y desesperante, pero también lo fue
de combates fecundos y libertadores. Al nombrarlos nublan nuestros ojos las
tristes vidas de la gleba, el áspero batir del sufrimiento contra el corazón de
los oprimidos, las ansias mortales de una. multitud irredenta. Flagelaban mil
azotes el cuerpo de aquel inundo, mas fue el espíritu amparo. El alma de
aquellas muchedumbres floreció con grandeza gigante. Y sus deliquios ensoñadores
cristalizaron en los templos benditos diseñados por ingenios desconocidos,
cuya huella y cuyos nombres so desvanecieron para siempre.
Moradas para Dios quiso levantar una legión innúmera do cristianos. Trazó
sepulcros para sus alientos, y prisiones que albergaran su espíritu y lo conservasen
al través de los siglos. Las catedrales góticas guardan la expresión de

— 121 —
aquellos anhelos. Cuando acudían espontáneamente á los labios fervorosas
preces, so lovantaban sobre la tierra española esas joyas de la arquitectura,
en las quo la piedra parecía animada, viviente, con la misma savia que nutría
las conciencias y las almas. Ejemplo fue aquella edad de perseverancia y valor;
amémosla para imitar sus virtudes. Los dolores de un pueblo acongojado
sólo admiten un consuelo: recordar.
Viviendo al revés.
Declina el verano. Pronto, las hojas, enfermizas y trémulas, caerán á impulsos
do la ráfaga do viento quo las arranque á la rama ó al tronco en que
lucieron su verdor. Nacerán las nieblas matutinas, las tardos de cristal, los
crepúsculos grises. Vendrá el otoño, el invierno, y con él la plenitud del bullicio
mundano. Son esos los días en que los Parlamentos trabajan, los teatros
estrenan., los escritores publican, el tráfico se reanuda, las fábricas se reabren.
La Bolsa, los almacenos, las oficinas, estallan en alardes de vida. El trajín
invade las calles y plazas públicas, los círculos,"los cafés, los casinos. El mundo
elegante se consagra á sus saraos, á sus banquetes, á sus fiestas. Truena y
se dilata por todo el existir humano el rodador tumulto retratado por Dickens,
donde se suman y armonizan todos los rumores en que la vida común exhala
su alegría y su congoja.
Es la liora plena de la actividad mundana. ¡Contraste expresivo! Esa es
también la hora en que la tierra adormece su fecundidad, en que la savia detiene
su camino y el jugo se hiela en los brotes; en las ciudades corro una palabra
de fuego: vida; por los campos una palabra de hielo: muerte. Y ose contraste
descubre hasta qué punto nuestras artificiosas concepciones de la existencia
nos han apartado do las leyes naturales, del ritmo soberano que preside
el acorde de todas las fuerzas misteriosas del universo. Nuestra vida civilizada
os un divorcio constante de la vida, natural; contradecimos con aquélla la
lógica de ésta, contrariamos sus insinuaciones, desmentimos sus verdades imperecederas,
nos apartamos do su ejemplo.
Un hombre del siglo XX, saturado del pensar contemporáneo y que haya
roto todos los vínculos do comunicación espiritual con el hombre primitivo,
es una negación viviente de cuanto el impulso natural aconseja. Vive más do
noche que de día; sobrepone el trabajo intelectual al físico; inspira sus sentimientos
en las obras de arte, que es la sombra de la Naturaleza, desdeñando
la Naturaleza, quo es el cuerpo de aquella sombra. Esto hombre busca en el
teatro la vibración trágica, y cierra los ojos á la tragedia real; amará al campo
recortado por un jardinero, y desdeñará la maleza brava, el risco salvaje,
el soto y la umbría, perfumados por el tomillo, la mejorana, el espliego y la
madreselva. Y es quo la lenta perversión del sentido de la vida, acumulada
hereditariamente en el espíritu, ha puesto el canon de nuestra actividad, no

— V22 —
en el concierto de la vida misma, sino en las pálidas y quebradizas figuraciones
de nuestra imaginación extraviada.
El extravío so ha acentuado. Un italiano del siglo XVI, sensual y refinado;
un francés dol siglo XVIII, simplicista y fervoso, hubiera luchado contra
ese disentimiento que empuja y asalta la vida civil, precisamente cuando decae
y aletarga la vida natural. Un ateniense del tiempo de Solón, un lacedoinonio
del siglo de Aristides, jamás hubiera comprendido una existencia que
no rimase sus propias exaltaciones con la exaltación de, la fecundidad en la
tierra, la lozanía en el inundo inanimado, la tibieza amorosa en el soplo del
viento, el cielo suave y clemente protector de las noches tranquilas é inspiradoras.
Pero el claro de luna tiene pocos enamorados entre estos hombres incomprensibles
dol siglo XX, que so llaman á sí propios civilizados porque inventaron
muchas cosas que después de inventadas constituyen su tormento.
Alguna vez yo me lie preguntado por la razón originaria do esta equivocación
de nuestro rumbo. ¿Por qué en invierno los países «cultos» despiertan?
¿Por qué en el verano, que invita á romper el estupor del frío y derramar
sobro ol mundo la fuerza efusiva, que el renovamiento do la vitalidad deposita
en las venas, aquellos hombres se esparcen, las ciudades se aquietan, el sueño
extiende sus alas do zafiro sobre las frentes lánguidas? ¿Por qué al trabajo,
que es castigo, se lo reputa meritorio? ¿Por qué al ahorro, que el Evangelio
condena y que el hombre primitivo desconoce, se le llama virtud?
Yo sospecho que la Humanidad, dividida en grupos, tantea los caminos
para encontrar el de la salud; y como sólo ha}- uno verdadero, todos los domas,
fatalmente, avanzan por veredas torcidas, y ol verdadero es aquel que jamás
rompe la santa comunión con la madre Naturaleza, la eterna educadora. A
voces pienso que es el orgullo el que movió á nuestros antecesores á romper el
sano coloquio de las almas con el mundo de las cosas, do las plantas, de la tierra,
de la materia santificada por el soplo divino, que es soplo do vida; les pareció
ésta demasiado humilde para ser guía y maestra de algo tan ostentoso y
runfiante como el humano espíritu; fue soberbia, quo pagamos, como en otros
pueblos la pagaron las generaciones postreras; porque el pueblo quo no retorna
á desposarse con la tierra de donde tuvo origen, OH pueblo condenado, en
fugaz término, á decaer y morir.
Un novelista do rectilínea visión, Wells, en Una historia del porvenir, y
un pensador como Tolstoi, en su regresión al cristianismo puro, coinciden en
señalar esa disonancia entre la Naturaleza y el hombre do nuestro tiempo. El
uno predice para después del año "2100 un período en que, sobre el solar do las
antiguas ciudades, las generaciones se habrán ido remontando al espacio y dilatando
el mundo en conquista del cielo, mientras los campos desolados serán
inhabitable dominio de la soledad y el silencio; la Química ha resuelto el problema
de la alimentación. El otro profetiza la corrupción y el acabamiento del
espíritu, aprisionado por ol industrialismo, viviendo vida artificiosa donde el
fantástico hervor del desvarío embriaga como un vino espirituoso. Es la vuelta
á la tierra la que salvará al espíritu, según Tolstoi; al cuerpo, según las visio-

12B
nos de Wells; la vuelta á la vida natural y soncilla de los campos, en que la
armonía rige los movimientos del alma, en que la sensación pura sanea ol pensamiento,
y corre hasta el horizonte un hálito geórgico de idílica paz.
Elogio del carromato.
El «auto-> triunfa. La intranquila curiosidad de la multitud acude á saciarso
oii las exposiciones continuas. Auto un carricoche do 40 HP, el espectador
inteligente queda hecho un papanatas. Un deportista madrileño, provisto
de un inverosímil automóvil, produjo días atrás el asombro de los aficionados:
puedo caminar :í lo() kilómetros por hora; un día le basta para cruzar toda
Europa, para medirla de Occidente á Oriento, atravesando en veinticuatro
horas, á la inversa, todo el camino que hombres, razas y civilizaciones han
tardado siglos en recorrer.
Es la apoteosis de la velocidad, el minuto de gloria do la carrera vertiginosa,
la materializaci'm de los sueños del espíritu, perpetuo aspirante al señorío
del espacio. El don de ubicuidad fue siempre, atributo do los somidioses, y
la ubicuidad lleva camino de representar entre los hombres la farsa del prodigio,
gracias á las maravillas de la rapidez. Con intervalo de unos cuantos días,
el burgués del siglo XX puedo, saludar en persona á sus antípodas. Y en el
engranaje de los medios do traslación, el planeta so reduce á una finca ceñida
sin dificultad por el abrazo do los andariegos.
Los europeos han lanzado ya á las entrañas africanas su iniciativa. Un gran
proyecto abro las selvas misteriosas á la irrupción do los caminos carreteros,
y las ruedas del «auto», de elástica robustez, esparcirán sobro humanidades
de/ébauo el polen de la cultura. Una red do vías automovilescas cubrirá el
continente obscuro, y las proezas de Stanley serán niñerías al alcance de cualquier
sportsman desocupado. Del Cabo al Cairo so abatirá el muro de la barbarie
virgen, y de la (ruinea á Abisinia so ausentará ol secreto que durante
un siglo ha hecho al explorador sus parcas revelaciones do crueldad. Abiertos
los caminos, Tinas cuantas horas bastarán para dejar sobre la ruta una estela
de gasolina denunciadora del paso de la civilización blanca.
Un poco más, y no quedarán sobre la tierra rincones arcanos, parajes inexplorados,
lugares do sombra donde aposentar lo desconocido, eso bello desconocido
en cuyas tinieblas levanta la fantasía sus inaccesibles alcázares de lo
absurdo y de lo monstruoso. Yo odio frenéticamente oso triunfo de la rapidez,
ese ogro do las distancias. Su velocidad nos ha arrebatado la noción do las lejanías,
empequeñeciendo ol planeta. Hace un siglo, el mundo era morada cuya
visita excedía el vivir del hombre. Circunvalar el planeta fue hazaña de los
héroes, y cuando los buques acrecentaron su andar, el océano les trazó el camino
Tínico por las llanuras solitarias. El suelo firme, los continentes, permanecían
señores de nuestras ansias andariegas, y los parajes lejanos traían al

— 124 —
espíritu, con evocación de ensueños peregrinos, sensaciones de lo tenebroso ó
lo imposible.
El mundo era grande. El carromato, la galera y la diligencia no podían
cruzarlo en un mes, en un ano. El ámbito del alojamiento humano se ensanchaba
en la imaginación, y más allá del horizonte estaba lo extraordinario, lo
inalcanzable, lo dominador: eso era la poesía y la grandeza. Trasponer, los
montes, cruzar los páramos, imprimir en la otra orilla del continente la huella
de nuestros pies, era empresa sugeridora para los alientos románticos de una
raza épica.
En vano los científicos clasificaban nuestro planeta en humildes jerarquías;
adivinábamos en él rincones inmaculados, selvas, montes, llanuras que no lograríamos
contemplar, comarcas de cuyo vivir nos contarían fabulosas rarezas
viajeros extraños é inauditos; sentíamos el incontestable orgullo de morar en
una vivienda digna de nosotros; no hubiéramos soportado con mansedumbre
que un habitante do otro planeta reprochase al nuestro su mezquindad.
Todo eso acaba aplastado bajo las llantas del automóvil. El mundo ya no
es grande; la grandeza termina cuando se la somete á nuestro poder. Apenas
si lo debemos llamar «mundo». Tina semana de correr, y la visita es total. La
«Tierra» ha perdido su rango en nuestras fantasías; es ya un planeta angosto
y fatuo que voltea grotescamente por el espacio, exhibiendo ante el infinito su
ridicula pequenez. Es un «mundo» de tercera clase, una indigna y ruidosa
casa de vecindad.
Odio al automóvil,; me lia arrebatado una bolla quimera de mi infancia, lia
empequeñecido nuestra cárcel, haciéndonos prisioneros de un cuchitril recurrible
en unos días. Achicando el pedestal, ha disminuido al hombre: el sofiorío
de la Creación ora antes un dominio inmenso; hoy, una parodia de reino
donde se revuelven hacinados dos mil millones de semejantes. Las páginas fie
los grandes conquistadores, las visiones de la monarquía universal, aparecen
como necias disputas por un pañuelo de tierra.
Me oprime una vaga sensación de estrechez, de límites, de frontera humana;
viajo con la idea de tocar en los confines de nuestra prisión; imagino á los
hombres como ratones encarcelados en una diminuta ratonera, donde se rebullen
con angustioso desconsuelo. El automóvil, acortando la,s distancias,
aproximando las fronteras de todos los pueblos, ha escamoteado el aprecio de
nuestro globo, lo ha desnudado de prestigios, ha hecho de repente raquítico,
miserable y risible el planeta, ese planeta imponente y majestuoso, soberbio
y magnífico, cuando el hombre se sentía incapaz de recorrerlo aun empleando
la vida entera y á todo correr de un carromato.
BALDOMERO ARGENTE.

El alma de un ejército.
(ENSAYO DE UN ESTUDIO)
DEDICADO AI, COMANDANTK BURGITHT:'\.), pues como ase-
(1; Un los años Je 18119-8'J, una escogida, representación del Ejército francés, compuesta del capitán il« listado Mayor,
después general Chnuvine, y los tenientes de infantería, artillería y dragones. Deséllennos, Brumtt. Mesurat, Donbous-

-- 121) -
gura un escritor inglés, si alguien atribuyese á los nipones genio estratégico,
escucharía a.dmirado cómo ellos mismos prorrumpían en sonoras y estallantes
carcajadas; yo pienso que la causa principalísima del triunfo no tiene su raigambre
en nada de lo que queda dicho, sino que reside más en lo adentro, en
lo que forma la médula de ese ejército, en lo que constituye su alma.
Quien dijese que el Japón, copiando ó imitando servilmente á determinada
nación, ha hecho un ejército europeo, se engaña. Será sin duda que no habrá
ahondado en su estudio todo lo suficiente, todo lo necesario, que sólo habrá
resbalado, no profundizado.
No debemos parar mientes en si la antigua túnica japonesa fue sustituida
por la europea guerrera, ó si el antiguo casco del samurai ha cedido su puesto
al cubrecabezas inglés, alemán ó griego; ha do atenderse con atención profunda,
penetrante, á su alma; ha de estudiarse si rompió con un alma fría,
con un alma escéptica ó durmiente; preocúpenos saber si cambió esa alma nidada
de desdichas, vacía de ideales, por otra alma espiritualmente vigorosa.,
un alma estallante de esperanzas, de fe, por un alma vibrante.
Lo que.ha dado en llamarse europeización del Japón ha fio entenderse de
manera muy distinta á la corriente. La labor del Japón ha sido, sencillamente,
la de transformar su alma. Su traje europeo sólo sirve para disfrazar un
interior, un alma que en poco so asemeja á la nuestra, roída por la materia,
adormecida por el ambiente amoral que ahora se exuda do toda Europa, acaso
no (liria mal si dijese que del mundo todo. Es de absoluta irremediabilidad ir
pensando que para no sucumbir en la actual y latente crisis mundial se hace
necesario ponerse á tono con ese admirable pueblo del Oriente.
El Imperio del Sol Naciente; comprendió que el dinamismo creador y vencedor
se asienta eu toda nación en la capacidad moral de sus ciudadanos, en
su capacidad de sacrificio por la santa Patria: y endureciendo su cuerpo y vigorizando
su espíritu, robustecieron su vida, é infiltraron en su ánimo, haciendo
arraigar allí, en su alma, y fuertemente, grande voluntad do vivir, grandes
deseos de eternizarse.
«Hay que aspirar de todos modos á hacerse eternos y famosos, no sólo en
los presentes, smo en los venideros siglos; no puede subsistir como pueblo
aquel pueblo cuyos pastores, su conciencia, no se lo representen con una misión
histórica, con un ideal propio que realizar en la tierra» (1).
Se asegura que en el Japón, hacia el año 18UÍ5, se recopiló en nn libro, cuidadosamente
y con estudiado aniore, la detallada historia, desde los primiti-
quet y Jourdan, inició la transformación de los *(nnuraif ó elementos de la vieja era. Algún tiempo después, esta misión
fuó sustituida por otra formada por los coroneles Marguel ie. Munier y Vosseur. que luego fueron generales de la vecina
República.
Pero la habilidad diplomática alemana legró que los instructores franceses fuesen sustituidos por varios oficiales
subalternos alemanes, por los mayores von Wildenbruek y (¡reitclieider, bajo la dirección todos del entonces teniente
coronel von Meckel, ilustre táctico, quien supo tan hábilmente captarse las simpatías de los japoneses, que al ocurrir
su muerte en Julio de KXKi, celebróse en Tokio una velada necrológica, en la que el marqués de Oyama (muerto poco
liiO, decía en nombre del Ejército japonés: «Meckel ha muerto, pero vive la obra que él creó. El Japón, agradecido, no
olvidará jamás la memoria de este grande Loinbre.»
íl^ Unamuno: Vida de Don Quijote y Sancho.

— 127 —
vos tiempos, de todas cuantas ocasiones Iiusia había impodido ó dificultado,
más ó menos directamente, todos los afanes de engrandecimiento de los japoneses,
todos sus proyectos de «conquistas morales ó materiales. Y ese libro,
que terminaba con lo acaecido á la conclusión de la guerra chino-japonesa, de
la que, como sabemos, no lograron los mejores frutos los vencedores, se cuidó
mucho que hablase á los sentimientos, que impresionase la imaginación. A ose
libro se le dio una misión sugestionadora, ordenando que sirviese para la enseñanza
y lectura en las escudas y liceos, y por modo tal consiguiese elevar
la temperatura moral de los ciudadanos que más tarde habían de operar la
transformación.
El niño de entonces ha sido hoy el soldado que fue á luchar contra Rusia, y
he ahí cómo, debido á eso detalle de cuidadosa oducación patriótica recibida por
los soldados japoneses, no veían cu el ruso un enemigo que, si me lo permitierais,
yo calificaría de enemigo corriente, sino que en él veían la causa, la materialización,
la personificación de aquello que odiaba intensamente, afanosamente,
desde lo hondo de su corazón, do aquello que siempre y siempre, desde
siglos y siglos, so había opuesto al engrandecimiento de su Patria; y así ha
ocurrido que tales soldados no luchaban como á la fuerza, no iban á la lucha
como á una obligación más ó monos voladamente forzada; luchaban por su
propia y espontánea voluntad, tenían deseos do lucha por libertar la Patria,
cumplían la misión que les inculcaron en la escuela y en el hogar como un
imperativo; era un fuego sagrado el que les animaba, un hermoso ideal.
Y tanto afán, tanta sed do lucha tenía ol pueblo todo, que así como en la
vieja Europa el anuncio de la paz se hubiese saludado con hurras de alegría
y religiosos cánticos do gracias, en aquel pueblo de Oriente el anuncio de la
terminación de la campaña, de la terminación de un período de duelos, de derrochamiento
do dinero, de sangre y do vidas, sangriento, fue seguido inmediatamente
de entusiásticos meetingx de rabiosa protesta; un algo que no alcanzamos
á comprender, que llega á trastornar nuestra idiosincrasia, nuestro
sentir europeo y práctico.
Atendió el Japón escrupulosamente la educación del espíritu del pueblo
durante largos años, para luego más tardo, como nuestro inmortal Don Quijote
de la Mancha, «andar por el mundo, como en aprobación, buscando aventuras,
para que en acabando algunas se cobre nombre y fama...» (1).
Conocedores de que, como dice Sponcer, «los sentimientos son los que gobiernan
el mundo», con adecuada educación sentimentaron su pueblo, y es
sabido que «cuando ha recibido esa preparación, no forma solamente héroes
impulsivos, sino héroes voluntarios. La Historia y la experiencia prueban
cómo los caracteres más apasionados ofrecen el máximun de constancia en el
cumplimiento del deber cuando su pasión ha sido dirigida en ese sentido» i'¿).
Con la terquedad que la aguja imanada de la brújula nos marca el norte
(1) Cap. XXI del IngenhHO llitlalfín Don Quijote, etc.
(2) Assiijetissement des femmes: Mili (citado por 1'a.yot en su obra ¿Jiuciir.ión de la roliintud).

-• 12K -
magnético, así los japoneses educaron á su pueblo para que tuviesen como en
adoración activa y constante el ideal que la bendita Patria requería para ser
grande; y al objeto de prepararle para la necesaria lucha, desde que sus ciudadanos
entraban en la escuela, y aun antes, en e,l hogar, comenzaba apropiada
educación, yl.es familiarizaban con los peligros y robustecían sus cuerpos
y fortalecían sus corazones haciendo que desde la infancia empezasen á
domeñar el miedo, á sobreponerse al efecto moral que en su ánimo pudiera
producir lo inesperado, lo duro, lo cruel, lo horripilante: porque para el guerrero
es lo más necesario proparar su alma, vigorizándola hasta lograr que
tenga fortaleza, mucha fortaleza, toda la que le es indispensable para llegar
á dominar la carne al extremo de no sentir, ó despreciar, ó sobreponerse al
temblor que experimentará ante el peligro.
Cuéntase de Turena que en cierta ocasión, al comenzar una batalla, como
cayeran cerca de él las balas, las granadas, las bombas, como una verdadera
lluvia de hierro y plomo, se dijo á sí mismo: Tú tiemblas, esqueleto; pues aún
temblarías más si supieses adonde pienso llevarte.
Alguien ha dicho: «Se equivocan los que creen que en los campos de batalla
sólo so lanzan metralla, balas y granadas. ¡No! También se arrojan proyectiles
vivientes, es decir, balas humanas. Pues bien; alcanzará la victoria
aquel quo sepa fabricar mejor esos proyectiles, dotarles de alma, imprimirles
una fuerza irresistible y arrojarlos como bombas sobre el adversario.» Y los
japoneses, penetrados do lo muy cierto de. tal decir, y convencidos de que, como
dijo Napoleón, el triunfo será siempre de la nación quo cuente con más generales
prontos á vencer y más soldados prontos á morir, educaron el espíritu
do su pueblo saturándole do capacidad para soportar la vida, que os lucha y
lucha dura, de capacidad viril, y haciéndole profesar religioso culto venerante
al heroísmo, que, como dice un moderno y admirable escritor, no es otra cosa
que el símbolo de una expresión metafísica, formaron do esta manera un ejército
(pie fue como el compendio del deseo y do la voluntad nacional, y un ejército
así es invencible.
Dice el capitán Krasnoff, hablando do la batalla de Mukden: «Era lógico,
pues, que venciera un ejército en el cual era más intenso el sentimiento nacional,
y en el cual también los horrores de la guerra se mitigaban con la compasión
piadosa de los quo habían quedado en sus hogares y con el entusiasmo
general fanático por la grandeza dol Estado.»
Hicieron los japoneses un pueblo profundamente patriótico, que quiere á
su Patria con inmenso amor envidiable, con un amor sano y santo, que quiere á
su Patria con un vigor macho grandemente intenso, y así pudo decir el Mikado
en 1.88*2, en uno de sus rescriptos, que disputaba como imposible que á algún
«nacido en este país le falte patriotismo». ¡Patriotismo! Esta es la gran
virtud del pueblo japonés. Ella le hace mirar como cosa sagrada y preciosa
obligación el cumplimiento dol deber, y en tal forma lo sienten, que teniendo
entre sus máximas una, la segunda, que les dice: «Para sor fuerte es preciso
estar sano: así pues, observa las reglas de higiene,, sobre todo durante la gue-

— 12!) —
rra», la cumplen tan escrupulosamente, que el doctor del ejército americano
Mr. Louis Liviiigston, agregado .al japonés, asegura que el soldado japonés
perecerá de sed en presencia de una fuente de agua impura antes de beber agua
que le haya sido prohibida.
Esto que acabo de escribir me conduce á recordar algo que leí en una obra (1)
y que vais á permitirme, los que me hacéis la merced de leerme, que transcriba
aquí. Leí entonces, y ahora copio, lo siguiente: «Pero de todas las tragedias
que se desarrollaron en el seno do la gran catástrofe y que la lava lia revelado
después de ocultarlo en sus entra fias tantos siglos, la más conmovedora os la
del centinela que guardaba la puerta por donde se sale á la vía do los sepulcros.
»A1 practicarse las excavaciones por este lado do la ciudad, se encontró
dentro de la garita do piedra al legionario romano, firme en su puesto, apoyado
en la lanza, con el oseado á sus pies y la visera del casco sobre los ojos.
»En el sitio donde se hallaba tenía enfrente al Vesubio. Veía escaparse el
infierno por aquella cumbre circundada de truenos y relámpagos; bajar por las
laderas y aproximarse, serpenteando, los ríos de lava; huir la gente, que pasa
ante él loca de terror; caer del cielo lóbrego una lluvia do cenizas que primero
le cubría los pies, después las rodillas, luego el pocho, y que poco á poco enterraba
la ciudad; poro la consigna lo mandaba permanecer en su puesto guardando
la puerta; no podía moverse mientras no vinieran á relevarle, y allí
murió, sin que se rebelase su instinto de salvación, olvidado do sus jefes, pero
con la tranquilidad del que cumple con su deber, para surgir siglos después
entre la removida tierra, siempre de pie y sereno como buen legionario romano.
»Se comprendo quo hombres así conquistasen el mundo» (2).
El soldado japonés considera como la recompensa más preciada quo cabe
soñar, el honor do que quedará colmada su familia á su muerto en campaña.
Allá en el solar en que naciera, sus convecinos mirarán su casa con cariño y
venerante respeto, admirando envidiosos al padre y á la madre, á la madre
sobre todo, quien al decir (pie su hijo murió en holocausto de la Patria, cien
veces santa, pronunciarán tales palabras con religiosidad, poniendo en ollas
toda la mística unción de un creyente. En otras naciones también se dan casos
de ese patriótico orgullo maternal; poro la madre japonesa, mejor dominadora
de sus pasiones y dolores, elevando su alma por encima de ellos, no llora al
oir la triste nueva, sin que ello suponga, ni muchísimo menos, que no so aflija,
no; es que no debe afligirse, no debe mostrar su tristeza al exterior, porque
es la madre de un samurai.
El pueblo ruso ha dado admirables ejemplos de valor, quo asombraron á
sus contrarios; pero ese valor, corno no tenía, al bmsu espíritu por impulsor,
(1) En el ¡Mis del Arte, cap. XXVII: Blasco Iháñcz.
(2) No hace aún mucho tiempo que en España, y con ocasión del naufragio de 1111 larto de míe rra en las costas pa-
Uegas, ocurrió un hecho muy análogo, como todos recordaréis, con un soldado de infantería de Marina que hacia la
centinela.
3

— 130 —
como no estaba al servicio de un ideal, fue un valor frío, un valor de resistencia
á lo irremediable, un sometimiento á la fatalidad, un estoicismo improductivo,
no un valor ardiente, animoso, ofensivo.
Dice Leroy-Beaulieu, hablando del soldado ruso (1): «En su valor tranquilo
ante el sufrimiento y la muerto, tiene la resignación del animal herido ó
del indio prisionero, pero realzado con una serena convicción religiosa.» Esta
es la gran virtud del ruso: la resignación.
Gomo el cuerpo, el espíritu, si ha de alcanzar capacidad para la lucha, ha
de entrenarse sometiéndole á rudezas, disciplinándole para que se virilice, no
sólo para resistirlos peligros, que eso no basta, sino para acometerlos además;
y así como una musculatura recia, un cuerpo fornido, da al hombre confianza
en la lucha corporal, así también un espíritu acostumbrado á mantenerse sereno,
equilibrado en el peligro, á dominar y vencer las pasiones, proporciona
á su dichoso poseedor una eficiencia grande para la lucha, que, al fin y á la
postre, la guerra es, ante todo, una lucha de pasiones. Lo acaecido al sufrido
ejército moscovita nos prueba cumplidamente que nada vale un cuerpo vigoroso
si no sirve de estuche, do custodia, de un espíritu también vigoroso, de
un espíritu macho. Es tan ruin la carne, que temblará como carne de viejo si
el espíritu no la domina.
Debemos tratar de educarnos on la idea de que la muerte es despreciable,
aunque tiene su precio. Hay que hacor que la vida nos pese poco; no hay que
pensar que la vida es una carga muy pesada, porque ello nos llevaría á vivir
la vida tristemente, á lamentar la vida, y la daríamos, sí, en el peligro; indudablemente
la entregaríamos, poro en tal caso, como su pesantez nos la hacía
odiosa, sólo atenderíamos á desembarazarnos de ella, á morir por el placer de
descansar, y lo haríamos buscando inconscientes en la lucha, no ocasiones do
vencer aun á costa de la vida, sino pretextos de morir aun á costa do la derrota;
debemos atender al primer caso, esto es, á lograr la victoria ante todo, no
al segundo, que quiere la muerte sobre todo, acaso buscando ocasión de gloria.
En una de sus crónicas decía el distinguido escritor E. de Maeztu que la
guerra ruso-japonesa no ora sino «una lucha entre la materia y el espíritu, ó,
dicho en otra forma, entre la fuerza externa y la íntima energía», y atribuyo
la causa de las victorias al buslúdo.
¡El bushido! (2) He aquí una institución que no nos sería muy explicable
á los europeos. El bushido es un algo quijotesco on el buen sentido, en el verdadero
sentido do la palabra; tiene también romanticismo bueno; prepara el
alma para las grandes acciones; el bushido es algo así como las antiguas órdenes
de caballería; es una institución eminentemente ética, hondamente espiritualista,
que educa á sus asociados para que, voluntarios y alegres, dichosos
y enorgullecidos, so lancen frenéticos á un hessitai, á toda empresa que requiera
temerario valor, inquebrantable arrojo.
(1) L'Empire des Tsars et les russes.
(2) El bushido apareció en el Japón hacia la mitad de la historia nacional. Butliido quiere decir camino del guerrero.
Tuvo hasta 1878, como símbolo externo representativo, dos espadas cruzadas en la helilla del cinturón.

- 131 -
Tal entiendo que es el bushido.
Hablando de esa institución, decía el doctor Yamagava—rector de la imperial
Universidad do Tokio (1)—que cuando se dio comienzo á la empresa do
europeizar al Japón, el bushido iba siendo objeto de desprecio y hasta abominación
por contener todos los restos de ignorancia, de fanatismo y do barbario
inherente á la época feudalcsca, on que nació. Pero al dar comienzo la guerra
contra el Imperio do los Czares y al revolarse ante el mundo el ejército y
escuadra nipones, pictóricos de fuerza y aptitudes para la lucha, vióse en el
bushido el germen del éxito y roeonocióselo de nuevo justiciera beligerancia;
y añadía dicho rector: «Cuando se restablezca la paz, es posible que esta orden
vuelva á ser anatematizada por sus reminiscencias de barbarie Pero el
bushido no es ninguna barbarie.»
río. No es ninguna barbarie el bushido; es la exacta expresión de lo que la
lucha exige, de lo que exige la vida; os el desarrollo de las cualidades, la educación
corporal y espiritualista necesaria para que la lucha nos encuentro aptos
y venga á nosotros la victoria. Y no es do esperar quo sufra condenación,
porque su espíritu vive y alienta en todo nipón, empapa por entero su alma,
y en nueva ocasión .lo llevará á la repetición de idénticos hechos á los que hoy
admiramos.
Tan convencidos de ello están los japoneses, que, según asegura el reverendo
William Awdry (2), el barón Shibusava quería quo alentase, hasta en
el concepto comercial, el viejo espíritu do tal manera, quo todo comerciante
que no cumpliese su palabra, cometiera, avergonzado, el suicidio harákiri.
• Escuchad, por xiltimo, lo que dice el heroico Burguote: «¿Sabéis lo que es
el bushido? Pues toda una ética de guerreros hecha dogmática; es aquella religión
de hombres honrados de que hablaba Calderón. Esa ética tuvo un culto
general en todos: el valor; ahora tiene un dogma para su disciplina: el dogma
del bushi.»
Casi podría decirse que desde los tan lejanos años en que era Roma la dominadora
del mundo, no se habían presenciado on las guerras mayores pruebas
de abnegación y sacrificio por la Patria que las dadas por el Japón, con
la muda elocuencia hermosa de los hechos, on su última guerra con ol Imperio
moscovita.
El Mikado, allá por el año 1893, dio un rescripto imperial continente de
cinco consejos á su ejército. En el primero, y entro otras cosas, les decía que
la muerte es más ligera que una pluma y por eso debía ser despreciada, y de
modo tal han seguido su consejo, que el soldado nipón es, sin duda alguna,
como se lia demostrado on la campaña, uno de los soldados que monos se preocupan
de la muerte, que menos la tome, que con mayor alegría hace el sacrificio
de su vida. Bien pudiera decirse con Shakespeare:
di Y cuñado del mariscal Oyaiua.
(2) Obispo de la iglesia aiiglicana que lia residido nueve años en el Japón.

«Que por un sueño, por un chasco de la fama,
como á sus lechos al sepulcro corren» (11.
F. Palmors dice que ha oído gemidos que salían de un hospital de campaña,
y cuando al entrar un europeo descubría el paciente que le observaba un extranjero,
apretaba sus mandíbulas, y demostrando enorme fuerza de voluntad,
trataba de sonreír. Los extraños creen que lo sencillo de su existencia le despoja
de los nervios que padecemos los europeos, ó se los insensibiliza. «¿No es
acaso—se dice Palmers—que se le educa para no tenerlos?» A eso tiende su educación:
al dominio de sí mismo, á vencer en el combate más reñido y constante
que tiene que sostener el hombre, á dominar sus pasiones, á encauzarlas, á
sobreponerse á las flaquezas de la carne. Dice el ya citado Krasnoff: «Ni granadas,
ni balas, ni muertos y heridos, ni la conquistado cañones y fusiles bastan
para decidir la victoria, sino los nervios.»
De espiritualidad tanta está repleta su educación, que bastará para comprenderlo
el conocimiento de un hecho singularísimo y admirable, cual es que
el reglamento de campaña japonés termine con una oda al Yamato Damashi,
á la flordel alma japonesa. ¡Con razón dice Unamuno que el heroísmo es poesía!
Escribiendo de ello dice, y en verdad con triste acierto, el ilustrado capitán
Cebréiros: «¡Sería de ver las burlas que en nuestros vacíos corazones despertaría
un reglamento terminado con una oda, aunque ésta fuese escrita por
el mismo Dante!»
No creen, como acaso pudieran algunos imaginar, que en las guerras el
caudillo lo es el todo. Aquí miraríamos en el general en jefe la condición sine
qua non de la victoria. Ellos admiran, envidian, quizá, y ven en él al hombre
que por feliz hado, por una especie de determinismo divino, tuvo la suerte de
ser el que le correspondiese mandar el ejército vencedor; no creen que sea el
iniico hombre de su nación capaz de llevar á feliz término la empresa, ni siquiera
el mejor entre los aptos; otros muchos hubiesen hecho lo mismo con
resultado igual; no lo consideran como genio militar, no lo endiosan, no se
endiosa: opinan que no nacen Napoleones todos los días y opinan que no basta
tener Napoleones, porque éstos también sucumben. Procuran no necesitar,
para vencer, de ningún Napoleón.
Y ¿qué extraño es que así sea? Si en un país se fomenta entre todos los
ciudadanos en la escuela y los hogares, y se cuida y perfecciona después en
las filas del ejército el espíritu de abnegación, de sacrificio, un amor puro y
santo hacia la Patria, un culto rendido al heroísmo; si se hacen ciudadanos
con aptitud para la lucha, y dignos de la victoria, y capaces, cada uno de por
sí, de conseguir, de arrancar la parte de ella que le corresponde, ¿cómo no ha
do saber el general cumplir la misión santa que le encomendó la nación? ¿Recordáis
aquellas bravias palabras de «Cada uno de nos, que vale tanto como
vos...»?
(1) Hamlet, acto IV, escena XV.

— 13:-» —
Y que tal es su pensar y tal es su sentir, lo prueba el telegrama del Mikado
felicitando á Togo por el resultado favorable de la batalla naval de Tsu-Shima,
y el informe dado por Togo de esa misma batalla.
Decía el Mikado desde Tokio en 31 de Mayo: «Mucho nos complace que por
la lealtad de nuestros oficiales y marineros nos hayamos hecho dignos del espíritu
de nuestros antepasados.»
Togo comunicaba á su Soberano lo siguiente: «Si hemos conseguido un éxito
que sobrepuja á nuestras esperanzas, débese á las brillantes virtudes de "V. M.
y á la protección de los espíritus de nuestros antepasados, y no á la acción de
ningún ser humano. No puedo menos de creer que si el número de nuestras
bajas fue tan pequeño, lo debemos á la protectora influencia de los espíritus
de nuestros antepasados; y todos nuestros oficiales y marineros, aun cuando
lucharon con la mayor intrepidez y valentía, al ver los resultados de la batalla
no encuentran palabras para expresar su admiración.»
Su desmaterialización; su ansia de gloria; su voluntad de vivir y engrandecer
la Patria; su patriotismo verdad, que, infiltrado hasta la medula, les
hace marchar contentos al sacrificio, no pensando sino en que es dulce y hermoso
luchar y morir por la bendita Patria, sin otra recompensa que la satisfacción
íntima del deber cumplido; el culto que á sus héroes profesan; toda su
ética; en una palabra, su admirable y envidiable dinamismo espiritualista, es
lo que ha dado al Japón la victoria.
Ha escrito Maeztu que los hechos «son las sombras que proyectan las ideas».
Esta definición me ha sugerido otra. Refiriéndome á los hechos que admiramos
de los japoneses, yo quisiera acertar definiéndolos como las cristalizaciones
de una idea—el engrandecimiento de la Patria—en el crisol de la voluntad.
El nippon denjí, al marchar á campaña, como los antiguos guerreros en sil
escudo, parece llevar un mote, una divisa en su pensamiento. Son aquellas
palabras del poeta Horacio:
Non omnis moriar: No moriré del todo.
Esa es el alma de un ejército.
ÁNGEL G-.-PELAYO.

La libertad civil
y las tradiciones jurídicas de España.
La afirmación de que existe una determinada esfera de relaciones jurídicas
dentro de la cual el Individuo constituye un verdadero Estado y puede
desenvolver libremente su actividad; el reconocimiento de que así como es
Estado la Nación, exactamente con el mismo título debe atribuirse dicho carácter,
no sólo á todas las personas sociales (Familias, Corporaciones, Fundaciones,
Municipio, Región), sino también al Individuo, porque ninguna diferencia
esencial y cualitativa separa en el fondo la manera como respectivamente
dirigen aquél y éstos su vida de derecho (1); y la distinción entre derocho
necesario ó absoluto y supletorio ó voluntario (2), base para fijar orgánicamente
las funciones propias de cada Estado, son problemas, de estrecha
intimidad con el de la libertad civil (3), que minuciosamente se analizan por
la moderna Filosofía del Derecho, y respecto de los cuales, como existe entre
los tratadistas cierta unanimidad de pareceres, nos basta en esta ocasión remitir
al lector á las fuentes doctrinales para su conocimiento (4).
(1) Giner y Calderón: Resumen de Filosofía del Derecho (Madrid, 1898), tomo I, pág. 359. En las páginas siguientes
razonan sus afirmaciones los dos distinguidos publicistas.
(2) En qué consiste el derecho voluntario, que se traduce en leyes supletorias, y en qué el derecho necesario, que
se traduce en leyes imperativas, puede verse magistralmente explicado en la Teoría del hecho jurídico individual y
social, de Joaquín Costa, § 11, cap. II (págs. 81-103 de la edición de 1880). He aquí la síntesis de su pensamiento: «El
contenido substancial del derecho comprende dos órdenes de relaciones jurídicas: Primero, unas que abrazan la naturaleza
humana en su concepto absoluto, en su unidad, en su existencia, en su libertad, en lo permanente y esencial de
ella, cu aquello que la constituye, sin lo cual dejaría irremisiblemente de ser, y que se encuentra, por tanto, en todo
ser racional, independientemente de toda condición de espacio y de tiempo; segundo, otras que afectan á la naturaleza
humana en su concepto relativo y mudable, como individualidad, en eso que constituye el carácter, y por decirlo
asi, la constitución interna, y que en cada instante es otro y diferente, porque depende de un número de condiciones
infinitamente variables, nacidas de la herencia, de la educación, de la edad, del grado de desenvolvimiento del espíritu,
del medio natural y social en que vive, del género de obstáculos con que ha de luchar, de sus aptitudes, de sus antecedentes,
de sus ideales, etc. Las primeras constituyen el derecho absoluto, necesario, obligatorio; las segundas, el derecho
voluntario, libre ó hipot.'tico. En éstas, lo lógico, lo racional es la libertad; lo atentatorio, lo inicuo, la imposición
de una determinada regla de conducta; en aquíllas, lo absurdo, lo injusto, sería la libre facultad de obrar; y, por
el contrario, lo conforme á razón, la imposición de una regla única á cada género de actos, á cada jerarquía de capacidades.»
(3) «Llámase régimen de libertad civil -dice Costa—aquel en que el Estado nacional respeta á los individuos y á las
familias la libertad de acción dentro de su privativa estera, limitando su misión á registrar en el Código las formas
en que se traduce espontáneamente el derecho voluntario, sancionándolas con carácter supletorio, facultativo, y, por
decirlo así, docente.» (La libertad civil y el Congreso de jurisconsultos aragoneses (Madrid, 1880), pág. 108.)
El Sr. Duran y Bas escribe: «Lalibertad civil no se defiende como privilegio de clase, sino como prerrogativa natural
del nombre; la libertad política no se reclama como concesión, sino como condición inherente á nuestra personalidad...
Hoy, como siempre, los intereses nos mueven y las pasiones nos agitan; pero subordinamos los primeros y velamos
las segundas, para no hablar sino de Derecho... Y aun en esas luchas que parecen serlo únicamente de fuerza, de
superioridad material, de poder, introdúcese el Derecho con su autoridad en la única forma que es posible establecerlo:
la consuetudinaria, la práctica universal, como expresión de un común y tácito consentimiento.» (Estudios jurídicos,
primera serie (Barcelona, 1888), pág. 102.)
(4) Mayores desenvolvimientos de esta doctrina en Krause: Ideal de la Humanidad (Madrid, 1904, volúmenes LXX
y LXXI de la Jiib. Econ. FU.), especialmente los párrafos 35 á 47 y 112; fiiner y Calderón: loe. cit., en especial los
párrafos 37 á 42 y 140; y Costa: Teoría del hecho jurídico (Madrid, 1880), párrafos 13 y 38.
En el Congreso jurídico español celebrado en Madrid, año de 188(1, se estudió este problema bajoel tema: "i." Fijar

— 1ÓB —
Más difícil es la determinación del grado de libertad que debe penetrar
cada una de las manifestaciones del Derecho, lo mismo políticas que civiles,
y la esfera de acción en que respectivamente debe actuar la soberanía del Estado
nacional y la de los Estados individual, doméstico, corporativo, etc. (1).
De tan capital importancia es este problema, que algunas escuelas han llegado
á defender que la garantía de la inviolabilidad de dicha esfera constituye
el fin supremo del Derecho y Estado nacionales.
Y no se crea que so trata de una cuestión artificial, exclusivamente teórica,
inventada por los que dedican su actividad á las especulaciones filosóficas.
Todo lo contrario: es cuestión vitalísima, con efectividad incluso en el
terreno de la política militante, de tal modo, que la fijación de esa línea divisoria
a que nos referimos, entre la soberanía del Estado y la del Individuo,
constituye una de las principales preocupaciones del partido progresista francés,
que pide la reforma constitucional, el cual sintetiza su pensamiento en
estas palabras de su programa: La futura Constitución tendrá por objeto organizar
la República, es decir, garantizar la libertad y la soberanía de cada ciudadano,
así como determinar las condiciones y los límites dentro de los cuales
deben ejercerse los poderes públicos (2).
Hasta ahora, las llamadas conquistas de la libertad más han tenido lugar
en el orden político que en el civil; y si cada siglo tiene que realizar su misión,
y ya realizó la suya el XIX destruyendo el absolutismo que se enseñoreaba
en la gobernación del Estado, todavía están por venir, y acaso sea ésta
una de las empresas reservadas al siglo XX, la reforma del status individual,
llevando á él aquellos principios de autonomía y libertad que la razón pide
como convenientes y justos. Costa, el genial jurisconsulto aragonés, apóstol
en España de estos principios, hace notar, con su elocuencia de siempre, este
concretamente los limites gue deberían señalarse á la libertad individual en la contratación civil, en las capitulaciones
matrimoniales, en la constitución de los derechos reales, etc.i Los jurisconsultos dictaminadores formularon
las siguientes conclusiones:
«La libertad individual en la contratación civil, en las capitulaciones matrimoniales, en la constitución de los dereclios
reales, etc., no debe tener otros limites que los siguientes:
»1.° Las prohibiciones de la moral, ya en cuanto al objeto, ya en cuanto á las condiciones de la estipulación.
»2.° Las prescripciones del derecho absoluto ó necesario dentro del Estado.
»3.° La esencia del acto ó contrato que se intente.»
Sometidas estas conclusiones á la votación del Congreso, resultó lo siguiente:
CONCLUSIONES
Votos en pro ; 355 339 358
En contra 10 1G 11
Abstenciones 40 -DO 3G •
Total de votantes 405 405 405
Fue este, por consiguiente, un plebiscito a favor de la libertad civil, base del derecho consuetudinario consuet individual,
(1) Sobre la naturaleza de las personas morales ó juridicas, véase el interesante libro de Jolin Jolu P. Davis The nature
of<
jf Corporations. (Political Science (}uarterly Reviera, tomo XII.)
C?) L. Donnat: La politUiue experiméntale (segunda edición, París, 18111), págs. Yl y 13.

— 136 —
contraste á que aludimos. «Es un contrasentido inexplicable—dice — que
cuando la Constitución consagra el derecho que tienen los pueblos de gobernarse
á sí propios, de nombrarse un gobierno municipal, de darse ley en las
Ordenanzas, de establecer los servicios que estimen convenientes y ordenar
los impuestos necesarios para ellos, se desconozca á esos mismos pueblos su
derecho civil y se les prive de la facultad de gobernar sus relaciones familiares
por las reglas que le son habituales y que tienen experimentadas desde
mucho tiempo» (1).
«La libertad jurídica—agrega—ostenta dos fases: una faz civil y otra
faz política; y es caso peregrino ver cuál se las han distribuido los partidos,
como si la Humanidad estuviera eternamente condenada á enamorarse en todo
de una mitad de la verdad y á sentir repugnancia por la otra media. Así, vemos
que son liberales en derecho civil, los enemigos jurados de toda libertad
en lo político; y absolutistas en el hogar, enemigos de la autonomía de la familia,
los partidos á outrance del liberalismo en el Estado. Los primeros quieren
emancipar al hombre en cuanto miembro de la familia y esclavizarlo en
cuanto miembro del Estado; los segundos, por el contrario, quieren que el
hombre sea libre en el Estado y siervo dentro de su casa. Parece como si hubieran
trazado una línea divisoria que pasara rozando los umbrales de las casas
de los ciudadanos: de puertas adentro, los absolutistas reintegran al individuo
en la plenitud de su soberanía civil, pero de puertas afuera ya no sobrellevan
con paciencia que ese individuo tenga otra ni más voluntad que la
del Estado, en quien todo poder reside; los liberales, por el contrario, de
puertas afuera reintegran al ciudadano en la plenitud de su soberanía política,
perú de puertas adentro, el problema de la soberanía les es ya indiferente.
Los primeros alzan bandera por el sélf-government de la familia; los segundos
riñen batalla por el sdf-government de la ciudad» (2).
Todas las escuelas jurídicas, lo mismo la escolástica, que entiende el derecho
como el ordenamiento de los actos humanos hacia el bien común; que la
krausista, haciéndolo consistir en el orden de la libre condicionalidad; que la
positivista, viendo en él el instrumento de la solidaridad social, todas ellas
hacen entrar siempre en el concepto del derecho, como uno de sus caracteres
más esenciales, la idea de libertad.
Por eso las leyes excesivamente previsoras, cuando fundamentan sus meticulosidades
en desconfianzas hacia la colectividad, las que descienden aprevenir
todos los casos y circunstancias posibles, las que dan norma de conducta
para todas las situaciones de la vida, imponiendo siempre al individuo una
determinación jurídica, al limitar su libertad y reducir, las más de las veces
arbitrariamente, la esfera del derecho en que ésta debo moverse, producen
como consecuencia la sorda protesta de la conciencia, no conforme con otra
regla que con la que le dicta su propia inspiración: el anhol ,> ;< >.• salir de esos
(1) Costa: La libertad civil..., pái?. 141.
(í) Costa: La libertad civil..., pág. 5C.

— 137 —
estrechos caminos en que no puede moverse el libre arbitrio y el desvío de los
ciudadanos ante la ley, que de esta suerte resulta, no un auxilio para la realización
del Derecho, sino un obstáculo que hay que sufrir con la esperanza
de conseguir algún día mayor grado de libertad.
En el mundo del espíritu, como en el de la materia, lo mismo en la esfera
de las abstracciones que en la esfera de la práctica, no hay nada más odioso
que aquello que, no sólo sirve á lo que es su causa y razón de ser, sino que
lo contradice y destruye. Así es que la protesta contra la ley, el desvío hacia
sus mandatos, surge con todo el empuje de la lógica y de la inspiración cuando
una persona concibe su deber con absoluta clarividencia, y al disponerse á
ponerlo en práctica se encuentra con la imposibilidad de conseguirlo, porque
la ley le niega libertad para ello (1). Este absolutismo de las legislaciones civiles,
del cual existen abundantes pruebas en la historia de todos los pueblos,
ha trascendido á la esfera doctrinal con caracteres y proporciones de verdadera
reacción,llegando algunas escuelas, sociólogos y pensadores de autoridad,
á defender la supresión de las leyes como único medio de acabar con sus arbitrariedades.
Dentro de esta orientación, Juan Gravo, el apóstol del anarquismo, representa
la tendencia más radical, razonada por él de esto modo: «Toda ley
humana—-dice—es por fuerza arbitraria, porque cualquiera que sea la amplitud
de concepción de los que la hagan, nunca representa más que una partícula
de las aspiraciones de todos. Las leyes formuladas por los Parlamentos,
lejos de ser la obra de una gran concepción, no son más que un término medio
de la opinión general, porque el Parlamento, por el hecho mismo de su modo
de constituirse, no es, á lo más, sino un justo medio. Aplicada, sin embargo,
á todos de la misma manera, la ley resulta injusta y arbitraria en todos aquellos
casos que no forman parte del término medio. No puede haber, pues, b lenas
leyes, ni buenos jaeces, ni, pur consiguiente, buen Gobierno, porque su
existencia implica una regla de conducta única para todos, cuando es la diversidad
lo que caracteriza á los individuos.
»Por eso ios anarquistas deducimos de la crítica de la actual organización
social esta primera enseñanza: que las leyes humanas deben desaparecer, porque
son un obstáculo para la evolución humana, ocasionan crisis en verdad
mortales, y la arrastran á veces hacia la regresión» (2).
(1) Véase el interesante discurso acerca de La Hibertat en el üret civil, pronunciado por D. Ramón de Abadal
y Caldero en sesión inaugural de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Barcelona el enrso de 1903-1904.
(Barcelona, Jaume Jepús, 1;M>4.)
(2) Citada por Abadal y Caldero: loe. cit., pájís. 7-H. No creemos esta ocasión propicia para hacer la crítica de estas
doctrinas y las que á continuación referimos, para lo cual no existe criterio más indicado que el de la distinción entre
derecho necesario y derecho voluntario. Conformes con J. Grave en que el exceso de intervención legislativa es nocivo
para la sociedad si se refiere a este segundo orden; respecto del primero, la ley, no sólo es conveniente, sino necesaria;
y en cuanto á uno y otro, la existencia de la autoridad es fundamental: con relación al derecho necesario, para declararlo
é imponerlo; con relación al derecho voluntario, para ser garantía de la autonomía individual y para recoger
en forma de leyes supletorias, sólo aplicables cuando la voluntad individual no se determine por nada, el común sentir
de la colectividad.

- 138 -
Hubiéramos querido encabezar este artículo haciendo un sumario balance
acerca de los diversos puntos-de vista desde que modernamente se plantea el
problema de la libertad civil, de tan estrechas afinidades con la teoría del
Derecho Consuetudinario, para patentizar cómo las conclusiones que hoy
acaso parezcan atrevidas tienen plena justificación en la experiencia histórica
(1), y cómo cada día el estudio serio de la historia del Derecho se
impone con mayor firmeza, porque sólo acudiendo á ella como á vasto
campo de experimentación podrá contrastarse el valor de los sistemas, perder
esa especie de idolátrico apego con que suele recibirse el Derecho positivo,
y descubrir las soluciones en que se ha de inspirar la reforma legislativa
(2).
Seguramente que ésta no revestiría, como reviste, caracteres de apremiante
necesidad si los legisladores de la última centuria, al codificar y fundir
en nuevo cuño el Derecho nacional, hubieran comenzado por penetrar en
el espíritu jurídico de España acudiendo á la historia de su Derecho; porque
el problema de la libertad civil no es de nuestros días, sino que está planteado
hace muchos siglos en el seno de la colectividad española, y es, en definitiva,
uno de los aspectos del total problema de la determinación de relaciones
entre el Poder y los ciudadanos.
Es secular en España la lucha por la libertad entre el Estado, utilizando
como instrumento la ley, y el pueblo, valiéndose como contrapeso de la costumbre.
Siempre ha sido vicio del Estado creer que el regularlo todo y dejarlo
todo previsto en la esfera del Derecho era uno de los atributos de su soberanía,
pródiga en la producción de leyes, sin convencerse de que obrando así
sentaba muchas veces plaza de intruso, por ser incompetente para legislar
sobre aquello en que ponía sus pecadoras manos.
El clásico se obedece, pero no se cumple, ingeniosa creación de nuestros
antepasados, que valía tanto como decir: «reconozco y acato la autoridad del
Poder, ó al menos no la discuto; pero en el precepto de que se trata no ha interpretado
bien el Derecho, y como el Derecho es antes que sus órganos oficiales,
y éstos no han podido'querer lo que á todas luces es injusto, me abstengo
de ejecutarlo» (Costa); la desobediencia como precepto legal en España
(3); el derecho de insurrección para casos de desafuero, con la categoría do
(1) Téngase en cuenta, no obstante, que—como dice Krausc- si bien de tolo lo lmmano que se cumple en la Historia
hallamos ensayos y anuncios anteriores, más ó menos perfectos, el cumplimiento de los fines humanos no debemos
esperarlo délas primeras edades, en las que sólo encontraremos conatos hacia esos fines, presentimientos de
el!'
c i i . . . ._ .. . ._. ... _. , .. ......
sano y aprovechable en los ensayos de los pueblos.
(2\ Sobre la utilidad de la historia del Derecho, teorías que la contradicen, estrecha relación del presente con el
pasado en la vida jurídica, y valor experimental de la Historia, véase Altnmira: Historia del Derecho español. Cuestiones
preliminares (Madrid, 1903), cap. X.
(3) El origen de la fórmula se obedece, pero no se cumple, si bien es cierto que fue consuetudinario, no lo es menos

— 189 —
principio constitucional tanto en Aragón cómo en Castilla (1); aquella sabia
amonestación de las Cortes de Valladolid dirigida al omnímodo poder legislativo
de los Monarcas: «Cada provincia abunda en su seso, e por esto las leyes
y ordenanzas deben ser conformes á las provincias y no pueden ser iguales ni
disponer en la misma forma para todas las tierras»; toda la larga serie de expedientes
y recursos que los españoles de la Reconquista utilizaron para ver
sancionados por los Reyes sus usos y costumbres municipales, como excepción
de las leyes de carácter general; el glorioso standum est chartce aragonés,
traducido por el pueblo en el proverbio pactos rompen fueros, y tantas otras
manifestaciones y síntomas del anhelo hacia la autonomía civil que palpita
en la conciencia jurídica del pueblo español, debieron ser recogidos por los
redactores del Código civil vigente, para condicionarlo en forma discreta, sin
grandes trabas, desechando desconfianzas y recelos y ampliando la esfera de
la soberanía individual y doméstica, ante cuyos linderos el Estado nacional
debe detenerse como ante jurisdicción ajena, limitando sus funciones á las de
mera garantía de la libertad civil.
Tuvieron los redactores del Código un ejemplo histórico donde inspirar
sus preceptos, si hubieran querido llevar á ellos la fórmula de una justa
libertad civil. Ese ejemplo es el de la legislación aragonesa, que dio motivo á
un ilustre jurisconsulto para pronunciar en ocasióii memorable aquella frase,
ya famosa, de que «dos cosas han llegado donde podían llegar, y no pasarán de
allí, salvo en los detalles: la escultura en Grecia, y la libertad civil en Aragón».
He aquí cómo describe el espíritu de la legislación civil aragonesa el sabio
profesor en la Universidad de Zaragoza Sr. Casajús: «Aquí y allá, en uno y
otro libro, sin orden unas veces y agrupados otras bajo títulos diversos y en
ocasiones impropios, encontramos los fueros que al Derecho civil se refieren...
Mas en ese conjunto de disposiciones, las más veces aisladas y sin relación
aparente; puntos do vista parciales y diversos do un panorama espléndido;
vivos y brillantes destellos do una luz velada en parte; detalles originales y
preciosos fragmentos do un todo que no tiene absolutamente en los fueros
realidad completa, se descubro una unidad doctrinal que hace muy superior
la legislación civil aragonesa á la do otras legislaciones... Unidad rara vez
alcanzada aun en siglos mejores, cuya fórmula pudiera reducirse á estas
solas palabras: igualdad, libertad. Libertad en el orden civil, corolario de la
libertad política y sanción do la libertad moral... Libertad é igualdad que
son incontestable prueba do virilidad en las costumbres y de dignidad en las
relaciones familiares... No se opone la costumbre á la ley, ni separa del precepto
la práctica en las observancias; no forman las doctrinas do los jurisconr
sultos un orden abstracto distinto dol concreto; no revelan las determinaciones
de los Tribunales sumisión completa á la ley ó falsa inteligencia de sus
poner el derecho natural ;i cubierto de Iss ofensas que pudieran inferírsele por parte del derecho positivo, y cita en
comprobación las leyes 20, 30 y 31, tít. XVIII; Partidas 3.' 1 , 2. a y siguientes; tít. IV, libro III de la Nov. Rec y arts. 8.°,
número 12, 380 y 381 del Código penal. (Teoría del hecho jurídico individual y social (Madrid, 1880), págs. :U5-2i7.)
(1) Vid. Costa: Teoría del hecho jurídico, § 31, y La vida del Derecho, § 3J.

— 140 —
reglas, y siempre, por el contrario, fueros y observancias, y pareceres y sentencias,
manifestaciones distintas del Derecho, tienen por base, ó respetan al
menos, esos dos principios de igualdad y libertad que informan la legislación
civil aragonesa» (1).
Aragón no ha poseído nunca, como la mayoría de los pueblos, dos criterios
jurídicos, uno para el derecho político y otro para el derecho civil, sino que
uno y otro derecho forman á modo de unidad indivisible, porque la misma
libertad que obró en uno mueve también al otro. Costa, el ilustre panegirista
de la legislación aragonesa, al que es imposible dejar de seguir cuando de la
libertad civil se trate, lo ha dicho con imponderable elocuencia en las siguientes
palabras: «Tal legislación prohibe á los esposos disponer de la dote de la
mujer; tal otra les niega la facultad de otorgar capitulaciones una vez celebrado
el matrimonio, ó hacerse donaciones, ó salirse mutuamente fiadores, ó
concederse todo el usufructo de sus bienes para todo el tiempo de la viudedad;
tal otra prohibe á los padres distribuir los bienes entre sus hijos con la
desigualdad que es consiguiente á la desigualdad de condiciones en que cada
uno pueda encontrarse; tal otra prohibe á los hijos renunciar á la herencia
paterna; tal otra no consiente que una persona teste por otra á ruego ó encargo
de ésta, ó que dos esposos testen en un mismo acto; tal otra niega la facultad
de exceder un tipo determinado de interés; y por este tenor infinidad de
actos que son evidentemente el derecho individual, y á los cuales debiera rendir
el legislador el homenaje de su respeto, reconociéndolos como voluntarios
y libres, en vez de apoderarse como se apodera de ellos, declarándolos de jurisdicción
propia y legislándolos con carácter imperativo. ¡Qué diferencia en
Aragón! Ninguno de esos actos es obligatorio y ninguno está prohibido. El
fuero da al individuo todo lo que verdaderamente es suyo, todo lo que puede
dársele sin que sufra detrimento el derecho natural absoluto: lo público se
estrecha tanto, que casi no se hace sentir, y pudiera escribirse, como se ha
dicho, en nna hoja de cigarro; lo privado abarca tanto, que casi todo el derecho
escrito es voluntario, facultativo y supletorio, y el individuo se reconoce
dueño de su destino, sin que traba alguna oficial se oponga al libérrimo ejercicio
de su soberanía. Cuando tiempo atrás revolvía yo en los archivos del
Pirineo viejas escrituras, y al final de cada una de ellas leía una cláusula concebida
en estos términos: «Pactaron, por último, que lo contenido en esta
escritura se observe, no obstante cualesquiera leyes, fueros, usos y costumbres
en contrario»; ó de otro modo: «Quo la presente capitulación haya de
entenderse conforme á los fueros del presente Reino de Aragón, en cuanto no
se oponga á lo arriba pactado»; cuando yo leía esto, me parecía ver al individuo
aragonés pesando tanto como el Estado entero en la balanza del Derecho,"
el umbral de la casa, tan sagrado é inviolable como las fronteras de la nación;
el principio de no intervención, llevado del derecho internacional al derecho
(1) Roberto Casajús: El derecho de familia en la legislación aragonesa. Discurso leído en la solemne apertura
del curso de 1880-1881 en la Universidad de Zaragoza, 15-17 y 27-28.

- 141 -
de familia; y—¿por qué he de callarlo?—-me sentía orgulloso de haber nacido
en aquella tierra y con aquel espíritu, porque no hay pueblo en el planeta que
haya exaltado hasta ese grado el derecho de la individualidad, ni que haya
poseído hasta ese punto el sentimiento de la libertad y de la justicia» (1).
La fuente de esta amplísima libertad que caracteriza á la legislación foral
aragonesa, no es otra que el glorioso apotegma standum est chartce, al calor
del cual ha germinado con una pasmosísima fecundidad la costumbre jurídica,
y que es en su más genuino sentido la consagración de la voluntad privada
como preferente á la regla estatuida por el legislador, el régimen de la ley
individual enfrente y por encima de la ley pública (2).
Hasta tal grado llegó á dominar, no sólo en el derecho escrito, sino en las
costumbres aragonesas, este apotegma, valiente fórmula de la libertad civil,
que pasaban como axiomas incontestables deducidos de las disposiciones forales,
las proposiciones: Libertates possunt impune defendí etiam contra principem;
nam hoc est de naturáli justitia; y esta otra: Contra libertates regni non
est obediendum litteris domini regis aut ejus primogeniti aliquid exequendum
continentes (3). Merced á estos principios cardinales, aquella sabia prescripción
del Fuero Juzgo: El face do r de las leis debe f oblar poco é bien (4), fue en
Aragón una realidad, y en prueba de ello baste decir que con sólo veinte Fueros
y diez y seis Observancias está legislada la vasta é importante materia de
sucesiones, tanto testadas como intestadas, con inclusión de lo relativo á vinculaciones,
sustituciones y legados; que en dos breves Fueros y tres Observancias
se contiene toda la materia de los hijos ilegítimos, sus clases y respectivos
derechos, que en otras legislaciones son objeto de tantas y á veces
tan confusas, complicadas y poco decorosas disposiciones; y que con sólo lo
establecido en dos brevísimos Fueros, que en realidad vienen á reducirse á
uno, se ha evitado toda la complicada legislación de Castilla relativa á legítimas
y mejoras, haciéndose, por lo tanto, innecesario ese inmenso cúmulo de
comentarios á que tan confusas disposiciones como aquella legislación comprende
ha dado lugar (5).
Por fortuna, existe en Aragón.mayor respeto que en Castilla hacia las tradiciones
jurídicas, y la Comisión constituida en Zaragoza conforme al Real
(1) Costa: La libertad civil, págs. 53-.M. Sobre este particular merecen especial consulta la Memoria sobre las instituciones
que deben continuar subsistentes del derecho dril aragonés, escrita con arreglo á lo dispuesto en el Real
decreto de 2 Febrero 1880 por el Excino. Sr. D. Luis Franco y López (Zaragoza, 1886), págs. 25-34, y el Repertorio de
Melino, articulo Libertates regni. Es también muy interesante un manuscrito que se conserva en la Biblioteca del
Colegio de Abogados de Zaragoza (que se atribuye á La Ripa, el tratadista de los cuatro procesos forales), titulado
Discurso sobre las Leyes, Privilegios y Libertades del lieino de Aragón, en forma de question escholástica.
(2) Para algunos foralistas, el axioma standum est charlas es una regla de hermenéutica, es decir, un criterio
para la interpretación de los textos legales, en el sentido de qu¿ los fueros no admiten interpretación extensiva, y hay.
por tanto, que atenerse á su contenido. La mayoría de los tratadistas regnícolas lo interpretan, sin embargo, en el
sentido de pactos rompen Cueros. Esta cuestión dio lugar á luminoso debate en el Congreso de jurisconsultos aragoneses
celebrado en Zaragoza el año 1880. Costa, en su libro La libertad civil ;/ el Congreso de jurisconsultos aragoneses,
hace la crónica de esta discusión (págs. 99-130).
(3) Vid. Melino, in Repert., JAhertates regni.
(4) Ley 6. a , tit. 1, libro T.
(5) Vid. la citada Memoria de Franco y López, págs. 35 y siguientes.

_ 142 —
decreto de 24 de Abril de 1899 (1), rectificando la conducta de los redactores
del Código civil vigente, ha incorporado estos principios de libertad civil al
«Anteproyecto de ley en el cual se contienen como apéndice al Código civil
general las instituciones forales consuetudinarias que conviene conservar en
concepto de excepción del mismo para el territorio de Aragón» (2).
En la exposición de motivos expresan en esta forma su pensamiento los redactores
del mencionado Anteproyecto: «El apotegma Standum est chartce,
así en concepto de regla hermenéutica como en el de obligación de los juzgadores
de fallar preferentemente, aun enfrente de la ley escrita, por las cláusulas
de los documentos, con tal que no contengan nada imposible ó contrario
al Derecho natural, exigía imperiosamente que so lo mencionara en su gallarda
y compendiosa alocución, por cuanto^ en especial bajo el segundo de aquellos
aspectos, atribuye fisonomía típica á la legislación aragonesa, calcarla en
la más absoluta libertad de pactar sobro materia de las relaciones privadas de
los ciudadanos, y en gracia á la reiteración con que se proclama el principio
en varias Observancias, según puede verse en la 16. a , De fide instrumentorum;
en la 1. a , De equo vulnerato, y en la 6. n , De confesis» (3).
Tal es el fundamento del artículo 4.° del Anteproyecto, en el que so establece,
además, el orden do prelación en que entran tras de los documentos las
diferentes fuentes de Derecho en la resolución de los litigios. Dice así:
«Art. 4.° Conforme, al apotegma de la antigua legislación aragonesa Standum
est chartie, los Tribunales fallarán ante todo por el tenor de las cláusulas
de los documentos públicos, ó de los privados debidamente autenticados, que
los interesados aduzcan, siempre que dichas cláusulas no resulten de imposible
cumplimiento ó contrarias al Derecho natural.
»A falta de documentos, y para suplir las obscuridades y omisiones de que
adolezcan, aplicarán los Tribunales:
»1.° La costumbre local.
»2.° La costumbre comarcal.
»3.° La costumbre territorial.
»4.° Las disposiciones de este Apéndice.
»5.° El Código general y las demás leyes de la Nación» (4).
* *
No sólo en Aragón, sino en las tradiciones de todos los antiguos Reinos
que integran hoy la nacionalidad española, hay vestigios favorables á la libertad
civil, que debieron producir como consecuencia, por así reclamarlo la evo-
(1) Dicha Comisión está constituida en la forma siguiente: Presidente, D. Joaquín Gil Berges; vocales, D. Jerónimo
Torres, D. Carlos Vara de Aznárez, D. Ignacio de Aybar, 1). Marceliano Isábal, 1). Gil (¡il Gil, D. Roberto Casajús y
D. Pascual Comin; secretario, D. Gregorio Rufas.
(2) Publicado por acuerdo y á expensas de la Diputación provincial. Zaragoza, MCMIV. Un tomo en folio" menor de
LXXX7I1I (exposición de motivos)-lG0 (articulado) páginas.
(3) Kftición citada, pág. VIH.
Í4) Edición citada, pág. 2.

- 143 -
lución progresiva del Derecho y las soluciones de la Ciencia moderna, que se
llevara al Código de 1889 alguna declaración análoga á la que acabamos de
copiar del Anteproyecto aragonés.
A todas luces es innegable que la voluntad espontánea de la colectividad,
directamente manifestada por sí misma, sin la intermediación de órganos oficiales,
y la autonomía del individuo para darse á sí propio ley en el círculo de
su soberanía (estado individual, estado doméstico), sin más límites que los
impuestos por los principios naturales de justicia, es decir, la costumbre jurídica
y el régimen de libertad civil, estaban rodeados de condiciones más á propósito
para su cultivo y desarrollo, en medio de las vaguedades que caracterizan
la totalidad de nuestro antiguo Derecho Privado, que con los doctrinarismos
y desconfianzas respecto de la espontaneidad social que agobian á nuestra
vigente legislación civil.
Por especiales circunstancias históricas que á continuación so enumeran,
la costumbre, la ley del contrato, la ley doméstica, la ley del testamento, y,
en suma, la libertad como suprema norma de las relaciones privadas de Derecho,
ejercieron en la práctica, durante muchos siglos, una influencia mucho
mayor que la que se desprende formando juicio á través de lo que dicen el
Fuero Juzgo, el Fuero Real, las Partidas, la Nueva, y Novísima Recopilación
y la mayoría do los Fueros Provinciales.
La lectura de documentos privados do la Edad Media y de tratados de
nuestra historia jurídica durante esta época, invitan á pensar en un régimen
jurídico caracterizado por la inobservancia de las leyes. «Se comprende que
así sea—dice con otro motivo el ilustre Altamira—, porque respecto de las
instituciones que comprendo el Derecho civil, los reyes no tenían los mismos
motivos de intervención que respecto de las políticas y administrativas; y en
cuanto á los señores, aunque les importasen las relaciones de familia y de
propiedad de los sometidos á ellos y procuraran (como procuraron en los primeros
siglos) reducir algunas de ellas á formas convenientes para su egoísmo,
bien pronto so vieron arrastrados por la corriente libertadora, que quebrantó
la primitiva sujeción y dio lugar al nacimiento de multitud de situaciones
jurídicas especiales» (1).
Nuestros trabajos actuales no nos permiten afirmar esto como conclusión
definitiva que pueda ir suficientemente documentada. Únicamente proponemos
esta hipótesis por vía de ensayo, con carácter exclusivamente provisional
y como base de algo que puede sor objeto de una exploración detenida en. el
subsuelo del Derecho patrio, acudiendo principalmente á los documontos privados.
A falta de estas investigaciones, que seguramente darían lugar á enmiendas,
nos sugiere la hipótesis de un régimen jurídico medioeval caracterizado
por las inobservancias do las leyes y por el predominio de una espontánea
libertad civil y del Derecho Consuetudinario, las siguientes razones:
1. a Las constantes perturbaciones de la paz y sosiego públicos y el espí-
(1) Vid, Altamira; Historia del Derecho español. Cuestiones preliminares (Madrid, 11X13), pág. 93.

— 144 —
ritu intensamente individualista de la sociedad medioeval, por una parte, y
la defectuosa organización de los Poderes ejecutivo y judicial, por otra, debieron
producir como resultado que los preceptos del legislador quedaran impunemente
desobedecidos, ya por no tener su incumplimiento gran trascendencia
en el orden social, ya por no ser éste fácil de evitar á consecuencia de
la defectuosa organización de los dos mencionados Poderes. Por lo que respecta
á esta última consideración, ocioso es advertir que si el cumplimiento
de las leyes no depende tanto de que existan cuanto de que se imponga su
ejecución por el Estado cuando voluntariamente no son aceptadas, claro es
que todas aquellas que no merecieran el espontáneo asentimiento de la colectividad
caerían en inobservancia, porque las funciones ejecutiva y judicial
estaban, por decirlo así, en su infancia, en período de gestación, y, por consiguiente,
en condiciones de ineficacia para hacer cumplir todo el cúmulo de
leyes que el Poder legislativo, mucho más desarrollado que los otros dos, producía.
Es decir, que el incumplimiento de las leyes, desde este punto de vista,
obedecía al desequilibrio entre los tres Poderes que integran el Estado, no
sólo á la pasividad ó indiferencia de éste ante dicho estado de cosas.
2. a Si el derecho penal, que es derecho público, se abandonó en gran parte
á la acción de los particulares (derecho de venganza, composiciones), mayores
motivos hay para suponer que el derecho civil, que es derecho privado, corriera
igual suerte (1).
3. a Mucho debió contribuir también al incumplimiento de las leyes el general
desconocimiento de ellas, tanto por parte de los subditos como de los que
ejercían jurisdicción, atribuíble esto principalmente al estado de incultura,
y en parte también á la circunstancia de estar escritas en latín.
Así, por ejemplo, en la confirmación del Fuero de Castrojeriz, otorgada
por D. Fernando IV en 1299, se lee: «Et agora los canónigos e los clérigos de
hi de Castro Xeriz, por razón de que el dicho privilegio es en latín, e non lo
pueden los legos entender, pidiéronnos merced que los mandásemos desto dar
privilegio romanceado,..»; «con lo cual—agrega un distinguido historiógrafo
español en la Jieviie Hispanique—, no solamente saldrían ganando los legos, á
quienes, como se ve, se quería hechar la culpa, sino que es muy posible que
también se alegrase de la mudanza algún que otro clérigo de hi de Castro
Xeriz» (2).
En pro de lo mismo, véase lo que dice Martínez Marina: «Los jueces do
los pueblos y villas sentenciaban arbitrariamente y sin conocimiento de las
(1) Sabido es que durante mucho tiempo fue doctrina general que todo delito que no atacara directamente á los intereses
del procomún debía ser perseguido y reparado por el particular ofendido ó por sus parientes. Hasta muy avanzada
la Edad Media no se introduce la innovación de encargar á determinados funcionarios la vindicta pública (vid. la
ley "2. a , tit. XXII del Ordenamiento de Alcalá). El tránsito de una á otra fase no se verificó bruscamente y de una vez.
En prpeba de esto merece citarse como fase intermedia una costumbre de Guixerix, originaria del siglo XV, citada
por De Lagrece en su lliatoire du Droit dans les Pyrénées, según la cual¡ ninguna persona podía ser perseguida por
particulares sin previa información ó á no ser que fuera sorprendido en flagrante delito.
(2) Julio Puyol Alonso: Una Puebla del siglo XIII. lievue Hispanique (París, C. Keincksieck, 1904, fascículo 37-40),
pág. 264.

— 145 —
leyos. Porque la ignorancia so había propagado con tanta rapidez, que excepto
los monjes y algunos eclesiásticos, nadie sabía leer ni escribir. Era muy difícil
y obra sumamente costosa hacer las copias necesarias del Código legislativo
nacional ó Libro de los Jueces; las que concluyeron á fines del siglo X los
monjes Vigila y Velasco, se reputaron como un prodigio y eternizaron los
nombres do estos escribientes. La decadencia de la lengua latina y corrupción
del idioma nacional, imposibilitaba á los más la inteligencia do aquellas leyes
escritas en lenguaje puro y castizo. Y si bien en las cortes de los Reyes y en
las ciudades principales no faltaban personas instruidas en los derechos, no
sucedía así en las villas y pueblos, y era necesario que la experiencia y conocimiento
de los usos y costumbres fuese la única regla y norma en los juicios.
Y aunque las leyes concedían á las partes interesadas ol derecho do alzada á
la Corte del Rey, los males y calamidades públicas... hacían casi impracticable
este recurso» (1).
En cuanto á lo que se refiere á la administración de justicia, también el
testimonio de Martínez Marina confirma nuestras presunciones: «Reducidos
los Monarcas—dice—á un estado de suma escasez y pobreza, ni podían dotar
competentemente á los magistrados públicos ni á sus dependientes, los cuales
sólo recibían por razón de su oficio una parte de las penas pecuniarias en
que incurrían los delincuentes» ('2); indicación esta última que vos asegura
más en nuestra creencia do que los funcionarios públicos debioron mirar con
pasividad ó indiferencia casi absolutas el incumplimiento do las leyes, en
todo aquello que no fuera notoria perturbación del orden social ó que no les
reportara algún beneficio particular (8): lo primero por exigencias de los más
elementales principios de justicia y gubernamentalismo; lo segundo por estímulos
de egoísmo personal, aguzado por esa participación en las penas pecuniarias
de que nos habla el erudito autor del Ensayo histórico crítico (4).
4. a El decaimiento de lo que pudiéramos llamar administración oficial do
(1) Ensayo histórico crítico, libro III, § 10.
&) Loe. cit., lil). III, § 17.
(3) Una de las manifestaciones del individualismo que caracteriza á la sociedad de los siglos medios, es la tendencia
hacia una amplia autonomía en la administración de justicia. No son sólo los Concejos los que luchan por ejercer directamente
esta función soberana que los Monarcas con tesón se reservaban (vid. la monografía de Aznar Navarro Régimen
municipal aragonés, pág. (i), sino que hasta los misinos ciudadanos maquinan por hacerla pasar ala esfera de
sns atribuciones. De esto es prueba elocuente el desarrollo de los juicios arbitrales, en los que los jueces de oficio son
sustituidos por amigables componedores, y las leyes por el clasico leal saber y entender. Y el fruto de esta tendencia
es en muchos casos verdaderas costumbres jurídicas, que en ocasiones recuerdan el texto legal que snstituyen. Asi,
por ejemplo, aquella facultad de coger prendas de que habla el Fuero de Teruel (citado por Aznar Navarro, loe. cit., página
9) como exclusiva del juez (iudex), que acudía á ella como medio de garantir el cumplimiento del castigo impuesto,
lo vemos reflejado en una costumbre que en tierra de Zamora se conoce con el nombre de derecho de penada, y
que consiste en el de coger prenda al que es sorprendido en flagrante delito de hurto y cobrarse con la prenda el perjudicado
los daños ocasionados por la sustracción. Esta costumbre, de la que tengo noticia por relatos de personas de
Toro, ha subsistido hasta la promulgación del Código penal vigente, con general asentimiento. Mediante ella, se administraba
una justicia más pronta y más reparadora que !a establecida por las modernas leyes. Hoy, la denuncia, y tras
ella una causa criminal de tramitación laboriosa, con frecuencia de resultados negativos para el perjudicado por la
insolvencia del sustractor, y de más penosas consecuencias para éste (prisión preventiva, molestias del sumario, condena,
antecedentes penales), sustituye con evidente desventaja á dicha costumbre.
(4) El Sr. Planas y Casáis, con referencia á Cataluña, dice que el período que empieza en 1251 y acaba en 15!)!), es
el de la confusión, del caos legislativo en el Principado; su carácter es, por un lado, la ausencia legal durante el ínis-
4

— 146 —
justicia, unido á las razones expuestas y otras que ahora diremos, produjo
una acentuada tendencia hacia el arbitrio judicial, que llegó á su mayor grado
de desarrollo en Castilla con el f'uero de albedrío, que originó una verdadera
colección de reglas judiciales consuetudinarias, conocidas con el nombre
de fazañas.
Lo atestigua una concordia celebrada en León el año 1279 entre los representantes
del Cabildo y los del Concejo, para resolver varias diferencias que
entre ellos existían. En esta concordia, confirmada por D. Alfonso X, hay un
capítulo que dice así: «A la otra querella que facen los personeros del Concejo,
que los jueces no quieren juzgar según uso y costumbre de la villa, e judgan
por sus leyes romanas, mandamos e tenemos por bien que en los pleytos
seglares que judgen por los buenos usos y por las buenas costumbres que usaron
y que ovieron en tiempo del Rey D. Alonso nuestro abuelo y del Rey D. Fernando
nuestro padre: e do no fallasen las costumbres e los usos, que judgen
por el libro Judgo hasta que nos les demos fuero por se judgen» (1).
El Fuero Juzgo (leyes 13 y 16, tít. I, libro II) otorgó á los litigantes facultad
de nombrar jueces arbitros ó de poner sus negocios en manos de personas
de confianza, comprometiéndose á estar á lo que estos jueces determinasen:
pero un decreto del Fuero de León dispuso que todas las causas y litigios
de las ciudades y alfoces se terminasen siempre por jueces reales, sin hacer
mención de los de avenencia. Como la necesidad de acudir á la corte para
seguir en ella las alzadas resultaba muy difícil y gravosa, la libertad de nombrar
jueces arbitros se comenzó á hacer muy apreciable y á reputar como libertad
y fuero de Castilla. A esto se refería el autor del prólogo de la colección
de fazañas cuando dijo: «Los castellanos que vivían en las montañas de
Oastiella faciales muy grave do ir á León, porque era muy luengo el camino,
e habían de ir por las montañas; e quando allá llegaban asoberbiaban los leoneses,
e por esta razón ordenaron dos homes buenos entre sí... e éstos que
aviniesen los pleitos porque no hubiesen de ir á León, que ellos no podian
p>oner jueces sin mandato del Rey de León... e ordenaron alcaldes en las connarcas
que librasen por albedrío» (2).
Marichalar y Manrique, con referencia á esto mismo, se hacen eco do una
fiazaña, con muchas apariencias de fabulosa, en la que después de hacerse una
siucinta historia del derecho castellano, mezclando en ella la conseja del caballo
y el azor, como causa de la independencia de Castilla, se habla del origen
del fuero de albedrío, relacionado con el voraz incendio en que fueron
abrasados todos los ejemplares del Código visigodo, cuando precisamente
eran las citadas disposiciones de éste las que venían á renovarse con la liber-
nno del derecho supletorio, y la importancia extraordinaria, del arbitrio judicial como consecuencia de la vagucdiad
del derecho. (Memoria, sobre las fuentes de conocimiento y método de enseñanza de la asignatura de amplíactión
del Derecho civil (Barcelona, 187H), pág. 174.)
Vid. también li. Oliven Estudios históricos sobre el derecho civil en Cataluña (Barcelona, 1867), cap. V, El a,rbitlrio
judicial.
(1) En la España Sagrada, apéndice XII del tomo XXXV, se transcribe esta concordia,
{'!) Citado por Martínez Marina; loe. cifc., § 50 del libro IV,

— 147 —
tad naciente de juzgar ex oequo et bono (1), negada por Alonso V en el Fuero
de León.
El juzgar por albedrío comenzó siendo una práctica, que la ignorancia de
las leyes generales, la escasez de las contenidas en los Fueros Municipales y
las dificultados que envolvía la justicia oficial, inducían á que se generalizase
hasta constituir una costumbre arraigada por toda Castilla. Luego los fijosdalgos
reputaron como un privilegio de clase que las causas relativas á la nobleza
y á sus derechos se determinasen por jueces compromisarios, por albedrío
y á juicio de buen varón. Los caudillos de la milicia, á su vez, concluían
también por el mismo estilo los casos dudosos sobre delitos, premios y recompensas
de la tropa, y otros puntos de que hizo mención el Rey Sabio en la
ley 10, título XVII, Partida 2. a Estas sentencias y determinaciones sollamaban
albedríos, y cuando se pronunciaban por el rey ó por personas importantes
t'azañas ó facimiento» (2), que en lo sucesivo se miraban con respeto y
servían de modelo para juzgar cuestiones análogas.
Finalmente, D. Alfonso VII en su Fuero de Nájera autorizó estas costumbres,
restableciendo la ley gálica. He aquí lo que dispuso en el título XLVIII
de dicho Fuero, que después pasó al Fuero Viejo (ley 1. a , tít. I, libro III):
«Esto es por fuero de Castiella, que si algunos hornos han pleito el uno con el
otro, e ambas las partes son avenidas do lo meter en manos de amigos, después
que lo han metido en manos de amigos o firmado non lo puedan sacar de sus
manos sinon por cuatro cosas» (3).
Las sentencias arbitrales y las fazañas vinieron, pues, á sustituir gran
parte de los textos legales en este régimen de inobservancia á que venimos
refiriéndonos. Mas como, á pesar de ser relativamente abundantes, no bastarían
para regular todos los múltiplos casos que integran la vida jurídica, y
por otra parte, sin normas jurídicas de alguna índole es imposible la vida social,
este estado, que puede calificarse de (ilegal, debió producir una gran
abundancia de usos y costumbres y un criterio de transigencia respecto á
ellos por parte del Poder.
Es preciso asistir al nacimiento y desarrollo de los Municipios medioevales
para darse cuenta de la importancia que debió tenor en ellos el derecho consuetudinario
y la espontaneidad jurídica, por falta de condiciones á propósito
para que tuviera vitalidad un régimen do legislación oficial. Bastaba que
los Monarcas por sí, ó delegando en algún obispo, monasterio particular ó
Concejo, concedieran privilegios y facilidades para poblar una comarca, para
que acudieran gentes de todas partes á participar de sus beneficios. No hay
que pensar que en estos territorios se estableciera una organización completa
en todos los variados órdenes á que hoy so extiendo la acción del Estado. Se
señalaban los términos y límites del término privilegiado, colocando hitos y
(1) Historia de la legislación española, tomo II (Madrid, 1SIÍI), pág. 221.
(ti) Vid. la ley I." 1 del Fuero Viejo, Apéndice; la 108 de las Leyes del Estilo, y el tít. XX VIII del Fuero de linrgos,
transcrito éste por M. y Manrique: loe. cit., tomo II, pá^. 208.
(3) Vid, Martínez Marina: loe. cit., § 51 del libro IV,

— 148 -
mojones en los montes y caminos, á las orillas de los ríos y en los picos de las
peñas; se nombraba algún apoderado por el otorgante, y con el auxilio y consejo
de los buenos hombres, aquél y éstos ejercían, en amigable consorcio con
los pobladores, la única y suprema magistratura, verdaderamente patriarcal,
cuyas funciones se limitaban á realizar el reparto comunal, determinando la
parte que á cada cual le correspondiese, y á resolver como arbitros las diferencias
que surgieran entre los pobladores. La autonomía en que vivieron
estas comarcas fue tan grande, que algunas Cartas Pueblas concedían á los
colonos el derecho de deponer á los referidos repartidores (quadrelleros, sexmeros)
cuando no cumplieran con toda fidelidad sus reducidas funciones.
Por lo demás, en el orden do la vida interna todo quedaba encomendado
á la espontaneidad, que poco á poco iba formando un cuerpo de derecho consuetudinario
que los Reyes iban poco á poco confirmando como excepción de
las leyes. De este modo, las poblaciones se dotaban á sí mismas de un derecho
propio y peculiar á sus condiciones, del cual constituían el principal
componente las prácticas constantemente aceptadas y los fallos dictados por
arbitros y amigables componedores, en lo cual veían su más preciado patrimonio
y el signo más evidente de la independencia de su vida, fiel trasunto
del espíritu de la Reconquista en el orden del derecho privado (1).
Una prueba más de esta independencia en la vida civil durante la Edad
Media, escogida entre cien más que pudieran seguramente alegarse, nos la
ofrece, el siguiente testamento otorgado en Aragón el año 1068, cuyo original
se conserva en el Archivo Histórico Nacional ( Í 2). Un padre, al morir, entrega
su hijo á un tutor, y sus bienes al Monasterio de San Juan de la Peña (Jaca),
estableciendo esta condición: que cuando su hijo contraiga matrimonio ó se establezca
(possit cana) ó llegue á mayor edad (veniat ad cetatem), so reúnan el
abad y los monjes y juzguen su conducta durante la tutoría; y según hubiera
sido, así, á juicio de la comunidad, había de ser el caudal que le entregaran:
muLcho si fue bueno (si exierit bonus), y poco ó nada si llevó mala vida (si
álitam viam malarn queesierit). La contradicción entre las cláusulas de esto
testamento y los preceptos legales entonces vigentes en Aragón es evidente.
Y sin embargo, el Monasterio de San Juan de la Peña, á pesar de ejercer
maro y mixto imperio por especial concesión de los Monarcas, y estar obligado,,
por tanto, á ser fiel guardador del cumplimiento de las leyes, acepta el
encargo que le otorga este curioso testamento y se erige en fideicomisario de
la noluntad del testador. Y que debió obrar á tenor de lo dispuesto por éste,
lo {atestigua la circunstancia de haber sido incluida copia de su carta testa-
(1)) Véase ¡nía aplicación de to que decimos en la Carta Puebla de El Espinar (Segovia), minuciosamente estudiada
por IPuyol Alonso en la llevite líispanique, loe. cit.
(2)) Documentos Pinntentte*, tomo V, doc. 426. Debo á la amabilidad del catedrático de la Universidad de Zaragoza,
Sr. Ilburra y Rodríguez, el conocimiento de este interesante testamento, fotografiado por él en el Aren. Hist. Nac.

— 149 —
mentaría en las Extractas del Monasterio (1), como lie tenido ocasión de comprobar.
El pacto de hermandad convenido entre los Concejos de Castilla en la era
de 1333 (ano 1295) para defender sus fueros y oponerse á los daños, fuerzas y
agravios que se les hicieron por los Reyes y señores, pacto que fue confirmarlo
por D. a María de Molina siendo tutriz de D. Fernando IV, es una prueba
más del arraigo que en aquellos tiempos tenían la libertad civil y su secuela
el Derecho Consuetudinario. Para librarse los Concejos de Castilla, León, Toledo,
Gralicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, el Algarbc, Molina, etc., de los
«muchos desafueros, e muchos dannos, e muchas fuerzas, e muertes, eprisiones
et despechamiento>s' sin ser oidos, e deshonras e otras muchas cosas sin guisa»
que recibieron del Roy D. Alfonso X, do su hijo D. Sancho y de los que pudieran
recibir de los sucesores de éstos en el Trono, se comprometen y juramentan
para defenderse mutuamente, apelando á toda clase do medios. Y para que
se forme juicio do hasta dónde llegó este espíritu do defensa, copiamos literalmente
estos fragmentos del famosísimo y valiente Pacto de Hermandad: «Et
la hermandad es ésta... Otrosí, que guardemos todos nuestros buenos fueros, e
buenos usos, e buenas costumbres, e privileios, e cartas, et todas nuestras libertades
e franquezas, siempre en tal manera, que si el Rey U. Fernando, nuestro
sennor, o los otros royos que venían después del, ó otros qualesquier sennores,
ó alcallde, ó merino, ó otros qualesquier ornes nos quisieren pasar contra
ello en todo ó en parto dello, en qualquier guisa, ó en cualquier tiempo,
que nos que seamos todos unos á enviarlo mostrar á nuestro sennor el Rey ó
los Reyes que venían después del, aquello (pie fuer á nuestro agraviamionto,
por si ellos lo quisieren enderezar, e si non que seamos todos unos age lo defender
e ampararlo...» A continuación se previene la forma de evitar los desafueros
de los alcaldes, merinos, ricos hombres, infanzones, caballeros ú otra cualquier
clase do personas; y cuando no es posible impedirlos y llegan á consumarse,
suele establecerse en el pacto esta sanción: «que finque por enemigo de
la herrnandat, et quandol pudiéremos haber, qitel matemos por ello... Et si por
aventura nuestro sennor el Rey D. Fernando ó los reyes que venían después
del, nos ficieseii ó nos pasasen en algunas cosas contra nuestros fueros, ó privileios,
ó cartas, ó libertades, ó franquezas, ó buenos usos, ó buenas costumbres
que hobiemos en tiempo do los otros reyes, e del emperador sobredicho... lo
que fiarnos por Dios e por la merced de nuostro sennor el Rey, que non lo querrá
facer, que nos que le enviemos decir o mostrar por nuestra carta sellada
con este nuestro sello que nos enderesco aquello en que recibiemos el desafuero...»
(2).
También en el Privilegio déla Unión que los ricos hombres, mesnaderos,
caballeros, infanzones, ciudadanos y hombres de las villas de Aragón, Riba-
(i) Han sido adquiridas recientemente) por la Facultad :1c. Derecho cesarangustana.
("2) Esta Carta de Hermandad fue inserta como apéndice en la Crónica de Fernando IV, edición Benavides, 1860,
tomo 11, pág. 3. También lia sido publicada por Marichalar y Manrique: Historia de la legislación, tomo ]II (Madrid
18G2), págs, 124-130.

— 150 —
gorza, Teruel y del Reino de Valencia, confederados contra Alfonso III, redactaron
y el rey suscribió en 1287, figuran á la cabeza de todas las reivindicaciones
que solicitaban, éstas: «Primerament, que el señor Rey observe, e
confirme, Fueros, usos, costumbres, Privilegios, etc., cartas de donaciones, etcétera,
cambios del Regao de Aragón, de Ribagorca, do Valencia, e de Teruel.
=Item, que el Iusticia de Aragón juzgue todos los pleytos que vinieren
á la Cort, con consello do los Richos hombres, Cavalleros, Infanciones, Ciuda-
.danos, o de los hombres buenos de las Villas, segund Fuero e segund antiguamente
fue acostumbrado» (1).
Por fin, si se registran las actas de las Cortes de los antiguos reinos, se
verá que los procuradores de las villas, lo primero que proponen á los monarcas
en sus cuadernos de peticiones, al comienzo de cada reinado, es que respeten
sus Fueros y costumbres, sin que se tenga noticia que ningún rey dejara
de aceptar y jurar esta petición, siendo también las libertades y costumbres
de los Concojos objoto de solemne juramento real en el acto de la coronación (2).
*
* *
La libertad civil, como consecuencia del predominio del Derecho Consuetudinario,
dio origen á un obligado corolario: la diversidad; pero diversidad reflejo
de las condiciones y circunstancias tan distintas en unos que en otros
Municipios, no esa diversidad caprichosa que brota de las leyes, por esta razón
fáciles de hacer, pero difíciles de cumplir, mientras que las costumbres,
al contrario, por su gestación laboriosa, lenta y madura, son do complicado
alumbramiento, pero una vez que han nacido se observan con escrupulosidad
y tardan mucho tiempo en modificarse radicalmente (3).
Una doble corriente de idoas, nacidas históricamente durante el período
do las invasiones, ha presidido la génesis y desarrollo de nuestras instituciones
jurídicas: el individualismo, importado á nuestra patria por el pueblo germano,
y el societarismo, recuerdo do la dominación romana. La exageración
de la doctrina individualista conduce al anarquismo en el sentido etimológico
(1) h'orcntm llegni Aragonum, libro f, l'riuilegiumgenérale Aragonum y Declaratio Privilegii generalis. Edición
davall y Penen, tomo I, págs. 11-lú.
(2i Respecto de las actas de Cortes, esta era la fórmula general de las peticiones y respuestas á que nos referimos:
• Primeramente nos pidieron que mandásemos guardar ¡i las dichas ciudades e villas e á los otros lugares de los miestros
regnos e sennorios sus fueros e privilegios e gracias e mercedes e buenos usos e buenas costumbres que lian de los
reyes de onde nos venimos confirmados de nos.=A esto respondemos que nos place, e mandamos que les sean guardados
en todo bien e cumplidamente segund que todo esto mejor e mas cumplidamente les fue guardado en tiempo de los reyes
onde nos venimos e en el nuestro, e que si algunos lian sido en alguna cosa desto agraviados en alguna manera, que lo
muestren ante nos e facerles liemos cumplimiento de justicia e de derecho.» Hemos copiado éstas, de las Peticiones y
respuestas dadiis en la Corte de Segovin de mse, que forman el apéndice XVI de la Teoría de las Cortes..., de Martínez
Marina, tomo III (Madrid, 1813).
En cuanto á las juras que los Reyes hacían al coronarse, véase con respecto á Aragón las Coronaciones, del cronista
G. Blancas, y en especial el libro III.
(3) Según Tarde, son tres las fases de la evolución legislativa. En la primera, el Derecho es muy multiforme y muy
estable, es decir, muy diferente de país á pais y muy inmutable de un tiempo á otro; en la segunda, sucede á la inversa,
muy uniforme y muy variable, espectáculo que ofrece la Europa actúa!; y en la tercera, es preciso reconciliar la uniformidad
adquirida con la estabilidad, que está por venir. He aquí, en opinión de Tarde, el ritmo sobre que se ejecuta
la Historia de todo Derecho. (Les lois de Vimitation (París, 1004). pág. 337.)

— 151 —
de la palabra: omnipotencia del individuo y mínimun do intervención del
Estado. La otra origina, si se exagera, un régimen en el cual los órganos oficiales
de la sociedad (Parlamentos, Tribunales, Administración pública) sustituyen
imperativamente la acción de los individuos representados. El inclivi-,
dualismo conduce á un régimen do variedad; el societarismo, á un régimen de
unidad. Mas no debemos alucinarnos por el quimérico atractivo de la unidad
en el Derecho, porque «ese derecho geométrico, estereotipado, abstracto, para
quien los hombres son como el barro, que admito cuantas formas quiere imprimírsele,
y los pueblos pueden sufrir en obra de una noche tan hondas metamorfosis
que dejen de parecerse á sí mismos, verdaderamente no es derecho
sino en la apariencia» (1). «No está precisamente en la unidad el progreso, que
también la unidad os á menudo signo de desorden moral y do despotismo; que
en la aparente anarquía de la Naturaleza estriba precisamente su hermosura,
y la ley de la variedad es quien engendra el movimiento que todo lo embellece
y la libertad (pie lo ilumina todo con sus inmortales resplandores» (2).
No dejan do abundar, por desgracia, en el derecho positivo moderno las trabas
para un régimen de libertad civil; y aunque hay que reconocer en justicia
que las actuales legislaciones civiles son, en conjunto, mucho más liberales que
las de los demás períodos de la historia, preciso es reconocer también que no
son posibles los recursos consuetudinarios que en otros tiempos amenguaban
los efectos de tales arbitrariedades del legislador, porque, según hemos indicado,
estos recursos subsistían merced al desequilibrio de los tres Poderes del Estado,
muy desarrollado y fecundo el legislativo y sumamente defectuosos el judicial
y ejecutivo; al paso que hoy, mediante la ponderación de dichas tres funciones
soberanas y la más perfecta organización de sus respectivos órganos,
las arbitrariedades del legislador no son sólo letra muerta, sino que en muchas
ocasiones, por fortuna no en todas, llegan á imponerse mediante la pública
coacción.
De tres modos principales—observa Costa—suelen desconocer las legislaciones
modernas la libertad civil:
1.° Traduciendo en leyes facultativas ó voluntarias lo que la razón estima
como necesario. Ejemplo: el sufragio político, que siendo función necesaria
de la sociedad, se deja, no obstante, al arbitrio de los particulares el ejercerla
ó no.
2." Traduciendo en leyes obligatorias é ineludibles el derecho que la razón
tiene por voluntario y libre. Ejemplo: el consejo de familia tal como lo
regula el Código civil vigente, imponiendo con carácter do obligatorias las
reglas que determinan su composición, atribuciones, funcionamiento, etc.
(1) Costa: Teoría del hecho jurídico, pág. lííü.
(2) Costa y otros autores: Derecho consuetudinario t¡ Economía popular, tomo I (segunda edición), pág. 20.-
Vid. también Ollcll López: Ensayo sociolótjieo sobre un I 'odigo de la Edad Media (Barcelona, 1901), págs. 8-10, 20-21.
Con poética imagen simboliza la va riedad Ferrero al iinal de TS Europa líiovannc: «L'albero que simboleggia l'umanitá
del futuro non e la magnolia que da poclii ílori di una grandezza e bellezza inostruosa, nía l'accacia que si ricopre
tutta ¡'i primavera de la bianca pruína di infinítate miriade de iior¡.->

- 152 -
3.° Estableciendo como derecho supletorio una ley que no expresa la convicción
jurídica de la generalidad, ó manteniéndola en pie cuando ha cesado
ya de expresarla. Costa, que desarrolla con gran amplitud estos tres puntos
de vista, presenta un elocuente ejemplo tomado de la legislación aragonesa
(1), analizando también los efectos de estas negaciones de la libertad
civil (repercusiones al organismo total del Derecho, arbitrariedad y confusión
del Derecho positivo) (2).
Véase, pues, si es problema de íntima conexión con el del derecho consuetudinario
este de la libertad civil, base del florecimiento de lo que Savigni
llama derecho del pueblo. La libertad civil es el reconocimiento de que, tanto
los individuos aisladamente, como la colectividad por medio de sus órganos
populares, tienen una competencia especial, justa y conveniente para legislar
sobre todo aquello que no afecte á la esencia misma de las instituciones
jurídicas, campo reservado al Estado nacional, que debe declarar su observancia
con carácter obligatorio y necesario. Este deslinde de esferas, exaltado
por la ciencia jurídica, está todavía por venir en los Códigos, que al atraer
hacia sí más atribuciones legislativas de las que legítimamente les corresponden,
han dado motivos más que suficientes para que se planteo, con caracteres
de verdadera necesidad y urgencia, lo que alguien, con frase afortunada,
ha llamado mano muerta de la ley, amortización de ésta por el Poder, con perjuicio
evidente de los que en parte son sus verdaderos dueños: el Individuo,
la Familia, el Pueblo.
(1) Vid. Teoría fiel hecho jurídico, págs. 103-107.
(2) ídem, págs. 121 y 1-23.
O •-
M. GTÓMEZ GONZÁLEZ.

El Amor en la Vida y en los Libros.
El novador de la clásica monotonía novelera en la forma y en el espíritu, el pasional
escritor Felipe Trigo, acaba de hacer en un primoroso volumen, publicado recientemente,
declaraciones trascendentales. Mejor podemos asegurar que, contra costumbre, porque
como buen poeta ama á lo Paul Adam la sinrazón, ha procurado basamentar con
científicos pintorescos argumentos su manera de arte. Le pidieron una autocrítica, y
sobre una bella frase: Yo hablo en nombre de la vida,, él levantó todo un sistema científico
y artístico. Su sistema, porque es suyo, pergitivo, personal, único.
El gran irohista, maestro en suavísimas denostaciones, el muy bien amado D. Jacinto
Benavente, hermosas, apunta estas palabras en una de sus más bellas comedias: «Hay
algo que no puede expresarse bien si no se ha sentido...» Y esto, que es un axioma de
exactitud más que matemática, nos sirve ahora de motivo para osar decir que Trigo, y
sólo Trigo, entre los pocos noveladores contemporáneos puede hacer arte no hablando
por oídos filosóficos, ni inspirándose como el naturalismo á ultranza en las conclusiones
de la Fisiología, sino hablando cruda y certeramente en nombre de la Vida... De ahilas
protestas que contra él han levantado burgueses oídos castos. Dice bien el joven crítico
Andrés González-Blanco: es quizá el novelista del porvenir, que todavía no merecemos.
Entre los méritos del artista, sin duda es el más preciado el de la intuición artística.
Y cuanto más aproximada y lógica sea la visión que nos dé del porvenir, cuanto más se
adelante á los modos de ver de la época, mayores garantías tendrá la obra de arte de
éxito y posteridad. Shakespeare, el ídolo literario de Inglaterra, tan maltratado en estos
días por ios místicos odios del Conde Tolstoi, triunfa hoy más que nadie, porque, al decir
de Valera, no retrató como Tirso, como Lope, como Calderón, cuadros históricos, ni
pintó costumbres de sil tiempo, costumbres é ideas de un pueblo que empezaba á expirar.
Sus dramas—escribe el flaubertiaño hidalgo de nuestra prosa—estaban henchidos de
lo porvenir. Y esta visión del porvenir, radiante y magnífica, se esplende vigorosa en
todas las obras de Trigo. Como los fundadores de religiones que acertaron con una fórmula
de humanidad para en lo futuro, ó los científicos que adivinaron un extraño descubrimiento,
así los artistas que logran descubrir un matiz del sentimiento nuevo y joven
serán los únicos duraderos, los únicos que ejerzan influencias y los únicos quequeden.
¿Y sabéis qué sentimiento nuevo dice en sus obras de modo admirable el autor de
has ingenuas?... El sentimiento del Amor.
Os parece la cosa rara. Precisamente ahí está su principal mérito. En que todas las
obras de todas las literaturas estén inspiradas en el dinamismo de esa pasión, y ninguna
haya acertado á verla, á comprenderla, en su estado natural. Estado futuro que tristemente
reserva la ley evolutiva al porvenir.
Y aparte de ser asombrosa, por lo adelantada y profunda, esta concepción, un poco
atrevida, de Trigo, examinada desde otro punto de vista puede parecemos de un simplicismo
colegial. Esto porque los grandes observadores del gran problema, la atracción
de los sexos, en vez de recoger las conclusiones de la realidad, en contacto con los hechos,
perdiéronse en el dédalo de la ideología y en el no menos falso campo de los libros.
Pretendieron ver su obra antes de haberla concebido, y la obra fue imaginativa puramente,
sin valor positivo. El padre de la'moderna novela erótica, en vez de enterrarse

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- 154 - jí
como medioeval copista, ó como erudito canciller, en el letal silencio archivero, pasó sus f
años de entusiasmo juvenil abrazando á la vida en una sublime cópula de comprensión.
Y él, que había recibido la vida de la mujer, nada más lógico, bebió también á babuchadas
la muerte en los labios de todas las mujeres. Y las amó, y las estudió, y las comprendió,
y así ahora nos puede decir de ellas muchas y muy buenas cosas que ignoran los
que pretendieron estudiarlas en las páginas misóginas de Nietzsche y Schopenhauer.
El misoginismo de éste—escribía en un hermoso artículo el rebelde Julio Camba—fue ¡
consecuencia de una degeneración mental; quizá también de una degeneración orgánica. i
En cuanto al primero, ya sabemos que fue un auto-sugestionado por un afán de super- }
hombría, y donde dice que la mujer carece de voluntad, debe leerse que él deseaba verla
desprovista de ella.
Mirad cómo se rebela el novelista contra las conclusiones de psicólogos y fisiólogos:
«¿No os parece que siendo la vida una perfecta dinamicidad imparable é impartible, la
Anatomía, la Fisiología y la Psicología, que sólo pueden estudiar la vida en ]a muerte
ó en la paralización y en la segmentación, son menos ciencias de la vida que la novela
moderna, que la ha recogido, la observa y la experimenta á la vez en su libertad absoluta?»
Ciertamente. Como que las conclusiones del experimentalismo á las veces no suelen
tener otra trascendencia que la de un eutrapélico vagar honesto.
Vivamos, vivamos. Y la madre eterna agradecida, Nuestra Señora la Vida, nos enseñará
cuanto no aprendimos en el tiempo que dedicamos á vivir. Y eso ha hecho Trigo,
y ha acertado. Y su triunfo, en esta parte de su libro, es indiscutible. No así cuando
al aspecto negativo que pudiéramos llamar de su obra, sustituye el positivo aspecto.
Tiene el autor de La sed de amar una sutilidad finísima para descubrir todo cuanto no
se ha hecho, ó cuanto se confundió, se interpretó é hizo mal. De su comunión sublime
con la vida ha brotado en él un amoroso iluminismo que le sirve de inenarrable guía en
tales cuestiones. Pero cuando procura reconstruir, sigue rastreramente á otros ó se proclama
andarín de hollados caminos, marchando derechito, como cualquier anarquista
inquieto, vocinglero, rutinesco, á la conclusión del libre amor. Ya lo veremos más adelante.
Donde, sin duda, discurre también con gran acierto, es en lo referente á los celos.
Para él es este problema, pasto de millares de obras de todos géneros, insoluble lo mismo
en la grandiosa tragedia sespiriana que en la lucio-arnichesca tabarra zarzuelera, un
odioso problema de petulancia y vanidad. «Y siendo la vanidad—dice—algo arrancable
del hombre, en la medida que se civiliza, llegará un día en el cual, liberado el amor de
vanidades y fierezas entre hombres y mujeres, intelectualizados, suprasensibilizados
igualmente, no habrá celos, no habrá desengaños.» Cuando todas las rectificaciones son
á la conciencia permitidas por la moral social, siempre que las rectificaciones sean sinceras,
¿por qué no hemos de aiitorizar para la impermanencia de sentimientos al corazón?
Y para convencernos aún más de que los celos no son, en suma, más que vanidad
de vanidades, que dijo el Eclesiastés, oigamos helénico al poeta Rubén:
«La princesa Eulalia, risas y desvíos
daba á un tiempo mismo para dos rivales:
el vizconde rubio de los desafíos
y el abate joven do los madrigales.»
Antes que Trigo, el incomparable Anatole Trance abordó este problema en una de
sus más bellas novelas: El maniquí de mimbre. Su lectura recuerdo que me dejó una

— 155 —
amarga, enigmática impresión pesimista, pero un convencimiento tristemente sólido.
Un superhombre—claro es que así tiene que ser á quien las peripecias de la novela no
pongan los pelos de punta—, de regreso de una excursión, sorprende á su mujer, tras
un biombo, besuqueándose con un amante. Y al punto os ocurrirá pensar que el marido,
loco, fuera de sí, va en busca de un revólver para matarlos. No; con serenidad augusta
los mira un momento; deja escapar una sonrisa de sarcástica beatitud, y como si nada
hubiérale ocurrido, penetra en su despacho. ¿Sabéis cuál es su venganza? Arrojar por
la ventana un maniquí de mimbre, y su separación inmediata... ¿No os entusiasma esta
placidez civilizada de los temperamentos de nuevos tiempos? Pues ahí, precisamente
ahí, es hasta donde quiere llegar Felipe Trigo. Sin embargo, no. se me negará que en
el fondo de toda compleja cuestión hay mil simplicísimas cuestiones, y que en el fondo
de ésta hay una gravísima cuestión de temperamento. ¿Quién puede garantizar que todos
los hombres han de participar de la mansa beatitud del héroe de Anatole? El amor
en la Vida es antagónico y contradictorio, á veces, del amor en los Libros.
Claro; como que lo uno es bello resurgimiento de un paganismo real, es la vida misma;
y lo otro, el amor en la vida, no como es, sino como quieren que sea los que la escriben.
II
Y pasando por alto la manifiesta impudibundez de algún capítulo de la obra, llegamos
á una parte ágil y substanciosa. En ella, enérgicamente, el novelista de la mujer rompe
el gordiano nudo de una poética lej'enda. Y si. esto es así, y si la leyenda es leyenda,
hace bien Trigo en romperla. Guerra á los convencionalismos. Cuando la verdad destruye,
tendrá sus razones al destruir. ¿Es acaso que una nueva construcción, espléndida
y magnífica, más sólida y útil que la que ya tiene un marcado carácter de caducidad,
va á llenar su puesto? ¿Y sabéis contra quién arremete primero en un hermoso capítulo
á propósito de la transformación de la mujer?... Pues contra los poetas.
La han idealizado tanto, la han divinizado tan altamente en sus versos, que al igual
de una figulina de Sevres, nos han tratado de imponer que el sexo débil no debe en la
vida tener más finalidad que la de embellecerla y servirnos de adorno. Cierto que la realidad
va siempre á la zaga de la quimera: pero en este caso, ni á distancia puede seguirla.
Y Trigo se rebela con los poetas que, cantando la excelsitud de la mujer, no hacen
otra cosa que alimentar una quimera. ¿No sabe Trigo que estas canciones de los poetas
no son más que prestigioso deseo lírico? Los poetas—exclama el autor del libro que motiva
estas líneas—mienten al afirmar que la mujer es la diosa de la vida á quien debemos
rendir culto eterno. «Vuélvanse á la realidad los ojos—agrega—, y se verá al ser
idolatrado... ¿en los altares de la consideración? No; en casas de prostitución sirviendo
para escarnio de los amores; en las fábricas ó en el río, tejiendo y lavando la ropa de
los poetas; y las más dichosas, de ángeles del hogar..., con aguja, y con escoba, y con
soplillo para servirle como esclavas domésticas al hombre...»
No obstante, conviene hacer una salvedad en favor de quien al preconizar tan dignamente
la misión de la mujer, no lo hace inspirándose en las impurezas déla realidad,
sino lo que en un orden de superior moral social debiera acontecer. Pues debe tenerse en
cuenta que los poetas que así la exaltan no pretenden afirmar la situación de femenino
sexo en esta ó en la otra sociedad, en este ó esotro tiempo, en una civilización rica y
floreciente ó en otra medioeval y atrasada. Cantan con alegre cantar de alondra, amiga

— 15G —
del sol y de la luz, la excelsitud de la misión tan bella que en todas las edades, y en
todas las épocas, y en todos los mundos debe tener la mujer universal. Créame el señor
Trigo que es el suyo un error de perspectiva.
Al sociólogo, al intelectual, al economista, es cierto que toca decir: la mujer trabaja
como burro de reata en los más viles oficios. Pero no lo es menos también que la misión
del poeta es evitar con su voz estas injusticias y creer con fe mística en una reivindicación
de nirvana y amor infinito. En que los hombres trabajen sólo, y mucho, y cuanto
más puedan mejor; que en la vida hallarán ya un paraíso con singulares encantos, pleno
de misterios: el paraíso que atesora toda apasionada mujer.
Las indicaciones anteriores nos llevan como de la mano á la cuestión del trabajo
intelectual. ¿Debe la mujer estudiaren las Universidades, y procurarse títulos de aptitud
como el hombre? Y á vuelta de unos testimonios, reflexivas doctorales respuestas
de etiquete, dadas por ciertos profesores europeos á La Rtvue, Trigo opina que si. Y
hasta llega á conclusionar que hay una igualdad absoluta intelectual y moral entre el
hombre y la mujer. No negaremos nosotros que hayan existido cerebros femeninos de
masculina potencialidad mental, ni que educada la mujer para los ejercicios del espíritu,
pudiera rivalizar y aun competir ventajosamente con el hombre. Tienen bajo sus hermosas
ondulantes cabelleras una agilidad cerebral y una latina prontitud para el raciocinio
de que no estamos tan ricamente dotados los hombres. ¿Pero se me negará también
que intelectualizar por sistema á la mujer, tanto valdría como trocar por completo
el destino de nuestra Eva futura? Dios dijo al hombre: ¡Ganarás el pan con el sudor de
tu rostro! El precepto bíblico no es imperativo en este punto con la mujer. Su culpa está
suficientemente pagada pariendo con dolor... Esto aparte de que ya son unos siglos de
experiencia y secretos do saber lo que nosotros las llevamos adelantado.
Y volviendo de nuevo al trabajo material de la mujer, tras hacer el autor una afirmación
gedeónica é indubitable, la de que el trabajo fortalece y hace más armónica la
escultural belleza del cuerpo—que lo digan si no Las tres reinas, de Mauricio López
Roberts—, se atreve á opinar que los desarreglos fisiológicos, de carácter necesario en
la hembra, no serían para ese trabajo un obstáculo. Yo recomiendo respetuosamente á
Trigo que lea con atención lo que acerca do esto dice en su Higiene de la inteligencia.el
Dr. D. Nicasio Mariscal... Julio Destrée, en un folleto dedicado á las mujeres
socialistas, escribió: «Es cierto que la mujer está más propensa que el hombre, en la
actualidad, á adquirir cierto número do enfermedades y de estar sometida á casos imprevistos
que la inhabilitan temporalmente para el trabajo.»
Y con esto entramos ya de lleno en la serie de capítulos que pudieran bautizarse
con el título genérico de Situación social de la mujer bajo un régimen comunista.
Efectivamente que la tendencia de los Estados modernos—la mayoría erigida en
dictadora—es separar sin escrúpulos de ningún género el nexo religioso de la intervención
civil que al Estado le corresponde en el matrimonio. Para el Estado, los contrayentes,
verdad es que son más que nada contratantes. Es decir, que, con independencia,
al unirse el varón y la hembra, contraen compromisos distintos con la Iglesia y con
la sociedad civil. Pero llegará un día en que, suprimido el problema de la herencia, para
nada el Estado necesite saber que entre dos seres se lia constituido una sociedad que
por lo pronto no ha de tener más que el supremo fin del amor. Y lo mismo la Iglesia.
Entonces á la sociedad civil y á la religiosa, producto de civilizaciones bárbaras, sucederá
con ventaja la prístina y simplicísima sociedad natural.
Los grupos de dos amantes, para constituir el hogar amoroso, no obedecerán al formarse
más que al hecho de la simpatía libérrima que haya entre ellos, como podrán

— 157 -
separarse con el beneplácito de la comunidad (Estado) tan pronto como esos lazos de
cariño comiencen á extinguirse. Esto, verdaderamente, no pasa de ser una lucubración,
una visión gratuita del porvenir, que, aunque posible, pudiera, sin embargo, dar lugar
á las más estupendas confusiones.
Conviene aclararlo. Si es innegable que el Estado no se entromete en las cuestiones
del hogar relativas al orden re-ligioso, no es porque adopte una situación de indiferencia
contra los intereses de la Iglesia, muy el contrario, es por respeto al orden de la
misma. De lo contrario, dando como buenas las afirmaciones anteriores, rotos los vínculos
de las pequeñas con las grandes sociedades, un mínimun de relajamiento en el orden
social bastaría para que la unión libérrima de los sexos fuera la única y fatal secuela.
Y, efectivamente, no propagandista, sino «impasible observador», al amor libre llega
Trigo después de lo dicho. ¡Estrechadle en un abrazo de aprobación, oh manes venturosos
de Vicente Medina!
Lo extraño en el originalísimo y pasional autor de El Amor en la Vida y en los Libros,
es su manía de reglamentarlo todo, cuando por temperamento tiene más de una
afinidad con el anarquista metafísico, el descreído Carlos Malato. Y digo esto, porque
en el régimen socialista, es colectivista mejor dicho, que él sueña, donde nada debiera
trascender más allá del orden económico, rebasa todo, todos los límites, desde el moral
hasta el educativo y fisiológico.
Con su organización de casas de maternidad para puérperas; de parques, así como
casitas de fierecillas, para niños; de colegios para adolescentes y talleres para adultos,
convierte á la ciudad del porvenir en una especie de incubadora con muchos departamentos
adonde pasarán á su tiempo, como cualquier especie gallinácea, mujeres y
hombres, en singular consorcio... Bien es verdad que Trigo, gimnasta de la idea, á
estas conclusiones fue llevado por las circunstancias. Forzado á justificar ante la crítica
el psicologismo de su novela erótica, su movilidad cerebral corrióse impetuosa por
los campos de la emotividad científica. Y este es todo el contenido de lo que forma su
volumen con la hermosa conferencia leída en el Ateneo. De ella hablaron con la merecida
extensión periódicos y revistas. Sólo para terminar, concluiremos transcribiendo
unas sus detonantes palabras donde él hace una original defensa de su antigramaticalismo
goncurniano. Mi ideal, dice, sería poder expresarme con las siete notas de un pentagrama,
porque la majestuosidad en el lenguaje, como en la música, surgiría en la
composición independiente de las notas.
O-
VICENTE MABÍN.

DUEÍ^ME... (i)
De la nocturna lámpara cae una luz incierta;
duerme en plácido sueño, con la boquita abierta;
á dos guindas se igualan sus labios purpurinos,
y son nítidas perlas sus dientes nacarinos;
turgente, torneada, la mejilla lustrosa,
y la tripita blanca es toda leche y rosa;
hoyuelos en el codo; las manitas amor;
puro el hálito suave; el niño es una flor.
¡Pensar que yo era un día, hermoso é inocente,
de Dios y de mi madre amado dulcemente,
soñando que los ángeles on la celeste esfera
montaban infantiles caballos de madera;
que mi mejilla pálida, que mi frente rugosa,
eran, como las suyas, también de leche y rosa!
¡Duerme niño! Los años traerán los huracanes,
inútiles fatigas, enojo en los afanes;
amarás las muñecas que te abrirán los ojos;
te ofrecerá la cárcel miserias y despojos;
te dará la riqueza todo placer liviano;
buscarás de la ciencia el escondido arcano;
llamarás á la gloria, esa fatal quimera,
que al alba te sonríe y luego desespera.
Duerme, niño dichoso, de mejilla florida,
cuyos colores roba la esfinge de la vida;
sonría descuidada tu boca primorosa,
que ha de reir más tarde amarga y desdeñosa;
sonríe á tu muñeca, que no lo sentirás;
sonríe á los querubes que yo no veré más.
(1) Poesía escrita en italiano por un preso desconocido, y que figura en la pág. 533 del tomo I de L'uoino delinquente,
de Lombroeo,

— 159 —
Cuando burlas y veras, afanes y desvelo
te hayan dejado calvo, como lo está tu abuelo,
y quieras que te enseñe el rumbo del destino
llevándote avisado por el mejor camino,
te diré que el vivir es placer y dolor
que manan de una fuente: la fuente del amor.
Que no busques en nada la senda favorita,
que lo que te da el uno el otro te lo quita.
—a
Traducción de
Rafael SaliUas.

CANTO Á
«Venir vedra'mi al tuo dilectto elgno
o coronarmi allor di quelle foglie
che la materia e tu mi farai degno »
DAN'I'K. (Paraísoperdido.)
Villaclara: Años hace, sobre la misma escena,
en fiesta centenaria de regocijos plena,
verde rama ceñiste á mi atrevida sien:
fue como la promesa que me anunció la justa,
y hoy, doble y agrandada por tu bondad augusta,
es la rama corona triunfante de laurel.
Y no es para mi frente; lo sé; razón aleguen
las turbas agoreras que tu lisonja nieguen;
hiciste de un destello, hiperbólico sol;
porque sabes que he sido de tu culto un cruzado,
porque sabes que, ausente, he sufrido y luchado,
y bálsamo demandan mi esfuerzo y mi dolor.
Mi obscurecido nombre salió de tus palmares
y osó llegar más lejos, por los latinos mares;
halagadoras dádivas viniéronme de allá,
mas ninguna esplendente cual tu ofrenda sagrada,
tan enorme, que temo que, por tu amor cegada,
contradigas, y aun retes, á la Posteridad.
Las doradas rosetas, precoz, me sedujeron;
no el áureo caduceo ni el arnés me atrajeron:
amó el oro en el brillo de apolíneo florón;
si ese brillo, por vano, los prácticos desdeñan,
poro es el que me ofreces, bendigo á los que sueñan
y envanecido ostento mi Cruz de Soñador!
No extrañes que, abrumado, se me anublen los ojos,
porque el alma en sus triunfos añora sus despojos,
y en las reliquias pienso que te dejé al partir...
¡Ay, mi padre, mi normana! Hoy no están á mi lado,
y ella hubiese reído, y él hubiera llorado:
que tierra, y cielo, y gloria, ansiaban para mí.
Ancora de mi nave, de mi ternura ofrenda,
la madre de mi vida, madre, te dejé en prenda;

— 161 —
la adolorida anciana puedo el lauro gozar,
y sólo por haberla tanta dicha ofrecido,
si no por mí ganado por ella merecido,
es misericordioso el premio que me das.
¡Pueblo de mis nostalgias: amigos, camaradas,
voces que me acarician y me son tan amadas,
aires de tus montañas, silfos de tu pensil,
ritmos de tus alcores, trémolos de tu río,
todo lo que me canta y me dice que es mío,
con sangre, y mente, y alma, las gracias recibid!
Y á los embajadores de Elocuencia y Poesía
que han venido á hechizarnos dalas tú, madre mía;
di que han sido magnánimos y nobles como tú,
que brindas á su genio también palmas de gloria,
que para recordarlos tendrás feliz memoria
y es timbre de tu escudo la rosa Gratitud.
Cuando das á tus hijos, das en pródigas dosis;
tu rica fronda alienta auras de apoteosis
que las frentes orearon, en magno galardón,
de filántropos como Marta, Conyedo, Hurtado;
patriotas cual Gutiérrez, Vidal, Lorda, Machado;
bardos cual Vidaurreta y Eligió Capiró.
Bien hiciste, que fueron santos, guerreros, vates,
orgullo do tu estirpe, honor de tus penates;
¡ufánate, matrona, porque supiste dar:
del murmullo del Bélico, tiernísimas trovadas;
del hierro de Escambray, victoriosas espadas;
del corazón del pueblo, tronos de caridad!
Prodigas aureolas porque te sobra lumbre;
asciendes sin medida porque es vasta tu cumbre,. ,
y á los tuyos, por serlo, brindas excelsitud, j.Ji.nh;
lección dignificante ofreciendo al cuban©,).; ••>:.i i ¡m
que honora al extranjero y deprimo al hermano.
y si lo propio ii\ety&'jilp etóvimhas'tálla.pr.uzí.'ia'Uv,
Torna á btóeatriélKSdmBnuipevxss'tvi^dr y>gallas:
de vqls^fl6'8i't!ralui..< 1i,
de alumbmr!na©rla-si8Íiittfe.sjioseiiáá;nttíi!ipii>lbiz'r' Ir. ;ui|>
de

— 162 —
¡Dame antiguos alientos, claridades y olores,
y mi fe, que agoniza como mi juventud!
Cuántas noches, ¡olí madre!, evocaba de lejos
tus aviroras turquíes, tus ponientes bermejos,
los postigos en donde Amor quísome herir,
la escuela, con mis ansias de improvisarme sabio:
visiones y latidos que eran dulcido agravio
de mi espíritu libre, esclavizado aquí.
Y en mis sueños surgían, por gracia misteriosa,
tu prado frutecido y tu peña canosa;
el claro doble cerco del sonante cristal
que diluyen tus ríos, en cuyas crespas linfas
hundían su escultura las capireñas ninfas,
en aquellas tus albas floridas de San Juan.
Ni aun en climas distantes olvidé la existencia
que discurrió á tu lado, ni su prístina esencia,
y escuchaba y veía, entre el mundial tropel,
el rumor de tus seibas, por el viento hechas liras,
de tu hogar campesino las humeantes espiras,
las puras emociones de mi santa niñez.
La tropical belleza me deslumhró en tu campo,
en el verdor continuo y en el súbito lampo,
en el cálido valle y en el fresco palmar;
en ti libé los jugos de la urente Poesía,
aprendí de Nobleza, de Valor, de Hidalguía,
y se orientó mi ruta por la estrella Ideal.
¡E/ecuerdos candorosos con la mente aún gozados!
¿Dónde están mis sinsontes, los poetas alados
en cuyos trinos férvidos mi vocación sentí?
¿Mis tórtolas nevadas, los lirios do las aves,
almitas con plumajes cuyas ternezas suaves
mi cítara enseñaron á arrullar y gemir?
¿Dónde aquellos frutales que mi gusto acendraron,
que alígero trepaba y en mi boca dejaron
néctares deliciosos que no halló en otra miel?
¿Dónde de las mazorcas los amarillos dientes,
que al verlos parecían saludarme rientes,
de sus labios fibrosos la esmeralda al romper?

— 1G3 —
¿Dónde seres y cosas? ¿Compañeros y amigas;
rumorosas colmenas y granadas espigas;
lugareñas con labios de candente rubí;
guajiros atezados; cañas de verdes lanzas
que á mi vista ondulaban cual lagos de esperanzas...?
Naturaleza y Vida, ¿dónde está aquel Abril?
¿Dónde el sultán canoro que en mi patio imperaba,
reloj de mis insomnios cuando ya atormentaba
mi pecho la impaciencia de volar como él?...
¡Todo marchó ó á muerto! ¡Cuanto nos quiera ó mime)
el verdugo del Tiempo nos lo aleja ó suprime,
ó está próximo á irse, ó por siempre se fue...!
Para mi amor de niño, el presente es un yermo:
el colegial se encorva; el mentor ostá enfermo;
el ara se halla huérfana de la antigua oblación.
¡Cuánto fruto agostado, cuánto vigor rendido!
¡Cuántas veces las aguas por tu cauce han corrido!
¡Cuántas tu jazminoro ha mudado do flor!
¡Oh dulce primer nido! ¡Quién hubiese podido
vivir en leda calma sin dejar aquel nido!
De él me arrojó, lo mismo que al ave, el huracán;
y el éxodo fue triste, y arreciaron mis duolos;
mas para darme impulsos é infundirme consuelos,
me siguió á todas partes tu sombra maternal.
En Rocinante á ratos, por fragosos otoros;
á veces en Pegaso, por astrales senderos,
con la lira ou los hombros, cabalgué, cabalgué...
En otros, desmontado, con almete y cimera,
por los agrios caminos emprendí la carrera...
¡Si no al triunfo, al descanso dorocho he de t.oner!
Desdo la recia cumbre do mi brogar, suspiro
por volver á la falda do tu blando Capiro;
hallar en tu arboleda báculo á mi vejoz;
olvidado del mundo, holgar sobro tu césped;
y cuando llegue ol día do serte iniítil huésped,
tener, madre, en tu seno, sombrado mi ciprés.
¡Qué hermoso si á la sombra de mis nativos lares,
y cerrados los ojos por manos tutelaros,

- 164 -
mi espíritu volara al espacio, á lo azul...!
¡Oh Madre Predilecta, qué próvida fortuna
si del árbol raigado de que se hizo mi cuna
se hicieran las humildes tablas de mi ataúd!
¡Alegrémonos, madre, y en este aniversario
que suelte su algazara el viejo campanario,
el orador su arenga, el bardo su canción;
no para festejarme, para halagar tu oído:
que tú sí lo has ganado, y bien has merecido
los vítores del hombre, la bendición de Dios!
Mas, ¡ah!, que cuando todo risueño nos parece,
el júbilo se aflige y el fausto se ennegrece;
¡que está roto y caído de la Patria el altar!
La vibración heroica á los héroes no llega,
y se eclipsa la Estrella, y el Pabellón se plega,
y Cuba se desgarra con su propio puñal!
Pueblo, en el mismo centro de la Patria engazado,
por el fervor y el sitio, como predestinado
á ser la noble entraña que riegue Paz y Amor,
edifica en las horas del torrencial bullicio,
separa en la discordia, une en el sacrificio,
y lo que hemos perdido, selo tú: ¡el Corazón!
Aquel temblor suicida que estremeció los Andes
y que hizo patrias chicas de territorios grandes,
nos llega al Arco, y tiembla San Antonio y Maisí;
mitad de ese arco de oro, que la codicia acecha,
sé tú la diligente y vibradora flecha
que llegue las conciencias unánimes á herir!
Hacernos puede el choque la marcha más segura,
y de la Independencia tornar por la llanura
con advertido paso, sin un tropiezo más.
Si el nacional alcázar hemos ya poseído,
no nos conformaremos con haberlo perdido:
¡es, por ventura nuestra, fénix la Libertad!
Si es la muerte el asilo seguro de la Fama,
durmiendo en ti, consiga la que mi afán reclama;
pueda un milagro entonces mi espíritu lograr,

— 165 —
y cuando torna Mayo y cuando Octubre viene,
en mi oído, aún despierto, «¡VIVA CUBA!» resuene,
y oiga que se repita en nuestra habla inmortal.
Mas si mi verbo límpido no es el que escucho fuera,
el polvo de mis huesos disuélvase en la esfera;
mis restos miserables no reposen aquí;
no entenderán mi lápida otras generaciones,
y perdidos por siempre nuestros caros terrones,
ni han de sernos piadosos, madre, para dormir...!
La tumba defendamos al defender la vida,
que quien quitarnos puede á salvar nos convida;
burlemos la sentencia del destino fatal;
los crepúsculos grises resuélvanse en auroras,
y á las nubes sucedan de las febriles horas,
serenos y radiantes halos de Eternidad!
Manuel S. Pichardo.
El pueblo de Santa Clara ha celebrado fiestas públicas los días 14 y 15 de Julio de 1907, aniversario de sn fundación,
para conmemorarlos acuerdos por los que se declara al autor de este canto «Hijo predilecto de Villaclara», se da su
nombre á una calle de la ciudad, y se coloca una lápida en la casa donde pasó sus primeros años.
-O

Información ibero-americana
España.
Los poetas en el Teatro.
Guando apenas hace todavía un año que, á consecuencia de cierta memorable
polémica á la que fui obligado, publiqué un libro entre cuyos capítulos
figura uno con igual título que estas líneas, no puedo menos do leer con gusto
lo que en estos días se ha predicado en igual sentido por los maestros de la
juventud, «de quienes aprendieron muchos y á quienes deben mucho todos».
«Más de una vez he dicho—escribe Jacinto Benavente—que es ridículo
hablar de romper moldes en el Teatro, y menos en el Teatro español, en donde,
desde La Celestina á los autos sacramentales, hay moldes para cuanto en
lo humano y lo divino puede ser llevado al Teatro. No hay que romper nada,
ni siquiera ensanchar; lo que sí es necesario es no limitar el Teatro á un solo
molde, así sea el do última moda; lo necosario es que alternen en el repertorio
de las grand3S compañías obras de los más diversos géneros y escuelas,
para ampliar los gustos del público, que siempre tendió á limitarlos, y apenas
ve cuatro obras realistas, en prosa, de su agrado, no duda en decretar que el
romanticismo y el verso han muerto para siempre; y si por un feliz acierto
lograran imponerse dos ó tres obras en verso, con la misma ligereza proclamaría
que el realismo ya estaba muy pasado y que el Teatro es sólo idealidad
y poesía.
»E1 Teatro necesita poetas.
»Por su cultura, por su dominio de la técnica, por la variedad de estilos,
quizás, no hubo nunca en España tal número de excelentes poetas como ahora.
Entre ellos los hay que triunfarían en el Teatro con la sola magia de su
poesía. Sí; los poetas modernos de España nos deben un Teatro.
»No cito nombres; pensad cada uno en vuestro poeta. ¿No creéis que sus
obras de Teatro—no digo teatrales—serían una delicia espiritual para los que
ya estamos cansados de oir en el Teatro las mismas vulgaridades de este vivir
prosaico, ese Teatro en que hablar gramaticálmente j^a es falsedad, y decir lo
que se piensa atrevimiento, y decir lo que se siente lirismo?
«¡Poetas de.España: yo, que daría todas mis obras por un solo soneto de los
vuestros, os lo digo con toda la verdad de mi amor á la poesía: venid al Teatro!
»Os necesitamos para despertar la imaginación del público, tan cerrada,
tan dormida, que ya hasta la misma realidad le parece falsa si no es tan insignificante
como lo es la vida para el que sólo lleva en los ojos una lente de
máquina fotográfica sin un alma dentro.»

— 167 —
Estas son las palabras del maestro del Teatro moderno, del crítico sabio,
«mago sutil y primoroso de la conversación española», como le llama Salvador
Rueda.
Y este ilustre poeta, añade:
«En Francia, según nos dice el universal Gómez Carrillo, triunfa el Teatro
en verso, á la vez que en la poesía lírica se proclama lo humano; quiérese allí
ahora alma, pasión, vida de tamaño natural. Pero el noble deseo de Benavente
no procede de las oscilaciones de la moda de París; brota espontáneo del corazón
do nuestro dramaturgo, cada día más partidario de su gente y de su tierra.
En buenas manos está el pensamiento, y los domas sólo tenemos que seguirlo.
Si el verso triunfa en el Teatro francés, no hay razón para que deje
de triunfar en España, puesto que nuestro idioma, como el italiano, tiene mayor
riqueza de flautas, de registros, de modulaciones, que el francés, el cual,
desde que se desgajó del primitivo tronco latino, nació predispuesto, antes
para conversar que para cantar.
»Espafia no es más que poesía, toda ella poesía; eso fue, eso es, eso será;
no se varía la turquesa de una nacionalidad por un golpe de magia. Todo
nuestro panorama histórico no es otra cosa que un desmesurado poema épico...
«España tiene su traje, su espíritu original, su arte inconfundible con ningún
otro del mundo, y es toda ella un poema maravillosa. No se derroca, no
haya temor; es tan espesa la levadura de su sangre, es tan intenso su temple,
que aunque se deje ir como un cataclismo contra todos los molinos de viento
y contra todas las quimeras heroicas, y salte hecha pedazos, al impulso de su
robusta complexión de siglos se pondrá otra vez de pie, y recobrará de nuevo
su sueño magnífico de tigre, su amplio amodorramiento de león, su noble desgaire
varonil. Es y será siempre la raza que parió cien Repúblicas. De sus
venas vive medio mundo.
»Es, además, la madre del arte sano; sus ubres no se acaban jamás.
»En sus grandezas como en sus caídas, España es siempre la no medible
con ningún metro, como no sea con el metro de la poesía.
»¿Qué extraño, pues, como quiere Benavente, que los poetas españoles
hablen su lengua en los escenarios? Lo que hace en una labor infinita una
raza para depurar su idioma y hacer de él una definitiva patena, no se puede
arrojar al polvo; y ya que de unas manos en otras ha venido este idioma nuestro
adquiriendo tornasoles de siglos, músicas de guerras, flexibilidades de vida
que tuvo que llorar de todos los modos y que reir de todas las maneras; ya
que ese idioma llega á nosotros bajo el palio inmortal cuyos varales de oro
llevaron Calderón, Cervantes, Lope, Quevedo, Garcilaso, Espronceda, Zorrilla,
Becquer, Larmig, Campoamor; ya que se nos entregan sus santos varales
para que nosotros los llevemos procesión adelante y los vistamos de más resplandores,
cantemos en verso dentro del Teatro y hagamos en ritmo las comedias.»
Ninguna campaña como esta para llevarse un aplauso cerrado de toda la
nación. Es cierto.

- 168 - '
La idea de Benavente lia dado ya la vuelta á España y no dejará de advertirse
pronto su influencia, que tan eficaz y provechosa logró ser y será en nuestra
contemporánea literatura.
No es un misterio para nadie que los principales dramaturgos- del mundo
han sido los poetas líricos que apetecieron triunfar en la escena, y que sus
obras de Teatro son las más grandes que se registran en la historia de la dramática
universal.
Por algo se llamó y se llama poetas dramáticos á los dramaturgos.
En la lista de nuestros autores dramáticos, desde el siglo de oro, aparecen
en bien notoria mayoría los nombres de los poetas.
Lope y sus imitadores: Sánchez el divino, el canónigo Tarraga, Gaspar de
Aguilar, Guillen de Castro, Mira de Mescua, Jáuregui, Tirso, Alaroón, Rojas,
Moreto.
Calderón, Céspedes, Matos Fragoso, Bancés Candamo, Solís.
La Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz; D. a Feliciana Enríquez de
Guzmán, tan elogiada por el maestro Lope; la Musa de Sevilla, D. a Ana Caro
Mallen de Soto.
Moratín, Cadalso, Jovellanos, Cienfuegos, Quintana.
Zorrilla, el Duque de Pavas, Tamayo, Ayala, Fernández y González, Ventura
de la Vega, Hartzenbusch, Eguilaz, Florentino Sanz, Narciso Serra, Hurtado,
Balaguer, Zapata, Herranz, Blasco.
Sus composiciones líricas, ora se coleccionen juntamonte con sus obras dramáticas
ó incluidas en ellas, como sucede en más de un caso, permiten observar
siempre que cuanto más grande es el poeta lírico, mayores son sus triunfos
en la escena.
Y la misma observación puede hacerse en las demás literaturas.
De Portugal pueden citarse: Gil Vicente, fecundísimo autor dramático,
llamado el Planto lusitano; Saa de Miranda, uno de los mejores poetas hispano-portugueses
del siglo XVI, introductor de la métrica italiana en Portugal
y autor de comedias escritas también al estilo de Plauto y Terencio, clásicas
en la literatura patria; Ferreira, el Horacio portugués; Méndez Leal y Castellobranco,
á quien un crítico español compara con Zorrilla por sus versos,
con Bretón por sus comedias, y por su ingenio con Larra.
Poetas fueron en Italia: Juan Rucellai (siglo XV), autor de Rosmunda, una
de las primeras tragedias regulares del Teatro italiano; Ariosto, creador de
un género de epopeya en el que no ha tenido igual, aun teniendo imitadores
como Voltaire: las comedias de Ariosto se representaban en las fiestas de la
corte; Juan Jorge Trissino, cuya tragedia Sofonisba es, según Voltaire, la primera
tragedia razonable y puramente escrita que Europa ha visto después de
tantos siglos de barbarie: el Tasso la comparaba á las obras maestras de los
antiguos; Alfieri, poeta fecundísimo y maestro en la tragedia; Foseólo, cuya
elegía I sepolcri es tenida, entro los italianos, por monumento eterno que demuestra
hasta dónde llega la dulzura do su idioma; Manzoni, que con El Conde
de Carmañola, primera tragedia romántica en la que abandonó el sistema de

— 169 —
las tres unidades, se conquistó el aplauso de Groethe, y poeta es, en fin, D'Annunzio.
Abundantes notas aporta Francia desde los tiempos de Scarrón, allá á principios
del siglo XVII, hasta Rostand, contemporáneo nuestro.
El triunfo del Teatro de Scarrón, poota de El Virgilio disfrazado y de otros
notables poemas, se debió tanto á su inspiración poética como al influjo de la
literatura española, de donde tomó los asuntos de sus principales comedias ó
tragedias, como El criado mayor, El guardián de sí mismo, El marqués ridículo
ó la condesa hecha deprisa (comedias en cinco actos y en verso), y El
estudiante de Salamanca (tragedia también, en verso y en cinco actos).
Chateaubrun, célebre trágico comparado con Hacine; el gran Voltaire, filósofo,
historiador, crítico, poeta, novelista y autor de tragedias y comedias,
grande en todos los géneros; Gresset, que honrado con el título de Poeta de
París y beneficiado con el sueldo anual de 5.000 francos, concedido por el preboste
de los comerciantes, ingresó en la Academia Francesa á raíz del éxito
alcanzado con su comedia El Malo, una de las mejores del siglo XVIII; Beaumarchais,
relojero y arpista, y autor dramático y literato que á los trece años
era ya poeta; Sebastián Chanfort, autor de Fugitivas (poesías), y tan aplaudido
desde su primera obra dramática, estrenada en el Teatro de la Comedia
Francesa con el título de La joven india; Ducis, cuyas poesías recuerdan á
Horacio, y cuyos triunfos en el Teatro fueron tan legítimos; Gabriel María
Legouvé, cultivador feliz de la elegía y la tragedia; el caballero de Fonvielle,
célebre por su poema La guerra de España y su famosa Oda á Luis XVI, mártir,
á la vez que por sus tragedias Aníbal y Artuza y Collot d'Hervois en Lyon;
Hoffmann, que se dio á conocer publicando poesías en el Almanaque de las
Musas, y estrenó luego dramas como Fedra y Nefté, que gustaron extraordinariamente
en París; Beránger y Lamartine, aun cuando no cultivasen mucho
el Teatro; Casimiro Delavigne, no menos célebre como poeta lírico que
como autor dramático, y eso que sus memorables éxitos en este género se tienen
por los mayores que registra la historia de las literaturas: Las vísperas
sicilianas y otras obras tan elogiadas y aplaudidas como Escuela de ancianos,
Los comediantes, Los hijos de Eduardo, Don Juan de Austria, etc.; Mery, precoz
poeta é improvisador que también brilló en el Teatro y en el cuento y en
la novela; Emilio Deschamps, fundador con Víctor Hugo, Viguy y Nodier del
periódico La Musa Francesa, donde á menudo publicaba poesías, habiéndose
ya antes atraído la atención del emperador con su oda patriótica La paz conquistada,
y que con la comedia La Tour de Faber alcanzó más de cien representaciones
seguidas; Ernesto Legouvé, que se dio á conocer con su Oda al
descubrimiento de la Imprenta, premiada por la Academia Francesa, y compuso
bellísimos poemas (Los viejos) y muy notables comedias que se mantienen
todavía de repertorio en los teatros de Francia y fuera de Francia, como
Batalla de damas, Medea y Por derecho de conquista, esta última traducida
al castellano; Poitevin; Houssaye; Banville; Morinier; Gondinet; María de Saffray
(Raúl de Xavery); Francisco Coppé, de quien pueden citarse, jnnto á sus

— 170 —
hermosas poesías Intimidades, Los humildes y El cuaderno rojo, dramas tan
brillantes y aplaudidos como Le Passant, Haz lo que debes y El guitarrero de
Cremona; Juan Aicard, conocido primero por sus colecciones poéticas Los jóvenes
creyentes, Las rebeliones y las paces, Canción del niño y Poemas de Provence,
premiados estos dos por la Academia, y aplaudido después en el Teatro
con obras como Un rayo de luna y Pigmaleón; Delpit, soldado, poeta, novelista
y dramaturgo; Augier, cuya obra dramática Gabriela le valió el premio
de 7.000 francos de la Academia Francesa, en la que ingresó á los treinta y
nueve años; Rostand, que empezó su carrera literaria publicando á los veintidós
años un libro de versos, Musardines, y, en fin, tantos otros poetas como
pudieran citarse, son ejemplos que se deben sumar á los Hugo, Vigny, Musset,
Daudet, Richepin, France, Mendés, etc., cuya obra no necesito detallar
ahora.
En Alemania, ya á principios del siglo XVI, aparece Juan Sachse, verdadero
fundador del Teatro alemán; á su influencia se debió el primer teatro
construido en Nuremberg (1550). Popularísimo autor de poemas alegóricos,
causó con ellos honda impresión, como con el titulado El ruiseñor de Witteniberg,
en el que alabó la reforma luterana.
Y posteriormente brillan en el Teatro los poetas Juan Cristócal G-otsched,
que triunfó con tragedias y comedias pálidas y frías, sí, pero superiores á
cuanto hasta entonces se había representado en la escena alemana; Klopstock,
lírico y épico, que consagró su vida á La Mesiada, el más hermoso poema épico
alemán, 3* compuso tres notables tragedias: La muerte de Adán, Salomón y
David; Schiller, que aunque vivió cinco años menos que Balzac, no dejó sólo
poesías, como El ideal, La alegría, Resignación, La campana, sino también
dramas como Los bandidos, Wallenstein (trilogía), María Estuardo, Juana de
Arco, Guillermo Tell, cuyos imponderables éxitos no han tenido igual en Alemania;
Luis Tieck, lírico y narrador de leyendas y cuentos populares y caballerescos,
traductor del Quijote, y que por su drama Genoveva de Brabante
mereció ser comparado á Calderón; Uhland, tan popular, admirado y querido;
Koerner, el Tirteo alemán, que aunque vivió veiotinueve años menos que
Balzac, pues murió á los veintidós en el combate de Rosemberg, al siguiente
día de haber compuesto su bella poesía La canción de la espada, dejó ya una
tragedia y varios dramas y comedias muy notables; Eduardo Duller, autor de
Baladas, El príncipe del Amor (poema), Coronas y cadenas (poesías), novelista,
historiador, triunfante >.en la escena desde su primer drama, Meister
Milgrim, que fue un gran éxito; y Haering, cuyas novelas, firmadas con el
seudónimo Willibad Alexis, pasaron por de Walter Scott, y que también
conquistó laureles en el campo del Teatro y en el de la poesía.
A los poetas debió igualmente su mayor esplendor el Teatro de Inglaterra.
Poeta, gran poeta era, sobre todo, Shakespeare, y poetas fueron, en el
mismo siglo XVI, Chapman, Jonson y los mejores trágicos ingleses después
de Shakespeare: Beaumont y Flecter, que escribieron en comunidad literaria
monumentales obras; poetas, Guillermo Davenant, popular autor del poema

— 171 —
Gundiberto, y cuyo Teatro, entre otros méritos, tiene el de haber contribuido
á levantar de su postración la dramática inglesa, introduciendo en ella importantes
mejoras; Dryden, que sucedió á Davenant, como éste á Jonson, en el
título de poeta laureado, el cual entonces no se reducía á recibir una flor en
unos Juegos Florales y adquirir el derecho á elegir una mujer para reina de
una hora, sino á percibir anualmente cien libras esterlinas y un tonel de.vino
de Jerez: Dryden no tenía gran instinto dramático, pero era poeta y triunfó
en el Teatro; Jacobo Thomson, cuyas tragedias, como la titulada Tancredo y
Segismunda, le valieron gran renombre, tanto como sus poemas Las estaciones,
Britannia y La libertad; Eduardo Yound, autor de Odas y Las noches
(melancolías), Resignación (poema), y que á los treinta pflos de edad estrenó
con gran aplauso su tragedia Busiris y poco después La venganza, más notable
aunque menos aplaudida; Ricardo Shéridan, que vio entusiásticamente
ovacionada su primera obra dramática, Los rivales, á la que siguieron La
dueña, La escuela del escándalo, su mejor comedia, El crítico y otras no menos
importantes; y, en fin, Byron, el primer poeta de su patria en el siglo XIX,
que compuso muy notables tragedias y renovó el Teatro romántico.
En Dinamarca, Juan de Hauch, poeta lírico popular, novelista, fisiólogo,
y á un mismo tiempo catedrático de Literatura y de Física, llevó al Teatro
dramas como Bayaceto, Tiberio y Don Juan, que fueron muy aplaudidos, no
sólo en su país, sino también en Alemania y Suecia.
En Suecia, Lorenzo Hammarskeld, fundador de la escuela de los attervomistas,
que tanto influyó á principios del siglo XIX en la literatura sueca,
cultivó, además de la crítica, la poesía y la historia, y dio también al Teatro
la hermosa tragedia El principe Gustavo, hijo de Erico XIV.
En Noruega, Hansen brilló, tanto como en la lírica, en el drama y en la
novela; Munch cultivó á la vez, con gloria siempre, la lírica, la epopeya romántica,
la novela histórica y el Teatro: con el estreno de un drama suyo, La
juventud del rey Sverre, se inauguró el Nuevo Teatro Noruego; y Enrique
Ibsen, el eminente poeta, dramaturgo y filósofo, recientemente fallecido, que
salió, para consagrarse á las letras, de una pobre farmacia de Grimstad, aldea
humildísima, elevóse con sus dramas al rango de los primeros dramaturgos de
su época, como fue también ano de los más esforzados propagandistas de las
sanas doctrinas de moral y de virtud.
Recordemos, además, al poeta polaco José Ignacio Kraszeuski, lírico, dramaturgo,
novelista, historiador y crítico; al poeta bohemo Neruda, novelista
de fama, dramaturgo aplaudido siempre, y cuyas poesías Flores del cementerio
y Cantos cósmicos, inauguraron un nuevo período en la historia literaria de
su país; y á los poetas húngaros Vceroesmarty y Jokai, renovador, el primero,
de la poesía húngara, autor dramático y novelista, todo lo cual fue también
el segundo, aplaudido ya en el Teatro, á los diez y siete años de edad, con el
estremo de su drama El muchacho judío, como lo fue cuatro años después con
su primera novela Los días de trabajo, y al extender más tarde su actividad
á la poesía, la historia, el periodismo y la política.

- 172 —
Claro está que no faltan excepciones. G-autier, á pesar de las bellezas de
sus dramas, no alcanzó nunca un triunfo completo y satisfactorio, y lo mismo
podíamos decir de otros poetas, por ejemplo, Schlegel y Brentano, en Alemania,
singularmente el segundo, que ni con su novela Godwi, ni con su comedia
Ponce de León, alcanzó la altura á que llegaba con sus leyendas y populares
cantos religiosos. En España misma, nuestros contemporáneos poetas ISTúñez
de Arce, á pesar de El haz de leña y de sus colaboraciones con Hurtado; Campoamor,
Palacio, Reina..., no sintieron predilección por la dramática.
Igual confesión acaba de hacer en El Liberal, de Madrid, Salvador Rueda.
He aquí sus palabras: «Por mi parte, no daría una sola obra al teatro, aunque
las escribiera y publicase.»
Pero baste con lo dicho; sobrada fuerza tienen los innumerables ejemplos
apuntados para que, sin detallar las excepciones, demos por confirmada la
regla y quede así formulado un voto más por el Teatro en verso.
Poetas, en verdad, no nos faltan hoy para que so justifique la nobilísima
pretensión de Benavente. El viejo Amicis, que veranea en los Alpes, acaba
de decir allí á un amigo mío que no tenemos ahora en España un poeta capaz
de escribir los ovillejos del Tenorio, de Zorrilla; pero esto no es cierto, y bien
se puede asegurar, como Benavente lo hace, que «por su cultura, por su dominio
de la técnica, por la variedad de estilos, quizás no hubo nunca en España
tal número de excelentes poetas como ahora» y que «entre ellos los hay
que triunfarían en el Teatro por la sola magia de su poesía».
Ley es, no obstante, que á Benavente le proclamemos, cada día con más
fuerza, el verdadero creador de nuestro Teatro moderno.
Esta última campaña lo acreditará más todavía.
Benavente ha sabido aportar al Teatro elementos valiosos que han enriquecido
y completado la dramática española. Ha reformado y ampliado el antiguo
sistema de hacer comedias, que tan mezquino y pobre parecía visto á la
luz esplendente de las más progresivas literaturas extranjeras..., y el Teatro
español del porvenir, el Teatro de los poetas, llevará siempre la ventaja de los
pasos de avance á que ha sido impulsado por tan esclarecido ingenio.
MARIANO MIGUEL DE VAL.

Portugal.
- 173-—
La jefatura del partido regenerador.—Proyectos
de concentración.
La muerte, al arrebatar al jefe del partido regenerador portugués, Sr. Hintze Ribeiro,
ha privado al Trono de uno de sus más celosos y leales defensores, y al país de un
hombre de gran cultura, excelentes deseos y moralidad intachable. Mal que pese á
los que creen que sólo pueden profesarse con desinterés los ideales extremos, Hintze Ribeiro,
qtie fue cuanto se puede llegar á ser dentro de una Monarquía, ha muerto pobre.
Constante en sus principios, las demasías gubernamentales no quebrantaron su amor
á las instituciones, que siempre había apoyado con fidelidad absoluta, y fue hasta el último
momento de su vida un buen monárquico constitucional, incapaz acaso de lanzarse
resueltamente por los caminos de amplia libertad, pero incapaz también de mermar las
que el pueblo portugués había conquistado.
La muerte de Hintze Ribeiro ha planteado el problema de la jefatura del gran partido
regenerador, uno de los dos que hasta hace poco tiempo turnaban en el disfrute del
poder. Como siempre sucede en tales casos, y no tenemos muy lejos el ejemplo los españoles,
no hubo entre los personajes regeneradores unanimidad de pareceres respecto á
la nueva é indispensable jefatura. Quién propuso el nombramiento de un Consejo ó Comité
directivo, quién la inmediata elección de nuevo jefe. Y en cuanto á la forma de
elegir éste, también se dibujaron dos tendencias: una de los que querían que sólo tuviesen
voto los pares del reino y ex diputados—ya que diputados no hay por estar disuelto
el Parlamento—, y otra de los que, inspirados en criterio más democrático, querían
que tomasen parte en la elección las representaciones de los círculos, de los Ayuntamientos
donde hay concejales regeneradores y todos los correligionarios que hubiesen desempeñado
determinados cargos.
La falta de una persona de indiscutible superioridad y relevantes méritos, que se
imponga por su prestigio desde el primer momento, se dejó sentir en todos estos preparativos
de elección de jefe, y acaso el temor de discordias en el partido ha hecho más
aceptable para los que lo componen la idea de uní concentración de elementos monárquicos
que sustituya al actual Gobierno del Sr. Joao Franco.
Para jefe de esta concentración, que apoyarían los regeneradores y los progresistas,
se indica al Sr. Julio de Vilhena, hombre de claro talento y limpia fama, á quien señalé
hace tiempo como destinado á ser figura principalísima de la política portuguesa. El
país, poco ganoso de novedades, excepto en los grandes centros de población, le acogería
con simpatía y se consideraría satisfecho con la vuelta á la normalidad constitucional,
y la propaganda republicana so vería seriamente contrarrestada por un Gobierno
que, predicando con el ejemplo, hiciese ver que no es incompatible el disfrute de la libertad
con la estabilidad del régimen. Pero tan bellos proyectos pueden no pasar de ahí
si el Sr. Joao Franco se obstina en conservar el poder, ó, dado caso de hacerse la concentración,
pretende figurar en ella por sí ó por elementos suyos.
Por lo pronto, el jefe del Gabinete lusitano no parece dispuesto á ceder en su obra

— 174 —
de legislar por decreto, y gracias á su fecundidad dictatorial ya tienen los portugueses
la correspondiente ley del descanso semanal, y no hay que temer que por falta de trabajo
se clausure la imprenta de O Diario do Governo. Todo esto sin contar con que se
manifiesta muy animado á hacer elecciones, modificando previamente—claro que por
decreto—la ley Electoral.
Ojalá unos y otros se inspiren en el recuerdo de Hintze Ribeiro, y con la misma lealtad
que el muerto ilustre pospongan su orgullo al afianzamiento del orden y á la estabilidad
del régimen, porque el pueblo portugués es sufrido como pocos, amante del sosiego,
y sus irritaciones son pasajeras; pero ya dice el refrán que no hay que fiarse de
las aguas mansas.
América.
O
Letras colombianas.
SALVADOR DÍAZ-BEERIO.
Preferido lugar han tenido siempre las producciones literarias de Colombia en la
estimación de los intelectuales del continente, así como en la deferencia con que son
miradas por los buenos escritores de España.
A pesar de los pasajeros eclipses que, por causa de las conmociones políticas, ha
podido sufrir á veces su desarrollo literario, este país ha sabido, no obstante, conservar
con gallardía el cetro que tan graciosamente, en lo que se refiere á intelectualidad, le
ofrecieron las naciones hermanas desde hace varios lustros, designando á su capital
con el florido nombre de Atenas de Hispanoamérica.
Entre los escritores españoles que han manifestado simpatía por Colombia, en cuanto
se trata dal asunto en que nos ocupamos, hacemos cariñosa evocación del nombre del
insigne D. Juan Valera, quien en diversas ocasiones hizo alusión á la manera de cómo
conservábase allí el idioma en toda su pureza, á despecho de la diferencia de zonas y
del florecimiento de neologismos, tan natural, por otra parte, en un medio ambiente
destinado al desarrollo de pueblos jóvenes, pictóricos de vida.
D. Marcelino Menéndez y Pelayo, figura ilustre, de valor indiscutible en la moderna
literatura española, al hablar del importante libro Estudios ingleses, del escritor
colombiano C. A. Torres, dice textualmente: «Siempre he tenido especial inclinación á
los escritores de Colombia, porque creo que son acaso, de todos los americanos, los que
más fielmente conservan el idioma y el espíritu de nuestra raza.»
Creemos inútil, fuera de estos dos nombres, citar el de otros distinguidos literatos
que se hayan expresado de manera semejante. Para la República así favorecida, estas
opiniones son timbre de legítimo orgullo, y son escachadas con esa grata fruición con
que llegan al oído de los jóvenes luchadores, las voces de aliento y de aplauso que desgrana
un soplo triunfal del labio severo de los paladines.
La falta absoluta de circulación de periódicos colombianos en la Península, la falta
de contacto literario y el poeo interés que la mayoría de los españoles demuestra por

- 175 -
las cosas de América en general, hace que muchos nombres de escritores célebres, cuya
fama ha recorrido de un extremo á otro el continente hispanoamericano, sean aquí casi
desconocidos. Con excepción de figuras de tan alto renombre como Miguel Antonio
Caro, el famoso traductor de los clásicos latinos, filósofo, orador y poeta; Rufino J.
Cuervo, e! ilustre filólogo cuyo Diccionario extenso del idioma castellano, aumentado
con las anotaciones críticas de americanismos usuales, es una obra monumental de reconocido
mérito-, y, por último, Jorge Isaacs, el autor de María, libro inmortal vertido
á casi todos los idiomas en ediciones innumerables, no resuenan aquí en España sino
de modo vago; y conocida su obra apenas en fragmentos, los nombres de poetas y escritores
de tan altos quilates como el malogrado José A. Silva, Guillermo Valencia,
Ismael Enrique Arciniegas, Julio Flórez, Diego Uribe, B. Sanin Cano, Antonio Gómez
Restrepo y quizá algunos otros que por el momento no nos es dado recordar.
Ligeramente diremos algo acerca de los literatos aquí nombrados, prometiéndonos
para más tarde hacer un estudio acerca de otros que, en Colombia, su patria, y en América,
gozan de merecida fama por su talento y por la belleza de su labor intelectual.
El Nocturno, de Silva, esa honda poesía elegiaca capaz de hacer vibrar el corazón
de una roca, si el verbo pudiese tocar el alma de lo inanimado, despertó á su aparición
más de una carcajada cerril en labios bárbaros, no hechos para gustar las sutiles ambrosías
de un arte nuevo y extraño, interpretador de los estados de alma más complicados
é intensos. Al presente, esa poesía recorre los dominios del ritmo castellano, y su
perfume inquietante y exótico es aspirado con delicia por los exquisitos del Arte, y
también por muchos de aquellos que, para comprender la belleza, sólo necesitan corazón.
No resistimos al deseo de reproducir íntegros estos versos, para solaz de cuantos no
los conozcan. Bueno es advertir que el poeta, poeta de espíritu y de cuerpo, caballero
de una cultura singular, especie de Petronio moderno, que unía á la juventud y á la
belleza física una vasta ilustración, selló con sangre su poema, en una muerte trágica,
poco después de escribirlo.
NOCTURNO
Una noche,
una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas;
una noche
on que ardían en la sombra nupcial y húmeda las luciérnagas fantásticas,
á mi lado lentamente, contra mí ceñida toda, muda y pálida,
como si na presentimiento de amarguras infinitas
hasta el más secreto fondo de las fibras te agitara,
por la senda florecida que atraviesa la llanura
caminaban.
Y la luna llena,
por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectadas,
sobre las arenas tristes
de la sonda so juntaban,
I

— 176 -
y eran una,
y eran una,
y eran una sola sombra larga,
y eran una sola sombra larga,
y eran una sola sombra larga...
II
Esta noche
solo; el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma por el tiempo, por la tumba y la distancia,
por el infinito negro
donde nuestra voz no alcanza,
mudo y solo,
por la senda caminaba. .
Y se oían los ladridos de los perros á la luna,
á la luna pálida,
y el chillido
de las ranas...
Sentí frío; era el frío que tenían en tu alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre las blancuras niveas
de las mortuorias sábanas;
era el frío del sepulcro, era el hielo de la muerte,
era el frío do la nada,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola,
iba sola por la estepa solitaria,
y tu sombra esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como on esa noche llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas,
so acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella...
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!...
¡Oh las sombras que se buscan en las noches de tristezas y de lágrimas!...
Muchas otras poesías selectas dejó Silva, todas llenas de originalidad é impregnadas
de una dulce tristeza, en que, á veces, un escepticismo amargo rasga el cáliz sangriento
de sus flores.
Guillermo Valencia, poeta vibrante y gentil de la moderna generación, es un joven
cuyo vasto saber y laminoso talento han brillado en diversos ramos de la actividad
intelectual. Como diplomático, como gobernante y como orador parlamentario, ha
conquistado ruidosas palmas. Como poeta, figura muy alto y es uno de los pocos entre
los escritores nuevos cuyo nombre ha salvado la distancia, viniendo á obtener entre los
literatos de España merecidos elogios. Su libro de poesías Ritos, del cual apenas ha llegado
aquí limitadísimo número de ejemplares, habla mejor que cuanto pudiera decirse

— 177 -
del inspirado cantor de Anarkos, ese poema extenso, vigoroso, cincelado primorosamente
por el ático buril de una inteligencia que lia abrevado en las más puras fuentes del arte
helénico y ha recibido los fulgores del moderno espíritu francés, tan sutil y tan hondo.
Sus versos, como en el poema, suyo también, de San Antonio y el Centauro, se destacan
floridos, impecables, embellecidos por un hálito de vida nueva que hace galopar el rojo
torrente de la sangre bajo las curvas cadenciosas de la figura olímpica. Celebradas en
extremo han sido sus traducciones hechas de poesías de Hallarme, Verlain, Baudelaire,
y luego de D'Annunzio y de algunos poetas germánicos.
Ismael Enrique Areiniegas, poeta de verdadera inspiración, ha conquistado siempre
grandes elogios. Su poema Tropical es, entre todas sus poesías, quizá la más alta y
más humana. No hay país en América donde la Prensa no lo haya reproducido, al menos
en parte. E-) una nota luminosa, vivara, un desbordamiento de color y de alma.
Enmarcados por un paisaje lleno de vigor y de matices, sobre un suelo ondulante
como el cuerpo de una mujer, avanzan dos seres, plenos de juventud y de belleza, pero
de una belleza rústica, tostada por el aire campestre. El y ella. Van por entre las ondas
de oro de los trigales, que crujen como una marejada de seda, bajo un sol que abrasa
y hace correr la sangre loca por las hinchadas venas. Los ojos de la hembra, hondos
y dulces, vacilan como soles ebrios bajo el negro temblor de la pestaña, sin atreverse
á resistir Lis magnéticas miradas con que su compañero la turba y la fascina. El
aliento es breve. Las palabras, cortadas y fugaces, huyen de sus labios temblorosos
como sorprendidas aves que se escapan del nido. Y bajo el palio inmenso de un cielo
sin nubes, entro aquella pompa estival, impregnada de los hálitos ardientes de una naturaleza
fecunda, osos seres, todo juventud y lozanía, derribados al fin por el soplo
irresistible que el principio vital difunde sobre lo creado, desaparecen de pronto, náufragos
de aquel mar de oro que los cubre con sus olas palpitantes, estremeciéndose
hasta la lejanía con un espasmo febril.
Sentimos no poder dar un fragmento siquiera de tan bella producción, cuyo espíritu
hemos pretendido diseñar débilmente.
En Colonia. Brfsy, Armonía Lunar y otros poemas y poesías de Arciniegas, merecen
también justos elogios. Galano cultivador de la poesía inglesa, ha sabido interpretar
el alma del Norte en magníficas traducciones cuyo mérito es innegable.
Julio Flórez, autor de Cardón y .Lirios, es uno de los poetas más conocidos en América.
En su actual ¡ira literaria por las Kepúblicas de ese continente, ha obtenido una
verdadera ovación en cada una de las capitales adonde ha llegado. Todo lo más notable
de esos países le ha obsequiado espléndidamente. Los presidentes de Cuba, Méjico
y los de Centro América se han unido á esas manifestaciones y han colmado de atenciones
al poeta colombiano.
Flórez es un sentimental por raza y por temperamento. Sus poesías respiran casi
todas un doloroso pesimismo, un frío desprecio por los hombres y por la vida. Flota
en ellas algo de la inspiración dolorosa de Verlain, sobre el vigor genial -y propio que
las distingue. Tiene hondos arranques de dulzura, y es un original en gran parte de
sus producciones. Confiados en la memoria, reproducimos á continuación una de sus
Gotas de ajenjo, como ha intitulado muchos de sus versos:
«¡Tanto me odias, me aborreces tanto,
que pienso que algún día
irás al camposanto
á hollar la hierba de la tumba mía!

— 178 —
Mas oye: nada importa que furiosa
pises allí sobre mi cuerpo helado;
con tu pie diminuto y delicado
perfumarás la hierba de mi fosa.
¿Sabes lo que me aterra
de la muerte y me espanta?
¡No estar á flor de tierra
entonces, ¡ay!, para besar tu planta!»
Diego Uribe, de quien ahora circula entre algunos intelectuales de esta tierra su
precioso libro Margarita, es uno de los poetas más geniales del continente latino. Su
arpa tiene notas de un lirismo vibrante y conmovedor, que cautiva y emociona. Es el
árbol joven sacudido por la tormenta, que destrozó el nido oculto entre sus ramas. En
las páginas de Margarita, obra en que rinde culto á la memoria de la adorada muerta,
fluye la sangre de su herida, que gotea entre el ritmo diáfano y cristalino de sus estrofas.
Fuera de esa honda y rica vena de sentimiento, Diego Uribe sabe mirar y sentir el
dolor ajeno. Al estilo de Blusset, llora con los eternos infelices, y su corazón, destrozado
por la propia desgracia, tiene crispaturas compasivas ante el huérfano abandonado
y ante la niña pobre que se consume en una labor incesante, pálida y débil como una
flor enferma, mientras las ojeras del insomnio aletean como golondrinas azules bajo sus
atristados ojos, que parecen mirar lejanías brumosas donde se perdió su postrer ensueño.
Así lo vemos en- su poema La costurera, que tantos encomios le ha merecido al
poeta. Reproducimos el soneto Espejismo y un fragmento de La casa desierta, que
figuran en el libro antes citado.
ESPEJISMO
Cuando pienso en el sitio solitario
donde pasó el poema de mi vida,
hoy rojo con la sangre de una herida,
y blanco con la albura de un sudario;
donde la flor meciera el incensario
de su corola fresca y encendida,
y Amor, como una hostia bendecida,
hallara en nuestras almas un santuario,
miro que extiende la mudez su frío;
la antigua acequia, su sediento cauce,
y la tristeza, su mantón sombrío. .
¡Y donde nada el corazón alegra,
bajo los palios de ciprés y sauce
pasa la Muerte en su carroza negra!
LA CASA DESIEKTA
¡La casa sola está! La antigua puerta,
al dejarme pasar, lanza un quejido,
y el eco que á mi paso se despierta
parece que me dice: ¡Ya se han ido!

— 179 —
¡Triste la casa está! Tétrica y muda;
reina la soledad por dondequiera.
Todo me reconoce y me salnda,
todo está como entonces, todo espera.
Las mismas ramas que sacude el viento,
la misma fuente que murmura en calma.
Todo impasible, menos yo, que siento
que fibra á fibra se me rompe el alma.
B, Sanin Cano ha sabido crearse brillante reputación de hombre talentoso y erudito
con sus magistrales artículos de crítica literaria, de filosofía y de estética. Profundo
conocedor del idioma patrio y de las lenguas extranjeras, ha podido dar á sus
escritos una elegancia de forma que cautiva. Con su sólida instrucción y su criterio
sereno y firme, puede afrontar los trabajos más difíciles y variados. Sanin Cano es un
literato que podría honrar la literatura de cualquier país; quien conozca su labor
puede afirmar que en esta opinión sólo cabe justicia.
Antonio Gómez Restrepo es, entre los poetas jóvenes que acabo de citar, el más conocido,
sin duda, bajo este sol de España. Su permanencia en Madrid como diplomático,
su extremada cultura, y más que todo la belleza y profundidad de sus producciones,
le granjearon la estimación de la mayor parte de los buenos escritores de la Península.
Sus hermosas traducciones de Leopardi, sus versos de Roma y la variedad de sus
escritos, correctos y galanos, le dan un puesto especial que enaltece su nombre.
Para no hacer demasiado extensas estas líneas, no nos detenemos en señalar las tendencias
literarias por que pueden quizá guiarse cada uno de estos escritores. En general,
todos ellos forman parte de una generación llena de savia joven, luchadora, ávida
de luz y de amplios horizontes.
Si algunos de ellos no figuran decididamente entro los que el capricho designa con
los nombres de modernistas, decadentes ó simbolistas, no por eso pueden considerarse
inmóviles en la anterior etapa. No. Sus producciones están lejos de aquel retorióismo
frío y externo modificado en esta época de intensidad cerebral, llena de aspiraciones
extrañas, que requiere un medio interpretador de eso confuso y complicado que bulle
en el fondo de las almas nuevas.
Los que no figuran entre los modernistas siguiendo las corrientes importadas de
otros países, son modernos á su manera y un sello de singularidad marca sus escritos y
sus versos, dándoles un carácter propio, que quizá sea base de la literatura del porvenir,
cuando en Colombia, esa tierra de leones, que dijo Rubén Darío, se convenzan de
que, sin abandonar el estudio de las literaturas extranjeras, lo mejor es cultivar lo que
de sí producen las almas en ese país vigoroso y fecundo de entrañas de oro, que revienta
en flores sobre sus montañas y en luz en los cerebros.
Madrid, Agosto de 1907.
O
ALFKKDO GÓMEZ JAIME.

— 180
Isla de Cuba.
Se habla de futuras y probables aproximaciones entre políticos representantes de
ideas diametralmente opuestas: entre convulsos y conservadores, los primeros representados
por el general José Miguel Gómez, el de la candidatura histórica, y los elementos
que le sostienen y que luchan por su exaltación á la poltrona presidencial, que
otros, tan convulsos como ellos, quieren para Alfredo Zayas. En cuanto á los conservadores,
son los que ya tuve el gusto de presentar á mis lectores cuando la constitución
del partido conservador; son los Montoro, Giberga, Lanuza y demás ex autonomistas
en tiempos de España, y elementos del partido moderado que fue derrotado por los liberales
en la revuelta del año pasado.
Este es un rumor, y como tal doy cuenta de él.
Por lo demás, los preparativos de lucha electoral siguen tranquilos en la mente de
los ilusos, y en la realidad producen palos, tiros y otros excesos de los que los americanos
pacificadores están encargados de evitar para lo sucesivo, pero que por el momento
sólo sirven para que los que ven en nuestros poderosos veoinos los mantenedores
de la paz interna, deseen que no nos abandonen.
Aún la cosa está lejos; aún hay yanquis para rato, á pesar de la prisa que dicen que
tienen por marcharse.
Yo no sé lo que Cuba ganará con la salida de Mr. Magoon y del ejército de pacificación,
pero entiendo que nada absolutamente pierde teniéndolos en casa.
El comercio, el español, francés, etc., pero especialmente el español, que es el
más importante, es quien ha de perder con y sin los yanquis en Cuba.
La cuestión monetaria es la que le ha de dar la estocada final. Por ahora, Mr. Magoon
sólo ha pinchado, y no en lo duro, por cierto.
Con su apoteosis final, con estampido de palenques y voladores, músicas, banderas
cubanas 3' españolas y banderas rojas, el elemento obrgro, en nutridísima, entusiasta
y ordenada manifestación, rindiendo homenaje de gratitud al compañero con vivas y
discursos efusivos, terminó la huelga de tabaqueros.
Se pagan los jornales en oro, es decir, en papel americano, el célebre papel de que
hablé en. mi anterior carta, el Sylver certifícate, que allá, en la poderosa República, no
se admite en pago de contribuciones ni de derechos de Aduana, y que aquí..., aquí ya
veremos qué suerte correrá. Por de pronto, en algunas casas, en letras bien grandes, se
advierte que no se recibe como oro americano.
El dinero lo puede todo, y el dinero americano, manejado hábilmente por el compañero,
por Mr. Magoon, el primer huelguista, ha hecho el milagro de que el pueblo trabajador,
el pueblo, ese eterno borrego manejado á su sabor por cuatro vivos, haya pedido
la implantación del papel oro americano. ¿Y qué hacer ante el clamor del buen
pueblo, del pueblo trabajador, honrado y borrego?
¿Qué hacer? Reventar al resto, al comercio, al empleado del comercio, al rentista...
Y no es que sea mala medida la implantación de una moneda oficial, no. Lo que es
imás que malo, atroz, por no decir otra cosa, es la manera de implantarla: retirar todo el

- 181 —
del antes citado borrego, la moneda americana obligatoria, porque lo será pronto, en lo
que quepa la prontitud.
Fuera del comercio, nadie se acuerda ya de la huelga. En la Prensa se trata el problema
monetario según el color de cada periódico; pero el hecho está consumado, el primer
paso dado ya, y bueno es que ese comercio se prepare y no se deje coger desprevenido.
Y nada saliente ocurre después de lo citado, y aun ello no acalora demasiado ahora
por ahora, tal vez debido á que no son los meses de Julio y Agosto los más á propósito
para acalorarse en la Habana.
La misma tenacidad, la misma ceguera en los que se llaman políticos: la desunión
más desconsoladora que registrará algún día la historia do un pueblo empeñado en que
la suya termine apenas empezada. La absorción, fríamente calculada y tenazmente consumada
por el coloso del Norte, y un mercado comercial menos para la industria española.
Como no hay mal que por bien no venga, andando el tiempo, no muy lejos está el
día en que los campos, después de recibir los beneficios de nuevas vías de comunicación
entre ellos y las ciudades y puertos, esperen recibir los de los brazos aptos para
las faenas agrícolas. En la agricultura está la gran riqueza futura. Los yanquis así lo
entienden, y región hay, antes yerma, ó poco menos, que hoy perfuman con sus olores
millares de naranjos.
¿Que á qué vienen estas consideraciones? Pues á que muerta, ó casi muerta, la fuente
de riqueza que para España representa su comercio con Cuba, la agricultura podrá
ser su sucesora si capitales españoles se emplean en el campo, y si son preferidos, como
es natural, por razón de asimilibidad, de idioma y demás, los braceros españoles.
Bueno fuera que éstos aprendieran el inglés, por si acaso...
O-
ENRIQUE COLL.

La Vida en los Ateneos.
Ateneo de Madrid.
BIBLIOTECA
OBRAS RECIENTEMENTE INGRESADAS
Número.
189 - B -
189 - B-
i 13 - 0 - 20
189 - B - 50
197-
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8
1
13
4
2;
2"
20
NOMBRES
Alarcón (Mariano), De] dolor al olvido. Rescatada.
Rayo de sol. La fuerza de la corriente. Teatro,
tomo II.—Madrid, 1907.
Alafcón (Mariano). Moisés contemporáneo. Trilogía
dramática. El éxodo. En el desierto... La Tierra de
Promisión. Teatro, tomo I.—Madrid, 1907.
Alba (Duque de Berwick y). El embajador Fuensalida
en las Cortes de Maximiliano. Juana la Loca y
Catalina de Aragón.—Madrid, 1907.
Bardoux (Jacquos). Essai d'unePsychologíe de l'Angleterre
contemporaino. Les crises politiquea. Protectionisme
et radicalisme. Bibliotli. PhiL Contemp.—París,
1907.
Bark (Ernesto). Socialismo positivo. Biblioteca Germinal.
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Beltrán y Rózpide (R.). Los pueblos hispano-americanos
en el siglo XX. 1904-1900.—Madrid, 1907,
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Escritores Españoles.—Madrid, 1907.
Berget (Alphonse). Leeons de Physique genérale.—
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Binet (Alfred). L'amiée psycliologique. -París, 1907.
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Cieñe. Mor. y Pol. Memorias premiadas. Madrid,
1907.
Botelho (Abel). Fatal dilenma. Pathologia social.—
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Brunetiére (Eerdinand). Discours do combat. Dernier
serie. — París, 1907.
Cim (Albert). Le Livre. Historique. Fabrication.
Achat. Classement, usage et entretien. Vol. IV",—
París, 1907.
188 - B - 22 Cinematógrafo de España. Única guía mensual descriptiva.
Sindicato de Editores. — Madrid (s. a.).
122 - C - 2( Costa (.José L.). Anuario-guía general do los balnearios
y aguas minerales do España y Mediodía de
Francia.—Madrid, 1900.
4 - F - 28 Cressótl (André). Les bases do la Philosopliie Naturaliste.
Bibliotli. PhiL Contemp.—París, 1907.
Los números que preceden al apellido
de los autores, indican el lugar
que ocupa la obra en la Biblioteca.
Donativo.
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Suscripción.
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Número.
- 183 -
NOMBRES
150- A- 39 ^happuis (James). Lecons de Physique genéralo.
Tome I.—París, 1907.
Suscripción.
185 - A - 2G Delpech (Joseph). Les réglements des Assemblées
legislatives. Biblioth. Int. du Droit Public. — París,
190G.
Suscripción.
257 - B- 18 Dirección general del Instituto Geográfico y Estadístico.
Anuario del Observatorio de Madrid para
el año 1907.—Madrid, 1906.
Suscripción.
142- C- 17 Fernández de Bethencourt (F.). Historia genealógica
y heráldica de la Monarquía española, Casa
Real y grandes de España. Tomo VII. — Madrid,
1907.
Suscripción.
189 - B - 26 Fortún (Fernando). La liora romántica . Poesías.—
Madrid, 1907.
Donativo del autor.
150 - B- 45 Franche (Georges). Accesorios de las calderas de vapor.
Conducción de los fuegos. Depuración de las
aguas. Alimentación. Caldeo. Aparatos de seguridad
y observación. Legislación.—Madrid, 1907. Donativo del trad.
143 - C- 26 Fuensalida (Gutiérrez Gómez de). Correspondencia
de..., embajador en Alemania, Flandes é Inglaterra
(1496-1509), publicada por el Duque de Berwick
83- B- 15
y Alba.—Madrid, 1907.
Gil y Portoul (José). Historia constitucional de Venezuela.
La colonia. La independencia. La Gran
Donativo.
188 B- 47
Colonia. Tomo I.—Berlín, 1907.
Guía de la exportación de Barcelona, recopilada por
Donativo.
José María Fuerte.-).—Barcelona (s. a.).
Donativo.
191 -D - 19 González Revilla (Gerardo), La protección de la
infancia abandonada. (Abandono y criminalidad de
los niños.) -Bilbao, 1907.
Donativo.
185 - A - 11 Hamilton (A.). Le federaliste. Commentaire de la
Constitution des Etats Unis. Biblioth. Int. du
Droit Public—París, 1902.
Suscripción.
12 - E- 18 Hamelin (O.). Essai sur les éléments prmcipaux de
la répresentation. Biblioth. Phil. Contomp.— París,
1907.
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(55 - A 2 Insúa (Alberto). Don Quijote on los Alpes. Nueva Biblioteca
de Escritores Españoles.—Madrid, 1907. Donativo.
246 - C - 14 Instituto Geográfico y Estadístico. Movimiento natural
de la población de España en el año 1902.—
Madrid, 1906.
Donativo.
185 - A - 11 Jay (J.). Le federaliste. Commontaire do la Constitution
des Etats TTuis. Biblioth. Int. du Droit Pu
blic—París, 1902.
Suscripción.
13 - E - 15 Keim (Albert). Helvetius, sa vie et s-.-i rrmvre d'aprés
son ouvrages des écrits divers et dos documenta
inedits. Biblioth. Phil. Contemp.-Paría, 1907. Suscripción.
233 -D - 33 Lorenzo Aleu (Manuel). Cálculo mercantil. Según
da edición.—Madrid, 1902.
Donativo.

Número
— 184 —
NOMBRES
1,5 - E - 19 Lryon i'Georges). Enseignement et religión. E tu des
philosophiques. Biblioth. Phil. Contemp.—Pa-
189 - B - 25
rís, 1907.
Suscripción.
llórente (Teodoro). Versos de la juventud. — Madrid,
1854-GO.
Donativo del autor.
185 - £_ _11
Madison (J.). Le federaliste. Commentaire de la
Constitutiou des Etats Unís. Biblioth. Int. du
Droit Public—París, .1.902.
Suscripción.
133-
83-
E-
B-
20
10
VLercvre de France. Tables des tomes XXI á LTI.
1897-1904.—París, 1907.
Mexique (Le) au debut du XX.e siéele... Dos tomos.
Donativo.
• París (s. a.).
Donativo.
185 - A - 2G Moreau (Félix). Les régloments des Asseinblées legislatives.
Biblioth. Int. du Droit Public.—París,
190(5.
Suscripción.
i - Y - 27 Oliver Lodge (Sir). La vie et la matiére. Traductiou
de Maxwell. Biblioth. Ph.il. Contemp. — París,
1907.
Suscripción.
18!) B - 24 Pascal (Th.). Las leyes del destino. Traducida del
francés por J. S. P.—Barcelona, 1907.
Donativo.
9 - F- 26 Proal (Louis). L'éducation de le suicide dos onfants.
Etude psychologique et sociologique. Biblioth. Phil.
Contemp.—París, 1907.
Suscripción.
137 G- 10 Pérez G-aldós (Benito). La de los tristes destinos.
Episodios Nacionales, 4." serie.—Madrid, 1907. Suscrij ción.
1:57 E- 23 Pérez Galdós (Benito). Bárbara. Tragicomedia en
cuatro actos. Teatro, tomo III.—Madrid, 1905. Suscripción.
i:¡7 - E 29 Pérez Galdós (Benito). Alina y vida. Drama en cuatro
actos. —Madrid, 1902.
Suscripción.
137 -E - 28 Pérez Galdós (Benito). Amor y Ciencia. Comedia, en
cuatro actos. Teatro, tomo III.—Madrid, 1905. Suscripción.
.18 - K -21 Pillon i'F:. L'année philosophique. Biblioth. Phil.
Contemp.—París, 1907.
Suscripción.
7!) - B - 18 República de Cuba. Cámara de Representantes. Memoria
de IJS trabajes realizados durante la primera
legislatura del tercer período congresional.—Habana,
1ÍJ0G.
Donativo.
1!) - E -K Rey (Abel). La théorie de la Physiquo choz les physiciens
contemporains. Biblioth. Phil. Contemp.—París,
1907.
Suscripción.
19 - F - 27 R.oebrich (Edouard). L'attention spontanée et volontaire.
Son foutionnement. Ses lois. Son omploi
dans la vie pratique. Biblioth. Phil. Contemp. — París,
1907.
Suscripción.
11 - V - 2S Rogues de Fursac (,T.). Un mouvemeut mysciqiie
contemporaiue. Le roveil des pays des Gallers
(1901-5). Biblioth. Phil. Contemp.—París, 1907. Suscripción.
150 - A - 38 Rueda y López (Diego). Vinificación moderna. Manuales
Soler. — Barcelona (s. a.').
Donativo del autor.

Número
te)
185 —
NOMBRES
233 - D- 38 Sánchez Jiménez (Mauricio). Cálculo mercantil. Segunda
edición.—Madrid, 192.
27 - F- 23 Schmoller (Gustave). Principes d'Economie politique,
traduit de Tallemand par Polak. Deuxiéme edition.
Tomo IV.—Biblioth. Int. d'Economie Politique.—
París, 1907.
188 25 Solano y Polanco i'Ramón i. Amor de pobre.—Madrid
(s. a.).
185 A- 27 Stubbs (William). Histoire contemporaine de l'Angleterre,
son origine et son développomeut. lídition
francais. Notes et études historiques inedites par
Petit Dutaillis. Biblith. Int. du Droit Public.-París,
1907.
12 F- 23 Taine (íí.). La vie et sa correspondauce. L'liistorien
des derniers années (1876-1893).—París, 1907.
149 - B- 1(S The Statesman's Year-Book. Statisticaland Historical
annual of fhe States of the W
24 - F- 15
T Donativo.
Suscripción.
Donativo del autor.
Suscripción.
Suscripción.
orld forthe Yoar
1907.—Los don, 1907.
Suscripción.
Waynbaum (J.). La physionomie humaiue et son
mecanisme et son role. Biblioth. Phil. Contemp.—
París, 1907.
Suscripción.

BIBLIOGRAFÍA
Cuentos llrics, por Eduardo L. Chavarri. — (Valencia,
Imprenta Domenech, 1907; un vol. de XVI+ 298 páginas
en 8.°)
Con impaciencia esperábamos recibir esta
obra, que nos había sido anunciada, y de
cuyo autor teníamos, con sus primeros libros,
singularmente Armónica, cuentos románticos,
los mejores antecedentes.
La literatura valenciana, en cuyo campo
resplandece como astro de primera magnitud
un Teodoro Llórente, y á la que corresponden
tan altos prestigios y glorias como
los que significan los nombres de Enrique
Gaspar y Vicente W. Querol, nos atraía ya
con imán irresistible, abrigando Ja esperanza
de encontrar entre los escritores nuevos
uno que pudiera dignamente llenar el vacío
advertido hoy en las letras de Valencia, las
que tanto contrastan, por su escasa producción,
con el actual florecimiento de las regiones
hermanas: Cataluña y Mallorca.
Pues bien; el nuevo libro de Chavarri ha
colmado nuestras aspiraciones, porque además
de ser inspirado, sentido, sincero, una
obra sencillamente bella que acredita-, á la
vez que el talento natural y el temperamento
artístico ó el buen gusto innato del escritor,
su refinada cultura, os un libro por
excelencia valenciano, y esto es lo que apetecíamos
encontrar y primeramente aplaudimos
en el autor; un libro valenciano por
el fondo, sus capítulos son cuadros de la tierra
llenos de color y de vida; y valenciano
por la forma, está escrito en la hermosa y
franca y alegre y clara y fresca lengua lemosina.
lo cual es una novedad en Valencia,
donde habíase ya empleado este lenguaje
para escribir en. verso ó en broma ó para el
teatro, pero no para escribir un libro serio
en prosa, como lo es el que ahora nos ocupa.
Santiago Rusiñol nos presenta á este escritor
brillante, y á fe que dice con tal ocasión
muchas cosas que no podemos menos de
elogiar y reproducir, por lo atinadas que nos
parecen y lo conformes con nuestro sentido
del Arte y de la Literatura.
«Si conocieseis á Chavarri—nos dice—, lo
primero que notaríais en él es que siempre
ríe; que tiene la alegría abierta para todos
los que van á la fuente de su cariñosa amistad;
que ríe toda caricatura, toda palabra
ingeniosa, todo sentimiento delicado; que
ríe queriendo, pensando, luchando su alma,
abierta á todo lo que sea vida. Naturalmente
que al verle reír, por poca experiencia
de la vida que tengáis, en seguida pensaréis
una cosa: este hombre que ríe tanto es un
triste, un sensitivo, un melancólico; los nervios
que posee para reir, igual los tendrá
para llorar; y naturalmente adivinaréis lo
que es fácil de adivinar: que el hombre que
en el arpa de sus nervios tiene la cuerda de
las risas, también tiene la de las lágrimas,
y que para ser artista y para hacer libros lo
primero que se necesita es tener arpa.
»Lo que puede ser que no adivinaseis tan
fácilmente al conocer á Chavarri, es que
aquel muchacho tan expansivo, tan franco,
tan lleno de bondad, sea en el fondo un rebelde,
y si no se hiciera mal uso de la palabra,
me atrevería á decir... un anarquista.
«Naturalmente que no es de acción, qtie no
es de los que quieren ser felices por el influjo
de la balística y las ventajas de los explosivos
y el terror bien entendido; naturalmente
que no es de aquellos que quieren enderezar
la sociedad por medio de la convicción
forzosa y la insinuación violenta; que
no es de los que quieren redimirte quieras
ó no y caiga el que caiga. Pero como no es
un hombre que se aviene á lo que le han
enseñado de pequeño; como es un hombre
que no está conforme con lo que quieren casi
siempre las invulnerables mayorías; como
no es un hombro de sufragio universal, ni
de vni versal, ni de sufragio; como los gritos
de la multitud no le aturden, ni los ímpetus
le perturban, ni el pueblo le emborracha, ni
los sermones le convencen, y como de todo
eso protesta, y protesta, no gritando, sino
riendo, por eso dicen que es un rebelde,.
»Y protesta por lo que tiene más afición:
por el Arte. A Chavarri, como á todos los
espíritus avanzados que se encuentran en

cada pueblo, le sucede una cosa muy sabida:
cuando llega una idea nueva, de aquellas
que nacen reír á todo el mundo, él se pone
serio y la ampara; y cuando la multitud la
liace suya y la na manoseado bien, acabando
por tomarla en serio, entonces él se ríe
de olla, porque ya no tiene forma de lo
que era...
»Chavarri es de los que quieren las ideas
puras y las estima por la pureza... Do aquí
que baya llegado á entender que cuando se
quiere hacer hablar al corazón, se le tiene
que hacer hablar como él habla...; que cuando
la letra sale del alma, no consulta á la
Academia, porque, igual ésta, que sabe tantas
y tantas cosas, no sabe una palabra del
alma; y que si las risas han do ser frescas
no se deben guardar en conserva, pues
el reir no puede ser de lata, sino fruta primaveral
de la que es peculiar do cada pueblo.»
Para acreditar estas afirmaciones no hay
más que abrir el libro por El dumenge de les
liosen y experimentar el encanto con que la
lectura se sigue, de un tirón, hasta la última
página del JSIanual del loagnerista d'ocas/.ó,
que cierra el precioso volumeu.
El título de Cuentón lírirs, que la obra
lleva, indica perfectamente la naturaleza
de su contenido. No son con propiedad narraciones
objetivas: son impresiones (muy
realistas, eso sí, poro impresiones) causadas
en el alma delicada y sensible de Ghavarri
por hechos externos. lío importa que estos
hechos aparezcan en sí mismos insignificantes
ó do escaso valor; Ohavarri, con arte exquisito,
sabo convertirlos en fuente de inspiración
poética, porque poesía en prosa viene
á ser todo el libro. Una invitación para
visitar á unos amigos, una fiesta do aldea,
una sencilla escena de balneario, una pobre
mendiga, un encuentro en el. ferrocarril, son
motivos bastantes para que el autor derrame
sobre la miseria humana una mirada entre
irónica y compasiva, haciéndonos sentir
y pensar con él. De los veintitrés capítulos
que el libro contieno ('acompañados, por cierto,
de ilustraciones muy típicas), puede decirse
que no hay uno solo que desentone de
ese ambiente de poesía y de ternura que nos
hace tan simpático al autor. Léase, por
ejemplo, E'J bigot recalcitrant, y dígasenos
si cabe desplegar un humorismo más encan-
— 187 —
tador ni más sencillo para el relato de una
anécdota como la referida.
Del Prólogo de Rusiñol, muy amistoso y
muy bien escrito, podríamos decir bastante;
pero lo reservamos para otra ocasión. Sólo
hay en él algo con lo que distamos mucho
de estar conformes, y que nos parece sencillamente
un desatino. Afirma que Chavarri
ha hecho bien en escribir estos cuentos en
valenciano, porque los valencianos, «como
ios catalanes, como los mallorquines, cuando
quieren escribir en castellano, ó saben
poco, ó saben demasiado». La comparación
no puede ser más impropia: en Cataluña ó
en Mallorca, el catalán y el mallorquín constituyen
el idioma usual, aun entre cierta
clase de gente culta; pero en Valencia, desdo
principios del siglo XVI, por lo menos, el
castellano es tan natural como el valenciano;
de donde resulta: 1.", que los escritores
valencianos escriben tan bien ó mejor el
castellano como los de la propia Castilla
(ahí están Gaspar, Querol, Blasco Ibáñez y
el mismo Chavarri, entre otros, que no nos
dejarán mentir); y 2.", que donde, en todo
caso, se revela el esfuerzo, y la traducción,
y el conato de restauración erudita, es en
quien escribe en valenciano, porque éste ha
perdido 3 r a casi por completo sus formas literarias.
Estamos seguros de que á Chavarri
le ha hecho dudar más de veinte veces
la elección ó el encuentro de una palabra,
que por modo natural y lógico se ofrecía á
su mente antes eií castellano que en valenciano,
como quiera que aquel idioma es
el que ordinariamente habla, al igual de los
demás valencianos, desde su infancia. Escrito
el libro en castellano, no sólo hubiese
tenido un público extraordinariamente
más numeroso, siuo que hubiese sido
también más espontáneo. Las lenguas, señor
Rusiñol, no las crea una Academia, pero
tampoco bastan á resucitarlas cuatro amigos
que se lo propongan, contra viento y
marea, sin comprender que se trata de algo
esencialmente colectivo y á lo cual se aplica,
como á cualquier otro fenómeno humano,
la inexorable ley do la evolución.
Pero á los que no hayan leído todavía el
libro, les brindaré, para torminal 1 , un voto
de calidad que no deja lugar á duda: el contenido
en estos versos con que Teodoro Llórente
elogia al autor de Cuentos lírics:

*Mon bon amic: Tos cuentos y rondallvs
teñen del sucre candi la dolsor;
resplandir veig entre ses fresquea rialles
los mes hermosos sentiments del cor.»
MARTÍN DE SAMOS.
***
Sobre ruinas, novela de Ramón A. Urbano.
— 188
Uno de los escritores malagueños que más
justo y envidiable renombre han alcanzado
dentro ya del cauce general de la literatura
patria, es el autor de esta novela, que poco
tiempo ha fue muy elogiado por otra obra
análoga, otra novela, también de costumbres
modernas, que, con el título de La Embajadora,
mereció el aplauso unánime de la
crítica.
Entre las novelas de este brillante escritor
todavía hay otras dos, memorables también:
Moisés y Fortaleza; pero la obra maestra
de Ramón Urbano está en sus libros
de poesías Jirones y Humo, que acreditan la
filiación de poeta que, hasta escribiendo en
prosa, novelas ó cuentos, constituye el mayor
encanto del escritor.
Sobre ruinas es un verdadero poema de
amor desarrollado en un ambiente original
y también poético: son los amores de un arqueólogo
que encuentra en Itálica, junto á
Sevilla, una ruina de carne, una Magdalena
arrepentida y enamorada, en la que brilla y
resplandece para él, con un fulgor nunca
sentido, la llama excelsa del amor, fuego de
muerte.
Las figuras de Julio y Soledad hállanse
magistralmente dibujadas, como también los
retratos de los personajes secundarios que
animan y embellecen la acción; el relato está
llevado con tal amenidad, alternando la forma
epistolar con la narrativa y el diálogo,
que. lejos de toda monotonía, se lee con deleite
y se acaba con sentimiento; para hacerse
agradable no le sobra, pues, al citado volumen
el ofrecimiento que en la cubierta nos
hace el autor de un nuevo libro suyo: De
capa y espada, colección de cuentos que verá
la luz en breve.
V. A. L.
Patología de la cortesa cerebral, por Ricardo Royo
Villanova.
Estábamos en clase. Era una mañana de
Enero, helada, ventosa. A pesar de hallarse
encendida la estufa, notábase el frío. Un
alumno escribía el programa de la asignatura
en la pizarra, y los demás copiábamos.
Don Ricardo hablaba con el profesor auxiliar,
y de vez en vez tendía la mirada sobre
los alumnos, y una leve sonrisa cruzaba por
sus labios. Terminó el alumno de escribir,
y cuando se encaminaba á su sitio rogó al
maestro explicara algo que nosotros no entendíamos
bien, á pesar de los libros de texto,
y que, si mal no recuerdo, trataba del
diagnóstico diferencial de la fiebre tifoidea.
Don Ricardo asintió complaciente. Su voz,
esa voz pastosa, de mágicos reflejos, sin alteraciones
en el timbre, con esa gradación
sucesiva y esa adaptación á lo patético ó
á lo cómico, según los casos, resonó en la
sala.
Nos habló del niño enfermo, del pobrecito
niño, á quien la fiebre consume y mata; nos
lo hizo ver en su lecho, con la cabecita murillesca
hundida en la almohada; sus ojitos
vidriosos ya, sin más brillo que el de la calentura;
su respiración anhelosa, sus labios
pálidos, por donde huye la vida... X la madre,
la pobre madre, la mártir que lleva tres
días y tres noches sin dormir, sin moverse
del sitio del dolor, llena de santa abnegación,
con fiebre también, pero con la fiebre
que desgarra su alma al ver aquel pedazo de
sus entrañas que se va para no volver...
Y el maestro cantó á la mujer, á la madre.
Aquella lección hermosa, que no terminó
por la intrusión del bedel «dando la hora»,
nos dejó conmovidos.
Así enseña el maestro. Cumpliendo el precepto
horaciano MiscAiit utile dulcí, lectorem
delectandopariterque monendo. Y empleando
en la cátedra y en el libro lo que encanta
y subyuga: su palabrería cristalina, que
alumbra como cascada de luz.
El ilustre catedrático acaba de publicar
un nuevo libro: Patología y clínica de la
corteza cerebral. Y, como siempre, ha sabido
rodear la materialidad grosera de todo
lo patológico con esa aureola de conmiseración
y poesía hacia los pobres enfermos cerebrales.
Con la claridad que es precedente obligado

— 189
en sus obras, habla de todo aquello que se
relaciona con la patología cerebral.
Comienza habiéndonos de la neurona, el
boceto del sistema nervioso en lo anatómico,
la unidad nerviosa, que, acoplada á otras,
forma el tejido, los órganos y los aparatos
del sistema de la vida de relación.
Continúa con la descripción anatómica y
fisiológica de la corteza cerebral; estudia la
sensibilidad, investiga sus trastornos; nos
habla de la sensorialidad, de la mofilidad,
del lenguaje, de la intelectualidad, que en
unión de la sensibilidad constituyen los cinco
grandes grupos funcionales que radican
en la corteza cerebral.
Habla después de las causas de las enfermedades
de dicha corteza, herencia, educación,
etc., etc., y en sugestivo lenguaje describe
el ambiente en que viven los enfermos,
y sigue estudiando las lesiones que en el cerebro
existen, y nos habla de la marcha,
diagnóstico y pronóstico, para terminar, en
extensos capítulos, con el tratamiento de todas
las enfermedades cerebrales, desdo el
tratamiento higiénico hasta el quirúrgico,
pasando por el farmacológico, opoterápico,
hidroterápico, eléctrico y psicoterdpico.
Este es el libro. Lleno de bellezas científicas
y literarias, útil al médico y útil también
al intelectual que desee aprender desde
lo que es la neurona de Waldeyer hasta la
última variedad de disbasias uni y bilaterales.
No ha sido mi intento otro que hacer á la
ligera una descripción de las materias que
el libro contiene, pues la falta de autoridad
y la no sobra de conocimientos científicos
me lo impiden; pero sí me queda el placer
inestimable.de admirar desde mi humilde
esfera al maestro querido, al catedrático
ilustro que tan alto pone el prestigio del
Claustro y de la clase médica española.
ANTONIO PAGADOR.
Breves apuntes y observaciones sobre el Universo, por
Pedro de Santiago Ooneha.
Es un libro útilísimo, que comprende, admirablemente
ordenadas, las más importantes
materias de la Astronomía, empezando
por definir el Universo, por describir el Sol,
los principales planetas, los meteoros, las
estrellas fugaces, los bólidos, y en el que el
autor, circunscribiéndose luego al estudio
del globo terráqueo, señala sus divisiones
continentales, la geografía de todos los países,
su mineralogía, botánica y zoología, la
anatomía y fisiología de las distintas razas,
y, por último, su historia, con una relación
detallada de los grandes hombres, notabilidades
y celebridades de cada uno de los pueblos,
y una extensa lista de sus principales
producciones en todos los órdenes del. saber.
- O—
La obra tiene en su abono, además de lo
excelente del método, una forma de expresión
sencilla y clara, y una concisión que
permite, sin omitir nada importante, presentar,
en las menos palabras que es posible hacerlo,
el cuadro completo de los mundos, ó
sea el conjunto de todo lo creado.
Este libro, que acaba de publicarse, es ya
Ja segunda edición del trabajo del Sr. Santiago
Concha, dato elocuente que acredita la
utilidad que le hemos reconocido.

Conferencias dadas en el Ateneo de Madrid.
Obras en venta.
La España del siglo XIX.—Tres tomos en 4.° mayor.
Contiene las siguientes conferencias:
I Introducción. La sociedad española al principio del siglo XIX. El Príncipe
de la Paz. La Corte y el Gobierno de España. Las relaciones internacionales
y la posición de España en el mundo El sentimiento popular
en 1808. Las intrigas y la catástrofe.—Orador, D. SEGISMUNDO
MOKET.
II El Duque de Bailen. El Ejército español en 1818. Historia militar de la
Guerra de la Independencia. Sus consecuencias para la organización
militar de España. — Orador, SR, MARQUÉS DE SAN ROMÁN.
III Juan Martín el Empecinado. La Guerra de la Independencia bajo su aspecto
popular. Los guerrilleros. — Orador, D. JOSÉ GÓMEZ DIÍ AIÍTECIIE.
IV Gravina, Churruca y Méndez Núñez. La Marina en 1800, 1865 y 1885.
Relaciones entre la Marina y la vida nacional.—Orador, D. RAMÓN
Al'ÑÓN Y VlLLALÓN.
V Muñoz Torrero y las Cortes de Cádiz. Historia de la primera Asamblea
constitucional. Programa de la transformación política y social de España.
La elocuencia y las costumbres parlamentarias en las Cortes de
Cádiz. — Orador, D. RAFAEL MARÍA DE LABRA.
VI Los consejeros de Fernando VII. Escoiquiz y la reacción de 1814. Calomarde
y la reacción de 1823. Los procedimientos y el arte de gobernar
durante el reinado ¿le Fernando VIL—Orador, D. DANIEL LÓPEZ.
VII El general Riego y los revolucionarios liberales. Tentativas para restablecer
el sistema constitucional durante el reinado de Fernando VIL —
Orador, D. ANDRÉS BORREGO.
VIII Continuación del mismo tema.—ídem, ídem.
IX Terminación del tema anterior.—ídem, ídem.
X Martínez de la Rosa. El triunfo de las instituciones representativas. La
Regencia de D. a María Cristina de Borbón. El Estatuto real y la Constitución
del 37. Origen de los partidos.—Orador, D. ÁNGEL MARÍA
DAOARKKTE.
XI El Duque de Valencia. El programa, las tendencias y las vicisitudes del
partido moderado. La revolución y la represión desde 1845 hasta 18(38.
Sus consecuencias en la organización militar y política del país.—Ora-
dor, D. ANDRÉS BORREGO.
XII Olózaga. Origen, ideas y vicisitudes del partido progresista. El Parlamento
desde 1840 hasta 1866.—Orador, D. GUMERSINDO AZCÁRATE.
XIII Jovellanos. La propiedad territorial y el cultivo en 1800. El plan de la
ley Agraria. La desamortización. El porvenir y las necesidades de la
agricultura española.—Orador, D. FRANCISCO SILVELA.
XIV Las clases obreras: su situación en el régimen antiguo y en el moderno.

— 191 —
El partido obrero: su programa; su influencia en el orden político y en
el social.—Orador, D. MANUEL PEDREGAL.
XV D. Alberto Lista. La educación de la juventud. El antiguo sistema. Las
nuevas ideas. El régimen actual.—Orador, D. EDUARDO BENOT.
XVI Isidoro Máiquez, Carlos Latorre, Julián Romea. La escena española desde
principios del siglo. La declamación en la tragedia, en el drama histórico
y en la comedia de costumbres.—Orador, D. ANTONIO VICO.
XVII La música española al comenzar el siglo XIX: su desarrollo y transformaciones.
La educación musical. Influencia del italiamsmo.—Orador,
D. EMILIO ARRIETA.
XVIII D. Lucio del Valle. El arte del ingeniero y el cultivo de las Matemáticas
en España.—Orador, D. EDUARDO ECHEGARAY.
XIX Rodríguez y Villanueva. La arquitectura y las artes decorativas al principiar
el siglo XIX. El monumento y la casa. Transformación de las
ideas artísticas: el arte oriental y su influencia en Europa. — Orador,
D. ARTURO DE MÉLIDA.
XX El Doctor Pourquet. La ciencia médica y sus propaladores en España.
Gimbernat, Argumosa, Asuero. La Medicina bajo su aspecto social.
La higiene pública y privada. — Orador, D. ALEJANDRO SAN MARTÍN.
XXI Fernán-Caballero y la novela en su tiempo.—Orador, Er> MARQUÉS DE FI-
GVFAIOA.
XXII Clemente (D. Simón Rojas). Historia, progresos 3' estado actual de las
ciencias naturales en España. Rodríguez González. Historia y estado
actual de las ciencias físicas.—Orador, D. JOSÉ RODRÍGUEZ MOURELO.
XXIII Continuación y terminación del mismo tema.—Orador, el mismo.
XXIV Alcalá Galiano. El período constitucional de 1820 á 1823. Causas de la
caída del sistema constitucional. La emigración española hasta 1833.
Orador, D. LEOPOLDO ALAS.
XXV Mata y la Medicina legal. Orfila y la Toxicología. La ciencia médica y las
teorías modernas ante los Tribunales y la ley.—Orador, D. Luis SI-
MARRO.
XXVI Goya y su época. Las artes al principiar el siglo XIX. Los desenvolvimientos
de la pintura. López (D. Vicente), Madrazo (D. José), Rosales,
Fortuny.—Orador, D. CEFERINO ARAUJO.
XXVII El mismo tema, terminación.—Orador, D. CEFERINO ARAUJO.
XXVIII Las corridas de toros y otras diversiones populares.—Orador, D. Luis
VIDART.
XXIX Las costumbres en el teatro: su influencia recíprocn. Bretón de los Herreros,
Narciso Serra, Ventura de ln Vega, Ayala.—Orador. D. EUSEMO
BLASCO.
XXX Pacheco y el movimiento de la legislación penal en España en el presente
siglo.—Orador, D. VICENTE ROMERO GIRÓN.
XXXI D. Alvaro Flórez Estrada. La organización industrial y mercantil de la
España antigua. La libertad de trabajo y de cambio. La situación y las
necesidades actuales de la industria y del comercio.—Orador, D. MA-
NUEL PEDREGAL.
XXXII Orígenes, historia y caracteres de la Prensa española. Mejía, Fígaro, Sartorius,
Lorenzana, Carlos Rubio.—Orador D. FRANCISCO SILVELA.

— 192 —
XXXIII D. Manuel José Quintana. La poesía lírica al principiar el siglo XIX.—
Orador, D. MARCELINO MENÉNDEZ Y PELA YO.
XXXIV D. Manuel Cortina. Estudios sobre el foro y los Tribunales españoles. El
jaez y el abogado. Influencia histórica de los letrados en la sociedad
española. Los estudios jurídicos desde Martínez Marina hasta nuestros
días.—Orador, D. TOMÁS MONTEJO.
XXXV La idea y el movimiento anti-esclavistas en España durante el siglo XIX.
Orador, D. GABRIEL RODRÍGUEZ.
XXXVI Villamartín y los tratadistas de milicia en la España del siglo XIX.—
Orador, D. Luis VIDAET.
XXXVII D. Pablo Montesino. L.a instrucción primaria en 1808 y su desarrollo posterior.
La misión y las condiciones del maestro de escuela en nuestros
días.—Orador, D. JOAQITÍN SAMA.
XXXVIII Balines y Donoso Cortés. Orígenes y causas del ultramontanismo. Su historia
y sus transformaciones. Relaciones del Estado con la Iglesia española
y con la Santa Sede.—Orador, D. ALEJANDRO PIDAL.
XXXIX Las Universidades hasta 1836. Su transformación y nueva organización.
La enseñanza confiada al Estado. Deficiencia del sistema actual.—Orador,
D. FRANCISCO FERNÁNDEZ DE HENESTROSA.
XL El bandolerismo. Sus orígenes y tradiciones. Sus causas permanentes y
accidentales. Sus caracteres y formas diversas.—Orador, D. NARCISO
CAMPILLO.
XLI El Duque de Tetuán. La revolución de 1854. La traslación de los partidos.
La Unión liberal y D. Antonio de los Ríos y Rosas. Las guerras
de África y de América. Los antecedentes de la revolución de 1868.—
Orador, D. ÁNGEL MARÍA DACARRETE.
O

Un discurso de Núñez de Arce.
La oportunidad del tema elegido, el nombre ilustre del conferenciante,
la maravillosa previsión de algunas observaciones y el
acertado criterio que en toda la obra resplandece, á la vez que la
circunstancia de hallarse agotados los ejemplares de la publicación,
nos impulsan á reproducir en este número de ATENEO el Discurso
leído por el Exorno. Sr. D. Gaspar Núñez de Arce el día 8 de Noviembre
de 1886 en el Ateneo de Madrid, con motivo de la apertura
de sus cátedras (Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1886;
54 páginas en 4.°). Dice así:
SEÑORES:
COTÍ tomor me dirijo á vosotros desde este sitial donde han resplandecido
para mayor confusión mía tantos varones ilustres por su saber y su elocuencia,
porque me sobrecoge el presentimiento de que no lie de responder, como quisiera,
á la honrosa confianza que me habéis dispensado. Pero habiéndome vosotros
elevado á este puesto sabiendo do antemano á quién elegíais, no podéis
llamaros á engaño, y me debéis en esta ocasión vuestra benevolencia como si
fuese un acto de justicia.
He vacilado mucho antes de escoger el tema de mi discurso, decidiéndome
por fin á ofreceros, como asunto digno de vuestra reflexión, el estado de las
aspiraciones del regionalismo en Galicia, país vascongado y Cataluña, en cuyas
comarcas aparece con formas, por cierto bien distintas, pues mientras en
algunas se contieno dentro de los límites de una amplia descentralización administrativa,
va en otra hasta proclamar audazmente la ruptura de todos los
lazos nacionales, y por ende, el aniquilamiento de nuestra gloriosa España.
No podría, ni entra en mi plan, examinar desde las alturas do la especulación
científica las ventajas é inconvenientes de los diversos sistemas sobre los
cuales se basa la organización de los Estados. Materia tan vasta ha sido tratada
bajo sus múltiples aspectos por autores eminentes de todos los pueblos y
de todos los siglos, y sería on mí ridicula vanidad la do querer añadir algo nuevo
al caudal de doctrina que sobre tan compleja cuestión Pía ido acumulando
la sabiduría humana. Mi objeto es más modesto, pero en las circunstancias actuales
mucho más útil.
Sólo me propongo estudiar desde el punto do vista histórico en que busca

— 194 —
la raíz de su derecho, el carácter del regionalismo en España, y principalmente
en Cataluña, donde entrando ya por los caminos vedados de la recriminación
y la amenaza, ha expuesto su fórmula más extrema. Analizando este movimiento,
dosde sus primeros asomos literarios hasta sus últimas ruidosas manifestaciones,
es como podremos apreciar con exactitud su verdadero propósito,
el cual no es otro que el do crear, con ios miembros palpitantes de la Patria
despedazada, inverosímiles organismos soberanos, cuando más, ligados entre
sí por una especie do Consejo anfictiónico, cada cual con poder ejecutivo propio,
con Cortes soberanas, con administración distinta, con Códigos exclusivos,
y si el caso lo requiero, hasta con diferentes lenguas.
Bien sé que estas exageraciones, condonadas por los federales mismos, hallan
hasta en Barcelona, donde han nacido, escasísima resonancia, revelándolo
así con abrumadora elocuencia el hecho por demás significativo do que, á pesar
de su continua y atrevida propaganda, no hayan todavía conseguido los
partidarios do tan mala causa llevar uno do sus representantes á las Cortes de
la nación.
Tampoco ignoro que hay en Cataluña elementos valiosos cuyo entusiasmo
por la descentralización absoluta no se inspira en abominables odios, y que
anhelan un cambio radical en los organismos nacionales, con el convencimiento
honrado do que es útil á todas las regiones do la Península. No participo
de las esperanzas é ilusiones de estos elementos; poro, hombre de mi siglo, respeto
la sinceridad y buena fe con que profesan sus doctrinas, en tanto que no
quieran imponérnoslas por medio de la fuerza. Mis censuras irán contra esa
novísima secta política, quo prescindiendo do todos los partidos para reclutar
sus adeptos en los campos más opuestos y recoger mayor suma de rencores,
envenena la desesperación de los intereses industríales en sus crisis angustiosas,
provoca meeüngu, prepara reuniones revolucionarias y asisto á funciones
de iglesia, con el fin de concitar en la fábrica, en la plaza y en el templo las
ciegas iras del exclusivismo local, no sólo contra la unidad, sino contra la existencia
de la Patria. Así pues, cuando refiriéndome á Cataluña hable del regionalismo,
debe entenderse, do ahora para siempro, que únicamente á los elementos
particularistas aludo.
Quizá la fibra delicada do mi patriotismo da á esto movimiento, aun corno
síntoma, valor más grande del que en realidad tiene; pero creo que cuando
fenómenos de esta especio se presentan en una nacionalidad regularmente constituida,
incurren en error lamentable los hombres de Estado que les niegan la
debida atención. Es general, y vicio inveterado, por desgracia, entre nosotros,
el no conceder importancia á un mal hasta que estalla con violencia; y no sería
extraño que gentes meticulosas me censuraran por tocar una cuestión que,
en concepto de muchos, no merece aún el honor de ser formalmente discutida.
Pero no pienso yo de esta manera; antes entiendo que ninguna enfermedad so
ha carado jamás con el silencio, el cual obedece á menudo más á la pereza del
enteíidiniionto ó á los desmayos de la voluntad, que á la insignificancia de la
dolencia.

— 195 —
Nunca deben mirarse con sistemático desdén las palpitaciones del sentimiento
público, por débiles que sean; y aun cuando hasta ahora, gracias á Dios,
no corra peligros nuestra unidad nacional, ni en Galicia, ni en las provincias
vascas, ni en Cataluña, bueno es fijarse en estas cosas con algún cuidado. Porque
si no son más que vanas aprensiones del miedo, con sólo acometerlas de
frente se desvanecerán; y si, por el contrario, encierran en su fondo el germen
de probables conflictos, no os acortado proceder como las almas pusilánimes,
que piensan esquivar ol riesgo cerrando los ojos para no verlo, ni como algunas
naturalezas pasivas, que viven en el mejor de los mundos posibles, hasta que
caen de pronto heridas por la catástrofe. Esta consideración me ha movido á
elegir como tema de mi discurso problema de tanta entidad, siguiendo las gloriosas
tradiciones del Ateneo, que siempre ha dado merecida preferencia á todas
las cuestiones relacionadas con el reposo, el porvenir y la grandeza de la
Patria.
Pero antes necesito hacer una sencilla aclaración para descargo de mi conciencia.
Por si acaso observáis en mi discurso algunas frases demasiado vivas,
debo advertiros que casi todas ollas han sido tomadas literalmente de los libros
particularistas que he consultado. Por lo que á mí toca, si al juzgar las diferentes
tendencias del regionalismo en las localidades donde ha despertado esta
idea, hubiese inadvertidamente caído en algunas exageraciones y asperezas de
estilo, las doy de antemano por borradas y no dichas; que no cabo en mí la intención
de lastimar en lo más mínimo á ninguna comarca do España, todas
para mí igualmente queridas, y menos á Cataluña, cuyas relevantes cualidades
he podido a.preciar por mí mismo, en tiempos bien difíciles por cierto, cuyos
arranques de patriotismo he visto de cerca en la guerra de África y he celebrado
en la de Cuba, y cuya fraternal caridad nunca ha sido la última en acudir
al remedio de las calamidades con que Dios ha afligido á España. Cataluña
podrá encontrar por ley natural entro sus hijos quien la qtiiera más ontrañablemonto
que yo; pero ninguno que con corazón más abierto, según consta á
cuantos me conocen, la considere tanto y esté tan dispuesto á ensalzar sus virtudes.
Para apreciar ol desarrollo que han adquirido las ideas regional istas en
algunos puntos de España, necesito primero consignar mis opiniones sobre su
respectivo renacimiento literario, que en algunos ha coincidido y en otros so
ha anticipado, como por lo general acontece en todos los países, á las primeras
manifestaciones políticas.
No pertenezco al número de aquellos espíritus recolosos que condonan y
proscriben las lenguas locales, cuya influencia, á medida que so reduce y aminora
con la constante invasión do otros idiomas superiores, suele sor más íntima
y afectiva. Comprendo el religioso amor (¡no iodos guardan á su lengua
nativa por menguado y pobre que sea ol territorio en quo so habla; y ¿cómo
no, si es la lengua del hogar, de las ternuras maternales, do las alegrías y tris-

— 196 —
tezas con que nos acoge la vida, de las puras creencias y de los castos recuerdos
de la infancia? No es, en verdad, la lengua en que se estudia, se negocia,
se litiga, se ambiciona y se consigue; pero es la lengua que más penetrantes
raíces echa en el corazón, porque es aquella en que primeramente se ha sentido.
¿Quién no la venera como santa reliquia de familia, ni quién puede olvidar
sin ser ingrato, que no sólo sirvió á sus antepasados para expresar sus penas
y regocijos, sino que con ella tal vez ha recibido el líltimo adiós de sus padres
moribundos?
Pero de esto á rendirle culto fanático, fuera de toda realidad, hasta el extremo
de mirar con enojo, rayano de la envidia, el habla oficial de la nación
á que se pertenece, y que no por caprichosa voluntad de los hombres, sino por
causas mucho más altas, ha llegado á alcanzar la perfección, la universalidad
y el predominio que las lenguas y dialectos provinciales no han podido conseguir,
hay, señores, inmensa distancia. En la infinita variedad de los verbos humanos,
el mundo sería representación exacta de la torre de Babel si no hubiese
idiomas que, en virtud de su fuerza expansiva y por la energía de la raza
de donde provienen, se extienden, se propagan y convierten en medios eficaces
de civilización. Al paso que las lenguas locales, sólo con el contacto de otras
más vigorosas, se corrompen y restringen hasta en los mismos lugares donde
tuvieron su cuna, las lenguas mayores, en cuya categoría y en nuestros tiempos
ocupa la castellana el tercer lugar, siguen majestuosamente su curso, recogiendo,
ó más bien, diluyendo en su corriente, como caudalosos ríos, todos
los idiomas ó dialectos indígenas de los países que ocupan ó han conquistado.
A decir verdad, sólo por algunos ideólogos de Cataluña, do aquel suelo nobilísimo,
tan sólidamente unido á los demás miembros de España, se protesta
contra esta ley fatal que rige el desenvolvimiento, marcha y destino do las lenguas,
y se entiende de modo tan egoísta el cariño debido al idioma regional.
Ni en Asturias, ni en Galicia, ni en las provincias vascas, se entiende de esta
suerte: ni siquiera en Valencia y Mallorca, comarcas de dialectos catalanes,
donde no se cree incompatible el uso del habla propia con el estudio do la lengiua
nacional, y cuyos ilustres ingenios no sólo saben ser al mismo tiempo tan
grandes poetas lemosines como grandes poetas españoles, sino que, orgullosos
del envidiable privilegio que deben á la Naturaleza, hacen gallarda muestra
de él, entonando en dos idiomas hermanos himnos de glorificación y alabanza
á la patria común.
Lejos de esto, el particularismo catalán, perdido en el laberinto de sus intransigencias,
cae en la extravagancia do formular amargos cargos contra la
neacionalidad española por haber fomentado la enseñanza y el uso del castellano»
en las escuelas del Principado. Es decir, que se queja de que, no por un proceídimiento
excepcional y tiránico, sino por el que se emplea, sin que levante
oposición alguna, en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Italia, en todas
laís naciones donde, como en la Península, hay también variedad de lenguas
ó (dialectos, se ponga en posesión de una raza emprendedora ó inteligente el
meedio más eficaz de influir en los destinos del Estado á cuya grandeza contri-

— 197 —
buye, y de ejercitar su actividad en Europa, en América, en África, en Asia,
entre los cincuenta y cinco millones de seres humanos que, repartidos por la
tierra, tienen como propia la lengua oficial de España. Seguramente, señores,
os costará trabajo concebir tanta obcecación y tan recia intolerancia. Pues qué,
aun suponiendo que el particularismo catalán consiguiera realizar sus quiméricas
aspiraciones en el grado máximo en que las acaricia, organizando un
Estado independiente, ó poco menos, del lado do acá de los Pirineos, ¿imagina
acaso que le bastaría su lengua, hablada sólo por reducido número de gentes
y contenida en espacio limitadísimo, para ponerse en continua y provechosa
comunicación con el mundo? No abona tal presunción, desprovista de todo fundamento
racional, el sentido eminentemente práctico y positivista que esta
secta política atribuye, con la mayor modestia, á sus paisanos, porque es evidente
que Cataluña, ya siga como ahora formando parte integrante de una
gran nacionalidad, ó ya se constituya en Estado libre, no podrá prescindir,
si no quiere condenarse á estéril aislamiento, de usar, en sus relaciones con
los demás pueblos, otro idioma más generalizado que el suyo, muy digno, sin
duda, de la curiosidad del filólogo y de la admiración del literato, pero que no
tiene la fijeza indispensable, ni la extensión necesaria, ni la potencia bastante
para pretender la universalidad de las lenguas dominadoras.
Estas diferencias radicales en la manera de considerar el elemento lingüístico,
producen lógicamente diferencias no menos hondas en la índole y dirección
de las literaturas particulares. Lo mismo en Galicia, cuyo regionalismo
se dibuja hoy como embrión informe, que en las provincias vascas, en donde
aquella tendencia ha adquirido determinaciones más precisas, los escritores
que en ambos países impulsan el movimiento literario no se desdeñan de escribir
tan corrientemente como el habla nativa, la lengua castellana. En sus
colecciones de poesías, en sus revistas, en sus libros, alternan fraternalmente
una y otra; en ambas exponen sus quejas y alimentan sus esperanzas, y con
espíritu más amplio que el de muchos literatos catalanes, comprenden que,
tanto por los vínculos formados durante una unión prolongada, cuanto por su
propio interés, no les conviene descuidar el idioma nacional, el cual abre y
entrega á su iniciativa vastos y ricos continentes en ambos hemisferios.
La literatura catalana, en cambio, retraída y esquiva desde el comienzo de
su nuevo renacimiento, encerrándose en sí misma como el gusano de seda en
su capullo, se desentiendo de todo cuanto pasa á su alrededor, y mira á las demás
provincias como una vieja desconfiada que observa á sus vecinos por el
ventanillo de la puerta ó el ojo de la cerradura. Y cuenta que, al hablar así
de la literatura catalana, no me refiero tan directamente al conjunto de sus
obras, donde hay bastantes de mérito superior, cuanto al espíritu que en general
la inspira, ó mejor dicho, la perturba. Si no ocupara mi atención otro
empeño más arduo, y sólo tratara ahora de escribir un estudio crítico, no me

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cansaría de prodigar en él sinceros elogios á algunas hermosas producciones
con que en la poesía lírica, en el teatro y en la novela han honrado y honran
escritores insignes á la tierra catalana en que han nacido. Diría que una literatura
entre cuyos cultivadores se cuentan autores dramáticos como Soler y
Gruimerá, que han enriquecido la joven escena dol Principado con inspiradas
creaciones; novelistas como Oller y Vidal y Valenciano, cuyos libros se distinguen
por su profundo conocimiento del corazón; críticos de tanta sagacidad
como Sarda é Ixart, y poetas como Aguiló, Balaguer, Collell y Vordaguor, que
han sabido elevarse con vuelos de águila á las más altas cumbres del Parnaso,
aplauso nada más merecería si no circulara en. el raudal do sus obras, salvas
honrosas excepciones, el veneno del exclusivismo, ó más bien, una desembozada
aversión á las cosas do Castilla.
Faltaría, sin embargo, á la buena fe si ocultase que no en todos los géneros
literarios so ha revelado con la misma fuerza esta malquerencia sistemática.
La escena y la novela, aun cuando no exentas do toda ctúpa, han sido
siempre más moderadas en la expresión de sil desvío, el cual ha campado y
campa á su antojo en algunos trabajos calificados de históricos, cuyos errores
é insidias saltan á la vista del más ignorante, y principalmente en la poesía
lírica, desde sus orígenes romántica y quejumbrosa. Seducida por el brillo dol
renacimiento provenzal, cuya influencia siente desde 1868, no ha acortado á
seguir los impulsos generosos de aquella alegre y expansiva región del Mediodía
de Francia, que si tiene legítimo orgullo en sor la patria de Mistral, no
lo tiene menor en haber dado vida á famosísimos escritores nacionales, y en
donde el noble cantor do Mireio, al esculpir en su poema con estilo virgiliano
las leyendas, tradiciones y excelencias del suolo natal, exclama enternecido,
olvidándose do añejos resentimientos y tendiendo amorosamente los brazos á
su gran patria: «La Provenga cantaba y el tiempo corría; y como el Durenzo
pierde su curso en el Ródano, así el risueño reino de Provenza se durmió al fin
en el seno de Francia. ¡Oh Francia! Lleva contigo á tu hermana... Dirigios
jiuntas hacia lo porvenir en la alta empresa que os solicita. Tú eres la fuerte,
eJla es la hermosa, y veréis huir la rebelde nocho dolante del resplandor do
vuestras frentes coronadas.»
Pero, como antes he dicho, en vez de imitar el ejemplo de Provenza, cuyos
agravios contra la niveladora centralización francesa serían, si los expusiera,
mucho más justificados que los dol falso catalanismo contra la hegemonía castellana,
el renacimiento literario del antiguo Principado sólo pensó en reavivar
odios anacrónicos y resucitar rivalidades de largo tiempo atrás extinguidlas.
Inflamado con la memoria de ofensas tradicionales no muy conformes con
lai realidad histórica, gozoso casi desde sus primeros pasos en escarnecer, calumniar
y maldecir á Castilla, quo para los promovedores do aquel movimiento
es, y continúa siendo, el resto do la Península donde no so habla lengua catailaua.
Hízose de moda en los certámenes solemnes de los Juegos floralos la
lesctura do discursos y poesías consagradas á la patria, reducida á términos tan
miezquines que podía caber holgadamente bajo la chimenea del hogar, para

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dolerse en períodos fogosos ó on melancólicas estrofas de la opresión en quo
había caído, como si estuviese en manos agarenas y no disfrutara do todos los
derechos y franquicias á que puede llegar un pueblo, libre. No hubo fábula absurda,
ni episodio histórico, ni proocupación vulgar quo no sirviera entonces
de estímulo para escribir alguna lamentación sobro la esclavitud do Cataluña
ó alguna diatriba contra los desmanos do Castilla. ¿Quién no recuerda, por
ejemplo, aquollas descomunales y reiteradas embestidas contra la mayoría do
los compromisarios do Caspe por haber creído, en conciencia, que el cotro de
Aragón correspondía do derecho á un infante do Castilla, y las tristes leyendas
y desconsoladas elegías en que, á vuelta de mal disimulados ataquos á la
unidad española, lloraban sus autores á lágrima viva, como si se tratara de su
padre, la trágica suerte del Conde de Urgol, el desdichado? ¿Ni cómo es posible
olvidar tampoco las frecuentes alusiones dirigidas en provenzal ó catalán
á la maltratada Condena (la Condesa ora Barcelona), en donde se la representaba
abatida y casi moribunda, justamente cuando su puerto se llenaba de
naves, y sobre su espléndida corona se levantaban, como testimonio de su poderío
presente, los penachos de humo de sus numerosas fábricas, focos do civilización
y de vida alimentados por toda España?
Con el transcurso do los años, esta turbia corriente de odios fue aumentando
de tal modo, que ya no pudieron contenei'la los cauces literarios por donde
hasta entonces so había deslizado, y la política, en sus manifestaciones más
extremas, se apoderó de este elemento de discordia en la forma y medida que
expondré cuando sea oportuno. Fundáronse sociedades, periódicos y revistas
para sobrexcitar este espíritu do intransigencia local, celebrando como virtudes
heroicas las rebeldías quo tantas veces han sumido á nuestro desgraciado
pueblo en mortales angustias, y haciendo calurosas defensas del duro régimen
con que Francia quiso domar á Cataluña on el siglo XVII; hasta para patentizar
su hostilidad hacia la patria cormín por medio de pueriles viñetas alegóricas,
en que se figuraba el escudo de Aragón partido y atravesado por un puñal
con las armas do Castilla. Y ya lanzada por estos despeñaderos, arrebatada
por el vértigo, y habiendo roto todos los diques de la prudencia, esta liga
político-literaria ha llegado recientemente en su extravío hasta el extremo do
calificar de ridículo quijotismo, sólo merecedor de burla, la indignación que
ardo mal reprimida en todas las almas españolas contra los detentadores de
Gibraltar, semejante á la quo enciende los corazones franceses contra los actuales
dueños de la Alsacia-Lorena, y á considerar casi como un acto de vanidosa
locura, ¡parece increíble!, los sacrificios inmensos, superior es.á los que ninguna
otra nación habría/hecho en el mismo caso, según nuestros propios censoros
confiesan, realizados por España para conservar la isla de Cuba y mantener
incólume la integridad nacional.
¡ Ali, señores! Preguntad á los catalanes quo labran on nuestra gran Antilla
su fortuna á fuerza do perseverancia y honrado trabajo, si los quo tales monstruosidades
escriben interpretan fielmente su pensamiento; preguntádselo á
los vecinos do esos risueños pueblos de la costa mediterránea, desde llosas has-

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ta los límites de Valencia, cuyo engrandecimiento y prosperidad, cada vez mayores,
proceden de la navegación y el comercio que sostienen con nuestras provincias
americanas; preguntádselo también á los que, con las legítimas riquezas
que han traído de aquellos lejanos países, no por lejanos menos nuestros,
lian convertido á Barcelona, abriendo suntuosas calles y estableciendo contenares
de fábricas, no sólo en la primera ciudad de España, sino en una de las
más hermosas del mundo; y todos os dirán á una que calumnia sus intenciones
quien expresa, tomando el nombre de Cataluña, ideas tan contrarias á sus sentimientos,
así como que, si es locura defender la integridad de la nación, ellos
son ios primeros y más rematados locos, porque estarán dispuestos hoy, mañana
y siempre á gastar en tal empresa, si fuera necesario, en unión de las demás
provincias hermanas, el líltimo céntimo de sus ahorros y la líltima gota
de su sangre.
La complicidad de algunos elementos literarios en las algaradas de esta política
perturbadora es notoria, y quiera Dios que no contribuya á precipitar
su decadencia, porque anda, para alcanzar vida saludable, en muy malas compañías.
Observad, si no, la extraña coincidencia de que en las dos ocasiones
solemnes en que el particularismo se ha mostrado en Barcelona más agresivo
y contrario á la unidad de la Patria, primero cuando la celebración del Tratado
de Comercio con Francia, y últimamente cuando las Cortes aprobaron el
modus vivendi estipulado con Inglaterra, la iniciativa de estas manifestaciones
no partió espontáneamente, como era lógico, de los contros industriales, sino
de algunos literarios; y recordad también, como dato curioso, que la Comisión
encargada de poner en manos del Rey D. Alfonso el quo ha dado en llamarse
Memorial de agravios de Cataluña, se componía, casi en su totalidad, de poetas
líricos, autores dramáticos y escritores que han conquistado en su país, y en
el cultivo de su lengua, merecida Hombradía.
Seamos francos: ¿cómo ha de despertar en las demás provincias cariñoso
interés una literatura que, sean cuales fueren sus primores, á semejantes enormidades
ha dado origen; que desde sus comienzos ha sido, según declaración
expresa del pontífice máximo del catalanismo intransigente, «una protesta y
una reivindicación», y que en vez de atemperarse á los afectos más arraigados
del pueblo español, parece como quo se complace en ajarlos y herirlos? La patria
común ha hecho en este caso lo que debía hacer. Ha procedido como benigna
madre maltratada por un hijo desnaturalizado; contestar á tan inmotivadas y
sacrilegas agresiones, no como algunos escritores catalanes afirman, con la conjiuración,
sino con la magnanimidad do su silencio.
He expuesto, señores, cómo y hasta dónde influye y pesa la manera con que
see cultivan las lenguas y literaturas particulares en las manifestaciones del
reegionalismo, y cúmpleme ahora señalar el rumbo que esto movimiento sigue
em las dos tínicas comarcas de la Península donde indudablemente existe: en

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las Provincias Vascongadas y Cataluña. Porque, si bien es cierto que en Galicia
también apunta, es hasta ahora, según antes os he indicado, de modo tan
tímido, inofensivo y nebuloso, tal vez por no encontrar condiciones favorables
para su desarrollo, que puede considerárselo como un vago anhelo nada más.
Ni las grandes ciudades completamente castellanizadas y donde apenas se habla
ya la lengua gallega, ni el pueblo de las aldeas, tan malicioso como prudente,
dan calor á las declamaciones y promesas do algunos escritores, cuyo
mérito me complazco en reconocer, que sueñan en cosas imposibles como podrían
soñar en las felicidades perdidas del Paraíso ó en las futuras bienandanzas
de la vida eterna. Hay en aquellas leales y honradas provincias, ¿para qué
negarlo?, la creencia, quizá no del todo infundada, do que no han sido algunas
veces atendidas por los Gobiernos con el interés y el afecto á que tienen derecho
incuestionable; pero es menester confesar, en honra de ellas, que nunca
esta creencia ha traspasado los límites de queja fraternal, ni ha revestido formas
hostiles á la tranquilidad de la Patria.
Más concretas y terminantes, aunque tampoco peligrosas, son las aspiraciones
de la región vasca, que ha vivido hasta hace pocos'años bajo un régimen
propio, y que es natural echo de menos con mayor intensidad sus venerandos
fueros, cuando todavía no se ha apagado en ella la profunda pena de
haberlos perdido.
Pero es tan claro en. la raza éuskara el sentido moral, y se abre tan fácilmente
camino en sus corazones la idea de la justicia, que renunciaría de buena
voluntad al restablecimiento do privilegios odiosos, contrarios á todo principio
do equidad y á toda noción de derocho, como el de la exención de quintas,
por ejemplo, y so daría por muy satisfecha—estoy persuadido de ello—
con que, sin menoscabo do los intereses generales, se restaurara, en lo posible,
su tradicional autonomía administrativa y económica. ¿Quién sabe? No es difícil
que andando el tiempo, y según las doctrinas francamente descentralizadoras,
sin medrosas desconfianzas, vayan ganando terreno en las esferas oficiales,
se llegue sobre estas bases á una concordia definitiva, y recobren, así las
Provincias Vascas como las demás del Reino, toda la plenitud de facultades
compatible con la existencia de un robusto organismo nacional.
Resulta, pues, como siempre he creído, quo solamente en Cataluña, ó, hablando
con exactitud, en Barcelona y en los puntos adonde alcanza demasiado
viva la influencia literaria ó la pasión política do la capital del Principado,
germina el regionalismo intransigente, que quisiera trastornar los cimientos
do la sociedad española y destruir do un golpe la obra de muchos siglos. Gerona,
Lérida y Tarragona pormanecen casi extrañas á este impulso demoledor,
cuya impotencia se delata en la ira mal contenida con que algunos de sus instigadores
califican á sus propios paisanos de hijos decaídos, egoístas y degenerados
de Cataluña. ¿Y sabéis, señoi:os, por qué sucede esto? Porque el regionalismo
no es allí un sentimiento que surge espontáneo ó impetuoso del fondo de
las clases popularos, como el fanatismo religioso ó el fanatismo revolucionario:
es la concepción artificial y artificiosa de unas cuantas inteligencias demasiado

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apasionadas, que en ol fervor de su propaganda suelen tomar con frecuencia
la voz de sus antipatías ó intereses por la expresión de colectividades, en realidad
indiferentes y mudas á malévolas sugestiones. Sabido es que un pueblo,
cuando está aguijoneado por un deseo vehementísimo, cuando aspira á un fin,
cuando persigue con tenacidad un propósito, en todo revela el ansia que le devora,
hasta on sus cantaros, que es quizá donde más sinceramente descubre
su corazón, el cual, como un arpa cólica, vibra y suena al compás del viento
que le hiere. Sus amores, sus aborrecimientos, sus dudas, sus temores, sus esperanzas,
sus cóleras, sus despochos, todos los afectos que le embargan, aparecen
on sus sencillos y viriles cantos, y mucho más en las regiones meridionales,
bajo cuyo cielo elemento todo busca la luz: la Naturaleza y el alma. Altivo,
valeroso, incapaz de ceder á la presión del miedo, ol pueblo catalán, como
el de toda la Península, ha cantado sucesivamente los varios estados de su espíritu
al través de las vicisitudes de los tiempos. Ha exhalado on coplas vibrantes
su sed de venganza contra los invasores durante la guerra do la Indepondencia,
mientras sellaba con sangre su acendrado españolismo en los desfiladeros
del Bruch y dentro do los muros de Gerona. Ha expresado con la misma
energía las encontradas pasiones que le movían en los tristes y alternados períodos
de nuestras discordias civiles, y ahora mismo, monárquicos y republicanos,
confían á la musa popular la confesión de su fe y la fuerza de sus esperanzas.
Pero ¿en qué cumbre, en qué vallo, en qué rincón de Cataluña ha recogido
el regionalismo intransigente la saña feroz que le anima y envenena
contra Castilla? ¿Dónde ha oído, on nuestros días, los anatemas y maldiciones
con que él la execra? En ninguna parte. Esas plantas no so crían en tierra de
España al aire libre; son flores do estufa, ó más bien, flores do trapo que sólo
se ven y lucen en alguna literatura culta, aún no curada do arcaicas preocupaciones.
Hay, para que estas ideas se desenvuelvan algo más on Barcelona, causas
especialísimas y puramente locales. La capital del Principado os el centro del
movimiento literario que tanta responsabilidad tiene en la torcida dirección
del regionalismo, y es además un pueblo que siempre ha mirado con colosa rivalidad,
impropia de su grandeza, á la capital de España. Ciudad industrial,
comercial, marítima y emprendedora, siéntese como humillada de que otra ciudad,
cuyos elementos de vida juzga muy inferiores á los suyos, tonga sobre la
nación una preponderancia, á su entender, no solamente inmerecida, sino usurpada.
Madrid es para muchas gentes una población sin condiciones intrínsecas
de existencia, y á pesar de la crecidísima cuota con que contribuye al levantamiento
de las cargas públicas, créenla una especie de vampiro monstruoso
que, á la sombra del poder central, se alimenta y engorda con la sangre de las
provincias. Tales vulgaridades, cuya falsedad se ha comprobado una y cien veces
con los argumentos más testarudos y contundentes que conoce la dialéctica,
es decir, con datos, números y hechos, están, por desgracia, muy arraigadas
en toda España, y mayormente en Barcelona, donde, on parte por error
de entendimiento, y en parte por excesivo orgullo local, hay muchos que con-

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sideran á la capital de la Monarquía como un antro abominable, únicamente
habitado por insaciables parásitos, empleados corrompidos, agiotistas sin escrúpulos
y ambiciosos sin conciencia.
Adulando estas flaquezas del amor provincial y enconando con acres estimulantes
la natural excitación do intereses cjuc so lian creído, ó que realmente
han sido lastimados, porque no quiero entrar en esta cuestión, ajena en el fondo
al toma de mi discurso, es como el regionalismo ha podido presentarse en
Barcelona con apariencias de vida y hacer que fervorosos católicos ó incrédulos
impenitentes vayan juntos en tropel revuelto y en son do protesta, así á
una manifestación agitadora, como á unas honras fúnebres, en su esencia no
monos agitadoras que la misma manifestación.
¿Qué más da? Ayuntamiento híbrido, y por tanto estéril, do opiniones encontradas,
aunque igualmente extremas, fundidas por el renacimiento literario
on mortal enemiga contra Madrid y la lengua castellana, este catalanismo
bastardo pide y desoa, en nombre del elemento ultramontano, la resurrección
de sus antiguallas foralos, cuya bandera lia enarbolado D. Carlos, y á la vez,
en nombre do elementos radicalísimos, la constitución de un Estado independiente,
adherido á la nacionalidad española, á lo sumo, por vínculos nominales,
si es que no llega en su extravío hasta proclamar las excelencias de una
separación insensata.
Con la jactancia de ser un sistema lógico, racional y práctico, es el delirio
• más confuso de cuantos pueden salir de cerebro humano enfermo. Simultáneamente
teocrático y racionalista, monárquico y republicano, idólatra de los pasados
tiempos y ardiente defensor de los principios proclamados por la Revolución
francesa, el particularismo catalán no es más, en resumen, que la reunión
fortuita de dos exageraciones irreductibles, juntas, poro no confundidas,
como dos fieras dentro de la misma jaula, en el círculo estrecho de un renacimiento
literario, falto en su origen de generosos ideales y do amplios horizontes.
Mas tal como es, marchando al través de las mayores contradicciones y de
los más inexplicables contrasentidos; como viajero que camina sin guía y al
azar por selvas vírgenes ó inexploradas, ha formulado, bien desabridamente
por cierto, sus ofensas, y ha presentado sus soluciones en tres textos curiosos
que, según tengo entendido, son, si no obra de la misma mano, inspiración del
mismo ingenio: la Memoria presentada el año pasado á S. M. el Key D. Alfonso
XII; unos artículos impresos primeramente en francés en la Mevue du
Monde Latin, no diré sobre España, sino contra España, y un libro publicado
en catalán por el último presidente de los Juegos florales de Barcelona. Tienen,
el autor ó los autores de estas obras, la pretensión de haberlas escrito
abundando en el sentido práctico y analítico, propio del genio catalán, como
para formar contraste con las vanas imaginaciones á que, según ellos, es tan
inclinado el pueblo castellano; y, en efecto, en las tres muestran su repugnancia
invencible á las generalizaciones, generalizando desde el principio hasta
el ñn de un modo pasmoso. Es do ver de qué manera en estas producciones

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—que podrían calificarse de catecismo regional de Cataluña, si Cataluña aceptara
como suyas, lo cual está muy lejos de suceder, las opiniones de un grupo
exiguo, pero bullicioso—se plantean y resuelven con un rasgo de pluma los
más arduos problemas antropológicos, étnicos y políticos, y con qué soberana
desenvoltura, por medio de afirmaciones rotundas, á las cuales sólo falta la
demostración de la prueba para adquirir valor científico, se lanzan sus autores,
hacha en mano, por las intrincadas espesuras de la historia nacional, para
convencernos de que en España, como si se tratara de Inglaterra invadida y
conquistada por los normandos, ha habido durante las líltimas centurias, y lo
que es más asombroso, hay todavía en nuestros tiempos democráticos, razas
dominadoras y razas dominadas.
Convendréis, señores, conmigo en que la tesis nada tiene do pacífica y conciliadora,
viéndose en sus expositores, más que el propósito de discutir el pro
y la contra de una nueva organización nacional, en la alta esfera de los principios,
la intención de abrir abismos infranqueables entre los miembros de la
familia española. Como premisa necesaria para desenvolver sus agudos argumentos,
el catalanismo empieza sentando, por la voz de sus más autorizados
doctores, cual si se tratara de un hecho rarísimo, que España, más que una
nación regularmente constituida, es un compuesto heterogéneo de pueblos distintos
y hasta opuestos. Cualquiera extranjero un poco filósofo—dice—que,
penetrando en la Península por Irán, recorra y visite las Provincias Vascas,
Asturias, Galicia, ambas Castillas, Andalucía y Cataluña, al recordar, después
de haber terminado su excursión, que durante su viaje ha oído hablar, no una
lengua y algunos dialectos, sino diversas lenguas, y ha observado, á más de
estas diferencias de idioma, otras igualmente esenciales desde el punto de vista
etnográfico, sociológico y folkolórico, no podrá menos de sostener, con íntimo
convencimiento, que no ha estado en una nación, sino en varias naciones.—
Convengamos en que el extranjero que sobre tan frágiles cimientos levantase
conclusión tan absoluta, revelaría, á pesar de sus humos filosóficos, que ignoraba
por completo la G-eografía y la Historia. Suponed, señores, que ese extranjero,
antes de entrar en España, se detiene en Enrancia, la potencia políticamente
más unificada de Europa y acaso del mundo, donde oye hablar, amén
de los noventa patoi* que se usan en aquel Estado, según consta de la colección
mandada formar por el ministro Chaptal durante el primer Imperio, la
lengua catalana en el Eosollón, la provenzal en las orillas del Ródano, la vascongada
en los bajos Pirineos, un idioma céltico en Bretaña, el italiano en
Córcega y Niza, y, dado caso de que hubiese verificado su expedición antes de
la guerra franco-prusiana, dialectos alemanes en Alsacia y Lorena; suponed,
además, que nota la variedad do trajes, de costumbres, de tradiciones) de densidad
de población, do estado agrícola é industrial y hasta de creencias religiosas
entre aquellas provincias, y de todo esto tendrá que deducir, so pena

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de andar á la greña con el sentido común, que Francia tampoco es una nación,
sino varias naciones, todavía con diferencias más profundas que las que existen
en España, donde al cabo sólo se registran cuatro lenguas, no importadas
de extraños países, sino de raíz castiza y propia: el éuskaro, el castellano, el
catalán y ol gallego. Pero ¿por qué pararse en Francia? El extranjero prosigue
su instructiva peregrinación; recorre Inglaterra, pasa por Austria-Hungría y
Alemania, hasta llegar á Rusia, impenetrable caos de razas y religiones, bajo
el yugo de un autócrata; y por mucho que se le hayan resistido en su niñez
los rudimentos históricos y geográficos, debéis estar persuadidos de que vuelve
á su patria sabiendo, por fin, lo que quizá con menos filosofía, y excusándose
las molestias del viaje, habría podido aprender en su casa, con sólo hojear en
sus horas de ocio algunos libros elementales; es, á saber: que todas las grandes
nacionalidades han sido, son y seguramente serán en lo sucesivo, conglomeraciones
más ó menos consistentes do razas y pueblos distintos, formadas por la
conquista, el mutuo consentimiento, la comunidad de creencias é intereses, las
necesidades de la recíproca defensa y la acción lenta, pero consolidadora, del
tiempo.
Y sabría más si quisiera ahondar el estudio y le interesaran, en efecto, las
cosas de nuestra tierra. Sabría que España, situada en un extremo de Europa,
encerrada entre dos mares y resguardada por la cordillera pirenaica contra ajenas
codicias, es, tal vez, de todos los Estados de nuestro continente, tanto por
su posición geográfica cuanto por su configuración geológica, el que reúne
mejores condiciones para seguir formando siempre un fuerte y compacto organismo
nacional. Los hijos de sus elevadas y áridas mesetas centrales, avezados
á todos los rigores de un clima rígido y desigual, han sido en las épocas
pasadas, y lo serían aun cuando nuevas razas reemplazasen á las que hoy ocupan
la Península, un irresistible elemento de nacionalización, porque en su
lucha por la existencia se verán siempre forzados á descender por ambas vertientes
hacia las costas, buscando las salidas y los beneficios del mar. Esto explica
la hegemonía de Castilla, no debida á la voluntad de los hombres, sino
á las leyes incontrarrestables de la Naturaleza. Transcurrirán los siglos; nuevas
guerras y fundamentales revoluciones podrán cambiar los destinos de Europa,
borrando las inciertas y caprichosas fronteras de la mayoría de sus Estados,
y España, en medio do tantos trastornos, continuará siendo una sólida
entidad geográfica y nacional, tan defendida y firme como la roca perdida en
la soledad del Océano, que resisto, sin conmoverse, la incesante sacudida de
las olas y el furor de las tempestades.
Partiendo del singular descubrimiento hecho tan á deshora y con tan poca
fortuna por ol consabido extranjero filósofo, el catalanismo divide arbitrariamente
las varias razas que pueblan nuestro territorio en dos agrupaciones típicas
y características, de cualidades contrapuestas, que atraen y absorben á
las demás por la ley de las afinidades: la agrupación central-meridional, que
t¡ene por base ambas Castillas y se extiendo á todas las regiones reconquistadas
por sus armas, y la agrupación norte-oriental, cuyo núcleo es Cataluña,

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compuesta, no sólo de los Estados que constituyeron la antigua Monarquía
aragonesa, sino también de los diversos pueblos que habitan la vertiente peninsular
de los Pirineos hasta el golfo de Cantabria. Y ved, señores, cómo exaltado
por el afán generalizador que tanto condena en el genio castellano, clasifica
el catalanismo, por la sola razón de que se le antoja, á todas estas provincias,
hasta á aquellas que han hablado siempre la odiada lengua oficial, y
jamás han tenido la monor conexión con Cataluña, como satélites del Principado;
y declara ex catiteara, que, además del aragonés, á veces no muy bien
avenido con su vecino de allende el Ebro, el navarro, el vasco, el'gallego, el
asturiano, hasta el natural de las montañas de Burgos, gloriosa cepa de los
más ilustres linajes de Castilla, son pueblos de «temperamento, índole, tendencias
y aspiraciones catalanas», lo cual ellos no habrían sabido, ni sospechado
siquiera, si el particularismo, con fraternal solicitud, no so hubiese apresurado
á darles tan grata noticia. ¿No es cierto, señores, que este originalísimo
sistema de clasificación, que con tan gentil desenfado se impone á la lingüística,
á la antropología, á la geografía y á la historia, justifica plenamente
las facultades reflexivas, metódicas y prácticas de que el catalanismo so muestra
tan envanecido?
Repartida de esta suerte la Península entro castellanos y catalanes, echando
sobre la carta de España una línea divisoria como la que trazó el Papa Alejandro
VI sobre el mapa del mundo para separar las conquistas do españoles y
portugueses, establece el regionalismo un paralelo entre el carácter castellano
y el carácter catalán, y en este punto es donde, rompiendo todo freno, se despacha
á su gusto, haciendo descubrimientos tan peregrinos, ó acaso más, que
los del extranjero filósofo con quien hemos tenido ocasión de trabar conocimiento
en los párrafos anteriores.
Es el pueblo castellano—según sostiene con admirable sagacidad—uno de
los más señalados que existen en Europa, correspondiéndole en la escala humana,
por alguna de sus condiciones, el extremo opuesto al que ocupa la gente
anglo-sajona.
«Esta es la más completa representación del positivismo basado en el sentido
práctico individualista, mientras que aquél es la genuina expresión del
idealismo, apoyado en el más inconstante afán do abstracciones. Son, respectivamente,
Jhon Bull y D. Quijote.» Como consecuencia de su espíritu idealista,
hasta la exageración, resalta en el pueblo castellano una tendencia generalizadora,
aventurera, absorbente, dominadora, propensa á enamorarse de
vanas quimeras. ¿Conocéis el retrato? De fijo que no, porque á pesar do la autoridad
dogmática con que se os presenta, pugna la imagen con la exactitud
de los hechos, con los rasgos más expresivos de la fisonomía que se ha querido
copiar y con las más vulgares enseñanzas de la historia. Y si no, veárnoslo.
Nadie ignora que en aquellos seres humanos en quienes la fantasía prepondera
con exceso, las manifestaciones de la voluntad suelen ser vehementes,

— 207 -
pero poco perseverantes. Alucinados por las varias perspectivas que su propia
imaginación les forja, tan mudables como los celajes do las tardes de otoño, no
sobresalen por la firmeza de sus convicciones ni por la persistencia en sus propósitos.
Así es que dondequiera que veáis, en los individuos ó en las colectividades,
un pensamiento que no cambia, una constancia que no desmaya y una resolución
que crece con los obstáculos, podéis asegurar, sin el temor de ser desmentidos,
que en olios no impera, ni on poco ni en mucho, una mente soñadora.
Precisamente el verdadero pueblo castellano, el que desde los llanos ds
Burgos avanza sin cesar, dilatando la ley de Cristo por tierra de moros, os de
todos los peninsulares el que más so ha sustraído siempre al influjo do idealismos
fascinadores. No teniendo la viva impresionabilidad de los meridionales,
ni la impetuosidad irreflexiva de los levantinos, ni el cálculo prudente, aunque
tardo, do los hijos del Norte, tiene, en cambio, una ponderación do facultades
medias que, sin detrimento de su energía, le impide caer fácilmente en
los extremos de la pasión y en los excosos do la violencia. Es constante, pero
no torco; no os pronto al entusiasmo, pero tampoco al desaliento; no es brillante,
pero es sólido; toda exageración le encuentra frío, y no obstante su altivez
quisquillosa, ó si os parece mejor, algiín tanto vana, posee on alto grado la
virtud más difícil de encontrar en las colectividades neolatinas: la virtud de
la obediencia. Recordad, señores, la intervención (pie ha tenido Castilla en
los febriles trastornos que nos han conmovido en el curso del presente siglo,
y veréis cuan escasa es comparada con la que correspondo á las demás regiones
peninsulares: la Historia, que registra pronunciamientos en Galicia, alborotos
en Andalucía ó insurrecciones y guerras prolongadas en las provincias
del Norte, Aragón, Cataluña y Valencia, no consigna en sus páginas—excepción
hecha de Madrid, que, como las grandes capitales, es un pueblo cosmopolita,
sin carácter propio determinado—ningún movimiento cuya iniciativa
haya partido de Castilla: y sin embargo, on cuantas grandes crisis han. conturbado
á España, ha sido materia dispuesta á todos los sacrificios, base de
toda reconstitución y nervio do toda resistencia.
Y esto ha sido siempre. Desde que aparece com¿» Estado político, se consagra
pacientemente, sin que ninguna otra, idea le distraiga durante largos
siglos, á la redención de España: adelanta sin vacilar en su obra de reconquista;
no pierde su fuerza en luchas exteriores, ni aspira á posesiones lejanas;
mira con horror todo empeño que pueda apartarle do su fin providencial, y
antes de invadir la casa ajena pono el mayor cuidado on edificar sólidamente
la propia. Y mientras la Monarquía aragonesa, cuyas glorias admiro, eminentemente
práctica, según la crítica particularista, gasta la, sangre de sus regnícolas
on ompresas temerarias, sustenta y mantiene guerras desastrosas al
otro lado de los Pirineos, donde nada tiene que ganar, y lleva su dominación
á Cerdoña, Sicilia y Ñapóles, la Monarquía castellana, fundada y engrandecida
por una raza soñadora, sin firmeza do juicio, dada tan sólo á abstracciones
y sutilezas del ingenio, no ceja on su trabajo lento, pero fecundo; no se
olvida un instante de su misión civilizadora; á pesar de que alienta on ella el

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alma de D. Quijote, no inspira á sus hijos locuras, heroicas, es verdad, pero
al fin locuras, tales como la acometida por los almogávares 011 Oriente, y no
da paz á la mano ni reposo al espíritu hasta que consigue la complota y definitiva
liberación del territorio nacional.
Termina la reconquista, y el advenimiento de la dinastía austríaca tuerce
de pronto la política tradicional do Castilla, bien tristemente, por cierto, para
sus libertades. No sus intereses propios, sino los de la Casa Real aragonesa,
metida en. todas las complicaciones de Italia, que ora á la sazón el campo de
batalla de Europa, son los principales fautores de aquel acontecimiento; porque
sin la necesidad en que se vio de buscar aliados poderosos contra la secular
enemistad de Francia hacia Aragón, el sagaz Fernando el Católico no habría
concertado las dobles bodas de sus hijos con los del Emperador Maximiliano
de Austria. No se deja Castilla alucinar por tanta grandeza, y entra obligada,
¿qué digo obligada?, entra vencida en el torbellino de la política europea;
ve con malos ojos la elevación de D. Carlos al Trono imperial de Alemania;
sus Cortes conceden á duras penas, bajo el peso del soborno y la amenaza, los
subsidios que se la piden, y sus ciudades, como si tuvieran el presentimiento
de catástrofes futuras, se congregan y alborotan. Pero la autoridad real se
impone; la antigua Constitución castellana queda mermada, y no por natural
impulso, sino por fuerza, según comprueba la constante protesta de sus ya
abatidas Cortes contra las guerras lejanas. Castilla, hasta entonces contenida
en sus límites peninsulares, interviene como parte integrante de la nación española
en las contiendas del mundo, de donde sólo habíamos de sacar, en compensación
de una gloria deslumbradora, pero efímera como el resplandor del
relámpago, nuestra rápida decadencia y total ruina.
Tal es, históricamente considerado, el pueblo que, con manifiesta preterición
de la verdad, presenta el catalanismo como el más imaginativo y fantástico
de la tierra. Juzguémosle ahora por sus cualidades propias, y veremos
hasta qué punto es cierto el amor á las aventuras con que la malevolencia de
sus acusadores pretende desfigurarlo.
¡El pueblo castellano ¿aventurero! Parece mentira que esto se escriba por
plumas españolas. Apegado á su hogar con tan fuertes raíces como el árbol á
la tierra en que ha crecido, y bastante cauto para no dejarse engañar por las
seducciones del deseo, prefiere, á pesar de residir en las comarcas más pobres,
tristes y desoladas de la Península, el terrón heredado, á las obscuras promesas
de lo desconocido; y mientras los hijos de las provincias del Oriente, del
Norte y del Noroeste de España, tan prácticas y positivas, según el regionalismo
catalán, emigran á millares, como las aves de paso, cegados por el ansia
de hacer fortuna en países remotos, donde para un venturoso que logre su
objeto, hay tantos infelices que sucumben en la desesperación y la miseria,
el pueblo idealista por excelencia, el D. Quijote; de Europa, permanece tranquilo
en su casa, compadeciéndose de los ilusos que, devorados por la sed de
riquezas, casi siempre falaces, rompen sin esfuerzo los lazos del hogar, de la
familia y de la Patria. La emigración de Castilla, propiamente dicha, no re-

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presenta apenas el 3 por 100 en el cuadro de la emigración peninsular para
América y las vecinas costas africanas, suministrando el mayor contingente
el antiguo Principado, islas Baleares, reino de Valencia, Provincias Vascongadas,
Asturias y Galicia, pueblos que, como ya sabéis, «tienen temperamento,
Índole y aspiraciones catalanas».
Pero preguntaréis asombrados: ¿En qué se apoya el particularismo para
calificar á Castilla do aventurera é irreflexiva? Pues so apoya como en la mayor,
si no en la única razón, en la parte que tomó Castilla en el descubrimiento
y conquista de América, sin haber calculado, antes de acometer tan animosa
empresa, que había de ser una de las causas más eficaces de su despoblación
y agotamiento. Esto os, señores, lo que se llama hilar delgado. Mas admitiendo
como valedera, observación que se quiebra de puro sutil, no habría sido inútil
recordar, al hacerla, que aquellos trascendentales acaecimientos sólo son
un accidente fortuito en la historia de Castilla, y que en reglas de sana crítica
no puede admitirse como elemento do prueba para juzgar las cualidades de un
hombre, de una raza ó do una nación, los hechos casuales, ó hablando con más
piadosa exactitud, los sucesos providenciales en que forzadamente interviene.
No realizó Castilla tan maravillosa epopeya siguiendo la instintiva inclinación
de sus hijos, que hasta aquellos días no se habían notablemente distinguido,
ni por sus empresas marítimas, ni por el afán do extender sus dominios más
allá de las fronteras peninsulares. Lo que hubo fue que, designada por Dios
para arrancar al Océano el secreto de sus incógnitas regiones, vióse arrebatada
la primera, y sin buscarlo, por el vortiginoso impulso que á fines del siglo XV
empujó á todas las naciones situadas en las márgenes de aquel mar, hasta entonces
negro como la noche, pero cuyas densas y medrosas tinieblas debía desvanecer
para siempre el genio do Colón. Portugal, Inglaterra y Francia sienten
casi al mismo tiempo la fiebre de los descubrimientos con tanta intensidad,
si no con tanta gloria como España. Pero ¿á qué insistir en este punto? No se
oculta á los que tales juicios exponen, que Castilla fue aventurera y conquistadora,
como lo habían sido antes, cuando el Mediterráneo concentraba la vida
comercial y política del mundo, los pueblos do Europa que ocupan el litoral
de aquel mar greco-latino; como lo había sido Genova, llevando sus armas y
sus mercaderías hasta donde las condiciones de su poder naval se lo habían
consentido; como lo había sido Vonecia, extendiéndose por las islas del archipiélago
griego y llegando casi hasta los muros de Constantinopla; como lo había
sido el mismo Aragón, enseñoreándose de Cerdeña, Sicilia y Ñapólos, no
sin mantener pertinaces luchas con Francia, cuyas funestas consecuencias debía
de sufrir España después de unida bajo un solo cetro. Esto aconteció hasta
que las proas de las naves castellanas y portuguesas rasgaron el seno misterioso
del Atlántico; entonces la actividad guerrera y mercantil que había ennoblecido
á aquellos pueblos se trasladó á las naciones oceánicas, precipitando
la decadencia de Genova, la de Venecia, y también la de Cataluña, no por su
unión con Castilla, sino porque el centro de los grandes intereses humanos
había cambiado de lugar.

— 210 —
Ya en alas de su hiperbólica imaginación, el catalanismo va donde quiere
llevarle su fantasía espoleada por el odio, y presenta como demostración irrebatible
de las diferencias características que nota entre la soñadora Castilla
y la positivista Cataluña, el entusiasmo con que la primera acogió el descubrimiento
de las Indias Occidentales y la glacial indiferencia con que supone
que la segunda contempló aquella inesperada dilatación de la tierra. Pero esta
indiferencia, no tan absoluta como parece, ¿fue sólo propia del pueblo catalán?
¿No participaron de ella por igual las demás naciones del Mediterráneo? ¿Qué
intervención tuvieron, como potencias marítimas, Genova y Venecia, en aquel
acontecimiento memorable? Dijérase que en tan supremos instantes el presentimiento
de su inevitable ruina las sobrecoge y paraliza, y que no la indiferencia,
sino el despecho, las impide concurrir á una aventura que va de golpe
á arrancar de sus manos el cetro marítimo del mundo.
Perdonadme, señores, si me veo obligado á discutir estas cosas; pero la
culpa no es mía. ¿Quién que haya estudiado medianamente la Historia, ignora
que. no las condiciones do sus naturales, sino su posición geográfica sobre las
costas oceánicas, prepara á Castilla, como á Portugal, como á Francia, como
á Inglaterra, cuyo poder marítimo se inicia entonces, para las admirables hazañas
que en aquel siglo acometieron? Sólo puede aparentar ignorarlo el mal
intencionado deseo de descubrir antagonismos definitivos entre pueblos hermanos
que tienen, en mayor ó menor grado, los vicios y virtudes de la raza
á que pertenecen, de la tierra que habitan y del clima en que se desenvuelven,
ó lo que es lo mismo, los defectos, cualidades y pasiones de la familia
latina y de la sangre meridional. Pero necesitábase á cualquier precio, aun
cuando fuera apelando al absurdo, para dar cierto aspecto de fortaleza al castillo
de naipes levantado contra la unidad de la Patria sobre fantásticos agravios
tradicionales, poner frente á frente á dos importantes elementos constitutivos
de la nacionalidad española; retratando al castellano, como á una raza
hundida en todas las debilidades y aberraciones bizantinas, y al catalán, como
á una especie de colonia inglesa, surgida de pronto, en un extremo de'la Península.
Ahora bien: partiendo de esta supuesta é irremediable incompatibilidad
entre el temperamento, el carácter, los sentimientos é intereses de Castilla y
Cataluña, ¿es posible que se entiendan y vivan juntos pueblos que tan radicalmente
se contradicen y repelen? No son dos hermanos que en la calma del
hogar acuerdan el mejor medio de acrecer y mejorar su patrimonio comtin: son
dos enemigos implacables, cuyas discordias sólo pueden acabar con la separación
ó la muerte. Porque el problema está planteado en esta forma: de una
parte Castilla, «inepta para toda empresa positiva, y caída en uno de los últimos
lugares en la escala de las gentes civilizadas»—copio estos afectuosos juicios
y los que siguen de los libros particularistas que he registrado—, domi-

— 211 —
nadora y absorbente, como no lo ha sido nación alguna desde los tiempos de
la antigua Roma, pero que careciendo ya de fuerzas para lograr sus fines, atropella
y lastima por «medios bajos y de mala ley» los usos, costumbres y fueros
de cuantos pueblos han tenido la desgracia de ligar sus destinos á los de
ella; y de otra parte Cataluña, exacta como un número, analítica, individualista
y utilitaria hasta tocar en los lindes del egoísmo, en la cual las alucinaciones
de la fantasía no ejercen ningún imperio, y que arrastra desde su unión
con Castilla pesada é insufrible cadena. Castilla la ha desnaturalizado por completo;
la ha despojado, sin protexto ni excusa, de sus antiguas instituciones;
ha mutilado y continúa mutilando por vano capricho su constitución civil, y
con propósito deliberado, por el solo prurito de causarla daño, aniquila á sabiendas
la industria catalana, entregándola atada de pies y manos á la competencia
extranjera, y sumiendo en la miseria á villas y ciudades antes florecientes
y dichosas. Poro hay más todavía: en el orden político la tiene agarrotada;
en el administrativo, sujeta á leyes que contrarían su desarrollo y á merced
de empleados castellanos despóticos, insolentes y corrompidos; en el judicial,
bajo el yugo de magistrados que en su inmensa mayoría no han nacido
en el país en donde desempeñan su noble ministerio, lo cual les incapacita, sin
duda, para administrar recta y honradamente justicia; y como si aún no fueran
bastantes tantas humillaciones, ha impreso en la frente de su víctima la
marca indeleble del siervo, obligándola á hablar, ¡oh ignominia!, «la aborrecida
lengua del amo».
Agrava estas violencias y desmanes el menosprecio sistemático con que la
trata, privándola de su legítima participación en los negocios públicos, y mirándola,
no como á una región que se ha agregado á las demás pacíficamente,
sino como á territorio enemigo sometido y dominado por fuerza de las armas.
Su suerte es tal con relación á la de otros pueblos, que por casamiento de príncipes,
anexión voluntaria ó conquista, han entrado á formar parte de las demás
grandes nacionalidades europeas, y tan insoportable su cadena, que el pontífice
del particularismo, comparando las quejas expuestas por las colonias inglesas
contra la Metrópoli, en su célebre Declaración de Independencia, con
las que podría alegar Cataluña contra los desafueros y usurpaciones de España,
no vacila en sostener que otra declaración como aquella formulada por el
Principado, sería «más contundente y fundada que la escrita por Jefferson».
No invento los cargos, ni acentúo las palabras con que éstos se estampan; antes
bien, suavizo su crudeza, porque se me resiste trasladar á mi discurso las ásperas
frases con que el falso catalanismo procura dar mayor relieve á la razón
de sus agravios y á la justicia de sus reivindicaciones.
Ya lo oís, señores: Cataluña, por órgano de sus nuevos y no buscados redentores,
se duele de su fortuna ingrata, porque la opresión en que gime es
inaudita y no se conoce igual en parte alguna. ¡Qué punzadora envidia debe
asaltarla al fijar su atención en las demás potencias de Europa! Porque ahí
está la República vecina, donde cada Estado de los que han ido entrando sucesivamente
en su nacionalidad gloriosa se gobierna aún con las leyes, privi-

- . . — 212 —
legios y Cartas magnas do los tiempos de su independencia. Ni en Bretaña,
ni en Provenza, ni on el liosollón, ni en Norinandía, ni en Borgofia, ni en el
Franco Condado, se da, el caso ignominioso de que ejerzan cargos públicos y
administren justicia hombres que no sean naturales de cada una de estas regiones.
Todas ellas conservan su derecho civil distinto, su organización administrativa
propia, sus intereses exclusivos, no armonizados, sino separados por
completo de los del resto de la nación, y on cuanto á la lengua, en cuanto á eso
signo de servidumbre que imprime el dueño en la frente del esclavo, ¡ali!, ¡qué
diferencia entre Francia y España! Allí el idioma nacional es pura ficción, y
para entenderse con más facilidad en sus relaciones políticas, comerciales, científicas
y literarias, superando en esto al famoso D. Hermógenes do la comedia
de Moratín, que se expresaba en griego para mayor claridad, cada departamento
enseña, habla y escribe oficialmente la lengua que le da la gana. ¿Quién duda
que los mismos derechos y libertades prevalecen en Italia, en Inglaterra, en
todas partes monos 011 nuestra Península, donde Castilla, el pueblo más idealista,
generalizado!' ó imperioso de la tierra, ha pasado, produciendo la general
decadencia, el nivel do su unitarismo por los varios Estados y Reinos que han.
contribuido á la formación do la nacionalidad española? Si España no fuese en
esto punto una excepción cruel, y solo hubiera incurrido en culpas, suponiendo
(|uo lo sean, comunes á las domas naciones do Europa en su evolución constitutiva,
¿cómo había el regionalismo do embestirla con tanto rigor y tan desusado
ensañamiento?
Mas ¿adonde vamos á parar con semejantes exageraciones? En desagravio
de la verdad, do la justicia y de la Historia, protesto contra esta forma de plantear
el problema regional en el terreno resbaladizo do las. recriminaciones y
hasta de las calumnias. Protesto contra la manía de atribuir solamente á una
fracción do España la responsabilidad do la decadencia nacional, como si ésta
no fuese ol resultado do nuestros mutuos errores, de nuestras faltas tradicionales
y de nuestros comunes infortunios. Protesto contra el empeño de presentar
á Castilla como ejerciendo predominio absoluto on el gobierno del Estado,
cuando los naturales de los demás antiguos reinos de España, sin ninguna exclusión,
han tenido siempre expedito el camino para llegar á los más altos cargos
de la república; y protesto con mayor resolución, si cabe, refiriéndome á
la época presente, en que el conjunto de los diputados elegidos por Cataluña,
Aragón, Mallorca, ISTavarra, Provincias Vascongadas, Asturias, Galicia, Canarias
y Antillas españolas, comarcas todas que tienen ó lenguas ó dialectos, ó
legislación civil, ú organización administrativa, económica ó militar diversas
de las del absorbente pueblo castellano, constituyen mayoría en las Cortes,
según puede comprobarse consultando los datos oficiales. Protesto, finalmente,
contra las armas que esgrime el catalanismo turbulento para desacreditar dentro
de casa y en el extranjero á la Patria española, como si le animase, más
que el afán de restaurar con nuevos sistemas políticos y económicos las decaídas
fuerzas nacionales, el siniestro designio de encender otra vez entre pueblos
hermanos la terrible guerra civil.

— áié —
Voy acercándome, señores, al fin de mi tarea. Habíame propuesto demostrar
la sinrazón con que ol regionalismo intransigente hace derivar de quiméricas
ofensas ol derecho de sus reclamaciones; y aunque constreñido 1 á encerrar
mi pensamiento en el corto espacio de un discurso, creo haberlo conseguido.
No estoy, sin embargo, tan ciego y obcecado que atribuya sólo á la influencia
perniciosa de unos cuantos espíritus, mal avenidos con la paz pública, las manifestaciones
belicosas del principio federativo, el cual despierta á la vez en
Inglaterra, con la cuestión de Irlanda, prólogo acaso de futuros conflictos en
Escocia y el condado de Gales; en Italia, donde el temor al Pontificado reprimo
sus ímpetus, y con formas más indecisas en casi todas las naciones considerables
de Europa. Algo hay, pues, en este movimiento, que solicita vivamente
la reflexión, y me permitiréis que diga, siquiera sea con la mayor brevedad,
lo que sobre materia tan ardua se me ocurre.
Á poco, señores, que meditéis en los extraordinarios fenómenos que en todos
los órdenes de la vida se observan, tendréis que convenir en que nunca ha parecido
el mundo tan expuesto como ahora á una monstruosa acumulación de
las fuerzas sociales. En las edades pasadas, cuando la Ciencia no había facilitado
tanto la comunicación humana, las diversas regiones de una nación, aunque
unidas entre sí por estrechos vínculos, podían conservar, si no íntegra,
poco disminuida al monos, su personalidad característica. Contribuían á esto,
entre otras muchas causas cuya enumeración me llevaría demasiado lejos, las
dificultades opuestas por la Naturaleza, la multiplicidad de lenguas y religiones,
aún vigorosas, que mantenían á pueblos y gentes de un mismo origen en
forzoso, cuando no hostil apartamiento, y el bravio espíritu de independencia,
no atemperado por la comunidad do intereses políticos, económicos, mercantiles
y morales, que cada día afirman con mayor imperio la solidaridad del género
humano. En los tiempos actuales muchas do estas resistencias han desaparecido,
y otras so han aminorado tanto, que apenas son sensibles. Las distancias
se han suprimido; ol vapor y la electricidad han surcado la tierra de
múltiples arterias por donde circulan, con la velocidad do la. luz, la riqueza,
el pensamiento, hasta la voz del hombre, imperiosa y concisa como un mandato.
Sin intervención do la fuerza material, atracciones misteriosas agrupan
en determinados países inmensos elementos do civilización. La Ciencia, cultivada
en todas partes, pero concentrada principalmente en algunos focos esplendorosos,
envía y reparte desde la altura sus innumerables legiones de ideas
hasta los liltimos confinos del mundo. Los sistemas filosóficos y literarios, las
costumbres, los caprichos del pueblo predominante invaden todos los continentes,
hasta los menos civilizados, y ejercen por dondequiera que pasan la
más blanda en la apariencia, pero en el fondo la más corruptora do las tiranías:
la tiranía do la moda. Por momentos, las distintas razas que pueblan la
superficie del globo van perdiendo sus caracteres peculiares, sus condiciones

— 214 -
geniales, sus gustos y hasta la pureza de sus lenguas, para amoldarse con uniformidad
fatigosa á la pauta establecida por la nación que moralnaente las conquista.
Hasta las religiones, que por su necesaria intransigencia dogmática
han sido en épocas pasadas fortísimos baluartes de independencia, caen en estado
de cansancio ó de atonía parecido al que sufrió Roma en el último crepúsculo
del paganismo, cuando Júpiter y Cristo recibían culto en paz y concordia
bajo las bóvedas del mismo templo. El crédito, palanca de la sociedad
contemporánea, con cuyo auxilio se remueven los mayores obstáculos y se realizan
las más prodigiosas empresas, absorbe desde unas cuantas ciudades el
capital de la tierra, y desde allí lo emplea, lo distribuye y esparce por todas
las naciones como podría hacerlo el Fisco de un dilatado imperio por sus lejanas
provincias.
En todo se descubre la invencible inclinación de las fuerzas é intereses sociales
á constituir núcleos monopolizadores; por todas partes surgen las grandes
compañías de ferrocarriles, los grandes sindicatos de la Banca, ias grandes
sociedades industriales, mercantiles y marítimas, los grandes Estados, y
como consecuencia de esta aglomeración general, las metrópolis desmesuradas,
las formidables escuadras, los numerosos ejércitos y los presupuestos abrumadores.
Los pueblos sienten la necesidad instintiva de asegurar su vida local, sus
libertades y su fortuna contra esa aterradora absorción de los elementos sociales,
y ésta es, á mi entender, una de las causas que más contribuyen en nuestros
días á avivar los gérmenes federativos, que siempre han dormido en el
fondo de las más poderosas nacionalidades europeas. No hay acrecentamiento
do grandeza que no se traduzca inmediatamente en aumento de gastos y de
sacrificios; la gloria, la influencia excesiva y la dominación son muy costosas;
no se manda sin contar con medios eficaces para imponer la obediencia y el
respeto; y no obstante el fabuloso desarrollo que ha alcanzado la riqueza pública,
todas las naciones se doblan bajo el peso de sus presupuestos en déficit,
cuya nivelación pertenece ya á la categoría de los sueños. Bien puede afirmarse,
por lo tanto, que en las entrañas de toda tendencia federativa palpita al
lado de .un problema político una cuestión económica.
Esta tendencia de los elementos sociales hacia la concentración es más rápida
á medida que se particulariza, y más violenta la fuerza que empuja la
savia nacional desde las extremidades al corazón, ó mejor dicho, á la cabeza
do cada Estado. Merced á las crecientes facilidades del tráfico, todo afluye con
exceso á los centros populosos: los productos de la tierra y de la industria, ocasionando
á veces competencias ruinosas en busca de mejores mercados; el trabajo,
halagado con la esperanza de jornal más crecido; la inteligencia, con la
idea de hallar más vasto teatro para el empleo de sus facultades y la irradiación
de su gloria; la riqueza, ame la perspectiva de mayores lucros y de goces
más refinados. Pero no se verifica este fenómeno sin contrariedades ni riesgos:
las ilusiones fallidas, los desengaños crueles, las decepciones de la ambición,
perpetuamente sobrexci+ada, el acicate do la miseria, cuyas heridas encona el

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espectáculo de las magnificencias propias de las grandes capitales, irritan la
cuestión social, encendiendo en esas enormes aglomeraciones humanas las iras
colectivas y las iras individuales, tanto más temibles para el público sosiego
cuanto que el asombroso adelantamiento de algunas ciencias puede poner hoy
las catástrofes más espantosas, como se ha visto en San Petersburgo, Londres
y Viena, á disposición de cualquiera voluntad desesperada.
Afortunadamente no está España por ahora, ni quiera Dios que lo esté nunca,
expuesta á este género de peligros en el orden social; pero tampoco puede
ofrecer tantas resistencias como otros países á la atracción de esa vorágine,
que si no devora, desequilibra al menos la vida nacional. No cuenta, como Inglaterra,
Francia é Italia misma, con florecientes comarcas fabriles en el interior,
que no detienen, pero moderan el movimiento de la periferia al centro.
Fuera de algunos puntos del litoral, entre los cuales Barcelona y Bilbao son
los más importantes, apenas hay en el corazón de España algunas ciudades
industriales que representen, guardando la proporción debida, lo que Birminghan,
Manchester y Sheffield en Inglaterra; Lila, Lyon y Saint-Etienno en la
República vecina, y Tarín y Milán en Italia. Madrid, á semejanza de las pirámides
en el desierto, se levanta escueto y solitario, excitando todas las tentaciones,
en medio de un territorio extenso y casi desnudo, que el hálito de la
actividad moderna no ha regenerado todavía.
¡Líbreme Dios de achacar á la centralización la inercia que nos consume!
Acaso si los Gobiernos no hubiesen tomado, en las tremendas crisis con que
el cielo ha probado nuestra paciencia desde principios de siglo, la dirección
de la vida nacional, yaceríamos arin sumergidos en letárgico sueño. Pero cada
día que pasa introduce profundos cambios en nuestras condiciones políticas,
sociales y económicas, y aun cuando sólo sea por variar de postura, puesto que
la que tenemos va siendo incómoda, es menester tomar precauciones contra
el torrente centralizador que nos arrebata.
Para contrarrestarle, no tiene España hasta ahora más que endebles corporaciones
populares que, por su constitución artificial ó por sus formas poco
adecuadas al progreso de nuestros tiempos, no cumplen, ó cumplen imperfectamente,
la misión que les está encomendada. Ni la Provincia ni el Municipio
cuentan con medios para oponerse á la influencia decisiva que, muchas veces
á pesar suyo, ejerce el poder central, y es inútil que leyes inspiradas en las
más plausibles intenciones, pero cuya esterilidad se manifiesta en su continua
mudanza, les concedan atribuciones ó iniciativas de que difícilmente pueden
usar, dada la miserable postración en que se encuentran. El mal no reside esencialmente
en la legislación, sino en la raquítica contextura de esos organismos,
cuya ineficacia para la realización de sus fines en condiciones de independencia
es cada vez más palpable. Meras divisiones geográficas, más que vigorosas
entidades administrativas, nuestras provincias carecen en general de recursos,
no digamos para fomentar los intereses de sus respectivas jurisdicciones, sino
para cubrir sus gastos más indispensables, y viven, como se vive siempre en
el seno de la miseria, ó empeñadas ó corrompidas. Nuestros Municipios, cuya

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flaqueza nadie desconoce, están á merced del caciquismo más repugnante. Nueva
casta de señores feudales impone su voluntad ó satisface sus venganzas á
la sombra de esas corporaciones microscópicas, ignorantes y pobres, que no
tienen valor para resistir, ni medios para administrar, ni imparcialidad bastante
para sustraerse á las rencillas de lugar; de modo que la mayoría de nuestras
poblaciones rurales son continuos campos de batalla donde, según los vientos
políticos que soplan, así alternan los vencedores y los vencidos. Diputaciones
y Ayuntamientos son esclavos sumisos del poder que los nombra ó de
la influencia que los ampara, y han llegado á consunción tan extrema después
de haber sido los instrumentos conque se ha consumado la mayor de nuestras
desgracias: el envilecimiento y la muerte del cuerpo electoral.
Desde que se perpetró este crimen, las auras vivificantes de la opinión pública,
que, como enfermo incurable, ha perdido ya la fe en médicos y medicinas,
no renuevan ni refrescan la atmósfera de la política, y todo adolece de la
misma flojedad: nuestra administración, nuestra justicia, nuestro ejército, nuestros
Gobiernos y nuestras Cortes. En medio de las graves complicaciones interiores
y exteriores que intranquilizan á los demás Estados, piensan éstos en
cosas provechosas y útiles; unos, como Alemania, en asegurar la primacía de
su comercio en todos los mares; otros, como Francia, en extender sus dominios
coloniales para abrir mercados á la industria; otros, como Inglaterra, en resolver
sus dificultades internas y en defender su influencia amenazada. Pero ¿en
qué pensamos nosotros? Leed la Prensa, reflejo cuotidiano de nuestras aspiraciones,
y cuando tantos problemas solicitan la atención pública para el perfeccionamiento
de nuestro estado económico, industrial y agrícola, que es tan
deplorable, la veréis á menudo afanosamente ocupada en averiguar, como vecina
chismosa, si algún Júpiter olímpico de la política ha arrugado el entrecojo
y ha cogido el carcax de sus rayos; ó si unos cuantos hombres importantes,
más ó menos disgustados, han logrado concertarse para sentar las bases
de un nuevo partido, como si en nuestra Patria hubiese aún pocos, y fueran
partidos los que nos faltasen, cuando hemos llegado en este punto á una descomposición
parecida á la de la muerte. ¡Qué grandes asuntos para levantar
la conciencia de una nación desfallecida! Empeñados en la incesante tarea de
atacar y defender las alturas del Poder, casi siempre tomado por asalto y en
nombre de soluciones meramente políticas, cuya apremiante oportunidad muchas
voces el país ni estima ni comprende, todos los sucesos, así interiores
como exteriores, nos cogen desprevenidos, y marchamos de sorpresa en sorprosa,
como si despertáramos de pronto en alguna isla recientemente descubierta.
Faltos de ideales, viviendo al día, gastando nuestras fuerzas en estremecimientos
epilépticos, nuestras horas resbalarían sin gloria, sin provecho
y hasta sin ruido, si de vez en cuando con nuestras escandalosas insurrecciones
militares no turbáramos la desdeñosa monotonía del olvido en que nos tiene
el mundo.
El hastío, el escepticismo y la indiferencia van apoderándose de todos los
ánimos íntegros; pero no el hastío del crapuloso, ni el escepticismo del incré-

- 217 -
dulo, ni la indiferencia del egoísta, sino aquellos que nacen del desaliento y
la pérdida de la esperanza. ¿Dónde vamos? ¡Quién lo sabe! ¿Qué queremos?
¡Ah, sí! Eso lo sabemos todos. Queremos paz, orden, equidad y justicia. Pero
¿qué importa que lo queramos? La voluntad no ejerce su imperio en las naturalezas
anémicas y extenuadas. Podemos tenerlos caprichos del enfermo, mas
no las persistentes energías del ser robusto y sano.
¡Basta! El asunto me atrae como un abismo; pero consideraciones y respetos
que vosotros comprenderéis bien, me vedan seguir por senda tan escabrosa;
y aunque acude, sin querer, á la punta de mi pluma la crítica de los hombres,
de las cosas y de los hechos de mi tiempo, no caeré en la tentación de
exponerla, contentándome con repetiros, continuando el orden de mi discurso,
que atribuyo en primer lugar y en mucha parte á la atonía de nuestros organismos
provinciales y municipales la tristeza de nuestro estado, el recrudecimiento
de las aspiraciones regionales y la inseguridad de nuestros destinos.
¿Tiene remedio la'enfermedad que nos aqueja? Creo firmemente que sí, y
no desespero, porque si lo hiciera, la Historia me desmentiría do las fuerzas
vitales de mi Patria. Pero ¿cómo debe intentarse la cura? Ni el lugar ni la ocasión
son oportunos para presentar un programa, y aunque los fuesen, mis pretensiones
no vuelan tan altas. Me limitaré, señores, para concluir, no sin el
temor de haber abusado de vuestra resignación más do lo conveniente, á manifestar
que, en mi concepto, el principio de la salud estaría quizás en reformar
fundamentalmente, como tantas veces se ha pensado y nunca se ha hecho,
nuestras raquíticas corporaciones populares, ensanchando sus campos de acción,
y haciendo que con ejercicios moderados, pero continuos, cobrara elasticidad
y brío su atrofiada musculatura. Mas no me enamoro de mi idea, y estoy
dispuesto á aceptar con entusiasmo cualquiera otra, ó más práctica ó más sencilla,
que conduzca al mismo resultado; es decir, á levantar el nivel moral, administrativo
y económico de las Provincias y do los Municipios, verdadero
yunque en que se forja la opinión, y en donde los pueblos que tienen anchos
pulmones para respirar el aire á voces tempestuoso, aunque siempre sano, de
la libertad, aprenden á ser dueños de su casa y de sí mismos. No sería completo
ningtin plan, ni produciría las consecuencias apetecidas, si el Estado, comprendiendo,
al fin, que necesita descentralizar sin vanos escrúpulos ni espantos
mujeriles hasta donde la guarda y defensa del poder político de la nación, que
él representa y ejercita, se lo consientan sin riesgo, no so resolviera á descartarse
de todo el lastre posado é inútil con que navega por los revueltos mares
de la política. No hay otro camino: á la fuerza centrípeta que atrao hacia la
capital, contra la voluntad misma do los Gobiernos, todas las corrientes del
país, así las más cristalinas como las más cenagosas, hay que oponer resueltamente
la fuerza centrífuga que empuja hacia las extremidades y reparte por
todas las arterias del cuerpo social la sangre estancada y expuesta á corromperse
en el cerebro del Estado. ¿Qué podemos perder con el ensayo? ¿Despiertan
las energías locales do manera que contribuyan plenamente á los múltiples
fines de la civilización moderna, tan exigente como complicada? Pues tanto

— 218 —
mejor, porque entonces nos cabrá la gloria de haber preparado la regeneración
de un pueblo. ¿Permanecen dormidas, insensibles y mudas, como cuerpos muertos
en el fondo de sus sepulcros? Pues habrán perdido el derecho de protestar
contra la absorbente tiranía del Estado, y tampoco podrán quejarse de vivir,
ó mejor dicho, de vegetar en perpetua y vergonzosa tutela. Devolvamos, pues,
á los miembros de la nacionalidad española la libertad que reclaman para el
desarrollo de sus actividades, sin temor á las bulliciosas alharacas de aquellas
almas inquietas que, explotando necesidades umversalmente sentidas, quisieran
precipitar al pueblo en los delirios de la utopia. Que el buen criterio de los
intereses, aun cuando injustamente dudáramos de su patriotismo, se impone
hasta en circunstancias difíciles á las turbulencias de la pasión, y Galicia, las
Provincias Vascas y Cataluña tienen bastante cordura para conocer que la
rama más frondosa de un árbol se seca y muere cuando se desgaja del tronco
á cuya savia debió su crecimiento, sus hojas y su fruto.
He dicho.
-O—

BASES DE LA FILOSOFÍA CIENTÍFICA (1)
¿Qué entendemos por «Filosofía científica», y cuáles son las bases en que
se funda?
Yo os ruego que antes de contestar á esta pregunta os entretengáis conmigo
un momento en escoger y definir el método que es oportuno adoptar en este
curso de conferencias.
En mi entender, debemos, señores, prescindir en lo posible de todo auxilio
de las autoridades científicas ó filosóficas que en los textos de mil autores podríamos
con excesiva facilidad encontrar. Es menester que en lugar de fundar
nuestros razonamientos sobre los que los maestros de la antigua ó de la moderna
Filosofía nos ofrecen, pongamos en juego nuestras propias facultades intelectuales,
con aquella sencillez y tranquilidad que precisamente se requieren
para llegar á alguna conclusión y á algún acuerdo en el terreno de las
cuestiones filosóficas.
No es ya que nosotros queramos prescindir de la maravillosa herencia intelectual
que nos han legado los grandes pensadores de las pasadas edades;
al contrario, yo firmemente creo que es necesario indagar, estudiar y conocer
el enorme caudal de «ideas», de «hipótesis» y de «doctrinas» que la mente
humana ha forjado en el constante esfuerzo de penetrar más allá del fenómeno.
Así es que dedicaremos algunas—pocas—lecciones, entre las primeras del
curso, á darnos cuenta exacta de las constantes relaciones—en los distintos
lugares y tiempos—entre el estado do los conocimientos científicos, por una
parte, y el estado ó las manifestaciones del pensamiento filosófico, por otra.
De semejante relación nacerá más tarde la verdadera «Filosofía científica».
Pero es natural y necesario que conozcamos el proceso ideológico por el
cual hemos llegado ó llegaremos á la nueva doctrina. Entiéndase bien, sin
embargo, que este proceso histórico del pensamiento humano debemos tenerle
presente como un puro y sencillo «conocimiento», apartando de él todo contenido
pasional ó emotivo, apartando de nosotros toda posibilidad de que nuestra
crítica flaquee, ó nuestra inteligencia se apague y se anonade ante el resplandor
asombroso de ciertas creaciones ideológicas de los antepasados, y
pueda encontrarlas más bellas que la secreta belleza ó la intrínseca é indestructible
verdad encerradas en el hecho, en el fenómeno que nos impresiona,
ó en la total serie fenoménica de la Naturaleza, que está delante de nosotros
con imperturbable serenidad, y pide serenidad igual para el juicio.
Tampoco queremos alejarnos de lo que ya firmo y definitivamente sentado
queda en las obras do los grandes investigadores de la Naturaleza, ni renunciar
á ello como base y fundamento de nuestro ulterior discurso y del examen
que por «nuestra propia ciienta» intentamos hacer de los fenómenos natu-
(1) Lección inaugural del curso explicado en la Escuela de Estudios Especiales por el Dr. Gustavo Pittaluga, cuyas
conferencias sobre este importante asunto serán en breve publicadas.

- 220 -
rales; al contrario, siempre que nos sea posible aprovecharemos los datos
que se nos proporcionan como ciertos y seguros, ya en el orden fenomenológico
ó experimental, ya en el orden puramente lógico ó racional, y que puedan
ahorrarnos tiempo, apoyar nuestras conjeturas con la autoridad de largos
y comprobados estudios, esclarecer nuestras dudas ó sentar una ley, y, en
fin, darnos resueltos la mayor parte de los problemas científicos á los cuales
debemos remontar en el curso do esta exposición, para que sirvan de base á
las proposiciones filosóficas que constituyen el objeto de estas lecciones.
Y, sin embargo, repito, es menester que nos esforcemos en acudir al examen
de las cuestiones filosóficas que se desprenden de la objetiva observación,
de los hechos reunidos en series científicas, con nuestros propios medios lógicos;
de tal suerte- que cada uno de nosotros logre poner enfrente d.e esos problemas
su propia personalidad intelectual, libre en lo posible de todo aquel
caudal de conocimientos que han venido sobreponiéndose con el mecanismo
mnemonico á las facultades intuitivas y á los medios de apercepción y de entendimiento,
modificándolos, transformándolos y ocultando á veces su intrínseco
vigor.
Así es que os invito á acompañarme buenamente en esta especie de examen,
á la vez objetivo é introspectivo, para que cada uno establezca las relaciones
que su conciencia le sugiera, entre los datos experimentales, positivos ó
científicos, por un lado, y por otro lado los problemas fundamentales de la Filosofía.
*
* *
Volvamos ahora á la pregunta anteriormente formulada; y al intentar
contestarla, se nos ofrecerá desde luego el medio y la ocasión propicia
para esbozar en sus grandes líneas el programa que desarrollaremos en este
curso.
¿Qué entendemos por «Filosofía científica», y cuáles son las bases en que
se funda?
Trátase con toda evidencia de investigar y determinar la relación existente
entre los datos científicos y los problemas que necesariamente, aunque muy
á pesar nuestro, debemos llamar problemas metafísicos, y cuya resolución
constituye en realidad el objeto de cualquier sistema filosófico, el objeto de
toda la Filosofía.
Pues bien: ¿cuáles son, á qué se reducen, en qué consisten estas relaciones
entre la Ciencia por un lado y la Filosofía por otro?
¿No arranca, en realidad, toda Filosofía do fundamentos científicos?
¿No es la Ciencia serie sistematizada do conocimientos, cuyo orden, correspondiendo
al orden fenoménico, implica, sin embargo, el esfuerzo de un espíritu
de investigación (ó, reduciéndolo á su mínima expresión, de un espíritu
de «curiosidad»), cuya esencia filosófica á nadie puede escaparse, puesto que
el más elemental y vulgar acto de curiosidad es como la explícita demostra-

— 221 —
ción de la necesidad de buscar las causas, y revela, por tanto, como necesaria
la ley de causalidad?
Efectivamente, ha habido tiempo y lugar en que Filosofía y Ciencia eran
términos correlativos. Toda investigación científica encerraba un problema
filosófico, pues entre el fenómeno anterior ó antecedente y aparente, y el
nuevo fenómeno descubierto por la observación ó por la experimentación, la
mente humana creaba una relación de causa y efecto que llenaba momentáneamente
todas las aspiraciones filosóficas, hasta que detrás del fenómeno más
recientemente determinado vislumbrábase otro, y luego otro, y otro más; de
tal suerte que la determinación de la serie necesitaba ya de por sí una síntesis
superior, y de ello nació la ley, y del estudio do las leyes por medio del
«logos», que supone los fenómenos y los recuerda y los describe como datos
científicos, pero no los necesita para la abstracción, nació un nuevo orden de
conocimientos.
De allí, de esa facultad do la abstracción, propia y característica de la especie
humana, arrancan, por un lado, las Matemáticas; por otro lado, todas
las manifestaciones artísticas, con sus tipos ideales; y sobre las Matemáticas
y la Poesía levántase el templo, cuya arquitectura es perfecta y donde se adora
al arquetipo. Con un salto sobro el abismo—en apariencia insondable—
donde se oculta la inmensa serie de los fenómenos, la monte humana rompe
la cadena que los une, y llega hasta la «causa primera», -ocko; -/¡VO-JV 5.Z'.VY,TOÍ;
no pudiendo determinarla—pues ella está probablemente en el fondo del abismo
fenoménico, y no ya en la otra orilla, orilla inexistente—, la monte humana
la imagina, la crea; adora luego su propia creación.
Desde aquel momento, la investigación científica — cuyo lema es método—
y la Filosofía se apartan la una do la otra: ésta se convierto en Metafísica,
cuando no se encierra en la Dogmática y no se reduce á Teología; la antigua
unidad de la «sapientia» desdóblase en empirismo y en criticismo: por un lado
la serie de los hechos, unidos con la materia; por el otro lado la serie de las
inteligencias, unidas con el espíritu. Ya sea que las dos series anden cada una
de por sí, sin coherencia, y que un grupo de personas se ocupo en estudiar la
primera, es decir, los hechos, y otro grupo en estudiar la segunda, es decir, el
espíritu; ó ya soa que la unión hipostatica de la materia y del espíritu quede
sentada y admitida dogmáticamente, y en cada manifestación de aquélla
quiera verse en esencia el segundo, de todos modos el dualismo ontológico
perturba la clara visión filosófica; esteriliza por un lado el método científico,
pues le hace perder y hasta le niega toda conexión con los esenciales problemas
de la Filosofía; lleva, por otro lado, hasta el delirio la dedición de la
mente humana á la omnipotencia del espíritu animador de todas las cosas, y
no cesa hasta cuando la voz de Kant no nos advierto que puede reconstituirse
la «unidad», que pueden ser una sola cosa el «noúmeno» y el «fenómeno», con
tal de suponerlos fuera del conocimiento.
1-IB, «relatividad de los fenómenos» será, por tanto—digámoslo desde ahora—,
un postulado de la Filosofía científica.

— 222 —
Ya se ha dicho de qué modo y por qué el método científico, y, por tanto,
el conjunto de conocimientos que por este método hállase reunido en «Ciencias»,
se ha apartado y separado poco á poco de los sistemas filosóficos, y aun
de los mismos problemas fundamentales de la Filosofía.
Al propio tiempo y por las mismas razones, y como efecto de esta separación,
ésta convertíase en pura Metafísica, cuando no se encerraba en la Dogmática
ó no se reducía á Teología.
En estos últimos casos, los problemas fundamentales de la Filosofía, aquellos
que verdaderamente representan el pecado original del pensamiento humano,
por cuanto han hecho apartar la Filosofía de la Ciencia; en estos últimos
casos, es decir, ante la Teología y el dogma, esos problemas quedan resueltos
con excesiva comodidad, si bien en el fondo de todas las interpretaciones
religiosas, de todas las exégesis catequísticas y de todas las doctrinas
reveladas, late un pensamiento filosófico, y más ó menos claros permanecen
los lazos que las unen con los datos objetivos de la fenomenología natural, según
veremos en una de las próximas lecciones.
Mas en los razonamientos de los puros nietafísicos, de los nietafísicos no
sujetos al dogma, esos problemas fundamentales, inherentes ya desde un principio
á la observación empírica de las cosas naturales, estrictamente ligados
en realidad con el estudio metódico do los fenómenos, y por ende nacidos con
la Ciencia y constitutivos de la Filosofía científica, esos problemas tienen en
los razonamientos de los puros nietafísicos una solución absoluta. La gran palabra
de la Metafísica es ésta. Y es natural que lo sea; pues habiéndose apartado
de la observación de los hechos (sean ellos hechos objetivos ó subjetivos,
que ya veremos en qué medida y por cuáles procedimientos deben unos y otros
someterse al estudio y contribuir á la construcción de nuestro edificio filosófico),
es natural que haya perdido el concepto de la «relatividad», hasta el momento
en que el renovado problema del conocimiento y la crítica de Kant vinieron
á levantarle nuevamente, á sentarle para siempre cual severo mónito
ante lo más sagrado de la Metafísica: ante el espíritu humano.
*
* *
¿Cuáles son, señores, estos que hemos llamado problemas fundamentales de
la Filosofía, y que—nacidos en realidad con el primer estudio de la Fenomelogía,
y, por tanto, como verdaderos problemas científicos (pues acompañaron
las primeras investigaciones)—han venido reduciéndose en la condición de
problemas metafísicos, y en esta forma nos toca recogerlos y ponerlos en relación
con la Ciencia contemporánea?
Es el primero de todos—el más general—el problema del origen y constitución
de la materia y de los fenómenos materiales.
Como comprendéis, es el problema que se encierra en el fondo de la ley
de causalidad. Implica, naturalmente, el estudio de las ideas de espacio y de

— 223 -
tiempo, que Kant-llamaba con gran acierto—mal entendido por los críticos—
«Estética trascendental»; pues si la Estética, como ha demostrado Benedetto
Croce (1), no es otra cosa más que «ciencia de la expresión», ¿cuál denominación
más exacta, más apropiada, más oportuna, para definir esas dos supremas
trascendentales expresiones de la relatividad del entendimiento humano,
representadas por los conceptos y términos de espacio y de tiempo?
Mas dejémonos por ahora de comentarios prematuros. Todo fenómeno es
en el tiempo y en el espacio; y todo fenómeno tiene su causa, y ésta otra,
hasta llegar á una causa común de múltiples series fenoménicas, la cual aparece
como primera.
Esta causa primera de múltiples series fenoménicas se nos presentará, sin
embargo, siempre con los caracteres de una cosa ó de un hecho. De una cosa
(del latín = causa; italiano = cosa; francés = chose; alemán = Ding; inglés
= a thing, matter), esto es, de algo que está, que permanece, que existe con
ciertas propiedades inmanentes—las cuales todas podrían quizá reducirse, desde
el punto de vista físico, al concepto único de la masa (y en este caso ya veremos
más adelante que se impone también, en último análisis, una interpretación
energética, ó, en otras palabras, que el mismo concepto de masa debe
reducirse al fin y al cabo á una representación de energía)—; ó bien de un hecho
(latín = factum; italiano = fatto; francés = fait; alemán = Tat, Tatsache;
inglés = feat), esto es, de algo que ha llegado á ser, que ha ocurrido ó se ha
formado, ó que acaece y se forma y se transforma, que se manifiesta, en fin,
con ciertas cualidades variables, y esencialmente con un movimiento, ó, en
otras palabras, con una velocidad (cualquiera ella sea y de cualquier modo
perceptible para nuestros sentidos y efectivamente percibida, ó aun imaginada
ó supuesta), lo cual significa, como es sabido, una fuerza.
En este caso, la imagen del primum movens, la causa primera, desdóblase
ulteriormente, y se nos presenta otra vez como una cosa animada por una
fuerza, que es la verdadera representación del hecho, el cual resuélvese, por
tanto, en una parte inmanente (asimilada al concepto cosa, y correspondiente
—desde un punto de vista físico, y en lenguaje estrictamente científico—al
solo parámetro masa), y una parte nueva, contingente y mutable, por lo menos
en sus manifestaciones extrínsecas, en los signos de su aplicación, como
determinante de los hechos, y que se llama comúnmente la fuerza.
Mas como la cosa que constituye el substratum del hecho no se nos presenta
entonces más que con las cualidades y caracteres que le atribuye la fuerza,
y que precisamente la transforman en hecho (y tómense las palabras en todo
su valor de distinción ideológica), así surge la necesidad de una palabra diferente
que indique la cosa oculta detrás del fenómeno, ó, mejor dicho, dentro
del fenómeno: he aquí la palabra y la idea de substancia.
Y hay más todavía. Si el aspecto de ciertas cosas adquiere tal cual regu-
(1) Véase la Memoria: Tesi fondamentali di un' Estética come scienza delV espreesione e Lingüistica yeneralef
por BENEDETTO CHOCE. Napoli, Stab. tip. della R. Universitá. 1900.—Atti dell' Accademia pontaniana, vol. XXX.

— 224 —
laridad, ó si las modalidades de ciertas series fenoménicas reprodiícense en el
tiempo con determinadas cualidades eurítmicas, armónicas, geométricas ó simpáticas
(siempre con relación á los medios de apercepción de la especie humana),
ó de cualquier otro modo chocantes, entonces la forma despierta la idea
de una esencia, que es algo muy distinto de la substancia oculta en el fenómeno;
pues aquélla representa el molde ideal por cuya virtud, coincidiendo
un tantum de fuerza con un tantum de substancia, engéndrase aquel determinado
fenómeno con aquella forma, y no otro.
¿Cuál es el valor actual de estas creaciones lógicas y abstractas, enfrente
del problema fundamental planteado hace poco?
La primera parte del siglo XIX—dice Bovio (1)—fue toda ella dominada
por aquella Metafísica, que necesariamente sucedió á la crítica de Hume sobre
el principio de causalidad por un lado, y por otro lado al empirismo de Locke.
Esta Metafísica tuvo dos formas: la espiritualista y la materialista; la una
y la otra fundadas en el concepto trascendente de «substancia». Las dos,
voluntaria ó involuntariamente, superaban el proceso experimental, y presuponían
un quid ignotum detrás del fenómeno.
La «substancia» podía ser espíritu, podía ser por otra parte materia; en el
uno como en el otro caso llenaba el universo de una nueva incógnita, sin traernos
algún sosiego en el ansia de llegar al fondo de la ley de causalidad.
Nació entonces la doctrina del «Incognoscible». «Si nosotros—dice H. Spencer
en los Primeros principios—consideramos la Ciencia corno una esfera que
poco á poco se ensanche, podemos decir que cada capa añadida sobre su superficie,
no hace más que aumentar los puntos de contacto con lo desconocido que
nos rodea.»
Admirable comparación, que encierra y expresa una gran verdad. Y sin
embargo, si las nuevas series de conocimientos—que constituyen las capas
últimas de la esfera—demuestran que las apariencias más complejas son reductibles
á fenómenos elementales, cuya unidad primitiva es insuperable para la
inteligencia del hombre, no hay razón alguna para insistir en la introducción
de conceptos ideales ó de entidades* metafísicas en las ecuaciones con que pretendemos
resolver el problema do la causalidad fenoménica.
Este problema encierra una incógnita, pero no oculta un incognoscible.
La incógnita—representada por todo lo desconocido fenoménico—puede hacerse
progresivamente más compleja, dificultar cada día más la solución de las
ecuaciones destinadas á revelarla; pero ella permanece de todos modos dentro
de los términos de la posibilidad humana, mientras el hombre no olvide que
oxrvop.?! — aparezco — es la única palabra y la sola explicación que acerca de
sí mismo el Universo nos proporciona.
El incognoscible nace cuando, detrás de las fuerzas que engendran el
hecho, queremos esforzarnos en demostrar la existencia de una substancia, y
detrás de las formas la de una esencia, cuya realidad puramente nouménica no
(1) GIOVANNI Bovio: II Naturalismo; Napoli, 1903; pág. 175.

— 225 —
es sólo inasequible, sino qtie es inconcebible, y, por tanto, inexistente para la
razón humana.
Nótese bien que yo incluyo desde ahora entre las «fuerzas que engendran el
hecho» la que tiene su representación en el concepto de masa, considerándola,
por tanto, como una forma de la energía universal. Con esto quiero decir que
el primero de los tres problemas filosóficos—tal como ha sido enunciado hace
poco, con las palabras: problema del origen y constitución de la materia y de
los fenómenos materiales—no responde en realidad á nuestro modo de entender
sus términos, y está puesto más bien para conservar las fórmulas y los
conceptos tradicionales, sin prejuzgar su resolución con una crítica prematura.
Pronto vendrá la ocasión en que debamos cotejar el valor científico del concepto
de materia. Veremos entonces de qué manera puede romperse el dualismo
de la Metafísica materialista.
De lo anteriormente expuesto se desprende que la ley de causalidad debe
necesariamente tener todo su desarrollo dentro de la Fenomenología; y todo
esfuerzo de hacerla arrancar de un principio trascendente que pertenezca
á otro orden distinto de «entes» ó de «existencias» substanciales, será enteramente
vano.
¿Significa esto que nosotros debamos aceptar incondicionalmente las definiciones
de la materia y las explicaciones más ó menos groseras de los fenómenos
materiales que nuestros sentidos y el empirismo de nuestra experimentación
nos sugieren?
De ninguna manera. El físico que en los fenómenos de la luz reconoce las
vibraciones de un medio etéreo y mide la longitud de las ondas electromagnéticas;
el químico que estudia las propiedades de los átomos, conceptuándolos
como mínimas unidades elementales, y reconoce en ellos un valor energético
en gran parte independiente de sus cualidades específicas, prescinden
con toda evidencia de lo que podríamos llamar «la manifestación inmediata de
los hechos materiales en la impresión subjetiva», prescinden de las definiciones
comunes y de los conceptos vulgares, y, sin embargo, la expresión de su pensamiento
no trasciende nunca los límites de la serie fenoménica.
De una vez para siempre quede establecido que al hablar de fenómenos
no entendemos hablar de lo que ocurre ó se desenvuelve ante nuestros ojos ó
ante nuestros sentidos con aparente inconexión, sino de la serie de los fenómenos
que las ciencias determinan experimentalmente ó bien observan con
métodos rigurosos, y en uno y otro caso sistematizan, analizándolos en sus elementos
constitutivos, reduciéndolos en función de tiempo, de espacio y de
energía.
Hablando en este sentido, y volviendo ahora á lo que antes decíamos, ve-
• mos que ni existe la necesidad de admitir otra cosa detrás del fenómeno, ni
aun cuando la necesidad existiera podríamos alcanzar la posibilidad de determinarlo.
En la investigación y solución de cada serie fenoménica vemos tan
sólo que la materia se relaciona con la forma, ó la substancia con la modalidad,
así como el fenómeno á epifenómeno; y realmente son fenómenos los dos.
3

— 226 —
Llegados á este punto, nos apercibimos nuevamente de que el enunciado
del problema «del origen y constitución de la materia y de los fenómenos materiales-»
es ficticio, y comprende en realidad problemas distintos, cuando menos
dos: de los cuales uno—el ontogénico ó problema del origen—pertenece á un
grupo de cuestiones que Mach ha llamado «problemas aparentes»—Scheinproblem—,
y cuya influencia funesta sobre el desenvolvimiento de un trabajo de
síntesis científica ha sido puesta por Ostwald en justo relieve (1).
*
* *
Y ahora debemos detenernos algunos momentos en comentar el sentido y
el alcance de una palabra ya pronunciada en las páginas que preceden, y que
la Filosofía ha tomado á préstamo de los matemáticos: entiendo el sentido y
el alcance que en nuestro estudio pueda tener la palabra «ecuación».
Al hablar de la ley de causalidad, decíamos hace poco que la complejidad
de los fenómenos parece dificultar cada día más la solución de las ecuaciones
destinadas á revelarnos las circunstancias causales.
Mas no todos los fenómenos son reductibles á medida de cantidades. En el
proceso de su formación mal podríamos, por tanto, establecer ecuaciones.
Es por ahora imposible reducir las formas y las cantidades de energías que
se constituyen ó se desprenden en ciertos casos, á sus factores causales, que
no revelan más que una parte mínima de aquel valor energético.
Las manifestaciones de los hechos vitales en general, y especialmente de
los hechos psíquicos, pertenecen á este orden de fenómenos.
No podemos en estos casos establecer ecuaciones entre las causas y los
efectos.
Sin embargo—y dejando á un lado la cuestión de si es ó no es posible para
la inteligencia humana con los medios actuales alcanzar el conjunto sintético
de las causas que contribuyen en ciertos casos á la determinación do los efectos—,
esto nos llama la atención sobre el hecho siguiente: que «no existe efecto
alguno sin el concurso convergente de múltiples causas».
(1) W. OSTWAÍJD: Vorlesungen über Naturphilosophie, 1902; passiin.--Ei, MISMO: Zur modernen Energetik
(lliv. d. Scienza, 1906,1,1; Bolonia, Zanichell, ed.). Víase en la página 34 y siguientes de esta Memoria lo que dice
Ostwald acerca de esos «problemas aparentes».
«... Um die Anwendung dieser Vorschrift zu lernen, stelle man S'.chetwa die Frage: hat die Welt einen zeitlichen
Anfang oder bestekt sie von F.wiglceit lier?»
Acéptese por vía de ensayo, hipotéticamente, que el mando existe desde la eternidad, y entonces se pregunta: ¿Qué
ha cambiado en mi modo de pensar y qu.i modificaciones se introducen en mi manera de proceder á consecuencia de
semejante conocimiento? Absolutamente ninguno (por lo menos—dice Ostwald—, por mí no encuentro ninguno).
Igualmente poco es lo que cambia, en mi conocimiento, admitiendo la suposición de unos determinados comienzos,
de unos principios en un momento finito del tiempo.
Asi, pues, podemos concluir que nos hallamos enfrente de un falso problema (Scheinproblem).
Exactamente dice Ostwald: «Man nehme versuchsweise, sie bestande von Ewigkeit her, und frage sich: was ündert;
sich in meinem Verhalten duren diese Kenntnis? Ich flnde—Weningstcns für mich—, dass sich nichts hierdureh andert
eben sowening wie durch die Annahme eines endlichen Anfanges. Soinit mnss ich sagen; selbst wenn ich auf irgend
eine Weise bestimmt erflllire, welche von den beiden Mó'glichkeiten richtig ist, soware dics mir ganz gleiehgultig, und
es liegt soinit ein Scheinproblem vor.»

— 227 —
Por esto, cuando llegamos á ciertos fenómenos elementales y todavía nos
encontramos con que ellos dependen de múltiples causas convergentes, vemos
-que las ecuaciones de la ley de causalidad resuélvense, efectivamente, en proporciones,
y la ley misma podríase mejor comprender con los términos de ley
de proporciones necesarias ó ley de concausas proporcionales necesarias y suficientes.
Quedan así—momentáneamente—-fuera de la explicación ó de la interpretación
científica las condiciones cualitativas últimas del fenómeno, las que están
ligadas con las propiedades fundamentales—por ahora irreductibles—que
la mente humana atribuye á la materia, ó que en la materia ella nos revela, y
que efectivamente concurren á determinar el carácter evolutivo de la serie fenoménica.
*
Llegaremos por este camino al segundo de los grandes problemas de la Filosofía,
esto es, al problema de el origen de la vida. ¿Pueden considerarse las
formas orgánicas y las energías vitales como manifestaciones evolutivas de las
energías cósmicas preexistentes; ó bien es la vida un hecho autónomo en el
orden universal, y por ende en su aparición y desenvolvimiento sobre la
Tierra?
He aquí una cuestión que merece el más detenido estudio y exige el más
sereno juicio.
Viene por fin el problema del conocimiento, por el cual se plantean las relaciones
entre el hecho psíquico y el mundo de los fenómenos cósmicos.
Y detrás de estos, todos los problemas subordinados, principalmente los
que se refieren á la ética, desde sus aspectos más abstractos hasta sus aplicaciones
más concretas.
En el proceso histórico del pensamiento humano, esos tres problemas fundamentales
se han presentado con una sucesión cronológica, y han ad.quirido
diferente importancia según los caracteres de la psicología étnica y las condiciones
indefinibles—por ser excesivamente complejas—de los datos extrínsecos,
de los elementos objetivos, que, reflejándose en la consciencia humana en
evolución, integraban el concepto de las relaciones del hombre con el universo
sensible. Por lo mismo han tenido solución filosófica distinta.
Ya hemos dicho, al dar principio á esta lección, que no es posible prescindir
del examen—aunque superficial y somero—de estas «soluciones filosóficas»
dadas por la razón humana á los tres problemas del «conocimiento», de
la «materia» y de la «vida». Veremos así cuál es el método espontáneamente
escogido en sus primeros esfuerzos de interpretación de los fenómenos por la
inteligencia del hombre, y cuál ha sido el contenido ideológico creado por el
método; y observando detenidamente, nos apercibiremos de que el método y
su contenido, ó resultante de su aplicación, no son términos indiferentes (1),
(11 Bovio: II Naturalismo, pág. 9.

— 228 —
sino variables que siguen una ley común, de tal suerte que ciertos entes ó conceptos
ó fantasmas créanse ellos su método, y escogen el que mejor le convenga;
y otro método los aleja, los inutiliza y crea otro contenido.
Allí donde coinciden — de cualquier manera—método y contenido , los dos
términos del trabajo intelectual, allí nace el sistema.
¿Debemos nosotros construir un sistema? ¿Podrá constituir un sistema,
completo, sintético, armónico, el edificio de la Filosofía científica?
Ante todo, no nos olvidemos que nuestro objeto limítase por ahora á sentar
las bases sobre las cuales el edificio deberá levantarse: no podríamos sin
graves riesgos aventurarnos á intentar otra cosa. Mas la necesidad imprescindible
de definir el método proporcionará á los que quieran seguirnos en su
examen, la convicción profunda de que por él, por este método — método inductivo
y experimental — es posible llegar á la construcción del sistema que
represente la sanción racional de los eternos ensueños que palpitan como intuiciones
de secretas armonías en el corazón de los hombres.
Ya, llegados á este punto, aparece del todo inútil preguntarse «si hay necesidad
de una Filosofía». Bien es verdad que para llevar á cabo con fe alguna
obra en la vida, es menester convencerse de que la obra que emprendemos
merece emprenderse, es de algún interés ó trae consigo alguna ventaja. Pero
si en este cas.o nuestra propia consciencia nos sugiere, nos impone el camino,
y nos indina el objeto y la meta, sería vano pararse á discutir sobre su conveniencia
y oportunidad.
La «Filosofía científica» es la Ciencia de la unidad entre las Ciencias. Sus
raíces están muy hondas: arraigan en lo más íntimo de la Tierra; son una sola
cosa con la Tierra misma, que les dio savia y les proporciona continuo alimento.
Estas raíces son los hechos de la observación y déla experiencia.
Mas las flores de este árbol se levantan hacia los puros cielos del ideal.
¿Qué importa si el tronco robusto no nos ha dado todavía los frutos que
el hombre aguarda desde tanto tiempo?
A semejanza de aquellos almendros que surgen á veces en los márgenes de
las huertas, y cuyas últimas flores, destruidas por el hielo, parecen haberse
llevado toda esperanza de los frutos apetecidos, y sin embargo una nueva primavera
improvisamente corona sus ramas y prepara la cosecha de mañana;
así, de la misma manera, este árbol de la Ciencia mil veces despreciado como
inútil, fecundado por nuestra incesante labor, nos proporcionará un díalos
frutos que de él esperamos.
Púlsate, et aperietur vobis.
GUSTAVO PITTALUGA.
-oQo-

El diario del porvenir. (1>
En estos crepúsculos, llenos de ensueño, que despiertan poemas interiores
y ponen en la fisonomía de los transeúntes no sé qué ingenuidad fresca que
contrasta con la sonrisa de sátiro de París, nada es más agradable que deshojar
suposiciones entre amigos, ante una mesa de mármol, en la media sombra
de la terraza del café.
Bajo las dos filas de árboles verdes, alarga el bulevar oleoso su entrevero
de carruajes y sus dos anchas aceras, donde se apiña una multitud abigarrada.
Por encima de sus techos azules, dando fondo alegre á las chimeneas obscuras,
aparece el resplandor rojizo del sol que expira. Y la primavera parece estar
en todas partes: en el ademán resuelto de los hombres, en los sombreros florecidos
de las mujeres y en el atrevido piar de los gorriones, que, familiarizados
con París, arengan irónicamente á la multitud desde el techo de los kioscos,
llenos de avisos, donde las vendedoras de diarios expenden flores y papel y dan
másfrescas noticias que las rosas.
El vermouth que brilla en el vaso pequeño no es más que una excusa para
poder discurrir al aire libre y descansar fumando un cigarrillo mientras desfilan
los tipos de la ciudad por ese cinematógrafo alucinante donde se dan cita
al atardecer, desde la Magdalena hasta la calle Richelieu, todas las hermosuras,
todas las ridiculeces, todas las grandezas y todos los vicios.
***
—Estas noticias las sabemos ó las suponemos sin necesidad de desdoblar un
diario—exclamó alguien en una mesa próxima, abandonando el suyo y levantándose.
La frase dio nuevo rumbo á la conversación.
De nuestro grupo de periodistas, donde había dos redactores de un gran
diario de París, un corresponsal extranjero y un director de periódico ilustrado,
no partió una sílaba de protesta. Todos convinimos en que el desconocido
tenía razón.
—Nuestra Prensa parisiense es monótona, mezquina y superficial—concluyó
el más exaltado, arrojando su cigarrillo—; aparte de sus páginas de literatura,
cada vez menos frecuentes y substanciosas, no nos da nada de lo que necesitamos
y nos ofrece todo lo superfino. Los asesinatos, las catástrofes, las
informaciones parlamentarias y los avisos, no bastan para saciar la curiosidad
del público más intelectual del mundo y hacer la síntesis de la ciudad más
compleja... Abramos cualquiera de estos periódicos... El primero, al azar...
(1) De un libro en prensa: Burbujas de la vida.

- 230 -
¿Qué nos dice?... ¿Que la escuadra del almirante Rodjestvensky no ha hecho
nada digno de mención, que un transeúnte ha estado á punto de ser asesinado
en Asniéres y que en el Peloponeso ha habido un caso de viruela?... ¿Creen
ixstedes que vale eso la tinta y las horas que perdemos?... De continuar así,
vamos á un desastre indiscutible... Es doloroso que tantos hombres estén ocupados
en escribir, componer, imprimir, doblar y distribuir papeles que no
dicen nada... Si los periódicos circulan, es porque los comerciantes necesitan
envolver en algo sus mercancías... Pero para leerlos, ¿quién se molesta en
sacar dinero del bolsillo?... Aparte de la portera que se divierte con los crímenes
del folletín, y ele los neuróticos que espulgan las noticias de policía para
husmear detalles de alcoba, nadie puede hallar en ellos una línea interesante...
»La rédame insolente ha conquistado la primera página, la segunda y todas,
haciendo de la hoja impresa un catálogo de mentiras doradas que quieren ser
hábiles y que no engañan ni á los ciegos... Porque ¿qué hombre de buen sentido
puede creer que X ha vendido el diamante del Sha de Persia, que en el
restaurant Z se come mejor que en ninguna otra parte, ó que el libro de Machín
es interesante?... No queda un diario que no se parezca al Journal
d'Affiches... Hemos entrado en la era del periodismo ultracomercial y soporífero...
Todas las secciones, desde el artículo de fondo hasta las informaciones
financieras, pasando por la vida social y por los teatros, tienen su tarifa y su
traición... Hasta los accidentes sirven para favorecer el desborde... El cronista
revela que si el automóvil de Triqiiitraque se destrozó contra una montaña
ó cayó al río, fue porque no llevábalas ruedas Michelin... Los diarios están
dirigidos por el administrador. Los guías luminosos se han transformado en
vendedores de productos. El capítulo frais de presse figura en el presupuesto
de todos los especuladores... ¿Adonde vamos de esta suerte?... ¿Qué nos reserva
el porvenir?...»
Y como, arrebatado por el pesimismo y por los recuerdos del terruño, el buen
amigo, nacido en Marsella, gesticulaba tropicalmente, otro, más sereno y más
ático, le interrumpió con su ironía.
*
* *
—No niego que Alphonse Karr y Grirardin renegarían de nuestra Prensa
—concedió—; pero, ¿sabemos acaso si tantos males no derivan del mismo público
que los reprocha? Sus costumbres exigen que se venda el diario á Cinco céntimos.
Y por esa módica suma quiere que le den grabados impecables, noticias
hasta, las cuatro do la mañana, y un suplemento ilustrado... Poco le falta para
pedir que cada lector tenga derecho á una taza de chocolate. Aun vendiendo
cien mil copias, ningún papel puede sostenerse si no le ayudan los avisos. ¿Qué
mucho que concedan á lo que les hace vivir la misma atención que á aquellos
para quienes viven? Me diréis que los grandes diarios de Norte y Sudamérica
encuentran medio de servirse de la publicidad sin sacrificar el texto, y que,

- 231 —
lejos de dejarse devorar por los avisos, aumentan las páginas de lectura á medida
que éstos se multiplican. Pero, ¿á cuánto venden el número? ¿Olvidáis
que su precio oscila entre quince y veinticinco céntimos de franco? Seamos
equitativos, como no lo podréis ser nunca en Marsella... Es casi seguro qixe
nuestro vecino ocasional no hubiera arrojado el periódico, proclamando su ineficacia,
si admitiera la posibilidad de pagarlo mejor. Y sobre todo, si en vez
de leerlo en el café, donde nada le cuesta, se acostumbrase á comprarlo personalmente...
Porque estos ejemplares que nos ofrece con generosidad no exenta
de interés nuestro limonadier amable, son el grave perjuicio con que tiene
que luchar más de una empresa periodística...
El meridional sonrió, se encogió de hombros, sacó su cartera de apuntes y
se dio á amontonar líneas, como si, atacado en un congreso, preparase en respuesta
una argumentación irrefutable.
La tarde se diluía en gris sobre las fachadas de los edificios; invadía los
negocios, en cuyas vitrinas comenzaban á brotar guirnaldas de luz eléctrica,
y vertía sobre el bulevar rumoreante "una tenue claridad azul que lo idealizaba
todo. La ola de los carruajes, detenida á intervalos por el gesto sobrio de un
guardián, volvía á reanudar su monotonía multicolor y acariciadora así que
pasaba el tropel de transeúntes que aguardaba para atravesar á la otra acera.
Los vendedores de baratijas asediaban á los grupos que se rozaban y se escurrían
en el amontonamiento, levantando un rumor de mar lejano. Las grandes
letras de luz de los anuncios teatrales comenzaban á surgir sobre la sombra
creciente. Y en el entrevero fantástico del gran centro, ahito de multitud, de
luz y de colores, pasaban roncos, desbaratando la armonía de los grupos,
abriéndose hueco, saltando de comprador en comprador, como epilépticos enfurecidos,
los primeros camelots que voceaban las noticias de la noche.
—Y para plato de resistencia, el canard—murmuró desdeñosamente, como
si completase un pensamiento hostil, el marsellés entusiasta, que después de
haber escrito muchas líneas se metía el lápiz en el bolsillo—; ¡cuánto más lógica
resulta mi concepción de la Prensa!...
Y como su contradictor ensayara un. gesto vago:
—Reíos, gentes incrédulas que creéis saberlo todo porque sabéis ironizar
—-continuó en tono zumbón—; yo también he aprendido á tener en cuenta
las realidades, pero no ignoro que hay casi siempre en ellas un semillero de
imprevisto. ¿Por qué no había de saber premiar el público un gran esfuerzo
leal?... ¿Por qué no ha de poder vivir en París un diario digno de la intelectualidad
francesa?... ¿Queréis que os pruebe que la aventura es posible?... He
aquí las notas que acabo de coordinar, mientras vosotros, hombres prácticos,
os entreteníais en arrojar humo y en comentar un estreno de que nadie se
acordará mañana...

- 232 -
Y así diciendo, nos presentó una serie de nombres y de cifras que todos
nos rehusamos á leer.
—¡Que exponga y defienda su proyecto el culpable!—exclamó el director
del periódico ilustrado.
Nuestro amigo sonrió otra vez.
—No es un cuento de las mil y una noches, es una realidad posible—adelantó
á manera de prólogo—; vivimos en épocas en que nada es más familiar
que lo absurdo, y en que las maravillas se codean con nosotros sin que las advirtamos...
Aceptemos la base de que un opulento banquero que tiene escrúpulos
de conciencia, un. yanqui original ó un príncipe que vuelve de Jamaica
con los bolsillos llenos de pepitas de oro, pone en mis manos los quince millones
que necesito para comenzar mi obra... Con esa suma, adquiere mi voz
una autoridad insospechada, y se realiza una revolución en el periodismo universal...
Quédense los detalles para gentes parsimoniosas, incapaces de sentir
el vértigo de las grandes líneas... Yo no os diré ni cuánto me costó el edificio
de la Avenida de la Opera, ni cuánto el servicio telegráfico, ni cuánto las
máquinas traídas de Nueva Y'ork, la publicidad monstruosa y la instalación
tínica en el planeta. Imaginemos que El Parisiense lanza mañana su primer
número... Diez mil hombres pasean en París y en provincias los avisos que
pregonan el gran acontecimiento... Inmensos globos dirigibles, acribillados
de luz eléctrica, provocan de noche el asombro de los curiosos, que creen leer
el título del diario en las nubes... En toda Francia circulará mañana gratis
el nuevo órgano de publicidad, del cual hemos tirado treinta y seis millones
de ejemplares, uno por habitante... Para recibir al día siguiente cinco millones
de suscripciones, ocasionar la quiebra de treinta diarios, obligar á los
que queden á agruparse en una sociedad de defensa y determinar la caída
del Ministerio, sólo contamos con el interés inverosímil de nuestra hoja...
El número programa, repartido gratuitamente el primer día, ha sido una revelación,
y deja sospechar lo que serán los otros... Del segundo se venderán
diez millones de ejemplares á veinte céntimos... ¿A veinte céntimos?, diréis.
Sí. ¿Cómo queréis que sea más barato un diario que tiene treinta y dos páginas
de texto, con ilustraciones en colores, telegramas de todo el mundo y
prosa délos literatos y los sabios más notables de Europa?...
«¿Queréis saber lo que contiene el número de hoy?... Después del artículo
en que León Tolstoi analiza las causas del movimiento revolucionario ruso,
del estudio ssnsacional de Ohamberlain sobre los asuntos del Extremo Oriente,
y de un capítulo de la guerra redactado por el mariscal Oyama, vienen las
crónicas ligeras de Prevost, Chevassu, Help, Louys, Bourget y Trisfcán Bernard,
que sirven de intermedio entre la gran información europea y las referencias
telegráficas mundiales... Nuestros telegramas son verdaderos trozos
literarios transmitidos con todas sus comas, y debidos á la pluma de los escritores
más notables de cada país. Sobre la actualidad española traemos dos columnas:
una firmada por Graldós y otra por Blasco Ibáñez... Oon Matilde
Serao, Ferrero y d'Annunzio bebemos el alma do Italia... Wels nos tiene al

- 233 —
corriente de cuanto ocurre en Inglaterra... Nuestro cuerpo de redacción es un
armorial de glorias... La crítica musical está desempeñada por Saint-Saéns,
la crítica dramática por Rostand, y la literaria por Lemaitre y Mauclair.
Nuestro redactor de cosas mundanas es M. de Montesquieu Fezensac... Las
modas están defendidas por Liane de Pougi... Hemos abierto varias secciones
nuevas: «El gesto de las actrices», redactada por Sarah Bernhardt, con ilustraciones
de Sem; «Las corbatas del día», pontificada por Lobargy; y «Los entretelones
de las letras», donde mariposea Lejeunesse. De sport no? informan
Edmond Blanc, el barón Rothschild y Mme. du Gast. La crónica de los Tribunales
está confiada á M. Labori, y la de policía al propio M. Lépine, que encuentra
más cómodo referir lo? crímenes que prevenirlos, y ha abierto una
campaña feroz contra la Prefectura y sus agentes... En el mismo número hemos
empezado á publicar cuatro folletines inéditos: uno de Auatole Franco,
otro de Gorki, otro de Rudyard Kipiing, y, en el género preferido por cierto
público, uno do Sienkiewicz... La crónica científica está confiada á Berthelot,
las invenciones á Marconi y la aerostación á cargo de Santos Dumond. Carriére
para la pintura y Rodin para la escultura, completan nuestro gran conjunto.
Tenemos cien repórteres e.i París. En el extranjero y en provincias,
dos mil corresponsales activos no dejan escapar nada que pueda ser de interés
para el público... ¿Y la política?, preguntaréis... El Parisiense no es órgano
de ningún partido, ni tiene opinión propia en las agitaciones; poro ofrece en
dos páginas una gran tribuna abierta á todas las doctrinas, donde Clemenceau,
Jaurés, Ribot, el conde de Mun, el abate Gayraul, Combes, Brisson, Drumont,
Rochefort y Jean Grave publican diariamente sus artículos do lucha...
Hoy damos también un manifiesto que el príncipe Víctor Napolcón.tenía preparado
para su próxima tentativa... Nuestros agentes han sabido sustraerlo,
y esto nos ha valido las felicitaciones del nuevo Gabinete, del cual entraré,
naturalmente, á formar parte dentro de poco, como dueño de la opinión y motor
principal de la vida.
»De más está decir que desde luego estamos estudiando una ampliación considerable
de nuestros servicios. Se trata de hacer de El Parisiense un diario
universal, con ediciones en Londres, Berlín, Viena, San Petersburgo, Madrid,
Buenos Aires, Chicago, Amsterdam, Tokio, Roma y Melbourne... De ahí á
transformarlo en diario oficial del planeta no hay más que un paso, porque
nuestra tirada del primer día será duplicada el segundo, y así sucesivamente,
como todo lo hace prever... El porvenir nos abre sus puertas...
—Y cuando lleguéis á imprimir los mil millones que ya tenéis seguros, nos
invitaréis con una bouillabaise y un cigarro de diez céntimos—interrumpió á
manera de epílogo el contradictor, desatando grandes risas.
*
* *
Porque nada es más simpático que la ingenuidad indómita y triunfante con
que un meridional hace nacer constelaciones on el mareo de la conversación y

— 234 —
'del crepúsculo. Nuestro amigo se había exaltado, hasta el punto de creer en
sus paradojas y enamorarse de los imposibles que suscitaba... Fue lo que justificó
la frase del más irónico.
—Estando el proyecto en circulación, nada puede impedir que, mientras
componemos el menú, el corresponsal extranjero lo transcriba y lo transmita
como anécdota al respetable público.
Es lo que hago.
MANUEL UGABTE.

Una edición crítica del ,,Quijote",
Cuando en Mayo de 1905, á son de bombo y platillos, se prodigaban elogios
y encomios, así en artículos y poesías como en folletos y libros, descubriéndonos
la mayoría de sus autores (cervantistas de momento, de ocasión ó de
última hora) las bellezas infinitas que entraña la inmortal obra del ingenio
alcalaíno; cuando en aquel mes se daba á la publicidad una imponente balumba
de producciones dedicadas al más grande de los escritores castellanos y á
su celebrada novela, salía de las prensas barcelonesas un grueso volumen, en
cuya portada se leía:
«El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Compuesto por Miguel
de Cervantes Saavedra.—Primera edición crítica:, con variantes, notas y el diccionario
de todas las palabras usadas en la inmortal novela, por D. Clemente
Cortejen, Director y Catedrático de Historia de la Literatura en el Instituto
general y técnico de Barcelona.—Victoriano Suárez, editor.—Calle de Preciados,
48, Madrid.»
Por primera vez aparecía en nuestro suelo un cervantista (démosle ese dictado,
si bien se ha abusado muchísimo de tal calificativo) haciendo lo que una
Corporación como la Real Academia Española no ha querido ó no ha podido
publicar: una edición crítica del Quijote. Ya podemos los españoles vivir tranquilos;
ya no hemos de temer que algún ilustre hispanófilo nos tome la delantera;
no pasará con el sublime manco lo ocurrido con Lope y Calderón, que
hasta poco ha, para conocer el teatro de estos dos colosos, era preciso recurrir
á los importantes estudios de beneméritos extranjeros.
De atrevida puede calificarse la empresa del Dr. Cortejón, y sube do punto
al hojear el libro y ver con qué escrupulosidad coteja las veintiséis ediciones,
clásicas unas, críticas otras, de que se vale para la fijación del texto; la erudición
que demuestra en muchas de las notas, y lo que será el Diccionario del
Quijote lo manifiesta claramente el estudio de los vocablos Dios y puta en el
prospecto y el del verbo echar en la introducción al primer volumen.
A los que no conozcan Barcelona cervántica, esto es, el amor que siente la
capital del Principado por todo cuanto se refiere al benemérito complutense,
les admirará ver que una obra de importancia tal como la primera edición crítica
se haya podido hacer en la ciudad de los Condes. Es cuestión de pregonarlo
muy alto: existe en la capital de Cataluña la mejor biblioteca cervántica
del mundo; ni la Nacional de Madrid, ni el Museo Británico de Londres, ni la
Biblioteca Hispánica de Nueva York pueden competir con la colección de libros
de Cervantes de mi particular amigo D. Isidro Bonsoms; quien pase los
ojos por la Iconografía de las ediciones del Quijote, se formará idea de las joyas
que contienen los anaqueles de tan preciosa biblioteca; y esto sabido, y abiertas
de par en par las puertas de ese único templo dedicado á la memoria del

• — 236 —
caro y amado discípulo de Hoyos, se comprenderá cómo el director del Instituto
de Barcelona ha podido dar fin á una tercera parte de su atrevida empresa;
porque, en realidad, el. trabajo del Dr. Cortejón comprende tres puntos:
1.°, revisión del texto; 2.°, notas explicativas; 3.°, el Diccionario.
El iiltimo extremo fuera mucho más fácil hacerlo en Madrid que en Barcolona;
y digo esto, porque existe en la Real Academia Española un sinfín de
papeletas formando el léxico del Quijote, debidas al Sr. Sáenz del Prado, papeletas
que, sin duda, ha utilizado el Sr. Cejador para su obra premiada por
el Ateneo de Madrid; esto material y el inagotable tesoro que contiene el archivo
de la Academia de la Lengua podrían ser poderosos auxiliares para la
corona y remate de la primera edición critica; las notas explicativas podrían
escribirse en cualquier punto, si bien se necesita una muy buena biblioteca;
pero en cuanto al primor extremo, ¿en dónde podría hallar el Dr. Cortejón el
sinnúmero de trabajos que referentes al Quijote se han escrito, sino sólo y
únicamente en la librería del más entusiasta de los bibliófilos cervantistas?
Después de haber dispuesto á su comodidad de las principales ediciones
clásicas del Libro Rey, ora conveniente que ol nuevo crítico no fuese ni un
fanático adorador de Cervantes, ni un dómine clemencinesco, sino un comentador
á la moderna del Adán de los poetas; por esto, cuando on la Introducción
leí: «No será el Principo de los novelistas un escritor académico á lo fray
Luis de L-íón, ni gramático á la manera de Quevedo, ni estilista al modo de
Solís: en su Don Quijote, las reglas gramaticales sufrirán tal cual excepción»,
aplaudí sin reservas el alto sentido de imparcialidad que demuestra la anterior
cita, si bien he observado, hojeando los tres volúmones hasta ahora publicados,
cierta timidez al señalar ligeras imperfecciones on la labor corvantina,
así como una completa satisfacción al mencionar las bellezas que esmaltan
la mejor novela del mundo. Y ¿cómo no ha de ser así la crítica del nuevo
comentador, si enseñaba á sus alumnos, hace cinco lustros, que deber del crítico
es «echar un velo sobre defectos que fácilmente se deslizan de los labios, ó
que penetran por entre los puntos de la pluma al más cuidadoso y diligente»?
¿Cómo no ha de ser dulce y suave t-,1 comentario del Dr. Cortejón, si nos decía
en clase que los defectos que ve el crítico en una obra, «si no fuere posible callarlos,
háblese tan dulcemente de ellos que los reparos no sólo atenúen la censura,
sino que hasta parezcan hacerla inútil, pues nunca se tuvo como signo
de superioridad en estas materias la dureza característica do ciertas escuelas
literarias»?
Cuando on Mayo de 1905 apareció el primer volumen, afirmé que la labor
de raí maestro marcaría época gloriosa en los anales do la literatura cervántica;
y ahora, que ya veo publicada la primera parte dol Quijote, estoy satisfecho
de haber sido profeta. Sí; el trabajo de mi antiguo catedrático merece que
le dé el tratamiento de nación amiga, ya que en muchos de los comentarios no
discrepo ni un ápice, y si tuviese alientos suficientes para hacer una edición
con notas de la novela por excelencia, seguiría las huellas del nuevo crítico
cervantista; así, pues, ahora que el libro penetra on mi morada, voy á tratarle

— 237 —
como si fuese buque de guerra de nación favorecida, y previas las formalidades
de rúbrica y las salvas de ordenanza, le diría: ¡Bien venido seas, precioso
libro, admirable comento, nítido texto, bien venido seas! Aquí hallarás compañeros
tuyos que para desentrañar un pasaje hojearon innumerables y empolvados
infolios; aquí darás con críticos miopes que todo lo fiaron al verbalismo;
aquí toparás con dómines pedantes que sólo hallaban defectos 011 pasajes
por ellos no comprendidos; aquí encontrarás gente fanática que aun los más
leves descuidos del autor ídolo les parecieron bellezas; colócate entro ellos y
diles: Nada tomáis, amigos míos; voy á laborar con vosotros para la gloria de
Cervantes; mi misión es la de ensalzar las innumerables bellezas y señalar las
levísimas imperfecciones de esa obra celebrada
«mientras rueden las ondas de los ríos
y la copa del árbol reflorezca...»
Y dicho esto, colocaría el libro al frente de las ediciones del Quijote.
Y digo que lo colocaría al frente de todas las ediciones, porque si bien los
comentarios de Bowle y Pellicer son buenos; si algo añadieron después Navarrete,
Arrieta y Clemencm; si dignos son de que se conozcan los estudios de
Hartzenbusch, Máinez y Benjumea; si mucho debe aprovecharse, por lo que
á la fijación del texto se refiero, del trabajo del hispanófilo inglés Pitzmaurice-
Kelly, la labor del Dr. Cortejón viene á ser como el resumen de casi todo lo
escrito anteriormente, añadiendo un rico caudal de erudición filológica y una
crítica psicológica debida al ambiente moderno del siglo.
Cuando apareció el primer volumen, estuve tentado de omitir juicio del
libro, pero sufrí entonces una indigestión cervantina con tanto fárrago do necedades
como vio la luz pública; ahora, con más calma, pasada la fiebre que
me produjo el tercer centenario del Quijote, sólo contadísimas obras merecen
celebrarse, y una de éstas es la primera edición critica. ¿Hice bien al no querer
juzgar entonces esta obra? Sí; en 1905 sólo catorce capítulos hubieran podido
ser materia de estudio; he aguardado ver terminada la primera parte, y
habiendo visto que mi profecía no ha resultado fallida, señalaría con piedra
blanca en los anales cervantinos el día que salió de las prensas barcelonesas el
primer volumen de tan atrevida empresa. Dicho esto, que podría servir de
prefacio, entro en materia.
II
Topa el lector al abrir el primer volumen con una Introducción en la que
diríase que, más que gallarda muestra del estilo del nuevo crítico, es un himno
en prosa dedicado á Cervantes y á su obra. ¡Cuánto entusiasmo no hay en
aquellas páginas admirablemente escritas y hondamente sentidas!
«El Quijote, la novela por excelencia, ocupa lugar tan eminente en los cielos
de la gloria literaria, q,ue si no existiese la Biblia, en la que se narran con pítima
de oro la brillante historia de la Divinidad y las tremendas catástrofes de
las naciones, sólo se verían junto á él, allá en lo más alto, rodeadas de espíen-

— 238 —
dente luz y en competencia de honor, la Illada, la grande IUada, de Hornero,
y la Divina Comedia, del Dante.»
Labor pura y exclusivamente crítico-bibliográfica es la Introducción, ya
que trata del Diccionario del Don Quijote, del Manuscrito de Cervantes, de la
Historia del texto, de algunas Observaciones criticas y del Quijote en el extranjero,
trabajos todos que demuestran un portentoso caudal de conocimientos
puestos á disposición de la causa cervantina.
¡El Diccionario del Quijote! ¡El léxico de la sublime novela! Ahí es nada.
¿Cómo puede existir el Diccionario del Quijote, dirá el lector, si no tenemos
Una edición pura de las hazañas del héroe manchego? Pues á eso se dirigen
todos los esfuerzos del Dr. Cortejón: á darnos «un texto limpio, fijo y que,
autorizado por ella (la crítica), sea, ya que no el ideal tanto tiempo acariciado,
al menos la obra en que con mayor seguridad pueda leerse el peregrino libro
del príncipe de los novelistas».
Si del Diccionario del Quijote pasamos al Manuscrito de Cervantes y á la
Historia del texto, ¡cómo quedan el editor Francisco de Robles y el impresor
Juan de la Cuesta! ¡Cuan malparados salen uno y otro! Al primero le dice que
el contrato de venta que hizo con el famoso todo, «fue poco menos que leonino»;
y al segundo, que en la impresión aparecen «graves errores, que, sumados á los
centenares de erratas que la afean, hacen de la editio Princeps del Don Quijote
un libro por todo extremo desdichado». Y cabe decir: si esto pasó en una
de las principales imprentas, ¿qué no hubiéramos de lamentar si el editor-pirata
hubiese mirado más á la ganancia?
De las tres ediciones de Juan de la Cuesta, sólo á la segunda mira el catedrático
de Literatura con un poco de benevolencia, pero ni la Princeps ni la
tercera merecen nada más que desdén; las ediciones de Lisboa no tienen ninguna
autoridad á los ojos de la crítica; muy poco debe fiarse el erudito de las
improsas en Valencia. En resumen, las primitivas ediciones del Quijote, esto
es, las salidas de las prensas madrileñas, lisbonenses y valencianas en 1605, no
reflejan lo que fue el manuscrito de Cervantes: ¡tal es el sinfín de erratas y
variantes que las afean! Dignas de estudio son las Observaciones que se deducen
del resultado del cotejo; pero no permita Dios me meta en labor tal para
señalar algún leve descuido al nuevo comentador; algo por el estilo hice en 1900
con un benemérito hispanista, y hoy día aquella crítica ha merecido el calificativo
de «cruda y despiadada»; mi nerviosismo no se adapta á este laborío;
por esto admiro el temperamento de un Menóndez Pidal ó un Rodríguez Marín,
maestros en el cotejar. Después de las Observaciones' críticas, trátase en
la última parte de la Introducción, de la bibliografía de la eximia novela en el
extranjero, compendio en su mayor parte de la obra de D. Loopoldo Ríus,
Bibliografía crítica de las obras de Cervantes, si bien añade algunos datos y
dedica- pocas líneas á los comentadores.
Ha dicho, quizá con sobrada razón, el polígrafo Menóndez y Pelayo, qua
una buena biografía del benemérito hijo de Alcalá de Henares ha de buscarse
fuera de España, en país extranjero, y señaladamente en Inglaterra; tiene

• — 239 —
razón el maestro: la biografía que del manco sano y famoso todo ha escrito el
historiador de nuestra literatura Fitzmaurice-Kelly es una obra admirable.
Creo que el lugar adecuado para un trabajo de tal índole es en una edición del
Quijote; encontrando muy puesto en razón comenzase la primera edición crítica
COTÍ una nueva Vid a de Cervantes, sin la pesadez de Navarrete, la marcada
idolatría de Máinez y exenta de las pinceladas, más coloristas que reales, de
Navarro Ledesma, es decir, una biografía en la cual el ambiente social de la
época y el tipo del novelista apareciesen completamente definidos, algo así
como lo hecho por La Barrera con Lope, y Rodríguez Marín con Bar aliona
de Soto.
Muy poco espacio dedica mi antiguo catedrático á los comentadores cervantistas;
lo lamento de veras. No sé explicarme por qué en una obra de crítica,
y tomando por base trabajos anteriores, deja de estudiar con el debido
detenimiento la labor de los cervantistas insignes que desde Mayans hasta el
moderno crítico inglés aquí tantas veces citado han discutido y celebrado la
genial producción cervantina. Si en la Historia crítica de la Epístola de Horacio
á los Pisones trató de la labor de Riccoboni, Heinsio, Cáscales, Desprez,
Gruyet, Petrini, Binet, Solari, So ave, Bouhier, Peerlkamp, Ottma, Ribbeck y
Faltin, ¿por qué en la edición crítica del Quijote omite un amplio estudio dedicado
á Mayans, Bowle, Ríos, Pellicer, Navarrete, Arrieta, Clemencín, Aribau,
Hartzenbusch, Máinez, Benjumea y Fitzmaurice-Kelly?
Una manifiesta contradicción hallo entre lo escrito por el nuevo comentador
en el primer volumen y lo afirmado en el tercero; refiórome á la segunda
edición madrileña de 1605. «No se puede... mirar con desdén la nueva edición
salida de las prensas de Cuesta...» (I, p. LXIV), dice el Dr. Corfcejón, y algunas
páginas después añade: «Volviendo al punto de partida, y para evitar
vaguedades, importa decir resueltamente que... parece que uno se siente como
movido á inclinarse respetuosamente ante la segunda de las sobredichas
obras...» (I, p. CXLIII). ¿Por qué? ¿Es que el editor tuvo tiempo suficiente
para hacer corregir el texto? No, no lo creo. La segunda edición de Cuesta
ejtá casi tan plagada do yerros como la primera; no es una afirmación mía,
sino que en apoyo de mi argumento tengo la siguiente cita del comentarista:
«Salió á luz la segunda, hecha por el mismo impresur, pocas semanas despviós.
De las contadas enmiendas que en ella se hicieron, en las más faltó el acierto;
las restantes merecen la calificación de malas; con ello se aumentó la gravedad
de la edición, pues quedaron subsistentes los mil defectos que tanto fatigan
al lector de la Princeps... (1).» Lo que demuestra plenamente que ninguna
de las ediciones de 1605 merece confianza.
Si, en general, satisfacen al más exigente de los bibliógrafos cervantistas
los puntos dilucidados en la Introducción del primer volumen, después de haber
leído las Observaciones generales del segundo han de aplaudirse sin reservas
los estudios con que encabeza cada tomo, verdaderas monografías que
(1) ¿Corrigió Cervantes alguna de las ediciones del Don Quijote impresas por Juan de la Cuesta? Barcelona,
1907

— 240 —
ocuparían muchísimo espacio entre el texto del Quijote, y que al comienzo del
libro preparan al lector para cuando llegue al pasaje largamente debatido; las
Observaciones generales son miel sobre hojuelas, y á los aficionados á la depuración
del texto va dedicada tal labor. Una palabra del capítulo XVI; dos páginas
controvertibles y controvertidas del capítulo XIX; el robo del rucio y
pasajes escabrosos son temas tratados en el segundo volumen con tal profundidad
de conocimientos, elevación de ideas y clara exposición, que patentizan
una vez más la fama de que goza el elegante comentador.
La lección rateras, desautorizando la voz raras (Quijote, I, cap. XVI),
usada por Navarrete en su edición de la Real Academia Española, y seguida
por Clemencín, Aribau y otros, es una de las variantes usadas en las primeras
ediciones y que ha vuelto á su lugar correspondiente gracias á la calurosa
defensa del Dr. Oortejón. ¡Lástima grande que sea tan respetuoso con el texto
y no se atreva á arreglar las dos idas del bachiller Alonso López de Alcobendas
(Quijote, I, cap. XIX) y siga al de la segunda de Cuesta! «En ella
—dice—hay también sus asperezas (¿por qué negarlo?): hay las dos idas del
malaventurado bachiller; una de ellas, más que inoportuna y baldía, incongruente
por todo extremo. Pero su lección, si afeada por tamaño descuido,
préstase á menos reparos que la de su hermana primogénita, que la disfrazada
por Hartzenbusch, que la menos desenvuelta, pero al fin innovadora, del ingenioso
y bienquisto historiador de nuestras letras: Fitzmaurice-Kelly...»
(II, p. XXXI).
Si entre los shakespearianos ha dado en qué entender á muchos la figura
de Hamlet, los cervantistas no han querido ser menos y el robo del rucio ha
sido causa do enmarañadas polémicas, en las cuales no siempre han dominado
la discreción y el acierto. Cerca de cincuenta páginas dedica el comentarista
á tan debatido asunto, y á mí me han parecido pesadísimas tantas citas, como
el recurrir al diccionario de las principales palabras que componen lo que
para algunos no salió de la pluma do Cervantes; con sólo citar lo que el ingenio
complutense dice en la segunda parte, quedaban desarmados los que afirman
ser páginas interpoladas las que se refieren al robo y hallazgo del jumento,
una sola palabra demuestra que aquel pasaje es obra del regocijo de las Musas,
una sola voz pregona la paternidad del discípulo de Hoyos para aquellas vividas
escenas- el vocablo brinco manifiesta de manera clara y terminante que no
hay interpolación.
Con todo y poner los puntos sobre las ies, pase el vulgarismo, en los dos
asuntos últimamente citados, me placen más las poquísimas páginas que
dedica á los pasajes escabrosos que tanto fárrago de rebusca y citas como aparecen
en los estudios líltimamente discutidos. Salir á la defensa de un escritor
al que se lo han tachado algunas escenas de inmorales; sacar á plaza los mismos
defectos, y aun más subidos de color, debidos á otros ingenios, para atenuar
las ligerezas del benemérito complutense, es trabajo que honra al enamorado
admirador de Cervantes. Admirables páginas las que cierran las Observaciones
generales; para mí, las mejores; ¡lástima que sean tan pocas!

— 241 —
Si merecen plácemes los prólogos de los dos primeros volúmenes, el del
tercero, ñn y remate de la primera parto del Don Qujote, sobrepuja on erudición
á los anteriores.
Aquella simple insinuación de Fitzmaurico-Kelly, de que la torcera edición
de Cuesta no fue corregida por el soldado en Lepanto y cautivo en Argel,
y el lserse en trabajos firmados por eruditos, «sigo la edición do 1603...»,
«cito por la tercera de Cuesta...» lian sido causa do que el Dr. Cor tejón ampliara
y sacara consecuencia de la feliz conjetura del distinguido hispanista,
poniendo en ridículo á los que afirmaban ser la edición madrileña do 1608
corregida por Cervantes, y demostrando de manera incontrovertible, que convence
y persuade, que la tercera de Cuesta, «afeada de infinitos lunares, no refleja...
el gallardo pensamiento de quien tenía esta sin par novela para regalo
de su alma y embeleso de cuantos la leyeren». Con La Coartada destruyóse
para siempre la leyenda argamasillesca; con el magistral estudio ¿Corrigió
Cervantes la edición de 1608? aniquila el moderno crítico aquella idea dada á
la publicidad por Pellicer y seguida hasta hoy día por casi tocios los cervantistas.
Ha dicho el profesor del Colegio do Francia D. Alfredo Morel-Fatio que
el Dr. Cortejen no estaba muy fuerte en las costumbres ó instituciones de
España en los siglos XVI y XVII, y que su nota sobre duelos y quebrantos lo
demostraba; mortificado en su amor propio el nuevo comentador, da á las
prensas una verdadera monografía acerca de la comida de sábado, y si bien he
de observar que el estudio no es tan coiicluyento como ol que so refiere á la
corrección del texto de la tercera ele Cuesta, prueba que todo cuanto escribió
el autor de Eludes sur VEspagne acerca de tan obscura frase, es muy poco en
comparación á lo que podría haber dicho. Unas cuantas líneas afirmando que
el Quijote era traducible, fueron causa de que D. José María Sbarbi escribiese
un libro probando la iutraducibilidad de la novela cervantina, y tres
líneas del polemista francés han sido causa de que el comentarista español
demuestre en las treinta páginas dedicadas á la original frase que aun hoy
día queda por resolver ese enigma, si bien señala una conjetura que, á imitación
de algún moderno plan curativo, no han de faltar adeptos que la sigan.
El estudio do duelos y quebrantos es un brillantísimo trabajo en el que demuestra
su autor conocer á fondo la historia del ayuno, y como apéndice, publica
íntegramente la Bula de Benedicto XIV, citada por muchos y conocida por
muy pocos.
Cuando en Abril do 1905 se preparaba toda España para la celebración del
tercer centenario del Quijote, apareció en la Biblioteca Nacional do Madrid
una nueva (?) edición de la tan famosa novela, impresa on Lisboa por Jorge
Rodríguez en 1605; y quizá alguno de esos expertos escritores que todo lo
saben, si bien do segunda mano, y resultan sor como cilindros de fonógrafo,
burlóse por haber dicho el comentador cervantista que oran seis las ediciones
que salieron de las prensas en 1605 (yo también lo dije en el prólogo á la
Iconografía de las ediciones del Quijote); digo todo esto porque no de otro
4

— 242 —
modo comprendo aquel párrafo del Dr. Cortejen: «Y los literatos de oficio,
pero cervantistas de ocasión, guárdense de motejar á otros de poco enterados
en lo que mira á las ediciones de 1605, si es que no supieron (por no residir en
la corte) tan pronto como ellos el hallazgo de la superchería libreresca; noticia
que no les costó más larga investigación que la de oiría de labios de cuantos
en la Biblioteca Nacional desempeñan algún cargo, aun entre los más humildes.»
De superchería tipográfica califica á esa edición lisbonense, ya que las dos
de Jorge Rodríguez diferéncianse sólo en la portada, y tanto es así, que el
«Catálogo de la Exposición celebrada en la Biblioteca Nacional en el III centenario
de la publicación del Quijote» dice, al tratar del ejemplar hasta poco
ha desconocido: «Primera edición de la primera parte de Lisboa. Es la misma
anterior, de la que sólo difiere en la portada y en los ajustes de las censuras
que van en el folio 2.» Que son seis las ediciones de 1605 lo dice el Cuerpo de
Archiveros y Bibliotecarios, esto es, el tribunal supremo en materia de bibliografía;
erraron, pues, aquellos Zoilos calificando con tono despectivo á
los provincianos que, como el que suscribe, afirmaron haberse impreso las primeras
ediciones del Quijote en la siguiente forma: 1. a , Madrid, Juan de la
Cuesta; 2. a , Lisboa, Jorge Rodríguez; 3. a , Lisboa, Pedro Craasbeck; 4. a , Madrid,
Juan de la Cuesta; 5. a , Valencia, Pedro Patricio Mey; y 6. a , Valencia,
Pedro Patricio Mey.
III
Si la Introducción del primer volumen y las Observaciones generales de los
dos siguientes son cuestiones de vital interés para los cervantistas, el estudio
de las variantes, esto es, el resultado del cotejo de las ediciones para la purificación
del texto, es asunto que requiere sumo cuidado. Mi temperamento, he
dicho anteriormente, no se aviene con trabajos de tal índole, pero no por eso
he de mirar con desdén la labor de los Sres. Obradors, Menéndez Pidal, Foulohé-Delbosc
y Fitzmaurice-Kelly; en época no lejana hube de cotejar el Tirant
lo Blanch, edición de Valencia de 1490, con la editada por Aguiló en Barcelona
en 1879, y con sólo anotar las innumerables variantes que aparecen entre
uno y otro texto y corregir los errores de los cien primeros capítulos, con esto
solo pasé todo el año de 1906. ¡Cuántas miles de horas representa la labor del
Dr. Cortejón! Porque no todo estriba única y exclusivamente en tomar
nota de las diferencias entre las ediciones consultadas; la principal labor está
en la discusión que trae aparejada el tomar como buena esta ó aquella lección,
uno ú otro texto.
Paciencia benedictina se necesita para hacer un cotejo formal de veintiséis
ediciones; pero si resulta qae con suma diligencia y nimia pulcritud ha
ido tomando nota de cuantas diferencias aparecían, ¿por qué no ha hecho la
debida división entre lo que son variantes y ligeros descuidos del impresor?
¿Por qué no ha de señalar como erratas las siguientes?:

- 213 —
«La Auracana, de Alonso de Ercilla...» (Cuesta, 1. a , 1605, cap. VI.)
«... mostrarse ingr'ornante...» (Cuesta, 2. a , 1605, cap. XLVII.)
«... sobió sobre Rocinante...» (Cuesta, 3. a , 1608, cap. II.)
«... que nos socedlese...» (Lisboa, 1. a , 1605, cap. XLI.)
«... con el braso derecho desnudo...» (Lisboa, '2. a , 1605, cap. XVIII.)
«Peor es menballo...» (Lisboa, 3. a , 1605. cap. XX.)
«... saber de cierto su inanidad...» (Valencia, 1. a , 1605, cap. XXIV.)
«... El Monserrato, de Cristóbal de Virués...» (Valencia, 2. a , 1605, cap. VI.)
«... ersucitando nuevas pendencias...» (Bruselas, 1. a , 1607, cap. XLV.)
«... empinaba la bota...» (Bruselas, 2. a , 1611, cap. VIII.)
• «... oficiales amigos...» (Bruselas, 3. a , 1662, prólogo.)
«... lia hecho este metamorfaseos...» (Milán, 1610, cap. XXXVII.)
«... vestigios del otro mundo...» (Amberes, 1697, cap. XIX.)
«... satisfaciera el agravio...» (Mayans, 1738, cap. XXVII.)
«... tres pasanjeros...» (Bowle, 1781, cap. XLV.)
«... y requiere acidentes...» (Pellioer, 1798, cap. XLI.)
«... y antonomasia...» (Fitzmaurice-Kelly, 1898, cap. XXXIII.)
Resulta ser el nuevo comentador un enamorado de las formas arcaicas;
profiere más las voces: Pagalde (I, p. 96, 1. 3) y divertille (I, p. 90, 1. 7), que
el pagadle, que se lee en la Princeps, y divertirle, que dice la segunda; pero
si Horacio nos dijo que el divino Homero caía, alguna vez, en pesada soñolencia,
¿por qué no puede sufrir una ligera distracción el nuevo crítico cervantista,
y usar: darle (I, p. 78, 1. 7), contarle (I, p. 101, 1. 5) y tenerle (II, p. 152,
1. 10), en vez de dalle (cap. II), contalle (cap. IV) y ten elle (cap. XXI), que
se estampó en la primera de Cuesta?
Leve descuido debo señalar al ver escrito: desapiadado (I, p. 103,1. 4) y despiadado
(I, p. 290, 1. 17). Esta última lección es más propia en Cervantes, y
esto sabido, cabe preguntar: ¿cómo conociendo las citas del Viaje del Parnaso
y del Persiles no usó siempre despiadado?- Y puesto á señalar minucias
de quisquilloso crítico, no pasaría por alto las formas asimismo (II, p. 249, 1. 7),
asimesmo (II, p. 253, 1. 7) y ansimesmo (III, p. 76, 1. 2), que si bien usábanse
indistintamente en época de Cervantes, hubiera querido ver unificadas en una
edición crítica. Pero ¿qué valen esos ligerísimos descuidos ante ol estudio y
discusión de algunas variantes? ¿Qué mella pueden hacer los insignificantes
lunares hasta aquí mencionados, ante las infinitas aclaraciones que da para
demostrar el uso de tal ó cual lección?
El copioso razonamiento de solas y señeras (I, p. 238, 1. 3), cuando hasta
Pellicer habíase leído sola y señora y solas y señoras, es una de aquellas señaladas
variantes que convencen; así como la restitución de la voz mujer, suprimida
por la Cuesta 1608, Bowle 1781, Pellicer 1798, Academia 1819, Arrieta
1826 y Madrid 1850 en el siguiente pasaje del capítulo XXIV: «no era Luscinda
mujer para tomarse ni darse á hurto...» La variante fontana en vez de
fortuna, floresta y fuente, que dicen casi todas las ediciones cotejadas, está hábilmente
defendida: «Dudosa, evidentemente, la lección fortuna, apadrinada

— 244 —
on las ediciones que precedieron á la de Mayans (1738), fue desechada, y entonces
se hizo forzoso elegir una de estas tres: floresta, fuente, fontana. Ahora
l)ien; el cajista de la primera de Cuesta pudo leer, por equivocación, fortuna
donde el manuscrito rezaba (así lo creemos) fontana; mas ¿en qué se parece
ninguno de estos vocablos á floresta, como con harta ligereza se estampó dos
veces seguidas en las ediciones de Bruselas? No afirmaremos que anduviese de
todo punto descaminada la Real Academia Española haciendo suya la enmienda
de Mayans, ó sea en la fuente, porque en verdad nacía una fuente en la gruta
en que Roldan halló las para él funestas señales; pero sí merece aplauso, y
muy sincero, rechazando, con la autoridad de que justamente goza, errores y
rutinas. Quizá se habría puesto enteramente de acuerdo con el original leyendo
fontana, por ser la que más so parece &. fortuna, que torpemente puso el cajista.
En resolución, fontana es voz más poética, más arcaica, y cuadra mejor
con el pasaje imitación de los poemas caballerescos, ó, para decirlo concretamente,
con el Orlando furioso» (II, p. 237, 1. 5).
Una y mil veces salo el entendido cervantista en defensa de voces que ya
habían pasado al olvido; basta mencionar aquí la calurosa afirmación de que
Cervantes usó siempre compatrioto y nunca compatriota: «mi buen compatriota
Don Quijote de la Mancha...» (II, p. 332, 1. 2).
«Son el cura y el barbero nuestros compatriotos y conocidos...» (.III,
p. 312, 1. 10.)
«... y cuando conocieron á su compatrioto quedaron maravillados...» (III,
p. 370, 1. 4.)
«... es el atrevido y mal aconsejado el bachiller Sansón Carrasco, nuestro
compatrioto...-» (Parte II, cap. 14.)
«... y pensamos que esta es una de las cosas de Don Quijote, nuestro compatrioto...»
(II, 50).
Y ya que celebro la lección compatrioto, ¿por qué no he de hacer lo mismo
aplaudiendo la aceptación de legión (III, p. 254, 1. 7) on voz de región que se
loe en las madrileñas, lisbonenses y valencianas de 1605? ¿Por qué de igual
modo no se ha de seguir la variante yoguieren, en aquel pasaje del capítulo
XLVI (p. 274, 1. 29), «la cual acabará cuando el furibundo león manchego
con la blanca paloma tobosina yoguieren en uno...», que puso la Academia
en 1780 y han seguido Fitzmaurico-Kelly y Cortejón?
Trabajo penosísimo soría el ir señalando una á una las aclaraciones que
se leen acerca do esta ó aquella variante; pero sí croo obrar con justicia recordando
al lector las notas, que cautivan y embelesan, sea por tratarse de
discusiones enmarañadas, bien por defenderlas con textos de otros escritores;
tales son, entre muchas, las siguientes:
"•Pensabas, amigo Lotario, que á las mercedes que Dios me ha hecho en
hacerme hijo de tales padres...» (III, p. 8, 1. 11.)
«... las manchas que en ella caen ó los defectos que so procura...-» (III,
p. 24, 1. 16).
«... y alborotado y contento, llamando aparte á...» (III, p. 208, 1. 12.)

— 2i5 —
«... y elle puso ambas manos en los pechos...» (III, p. 213, 1. 5.)
«... no pudo responder palabra al oidor, el cual dijo...» (III, p. 237, 1. 27.)
Variantes todas que demuestran el estudio que trae consigo el aceptar uno
ú otro texto. Claro está que muchas podrían ser materia de viva discusión;
pero esto no es causa suficiente para empañar esa labor ciclópea que con paciencia
benedictina va allegando el comentador para la restitución del manuscrito
del Quijote.
La pulcritud que ha dominado en este trabajo la han pregonado los extranjeros
aficionados á esa clase do estudios, afirmando quo el cotejo ha sido
llevado á cabo con mucho escrúpulo. Yo sólo puedo decir que he querido
comprobar algunos capítulos, y puedo asegurar que la meticulosidad más
absoluta ha dominado en todo el trabajo.
IV
Conocidos ya los prólogos y las variantes, algo ha de decirse de las notas.
He de comenzar afirmando que no soy partidario do un comentario tal y como
lo ha sentido el Dr. Cortejen; habíanlo hecho en la misma forma Bowle, Pellicer,
Arrieta, Clomencín y Hartzenbusch, para no citar más; y quizá se me
tache de modernista si prefiero, en lugar de notas, un estudio, al fronte de cada
capítulo, que prepare al lector acerca de algunos puntos en éste expuestos.
Dijo en cierta ocasión el autor de la La Estafeta de Urganda, que los comentarios
cervantinos, tal y como los hizo Bowle y sus continuadores, no son
«más que una ampliación del que comenzaron Irnerio y sus discípulos explanando
las glosas del Derecho Romano; esto es, anotando al margen la explicación
do voces obscuras, que propiamente se llamaban glosas en un principio,
y luego se aplicó este nombre á la misma interpretación». ¿Por qué el nuevo
comentador no ha querido romper con la corriente del uso y ampliar lo que,
en principio, comenzó Máinez? Pero ya que la crítica está hecha en la forma
de los comentarios antiguos, como las notas sean inspiradas por el ambiente
moderno, serán minucias de crítico miope y dómine pedante el haberlas impreso
de este ú otro modo.
Si me entusiasmara más el saber humanista que el psicólogo, señalaría con
piedra blanca algunos pasajes, que ellos de por sí darían á su autor el dictado
de «discípulo predilecto de la escuela de Hermosilla»; tales son las siguientes
notas:
«... dejó su mujer y hijos...» (1, p. 178.)
«Estabáselo con mucho sosiego mirando Don Quijote...» (I, p. 213.)
«... muy leído...» (I, p. 251.)
«... mas ellas, que, á lo que pareció, debían de tener más gana d-e pacer que
de ál...» (II, p. 5.)
«... de quien el ventero le hizo grata donación...» (II, p. 56.)
«De cómo salieron con su intención el cura y el barbero...» (II, p. 256.)

— 246 —
«¡Cuál debiera ser enlasprosperidades!» (III, p. 179.)
«... muy sabrosísimo queso...» (III, p. 357.)
Pero no, no es esta crítica verbalista la que me agrada, no son estas notas,
notas á lo gramático, las que me seducen, con todo y ser eruditas y estar
plagadas de ejemplos de otros escritores; como tampoco me seducen, si bien
deben ser leídas y celebradas, aquellas otras que se refieren á la explicación
do voces y locuciones, como por ejemplo:
«... de claro en claro y los días de turbio en turbio...» (I, p. 58.)
«... y no irse por el mundo á buscar pan de trastrigo...» (I, p. 175.)
«... fue tortas y pan pintado...» (II, p. 51.)
«... y no se qué botecillo de mudas...» (II, p. 119.)
«... y su amo se estaba durmiendo á sueño suelto...» (III, p. 95.)
«... hablar de aquella manera á su arráez... (III, p. 183.)
No, no me cautivan las notas crítico-bibliográficas, si bien satisfacen en
extremo á los conocedore? del cuadro general de nuestra literatura; y no me
cautivan, porque es dificilísima la empresa de encerrar en pocas líneas una
exposición bibliográfica y á la par crítica del libro objeto de la nota; pero,
con todo, las referentes á Amadís de Gaula (I, p. 124), Tirante el Blanco
(I, p. 145), Cironglio de Tracia (II, p. 381) y Passo honroso, defendido por el
excelente caballero Suero de Quiñones (III, p. 329), merecen sincero aplauso.
Agrádanme algo más los comentarios crítico-históricos, y merecen lugar señalado
los siguientes:
«... bien como quien se engendró en una cárcel...» (I, p. 14.)
«... Hornero tiene á Caiipso, y Virgilio á Circe...» (I, p. 23.)
«... le sucedió una aventura que sin artificio alguno lo par ecía...» (II, p. 94.)
«... vamos á la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto que va
en aquella litera...» (II, p. 100.)
«... y quiso mi buena suerte que el señor D. Juan de Austria acababa de
llegar á Genova, que pasaba á Ñapóles á juntarse con la armada de Venecia,
como después lo hizo en Mecina...» (III, p. 137.)
«... y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas
y disciplinas, pidiendo á Dios abriese las manos de su misericordia...»
(III, p. 363.)
Las notas que he leído con verdadera fruición son aquellas en las cuales,
apartándose el nuevo comentador del camino trillado, sin preocuparse de lo
dicho por otros autores, deja correr su imaginación y comenta á su gusto, sin
fijarse en descuidos ó bellezas gramaticales, reminiscencias de pasajes caballerescos
ó influencias de obras contemporáneas del manco sano:
«... sólo tiene que aprovecharse de la, imitación...» (I, p. 26.)
«... fementida canalla...» (I, p. 194.)
«Dichosa edad y siglos dichosos aquellos...» (I, p. 235.)
«... sería mejor y más acertado...» (II, p. 66.)
«... Maritornes... prometió de rezar un rosario aunque pecadora...»
((II, p. 259.)

— 247 -
«Bien veo yo, señores, quienquiera que seáis...» (II, p. 266.)
«Sin que faltase el bueno de Sancho Panza...» (III, p. 91.)
«A este agujero se pusieron las dos semidoncellas...» (III, p. 222.)
«... después de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo...» (III, página
322.)
Pero más que todas estas notas me agradan los sumarios capitulares que,
á partir del segundo volumen, encabezan el comentario de cada capítulo, verdaderas
y felices trouvailles que he de aplaudir sin reservas, ya que hallo
siempre una crítica desapasionada y serena.
La nota del capítulo XIII: Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo,
á mi modo de ver, no está completa. Quizá presuman de bien entendidos los
que crean que si Cervantes citó á los Cachopines fue por acudírsele á la memoria
el pasaje que se lee en la Diana, de Montemayor, mencionado por Bowle;
poro afirmando muchos que en el Quijote existe una buena parte do biografía
cervantina, ¿andarán descaminados los que inmiscuyan los tratos que tuvo la
viuda de Francisco Cachopín, D. a María de Alvear, con la hermana del novelista?
Una observación he do hacer referente á Felipe Camús (II, p. ;3A) y al libro
Oliveros de Castilla. No se tradujo del español al francés esa crónica andantosca,
sino del francés al español; algunos años antes de haber salido de
las prensas de Burgos (probablemente de las do Fadrique de Basilea) en 1499
La historia de los nobles caballeros Oliveros de Castilla y Artas Dalgarbe,
corría ya en letra de molde una producción caballeresca intitulada: Olivier
de Castille et Artus Dalgarbe, impresa en Ginebra en 1482, según unos, y al
decir do otros en 1492. Que no fue el castellano su texto original, lo declara
el preámbulo do la editio princeps impresa en España, ejemplar que, como
tantas otras joyas de nuestra literatura, enriquece los anaqueles do la Biblioteca
Hispánica de Nueva York; en el ejemplar adquirido por Mr. Archer Huntington,
se lee: «E fuo la dicha historia por excelencia llevada en ol reyno de
Francia e venida en poder del generoso e famoso cauallero D. Johan do Ceroy,
señor de Chauny: el qual deseoso del bien común, la mandó volver en cormin
vulgar francés... y la trasladó el hónralo varón Felipe Camús, licenciado in
utroque... y por general provecho fue trasladada de francés en romance castellano
y empremida con mucha diligencia...» El error de Nicolás Antonio al
creer á Caimís autor ó traductor castellano del Oliveros de Castilla, ha sido
reproducido por muchos, G-ayangos inclusive, y el Dr. Cortejón, al copiar á
Gayangos y no hacer observar ese yerro bibliográfico, parece como hacerse
solidario de lo manifestado por el erudito catedrático do la Universidad
Central.
Si en la nota del capítulo XXXIV: «... porque el amor unas veces vuela y
otras anda..., á unos entibia y á otros abrasa...», copia ol comentador la bellísima
y lacónica descripción que del amor se lee en ol Tirant lo Blanch, no
estaría de más, y así el lector vería Ja notabilísima diferencia entre la literatura
caballeresca catalana y la castellana, copiase aquella otra pintura que so

— 248 —
lee en el Cirongilio de Irada; dice así: «Bien creo que le conoceréis por estas
señas; pero para mayor información, vos quiero decir su nombre. Su nombre
es amor, amor le llaman los que no le conocen, conócenle los que le vieron,
viéronle los que no debieran guardarse de su traición, traición bienaventurada
es la suya, suya es la gloria sin par, sin par es el tormento que da por
pena, pena que en gloria redunda, redunda en entero contentamiento y placer,
placer es que no viene sin tristeza, tristeza á quien siempre sigue la
muerte, muerte que es causa de nueva y más bienaventurada vida, vida que
no carece de alteración, alteración que robó mis sentidos, sentidos no bastan
á resistirle, resistirle es locura, locura es darle placer.»
Algunas observaciones podrían hacerse como complemento á la bibliografía
caballeresca, pues mucho ss ha descubierto en estos últimos treinta anos;
pero no es la obra del Dr. Cortejen, un catálogo bibliográfico, sino el mejor y
más amplio comentario que referente al Quijote se ha hecho en España, y, al
decir de un entendido maestro en cervantismo, el monumento más importante
dedicado á la memoria del Príncipe de los Ingenios.
V
Terminado el primer volumen de esa magna edición, fui uno de los primeros
en felicitar, así al «brioso y nuevo comentador», como al editor. Al uno,
por haber sabido hermanar en sus notas el clasicismo gramático, crítica á lo
Navarrete y Olemencín, con el fondo psicológico, crítica á lo Piferrer y Valera;
y al otro, «fénix de los editores», por el lujo con que ha presentado el libro.
Felicitaba al Dr. Cortejen por su esmerada labor, y á la par que recibía mi
humilde, pero sincera enhorabuena, los cervantistas Sres. Apraiz y Máinez
alababan la obra emprendida, y la Real Academia Española le galardoneaba
con el título de «socio correspondiente».
Algunos meses más tarde llegaba á mis manos un folleto firmado por el
erudito hispanista D. Alfredo Morel-Fatio, en el que se dice al nuevo comentador
que «no hace sino repetir, diluyéndolas, las notas de Clemencín, añadiendo
digresiones que lo menos que puede decirse de ellas es que no contribuyen
en nada al esclarecimiento del texto de Cervantes». ¡Válame Dios, lo
que saben y ven ciertos críticos extranjeros!
Sé lo que vale el comentario del crítico murciano, y si bien es cierto dijo
Tubino que «el examen de Clemencín es lo más concienzudo, filosófico, atinado
y útil de cuantos hasta entonces so conocían», no lo es menos que otro
benemérito cervantista, el Sr. Díaz de Benjumea, afirmaba no haber mejor
remedio para la indigestión que producía la crítica del antiguo académico de
la Lengua y de la Historia como las pildoras preparadas por Calderón y Hartzenbusch.
De impertinente Zoilo do Cervantes se califica á Clemencín; aprovechóse
éste de los trabajos de anteriores comentadores, y sobre la labor de Mayans,

— 249 -
Bowle, Ríos y Pellicer hizo el sobredicho crítico la suya con más erudición,
pero no siempre, acertada, como demostraron Puigblanch en sus Opúsculos
gramáticos satíricos, Calderón en su Cervantes vindicado, Harfczenbtisch en
sus Observaciones al comentario de Clemencín, y Urdaneta en su precioso libro
Cervantes y la crítica. «La obra que salió al público en 1833—dice el señor
Díaz de Benjumea—, y que era como las sumirías en materia de comento, dejaba
el Quijote como salió de las manos de Bowle, si ya no es que la crítica
iba hacia atrás, como los potros de Gaeta.»
Pero se preguntará el lector: ¿Quién es ese advenedizo á quien no le satisface
la crítica del Sr. Morel-Fatio? ¿Quién es ese incógnito que no encuentra
imparcial la pluma del profesor de la Escuela Práctica de Estudios Superiores
de París? ¿Quién es ese pobre diablo (pase el galicismo con perdón de Baralt)
que sale al palenque con armas blancas, dispuesto á luchar con un esforzado
caballero?
Tú lo has dicho, caro lector: soy un pobre diablo, un admirador de Cervantes
en tierra catalana, y entusiasta defensor de Johanot Martoroll en Castilla;
un novel paladín que sale á plaza en defensa de la verdad; uno que celebra
la victoria de nuestras plumas literarias en la lucha que sostuvo ño ha
mucho Paul Grroussac con Menéndez y Pelayo, y en tiempo más lejano, Morel-Fatio
con Sampere y Miquel-
No datan de ayer mis aficiones cervánticas: conozco la labor de los antecesores
y sucesores de Clemencín, y soy de los que afirman que, gracias á Mayans
y á Bowle, ni Navarrete y sus secuaces, ni Pellicer y sus continuadores,
hubieran hecho ni una regular biografía del escritor alcalaíno los unos, ni un
comentario, aunque chapado á la antigua, los otros. Coteje el lector que tenga
paciencia las notas de Pellicor, ladeándolas can las de Bowle, y verá hasta
qué punto siguió aquel benemérito cervantista á este celebrado pastor protestante;
haga lo propio con las de Arrieta y Clomencín, y se penetrará de que
este líltimo siguió paso á paso á Bowle y á Pellicor. Es la historia de mucha
parte del intelecttialismo español: copiarse unos á otros sin decir la procedencia.
Después de haber leído el trabajo del batallador y no siempre victorioso
crítico francés, he releído las notas que ilustran el primer volumen de la edición
crítica, y de su lectura despréndese que si el copiar á Clemencín es zaherirle
y ponerle en la picota, tiene razón el autor de Etudes sur l'Espagne.
Cuántas veces se lee: «Clemencín, crítico miope...» (p. CLXIV), «Clomencín,
que siempre tiene levantada la palmeta...» (p. 10), «en vez de haber acudido
Clemencín á notar con puntualidad en el casi cómica...» (p. 21), «Como otras
veces, se siente el palmetazo de Clemencín; pero tan injustificado, á nuestro
parecer, cual un buen número de los suyos...» (p. 23). ¿Será esto copiarle?
No; no son las notas de Clemencín las que se leen en el primer tomo, y
aun en los siguientes, de la edición crítica; lo que es que en muchísimos puntos
han de coincidir los comentadores de una obra; y el coincidir no es copiar.
Yo creo que el Sr. Morel-Fatio sufrió una lamentable equivocación al

— 250 —
ordenar las notas ó apuntes de todo lo escrito durante el centenario del Quijote,
si es que llegó á conocer el Diccionario del Quijote del Sr. Oejador. Si al
criticar la labor del sabio filólogo dijese que muchas de las notas aclaratorias
que se leen en la obra premiada por el Ateneo de Madrid eran los comentarios
de Clemencín, aún estaría conforme; pero yo propondría al erudito crítico
francés comentara un capítulo del Quijote: por ejemplo, el referente al escrutinio
de la librería del hidalgo manchego; y entonces se vería cómo entraría
á saco en los dominios de los historiadores de la literatura caballeresca; y con
todo y aprovecharse de ideas de críticos nacionales y extranjeros, nunca afirmaría
que el director adjunto de la Escuela Práctica de Estudios Superiores
de París plagió á sus antecesores.
Alguien ha dicho que la razón y la justicia no siempre dominan en los
trabajos del Sr. Morel-Fatio; y esto sabido, no ha de extrañar ver al erudito
hispanista escribiendo con una parcialidad manifiesta y un desenfado impropio
de maestro.
El comentario del Dr. Cortejón no es copia del de Clemencín, pues cuanta
veces puede le censura, ya escudándose en Calderón (p. 73, 86, 103, 182 y 258),
ya en Urdaneta (p. 17, 67, 88, 181, 190, 229, 279 y 291), ya haciéndolo directamente
(p. 10, 21, 23, 34, 59, 68, 71, 79, 91, 108, 112, 146, 199, 201, 254, 272
y 293); sólo unas diez ó doce veces aplaude la labor del contemporáneo de E"avarrete
y Lista (p. 78, 79, 117, 133, 134, 136, 180, 193, 225, 254 y 264); pero
¿qué son si se comparan con las censuras que le dirige? Y ¿cómo han de ser
copia de las notas de Clemencín, cuando corrige algunos errores de éste, como
el llamar al impresor del Tirant lo Blandí, edición castellana, G-udiel en vez
de Griimiel, no citar como productos de la calenturienta imaginación de Feliciano
de Silva á Lisuarte de Grecia y Rogel de Grecia, el omitir en la citación
de las ediciones del Amadís de Grecia las de Medina del Campo en 1564 y la
impresa en Valencia en 1582 y otras muchas observaciones que podrían hacerse
cotejando la labor de Clemencín con la del Dr. Cortejón?
Y voy á terminar. Lo que creo habrá molestado en gran manera al crítico
francés es el no ver citada su monografía acerca de duelos y quebrantos; si
fuese de los contertulios del Sr. Morel-Fatio, le diría: No lo extrañe usted, don
Alfredo, porque si á un Fitzmaurice-Kelly, esto es, quizá el primero de los hispanistas
extranjeros y el más grande de los cervantistas de fuera de casa, le
pega, si bien con cierta suavidad, ¿cómo quiere usted que le trato el Dr. Cortejón,
cuando él es un español neto y enemigo declarado de las cosas de allende
los Pirineos?
J. GlEAXEL M.

El gremio maldito y el arte de los estoicos.
Si el gran Daguerre hubiera sospechado, al descubrir la fotografía, que con el rodar
de los tiempos iban á surgir los llamados fotógrafos de revistas—crecidos como la hierba
mala, y perdurables como irrisión del arte—, estoy seguro que la historia no registraría
tal acontecimiento, y que aquel gran hombre estaría hoy en el mismo estado que
las placas extrarrápidas cuando se revelan: en la mayor de las obscuridades. Y digo
esto, por el buen concepto que del sabio me he formado; porque no le creo, ni le creeré
jamás, autor de las desventuras que á todos los del gremio nos afligen.*
Sí, señor; desventuras que no son para contaros á vosotros, profesionales ilustres,
que hacéis arte; que vivís en el arte; que al revolverse vuestro estómago, para aliviarlo
escupís arte; que os cobijáis bajo vuestro ilustre nombre para cobrar bien el arte que
prodigáis. ¡También yo en otro tiempo lo he hecho! También me he pasado buenos momentos
haciendo gozar á mis ojos ante el cristal deslustrado en el que se reflejaba la
silueta de genial modelo; y después de retenerla en la placa sensible, también he entrado
al laboratorio—santuario nuestro— á revelar la placa, desparramando, prodigando,
vomitando arte; pero hoy, ingresado en el gremio maldito, lo escarnezco, lo pisoteo
y blasfemo de él, como los homicidas escarnecen y reniegan, destilando hiél, del
mundo de los honrados; pero también lo hago impulsado por las circunstancias (lo cual
es una atenuante).
Se han escrito las genialidades de tal artista fotógrafo; las excentricidades de tal
otro; el lanzamiento al mercado del otro de más allá; los descubrimientos más ó menos
prácticos de algún otro; pero nada se ha escrito de nosotros. ¿Por qué? Porque no valemos
nada, ó tal vez porque valemos mucho...
Vosotros los creadores vivís para el cliente. Nosotros vivimos para el gran pueblo
que devora nuestro trabajo sin darle importancia, y que nunca jamás se sacia de él.
Como monstruo horroroso, con las fauces siempre abiertas, engulle hoy y mañana y
pasado nuestra labor, sin importarle lo más mínimo la paternidad bastarda (porque no
la firmamos), y pidiendo siempre mucho y esperando siempre más.
Cuan lejos está el pueblo de comprender el valor de nuestro heroísmo. Ponemos á
su servicio todas nuestras energías, todas nuestras habilidades, todo nuestro ingenio,
para que se nos mire con desprecio... Y cuando no se nos mira con desprecio, se nos
mira con el interés que despierta todo aquel que puede prestarnos un servicio... ¡Oh
la vanidad de las mujeres, de los políticos y de los ricos! Sin embargo, nuestra accidentada
vida es de las que merecerían más respeto. ¡Cuántas veces salimos de un festín,
y tarareando torpemente el rítmico wals que acabamos de oir, recorremos la distancia
que nos separa para hacer la otra nota fotográfica pedida por la Dirección de la revista;
y entramos con los mismos vapores que llenan nuestra cabeza, con la misma alegría
que se nos ha contagiado en el festín, con el mismo traje con que hemos asistido á
él, entramos, digo, en cualquier sala de cualquier lazareto de variolosos, leprosos ó tinosos!
¡Y cuántas veces hemos regresado á nuestra casa con el traje manchado por el
espumoso vino de la orgía y por las gotas verdosas de pus de los epidémicos! ¡Contraste
singular! La vida y la muerte en el traje del que explota, siempre por el arte, la una
y la otra.
¡Cuántas veces, siempre por el arte, hemos hecho desfilar por el objetivo de nuestra
cámara á felices matrimonios que al pie del altar, cuando los enfocábamos, sonrientes,

— 252 —
soñaban con un mundo feliz de dichas lleno, para enfocarlos después, más tarde, por
criminal adulterio, á ella en la pileta de disección y á él descendido á la categoría de
número en la celda de un presidio!
¡A cuántos hombres también, impasibles, hemos enfocado cuando los fusilaban, y
nuestro arte revistero ha llegado á tal degradación, que al fusilado, como figura de
actualidad palpitante, lo hemos enfocado rigurosamente, dejando flu á los que lo mataban,
á los verdaderos destructores de la Humanidad, á los únicos dignos de ser prolijamente
retratados para escarnio de la sociedad!
Pero á pesar de todo tenemos muchas cosas buenas. ¡Hasta tenemos reservada una
silla en la Asistencia pública, con religioso cuidado, y un frasco de ácido pícrico que
siempre nos espera para curar en nuestro cuerpo la llaga que abre el magnesio cuando,
radiantes de arte, lo quemamos! ¡Y raro es el día que alguno de los del gremio maldito
no nos sentamos en la silla guardada y no se nos rocía el cuerpo con el ácido religiosamente
guardado también!
Y pregunto yo: ¿Se necesita ser artista para hacer eso? No lo sé. Lo que sí sé es
que jamás el corazón se ños ha encogido ni ante un festín pomposo, ni ante un cuadro
de desolación, ni ante un fenómeno lleno de vida, ni ante un leproso con su epidermis
verde, ni cuando hemos regresado á nuestra casa tarareando alegres el último wals
oído, ni cuando regresamos heridos por el traidor magnesio, ni cuando hemos presenciado
un banquete opíparo, ni cuando fusilaban á un hombre. Todos esos cuadros han
pasado ante nuestros ojos como miserias de la Humanidad. A mi ver, se necesita alguna
dosis de arte bastante grande para retener esos cuadros en la placa sensible; arte
que si no so quiere acceder á que se llame fotográfico por parte de los profesionales,
los pintores (que recurren á nuestras obras y á nuestras lámparas de proyección para
hacer sus originalidades), y hasta los mismos redactores de las revistas que no conceden
más arte que el que fabrican con sus plumas, lo llamaremos nosotros, no sólo para
consuelo nuestro, sino también para levantar nuestra frente de la humillación: «Arte de
la impasibilidad» ó «Arte de los estoicos».
oC°
JOSÉ DE ARCE.

Son las reinas;
pero reinas absolutas,
que dominan á los hombres,
sus esclavos,
con estrecha tiranía.
Los subyugan y los atan
con la magia de sus nombres;
con las hebras deliciosas
de sutil coquetería;
con su cuerpo, más fragante
que las flores y las frutas;
con su fina inteligencia,
y su elástica energía.
Son la fuerza, recatada
por los tules del misterio;
son sirenas del peligro,
son la suerte, son estrellas,
son un polo
do magnética atracción.
Y los hombres,
como agujas imantadas,
giran locos, van tras ellas,
tras la flor de sus sonrisas,
tras la luz de sus miradas,
empeñados vanamente
en rendir su corazón,
como niños que en el bosque,
tras bandada de jilgueros,
van en medio de zarzales
y por ásperos senderos
con pueril fascinación!
Vedlas: pasan orgullosas
con la pompa y el prestigio
de los reyes;
protegidas por la fábula,
defendidas por las leyes,
inviolables como diosas!
Contempladlas cómo cruzan
imposibles y lejanas

— 251 —
muchas veces,
como aquellas hadas tristes
de pupilas luminosas
que nos miran
desde el fondo
de los cielos infinitos!
Son terribles; á su paso
se retuercen las pasiones;
al oído de las almas
cuchichean los delitos!
Son terribles estas bellas
sembradoras de ilusiones!
Pasan, ríen
y machacan corazones
con sus leves piececitos.
¿Dónde están las débiles?
¿Dónde aquellas azucenas pensativas
do romántica hermosura?
Yo tan sólo miro en torno
las valientes, las altivas,
las que miran á los hombres
con mirada firme y dura,
las burlonas, las esquivas!
¡Son la fuerza!
Bajo el yngo de sus dones,
el poder, la virtud y la justicia
so desgranan frágilmente.
Ya no hay héroes,
ya no hay dioses;
del amor regios mendigos
son los sátrapas de Oriente!
Ha ya tiempo
que pasaron los Centauros
en tropeles voladores.
Bajo el bosque de los lauros
no resuena ya la flauta
nemorosa. El imperio
de los machos triunfadores
ya no existe!
De nostalgia, de nostalgia,

— 255 —
murió el último barbudo,
en el fondo de una selva,
viejo y triste!
j^UEÑOjg
Adoro mis sueños
de seda y de bruma,
palacios de espuma
que el Sol engalana.
Amo eso que huye,
que canta ó se queja;
la fuente que llora,
la luz que se aleja,
la rubia guedeja
de estrella lejana.
Son sueños divinos
de amor y terneza;
son de una belleza
vagarosa y triste.
Mas también hay sueños
de fuerza y de gloria,
quizá vioja historia
que en el alma existe.
Bajo las tinieblas
del mudo aposento,
cuando el ponsamiento
se aleja del mundo,
visito mis reinos,
los reinos que un día
ceñí de victorias,
colmé de alegría,
cuando era el altivo
monarca de un mundo.
Durante mi sueño
soy rey poderoso,
un dios, un coloso
que todo lo abarca.
Inflamo los montes,
hundo las ciudades,

— 256 —
y cruzo del orbe
por las tempestades
sobre un gran lucero
convertido en barca!
Allí todo es noble,
luminoso, bello;
luce allí el destello
del amor triunfante;
y, cuando tií asomas,
divina princesa,
te ofrezco mi trono
de un solo diamante.
Mas, si tú no llegas,
con vivos afanes,
á mis chambelanes
la brisa y el viento,
pido mi carroza,
que fue de titanes;
y al punto enganchada,
piafa de contento,
la rauda pareja
de los huracanes,
que azoto con rayos
en el firmamento!
Y llego á la tierra,
te busco insaciable,
vuelo infatigable
de la cima al centro;
toco los volcanes,
sondeo el abismo,
y al fin, en mí mismo
con amor te encuentro!
Cuan hermoso y fuerte
soy en esas horas;
pero las auroras,
mis perseguidoras,
mis párpados abren
con mudos empeños:
me tocan sedeños
sus dedos rosados,

— 257 —
y al punto, asustados,
se alejan mis sueños!
Es el Sol que llega:
mis ojos abiertos
aiín buscan inciertos
vaga lejanía.
Pero de mi alcoba
las sombras calladas,
huyen desgarradas
por las puñaladas
de la luz del día!
La tierra es un barco gigante que craza el espacio;
la mano de oculto piloto
dirige el timón.
Redondo es el casco; de hielo es la proa del viejo palacio
que ha tiempo navega en el éter,
que boga despacio
cargado de ensueños; su rumbo,
¡lo ignora la tripulación!
¡Magnífico barco!
Sus velas enormes, tendidas al viento,
son nubes de plata
que á veces de oro y de sangre se tifien también!
La fuerza que oculta le imprime tenaz movimiento,
arroja humo y llamas por las chimeneas
de rudos volcanes de nevosa sien!
Fanal es la luna
del barco que cruza los mares ignotos;
en noches de sombra
interrogan dolientes viajeros
el brumoso tul;
y son las estrellas los faros de puertos remotos,
de puertos lejanos, de puertos perdidos,
quizá inalcanzables en el hondo azul!
Ha siglos de siglos navega en el éter profundo
y nadie entre todos afirma de dónde zarpó;

— 258 —
gavieros audaces,
con sus catalejos, en que cabe un mundo,
el cielo escudriñan ceñudos, tenaces,
y en pos de la ciencia,
afirman á veces que el barco su rumbo perdió.
A bordo hay escépticos
y pálidos locos que sueñan
con islas doradas, donde las auroras
agrupan sus frescos rosales en flor;
y sobre el tumulto, que altivos desdeñan,
á veces deshojan, como margaritas,
pétalos de estrellas y versos de amor!
Guando la tormenta
sacude con furia los mástiles rotos;
cuando los motores del barco trepidan,
queriendo estallar,
cuando todo tiembla
con el calofrío de los terremotos,
los tristes viajeros
—rebaño mugiente que el rayo apedrea—
se agrupan, se juntan, y aterrados miran
el lóbrego mar!
Y en aquel tronante motín de tinieblas,
cuando á latigazos
encrespa las olas el dios huracán,
entre los relámpagos que incendian las nieblas,
con gritos sangrientos,
como si pudieran gritar las heridas,
claman los viajeros:
¿Dónde está el piloto, dónde el capitán?
Y nadie responde;
y el barco prosigue veloz su carrera,
en tanto que á bordo los desesperados
se arrojan al agua con mudo terror;
y sin que nadie comprenda el enigma,
no ven cómo un loco clavó su bandera
allá en lo más alto del palo mayor!
Alfredo Gómez Jaime.

EN
Ven. Te ofrece la celda recatada
un monacal silencio, tina sedante
hora de placidez. En el estante
duermen los libros. Pasa la mirada
por sus breves tejuelos, y dorada
serie de nombres leerás. Del Dante,
se destaca un volumen elegante.
Toma La vita nuova, que preciada,
con su casta vitela, es una rosa
de gracia entre otras flores de poetas,
y aspira la fragancia misteriosa
que se guarda en las páginas discretas,
donde una mano amable, cuidadosa,
registró los sonetos con violetas.
NOCTURNO
Antes de media noche dejan las Carmelitas
el coro triste, donde han rezado la hora
grave do los maitines.
En la ciudad, ahora
todo calla. Las dulces, humildes campanitas
que en la paz soleada do los días, benditas
y amables, se insinúan con la bondad sonora
de sus voces metálicas, bajo la abrumadora
negrura do los cielos callan.
A las contritas
suplicaciones siguo un silencio que aterra.
Van muriendo las lucos en las celdas. Y cuando
.por las hoscas crujías de aquel convento yerra
la indolente figura de una monja, velando
á las buenas hermanas en su mudo reposo,
se oye de unas sandalias el pisar cauteloso.
ED
En su rostro, moreno por largas caminatas
hay la pátina rancia do una vieja escultura;

— 210 —
y en el anacronismo de su parda figura,
la visión de unos tiempos heroicos.
Tú, que matas
el tedio de tu vida, y á lueñes tierras atas
tu voluntad, andando, deja ya la llanura
donde el sol castellano es cruel, y en clausura
pide breve reparo. Yerás cómo dilatas
tu pocho cuando humilde portero te reciba,
y calmes con el agua do un jarro los ardores
de tus fauces sedientas. Y admirarás filial
la mano que da el pan, esa mano que arriba,
en aquel refectorio, os pródiga, y las flores
con que el Señor regala el jardín monacal.
II
Pero no se detiene ni entra en lugar sagrado.
Toca el sol su esclavina, en donde unas veneras
ordenadas en cruz fulgen como lumbreras
do un altar. Toca el sol un cabello argentado,
y le besa sus pies de asceta, que han andado,
con dolor de martirios, por las tierras austeras
del yermo y por aquellos campos de sementeras
en los días de fuego, cuando el trigo es segado.
Y se aleja.
¿Qué adusto pensamiento le guía
para ir hacia adelante, sin que ninguna mano
aquí logre ofrecerle agua, pan y hospedaje?
¿Qué misterios lo apartan do toda compañía,
y le hacen que desoiga los ruegos de su hermano,
que vive con la pena de un continuo viaje?
Ángel Vegue y Ooídoni.
oQo ^

Información ibero-americana
España.
La elección de carrera.
Obsérvase, á poco que se estudie la vida humana, que son muchos los individuos
que en ella fracasan: todos los días vemos á nuestro alrededor gentes que han venido
á menos, no sólo material, sino mentalmente; individuos que siguieron una carrera
pensando llegar mediante ella á los primeros puestos y se han quedado en los últimos.
Junto á ellos hay también no pocos que á todas horas muestran su disgusto por la profesión
ú oficio que ejercen: este grupo es numerosísimo; ¿quién no ha oído, verbigracia,
á militares echar pestes de la milicia, á comerciantes del comercio, etc., etc.? La consecuencia
es que gran número de personas encaminan sus esfuerzos á tareas distintas de
aquellas á que parece que su profesión debiera llamarles, y así no es extraño observar,
verbigracia, magistrados ó delegados de Hacienda que hacen versos, ó ingenieros y
médicos que escriben novelas ó dramas. La consecuencia de este general disgusto por
las labores propias de su cargo ó carrera, es que se ejerzan éstas, no ya sin entusiasmo,
mas ni siquiera—en muchos casos—con cuidado ni atención; de donde se siguen, aparte
de la infelicidad, disgusto, tristeza ó ira de los individuos colocados en tal caso, gravísimos
daños al orden social, producto ó resultado de la suma de todas las actividades
individuales.
Este problema, ó grupo de problemas, ni es sólo español, ni propio de profesiones
liberales ó carreras literarias: es general, y en él entran también los oficios manuales;
en todas partes se ha estudiado y con lo que acerca de él ha sido escrito podría formarse
una copiosa biblioteca; mas como no pierde su interés, es siempre de actualidad
y, sobre todo, de extraordinaria trascendencia, pienso que no es tiempo perdido el que
á su estudio y meditación se dedique. Precisamente, en el pasado verano, el importante
diario londinense Daily Mail dedicó á él varios artículos y abrió una información entre
sus lectores, pidiendo á éstos su juicio sobre el asunto; seguí la polémica con grandísimo
interés, y pienso que será de utilidad dar cuenta al público español de lo que acerca
de estas materias se piensa y se publica en Inglaterra.
II
Dos escritores, Mr. Alfred Fellows y Mr. Eustace Miles, publicaron artículos donde
—entre otros razonamientos—se culpaba al régimen de enseñanza seguido en las escuelas
(1) de dificultar la acertada elección de carrera; contra estas inculpaciones se alzaron
algunos profesores ingleses, principalmente el Rvdo. A. E. Hillard; por último, varios
lectores—firmando generalmente con iniciales—expusieron sus ideas sobre aspectos
O) La palabra escuela debe ser tomada en sentido amplio, indicando, en general, establecimiento úe enseñanza.

— 262 —
parciales del problema; en este mismo orden podremos agrupar é ir exponiendo las
opiniones.
Mr. Alfred Felloios.—El niño debe ser observado cuidadosamente por el padre y
por la madre; cuando manifieste alguna tendencia espontánea, debe ser fomentada; en
los genios ésta se ve pronto; en los demás á veces tarda, pero siempre se vislumbra,
pues el que no sirve para una cosa aprovecha para otra; si hay atención por parte de
los padres, es raro que de los trece años á los veinte no se manifieste clara la vocación.
La escuela dificulta esta labor de observación: al obligar á todos á estudiar lo mismo,
da un carácter uniforme á los escolares, y poco á poco ahoga en ellos la personalidad,
enmascarando con un común antifaz sus propias facultades; el niño estudia Lenguas
muertas, Matemáticas, Francés y Alemán, Religión y algunos dislocados fragmentos
de Historia: ¿cómo van á surgir por el estudio de estas materias los indicios de un futuro
administrador, hombre de negocios, etc., etc.?; los padres consienten que sus
hijos estén largas horas escribiendo, como si hubieran todos de ser escribientes de abogado,
ó dibujando, para que después falte el tiempo y dinero necesarios para que el
niño llegue á ser un verdadero artista.
Los mejores escolares son los que siguen más puntualmente este absurdo régimen;
merced á la educación escolar se obtienen los cargos; el que logra un empleo del Estado
y se casa á buena edad, aunque luego resulte sin vocación, se consuela; pero, ¿y los que
no logran el codiciado empleo y no saben dedicarse á otras labores?
Para entrar en el mundo de los negocios es tiempo perdido el empleado en estudios
escolares ó universitarios; en la City (centro mercantil de Londres), quien entra joven
y sube paao á paso, gana doble que el que llega después de estudiar.
Los maestros que tienen á los niños años y años bajo su dirección, no suelen dar
indicaciones útiles que guíen en la elección de carrera; si de doce años á veinte ni el
joven ni sus padres se cuidan de averiguar su vocación y pensar en el porvenir, que no
se quejen si más tarde el hombre está desvalido é inútil.
Mr. Eustace Miles.—La carrera ó profesión se elige, generalmente, sin ningún cuidado,
y así resulta que luego hay, verbigracia, maestros de escuela que odian los niños,
militares cobardes, abogados, médicos, etc., que están á disgusto en sus profesiones;
sólo conozco dos en las que quienes las ejercen están satisfechos: los maestros de gimnasia
y los atletas.
Además, son muchas las personas de ambos sexos muy bien educadas, después de
largos y costosos estudios, que son completamente incapaces de ganarse la vida.
Débese generalmente estas consecuencias á que la profesión ú oficio se escoge muy
pronto; no había medio de esperar, y el individuo tuvo que meterse por la primera abertura
que encontró á mano. ¿Por qué no pudo esperar á escoger ocupación de su gusto?
En unos casos, por no saber vivir económicamente, haciendo las cosas por sí mismo y
ganando en alguna ocupación lo necesario para vivir; por no saber adaptarse á las circunstancias;
por creer que no toda ocupación, aunque se ejerza honradamente, es digna;
por no saber resistir á las necesidades—en muchos casos ficticias—ó á las exigencias
extemporáneas de los padres, la esposa, los hermanos, etc.
No es fácil dar en este asunto reglas de conducta generales; se pueden seguir dos
procedimientos: ó ir adaptándose á las circunstancias conforme van viniendo, gastando
con economía tiempo y dinero, hasta topar ó llegar á la ocupación conveniente, ó cortar
de raíz y echar por otro camino de pronto. Para este fin conviene que se tengan conocimientos
en varios oficios ó profesiones, y aun varios modos de ganar dinero, alguno de
los cuales se tome al principio como distracción.

— 263 —
Es preciso aumentar el número y campo de las carreras respetables; toda ocupación
"bien hecha es igualmente digna-, ¿por qué se lia de colocar el arte de cocina debajo de
la literatura, la cultura física debajo de la escultura, el arte de moldearse á sí mismo
y á otros, debajo del de moldear mármol ó cera?
Es necesario enseñar á la juventud más con el ejemplo que con la palabra, y grabarles
profundamente, que la pereza es una de las principales causas de la vulgaridad.
III
La National Review, en Junio de 1937, ha publicado un artículo en que—apoyada
la afirmación en respetables autores—se dice que el número de señoritos sin ocupación
es cada vez mayor, y que éstos proceden de las Escuelas y Universidades, de donde
salen sin ser capaces de ganarse la vida. Mr. Eustace Miles llega á decir: «El producto
lógico de las instituciones de enseñanza pública, es una combinación de dignidad é
inutilidad, radicantes en un individuo que se muere de hambre, porque es incapaz de
ganar qué comer.»
Conviene conocer la opinión de los maestros acerca de cuestiones tan interesantes
como éstas. ¿Qué necesita el niño que va á la escuela? ¿Se pierde su personalidad de
tal modo entre los otros alumnos que el maestro no pueda individualizar luego sus necesidades
y-carácter? ¿Abandona el niño la escuela sin saber más que libros y sin medios
ni energías para lanzarse á la conquista de una posición social? ¿Tiene el niño, al
salir de la escuela, todos los conocimientos que son necesarios para satisfacer á los patronos
que han de emplearlo? Mr. Elward J. Parchase ha interrogado sobre estos extremos
á un famoso pedagogo inglés, director de la Escuela de San Pablo, al reverendo
E. A. Hillard. Este contesta así:
«En la Escuela de San Pablo estudiamos y sabemos lo que cada niño necesita hacer
y por qué le hace falta; estos deseos y aptitudes los anotamos cuidadosamente en cuadros
sinópticos; consultándolos, la mayoría de I03 alumnos pueden escoger por sí, y
de un modo consciente, la mejor carrera ó profesión. Los que caen en profesiones inadecuadas
están en minoría. Además, con los_ referidos cuadros, cuando una empresa ó un
particular me piden un chico para ocupar un puesto ó destino, consultándolos puedo
satisfacerlos completamente, dándoles el empleado ó funcionario que necesitan.
»Los alumnos de las escuelas, ó vau al servicio del Estado, y para esto aprenden
en ellas lo que necesitan, ó entran en el mundo de los negocios. Los comerciantes,
cuando desean oficinistas, acuden á la escuela en busca de ellos. Es muy difícil sobresalir
y subir en el comercio sin base de capital ó sin excepcionales condiciones mercantiles;
verbigracia: buen ojo para comprar, que no se puede aprender en la escuela. Así,
la mayor parte de los empleados de casa de comercio no salen de esa condición: están á
merced del patrono, y muchos prefieren las carreras del Estado con sueldo fijo, ascensos
y jubilaciones. En vista de esta tendencia, las grandes empresas mercantiles organizan
sus empleados imitando al Estado. Creer que enseñando en las escuelas mecanografía
y taquigrafía salen mejores comerciantes, no es exacto: ningún jefe de casa
mercantil entretiene á sus hijos obligándoles á aprender quehaceres oficinescos.
»Los niños que desde la escuela entran en los negocios, aprenden pronto, antes que
los desprovistos de instrucción escolar, lo necesario para desempeñar el cargo; y esa
superior cultura se les conoce en todos los actos y ocasiones de la vida. Lo mejor es

— 264 —
estar en la escuela hasta los diez y ocho años, y entonces entrar en las carreras ó negocios.
»Cierto es que hay muchos que resultan fracasados en la lucha por la vida, pero
esto es inevitable: ningún sistema de educación puede convertir en listo á un tonto;
vienen mal dispuestos de los primeros grados de enseñanza; además, se pide y se espera
demasiado de la escuela y del maestro.
»Con toda energía protesto de que la escuela contribuye á que se juzgue la labor
manual indigna y despreciable; precisamente pueden ser citados casos de quienes comenzaron
carreras, hubieron de interrumpirlas por verse precisados á trabajar, y, sin
olvidar jamás sus deseos, volvieron á la escuela en cuanto les fue posible.»
Mr. Edward J. Purchase.—Prosigue interrogando maestros, y ahora da la opinión
de otro pedagogo ilustre, al que no nombra; dice así:
«Aunque es muy delicado intervenir en las decisiones de los padres respecto á la
elección de la carrera de sus hijos, el maestro puede ser un excelente guía; la escuela
moderna difiere de la antigua en que la confianza entre maestro y discípulo es mayor,
el trato más suave, y esto permite conocer mejor al alumno; el maestro es, además, por
sus estudios, perito: primero, en apreciar la capacidad y disposiciones del niño; segundo,
en conocer las ventajas de las profesiones, y puede aconsejar el modo de que el tiempo
y el dinero se gasten con la mayor utilidad. En la casa no aprende nada el niño respecto
á las profesiones y la vida de los negocios; aunque los haya en ella, los ve sólo
•por el lado prosaico; lo mejor es que el padre escoja cuatro ó cinco amigos que se dediquen
á distintas profesiones, quienes no sean ni jóvenes ilusos ni viejos descorazonados,
y con ellos discuta el niño las ventajas é inconvenientes de cada profesión, antes
de decidirse.
»Se advierte una manifiesta tendencia á evitar luchas y riesgos buscando destinos
con sueldo fijo, ascensos y jubilación; tal tendencia convierte á los hombres en máquinas,
y á la larga traerá la degeneración del carácter inglés; la escuela debe tender á
evitarlo.
»Por último, y como prueba de la utilidad que produce y el cariño que despierta la
escuela, pueden citarse dos hechos: es rara la semana en que algún padre no solicita
consejos y noticias del maestro para determinar la carrera ó dirección futura de su hijo;
muchos labradores, llevados del deseo de que sus hijos se instruyan, hasta se arruinan
por lograrlo.»
Del ramillete de opiniones sueltas, hay una favorable á la escuela, que tiene aquí,
por tanto, su debida colocación. Dos niños de escuela dicen:
«Es mejor que observen maestros con preparación adecuada, que han gastado su vida
en estudiar muchos niños, que no un padre, que sólo ha visto dos ó tres y sin estar capacitado
para observar.
»Se dice que la escuela dificulta que el niño sea observado por los padres; pues que
lo observen éstos antes de que vaya á ella.»
IV
Lo que sigue es un chaparrón de opiniones sobre aspectos parciales del problema:
manifiestan el gusto que hay en Inglaterra por estos asuntos, á los que la Prensa dedica
atención y espacio preferente; pintan, además, el carácter inglés: son respuestas breves.,
sin teorías, cavilaciones, distingos ni retóricas; generalmente se limitan á narrar lo que

— 205 —
le ha ocurrido al informante, para que sirva de enseñanza á los demás; es una forma
modernista del amor al prójimo; no es fácil clasificarlas; van, pues, en desorden.
L. C—Todos los que no tienen trabajo en Inglaterra, los que ganan poco y viven
penosamente, los de la clase media que buscan elevarse á posiciones sociales más altas,
deben ir á poblar las colonias; esta idea debe inculcarse á la juventud, y el Gobierno
organizar bien la expansión colonial; á los jóvenes colonos conviene darles nociones de
Mecánica é Ingeniería.
J. T.—¿Qué es mejor: enviar al niño desde luego á estudiar carrera de porvenir, ó
darle preparación amplia para que luego escoja á su gusto? El segundo sistema es peligroso:
un menor de veinte años difícilmente sabe lo que le conviene, aun estando haciéndolo;
en muchos casos, el éxito depende de acertar con negocio ú ocupación lucrativa
en el momento de empezarlo; bastantes de los que han llegado á las cumbres sociales
gastaron mucho tiempo buscando el oficio ú ocupación que les llevó á ellas.
A. C.—De chico, yo tenía gana de viajar y ver mundo; mi padre, con cuatro hijos
y pocos recursos, me puso de escribiente en casa de un abogado; á los veinticinco años,
ahorré una corta suma, me fui á las colonias, trabajé, hice fortuna, y ahora llevo la vida
que deseaba en mi juventud.
Mi consejo es que cuando á los veinticinco años no se está á gusto en una ocupación,
debe dejarse é ir a otra.
Rvdo. J. Hugh Jones.—El niño no conoce el mundo, no debe elegir, y debe ser dirigido,
aunque sea despóticamente, por el padre; sólo el afán de ser marino debe ser respetado;
quien conociendo las penalidades y riesgos de este oficio lo desea, es que la Providencia
lo encamina por esa senda.
Un observador de niños.—El influjo de las madres en la elección de carrera suele
ser fatal; se han escrito muchas tonterías elogiando la intuición materna; el padre conoce
mejor el mundo y sabe observar; puedo citar á muchos que han fracasado por seguir
la opinión de las madres.
T. M.—Los padres suelen encaminar á los hijos hacia aquellas profesiones que conocen:
les hablan de sus ventajas constantemente, les sugestionan y toman esto por vocación;
al practicarlas, ven que no es adecuada, y al pretender cambiar, se enfadan los
padres. Mejor que el hijo, quien debe estudiar antes de elegir es el padre, y luego permitir
que el hijo cambie hasta que encuentre ocupación de su gusto.
G. H.—Yo estoy casada con un hombre muy nervioso y que está á disgusto en su
carrera; á pesar del tiempo transcurrido no se puede acostumbrar á ella y rabia y se
desespera y yo sufro.
Son dignos de censura sus padres, que no supieron encarrilarlo bien y han amargado
la vida á él, á mí y á nuestros hijos.
Vm. Lougstaff.—Se cree que para entrar en los negocios es mejor ir á la escuela
hasta los diez y ocho años, que abandonarla á los quince; la mayor parte de los conocimientos
que se adquieren no se aplican nunca; lo necesario para el puesto que se desempeña
se adquiere mejor á los quince que á los diez y ocho.
Machos han hecho fortuna porque al empezar, creyendo que no sabían bastante, tuvieron
gusto en seguir aprendiendo.
M. D.—Muchos, partiendo de un supuesto cierto, toman camino equivocado; así,
verbigracia, el que está enfermo del pecho ó tiene débil la vista, no es marino ni militar,
y se dedica, verbigracia, á la abogacía, cayendo en la vida sedentaria, más perjudicial
para él que la activa; es conveniente consultar las condiciones físicas antes -de
elegir carrera.

— 206 —
R. S.—La mayor parte de los padres no conocen, ó les es indiferente, el deseo de
sus hijos; obligan á éstos á seguir la que ellos necesitan ó les agrada.
Mis padres deseaban que yo fuera cura; gastaron en la carrera más de 5.000 duros; al
último me planté y ahorqué los hábitos. Yo deseaba emigrar á las colonias, ellos que
permaneciese en Inglaterra; seguí sin resultado útil las carreras de Medicina, Derecho
y Literatura; á los treinta y nueve años, libre de las ataduras de la familia, comencé
la vida que había deseado; gané mucho dinero en las colonias, y recuerdo con tristeza
el tiempo que malgasté, y, sobre todo, los disgustos é inquietudes de mis padres; si
éstos observaran cuidadosamente la vocación de sus hijos, habría menos fracasados en
el mundo.
T. C. A.—Tengo catorce años y deseo ardientemente ir á las colonias á probar fortuna;
ni fu; ni seré nunca aficionado á los libros y es una tontería atarme á ellos; mi
padre se figura que estudiando voy á llegar á ministro.
Me entristece pensar lo que mi padre padecerá cuando yo le desobedezca; pero ¿por
qué no dejar que cada uno se busque su porvenir?
Oposición, pero razonable.—Opino que cuando un muchacho muestra vocación decidida,
debe dejársele.
Mi hijo y mi sobrino fueron á la Universidad de Oxford á estudiar, respectivamente,
para médico y abogado; al poco tiempo, mi sobrino quería ser egiptólogo y mi hijo
sacerdote; yo accedí al cambio de carrera, y mi hermano no; la consecuencia ha sido
que mi sobrino no ejerce la abogacía y estudia sin cesar y sin ganar dinero Arqueología,
y mi hijo es feliz en su estado sacerdotal.
A. M. L.—¿Hasta dónde llega el derecho de los padres á sacrificar los hijos?
Yo estudiaba muy á gusto para ingeniero; enferma mi padre, y obligado por él y por
los parientes, tengo que entrar en un comercio á ganar un sueldo en labor que no me
gusta; he consentido y acaso hago lo mejor para mi padre, pero no para mí.
Pocas palabras para terminar este ya largo articulo: la enseñanza que brota de las
anteriores opiniones es que la organización, fines y medios de las escuelas, Universidades
y, en general, centros de instrucción, es problema que no está satisfactoriamente
resuelto ni en las naciones más ricas, prácticas y adelantadas; juzgúese de lo que ocurrirá
entre nosotros; ocuparse en estas cuestiones es siempre útil, no sólo para aumentar
lo actual, es decir, instalar más escuelas, más Universidades, gastar más en sueldos,
subvenciones y material, sino para ver si lo existente va de acuerdo con las necesidades
y exigencias sociales, si contribuye al progreso ó á la decadencia de la sociedad,,
y caso de que lo segundo ocurra, poner el remedio. Sólo así hay derecho á la vida
en las instituciones; los socialistas han dicho que el que no trabaja no tiene derecho á
comer: á la institución que no labore marchando por buen camino, hay que transformarla
si es posible, y si no suprimirla.
EDUARDO IBARRA RODRÍGUEZ.
Zaragoza, Septiembre de 1907.

Portugal.
— 267 —
Una victoria.
Una vez más las brisas del Atlántico, al llegar á las costas portuguesas, han oreado
y hecho reverdecer viejos laureles. La buena nueva lia recorrido el mar teatro de
las hazañas y cuna de las glorias de aquellos intrépidos navegantes y guerreros que
enseñaron á los demás pueblos el camino del Asia olvidada y del África desconocida.
Ha llegado á Lisboa la noticia de una victoria alcanzada por la columna expedicionaria
contra los rebeldes cuamatas en la colonia de Angola.
En el eterno tejer y destejer de la colonización hecha por los pueblos de menguados
recursos, que no pueden consolidar la conquista con establecimientos de carácter permanente,
es frecuente, frecuentísima, la lucha contra los pueblos indígenas. Pero en
pocos casos es esta lucha tan tenaz y empeñada como la que sostienen los portugueses
en el África occidental. Tienen que habérselas con pueblos valerosos y tenaces, bien
provistos de armas, confiados en su número, y que están familiarizados con la guerra
contra fuerzas regulares. Y, además, tienen el auxilio más poderoso en el clima. Para
el soldado portugués no está el peligro sólo en el plomo enemigo, sino en el sol que le
alumbra, en el aire que respira, en el agua que bebe, en el espeso bosque, en el matorral
intrincado, en el pantano infranqueable, en la Naturaleza hostil, que le amenaza
con la enfermedad ó pone obstáculos á su paso.
De todo ha triunfado un puñado de valientes, poco más de un millar de hombres,
que lian escrito una nueva página de gloria en la epopeya de las luchas africanas. No
encontrarán un Camoes que cante sus hazañas, como fueron cantadas las de sus predecesores
en la conquista, pero no merecen menos admiración que los ensalzados en las
estrofas grandiosas de Os Lusiadas.
No se ha comprado á bajo precióla victoria. La columna portuguesa ha sufrido pérdidas
sensibles, entre otras la de dos oficiales. De uno de ellos no conozco antecedentes,
pero sí de otro, del valeroso alférez de Caballería Goncalves Prats. Procedente de
la clase de tropa, á fuerza de valor, constancia y disciplina, había alcanzado á más
de los cuarenta años el galón de oro noblemente ambicionado en sus lejanos sueños de
joven recluta. Para él, como para aquel teniente Rochas magistralmente descrito en
La débacle, la guerra era la audacia en el acometer, la firmeza en el resistir, el esfuerzo
en la marcha, la sobriedad en el alimento: todas las clásicas virtudes del soldado,
no el plan meditado, el frío cálculo, la sabia combinación de los elementos destructores
de la guerra moderna. Pero (loncalves Prats, más afortunado que el héroe de la
creación de Zola, ha muerto en completo triunfo, en plena leyenda, llevándose la dulce
ilusión de que mientras su patria contase con hombres como los que á su lado combatían,
sería invencible. Ha muerto en la bendita ignorancia de que el esfuerzo personal,
único lujo que en la lucha podemos permitirnos los pueblos pequeños, está irremisiblemente
condenado en las guerras contemporáneas á estrellarse contra la masa, contra
el oro, contra los productos de la industria de destruir, tan perfeccionada en los países
grandes y ricos.

— 268 —
Nosotros los españoles, que tenemos llena nuestra historia de hazañas semejantes;
que hemos luchado siempre desprovistos de medios; y pobres y valerosos, ora vencedores,
ora vencidos, hemos opuesto siempre á la superioridad numérica y material del
enemigo el esfuerzo de la bravura de nuestro Ejército, mal retribuido y mal armado,
podemos mejor que nadie apreciar lo que significa un hecho como el que hoy regocija
á los portugueses.
Loor á aquellos héroes, y ojalá que las ambiciones y pasioncillas de la política dejen
lugar á los estadistas lusitanos para hacer fructífera la victoria y consolidar lo
ganado.
SALVADOR DÍAZ-BERBIO.
-o

Información extranjera,
Estados Unidos.
Impresiones de un viaje.
Sit. D. MARIANO MIGUEL DE VAL.
Montreul, 1.° de Septiembre de 1907.
Mil gracias, querido amigo, por su postal del 23 de Julio; y conforme á sus deseos,
voy á contarle con mucho gusto las impresiones de mi viaje, pero en castellano vulgar,
y quizá defectuoso.
Salí de Madrid, como usted sabe, el 23 de Mayo, con dirección á Bordeaux, donde
visité la Exposición Marítima, cuya instalación no estaba aún terminada; pero pude
juzgar que no se habrán expuesto ni admirado grandes cosas, y que no respondía su
carácter al de su título de Exposición Marítima, pues allí se iban á exhibir automóviles,
vestidos de seaora, conservas, perfumes, vinos y otros mil objetos que nada tienen
de marítimos; sin embargo, el conjunto debe de haber sido bastante agradable. Y á
propósito de Bordeaux, he leído en La Correspondencia unos artículos sobre dicha
ciudad que contienen una porción de inexactitudes, pues su- autor llega á decir hasta
que el empedrado es magnífico, cuando es de lo peorcito que en su clase he visto; todo
ello, claro está, consecuencia de esa monomanía y gran defecto de la generalidad de
nuestros compatriotas, que encuentran malo todo aquello que es español, por el sólo
hecho de serlo, y cuando van al extranjero, unos por ignorancia, y otros víctimas de
esa monomanía de antiespañolismo, lo encuentran todo admirable, y al volver á su
patria nos cuentan mil exageraciones y echan pestes de todo lo español, ya para asombrar
á los oyentej ó lectores, ya porque creen que el hacerlo así resulta más chic y les
da un aire de conacelores del mundo y de turistas. Esto le ha pasado al redactor de La
Correspondencia, que nos cuenta muchas maravillas de Bordeaux, algunas de las
cuales no he vista en los tres años que he vivido.en aquella ciudad, y en cambio no
nos dice que BDrdeaux carece de alcantarillado; que los pozos negros se vacían en pleno
día y en el centro de la población; que las calles se barren sólo por la noche, quedando
durante todo el día sucias; que las aceras, la mitad de las veces están ocupadas
por los comerciantes, que dejan en ellas cajas y barriles; que el alumbrado, salvo las
tres ó cuatro calles céntricas, es malísimo; y que la falta de vigilancia es muy grande,
siendo prueba de ello los numerosos atracos que se cometen; pero, ¿qué quiere usted?,
resulta más elegante decir que Bordeaux es una ciudad á la moderna, y que España,
nuestra querida patria, está anticuada; que en ella todo es malo, y... perdone, querido
Val, este paréntesis, pero me pone de mal humor ese afán de exagerar lo bueno de fuera,
y no decir nada de lo bueno que tenemos en casa.
Y vuelvo á mi viaje, para desirle que de Bordeaux fui á París. Esto ya es otra cosa.
Cada vez que lo visito le encuentro más atractivos; sus típicos bulevares, sus hermo-

— 270 —
sas plazas y avenidas y sus soberbios parques tienen un cachst á soi que creo es difícil,
si no imposible, encontrar en otra ciudad del mundo; pero en París también hay calles,
no lejos del centro, y muchas en los barrios extremos, sumamente sucias, estrechas
y faltas de higiene, que no ve el turista; el parisién, con un amor á su país que
aplaudo, tiene buen cuidado de no enseñar más que lo bueno y hermoso de la ciudad,
ni le dice á su huésped que en. aquella Babilonia todas las noches se cometen los atracos
por docenas, y que en los arrabales hay cuadrillas de apaches perfectamente organizadas.
En París, fui á la Agencia de la Compañía de vapores para arreglar lo referente á
mi equipaje, lo que fue sencillísimo, pues sólo presenté mi billete y di mis señas del
hotel, encargándose desde aquel momento la Compañía de mis bultos, que no volví á
ver hasta mi llegada á New-York.
A las doce del día del 31 de Mayo salió de la estación de Saint Lazare el tren especial
que debía conducirnos á Cherbourg, para embarcar con destino á New-York.
Una vez en el departamento, me encontré ya en un ambiente completamente yanqui.
Mis compañeros de viaje están en mangas de camisa, fuman continuamente la pipa,
abren de par en par las ventanillas, sin preguntar si el carbón y el humo que por ellas
entra puede molestar á los demás, y así se instalan á su gusto, poniendo los pies á más
altura que la cabeza, comodidad que no llego á comprender á pesar de haberla ensayado.
Durante unos momentos abandono el departamento, dejando el gabán en mi
asiento, y puede usted imaginarse mi sorpresa cuando al volver encuentro éste ocupado
por uno de los americanos, que, con los pies siempre en el aire, fuma tranquilamente su
apestante pipa. Como no hablo inglés, prefiero no decir nada; é hice bien, pues luego
he visto que estos heohos, que calificamos nosotros de groserías, son actos consecuencia
natural de una familiaridad sumamente desagradable por el carácter obligatorio
que tiene en las costumbres yanquis.
Llegamos á Cherbourtc á las siete de la tarde, donde se estaban haciendo preparativos
para los festejos que se iban á verificar con motivo de la visita del Rey de Dinamarca,
á cuyo encuentro vendría Fallieres. Esta población, que recorrí en un momento,
es, como todos los puertos del Norte, triste; calles estrechas, sombrías y ennegrecidas
por el humo y la niebla.
A las ocho apercibimos el inmenso vapor, verdadero palacio flotante de 22.000 toneladas,
llamado Kaiserin Augusta Victoria, con sus centenares de luces, de fantástico
efecto.
Una vez en él, y después de visitar mi camarote, lo recorrí todo; allí vi anchas y
confortables escaleras que atraviesan seis pisos; lujosos ascensores; el inmenso comedor;
el indispensable bar, donde los yanquis fuman continuas pipas y consumen á chorros
el whisky y los kock-tails; el jardín de invierno, lindo salón donde por las tardes
se toma un exquisito té oyendo los acorde? de la orquesta de zíngaros; el restaurant
Ritz, para los que no se satisfacen con las comidas que nos ofrece la Compañía por el
precio del pasaje; el soberbio salón de lectura, con su biblioteca; el gimnasio, y los infinitos
cuartos de baño: todo admirablemente instalado.
Por las mañanas, y sobre cubierta, una orquesta de instrumentos de aire toca clásicas
marchas militares alemanas, pues basta que el buque sea alemán para que la nota
militar no falte: la organización délos servicios á bordo es completamente militar; los
toques de campana para avisar la hora de las comidas se sustituyen por el toque de
corneta. ¡Estos alemanes morirán de una indigestión de militarismo!
Todos los días se reparte el The Atlantic Daily News, que se publica en alemán é

- 271 —
inglés, y que, por la telegrafía sin hilos, nos tiene al corriente de lo que sucede á uno
y otro lado del Atlántico.
Los norteamericanos rae sorprenden por su método de vida: todas las mañanas, después
de afeitados irreprochablemente, se pasean durante cierto espacio de tiempo sobre
cubierta; luego hacen gimnasia; y cumplidos estos preceptos de la higiene, empieza el
consumo del alcohol con sus más estrambóticas combinaciones, sin olvidar la pipa, y
escupiendo sin cesar en el suelo, aunque la escupidera esté á sus pies..., mientras tararean
las canciones de moda en París.
Su constitución es fuerte y robusta, y entre ellos se ven mezclados los tipos de las
cinco partes del mundo: unos parecen ingleses; otros, españoles, alemanes, indios, etc.
Se asemejan á nosotros en esa intimidad, quizá exagerada, que cruzamos con la persona
que conocemos desde unos instantes y á quien contamos nuestras cuitas y alegrías,
y también en ese afán de ofrecer nuestra casa al primero que se nos pone por delante;
así, por ejemplo, al desembarcar en New-York algunos yanquis que apenas habían hablado
conmigo cinco minutos durante toda la travesía, no se contentan, al despedirse,
con un apretón de manos, sino que, con una sinceridad que encanta, me dan su tarjeta
y me obligan á ofrecerles que si paso por tal línea férrea me detendré para visitarles;
me explican la forma en que he de hacer el viaje. Todo ello con un gran fondo de sinceridad
pasmoso; y en osto se distinguen de nosotros. ¡Cuántas veces el español ofrece su
casa ó una comida, y se remuerde luego si le aceptan el ofrecimiento! Pero esto no obsta
para que mientras me hacen presente sus invitaciones, me echen el humo de su pipa en
las narices, escupan casi encima de mis botas, y, al retirarse, me cojan bruscamente
por el brazo para adelantarse, en vez de hacerme paso. A esta brusquedad, á esta grosería
innata es á lo que hay que acostumbrarse para vivir feliz en este país, pensando que
cuando cometen estos actos, lo hacen sin pensar, ni remotamente, que aquello está mal
hecho ó que puede molestar al prójimo. ¿Por qué son todos groseros? Muy sencillo. Porque
todos ó casi todos los yanquis que hoy tienen dinero han nacido pobres; sus fortunas
son hechas en pocos años por gente que carecía de instrucción y que en la escuela
aprendió sólo lo más esencial, y fuera de ella el comercio y los deportes más brutales.
No otras son las causas de esta grosería nacional.
He visto escuelas donde el profesor y los alumnos están cubiertos durante la clase;
de modo que, como usted ve, los principios son do oro.
El sábado 7 de Junio, después de una travesía bastante mala, llegamos frente á
New-York, no pudiendo entrar en el puerto por lo avanzado de la hora; lo que me permitió
admirar durante la noche aquel inmenso puerto cuajado de luz, y á derecha é izquierda
pude distinguir las fortificaciones militares que defienden la entrada.
Apenas anclamos, para esperar el nuevo día, vinieron á bordo dos individuos de la
Sanidad del puerto, y presencié la forma en que se verifica la inspección sanitaria
sobre los desgraciados pasajeros de 3. a y 4. a clase, pues aquí, como en todas partes, la
ley no se promulga para todos: á ningún pasajero de 1. a se nos molestó con este examen.
En cambio, ¡con qué brusquedad y rapidez aquel individuo cogía entre sus manos
la cara del emigrante, que era examinada á la luz de una potente lámpara eléctrica,
mientras su colega contaba el número de infelices que ante ellos desfilaba, y que no era
menor al de 1.600, casi todos austríacos, húngaros y alemanes!
A la mañana siguiente entramos en el puerto; pero como era domingo, los docks formidables
y los kilométricos muelles se hallaban desiertos, y á la izquierda, muy distante,
percibí la gigantesca estatua de la Libertad.
Mientras nos aproximábamos al punto de desembarque, tuvimos que firmar cada pa-

— 272 —
sajero una declaración dando nuestro nombre, naturaleza, edad, profesión, de dónde se
viene y adonde se va, si es la primera vez que desembarca uno en los Estados Unidos,
y si se poseen los 50 dollars que debe tener todo extranjero para que le abran á uno
las puertas de su país estos caballeros.
Al fin podemos desembarcar, y me dirijo á la sala de equipajes, donde se encuentran
éstos clasificados por orden alfabético de los apellidos de sus propietarios, y tengo
que hacer cola para esperar que me sea destinado un aduanero, lo que conseguí después
de media hora; y cuando éste hubo terminado su minucioso examen, revolviendo
hasta el último calcetín, pude dirigirme á buscar un coche que me condujese al hotel.
Junto á estas molestísimas y ridiculas formalidades interminables que sufre el viajero
al llegar á los Estados Unidos, sólo puedo hacer constar un detalle práctico: que en el
mismo muelle pude tomar mi billete de ferrocarril para Montreal (valedero para cualquier
tren y día) y facturar mi equipaje.
Hago aquí punto, y en mi próxima le contaré mis impresiones de New-York y del
Canadá.
AEIOU.

La Vida en los Ateneos.
Ateneo de Madrid.
BIBLIOTECA
OBRAS RECIENTEMENTE INGRESADAS
Número.
273 - E - 2
155 - C - 10
155 - G- 34
189
3
155
B -31
F-18
E - 11
169 - D - 7
123 - G - 24
129 - D - 19
NOMBRES
Los números que preceden al apellido
de los autores, indican el lugar
que ocupa la obra en la Biblioteca.
Archives par lamen taires de 1787 á 1860. Recueil
coinplet des débats legislatives politiques des Chambres
francaises. Deuxiéme serie (1800 á 1860). Tome
CXV.—París, 1907.
Suscripción.
Asanga. Mahayana Sutralanskara. Exposé de la doctrine
du grand veliicule selon le systéme yogacara,
edité et traduit d'aprés le manuscrit rapporte du
Nepal, par Sylvain Levi. Bib. de l'Ecole des Hautes
Etudes. Fase. 159.—París, 1907.
Suscripción.
Beicheler (Francois). Précis de la declinaison latine,
traduit de l'allemand, par M. L. Havet. Bib. de
l'Ecole des Hautes Etudes. Fase. 24.—París, F.
Wieiveg, 1875.
Suscripción.
Berge (Vincent). La vraie inórale, basée sur l'étude
de la Nature, sur les lois de la vie.—París, 1907. Donativo.
Bos (Camille). Pessimisme, Feminismo. Bib. du Phil.
Contemp.—París, 1907.
Suscripción.
Boudois (Marguerite). La translation des Saints
Marcellin et Pierre. Etude sur Einhard et sa vie
politique de 827 á 834. Bib. de l'Ecole des Hautes
Etudes. Fase. 160.— París, Champion, 1907. Suscripción.
Colección legislativa de España. índices generales,
cronológico y alfabético de las disposiciones legales
desde 1.° de Julio de 1891 á fin del año 1897.—Madrid,
1900.
Suscripción.
Collet (F. ,T.). Précis de Patliologie interne. Cinquiéme
édition. Dos tomos. Collection Testut.—París,
1907.
Suscripción.
Delage (Ivés). Année (L') biologique. Neuviéme an-
née.—París, Soudier, 1907.
155 - C - 13 Delarnelle (Louis). Etude sur l'humanisme francais.
Guillanmo Besde. Les origines, les debuts, les
idees maítresses. Bib. de l'Ecole des Hautes Etudes.
Fase. 1(52.—París, 1907!
8 - E - 13 Durkeim (Emile). L'année sociologique. Bib. du
Phil. Contemp.-París, 1907.
2 - D - 18 Echegaray (José). Conferencias sobre Física Matemática.
Curso de 1906-7.-Madrid, 190G.
248 - D - 23 Estadística del impuesto sobre los transportes de
viajeros y de mercancías por las vías terrestres y
fluviales en el año 1905.—Madrid, 1907.
Suscripción.
Suscripción.
Suscripción.
Donativo.
Donativo.

Número.
248 - B - 29
12 - E - 19
149 - F - 25
189 - B -34
189.- B -35
65- A - 3
3G - F - 19
3G- F - 19
155 - E - 33
189 - A - Ss
155 - C - 14
189 - B -32
G9 - "B-34
189 - B - 33
11 - F - 27
71 - F - 19
155 - E - 12
— 274 -
NOMBRES
Estadística minera de España correspondiente al
año 1906, formada y publicada por la Inspección General
de Minería.—Madrid, 1907.
Héíifding (Harald). Philosophes contemporains. Traduction
de l'allemand par Tremesaygues. Bib. du
Phil. Contemp.—París, 1907.
Le Bon (Gustavo). Evolution (L') dea forces. Avec 42
figures. Bib. du Phil. Scientifique.—París, 1907.
López-Ballesteros (Luis). Lucha extraña. Novela.
Segunda edición.—Madrid, 1907.
López-Ballesteros (Luis). La cueva de los buhos.
Novóla.—Madrid, 1907.
Machado y Alvarez (Antonio). Artículos varios.
Obras completas. Tomo I.—Madrid, 1904.
Marañen (Manuel). Leyes administrativas de España.—Madrid,
1907.
Medina (León). Leyes administrativas de España.—
Madrid, 1907.
Nolhac (Pierre). Petrarque et rhumanisme. Nouvelle
édition remainée et augmentee. Bib. de l'Ecole des
Hautes Etudes. Fase. 91. Dos tomos.—París, 1907.
Ortega y Rubio (Juan). Historia de la regencia de
D. a María Cristina Habsbourg-Lorena. Cinco tomos.—Madrid,
1900.
Poupardin (Rene). Le Royaume de Bonrgogne
(888-1038). Etude sur les origines du royaume
d'Arles. Bib. de l'Ecole des Hautos Etudes. Fase.
163.—París, 1907.
Répide (Pedro de). La enamorada indiscreta ó el peligro
en la verdad.—Madrid (s. a.).
Ríos de Lampérez (Blanca de los). La niña de Sanabria.
Melita Palma. Sangre española.—Madrid,
1907.
Santiago Concha (Pedro de). Breves apuntes y observaciones
sobre el Universo. Segunda edición.—
Madrid, 1907.
Schopenhauer (Arthur). Philosophies des philosophes.
Premier traduction francaise, avec préface et
notes par Auguste Dietrich. Bib. du Phil. Contemp.
París, 1907.
Sepúlveda(Ricardo). Antiguallas. Crónicas, descripciones
y costumbres españolas en los siglos pasados.—Madrid,
1898.
Soehnee (Frederic). Catalogue des actes d'Henri I Roi
de Frailee (1031-1060). Bib. de l'Ecole des Hauces
Etudes. Fase. 161.—París, 1907.
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Ñuova Rassegna di LItterature
Moderne (núm. 7-8, Julio-Agosto.)
Revista de Revistas.
ITALIANAS
La moderna revista de literatura Renacimiento,
que dirige Gregorio Martínez Sierra,
anuncia entre los trabajos que publicará en
breve --y Dios sabe si estará publicado el
que motiva este artículo cuando la Nuova
Rassegna salga á la luz—un Epistolario inédito
del malogrado literato y filósofo Ángel
Ganivet, que fue mi paisano y amigo,
No veo inconveniente en que una revista
como Renacimiento publique esas cartas del
aún poco comprendido autor de Idearium
español;deben de ser, sino me equivoco, parte
ó todas las que poseía Navarro Ledesma
—otro claro ingenio malogrado también—, y
que Ganivet le escribió desde Bélgica y Rusia,
donde desempeñó el cargo oficial de cónsul
de España, hasta su muerte, ocurrida en
Riga en 27 de Noviembre de 1898. No, no
veo que sea censurable dar á conocer las intimidades
de uno de los hombres más ilustres
que España ha tenido en esta época de
decaimientos y pequeneces, la psicografía,
como dijo Navarro Ledesma, que en esas
cartas «trazó Ganivet, escribiendo al hilo
del pensar, con la libertad de quien habla á
una tumba>; pero paréceme que los poseedores
de esas cartas deben proceder con cierta
prudencia al escogerlas, y tener presente que
cuando Navarro Ledesma en 1904 publicó en
un libro titulado Epistolario «ana parte» de
las cartas que Ganivet le escribiera, dejó de
imprimir algo de ellas, que, «por referirse á
sucesos familiares, no ofrece interés para el
público...»
T cuenta que Navarro, con cierto énfasis
que hubo que perdonarle cuando vivo, y mucho
más le perdonamos ahora que está muerto,
nos dijo á todos en el Ateneo, é imprimió
después en el prólogo al Epistolario, estas
palabras: «Yo, señores, fui el amigo más íntimo
de aquel grande hombre...», no sabiendo,
ó haciendo como que lo ignoraba, que
Gavinet vivió y estudió en Granada; que en
la hermosa ciudad de los cármenes, por él
cantada y enaltecida en su libro más íntimo
y apasionado, Granada la bella, tenía sus
amigos de la niñez y de todas épocas, los
que con él escribieron libres é hicieron planes
para el porvenir literario de esa ciudad;
que El Defensor de Granada publicó buena
parte de las obras del malogrado escritor, y
fue realmente quien lo dio á conocer, descubriendo
los tesoros de erudición y de ingenio
que aquel alma buena, noble y vigorosa
guardaba; que Ganivet no fue nunca centralizador,
sino entusiasta del provincialismo,
aunque no lo fuera en el sentido político,
como ahora se estila, si bien quizás haya
que recurrir á ese extremo en todas las regiones
españolas, para que acabe el necio
desdén con que en Madrid se mira y considera
todo lo que es de provincias...; y que,
por último, Ganivet sentía tan profunda
nostalgia por su ciudad y por todolo suyo,
que repetía frecuentemente allá en el extranjero:
«Yo ine llevé un ruiseñor
lejos, muy lejos de España,
y á cantar de raí aprendió:
—¡Quiero vivir en Granada!»
Todo esto quiere decir que es muy expuesta
la pretensión de conocer á Ganivet por
sus Epistolarios, y mucho más expuesto aún
muerto su grande amigo Navarro Ledesma,
á cuya autoridad entre la juventud literaria
de Madrid se debe, realmente, que en 1S98
fijara su mirada distraída y confusa en Ganivet
el público, creador de la indiferencia
para todo lo que en Madrid no se produce.
No se conoce á Ganivet, en realidad, ni en
España ni fuera de ella. Hago la justicia á
Navarro Ledesma de que él sí le conocía, por
la amistad de siete ú ocho años que con Ganivet
le unía y por la correspondencia frecuente
que entre los dos se cruzó en ese
tiempo. El Epistolario publicado contiene la
esencia de sus dos obras filosóficas más trascendentales:
Idearium español y La conquista
del reino de Maya; pero era característico
en Ganivet usar de un profundo humorismo
en sus escritos, un humorismo muy
especial, dificilísimo de entender. Juzgúese

— 276
por este interesante párrafo de una carta de
Septiembre de 1893, cuando preparaba La
conquista del reino de Maya:
«El tono debe ser serio, con tendencia á la
guasa, y guasón con tendencias á la seriedad;
pero no me fío de mi equilibrio para
sostenerlo, y además temo que resulte el pastel
con aire extravagante, porque las necesidades
del asunto me ban llevado á tratar
materias demasiado ridiculas. Así, por ejemplo,
cuando transformo el sistema parlamentario
(que lo había en el país, aunque imperfecto),
para utilizar el edificio antiguo creo
un lavadero publico y tengo que inventar el
jabón y enseñar á lavar á.las mujeres del
país...» Además de ese humorismo ó de esa
guasa seria, como parece que él titula esta
característica de su ingenio, ocurre que todas
sus obras están íntimamente enlazadas,
tienen estrecha conexión, desde el Idearium,
tratado de Filosofía política, hasta El
escultor de su alma, drama místico cuyo
manuscrito envió desde Riga- á Granada,
pocos días antes de su muerte, á su malogrado
amigo Paco Seco de Lucena; obra trascendental
también, no sólo considerada en
su género, sino por su importancia social y
filosófica, y escrita para Granada y dedicada
á uno de los amigos de Granada (se ha
impreso en 1904, así como Los hombres del
Norte y Cartas finlandesas en 1905, libros
todos escritos para los granadinos, sus amigos
y paisanos).
Cuando en 1903 se cumplió el quinto aniversario
de la muerte del gran escritor y
filósofo, el Ateneo de Madrid celebró solemne
velada, con la cooperación de Navarro
Ledesma, TJnamuno, Martínez Ruiz y Maeztn;
el espíritu centralizador se interpuso entonces
corno siempre, y el Ateneo no dio importancia
á la obra granadina de Ganivet,
y con lo hasta entonces conocido y el Epistolario,
inédito completamente todavía, se
habló de Ganivet filósofo y Ganivet político
y de la Psicología de Pío Cid...
El Ateneo prescindió de Granada y de los
granadinos, sin tener en cuenta que Ganivet
había condenado el centralismo literario en
un párrafo de una de sus cartas; y no se
acordó de los literatos que con Ganivet escribieron
el delicioso Libro de Granada, impreso
en 1899, Matías Méndez Vellido, Gabriel
Ruiz de Almodóvar y Nicolás María
López; ni del que fue ilustre ateneísta, secretario
de vina de sus Secciones, Rafael
Gago, autor de una novela que elogió Clarín
en su época de mayor intransigencia; de Rafael
Gago, que cuando El escultor de su alma
se representó en Granada en 1." de Marzo
de 1899 por el notable actor granadino Fuentes
y sus artistas, desentrañó ante el público,
como en el teatro griego, el espíritu enigmático
de Pedro Mártir el escultor, explicando
á los espectadores lo que es el drama y lo
que significan los personajes; ni de Paco
Seco, el compañero de estudios de Ganivet;
ni de El Defensor deGranada, ni de mi revista
La Alhambra, que gozaron las primicias
del ingenio del gran escritor...
Si Ganivet hubiera resucitado en el momento
en que el Ateneo le rendía justo homenaje,
al notar la falta de una representación
de Granada y de sus compañeros de letras,
hubiérales leído á aquellos señores el
elocuente párrafo do su carta de 19 de Febrero
de 1894 á Navarro Ledesma, en el que,
tratando de la «urgencia de relajar los funestos
vínculos sociales que desde principios
de siglo se han ido amarcando y estrechando
después con auxilio de los ferrocarriles»,
recuerda los núcleos intelectuales de provincias,
entre ellos los de Granada, pequeños
viveros convenientes y necesarios para la
vida artística, literaria y científica, y agrega
estas substanciosas palabras: «Hoy todos
los gurripatos (y yo el primero) que acaban
la carrera, levantan el vuelo asqueados por
la vida local y se plantifican en las metrópolis,
donde alguno, quizás el más rudo y
duro é inútil, resista la aclimatación; pero
donde los más débiles se adocenan y se convierten
en seres anónimos, y mueren adheridos
á algún cargo de oposición ó libre elección...»
***
Desde 1900 se ha estudiado algo á Ganivet
fuera y dentro de España: pero, por ejemplo,
Efrem Vi cent, en Le Mercure de France
(1903), dice que Felipe Trigo, el autor de Las
ingenuas y de La sed de amor, «parece pertenecer
á esa generación que dio á España el
malogrado Ganivet...»; y Fouilié, más recientemente,
amparándose en el estudio psicológico
que el Idearium español significa, y aun
en las páginas del Epistolario, ha dicho que
los españoles somos generosos, hospitalarios,

y, sin embargo, inhumanos; y en seguida nos
cuenta que en las guerras hemos sido feroces,
y poco más, poco menos, nos dice que estamos
como cuando aquel Papa de la época
de los Austrias nos dijo que éramos «hez inmunda
de moros y judíos»...
He aquí por qué pido prudencia á los que
se encarguen de publicar el nuevo Kpistolario
de Ganivet, ya que no aconsejo, muerto
Navarro y Ledesma, que esas cartas se revisaran
en Granada por los amigos del malogrado
escritor. Esas cartas, «escritas al hilo
del pensar», inspiradas en especial y originalísimo
humorismo, dirigidas al que él sa-
277 —
O
bía que no había de publicarlas, contienen
apreciaciones muy íntimas y bien difíciles
de entender.
En Granada se han prologado sus obras
menos conocidas, existen casi todos los que
con él formaron la famosa Cofradía de la
fuente del Avellano, se conservan bastantes
cartas en poder de todos los amigos; de modo
que en Granada debíanse revisar, para
que no llegue el día en que, entre unos y
otros, nos revivan por esos mundos de Dios
un Ganivet que ni su propia familia lo conozca.
FitANOisco DE P. VALLADAR.

BIBLIOGRAFÍA
Entre dos libros
Se me pasó el tiempo oportuno para hacer
una nota bibliográfica del último libro de
Alberto Insúa: Don Quijote en los Alpes;
no voy tampoco á darla de otro suyo que sobre
la Doctora de Avila aún no lia visto la
luz. No me queda, pues, más trance hoy que
una añoranza de aquél y una profecía de
éste, en breves palabras concebidas.
Un libro es un estilo; un estilo es un hombre,
y si el hombre es la medida de todas las
cosas, me resulta harto lógico el hablar de
Insúa en abstracto, de Insúa entre sus dos
libros.
Don Quijote en los Alpes, á vueltas de
mil impresiones encantadoras sobre El Hiinalaya
europeo y sus felices pobladores, es
en esencia un libro acerca del gran místico
Enrique Federico Amiel. A los pies de este
«noble y valeroso cobarde, de este ser reflexivo,
analítico, imaginativo y sensible, que
llega en fuerza de discurso y réplica interior
á ser infecundo», dejó el novel filósofo su
pluma á principios del año: de junto á la
fimbria del hábito monjil de la mística española,
la recoge cuando el año va á expirar...
Insúa es, pues, un patriota justo; un estudiante
metódico que siguiera ayer su bachillerato
místico en la Europa central; y
graduado en él, nemine discrepante, viene á
licenciarse y aun á doctorarse hoy en las
breñas carpetanas, en el centro geográfico
de la India, el Tibct y el Gobbi europeos, en
el centro moral de las almas ideales del antaño,
en la tierra del ayer gloriosísimo, en
la seca v calumniada Castilla, que amamantase
en misticismos sublimes á Teresa de
Jesús.
En el más puro sentido de la frase, ha llegado
Insúa al momento culminante del drama
'lo su vida de escritor—drama, siempre
y para todos, de excelsa y dolorosa iniciación—.
Con Amiel estudió ayer ciencia íntima;
con Amiel vitalizó ayer, por misteriosos
efluvios de sentimiento trascendido, esa misma
ciencia, campo antes de estériles postulados,
fuente luego de exquisitos deliquios
de una vida interior que no tiene palabras
para ser narrada ni vitalidad objetiva bastante
para ser, en alas de una intensa voluntad,
verbo fecundo... ¿Qué habrá aprendido
hoy con Santa Teresa? Siento viva curiosidad
por averiguarlo.
El hombre que depura su espíritu frente á
frente de esa tetrada divina de Voluntad,
Bien, Verdad y Belleza, tropieza, no ya con
una, sino con dos sendas gloriosas, abiertas
á los empujes de su psíquica y espiritual
evolución. Real y verdaderamente, el hombre
es algo en sí y es también una fuerza objetiva
del Cosmos, una fuerza extrasutil—y
por extrasutil, todopoderosa, dado el principio
científico que halla siempre en razón inversa
á la materia y á la energía—. El hombre
es, en efecto, un problema como hombre
y otro problema como fuerza integrada con
las fuerzas evolutivas del Planeta; pero mientras
que hacia este último conduce una vía
espléndida, gloriosa, avasalladora: la de la
ciencia positiva contemporánea, que aprisiona
el rayo, anula en tiempo y espacio las distancias
y avasalla, en suma, á la madrasta
Naturaleza, hacia el problema primero sólo
guía una senda estrecha, obscura, aterradora
y espinosa, que, casi vertical en su trazado,
puede permitir al hombre, posada aún
su planta en una vida que se desliza fugaz,
ponerse al habla directa con los Cielos...,
habitar á la par aquí y en los Cielos mismos.
Aquella senda es de todos. Para la carrera,
triunfal de la Humanidad por ella, todos
aportamos un infinitesimal esfuerzo: el sabio
que investiga con riesgo de su salud y de su
vida; el obrero que con su fuerte brazo auxilia
á la labor y ejecuta la obra después de
concebida; y hasta el que en alas de pasiones
reproductoras, auxilia también sin advertirlo,
sometiendo su cuerpo y su espíritu á
imperativos fisiológicos que traen la continuación
de la raza, la raza de los sabios y de
los obreros futuros... Empero, la primera senda
es, ¡ay!, de cada uno, y el valeroso paladín
que la remonta, simbolizado en todos los
Satanes y Prometeos, en todos los héroes de

la mística de los libros religiosos cuanto de
los incomprendidos libros de caballería, puede
tener la seguridad de que irá solo, espantosamente
solo, y de que la Naturaleza le
será hostil, la Humanidad le será enemiga,
le abandonarán los seres queridos, le combatirá
su propio cuerpo, y hasta el Padre Celestial
verterá sobre su frágil cáliz, y desde
alturas olímpicas, cataratas de hieles y lavas
candentes que para purificarle le abrasarán
sin compasión alguna; porque la estática
del Universo os ley de inercia, todo lo
que su dinámica es ley de fuerzas, y no en
vano, con ol esfuerzo místico venciendo á todas
las inercias, puede precipitar el homúnculo
sublunar en instantes una marcha evolutiva
de gran radio y para todos: marcha
que, para bien andar, precisa los siglos de
siglos de calpas infinitos.
Para el hombre inteligente, la Ciencia; para
el superhombre, la Mística. Luego quoéste
llega á la divina altura, es un Mediador más
entre la Seidad y sus hermanos de aquí
abajo: un ángel, un numen, una Protección;
un Cristo glorioso; un Budha triunfador,
un ciclópeo é inabarcable Krichna... El Día
de la Ciencia será el de todos; pero para esto,
más que vulgares tiempos, han de trascurrir
eternidades.
Con su pluma, en el nuevo libro, ¿vendrá
Jnsúa á dar un brote más al hispano y siempre
floreciente árbol de la mística, ó hundirá
su escalpelo de crítico en los órganos do
exquisita contextura que estudia la psi:ofísica
positiva, la ciencia tan hermosa de los
Ribot, los Bichet y los Willians Crookes,
los Piossi, los Sergi y los Pieyer?
Entrambas cosas son probables. Esperemos.
M. Roso DE LUNA.
Dominadoras, novela de Rafael López de Haro.
«¡Qué inmoral!», exclamará algún académico
á la violeta. «¡Qué atrevido!», murmurará
un lector pudibundo. «¡Qué sincero, qué
valiente y qué observador!», habrán de decir
conmigo los hombres de buena fe, cuando repasen
las páginas de este libro.
Con lo cual te ho confesado ya, lector curioso,
la impresión que la novela de Rafael
López de Haro ha producido en mi ánimo, y
la que celebraría que on el tuyo produjese
— 279 —
también. Lo mismo Dominadoras que su predecesora,
En un lugar de la Mancha..., son
obras donde la experiencia de la vida se condensa
en páginas de altísim-o valor social y
literario. No se trata de libros de pura imaginación,
cuya finalidad principal y casi única
sea el entretenimiento del público, sino
de estudios de lo que ahora suole llamarse,
con propiedad más ó menos discutible, psicología
colectiva. Y preciso es confesar que,
bajo esto respecto, Rafael López de Haro ha
ido muy adelante on sus dos novelas citadas,
quo certifican un poder intenso y profundo
de observación, y que ponen do manifiesto,
en estilo claro y á veces en alto grado bollo,
el prosaísmo terrible de la vida.
Esta es, á mi juicio, la razón del mal sabor
de boca, por así decirlo, que suele dejar la
lectura de las producciones de la escuela naturalista
contemporánea, dentro de la cual
no vacilo en incluir á Rafael López de Haro.
Pero en éste, además, concurre otra circunstancia
que contribuye á explicar la nota profundamente
realista do su obra: López de
Haro es castellano, y por añadidura manchego,
y naturalmente se reflejan en sus escritos,
sin quo sea menester esfuerzo sistemático
ni deliberada filiación á determinada
escuela, la tradición de castizo realismo que
anima al l'oema del Cid y á El ingenioso hidalgo,
y el sentimiento de resignación infinita
y de inmensa tristeza quo respiran las
áridas estepas de La Mancha conquense.
Con briosos rasgos se destaca, entre la novísima
falange de escritores, la personalidad
de Rafael López de Haro. Antes de Dominadoras
ha dado á luz una novela de singular
mérito: En un lugar de la Mancha..., donde,
con toda sinceridad y valentía, describe el
misérrimo vivir y la aridez desoladora de espíritu
que reinan en la vida de pueblo.
Mayor alcance tiene, aunque late en ella
el mismo fondo de miseria humana, la novela
que ahora publica López de Haro: Dominadoras.
El título da luz al más lerdo sobre
la idea de la obra, que se desenvuelve en cuatro
partes, donde respectivamente se trata
de las cuatro mujeres (de piedra, de carne,
de nervios y de oro) cuyos tipos se propone
describir el autor.

— 280
Y preciso es confesar que lo hace de un
modo que impresiona profundamente. Doña
Angustias, tipo innoble y egoísta, que no
vacila en sacrificar á su marido, el infeliz
D. Justo Gutiérrez, ante el bienestar de la
familia, haciéndole que agote sus fuerzas y
su sangre para que las niñas puedan lucir
galas y ostentar comodidades de que la pobre
víctima carece; Maruja, matando con su
amor lúbrico y sofocante las energías de su
esposo Enrique; Laura, impidiendo la gloria
y la felicidad de Carlos y envenenando la
dicha del hogar con ridículos é hipócritas
accidentes; Matilde, arruinando con sus caprichos
al riquísimo Uruñaga y arrastrándole
al suicidio y á la deshonra, son figuras
de excepcional relieve, en cuya pintura ha
hecho López do Haro verdaderos esfuerzos
de análisis psicológico. Todos son tipos reales,
demasiado reales, por desgracia; con todos
solemos tropezar á cada paso en la vida,
porque do Angustias, Marujas, Lauras y
Matildes está plagada la sociedad contemporánea.
El estilo aparece aún más cuidado
que En un lugar de la Mancha..., con ser
el lenguaje de esta obra muy fácil y castizo.
Dominadoras constituye, además, una
intensa lección de moralidad viviente. Parodiando
á Balzac, con cuya manera tiene
muchos puntos de contacto la de López de
Haro, el libro podría llevar el siguiente subtítulo:
Grandes miserias de la vida conyugal.
En ninguna parte como en esta obra,
que parece un trozo arrancado de la realidad,
se observan patentes, con mayor relieve,
sin huir de crudeza alguna (véase, por
ejemplo, la página 128) ni ruborizarse hipócritamente
ante ningún vicio, la desastrosa
organización de la familia y del matrimonio
en nuestros tiempos. Es una lección seme-
jante á la que podría constituir para el vicioso
la visita á un hospital de sifilíticos.
Alguien habrá que, al observar lo odioso
de los personajes femeninos que López de
Haro pone en escena en sus novelas En un
lugar de la Mancha... y Dominadoras, saque
la consecuencia de que nuestro autor es un
misógino, y que por eso la emprende con el
bello sexo, acentuando las desdichas que
nuestras relaciones con él nos causan, y dejando
en el tintero representaciones nobilísimas
de virtud y de santo amor que la misma
realidad le ofrecería. Mas yo contestaré
que cada escritor es muy dueño de escoger
el aspecto de la realidad que do un modo
más íntimo impresione su temperamento, y
que, por desgracia, las corrientes de la vida
familiar moderna arrastran cada día con
mayor vehemencia en el sentido que López
de Haro nos retrata, siendo mucho más fácil,
si tratamos de fundar una familia, que
nos encontremos con Angustias, con Matilde,
con Laura, ó por lo menos con Maruja,
que con Rebeca ó Lucrecia. Aparte de lo
cual, á medida que la experiencia que vamos
adquiriendo de la vida e3 mayor, nos
tornamos más serios y meditabundos; de
donde resultan tan naturales la tristeza y
la quietud en el anciano, como la alegría y
el bullicio en el niño, porque el primero se
ha convencido ya de qne, en efecto, la vida
es un valle do lágrimas, en el cual hay un
fondo permanente de dolor. El pesimismo es
una consecuencia natural de la observación
filosófica.
(Fragmento del prólogo de D. Adolfo Bonilla y San
Martín.)

EMILIO FERRARI
No con la pretensión de juzgar su obra, sino con el deseo de rendirle un
homenaje de admiración, de gratitud y de cariño, escribo estas líneas bajo la
penosísima impresión que su muerte me ha producido, y que ha de privarme
de la serenidad de ánimo que la crítica exige. Los que conocimos y tratamos
íntimamente á Ferrari, sólo podemos en estos momentos llorar al maestro ó al
amigo que para siempre hemos perdido, ya que no debemos ni queremos llorar
al poeta, segaros de que vive y ha de vivir con vida imperecedera y gloriosa.
El nombre de Emilio Ferrari está unido á la historia del Ateneo. En la
noche del 22 de Marzo de 1881—fecha memorable para esta casa y para la
poesía española—, el público que había aplaudido con entusiasmo, más aún,
con delirio, los rotundos y esculturales endecasílabos de Pedro Abelardo, al
escuchar las soberbias quintillas de Dos cetros y dos almas, que Ferrari tuvo
que leer tres veces,, enloqueció hasta el punto de ponerse en pie, de agitar los
pañuelos y de prorrumpir en vivas y aclamaciones, tributando al poeta, á
quien de un modo tan unánime y tan estruendoso consagraba, la ovación más
formidable de cuantas" han estallado en nuestro salón de actos, cuya cátedra
ha sido y es ocupada con frecuencia por los artistas, oradores y poetas más
ilustres de España.
No fue Ferrari de aquellos poetas que sólo son capaces de cultivar un género,
y que sólo saben hacer vibrar una de las cuerdas de la lira. Prefirió que
su personalidad se formase lentamente en el trabajo y en la lucha, y que apareciese
triunfante dando unidad á la variedad de su obra, en vez de limitar
voluntariamente sus aptitudes, y de acotar desde luego el campo en que éstas
habían de desenvolverse y manifestarse. Ya en los dos admirables poemas
citados—Pedro Abelardo y Dos cetros y dos almas—^se advierten las dos tendencias
que alternativamente habían de predominar en su obra: las tendencias
representadas respectivamente por los dos grandes poetas, paisanos suyos,
Núñez de Arce y Zorrilla. Como producto de estas dos tendencias, inclinándose
ya á una, ya á otra, pero dando á la primera cierta preferencia, Ferrari
publicó La musa moderna y Aspiración, Consumatum y En el arroyo—para
no citar más que lo que tiene capital importancia—, y su personalidad se fue
robusteciendo, y su fama aumentando, y las dos tendencias de que hablo se
fundieron y hermanaron en una suprema armonía, cuando llegó..al punto más
alto de su inspiración y escribió Las tierras llanas, que es una de las poesías
españolas más perfectas que se han escrito; el canto de la llanura castellana;
la expresión más fiel, más completa y más acabada del amor que en el alma
del autor hizo nacer la contemplación diaria y constante de su tierra natal,
tan triste, tan noble y tan severa; amor de su juventud y de toda su vida, que

— 282 —
con tenacidad invencible supo represar y contener, hasta que en la edad madura,
dueño en absoluto de su inspiración, y seguro de su destreza, encontró
una forma apropiada y definitiva para perpetuarla, y esculpió aquellos soberanos
versos de diez y seis sílabas, resurrección del venerable metro castellano
que sirvió á los autores anónimos de las antiguas gestas para eternizar las hazañas
del Cid ó de Bernardo, y que después dio origen al romance, según la
teoría del marqués de Pidal, hoy aceptada por todos; verso amplio y solemne,
que, remozado y perfeccionado por Ferrari, que le hizo suyo por derecho de
conquista, es una prueba que confirma la opinión sostenida por Menéndez y
Pelayo al afirmar «que todo gran poeta lírico inventa, remueve ó modifica
algún metro, que es como la nueva copa en que se exprime el jugo generoso
de un ingenio nuevo».
Ferrari, que gustaba más de la poesía épica que de la lírica, y que, como
lírico, lo fue á la manera de Quintana, Tassara ó Núfiez de Arce, prefirió siempre
los asuntos que por su propia importancia y grandeza pueden interesar á
todos, á aquellos otros íntimos y personales que inspiraron á Espronceda, á
Querol ó á Bécquer; soñó alguna vez, y yo en varias ocasiones se lo oí decir,
con llegar á componer un verdadero poema épico, emulando los triunfos de los
poetas antiguos, y cantando, no asuntos históricos ó tradicionales, sino asuntos
contemporáneos; luchando frente á frente con la dificultad, y acometiendo sin
dudas ni vacilaciones la empresa. Tal vez la habría dado cima si su quebrantada
salud no se lo hubiera impedido, pues no le faltaban condiciones ni alientos
para ello; y no se puede dudar del entusiasmo que sentía por la idea, leyendo
su poesía Obsesión, en que habla de su gran poema imaginado y no
escrito, que se le aparece como
clásica estatua modelada en niebla,
y en que pide que su esperanza renazca
den'tro del corazón de otro poeta.
Fácil es adivinar lo que esta obra hubiera podido ser, pues, á juzgar por
los poemas ya citados, y más aún por los fragmentos que se conocen de La
Epopeya de la Arcilla y de La Muerte de Hipatia, pocos han tenido condiciones
semejantes á las suyas para abarcar un conjunto y sintetizar las observaciones
hechas, presentando un cuadro amplio y completo; las dos tendencias
de su inspiración do que antes hablaba le hubieran servido: la primera,
para dar á su obra unidad, grandeza y proporciones; la segunda, para animarla
y enriquecerla con tonos, armonías y colores. Juzgúese lo que hubiera
podido hacer el que, en dos tercetos admirables del poema citado, cantó:
el heroísmo obscuro del trabajo,
águila excelsa que en el surco anida;
y describió en La Muerte de Hipatia, con insuperable plasticidad, la vida, la
animación y el movimiento de la ciudad de Alejandría:

— 283 —
Centro de vida universal, recinto
donde llegan de todos los lugares
los productos del arte ó del instinto
para henchir sus espléndidos bazares.
Allí el trirreme, cuyo casco abruma
el ámbar que en el Báltico se cría,
vase á cruzar con el panfil de pluma
cargado de algodón de la Etiopía.
Mas no tan sólo el ruido
del bullicioso tranco ensordece
la opulenta ciudad; con él se escucha
alzarse confundido,
retemblando en las aulas que estremece,
sordo fragor de interminable lucha
á que enemigas sectas se convocan,
y que en toda doctrina y toda idea
son como aceros qtie, esgrimidos, chocan
en polvoroso campo de pelea.
Que aquel pueblo gigante,
lanzado á un torbellino sin sosiego,
filósofo y mercante,
mezcla confusa de oriental y griego,
que, al exportar el abundoso gvano,.
lleva doquier su espíritu fecundo,
es á la par la alhóndiga del mundo
y la Babel del pensamiento humano.
Ferrari, poco celoso de esa fama, no se cuidó siquiera de coleccionar sus
poesías. Sólo Un día glorioso, Pedro Abelardo, Dos cetros y dos almas, Consumatum
y En el arroyo, están publicadas aparte; todo lo demás que escribió
está disperso y diseminado en periódicos y revistas, y el que quiera apreciar
en conjunto su obra y juzgarla, sin dejar de conocer nada importante, tendrá
que rebuscar para encontrarlo todo. Los que admiramos y quisimos de veras
al autor, y aprendimos de memoria sus versos, al mismo tiempo que El Idilio
y El Vértigo, El tren expreso y Los grandes problemas, no necesitamos que
nadie nos los recuerde; pero la novísima generación, que no alcanzó la época
de sus triunfos, y que conoce la obra de Ferrari incompleta y. fragmentariamente,
necesita que se publique una edición de sus obras, pues sólo cuando
conozca del todo lo que el gran poeta escribió, podrá comprender con cuánta
razón dijo el P. Blanco García que «el que no sienta los primores de forma,
la euritmia y la tersura de algunos fragmentos del Pedro Abelardo, de La
Muerte de Hipatia y de la Alegoría de otoño, no sabe lo que son versos, ni distinguir
de colores y sonidos en materia de poesía castellana».
MANUEL DE SANDOVAL.

LOS DOS SEXOS
Ha dicho un médico de autoridad reconocida que las costumbres domésticas
deciden de las públicas. Y como está reconocido también que quien desarrolla
el cixerpo y la moral de la Humanidad es la mujer, su importancia es decisiva.
La mujer debe tener una educación acertadísima, que ponga á su sexo en aptitud
de utilizar disposiciones favorables á su ilustración, sobre todo las que
se relacionan con toda aquella parte de vida que es peculiar de la mujer. La
Medicina, por ejemplo; la Cirugía. Ésta, que parece á primera vista incompatible
con la delicada contextura do la mujer, no lo es en realidad, como se demuestra
prácticamente en los asilos, hospitales y asistencias particulares, donde
las operaciones son frecuentes, las curas diarias, los horrores muchos, y los
sufrimientos numerosos. Sin lá mujer, no se comprende la asistencia necesaria
que deba darse al enfermo.
Es cierto que ha de ser distinta la función que desempeñe un órgano sobre
los centros nerviosos, según sean los cordones conductores, no siendo iguales
en ambos sexos. Es cierto que las diferencias se señalan en la talla, peso y forma;
diferencias que están confirmadas anatómicamente, y que señalan distinciones
fisiológicas y psicológicas entre los dos sexos. Por consiguiente, realizar
igualdad de funciones, es pedir el imposible. La ley de la división del trabajo
tiene que ctimplirse. Por ella han de resultar incompatibilidades nada más
que relativas para que ha} T a armonía social en la vida. Y si es distinta la función
de cada órgano sobre los centros nerviosos, siendo necesarios el órgano y
los centros, ellos, al desempeñar sus funciones propias, cada uno impone las
suyas y demanda el cumplimiento de las ajenas, fisiológica y psicológicamente.
La Naturaleza impone sus preceptos.
Y cuando Diderot opina, con él sus partidarios, que el aparato útero-ovárico
manda despóticamente en la mujer, y hiere su fantasía con ilusiones do
toda especie, hasta recordar en el delirio histérico lo pasado, como intenta el
vaticinio; fantasía, ilusiones que en cierto modo explica Platón en su diálogo
El banquete ó el convite, puede deducirse que el mando despótico en la mujer
del aparato títero-ovárico, en este caso, es favorable al bien, en cuanto la fantasía,
con ilusiones, es propensión del alma que sonríe, y no que haga llorar.
Las facultades anímicas intervienen, y, al intervenir, es preciso apreciar cómo
engrana con el aparato mecánico lo que no es mecánico, y como tal aquél está
explicado, mientras que el alma es fuerza, substancia que influye y da actividad
á los aparatos orgánicos. Como substancia que con voluntad dispone y responde
de actos que ordena ejecutar. Cosa distinta órgano y substancia, no son
iguales. ¿Dónde está la inferioridad, dónde la superioridad? La primera está
sometida á leyes fatales; la segunda, al libre albedrío.

— 285 —
Responsabilidades transcendentales del hombre no las tiene contraídas la
mujer ante la historia de la Humanidad.
Cierto es que el establecimiento de la aptitud genésica ocasiona en la mujer
profundos cambios, á los que se da tanta importancia en la propagación de
la especie; tanta por no observarse en el hombre. Importancia que se da al olvido
al negarse, por lo menos rebajarse, que en el curso de la vida sea la de la
mujer muy compleja; de donde se derivan sorpresas por actos que ejecuta ella
de transcendencia en la vida social. Actos que, como pueden ser dignos de la
apoteosis, lo pueden ser del mayor ludibrio. Recordemos á Herodiades cuando
quiso, como lo consiguió, serle presentada la cabeza del Bautista, mandado
degollar. En contraposición de la Magdalena, llorosa al pie de la Cruz, de cuya
escena tenemos una pintura muy bien ejecutada por el Greco, y otras de distintos
autores.
Sorpresas tiene la Humanidad aun para el mismo sexo femenino. Tan maravillosas
sorpresas, que parecen profanadas al buscar su origen en un órgano,
siquiera sea transitoria su transcendencia. Es verdad. ¿Pero cómo al órgano considerarlo
generador de ideas, cuando éstas está probado que son generadas por
conocimientos, de los que por abstracción se adquieren las ideas? Tal proceso,
derivado de la aptitud genésica, lo rechaza la razón, y se va á hacerlo donde
sólo pueden formarse juicios con lógica desarrollados. Apoyan el aserto, se
dice, la Anatomía y la Fisiología, pero estudiándolas para hallar en el medio
diferencias que existen entre los dos sexos, mas no para afirmar, como se hace:
la Naturaleza faltaría á las leyes de su ordenada y lógica dependencia, si tales
diferencias no siguiesen presentándose en el orden moral é intelectual. Diferencias
reconocidas pero no admitidas en estos dos órdenes, fundándose los filósofos,
para rechazarlas, en que el amor no es fuerza almacenada y estática,
sino lina energía dinámica y viva. Energía de libertad, al uso de la voluntad,
con opción al bien, como premio á la práctica de las virtudes.
No p\ieden ponerse en duda las opiniones que dieron Yesalio, Shakespeare,
Hegel y G-oethe sobre superioridad en el desarrollo del lóbulo frontal. Ni tampoco
el número y complicación de las relaciones entre las partes anteriores y
superiores del cráneo á medida que aumentan las ideas. Mas con esto no se contradice,
no puede desconocerse la historia de los actos de abstracción origen
de las ideas, cuyo origen está en el hecho total del conocimiento primitivo.
Análisis psicológico de la inteligencia humana, análisis de la indagación psicofísica,
ayudada por experiencias fisiológicas. El arrobamiento y deliquio del
místico equivalen á la espiritualización do determinadas impresiones materiales.
Como cuando surge el amor, este sentimiento acude á evitar sus yerros:
el pudor. Este, que vive con lo inefable, y para llegar á él, se ha considerado
necesaria la afinidad electiva, recordando la frase de Goethe en la interpretación
del amor: fuente de vida.
Cuando ésta es interrumpida por la muerte, desaparece dolorosamente el
amor; se modifica en el ser superviviente.
Los órganos secundan al amor en todas sus fases.

— 286 —
Sin que esto implique confusión, amalgama heterogénea, puede admitirse
homogénea al discurrir sobre el íntimo enlace del sistema nervioso, cerebroespinal,
con el del gran simpático. Lo que ilumina la evidencia y se depura
con la verdad, obliga á rendirse por imposición de la realidad. Por ésta misma
so ve cómo la influencia normal anímica, las determinaciones de la voluntad,
la atención perseverante y el entusiasmo grandioso, todo ello está mandado
por la vida de la substancia, que es simpatía, como puede ser lo contrario. Simpatía
que no excluye—¿para qué la exclusión?—el reconocimiento del ejercicio
de las facultades afectivas encomendadas al cerebro, que conmueva, á su
vez, las que rige el sistema nervioso ganglionar. Cada función tiene su radio
de acción propio. El juicio, función pttr la que percibimos y afirmamos una
relación entre dos términos; el reconocimiento, que es el resultado de la función
de juzgar, ambos no se avienen, ni poco ni mucho, con el desempeño que
tiene el cerebro, como órgano con materiales de extensión, de peso, de medida,
de química.
Puede admitirse que las emociones son hijas del sentimiento, y madres de
las pasiones. Mas no puedo admitirse sin reservas que, formando el contingente
de las facultades afectivas, puedan éstas hasta llegar á incapacitar en absoluto
la.normalidad del entendimiento. Una enfermedad altera el curso do la
vida. Y, sin embargo, el hombre no puede decirse de él que por un accidente
pierda lo que es esencial de su existencia. Con Sócrates y Platón, ha dicho González
Serrano: «El amor sublimado y depurado de toda la escoria de la pasión
es el amor á lo bello y lo bueno, identificados con la verdad.» Ésta, ¿qué es para
el filósofo sino amor al estudio? ¿La verdad no es la que se busca en la ciencia
por amor á la sabiduría? Hombre y mujer, como sean bien nacidos, ¿qué anhelan,
al hacer causa común de su vida, sino lo bueno, lo bello, la verdad, que encarna
en el Supremo Hacedor, del que somos una derivación?
¿No parece más natural que á la mujer se la eduque con toda perfección, y
se la instruya sin límites cohibitivos, mejor que imponérselos? Tanto más que,
como Spencer reconoce, la posibilidad de que una buena dirección sea bastante,
si no para extirpar de raíz las imperfecciones de la Naturaleza, al monos
atenuarlas de un modo notable. La atenuación es función de la voluntad. ¿Cómo
apreciar lo que ésta avalora? Deséchense prejuicios.
Aun con la misma opinión de Proudhon puede quitarse la razón, es decir,
verse que no la tiene el amor á la belleza, al ideal que quiera apoyarse en el
organismo, con él y por él desarrollarse, á manera de señor de vidas y haciendas,
privando al alma del devocionario donde encuentre la oración que pide
ol fuero interno del ser. Así, Proudhon empieza diciendo: «El amor es movimiento
de los sentidos y del alma»; y añade: «Es un drama en dos actos: ascensión
y deseo, satisfacción y decrecimiento.» Interpretado: Todo lo que empieza
acaba. «Sólo Dios es grande», ha enseñado á repetir Mahoma.
Sólo es imperecedero hasta la consumación de los siglos el Cristianismo.
Mategazza ensalza los preceptos morales que dignifican el amor, y á su más
bella personificación, la mujer, como es la más sublime personificación del

- 287 —
hombre estar en posesión de la sabiduría, que es poseer la verdad como visión
divina. Sabiduría y visión, ¿por qué estar negadas á la mujer?
Médico respetable por sus conocimientos científicos ha- dicho: «Para que
la mujer pueda cumplir los altos deberes do esposa y madre, nada mejor para
cumplir tan altos fines que una completa educación religiosa.» ¿Qué es la religión?
Para saberlo, basta enterarse de lo que ha dejado escrito Santa Teresa.
Además, la lección puede recibirse diariamente. Es teórica y práctica. Puede
ser de fuero interno, dirigiéndose místicamente al Altísimo; puedo ser manifestación
externa, por acciones ejemplares de palabras escritas, tangibles.
Pueden hacerse las acciones en el hogar- doméstico ó en la plaza pública, en
la cátedra ó en el taller, en la clínica ó en el Parlamento, en el arte ó en la
ciencia.
¿Es que no puede haber comunicación científica con la mujer? Entonces,
¿cómo aplicarla acertadamente en la familia? ¿Acaso no está resuelto el problema
probatorio de que el hombre mejora socialmente á medida que la mujer
mejora? Para muclíos, esto es indudable, axiomático. Enhorabuena sea que es
deber del hombre, y no de la mujer, ganar el pan de cada día. Mas por eso deber
no puede negarse un derecho igual á la mujer.Vulgarizada está la opinión
de que, en general, las viudas se desenvuelven mejor en atenciones para con
sus hijos, que los viudos. Este fenómeno sociológico puede atribuirse á que la
realidad y vida del amor subsisten por cima de toda disquisición científica y
aparte de todo dato estadístico. No es. el amor todo sensualismo, ni mucho menos.
Los sentidos sólo pueden imponer deseos; las potencias imponen deberes.
Aun por encima de unos y de otros supera en grandeza vital la voluntad, á
que impulsa la simpatía. Algo que se siente más que se explica. La mirada en
alas de la fantasía, con espontaneidad dirigida, puede dar idea aproximada.
Y si la subyugación tiene su nombre, es por existir con vida real entre sujeto
y objeto.
Protesta ha de levantar el aforismo. La educación que á la mujer corresponde
dar, corresponde deducirla casi del exclusivo examen de su esqueleto.
¡El esqueleto! ¿Dónde reside la voluntad en él como parte integrante? La
voluntad siendo facultad para querer. Esta determinación á un acto de conciencia
con poder director libre, manifestación activa según las luces de la
razón, por voliciones, fenómenos psicológicos que suponen poder de la voluntad
sobre instrumentos de ejecución, sobre órganos á los que se obliga ponerse
en acción, órganos á los que no pueden negarse resistencias, vencidas unas veces,
invencibles otras. Gomo no siempre la Naturaleza, considerada en el globo
terráqueo, consiente ni á hombre ni á mujer que pueda cuanto quiera, artística
y científicamente. También hay demostraciones de imposibilidad. Cognitio
circa rem, non est cognitio rei. Hay voliciones eficaces; las hay ineficaces. La
resignación es una virtud que poseyó Mariana Pineda;' no tenerla es el vicio
de la soberbia, con que se distinguió Napoleón I. Ésta condena; aquélla glorifica.
Dos fases tiene la inmortalidad: una es digna de alabanzas; la otra, de
anatemas.

II
El género humano, tanto la mujer como el hombre, se influyen recíprocamente,
de manera especial por su distinto temperamento. Distínguense bien el
slavo y el árabe, y la dama de los salones y la recluida del claustro.
En la economía vital señálase el predominio de un sistema sobre los demás.
Y es maravilloso que con temperamentos distintos, sin embargo, los dos sexos
puedan aunar sus voluntades, estableciendo concordia de sentimientos, dándose
una preferencia determinada psico-física. ¡Armonía bienaventurada, siendo
reina de la situación el alma! El alma, de la que ha dicho Calderón, en versos
inmortales: «No es hombre ni mujer el alma.» Un temperamento dominador
sojuzga los demás hasta el punto de dar carácter á la vida: puede ser .bilioso,
nervioso, sanguíneo, linfático, etc., etc. La higiene influye, como tienen
influencia legítima las ocupaciones habituales, la mentalidad y la moralidad,
las pasiones y la templanza. Así vemos en una misma familia tomar rumbos
distintos sus individuos, y en cada período de la vida aparecer diversas tendencias.
Mas la cuestión se complica desde el momento que toman parte en la actividad
humana la sensibilidad, la contracción, los temperamentos y los nervios,
cada una de esas manifestaciones con derechos legítimos en sus funciones propias.
Sólo el sistema nervioso, por las diferentes partes de que se compone,
cada una de ellas con sus ramificaciones y centros nerviosos, el cerebro, la medula
espinal, los ganglios, la distribución de cordones que se adelgazan hasta
perderse y confundirse entre las tramas de los órganos. Así se ve que lo que
constituye el sistema nervioso, influye poderosamente sobre la criatura humana
que está entregada á trabajos mentales: lo mismo de ciencias que de artes, lo
mismo matemáticos que escultóricos. La abstracción se realiza, y los nervios
se desatan, según frase corriente.
Sentir y obrar. Recibir impresiones y actuar, es inevitable. Ocurre que es
tal el predominio del sentir, que no da tiempo á pararse para elegir entre una
ú otra actividad de la obra humana.
Los temperamentos nerviosos y los sanguíneos, á manera de injerto que
se hace con las plantas, forman frecuentemente tipos notables, tanto por su
distinción, como por su diversidad. Que si la sangre puede ser moderadora de
los nervios por su misma potencialidad, es dado que resulte con una resistencia
de la parte nerviosa que pudiéramos llamar de lucha á brazo partido; por consiguiente,
la ausencia de la moderación es inevitable. La actividad tiene que
sufrir quebrantos, y á día esplendoroso, puede suceder otro obscuro. A veces,
]a acción resplandeciente de grandeza es precursora de la más tremenda caída
en los abismos del deshonor. Tal vez pudieran citarse á millares ejemplos de
la Revolución francesa. Esta, llevando al patíbulo á tribunos girondinos y á
tribunos terroristas, á mártires de la política como Maria Antonieta. Aquel
terror de días sin fin, ausente la razón, marchito el sentimiento, pudo decidir

— 289 -
que se cayese en la tentación del mal; el temperamento nervioso combinado
con el temperamento sanguíneo de mala manera.
Pueden exteriorizarse, y de hecho sucede así, por la movilidad que tiene el
semblante, los impulsos del corazón. Ora sea la viveza de la mirada, ora soa
la susceptibilidad en las determinaciones, ora sea la expresión de la palabra,
ora sean actos de los que no pueda retrocederse ni aun por el arrepentimiento.
La pulsación como las palpitaciones, á impulsos sanguíneos como á sacudidas
nerviosas, ¿quién puede calcular su alcance? César Borgia no siempre llegaría
á ver el horizonte más lejano de alguno de sus pensamientos. Aunque no sea
más que por el modo de sucederse impresiones, unas voluntarias, otras involuntarias.
¡La susceptibilidad! Que por ella se reemplazan rápidamente estas impresiones
con tal rapidez, que quedan fácilmente borradas las primeras de la serie,
hasta el punto de no quedarse huella alguna. Como acontece también que el
temperamento nervioso sea su sustentáculo el sanguíneo, en buen estado de
salud. ¿Mas quién responde de que ésta no se pierda en un momento dado, aun
con prudencia de conducta? ¡La salud, que está expuesta á sorpresas las más
fortuitas!
El temperamento nervioso, heredado ó personal, que puede imponerse en
todas las edades, por correrse el riesgo en todas ollas de excitaciones imprevistas
ocasionadas casualmente; cuando se agrava aquél, es á costa de la actividad
normal de los diferentes órganos que constituyen el cuerpo humano.
Las visceras, no debe perderse de vista que destacan sobre toda impresionabilidad,
llegada ésta á un caso extremo. Al estómago repercuten consecuencias
que sólo en la vida ordinaria no es lo probable causarle daño.
Actualmente, hablándose y proponiéndose tantos planes de higiene, el
hombre y la mujer sienten la influencia de la mucha prensa, que produce estados
febriles, desequilibrios mentales, desórdenes gástricos incurables; el ánimo
se predispone á continuas emociones; el organismo se rinde al cansancio, á
fuerza de mucho ejercicio. Del exterior reciben los temperamentos, influidos
enérgicamente y sin reposo de fuerzas, impresiones por las que se pasa, 011
malas condiciones, de una vida distinta de familia á la vida de la plaza ptLblica.
Tal es el dictado científico.
La mujer, si se señala con gran viveza de expresión, impresionadísima,
corre veloz el temporal; á él sometida, sus costumbres tienen que ser forzosamente
agravadas por prejuicios apasionados.
Inevitablemente, el hombre, que tiene también nervios, si éstos se alteran
en un sexo, alterados han de ponerse en el otro. Puesto que es regla que la
alteración nerviosa, más que natural, es debida á simpatías desordenadas y
al ejercicio inmoderado. Tales ó cuales temperamentos, su presencia se impone,
por constituir una enfermedad que tiene sus crisis, preparadoras de una vejez
prematura.
Por eso es el aforismo: Mens sana in corpore sano. Tan sabio es el consejo,
que con frecuencia se ven grandes inteligencias sufrir padecimientos morales

— 290 —
y físicos á la vez intensos. Que si el entendimiento pueda considerarse fuerza
soberana, en el cuerpo radican todas las fuerzas orgánicas. No pueden descuidarse
éstas. Por infringirse la ley natural se enumeran muchas víctimas, y el
progreso padece grandes decepciones.
De remota antigüedad viene el consejo, que es desatendido á través de los
siglos, no obstante haberse demostrado que el hombre, para estar en estado
de juicio claro, de crítica serena, de viveza de imaginación, de oportunidad
en sus actos, su salud ha de sor buena. Pascal no titubeó en afirmar que al
alma ha de estar sometido el cuerpo; de lo que no pudo dar en el quid Espronceda.
El cuerpo ha de ser un esclavo que esté muy bien tratado, para que no
so desmande, y al mismo tiempo requiere sea atendido con exquisito cuidado.
El mismo Pascal, presumiendo de gran consejero higienista, no lo fue para
su propia persona. Sus iiltimos años fueron de grandes penalidades físicas.
Todo por olvidarso ó no ver el que no es el cuerpo una prisión para el alma.
No. Ella en él mora, necesariamente. Su morada compuesta de órganos, éstos
puestos al servicio de las manifestaciones del alma, sin los que por éstas no
podrían verso cumplidos actos que tienen su finalidad plástica. Lo mismo los
del César que los del vasallo, lo mismo en la niñez que en la vejez, io mismo
por Atila que por San Juan do la Cruz, lo mismo en efusiones de amor que en
arranques de odio.
Advirtióndose que cuanto más está excitado el sistema nervioso, por más
excitación está solicitado, quedando más propenso á excitaciones en curso progresivo.
Sin que esto quiera decir que las tristezas del alma pueda ser su curación
mejor la soledad. No. Ahora sí: la economía de fuerzas contribuye por la moderación
á vigorizarlas, á manera de reactivo tan prudente como eficaz. De
ello pudieran presentarse muchos ejemplos del extranjero y de España. Entre
otros, Larochefoucault y Chateaubriand, Floridablanca y Jovellanos. Estando
demostrada la conveniencia (por imperativo categórico) de sujetar los desórdenes
que son resultado de trabajos excesivos intelectuales, para evitar que
del espíritu partan trastornos pasajeros un día, de diversas funciones, llegando
á ser estados graves, y como principales, los del sistema nervioso sobre el
cerebro, por abusos mentales sucesivos.
Por esto es digna do atención, en general, la-terapéutica moral, aplicada á
manera de freno á las gentes de letras y de artes.
Pudieran llamarse inspiraciones de instinto médico las que destacan en la
vida con carácter ó manifestación persuasiva. Pues aunque en el fondo predomine
igual tendencia de susceptibilidad nerviosa, sus formas varían casi hasta
ol infinito. Por eso es de ley ocuparse discretamente en entretener de modo
agradable la sensibilidad; pensar en un porvenir, siquiera sólo sea verosímil,*
para que no decaiga la esperanza; estudiar la fuerza con que pueden influir los
sentimientos sobre los órganos de más vitalidad; debilitar con arte las pesadumbres
morales; precaverse contra el ímpetu de un corazón vehemente, con
frecuencia atormentado por la desgracia ó la injusticia. En fin, practicar una

— 291 —
saludable terapéutica moral. Así es dado evitar contingencias como se sufren
por la mujer, con amores contrariados, por vocaciones impuestas, por aislamientos
temibles, por desgracias de todas categorías. Evitar las contingencias
en el hombre que se esfuerza imítilmente queriendo salir adelante en sus empeños
laboriosos, ó que la envidia le sale al paso para desvirtuar méritos,
como ocurre frecuentemente con genios cuando quieren remontarse en raudo
vuelo, y tal vez no se les hace justicia sino después de su muerte.
Por eso ha dicho sabiamente Révéille: «Es muy cierto que cuando el hombre
ha podido penetrar, por serie de investigaciones, en lo más hondo del corazón
humano^ es un médico sabio en toda la extensión de la palabra.» Mas
¿quién podrá vanagloriarse, ni á quién podrá considerarse como dominando la
historia íntima de la Humanidad? ¿Quién podrá sorprender los secretos quo
atesora el alma, cuando por el amor, cuando por fantasía, cuando por vanidad,
toma la ficción por realidad, ó viceversa? ¿Quién será bastante astuto para
advertir los instintos velados de la codicia, de la concupiscencia y de cnanto
es peculiar de los instintos, en su mayoría aviesos, si no están justificados?
¿Quién pudo dejar legada la verdad como sol sin manchas?
¡Por desgracia, en general, las reputaciones de mayor notoriedad no puede
asegurarse en absoluto que estén fundadas sobre base sólida! Y si en Medicina
son frecuentes los desengaños, también lo son en todo.
Bastante delicado de salud Moliere, más de un médico le aconsejó, si no
para su curación completa, para que mejorase de dolencias, que hiciese mucho
uso de la leche para su alimentación; que se abstuviese algtín tiempo de ocuparse
en hacer comedias; que se considerase en el deber de respetar á su
esposa. Inspirábanse los consejos médicos en la experiencia de que, cuando el
cuerpo sufre, el alma se exalta más de lo que aconseja la prudencia. La influencia
es recíproca, es contraria, es perjudicial. Y si el alma siente, según puedo
ser secundada por los órganos físicos, así ha de haber también acción influyente
de aquélla sobre éstos. Como sobre ellos influye aquélla, según esté el
ánimo volitivo, regulador de iniciativas. Por esto pueden explicarse muchos
casos sociológicos, que son llamados estrambóticos, de hombres eminentes; y
lo mismo pasa coa las mujeres de mérito singular. ¡Cuántos juicios no se han
emitido sobre Santa Teresa! Algunos temerarios.
Seguramente que el pro y el contra de la vida moderna, desde el punto do
vista médico-social, es toma de siempre, de mayor preocupación á medida que
se civilizan más los pueblos. Letamendi, un sabio sin encontrar justicia (ni
aun la catalana, en cuanto cabe pensar de ella), Letamendi ha dejado dicho,
entre otras verdades. «Muchas son las víctimas, varias las dolencias; mas la
causa es una: es la fiebre de la época.» Letamendi, médico acreditado, publicista
inteligentísimo, músico inspirado, puede servir de tipo al pro y al contra
social. Pasó con él no poco de lo que aconteció con Gabriel Rodríguez:
todo un carácter por voluntad del alma, por su físico sufrió en sus últimos
años tan penosamente como Pascal. ¿Cómo desconocer y no aterrarse de los
peligros á que expone el abuso de la mentalidad? Por éste sucumbió pre-

— 292 —
maturamente otra eminencia española. ¿Y para qué? Para ser víctimas de la
injusticia los Aparisi, Rodríguez y Letamendi.
La ciencia del reposo son indiscutibles sus ventajas. Como es indiscutible
que la mujer, desempeñando su misión de madre, sucumbe víctima do esa misma
misión, citándose muchos casos.
Cumplir su misión, cada cual la suya: éste fue el anhelo de Letamendi cuando
escribía:
«Aglomerados todos los bienes de las antiguas generaciones á la suma de
los obtenidos por las modernas, hoy todos somos-reputados digaos de bienestar.
Sólo que es necesario el imperio de la ley, por su espíritu moral y su fuerza
material. Se impone castigar la embriaguez, como es castigada en algunas
poblaciones, entre ellas en Río de la Plata y Nueva York. Se impone suprimir
el uso de la navaja, como se hace en Argel. Repugna al buen sentir que sea
causa atenuante do un delito la embriaguez, cuando sus efectos morales y físicos
son de tanta transcendencia.
«Vosotros, legisladores y jurisconsultos, los que tenéis en tanto vuestra reputación,
influid para la enmienda de la gente que por la bebida, en todas las
clases sociales, es causa de escenas deplorables.»
Claro está que la cuestión es más compleja de lo que á primera vista parece.
Se trata, en primer lugar, de conocer el mal en sus caracteres particular
y general. Se trata después de determinar sus causas. Es preciso penetrar en
el conocimiento de sus determinaciones ó formas internas. La estadística es
preciso conocerla como antecedente de una historia interesantísima, para venir
á parar á conclusiones que sean de pronóstico más explícito que implícito,
como garantía de un porvenir probable por un presente seguro. La ciencia ha
de ser la verdad mundial; mas la ciencia navega por proceloso mar. La brújula
sirve, pero siempre expuesta á sufrirlas contingencias de una fuerza mayor.
En lo humano, de ellas precave el seguro marítimo. Pero la fuerza mayor
puede ser tal que supere á la previsión humana. Entonces se presenta la muerto...,
por lo menos en muchos casos.
Sí; es ley orgánica de todo desarrollo, en el curso de la Historia, que el germen
aparezca presentándose materia homogénea. Sí; resulta, á su vez, en su
potencialidad heterogénea. Porque no puede desconocerse un origen primitivo
que por ser transitorio no abandona su carácter permanente. Y la sucesiva presentación
en serie de exaltaciones evolutivas es una de tantas leyes que rige
la Naturaleza, habiendo sido llamada ley de la Hyperdinamia. Como no puede
prescindirse en absoluto de la analogía entre el predominio vascular de un embrión
de veinticinco días y ol predominio vascular de un joven de veinticinco
años. Así el hombre como la mujer, con diferencias orgánicas esencialísimas,
coinciden en afinidades de orden físico-químico. Agítase la tendencia al bienestar,
por ser tendencia nativa, por ser esencial, indispensable; por su parte
material, humana. Y es un hecho que convergen en la Historia, no obstante
que tienen distintos puntos do vista, el cuadro que representa á Cristóbal Colón,
navegando con rumbo á un mundo presentido por su mente, y el cuadro que

- 293 -
representa á D. Juan de Austria navegando en busca de la victoria de Lepanto.
Los dos son hombres. ¡Pero qué vidas tan distintas!
Seguro que algunas mujeres de tan diferentes siglos oraron por aquellos
dos hombres. Y el Altísimo oyó sus plegarias.
La plegaria, que tiene el doble carácter de sentimiento y razón de movimiento,
es causa de gasto do vida. La fisiología interviene activamente. Sólo
que la inspiración es psicológica, y ha podido decirse, con atrevimiento de rigorismo
científico, que dos operaciones, producción y consumo, con ser tan
opuestas, sirven felizmente para facilitar la compenetración de vida y reconocimiento
de analogía á su finalidad. Que al fin es un hecho que la sensación se
exterioriza por movimiento, como éste, por movimientos de la mirada, refleja
sensaciones que el espíritu agita por el magnetismo con que se impresiona,
iniindando de tristeza ó perspectivas de alegría.
Y no hay en esto confusión, qtie lo que hay es sabiduría originalísima.
La sabiduría, que es dificilísimo descubrir toda su grandeza.
Esto no obsta para que haya sido asegurado, con la evidencia por espejo,
que los caracteres personales no son forzosamente hereditarios. ¿Por qué? Pasa
con esto algo de lo que ha dicho Calderón con inspiración sublime, como suya:
«Pocas veces el hado que dice desdichas miente.» Y es afirmación (la de la herencia)
de Weismann, fundándose en prolija y sesuda observación, que tendrá
lugar cuando los caracteres existan ya en las células del organismo durante el
período embrionario. Siendo la herencia, -por el hecho de transmisión entre
parientes, en la función generativa, por ella resultando semejanza con los antepasados.
¿Y el medio ambiente social?
De todos modos, cualquiera que sea la forma particular de un organismo,
existen dos condiciones, cuya acción recíproca es determinante de una evolución
ulterior: acción conservadora; otra acción evolutiva, que intenta modificar
la forma primitiva.
A propósito de la evolución, afirma Darwin, estudiando la teoría de la selección:
«La adaptación de los organismos á las condiciones extornas no so
borra por modificación inmediata del individuo, tomado aisladamente. La selección
es natural, y tiene lugar en el tiempo y en el espacio en serie de individuos.»
Resulta con esto como sucede por la selección artificial. ¿Cabo hacer
diferencia de sexo á sexo? ¿Qué sería de los buenos propósitos de uno de ellos,
sin tenerlos iguales el otro? Así, mejorar las razas es obra de años, si se persevera
en la obra. Este gran problema ó capitalísima empresa, quo corresponde
su ejecución á la Humanidad, lleva consigo la distinción entre el bien y el mal,
entre lo bello y lo feo, entre el amor y el odio, entre sor do Dios y no serlo,
entre vivir en paz ó vivir en guerra, entre la sinceridad y la hipocresía, entre
la gratitud y el remordimiento.
Avasalla la ciencia. Mas ¡ay del sabio que la considera obra personal suya,
cuando no es, en realidad, más que obra delegada por los siglos!
Así, por ejemplo, las relaciones entre los organismos y el mundo exterior,
si siguen siendo siempre las mismas, no habrá modificación de formas externas

— 294 —
orgánicas en la serie filogenética.- Podrá haberla por ley de la materia viviente,
que posee la facultad de reproducirse en las descendencias sucesivas. Hay
la concurrencia de dos factores, aun cuando se agitan en sentido opuesto, á
saber: la herencia y la adaptación, cuyos resultados tienen su expresión señalada
por variaciones morfológicas de la serie filogenética. De igual modo que
la reproducción no puede separarse del crecimiento ó desarrollo, porque en su
sentido general no es más que uno de tantos casos activos, éste de aquélla.
Señal de vida bajo aspectos diferentes, por igual en toda la Naturaleza, de
categoría superior en la Humanidad.
Señal de vida es la célula presentándose de manera más ó menos persistente,
en cierto período de su existencia, bajo fenómenos de crecimiento. La masa
de materia aparece con vida de desarrollo. El acto de la fecundación está íntimamente
ligado al profundo misterio que rodea el sentimiento más sagrado
de la Humanidad, según Werworn. Llégase á afirmar, á título de naturalista
sincero, que uno de los factores, y el más preponderante, que rigen la vida orgánica,
es el amor bajo su forma material. Está bien la teoría, concretada ó reducida
á sus justos límites. Éstos los traza el instinto; á éste lo lleva como por
la mano el alma; así debe ser, como potencialidad la más superior en el orden
de la creación. Sin desconocerse, por el concurso de muchas leyes, que la expresión
amorosa puede y debe quedar sellada por el acto fecundante, que une
para todo en la vida hombre y mujer.
Due carne in carne una.
III
Moisés en el monte Sinaí recibiendo la ley de Dios, resulta el legislador
supremo sobre todos los otros legisladores. Resultan éstos, en cierto modo, algunos;
pero en totalidad otros muy detractores de la ley que fue promulgada
en ei Sinaí. La Humanidad se apartó del bien, prefiriéndose el mal. Personalmente
se dirige á la Humanidad Dios, y promulga las Bienaventuranzas, confirmatorias
de la ley que recibió Moisés. Los hombres han querido luego ser
legisladores. Se ha puesto en estudio el derecho natural y el derecho positivo.
¡Cuántas aberraciones se han cometido! La Filosofía inaugura una época con
Tomás de Aquino. Muchos han sido los filósofos, y muchos son hoy leídos. Kant
es para no pocos un maestro. Sus ideas son muy interpretadas, más que generalizadas.
De ellas está bastante alimentada la soberbia. La mujer en esto se
distingue del hombre. Su afectividad con modestia enseña á adorar al hijo. La
mujer demuestra que tiene capacidad para pensar y aptitud para sentir.
Ni se convence de Filosofía como la entiende el hombre, ni la rechaza.
La adaptación de los preceptos divinos á los estudios filosóficos. Su relación
indispensable, porque no pueda haber efecto sin causa ni aislamiento de ideas.
La verdad que se solicita y el error que la desvía. Salen al paso pequeneces,
á las que abulta y agiganta la imaginación.
La imaginación, á la que se considera apta para desempeñar dos funciones:

— 295 —
una, la facultad de reproducir en lo interior ]as sensaciones recibidas: otra
facultad es la de combinar éstas, aparentándose ó realizándose nuevas creaciones,
en las que tanta parte puede tener la fantasía. De todos modos, resulta
una realidad evidente: la memoria imaginativa con fuerza vigorosa para hacer
el uso necesario de las sensaciones; la memoria creadora, que da vida, y de la .
nada inmaterial, aunque dispuesta á la efectividad, utiliza preparación anterior
y se hace la combinación posterior. Mundo nuevo, hecho con material que
está preparado de antemano, en estado embrionario.
Los dos sexos concurren á la labor imaginativa, cada uno desde su respectivo
punto de vista.
La imaginación crea imágenes que son más ó monos posiblos en la realidad,
en otro orden más superior que los que tiene el espejismo reproduciendo
la figura humana. Ello es que, desde el punto matemático, la ciencia, en abstracto
y concreta, hasta la generalización más ó menos fantástica que hace el
poeta Zorrilla, por ejemplo; ello es lo cierto que puede verse la inmensidad con
variadísimos matices, deslumbradores en bellezas ó aterradores por sus negruras.
La realidad suministra algo de su inmenso arsenal. Tan inmenso, que casi
se pierde en la penumbra de lo infinito. Mas la realidad, como lo supuesto,
puede sojuzgar el juicio.
Desde el amor materno, con sacrificios inagotables, hasta el amor científico,
con anhelos insaciables, la vida ascética y la vida terrena tienen codicias
que puede despertar la imaginación. Ella sirve para apasionar más que para
normalizar la existencia. Y se desprende de la Historia que los dos sexos rivalizan
en adquirir percepciones ó en producir creaciones. Uno de los aspectos
imaginativos es la codicia sin límites por nrúltiples motivos, cuando en ellos
impera el maquiavelismo.
En la codicia, como dificultad insuperable, tropiezan los sociólogos; y como
la Sociología, su progreso ha quedado detrás del que se ha conseguido en las
ciencias exactas y naturales. Esto explica, por ejemplo, la falibilidad médica
por la íntima relación que puede haber entre lo moral y lo físico.
La división del trabajo en armónico concurso. Cada ciencia con vida propia
en su esfera natural de acción, á la manera que en el sistema planetario gira
cada astro en su órbita, señalada por mano maravillosa. La investigación tiene
cada una su campo de estudio. Salirse de él, es meterse en un laberinto científico.
La ciencia es una en su gran conjunto de verdades, pero cada ramo del
saber es indispensable dejarle que campee con su existencia legítima. No; no
puede ser igual método el que sirva para buscar la verdad física, que el que
se.siga para hallar la económica. La mujer, como el hombro, tienen el instinto
de conservación; pero tienen también ambos la fortaleza del heroísmo, á que
los eleva el amor de la Patria.
Se ha dicho con razón, hablando de la propaganda moderna, que la finalidad
de ésta es esencialmente utilitaria, si bien esta tendencia no excluye los
vuelos de la imaginación. Realmente, han podido bastante contra ellos Stuart
Mili, Bentham, Spencer, sólo en cierto sentido, pues no hay que juzgarlos ca-

— 296 —
reciendo de sentimientos. Que, al fin, el amor á la ciencia tiene encantos generosos,
como los tienen los demás amores. ¡Ah! ¡Si de Inglaterra se hubiesen
tomado lecciones en otros países! Que es el utilitarismo depurado sentido práctico.
No es machacar la imaginación, que es vivir en la realidad, atendiendo
á las modificaciones diarias de tiempo y de lugar. Así como no estamos conformes
con el dicho que se atribuye á Hobbes: «El hombre es el lobo del hombre.»
Sólo que, por lo mismo que con la civilización se complica la vida, la ley ha
do tener más imperio, en el sentido que es entendida por Clemenceau. Mas sepa
Clemenceau que la ley, cuanto sea más humana, se ha de apartar más del espíritu
y letra de la ley eterna. En lo que pudiera ser (creemos que lo sea) no
haya meditado bastante el estadista francés, ni tampoco sus adversarios, incapacitándose
todos para no querer la justicia por igual y rectamente distributiva.
Importa vivir á la moderna y agradecidos á nuestros antepasados, no obstante
sus defectos, cometidas por error las faltas las más de las veces, á través
de evoluciones ó adaptaciones religiosas, científicas y económicas, que es preciso
estén representadas bajo formas ó fórmulas. Medios jurídicos y políticos,
en ocasiones inspirados desgraciadamente. Porque de lo interno se pasa á lo
externo, de lo individual á lo colectivo. En procesos que la impresionabilidad
es algo como la atmósfera que nos rodea, puede ser superior á nuestras propias
fuerzas por sorpresa ó sin ella. Ello es que la vida de las naciones tiene
sus leyes, como toda vida. Y la Patria, infestada de egoísmos, puede hacer las
primeras víctimas á los patrocinadores de éstos. Por eso hoy hace tantas víctimas
la idea de capital, mal entendido.
La mujer es, por error transcendental, tan sacrificada como el hombre, ambos
compartiendo la vida nacional. Si ella puede concebir en malas condiciones,
el mismo riesgo corre él al engendramiento. Los dos sexos conviven espiritual
y físicamente: más, á medida que se perfecciona la civilización. Si el
marroquí obliga á trabajo penoso á su compañera, el yanqui tiene leyes para
su defensa de todo ultraje. «Compañera te doj^, no esclava», dice la inmortal
epístola de San Pablo. Tarde sostiene que toda concurrencia tiende á un monopolio;
la división de los partidos, al triunfo de uno de ellos; la diversidad de
Estados, á la dominación de uno solo. Esto hace pensar fatalmente en que lo
fundamental del derecho positivo es opuesto al derecho natural. Algo así puede
deducirse de las especulaciones de Ortí y Lara. Ahora, como en siglos anteriores,
es la civilización avasalladora, como lo fue en los antiguos imperios de
Egipto y del Perú, de Arabia y de China. Grreef, sobre esto, da razones sólidas
para apoyar su opinión. Sólo el modo es variable, y la tenacidad invencible.
Acertadamente contrarresta al escepticismo la simpatía, que es una ley tan
fuerte como puede serio cualquier otra.
Tiene más de ideal que de real la armonía de los poderes en una sociedad
civilizada. Si hay más predominios pacíficos, ¿á quién son debidos principalmente?
La mujer de la tribu, ¿en qué se diferencia de la mujer cristiana? ¿Qué
diferencias esenciales distinguen á las mujeres de los hombres en las funciones
cerebrales, de la circulación, de la respiración, de la digestión, solicitadas para

— 297 —
fines morales? De los dos sexos está apoderado el sistema nervioso. Conciencia
y voluntad tienen; visualidad, oído, olfato, tacto, tienen también. TJna civilización
espléndida convida á gozarla por corrientes simpáticas ó antipáticas.
Aquéllas, infundiendo amor; éstas, infundiendo odio. Atracción ó repulsión
de los cuerpos ó de las almas, resuelven el problema de la vida. Afortunadamente,
á las corrientes egoístas se oponen las defensas de la caridad.
Y es lo cierto, indestructible, que sólo de las buenas acciones emana la dicha
plenísima.
Cuando se lia querido en Francia extirpar el mal, faltó la buena intención,
y además no hubo sentido práctico, siendo víctimas de su destino Juana do
Arco y María Antonieta, que aparecen en la Historia mártires de sus buenas
acciones. Blanca de Navarra-, María do Molina, las heroínas españolas en general,
resplandecen brillantemente por sus vidas bienhechoras. En éstas se inspiró
el P. Flórez para legarnos sus trabajos literarios. Si Brunetiére atribuye
la miseria moral presente á la ag'ravación de las diferencias de clases, es debido
en gran parte á la falta de predominio de la mujer desde el hogar doméstico,
que no puede contrarrestar las penalidades del trabajo por carocorse do
higiene (moral y física) en las proporciones necesarias, y por preferirse el desahogo
de la taberna al desahogo de la templanza.
El sistema legal do caridad no puede sustituir eficazmente á la caridad familiar.
La fisiología tiene un lugar en la vida, y una influencia importante en
la civilización. Un poder corresponde á la política, otro á la religión, otro á
la industria. Las grandes industrias, sus dueños, no so preocupan principalmente
más que do aumentar su capital. Esto será natural; mas queda la vida
incompleta, y colocado en orden secundario lo que correspondo ocupe puesto
de honor: el cuadro adolece de una acertada composición. Ningún gran pintor
ha dejado de imitar á la Naturaleza. En su mente inspirada traza magistralmente
los rasgos de la Humanidad, que los representan, los dos sexos. Cualquier,
escuela, lo mismo alemana que italiana, en todas predomina un pensamiento:
la asociación de las potencias del alma y do los sentidos del cuerpo en el arte
pictórico, á pesar de extravíos más ó menos justificados.
Aun cuando todo está sujeto á leyes, éstas pueden acatarse ó quebrantarse.
En el caso de la invención y de la imitación, siendo el primero espontáneo,
y el segundo continuación de un punto de partida, la espontaneidad revola un
germen indígena, que es insustituible en cuanto la copia está siempre avasallada
por el original. Puédese, sí, ¿cómo dudarlo?, con la imitación, generalizarse
el saber, por éste trazarse á manera de círculos concéntricos sociales; por
tanto, el más exterior será el más amplio. Por esto sucede que las grandes industrias
tienen en toda su extensa manifestación inmensas ramificaciones. Tantas,
que pueden representar al simbólico gigante y perder en calidad el aumento
de cantidad. Se sabe que los millones no suelen ser los mejores consejeros:
siendo su tendencia acaparar la vida por entero, con dificultad ha de vivir la
moral, al menos en su pureza nativa. Que si es verdad al obrero gusta la ta-
2

— 298 —
berna, al aristócrata gusta el sport. ¡Y son tan diversas las maneras de practicarlo!...
Como que puede haber desvirtuación.
Esto es peligro de todas las profesiones y de todos los recreos cuando no se
practica la máxima de cultivar la ciencia por la verdad misma, al menos rigurosamente
en lo humano.
Muchos ejemplos pudieran citarse de exageraciones á impulsos del egoísmo,
en nuestra Patria y fuera de ella. Ha dejado dicho Núñez de Arce: «La poesía
lírica, seducida por el brillo del renacimiento provenzal, cuya influencia siente
desde 1868, no ha acertado á seguir los impulsos generosos de aquella alegre
y expansiva región del Mediodía de Francia, que si tiene legítimo orgullo en
ser la patria de Mistral, no le tiene menor en haber dado vida á famosísimos
escritores nacionales.» ¿Qué diría el año 1907 Núñez de Arco ante el espectáculo
que da la Solidaridad catalana? Aquí sucede que la Literatura ha influído
para destruir en parte el trabajo, que es creación bajo los auspicios de la
Economía. Por los intereses materiales sobre que influye ésta, se llegó hasta
la catástrofe de la Gran Antilla. ¡Tanto ha podido la ceguera literaria!
Las lenguas y la literatura, como pueden extender la paz por los pueblos,
aquella paz que cantó Petrarca, pueden, á su vez, lengua y literatura, encender
la guerra, que es el caso que anunció Núñez de Arce. Porque cabe confundir
antipatrióticamente el regionalismo, con su bandera particularista, con el
regionalismo, bajo la égida de la bandera nacional.
En cierto modo, fue un profeta Núñez de Arce el año 1886.
El año 1890, Cánovas del Castillo, con su poderosa inteligencia, veía los
peligros; con su vasta cultura, avasallaba gran parte de la opinión; con su carácter
altivo, reducía á sumisión á magnates muy capitalistas. Cánovas del Castillo
no titubeó en dar su opinión sobre la cuestión magna obrera y sobre la.
cuestión transcendental religiosa. Ambas cuestiones, intervenidas por la mujer,
que unas veces por la rudeza de la vida del taller, otras por la suavidad del
trato do los salones, so infiltra su espíritu en el del hombre, ayudando en influencia
las gracias físicas.
El bello sexo no desiste nunca de ejercer dominación social. Ahí está la
Historia, que da convencimiento.
Tan es así, que acertaba Cánovas del Castillo al decir: «La cuestión social
en su conjunto, y en especial la obrera, tienen de nuevas nada, pues como nadie
ignora, sin ir todavía más lejos, llenan ya copiosas páginas en la historia
de nuestro siglo.» En ésto está agravado el problema por haberse aflojado el
principio de autoridad; su flojedad dimana inmediatamente de la incredulidad
religiosa. Por ser Dios la verdadera omnipotente autoridad, como Autor de
todo lo creado, el infinito es dominio suyo. El autoritarismo del Estado ha podido
llegar á traspasar sus límites naturales, dándose el caso de la democrática
Suiza, donde regía ya el año 1877 la ley concerniente á las fábricas, señalándose
como máximo de horas de trabajo once. Seguramente que el año 1848
se inauguró una nueva ora para los intereses materiales. El conde de Cavour,
el año 1851, escribe sobre los deberes del capitalista con el obrero: consecuen-

— 299 — -
cia de aquella tendencia que estalló en Francia. Tendencia á la que se ve asociada
la mujer, y tendencia á la que va unida la disminución de nacimientos
franceses. Así, la Revolución, llevada por la clase obrera, inspirada por la literaria,
es víctima del escepticismo, que conduce más ó menos directamente
á la inmoralidad.
El altruismo puede menos de lo que anhelan sus partidarios.
Así está reconocido por el ministro inglés Goschen, cuando sostuvo la tesis
de que la confianza del individuo en sí mismo y el respeto á la libertad natural,
son necesarias condiciones «de la fuerza de los Estados, do la prosperidad
de las naciones, de la grandeza de los pueblos». Esto no se niega, poro
tampoco se acepta ni aun como teoría; y se relega á la categoría de utopía por
quienes tienen intereses croados, ó quieren crearlos al amparo del privilegio ó
del monopolio que obtengan del Estado. Sentado el procedente, se llega hasta
las últimas consecuencias por imposiciones de intereses particulares del Estado.
El Estado, de quien tiene dicho Cánovas del Castillo: «Mientras más confianza
tengan en sí los individuos, y monos necesiten y apetezcan la tutelar
acción del"Estado, será incontestablemente mejor.» Así opinaba el inolvidable
estadista, mártir de la política social española y extranjera...
Moreno Nieto, genuina representación del Ateneo de Madrid, cuya Casa
era la habitual vivienda, durante muchas horas, del sin par extremeño, sostuvo
bien el pabellón ateneísta. Fue su verbo. ¿Cómo no, siendo Moreno Nieto un
carácter progresivo,"un genio ilustradísimo, un orador de facilísima y elocuente
palabra, de pensar entusiasta? ¡El entusiasmo murió con él! Tenía ideales...
Respondía como sabio á ellos; estuvo compenetrado do la historia del Ateneo,
que un día fue muy distinta de lo que pasó á ser el año 1894.
Se recordará siempre con elogio aquella animación reveladora de agitadas
pasiones que la ciencia motivaba por estudios concienzudos, principios arraigados,
conferencias aplaudidísimas de Emilio Castelar y de Joaquín María
López; los dos, por cierto, desarrollando sus programas sobre la Roma pagana
y cristiana. Era por los años 1852, 1856, 1866, preparatorios del año 1888.
Proclamada la libertad, fue mirada muy pronto con poco ó ningún respeto.
El Atenea ha introducido una transcendental reforma.'La de admitir en
su seno al bello sexo. No sólo como oyente; además, con puesto de socio y con
cargo de sección. Sólo falta en el año 1907 que la mujer aplauda cuando el
mérito resalte, á fin de que dé lecciones de entusiasmo á la juventud. Por si
son necesarias, á la masculina.
El Ateneo, como de iniciativa individual y apremios de los tiempos, pudo,
por deber, alzar la cátedra libre, no obstante la impedimenta que acompaña
á una libertad, sin rasero intelectual igualitario. Precisamente, esta condición,
que es para el uso de la libertad necesaria, saberlo hacer así, ó dejarse llevar
por personas dignas de ser directoras, señalará garantías de utilidad pública,
que es la verdaderamente nacional. Como acaba de decir un gran tribuno:
Solidaridad patriótica. Se consiguió entonces en el Ateneo lo que consiguió
también un aristócrata en su casa propia. La confluencia de las opiniones más

— 300 —
encontradas y científicas (ciencias morales y políticas). Lo que no consintió
jamás Fernando VII.
Por la fuerza de las cosas y signo de los tiempos, el Ateneo ha modificado
esencialmente sus relaciones con el exterior. Su biblioteca no teme á rival de
España, en revistas; lectura tiene para todos los ramos del saber, en una
vasta extensión.
Díganlo si no textos como la Fisiología, de Testut, de explicación comprensible
y científica. Testut habla de las funciones generales de la reproducción
en toda la escala zoológica. La reproducción, que se efectúa siempre por el
desprendimiento ó separación de un fragmento del protoplasma del cuerpo,
ser viviente; por partirse ó dividirse todo un cuerpo, ó por la simple transmisión
de yema, grano, célula especial ú ovario. El estudio de la Histología toma
una parte muy activa. Como en los fenómenos vitales, es el substratum\& materia
con vida ó protoplasma; y éste es, á su voz, la base de actividad del organismo,
masa protoplasmática. Siendo distintivo del ser superior que la masa
sea fragmentaria derivación, por segmentación, de una célula primitiva y
única del ovario, se dice que toda célula nace de otra.
Al mismo tiempo, ¡oh maravilla de la Naturaleza!, que se puede dar por
hecho real una vida fisiológica, existe otra vida que describe Ivanowitch,
presentando el retrato do Edith Karn. Esta mujer tiene cabeza sobresaliente,
mirada persuasiva, labios pasionales, cintura muy redondeada, configuración
perfecta hasta ella, manos que llaman al beso, su cuerpo todo elegante, brazos
y su terminación, de forma distinguida, actitudes á cual más atractiva, pies
inverosímiles. ¿Cabe dudar que esta mujer, si no ella, otra del mismo tipo,
tenga corazón que pueda palpitar amorosamente? Entonces, ¿cómo dudar que
miles de hombres sean adoradores suyos? En la Historia está perpetuada Cleopatra,
predilecta de eminentes romanos, en el apogeo de su gran poderío. ¿Qué
decir de la mujer hermosa con inteligencia clarísima? Ha existido, puede existir
entre las españolas. Así está reconocido por multitud do almas en Teresa
de Jesús. Si sobre todo otro atractivo están las virtudes, ahí están las Hermanas
de la Caridad, que arrostran todas las vicisitudes do la vida con intachable
conducta y con irreprochable hermosura.
La esposa es digna de admiración, por regla general. La esposa toma una
_parte muy activa en las funciones tan complejas de la materia viviente, ya
por estar formada ésta con muchas substancias químicas, ya por su estructura
en uniones y junturas de mucha complicación, ya por no poder considerarse
el protoplasma sólo materia química, ya porque, al considerar la parte química,
no debe olvidarse la morfológica. Todo es natural que acuda á la mente,
al contemplar, por ejemplo, la figura de Tadea Arias de Enríquez, una de
tantas pinturas de nuestro popularísimo (xoya. Retrato de ojos que con dulzura
lo pueden todo, y si es menester, apélanse á casos extremos. Llámase
por algunos á Goya el pintor contrapuesto á Rubens, por ser éste de tan
vigoroso pincel; aquél, genio pictórico de tintas suaves, claridad espléndida,
alegría, movimiento y formas torneadas sin abultamientos.

— 301 —
En el arte, como en la ciencia, viven amalgamados y confundidos los dos
sexos. Es verdad que pueden odiarse. Mas también lo es que pueden amarse
con pasión vehementísima, en aras del mutuo sacrificio.
Siempre reconociendo que la vida del cuerpo se compone de necesidades
fatales é imprescindibles, mientras que la del alma responde á actos de la
voluntad, libre y responsable.
Enhorabuena que la materia batalle en su esfera de acción propia. Ella es
parte de vida, y actúa con la suya peculiar, instrumento de su destino, que
tiene por objeto, de modo inconsciente, el acto microscópico de la fecundación
de la célula sexual femenina, el ovario, por el elemento masculino, éste
cediendo por su espermatozoide de su existencia. Si tenemos conciencia de la
transcendencia del acto; si con miras elevadas concurrimos á él; si no es un
suceso fortuito como el de Marco Antonio y Gleopatra, ni tampoco impele, lo
que es frecuente verse hoy, unirse en matrimonio, para poder figurar bajo el
mismo apellido, la aristocracia tradicional y la improvisada; siendo un amor
con la poesía que está descrito el de Pablo y Virginia; cuando ol amor se
consagra en aras purísimas, ¡dichoso amor! Sólo puede vulnerarlo la muerto,
resignándose á ella cristianamente. Nada más; resignación al último de los
sacrificios amorosos.
ANSELMO FUENTES.

UN PARALELO
DOS PONTÍFICES
Pío X ha condenado definitivamente el «modernismo» católico. La esperanza
de reconciliar á la Iglesia con el espíritu de los nuevos tiempos tiene
que ser irremisiblemente desechada. Hace unos meses, se establecieron los jalones
de esta condena publicando el nuevo Syllabus. ¿Por qué sorprenderse de
tales airadas resoluciones? Nuestro tiempo parece incompatible con esos anatemas
que arrojan del dominio de la incansable actividad humana afirmaciones
y doctrinas. ¿Pero no vive la Iglesia católica en un constante anacronismo?
¿No es de ayer la declaración de la infalibilidad pontificia, la más absurda
cristalización de la soberbia humana? Un fanático como Pío IX lanzó la clerecía
á las procelosas aberraciones incompatibles con el íntimo sentir de la
conciencia universal. Como en los tiempos del milagro, se revistió de poderes
divinos para definir las verdades. A la revelación del Cristo, unió la revelación
de los Pontífices. Y sobre las contradicciones de la historia de los Papas
arrojó una mirada de desdén: no importa; el Papa es infalible.
Un espíritu más de su tiempo, como León XIII, dulcificó la aspereza intelectual
de aquellas declaraciones. Pasó el pontificado de tregua, y en Pío X
ha reverdecido el espíritu de Pío IX. Dicen que el Papa actual está gobernado
por hombres reaccionarios, precisamente españoles: Vives, Merry del Val, los
cuales le dirigen á su antojo, manejando un pobre de espíritu, un manso de
corazón. No es creíble; olvidan que Pío X fue antes el cardenal Sarto; y para
escalar hasta la púrpura en la Iglesia romana, se necesita una dosis de tenacidad
y una aptitud de intriga incomparables con las precisas para remontar
las cumbres de la sociedad civil. Si Pío X fuera un pobre de espíritu manejable
por sus adláteres, no hubiera sido el cardenal Sarto: no habría pasado
de modesto cura de aldea. Aun en su Trono, los fracasos de la política vaticana
en estos últimos años le hubieran advertido sobre el error de sus consejeros.
La actual política de Boma es de Pío X. En todos sus actos hay unidad de
dirección: restituir á la Iglesia la supremacía, sobre las sociedades y sobre los
pensamientos. Esta aspiración explica su lucha con Francia, su condenación
de las tendencias renovadoras de la acción social de la Iglesia y el Syllabus.
Son actos que se complementan. Es destruir la obra de León XIII deliberadamente.
A la política de conciliación reemplaza la política de lucha: lucha
contra el Poder civil, lucha contra la Ciencia. El Syllabus, ahora como bajo
Pío IX, es el estandarte.
Para caracterizar más esta acción, el Syllabus fue lanzado al mundo, no en
un mes cualquiera, sino en Julio, el 20 de Julio, precisamente el día del aniversario
de la muerte de León XIII. Se solemnizó la fecha desautorizando la
obra del predecesor, descendido hace cuatro años á la sepultura. Escapó esa

— 303 —
circunstancia al comentario de nuestros grandes periódicos. Sin duda, no recordaron
cuándo murió León XIII. Los muertos van de prisa. ¿Pero escapó también
á Roma? ¿No tiene, en realidad, el valor de oponer conducta á conducta?
Indudablemente que sí. Pío X se levanta frente á León XIII. Y el espíritu se
resiste á registrar esa coincidencia sin trazar el paralelo de los dos Pontífices.
En su contraste, quienes no consideran definitivamente acabada la misión de
la Iglesia católica en el destino humano, tienen mucho que meditar.
El jesuitismo era señor del Vaticano. Tres siglos de labor incesante habían
acabado por rendir la fortaleza de Eoma á la perseverancia de los hijos de San
Ignacio. Después de las ansias impetuosísimas de dominio temporal, se habían
apoderado de los Pontífices insaciables apetitos de opresión espiritual. No les
bastaba llamarse, «luz de las conciencias»; apetecían ser dueños de ellas. La
fe no era en sus manos doctrina, sino arma; la salvación eterna no era promesa,
sino precio; y, combatiendo y comprando, habían terminado por esclavizar
á los débiles y á los venales. Tras del absolutismo temporal, terreno, se erguía
fieramente el absolutismo espiritual, eterno. Desdeñaba la Compañía y tenía
en menos un poder humano y, como tal, externo, semejante al instituido por
Julio II, Paulo IV y Sixto V. Necesitaba para realizar sus sueños, no un rey,
sino un Dios.
El Pontífice fue elevado en las conciencias á sobrehumanas alturas, é incluido
entre los dioses. Una reunión eclesiástica, sin fórmulas ni requisitos de
Concilio, hizo descender sobre la frente y sobre los labios del Papa-Rey la infalibilidad,
atributo de Dios. Viéronse nuestros dogmas acrecentados con uno
nuevo, apoteosis pagana de una exaltada adoración. La Iglesia emprendió rumbos
irreconciliables con los del nuevo tiempo. El señorío teocrático rompía sus
vínculos con el siglo, para aprestarse á una lucha mortal en que había de perecer
uno de ambos. Cerróse la Iglesia á las artes renacientes, á las ciencias
atrevidas, al espíritu audaz de la época, y se refugió en sus recuerdos de viejas
edades, como en un recio castillo de espesos muros, cerrado al exterior,
donde no hallasen eco los rumores del mundo. El catolicismo de la tradición y
la democracia del presente se separaron definitivamente. La encíclica Quanta
cura selló el divorcio. El Syllabus lo hizo irremediable. Pío IX, vencido por una
sugestión, olvidó sus liberales creencias de los tiempos en que se llamaba el
cardenal Mastai Ferreti. Cuando la Iglesia iniciaba una lucha insensata, la
mano de Dios hizo bajar á la tumba aquel Pontífice tan virtuoso como extraviado.
Surgió León XIII.
La política había sido para la grey cristiana manantial de terribles desventuras
y formidables desmembramientos. Vio el Vicario de Cristo quebrantada
su autoridad espiritual, obscurecida la aureola con que el amor de los fieles lo

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rodeaba; cayó en graves errores, dañosos para los intereses de la Esposa, y
siempre fue piedra para la caída su participación en los negocios del mundo.
Las luchas por los bienes temporales son airadas tormentas en anchuroso mar;
y ningún bajel, siquiera sea la barca de San Pedro, que lo surque, puede eximirse
de sus furiosos vaivenes. Julio II y Alejandro VI, en sus afanes por
instaurar en su provecho una Monarquía civil y absoluta; Clemente VII contra
el Imperio, y un Pontífice como Caraffa contra Felipe II; Juan XXIII
frente á los padres de Constanza, Eugenio IV frente á los de Basilea y León X
frente á los de Letrán, incurrieron en yerros enormes, transcendentales para
el rebaño de Cristo, impulsados por la política. El mismo Pío IX fue instrumento
de sus instigadores, quizá porque el señorío temporal, por él desempeñado
en su primer tiempo, le mezcló en los afanes de los poderosos, lanzándolo
á combates de reivindicación contra el Poder civil.
León XIII vino al pontificado sin patrimonio territorial. Pudo apartarse
de las ambiciones de la tierra, para cuidar solamente de los intereses del cielo.
Pero la herencia recibida y la confusión reinante todavía entre el reino de
Cristo y los reinos de los Césares se lo impidieron. Envuelto, á pesar suyo,
por las redes que aprisionaban la vida legal de los pueblos, con ellos tuvo que
marchar. Y precisado á pedir puesto en la escena política del mundo, apareció
en ella, no como intransigente, sino como conciliador.
La gloria del último Pontífice tiene los colores del arco iris. Sus palabras
de concordia y de armonía fueron prenda de paz entre la Esposa de Cristo y la
razón del hombre, como el arco de los cielos lo fue entre el Creador irritado
y la criatura proterva. León XIII acometió dos obras de amor: alianza entre
la Iglesia y los Estados modernos; alianza entre los dogmas del catolicismo y
los dogmas de la democracia. La primera es labor circunstancial, de ocasión,
lentamente realizada, en medio de alejamientos y aproximaciones alternativas
entre los dos grandes poderes que comparten la autoridad sobre los ciudadanos
católicos. La segunda es obra más firme, unión de principios que excede y
sobrepuja al tiempo, y se adjudica un puesto en los ideales consorcios que sanciona
con su abrazo la eternidad. El acuerdo entre dos potestades puede pasar
con la vida de las personas; la armonía entro dos ideas deja huella durable y
camino trazado que prolongan su rumbo hasta el infinito.
León XIII persiguió el primer propósito con extraordinario tesón. Flaqueó
- en los comienzos de su pontificado, primero con sus protestas contra el nuevo
reino de Italia; después, con sus retrocesos sensibles en las cuestiones religiosas
de Bélgica; más tarde, con su encíclica contra los masones, arcaica satisfacción
á an vetusto y ridículo prejuicio. Fueron tales flaquezas homenajes
rendidos al ambiente reaccionario que respiraba; rehecha su voluntad, no
vaciló. Francia rompió bruscamente la armonía con el art. 70 de su ley de
Instrucción pública y la expulsión de los religiosos, y León XIII mantuvo su
relación con la Repiíblica. Alemania acometió con dureza contra la conciencia
de sus hijos católicos; un César, inspirado por el ilustre Doellinger, y secundado
más tarde por el sabio catedrático de Berlín Grreisth, legisló violen-

— 305 —
tamente contra la Iglesia; imitó su ejemplo la prudente Suiza, y León XIII
prosiguió su obra de armonía hasta triunfar de las arbitrariedades y de las
iracundias de las naciones por un momento enemigas. León XIII representó,
entre los pueblos modernos y la Iglesia de Cristo, la amistad.
Fuera la suya efímera y corta labor, si á esto se hubiera reducido. Las reconciliaciones
pasajeras abundan en la historia; pocas de ellas fructificaron.
Era necesaria la reconciliación de los principios canónicos con los principios
democráticos, ya que unos y otros tienen su origen en la doctrina de Jesús,
siquiera comunes extravíos los hayan apartado. Los anhelos do dominio temporal
llevaron en otro tiempo la Iglesia á buscar compaña y sostén en los amigos
poderosos para luchar contra poderosos enemigos. La organización teocrática
adquirió por contagio caracteres de feudal, y, por conveniencia, régimen
de absolutismo. El recrudecimiento de las añejas aspiraciones en los últimos
tiempos la había arrojado otra vez en brazos de los señores. Estos le
prestaban auxilios y los requerían á su vez. Así la Iglesia de los humildes,
amparo de los desvalidos y menesterosos, fue ayudada por los tiranos; y para
los eclesiásticos, fue esperanza consoladora la reacción, y dogma político el
despotismo. Habíanse los potentados y los reaccionarios de la tierra—dice
Castelar—empeñado en que debían los pueblos hincar su rodilla de nuevo en
la gleba feudal, dispersa por el viento de las revoluciones; y, para esto, pedían
al Pontífice que les entregara el espíritu con sus conciencias y su razón y su
pensamiento atados á la ignominia y á la parálisis entre las cuatro paredes
ennegrecidas y asfixiantes de la vieja ergástula religiosa. La Iglesia fue enemiga
de las libertades de la democracia.
León XIII pretendió destruir esa absurda y anticristiana oposición. La
encíclica Inmortale Dei fue respuesta á la encíclica Quanta cura. Lo
que ésta torció aquélla lo endereza. Es la libertad racional, el aire que oxigena
las almas de los cristianos. Son los iutereses del cielo los que están reservados
á la potestad eclesiástica, como los intereses de la tierra á la potestad
civil. La ortodoxia no se halla vinculada en ninguna forma de gobierno. Nada
es tan enemigo de los fueros de Dios como el despotismo del hombre. La fe
viene al pecho, no por caminos de opresión, sino por senderos de libertad, de
la cual debe ser custodio la hueste eclesiástica. Porque la costumbre de la Iglesia—dice—consiste
en velar con ol más solícito cuidado porque á nadie se
obligue á abrazar contra su gusto la fe católica, pues, como observa San Agustín,
«el hombre no puede creer más que á su gusto»; y León XIII, irguiéndose
enfrente de los fanáticos, de los sectarios, que abrigan en su pecho una intolerancia
maldecible, y ahondan con su obstrucción la helada impiedad en el
corazón de sus adversarios, restablece los vínculos rotos por forzadas emancipaciones.

. — 806 —
La primera obrada de una restauración de la Iglesia de Cristo estaba hecha.
Nadie regateará á León XIII ese timbre. Inmutable es aquélla en lo que tiene
de divino; pero no ha sido otorgado á las hechuras de los hombres el dominio
de la eternidad. Los humanos han elaborado las constituciones canónicas y la
parte accidental de la Iglesia. León XIII se proponía destruir la obra de estos
últimos siglos para edificar de nuevo. Volvía con el propósito á los primeros
tiempos, á aquellos de las catacumbas, en que la grey cristiana era el germen
de una sociedad democrática; á las primeras épocas de las órdenes religiosas,
democráticas siempre en sus comienzos; al Evangelio en verdad, de donde
arrancan todos los progresos políticos y todos los dogmas sociales que han
restituido al hombre, tras sangrientas revoluciones, la corona de su dignidad.
La Iglesia del porvenir que se dé la mano con la de un pasado remoto; la Iglesia
soñada de que habla Zola en las primeras páginas de Roma, comenzó á aparecer,
evocada en el espíritu de León XIII por las palabras de los evangelistas.
Nota Renán que todos los innovadores eclesiásticos vuelven sus ojos al
Evangelio, porque á su luz advierten las desviaciones experimentadas en el
camino recorrido. La concordia entre los humildes exaltados por las revoluciones
políticas y la Iglesia, que los abandonó y á ellos ha de volver, llevada
por la evolución religiosa, había principiado. No era más que germen; pero
florecería en el porvenir. Tal vez su virtualidad no transcendió desde el Vaticano
á los bajos fondos del mundo católico. Pero había recibido ya el beso fecundante
de los labios do un Pontífice. La doctrina de León XIII estaba más
enlazada con la doctrina evangélica que con la Iglesia militante. Los que á
ésta volvían los ojos y se olvidaban de aquélla, persistían en sus yerros de
sectarios, pero se divorciaban de los dogmas de porvenir y de Cristo. Porque
buscaban á Jesús en una Iglesia inflexible, como las mujeres á Cristo en el
sepulcro. Y Jesús ha resucitado.
Pío X se levanta sobre su solio para representar todo lo contrario de esas
dos conciliaciones. Lejos de ceder voluntariamente, con discreto espíritu de
armonía, el terreno que el robustecimiento de la personalidad individual va
conquistando al hieratismo y á la dogmática, pretende reivindicaciones imposibles.
Resucita el viejo símil de San Bernardo: el Estado es la luna; la
Iglesia, el sol que proyecta su luz sobre aquélla; todo el arsenal metafórico del
arcaico ultramontanismo reverdece; el Poder civil es el cuerpo; el Poder eclesiástico,
el alma; la tiara es la inteligencia que concibe y la voluntad que
manda; la corona es el brazo que ejecuta. Y en tan locos sueños, los vetustos
mantenedores del predominio teocrático se pierden en desvarios, como gentes
anacrónicas asaltadas de improviso por una peregrina demencia.
Resultado: el rompimiento con Francia; la hostilidad de Alemania hacia
el Centro católico; la agitación anticlerical en España, en Italia, en Portugal.
Sobre las ilusiones de León XIII caen en este derrumbamiento las ruinas de
una generosa esperanza. No hay conciliación, hay guerras; una segunda eta-

- 1507 -
pa de aquellas guerras famosas medioevales entre el Imperio y el Pontificado,
con la diferencia de que hoy la muchedumbre y la Ciencia, las dos fuerzas mayores,
los dos resortes capitales de la Humanidad, están por el Imperio. El
final no es dudoso.
Tras de ese rompimiento, viene la condenación de todas las tendencias sociales
retoñadas con la savia de los tiempos en el .viejo árbol de la Iglesia: socialismo
católico, democracia cristiana..., todas las tentativas de reconciliación
entre el credo romano y las clases populares, injertando de nuevo en una
devoción hoy predominantemente aristocrática el virus plebeyo, el vínico que
puede salvarla, no como Iglesia dogmática, irremisiblemente perdida en Europa,
sino como organismo social.
La ruptura era definitiva también entre la Iglesia y la Democracia. El segundo
orden de la obra de León XIII mermó el valor del Byllabus de Pío IX,
escribiendo que «el acto de aquel Pontífice era una regla útil para las inteligencias
y las obras de los católicos*. Desde el momento en que sólo era «una
regla útil», dejaba de ser una imposición necesaria. Pío X reivindica el valor
dogmático haciendo un nuevo Syllabus, con el que intenta poner fronteras infranqueables
al espíritu de investigación, á la avidez insaciable de la Ciencia.
Y avidez es precisamente lo que caracteriza nuestro siglo.. Ved cómo entiende
los deberes de la Iglesia, frente á la indagación, un arzobispo católico, monseñor
Ireland, el nombre más ilustre entre los prelados que viven en el siglo XX:
«He aquí—dice—el rasgo característico de los tiempos presentes: la pasión
de la Ciencia. El siglo es ambicioso de sabiduría, sus indagaciones no conocen
treguas ni sufren límites. Bien sea. La Iglesia católica proclama que toda verdad,
natural ó sobrenatural, viene de Dios, y que el espíritu humano, cuyo
alimento propio es la verdad, se hace más y más semejante á la inteligencia
divina, á medida que toma la verdad á más fuerte dosis. Tenemos dos fuentes
de conocimiento según la enseñanza católica, y ambas proceden de Dios: la
razón individual del hombre, y la voz de Dios en la revelación.»
Pues el nuevo Syllabus pone duro y corto freno á la razón individual.
Monseñor Ireland añade:
«¡La Ciencia del siglo! Pero el siglo no tiene aún bastante, y la necesidad
de la hora presente, el deber de la Iglesia, es impulsar al siglo á investigaciones
más profundas, á observaciones más extensas, que no dejen inexplorado
ningún átomo de la materia que pueda ocultar un secreto, ninguna particularidad
de la historia, ningún acto de la vida humana capaz de dar la clave de
un problema.»
Esas palabras son hoy sospechosas para el Vaticano. La amenaza del anatema
se ha interpuesto entre el dogma y el libre vuelo de la razón.
Cuando se tiende la mirada sobre el conjunto de estos árboles seculares, á
cuya sombra ha vivido la Humanidad sus más caros sueños, y aun sus más
tormentosas pesadillas durante largas edades, y se los ve declinar hacia su

— 303 —
disolución, morir rama á rama, invade el corazón un inefable sentimiento de
melancolía. Lo más fuerte, lo más poderoso, organizaciones que por gigantes
creyeron con sincera fe en su procedencia divina, se debilitan y consumen
carcomidas en su interior, desmoronándose lentamente con la dolorosa lentitud
de una agonía humana prolongada por siglos. Pero es irremediable.
La conciliación de León XIII hubiera dado una segunda vida á la Iglesia.
La intolerancia de Pío X precipita su ruina. Pero, más tarde ó más temprano,
por ambos caminos hubiese llegado, y llegará indefectiblemente, á esa
hora de la vida en que lo que fue más grande es pavesa, polvo, recuerdo,
sombra; nada.
BALDOMEHO ARGENTE.
O

Edificios destruidos durante los Sitios de Zaragoza.
Un gran esfuerzo imaginativo es preciso hacer para evocar el cuadro de
ruinas y miserias que ofrecía nuestra ciudad después de su heroica defensa
contra las huestes napoleónicas que la sitiaron en 1808 y 1809. «Paredes salpicadas
de balazos, casas arruinadas por las bombas, otras incendiadas, algunas
aisladas por haberse librado de la destrucción, cadáveres que infestaban
las calles, unos esparcidos por las escaleras y cuevas, y otros sepultados entre
las ruinas, obstruido el tránsito por las zanjas y escombros...» Tal era el aspecto
de Zaragoza después de sus famosos Sitios, segrm el testimonio de Daudovard
en su conocido Diario histórico, carta de 26 de Febrero de 1809.
Mucho tiene que llorar la población de hoy el rico caudal de monumentos
históricos y artísticos que entonces perdió. Es verdad que muchas casas, iglesias
y conventos fueron convertidos en escombros durante esos dos fatídicos
años; pero estas pérdidas pudieron ser reparadas en lo matorial, y hoy, en
efecto, las vemos sustituidas por modernas edificaciones. Lo que no tiene reparación
posible son otras clases de pérdidas, tales como el suntuoso Palacio de
la Diputación del Reino y el artístico Monasterio de Santa Engracia, egregios
monumentos sobre los que se cebaron las bombas enemigas, la rapiña y el
fuego. La destrucción de esos dos edificios fue la mayor desventura sufrida
por la población á consecuencia del asedio francés, porque eran lugares
privilegiados donde se vinculó ol recuerdo de memorables sucesos, y en los
que poco á poco se fueron atesorando verdaderas joyas artísticas, típicos ejemplares
de la civilización aragonesa, que serían en nuestros días testimonio
elocuente de la grandeza y valer de este antiguo Reino.
Sería labor prolija la de ir reseñando uno por uno los edificios públicos y
particulares, eclesiásticos y civiles, desaparecidos durante los Sitios.
Vinieron al suelo entonces, ó quedaron sumamente destrozados, el Palacio
de la Diputación del Reino, el Monasterio de Santa Engracia, la Universidad,
el Hospital de Nuestra Señora do Gracia, ol Seminario Conciliar, la famosa
Cruz del Coso, uno de los arcos del Puente de Piedra, los conventos do
San Francisco, Predicadores, Santa Fe, San Lázaro, San Agustín, San José,
Trinitarios, Ménicas, Jerusalén, Nuestra Señora del Carmen y de Altabas,
Santa Rosa, etc., etc., salvándose milagrosamente el templo metropolitano
de Nuestra Señora del Pilar, contra el cual asestaron los franceses durante
el segundo sitio cuatro grandes morteros, que, por fortuna, no llegaron á estallar
(1).
Fueron los conventos y las iglesias los edificios más castigados, porque los
sitiadores dirigían sus ataques en especial hacia estos lugares para convertirlos
en plazas de armas. De los pocos que consiguieron apoderarse, lo fue á
(1) Vid. Daudevard, loe. cit., carta de 23 de Febrero de 1809.

- 310 —
costa de enconadas luchas, cuya memoria nos ha transmitido la historia,
mereciendo figurar entre los episodios de mayor heroísmo algunas de estas
contiendas, verbigracia, las desarrolladas en los conventos de capuchinos, de
San Agustín y de religiosas de Santa Catalina.
Diputación del Reino.
En el segundo sitio de los franceses, días 27, 28 y 29 de Enero, fue pasto
de las llamas el soberbio Palacio de la Diputación del Reino, emplazado frente
á la Lonja, en el área donde modernamente (1834-1848) se ha construido el
actual Seminario Conciliar.
El primero de los tres citados días cayó sobre él una bomba, é iniciado el
fuego, fue imposible contenerlo por el incremento que tomó á los pocos
instantes.
Este palacio se levantó á oxpensas de las generalidades del Reino de Aragón,
desde el año 1437 hasta el 1450, bajo la dirección económica de D. Ramón
de Mur. Ignoramos los artífices que idearon su diseño y montea. Ibraliim
de Llobar, alarife moro, trabajaba en él por los años de 1471, sin duda en alguna
obra complementaria ó de reparación. En su planta superior se hallaba
el Salón de Cortes ó Sala Real, que medía 292 palmos de longitud, 52 de latitud
y 56 de altura; cinco grandes ventanas, dos á oriente y tres al norte, iluminaban
esta hermosa estancia. En el fondo de dicha sala, en la pared do
oriente, estaba colocada, á manera de altar, la imagen en alabastro de San
«Jorge á caballo, en actitud do herir á la infernal sierpe: obra del escultor Miguel
de Ancheta (1). Las paredes estaban vestidas con los retratos de los
reyes de Aragón, pintados por Felipe Oriosto (2), con sus respectivas inscripciones
latinas, compuestas por Jerónimo de Blancas; frente al altar colocaron
en 1680 una larga inscripción mural en latín. La techumbre ora toda dorada, y
se adornó con figuras en relieve de grifos, leones, centauros y otros animales
caprichosos. En otra habitación contigua reuníase el Tribunal del Justicia, y
contenía retratos de estos célebres magistrados.
En su capilla, situada en el piso bajo, Gil ele Morlanes había labrado
en 1502 un notable retablo de alabastro, dividido en tres compartimientos: en
el centro, la coronación de la Virgen, y en los costados, historias de San Jorge
y de Santa Engracia. La Audiencia Real se reunía en una hermosa estancia
donde había pinturas de Pablo Ravieila (3). También tenían cabida en
(1) La cofradía del Señor San Jorge, que solía tener sus capítulos en esta sala, contribuyó á la obra del retablo
con 287 libras, en 159S.
(i) Los diputados del Reino, en l(j de Mayo de 1032, establecieron una capitulación con Pedro y Andrés de Urzainqui,
Francisco Camiüo y Vicente Tió, para que copiasen los retratos y cuadros del Salón de Cortes, con destino al rey
Felipe IV, que había manifestado deseos de poseer copia de tan notable colección. Se estipuló que los citados pintores
cobrarían 8-10 libras por su trabajo, siempre que mereciese la aprobación de los maestros Juan Calvan y Jusepe Martínez.—Archivo
de la Diputación.
;.'!) Presumo que de P. Ravieila el mayor.

— 311 —
este grandioso edificio, de estilo gótico, el Tribunal de Zalmedina, el estudio
del cronista y otras oficinas y dependencias menos importantes (1).
«Los que vieron el Palacio de la Diputación—escribe Quadrado—antes
que á precio de éste y otros monumentos conquistara Zaragoza su lauro inmortal
de la independencia, nos transmiten las más entusiastas descripciones
del prolongadísimo salón destinado á Cortes generales, de su techumbre, de
la famosa galería de retratos de monarcas, de la Sala del Justicia y de la baja
de la Audiencia, adornada con pinturas de batallas. La arquitectura del edificio
debió pertenecer al refinamiento del gótico, atendiendo á la fecha de su
conclusión y á la puerta y ventana con el lábaro encima... Antecesora del Palacio
de la Diputación fue la casa histórica de la Puente, en donde tomaban sus
acuerdos las autoridades, y se congregaban los magnates y ciudadanos, y se
enarbolaba on días de agitación ú ocasiones do guerra el pendón de la
ciudad» (2).
Según los hermanos Gascón de Gotor,d3 la antigua Diputación consórvanse
los dos relieves de piedra empotrados en el portal de la casa Ayiintamionto,
atribuyondo algunos la procedencia de uno do ellos á la Aduana Vieja, posteriormente
Palacio dol Justicia, del que se conservan en el Museo Provincial
los fustes de columnas con sus capiteles. Estas columnas, que constituían el
pórtico de una sala baja, decorada con rico artesonado, pertenecen al ano 1539,
y, en opinión de D. Valentín Carderera, son obras do Roñé ó Ronatus Troeensis
ó de Troyes (ciudad de Francia), á juzgar por la inscripción 11ENE-TI1 S
que se loo en ellas (3).
Do tan hermoso edificio —el do la Diputación—no nos ha sido posible encontrar
ninguna estampa ni cuadro en que se reprodujera, porque el lienzo de
Francisco del Mazo, colocado entro los cuadros de Volázquez en el Musco del
Prado (Madrid), da idea muy tenue y difuminada de sus contornos exteriores.
Monasterio de Santa Engracia.
Siguiendo esta triste peregrinación histórica, correspóndonos ahora decir
algo del secular Monasterio de Santa Engracia, volado por los franceses on la
explosión del 13 de Agosto de 1808.
«Estábamos en la más viva expectación—dice Alcaide é Ibieca, testigo y
cronista de los Sitios de Zaragoza—, cuando, dadas las doce de la noche, sentimos
una explosión tan horrenda, que todos los edificios se conmovieron. Aquel
terretiemblo inesperado suspendió los ánimos por un momento; pero á seguida
supimos que los sitiadores habían volado el Monasterio de Santa Engracia y
que huían... Los zaragozanos quedaron atónitos al contemplar á buenas luces
(1) Don Antonio Ponz: Viaje de España (Madrid, 1788), tomo XV; D. Faustino Casamayor: Anos políticos, año 1787,
manuscrito; D. Tomás Fermín de Lezaún: Registro de actos comunes de la Diputación del Reino, manuscrito; etcétera,
etc.
(•2) Kspaha: sus monumentos y arte..., pág. 40G del tomo Aragón.
(3) Vid. Gascón y Gotor: Zaragoza artística, monumental é histórica, tomo Ií (Zaragoza, 1891), págs. l!)0 y 233.

— 312 —
las ruinas del Monasterio. El subterráneo ó iglesia de los mártires, donde existía
el pozo y catacumbas que cerraban los venerables restos de los que con
tanto heroísmo habían perdido la vida por sus creencias, estaba cegado con
las ruinas del edificio superior, del cual sólo se descubría un lado de la nave
que formaba la iglesia principal y algunos medios arcos de la bóveda. Entre
las masas enormes de las paredes desgajadas aparecían trozos de arquitectura.
El pórtico de mármol, obra de Moríanos, quedó en pie, aislado, aunque con
muchos balazos; y lo mismo la torre y obras que adornaban los costados del
pórtico. A la parte exterior quedó colgado un trozo de corredor, con los artesonados
y varias hileras de columnas pequeñas, presentando por ambas caras
una vista interesante de ruinas. Todas las calles de aquel distrito ofrecían el
cuadro do la desolación más espantosa: vigas ardiendo, edificios amenazando
una próxima caída, otros que conservaban sólo las paredes forales, la mayor
porción convertidos en montañas de escombros...» (1).
De este grandioso Monasterio se ha escrito tanto (2), que á nosotros nos
queda bien poco que añadir. Sintetizaremos las noticias más interesantes.
Una excavación fortuita en el antiguo Monasterio de las Santas Masas (3),
descubrió en 1389 los cuerpos de Santa Engracia y San Lupercio dentro de un
túmulo de piedra inscrito con el nombre de los mártires. Con esto creció la
devoción á la noble virgen zaragozana, y la gratitud del rey Juan II, que
creyó deber al milagroso clavo del martirio la curación de sus cataratas, legó
á su hijo Fernando la obligación de edificar el Monasterio con toda suntuosidad
bajo la advocación do Santa Engracia. En 1493, ocupando el trono el rey
Católico, comenzáronse las obras, que terminaron muchos años después (4). Su
portada de alabastro, que al verla dijo Felipe IV que los padres Jerónimos
echaron el altar de la iglesia, poniéndolo á la puerta, fue labrada por Gil de
Merlanes, y creemos que la terminó y mejoró en algún modo Damián Forment;
do no haber existido el pórtico de ladrillo que la resguarda, seguramente que
las bombas francesas hubieran destruido tan riquísima obra do arte, hábilmente
restaurada en nuestros días por el notable escultor D. Carlos Palao (5).
La parte artística del claustro principal (6) fue la obra de Martín de Tudela,
Tudelilla, bien entrado ya ol siglo XVI. Con el decurso del tiempo, gran parte
de la antigua construcción fue renovada; pero lo primitivo y lo moderno, todo
pereció en la terrible explosión con que á media noche del 13 de Agosto
de 1808 se despidieron de Zaragoza las huestes de Bonaparte al levantar el
primor sitio.
(1; Alcaide é Ibieca: Historia de los J)os Sitios (Madrid, 1S30-1831), tomo I, páginas 251-252.
(2) Véanse Fr. José de Sigüenza, Fr. Diego Murillo, Fr. León Benito Hartón, Quadrado, Gascón de Gotor, etc.
Gi) fue donado por el obispo de Zaragoza al de Huesca en el Concilio de Jaca de 1003, y reiterada la donación
en 1121, despurs de conquistada Zaragoza, por D. Alfonso I.
(4) Además de otros subsidios destinados á la-construcción de este Monasterio, Carlos I, con ocasión de venir á
Zaragoza para jurar Cortes, el 1518, mandó entregar á la comunidad 2.000 ducados para cubrir sus débitos, y 10.000 más,
que cargó sobre las rentas de Flandes, para la terminación de las obras.
(5) Según el P. Hartón, el coste total de la fachada ascendió á 880 escudos jaqueses.
(6) «Está todo lleno de labores y follajes que lo hermosean y otras menudencias harto bien engeridas, que lo sufre
todo la obra por ser de yeso.» —Murillo.

— 313 —
«Desapareció entonces—dice Quadrado—:la restaurada iglesia, con las ya
maltrechas obras del inmortal Berruguete que adornaban la capilla, y el sepulcro
del vicecanciller D. Antonio Agustín, padre del erudito arzobispo do
Tarragona; desaparecieron la tumba de Jerónimo Zurita (1) en el templo y
la más modesta de Jerónimo Blancas en el claustro; desapareció, ó dejó muy
poco que destruir á la última revolución, el grandioso claustro plateresco
con resabios de arábigo, de menudas columnas de mármol y de primorosas
labores, que sobre otro más antiguo edificó Tu delilla, el eminente artífice
del tvascoro de La Seo; desaparecieron recomendables pinturas y la preciosa
biblioteca donde el gran cronista de Aragón preparaba silenciosamente
sus Anales...-» (2).
Hospital de Nuestra Señora de Gracia.—Universidad.
Entre los restantes edificios destruidos en los años de 1808 y 180!), siguen
en importancia á los mencionados el Hospital de Nuestra Señora do Gracia y
la Universidad Literaria, de los que hablaré sucintamente, en atención á que
han sido estudiados por mis distinguidos amigos el Sr. Hernández Fajarnés,
prestigioso senador por la Universidad cesaraugustana, y D. Félix Cerrada, ex
alcalde y distinguido profesor de la Facultad de Medicina. La historia del edificio
destinado á la enseñanza superior es muy conocida de todos desde que
Borao escribió su interesante libro; la de la antigua fábrica del Hospital Urbis
et Orbis de Nuestra Señora de Gracia es algo más ignorada en sus detalles
íntimos.
Comenzado el Hospital por Alfonso V, la ciudad prosiguió la obra y lo
sostuvo á costa de grandes sacrificios. Para su sostenimiento se le concedieron
privilegios y arbitrios de todo género: la explotación de los juegos de trucos,
bochas y pelota, y además la del teatro (3), liuico durante casi dos siglos en la
población.
Una de las fincas que mayores rendimientos producían al Santo Hospital,
fue la casa de las comedias. Los jurados aprobaban ó no las compañías, y autorizaban
ó no las representaciones, pudiendo obligar el concejo á los come-
(1) El epitafio puesto a Zurita en letras de oro decía: HYER0NIM0 ZUHITAE MICH. F. GABRIELIS N. CUBARAU-
GÜSTANO, HISTORIAE ARAGONIAB DILIGENTÍSIMO AC ELECTO SORIPTOKK, PATIÜ B. M. HYERONIMUS F. l'O-
SU1T: VIXIT ANN. LXVII, MENS. XI. OBIIT CESAKAUGUSTAE III NON. NOVEMB. MDLXX.
(2) Desaparecieron también, entro otras muchas cosas, los sepulcros del obispo de Huesca I). Antonio Espés. canciller
que fue de D. Juan II de Aragón; el de D. Luis González de Villasimpliz. conservador del patrimonio real y secretario
de D. Fernando el Católico; el del eilebfe alemán Jorge Cocí, impresor que se estableció en Zaragoza á fines del
siglo XV; el de Doña Antonia Meló de Ferreira, condesa de Fuentes; e'. de D. Manuel Vicente Aramburo, autor de la Tfistoria
cronológica de Nuestra Señora del Pilar; etc., etc.—La biblioteca poseía inapreciables códices y documentos,
los retratos de Cario Magno y Fernando el Católico, pintados por Pedro de Aponte, y varios cuadros del también poeta
Fr. Diego González.—En los ángulos interiores del claustro había cuatro pinturas representando las cuatro estaciones,
obra del eximio pintor aragonés Jusepe Martínez; decoraban la iglesia frescos de Francisco Bayeu.—En este monasterio
se hospedaron Adriano VI (1522), varios reyes, Zurita, Fr. Juan de Regla, amigo inseparable de Carlos 1, su
confesor en Yuste y albacea; en 1(!59, Fr. Miguel de la Sierra escribía sus famosos Anales del mundo.
Vid. Gascón y Gotor, loe. cit., tomo II, páginas 196 y siguientes.
(3) Ordenanzas para el gobierno del Hospital, 13 de Marzo de 1427.

— 314 —
diantes, siempre que le pareciera, á hacer la muestra en la casa de la Puente.
Sobre estos extremos surgieron algunas competencias con los gobernadores
y virreyes. Los jurados tenían sus aposentos (palcos) particulares, en número
de tres; el año 1692, con motivo de la reedificación de la casa de las comedias,
volvieron á reservarse para ellos y sus familias otros tres aposentillos
de señoras (los números 4, 5 y 6). Había, además, galerías para hombres y
mujeres, y bancos en el patio. Los precios de entrada variaron mucho: después
de la general, se pagaba una especial en cada puerta. Antiguamente, se
exigía en la primera seis dineros (medio sueldo), y en la que daba paso á los
corredores, un sueldo.
En 12 de Enero de 1675, se ordenó que en cada puerta se satisficiera un
real (dos sueldos). Eu los estrenos de compañía, comedias de tramoya y otros
espectáculos extraordinarios se aumentaban los derechos de entrada.
Con estos y otros ingresos, los humanitarios servicios del Hospital estaban
espléndidamente atendidos.
El edificio, situado donde hoy el Hotel de Europa (plaza de la Constitución),
ocupaba una extensión muy grande, y adjuntos á él había iglesia, huertas,
corrales y cementerio, que llegaban hasta el convento de Santa Catalina,
en la actual calle de San Miguel. «Este asilo de los desvalidos—escribe Alcaide—,
que antes ofrecía un aspecto consolador, viendo la distribución de sus oficinas,
las diversas salas de los enfermos y todo cuanto podía contribuir al alivio
de los infelices, en la mañana del día 14 de Agosto de 1808 aumentaba
más y más el desconsuelo: paredes, tochos, escaleras, todo asolado, todo derruido.
En la iglesia, los altares por tierra; consumidos los retablos, pues las
maderas sirvieron para hacer los ranchos...» (1). ¡Memorable hazaña de los conquistadores,
que no contuvieron su fiebre destructora ni aun ante el asilo de
enfermos y dementes!
Seminario.—Cruz del Coso.—Puente de Piedra.
Otro de los edificios que sufrieron su total ruina fue el Seminario Conciliar,
sito en la zona, con vistas á la calle del Coso, donde hoy se levanta la
manzana de casas en que hasta hace poco tiempo estuvo instalado el cuartel
de la Guardia civil; muchos de los que todavía viven, recuerdan haber visto
los inmensos acribillados paredones tal como quedaron después de los Sitios;
mas como estas ruinas desaparecieron por completo al edificarse las actuales
casas, no son pocos los que equivocadamente creen que la actual residencia del
Seminario fue la zona principalmente destrozada, cuando, en realidad, los
desperfectos causados en esta parta fueron relativamente de muy escasa
monta.
La célebre Cruz del Coso, pregonera de la fe religiosa de los zaragozanos,
(1) Loe. cit., tomo I, pág. 252.

— 315 —
enclavada en la calle de donde tomó el nombre, frente al Arco de Cinegio, y
que reedificaron sucesivamente en 1532 Gil de Morlanes, en 1654 Felipe Busignac,
y, por último, en 1759 y 1767 artistas ignorados, se derribó en 1835, á
consecuencia de los grandes desperfectos que sufrió durante los Sitios. También
fue volado por los franceses el último arco del Puente de Piedra, que so
reconstruyó en breve espacio de tiempo. Finalmente, de los conventos, como
sería tarea sumamente prolija la de ir describiendo uno por uno todos los que
fueron derruidos por los sitiadores, porque rara ora la orden que no tuviera
alguno en Zaragoza durante aquella época, nos limitaremos á referir algunos
pormenores históricos de los de San Francisco y Predicadores, los de más
valía y renombre, pues los demás, macizas moles do ladrillo vaciadas en el
molde del siglo XVII, ofrecen escasa singularidad para la Historia y el Arte.
Convento de San Francisco.
El convento de San Francisco estaba situado en el interior de la plazuela
de su mismo nombre, próximo á la Cruz del Coso.
No podemos afirmar á ciencia cierta el año en que los discípulos de San
Francisco de Asís vinieron á Zaragoza á fundar casa conventual. En 1286 se
establecieron en el lugar que siguieron ocupando hasta el presente siglo (1835).
Protegidos por el rey Pedro III, arrojaron á viva fuerza á los frailes del
Saco, que seguían la regla de San Agustín, con la reforma de Fr. Juan Bueno,
cuya orden se extinguió en 1274; la reina Doña Constanza deseaba fundar allí
un convento de beatas de la penitencia, pero prevaleció la voluntad de su esposo,
y los Menores fueron agraciados por el rey con las huertas do su patrimonio.
El 8 de Agosto de 1295 los regidores de la ciudad les favorecieron con
grandes concesiones (1).
En tiempos del arzobispo D. Fernando de Aragón se convirtieron en observantes
los que hasta entonces se apellidaban claustrales, no sin oponer antes
grandísima resistencia (2).
En el convento de San Francisco se reunían á celebrar sus festividades
gremios (3) y cofradías; entre éstas, las de Santa Elena y la de la Sangre de
Cristo. Al terminar el siglo XVI se acabó de edificar su hermosa iglesia gótica,
de una sola nave de 246 pies de longitud y 75 de anchura.
Por muestra dejaron solamente los franceses el arco del trascoro y el suntuoso
salón interior, vestigios con los que acabó la urbanización moderna.
Encerraba este convento más de un recuerdo histórico, más do un ilustro
U) Crónica Seráfica de la Provincia de Aragón en la regular observancia de N. P. San Francisco, por Fr. Antonio
de Hebrera; Zaragoza, 1703-1705, dos tomos en folio.
(2) Vida del arzobispo D. Fernando de Aragón, por D. Martín Batista de Lanuza, justicia de Aragón; manuscrito
en cuarto.
(3) El de sastres y calceteros, bajo la invocación de San Antonio de Padua; el de comerciantes de tela de puerta
abierta, bajo la de Santa Eulalia; el de maestros albañiles, bajo el patronato de San Esteban, etc.

— 316 -
sepulcro: allí descansaba el generoso fundador del edificio, D. Pedro, hermano
del rey Jaime II, fenecido prematuramente en 1296, dentro de tierras de Castilla,
quo en auxilio del infante de la Cerda había invadido; allí yacía la
madre de Pedro IV, Doña Teresa de Entenza, al lado de sus dos hijos menores
Isabel y Sancho; allí, desde el cadalso, plantado bajo el Arco de Toledo, fueron
trasladados, con más de dos siglos de intervalo, los truncados cadáveres de
D, Bernardo de Cabrera y D. Juan de Lanuza, escarmiento aquél de validos,
y éste, pudiéramos decir, de tribunos (1).
Hoy día, sobre gran parte del solar del convento se levanta el Palacio de la
Diputación provincial, empezado en 1840 y concluido en 1857 (2).
Convento de Predicadores.
El convento de Predicadores fue el más antiguo de la ciudad, y tan célebre,
que su historia ocupa una parte interesante de la de Zaragoza y aun de la
del Reino de Aragón (3).
Arribaron los dominicos allá por los años do 1217 y 19; .el 1336, Aldallah
Bellito y su parentela trabajaban importantes obras de fábrica del convento,
y fueron con esta ocasión objeto de varias franquicias é inmunidades.
En el siglo XVII. siguiendo el gusto dominante, quisieron renovar su
iglesia, dándole grandes dimensiones; á este efecto, presentó un proyecto el
maestro Domingo Zapata, que dirigía á la sazón la iglesia de San Ildefonso:
después de andar vacilantes y dudosos algunos años, escogieron, por fin, el
plan de Fr, Mateo Ortiz, que llevó á cabo la obra desde 1690 á 1698, durante
el priorado de Fr. Podro M. de Buenacasa.
La iglesia, que constaba de tres naves, tenía de longitud 64 varas, 44 de
anchura y 24 y media de elevación. La sillería del coro fue tallada por
Fr. Juan de Alegría, Fr. Juan de Urdalleta y Fr. Miguel Sanz: se terminó
en 1699.
Para la construcción del retablo mayor aprovecharon el sepulcro del inquisidor
Fr. Luis de Aliaga, que había sido costeado por su hermano Fr. Isidoro,
arzobispo de Valencia. La estatua de Fr. Luis se transformó en imagen de
Santo Domingo.
Del retablo mayor de la antigua iglesia hay noticias poco concretas. En el
año 1509, se encargaron de esta labor los pintores Martín Urriós y Martín
García; en 1520 se concertó con Damián Forment un gran retablo de alabastro
por 88.000 sueldos, que no se llegó á ejecutar.
(1) Quadrado, loe. cit.¡ pág. 47

— 317 —
Poseía Santo Domingo rica biblioteca, cuadros notables (de Roland Mois,
Pedro L'Orfelin, A. Palomino, etc.), ó imágenes y alhajas destinadas al culto,
de suma antigüedad y valor (1).
El rey Jaime I, en la épDca de su fundación, concedió á los Predicadores el
aprovechamiento de los sollos ó esturiones que se pescaban en el Ebro, los
cuales se había reservado para su mesa Alfonso I, al otorgar el famoso Privilegio
de los Veinte.
En el convento de Predicadores tenían lugar las Cortes antes de la construcción
del Palacio de la Diputación del Reino: bien es verdad que alguna
que otra vez se celebraron también en San Francisco, en el Carmen y en
La Seo.
En él se constituyó la célebre cofradía de Santa María do los Mercaderes,
según privilegio de Jaime I, en 1262, en el cual les autorizaba para que, previo
el consejo del prior de Santo Domingo, excogitasen las constituciones conducentes
á su organización. Jaime II, en 1292, les otorgó diversos estatutos
para la libre navegación por ol Ebro.
En 15 de Diciembre do 1296, el capítulo de jurados y prohombres de la ciudad,
atentos á «que por insuficiencia de algunos corredores... los mercaderes
et los otros contrayentes recibían rnytos danyos et otros greuje.i en tures mercaderías»,
concedieron á los mayordomos «de la cofradía clamada de Sánela María
de los preyeadores que pudieran designar veinte corredores stáblidos á huebos
de la correduría de las mercaderías», con tal condición que los catorce fueran
cristianos y los seis restantes judíos (2).
Nombraban también jueces, que sumariamente entendían en las cuestiones
y dudas que entre los mercaderes se suscitaban (3).
Cuando los Reyes Católicos importaron en Zaragoza la Inquisición castellana,
este temible Tribunal primeramente so estableció en Santo Domingo, des-
(1) «La cabeza del Sor. San Gregorio con su tiara, piedras y perlas y una corona encima. ítem, la cabeza de Santa
Elisabet coa un joyel en la trente, y en los pechos una guirnalda de piedras y perlas. Ítem, la cabeza de Santa Gandida
con las armas de... y un joyel de oro en los pedios, con una Nuestra Señora dentro y su lujo en los brazos, esmaltado en
blanco.» Actas de 1534.
Según las historias de los PP. Sáenz y Lainana, el convento poseía las siguientes imágenes y alhajas dignas de
memoria:
Santa Cándida: la regaló en 1383 Fr. Iíiigo de la Almunia, obispo de Siracusa; se deshizo en 1780.
Cabeza de San Gregorio: se concluyó en U'Xi. (Sotas de Miguel de Villauueva de 25 de Marzo.)
Santa Isabel, se hizo en 1509: de la cofradía de pescadores y barqueros.
Brazo de San Guillen, en 1508: fue labrado por Martín Duran, argentero.
Imagen de la Virgen del liosario: la regalaron los condes de Bástago D. Artal de Alagón y Doña Luisa de lleredia,
«n 1588.
Busto de Santo Domingo: obra del platero Dionisio Lafnente, en 1078.
Busto de S.vnto Tomás: obra del platero Fermín Garro, en 1678.
Bustos de Santa Rosa, de medio cuerpo, de Santa Catalina y de San Pío V.
Custodia procesional de tres cuerpos, semejante á la del templo del Salvador: la trabajaron los plateros Miguel de
Lizarbe y Miguel de San Juan, probablemente con arreglo al dibujo de Francisco Pallas. (Notas de Francisco de Abiego
de 21 de Enero de 1655.)
Trece cálices: entre ellos, uno de oro, y otro de plata con apostolado de oro.
Entre las vestiduras sacras, el terno de Fr. Isidoro Aliaga, de brocado de tres altos, que se usaba en las exequias
reales, en el templo de La Seo.
(i) Libro de los corredores. Armario 24, leg. 10, núm. 1.°
(3; Verdadero consulado de comercio. Asso. páginas 360 y 3Ü7.

— 318 —
de donde fue trasladado á las cárceles eclesiásticas, y de allí al castillo de la
Aljafería, que no dejó tampoco de sufrir importantes desperfectos en las memorables
jornadas de 1808 y 1809.
* *
En una palabra, Zaragoza durante los Sitios quedó destrozada: sus mejores
edificios, los más artísticos, los de mayor resonancia histórica, todos perecieron
entre las llamas, ó cayeron desplomados á consecuencia del bombardeo
francés. ¿Qué quedaría hoy de la antigua monumental Zaragoza si los templos
metropolitanos del Pilar y La Seo no se hubieran sálvalo providencialmente,
en medio do los fragorosos trastornos que ocasionó la defensa de nuestra venerada
independencia?
Si los organizadores del Centenario tomaran el feliz acuerdo de hacer una
Exposición de documentos gráficos de cosas y edificios desaparecidos de Zaragoza
durante sus dos Sitios, para lo cual podrían tomar antecedentes de otra
de esta misma índole que organizó y celebró en 1901 el Centre .Excursionista
de Catalunya, esto sería un elocuente argumento que oponer á los que califican
de prodigalidad ese desembolso de dos millones y medio de pesetas con
que el Estado nacional cumple su antigua promesa de compensar á Zaragoza
los perjuicios y quebrantos materiales sufridos en los años ocho y nueve en
honor y provecho de España entera, sobre todo si á las reproducciones de objetos
y edificios desaparecidos acompañara un estado demostrativo del valor
de cada uno de ellos, tasado en pesetas.
¡Bien merece Zaragoza que la Nación lo compense sin regateos los destrozos
sufridos en sus venerandos edificios, ya que ella los inmoló generosa ante
una noble causa, que costó además á sus vecinos cruento tributo de sangro,
que no admite humana compensación!
Zaragoza, Agosto de 1907.
O
TOMÁS XIMÉNEZ DE EMBÚN.

La instrucción pública española
(COMENTARIOS Á UN DISCURSO)
Pocos países habrá que conozcan mejor sus defectos, que los pregonen, muy
alto, y que hayan encontrado el remedio para combatirlos, como esto hidalgo
y sufrido país español. Suelen indignarse muchos al leer los juicios y comentarios
que acerca de nuestras costumbres y civilización formulan á diario pensadores
y escritores extranjeros, un poco obsesionados por la leyenda que nos
envuelve, y muy diligentes en perpetuarla por distintos y muy opuestos fines
particulares. No es la indignación la mejor consejera del hombre, ni es prudente
entonar como reacción himnos do loanza, tan agudos ó improcedentes
como las acerbas críticas de que antes hice mención, cuando de tan porfiado
modo se nos echan las bragas al aire: que las cosas deben resolverse á su tiempo,
y tanto mal causa un elogio desmedido, como una censura violenta y equivocada.
En esto no hemos sabido encontrar nunca la debida ponderación.
Ó echamos los pies por alto, orgullosos y presumidos, encontrando virtudes
hasta en los propios vicios, ó bajamos la cerviz hasta el suelo, hallando torpezas
y vituperios, con servilismo incomprensible, hasta en los actos más justos
y razonables de la vida. Tampoco en la aplicación de la terapéutica á la enfermedad
somos equilibrados y certeros. Hay muchos que, sin observar las condiciones
y extensión del terreno donde van á edificar, conciben planes fantásticos
y sueñan con monumentales construcciones. Otros, más pesimistas, ni
con modestas cabanas se conforman, en su desesperanza de todo porvenir mejor.
Lo que pasa es que los médicos sociales son unos excelentes teóricos, que
aciertan la enfermedad y determinan el tratamiento adecuado, pero que carecen
de aquel don que dan la experiencia y el saber de consuno, para ajustarse
escrupulosamente en las dosis á combatir el mal.
En lo que tampoco andan muy acordes nuestros galenos reformadores, es
en el modo de desenvolver, de dar cuerpo al pensamiento capital.
Pué á raíz de nuestro desastre colonial, en aquellos días de abatimiento en
que fermentó sobre un lecho de amargura el alma de nuestro mañana, cuando
por tirios y troyanos se resucitó y acentuó la gran verdad de que sólo por la
cultura se redimen los pueblos, y que era el nuestro una triste excepción, por
su evidente analfabetismo, en el concierto de las naciones.
Quizá las voces más alejadas del mundanal ruido fueron las que de más
categórica y sana manera, sabiamente dogmatizaron acerca de este problema.
Que los espíritus en constante comunicación con las corrientes de opinión pú-

— 320 —
blica, ya por interés, ya por apasionamiento, no son los que tienen prestigios
sólidos para dictaminar, por la evidente parcialidad con que juzgan.
De todos modos, en lo substancial, en lo intrínseco, unánime era la propaganda
y el clamoreo de reforma. Había de ser el maestro, el gran forjador de
sociedades, el que realizaría nuestra transformación; pero nadie se cuidaba de
mejorar las condiciones del maestro, peor atendido entonces económicamente
que ahora, y cuya instrucción para realizar tan ardua y difícil empresa deja
muchísimo que desear. Era también preciso mejorar los locales destinados á
la enseñanza, sanear la escuela, multiplicarla en lo posible, para que á todos
llegase el maná del saber, y acabar con la mayor rapidez posible con la torpe
servidumbre do la ignorancia. Pero los políticos no votaban cantidades para
ello, ni tomaban medidas sanitarias para combatir la sordidez de las escuelas.
Era urgente modificar la enseñanza superior, errónea en su concepción pedagógica
y en su finalidad educativa, apartada do las corrientes modernas del
pensamiento, contraria al libre volar del espíritu y á su ordenada nutrición.
Y, en esto, los ministros se desvivían y empujaban, concibiendo planes de reformas
que tenían el positivo mérito do unir lo absurdo con lo ridículo... ¿Y
á qué seguir? En la conciencia de todos está el proceso de estos palos de ciego
ciados en el aire do su vacuidad por la serie de medianías pedagógicas quo rigieron
los destinos de nuestra enseñanza. La política, que todo lo absorbe, destinaba
para tan descomunal empresa á hombres de talento, sin duda, de mediana
cultura, buenos abogados la mayoría de ellos, pero incapaces para acometer
la larga, difícil y penosa cruzada de nuestra redención educativa.
Y empeorando la cuestión, obscureciéndola hasta dejarla encerrada en las
tinieblas do un laberinto, se formulaban reformas inverosímiles, huérfanas de
realidad, exentas de aplicación, pero halagadoras para el espíritu piíblico, tan
falto de conciencia en nuestro país, y tan fácil al entusiasmo, como acontece
á los sentimentales á quienes no guía el dictado de la recta razón. Porque no
se pensaba que cada país tiene su fisonomía propia, su idiosincrasia colectiva,
determinada por muy diversos elementos, y que no es mejor legislador el que
conoce las leyes extranjeras, sino el que conoce bien á su pueblo. Así ocurrió
quo se confundieron lastimosamente cuestiones de gran importancia, en el
afán de amalgamar lo bueno de todas partes, sin que hubiera unidad ni criterio
fijo en la determinación de las reformas. Esta disparidad de opiniones dio
origen á un continuo tejer y destejer, á que poco después de legislarse una
novedad fuese sustituida por otra, que lo era, á su vez, por otra distinta. En
este mar borrascoso levó anclas la nave de la educación española, y si no zozobró,
quedó tan llena de averías, que sin una competente y técnica reconstrucción,
sería imposible que zarpase de nuevo.
En este período se discutió todo. El valor de los métodos universitarios, su
influencia sobre la inteligencia y el carácter, la función propia del profesor y
los deberes de los alumnos, la enseñanza de las congregaciones, la laica, la
unificación de los programas, la enseñanza de las lenguas muertas, la técnica y
la profesional, la psicología de la instrucción, las bases psicológicas de la edu-

321 —
oaoión, la enseñanza de la moral, la relativa á lenguas vivas, á la historia, á
la literatura, á las matemáticas, á las ciencias físicas y naturales, la educación
física, todo, en una palabra, lo que abarca el vasto problema de la educación.
Pero el resultado fue regresivo y nulos los esfuerzos.
II
Cada día que pasa es más apremiante la resolución de este problema. No
escapa á nuestro juicio imparcial que quizá hiciesen fracasar buenos propósitos
la inestabilidad de la vida ministerial y la penuria de los medios económicos.
En circunstancias normales, gobernar bien es de discretos. Sólo en los
períodos de batallar rudo y de horizonte tempestuoso, gobiernan bien los grandes
caracteres y los hombres de inteligencia clara, mesura en la acción y conocimientos
profundos.
No tuvimos, forzoso es decirlo, un Pestalozzi de Estado, capaz de desenmarañar
la red de nuestra instrucción pública. Y no lo hubo, probablemente,
por considerar que la empresa era de renovación, siendo así que, de un modo
primordial, lo era de saneamiento. En la mayoría de las reformas legislativas
hemos padecido en España análogos errores. Antes de la siembra, se impone
la rotura y preparación del suelo. Por no estar debidamente capacitada la
conciencia nacional, han sido un mito, y lo siguen siendo, reformas tan democráticas
como el sufragio universal, la ley del Jurado, etc. Se temió el abuso
de las Corporaciones, que era la demasía, cuando existiese, de los buenos, y so
fue á parar al despotismo de los malos, de los caciques.
Se quiso rodear de mayores garantías á la administración de justicia, y se
implantó el Jurado, compuesto de jueces en su mayoría ignorantes, que no juzgan
con la severidad de la ciencia penal, sino con la versátil y caprichosa
ciencia del corazón.
Para modificar nuestro sistema educativo se idearon grandes planos y se
trazaron sobre la Gaceta soberbios proyectos, cuando lo racional era mejorar
primero lo existente, para proseguir después la obra de renovación.
No tenemos tasa en perder el tiempo, y carecemos de la noción del que se
necesita para verificar una transformación social. Basta que el deseo formule
una aspiración, para que queramos verla inmediatamente realizada.
Por eso es muy consolador el discurso que el actual ministro de Instrucción
pública leyó en la Universidad Central el día de la solemne apertura de
curso. Porque reconociendo las deficiencias do la organización de la enseñanza,
la humildad del crédito á ésta destinado, que va muy lentamente aumentando,
y persuadido de que, sin este factor, no pueden realizarse más elevados
empeños, con gran sentido práctico y nobleza de miras, trata de «ordenar la
actual, para obtener de ello el mayor fruto, antes de emprender mayores derroteros»
.
«Esta labor de ordenación, de disciplina, de utilización efectiva de cuan-

— 322 —
tos elementos aprovechables tiene el Estado á su servicio para educar ó instruir,
es, sin disputa, menos brillante que aquella otra que idea nuevos planes,
y enriquece con nuevos tipos las organizaciones docentes, aun cuando luego
impida la realidad que echen raíces en la vida; pero yo la reputo más ventajosa,
en la situación actual de las cosas, para la verdadera cultura nacional.»
No es tan cómoda ni tan expedita la empresa—como frivolamente pudiera
juzgarse á primera vista—de encauzar y hacer revivir las veintiséis mil escuelas
que tenemos, en manos de maestros de buena voluntad, per» ineptos en su
mayoría, cuando no los sustituyen en el desempeño do sus funciones otros colegas
que ejercen largas interinidades, con evidenta perjuicio para la enseñanza.
Ni os obra que rápidamente pueda llevarse á cabo la de ordenar y poner
paz en los cincuenta Institutos españoles, cuyos claustros cuentan con
personas dignísimas y reputados hombres de ciencia, á cuyo lado visten la
toga del profesor otros advenedizos, que al favor y á la intriga debieron su
puesto.
Ni tendrán las Escuelas de Artes é Industrias y las de Comercio la vida
que requieren, mientras igual procedimiento de depuración y cumplimiento
de la ley no se lleve á cabo on ellas. Que aquí, donde todo el mundo ejerce la
crítica con severidad y rigorismo, y las censuras más acerbas brotan de nuestros
labios, nos cuidamos más de señalar las faltas ajenas que de cumplir
fielmente nuestros deberes, en la general deserción que se nota en el campo
do las propias obligaciones.
Y no cabe culpar sólo al profesorado; hay que señalar también la desmoralización
de la grey estudiantil, más dada á la holganza que al estudio, y
muy poco versada en el respeto que merece la noble figura del maestro. Aunque
es forzoso añadir que no en todas las cátedras ocurre lo propio, pues
mientras en unas, por bondad del profesor, ó por sus condiciones pedagógicas,
el laboratorio científico se transforma en plazuela, en algunas, por las
condiciones do seriedad y de saber del profesor, el local de la clase so transforma
en templo.
Añádase á esto que la comunidad espiritual que ha de establecerse entre
profesor y discípulo para que la enseñanza sea oñcaz, con frecuencia no llega
á iniciarse, y con frecuencia también se rompe bruscamente, por los alejamientos
de la cátedra á que los profesores se ven compelidos, ó que voluntariamente
gestionan, ya por el motivo de formar parte de tribunales de oposiciones,
ya por frecuentes enfermedades, ocupaciones políticas, viajes por el extranjero,
y otras causas que no es tan conveniente señalar.
«Por lo que hace á la segunda enseñanza y á la enseñanza superior—dice
ol Sr. Rodríguez San Pedro—, no son tan graves, aunque son también notorios,
los males advertidos y lamentados generalmente; admiten, sobre todo,
mayor espera en el remedio, ya que la base indispensable de toda educación,
después de la familia, es la escuela. Pero en ol respecto de que vengo hablando,
en acudir resuelta y activamente á la necesidad de que corresponda ol
efecto útil docente á la potencia real de nuestros medios actuales, sería el

— 323 —
aplazamiento abandono punible en que no he de incurrir, estando advertido,
como lo estoy, de mis expresados deberes.»
En el índice de sus propósitos, señala el ministro en primer término la
escuela, á la cual piensa dotar de las sumas que sean indispensables, con el
fin de que tengan realidad los arreglos escolares en las provincias en que ya
están aprobados y en las que sucesivamente se celebren.
Para conseguirlo, piensa dedicarse, en lo posible, al fomento y desarrollo
de la inspección escolar, «dotando al Cuerpo de Inspectores de garantías de
idoneidad que hagan fructífera su labor; y espero conseguir de tal modo que
puedan conocerse y corregirse rápidamente las faltas cometidas por aquellos
maestros que, no hallando en sí mismos estímulo bastante para cumplir con
sus obligaciones, ni en la sociedad esa especie de presión moral que á las
veces podría bastar para alentarlos y sostenerlos en su obra, desertan de la
escuela sin prestar la enseñanza á que están atenidos, y obstruyen, de tal
modo, puestos activos que otros maestros podían ocupar».
Bien es cierto que la reforma es de importancia y de necesidad suma, pues
la inspección actual resulta escasa, y, además, está pobremente retribuida.
III
Aparece hoy dividida la sociedad en dos grandes grupos de hombres: los
intelectuales y los trabajadores; los que se dedican, al ejercicio de una profesión
por conocimiento adquirido científicamente, con exclusión de toda práctica,
y los obreros manuales, aquellos que realizan las tareas más rudimentarias,
como ínfimos colaboradores de los obreros intelectuales. Esta división
del trabajo produce un trastorno social que se deja sentir en todas partos con
caracteres de verdadera gravedad.
Con esta ospecialización se ha castrado la iniciativa del obrero, que practica
hoy su arte relativamente peor que sus antepasados. Porque en la antigua
organización gremial, el hijo se veía compelido á seguir el oficio de sus mayores,
y recibía de éstos, con las tradiciones familiares, los conocimientos propios
de su industria.
Hoy, el obrero, casi en absoluto desprovisto de conocimientos útiles, no
es más que un instrumento inconsciente de la producción, que carece de toda
iniciativa, y que de un modo rudimentario se dedica á sus ordinarias ocupaciones,
con evidente menoscabo del progreso industrial.
Y fijándonos sólo en los obreros pomposamente llamados intelectuales, ¿no
encontramos que su educación os insuficiente y baldía? En la escuela, las clases
parecen inventadas para torturarlo. En serie no interrumpida, mal y do prisa,
sin tiempo para la más inocente reflexión, el niño va asimilándose conocimientos
de Gramática, de Geografía, do Aritmética, de Física, de Catecismo, de
Historia Natural, de Dibujo, etc., en las escuelas que tales asignaturas se enseñan.
El local, usualmente, tiene poco do agradable, y las lecciones se dan bajo

— 324 -
una disciplina áspera y chillona, encanto y delicia de los partidarios del magister
dixit. Todo lo cual mata la espontaneidad del espíritu, el libre volar de la
inteligencia, que no se desarrolla ampliamente, sino en moldes arcaicos, que
la deforman y merman de un modo irreparable. Atraída por lo superficial y
por lo nuevo la atención del niño, las cosas que se le enseñan van directamente
á reclamar un puesto en su memoria primeriza; y como la retención de
una idea no es sólo producto de un almacenaje mental, sino de una función
inteligente que metodiza y ordena lo asimilado, de aquí que, mal comprendidas,
cuando no detestadas, las lecciones que el niño estudia las olvida en
seguida, haciéndose para la generalidad completamente infecundo el actual
sistema teórico de educar.
Lo que un día hizo el muchacho encargado de abrir la válvula del vapor,
á cada golpe de pistón, en una máquina de Newcomen, hoy, por falta de cultura,
no puede realizarlo el obrero. De tal manera han progresado los instrumentos
mecánicos, que la iniciativa del operario queda detenida ante su misterioso
funcionamiento. Las máquinas de Smeaton y Newoomen eran bastante
perfectas, y, sin embargo, pudo el niño encargado de abrir la válvula del
vapor relacionarla con el resto del mecanismo, para que se abriera automáticamente,
mientras él iba á corretear con los chiquillos, en busca de solaz y de
expansión.
No se da, no se puede dar en la actualidad un caso semejante. Porque entre
el progreso científico, grande, maravilloso, en algunos aspectos, y la fuerza
bruta del trabajador, media un abismo. En algunas fábricas, el papel que
desempeñan los volantes y las poleas es más digno que el que tienen á su
cargo algunos hombres. ¿No recordáis, á este propósito, el trabajo agitado,
febril, de brutal monotonía, á que están destinados los obreros de ciertas fábricas
de cintas, cuya única misión consiste en unir los extremos de los hilos
que quedan pendientes en las bobinas?
A los obreros manuales se deben, on su mayoría, los grandes progresos de
la humanidad. G-aliloo supo hacerse los telescopios; Leibnitz se preocupó de
buscar un medio para que los coches anduvieran solos: fue, pues, el precursor
del invento del automóvil; Linneo, que ayudaba á su padre en los trabajos
de jardinería, llegó á ser el botánico más notable de su tiempo; New ton
manejaba las herramientas admirablemente, y cuando se dedicó á sus tareas
de óptica, él construyó sus lentes y telescopios; Breuli era peón caminero, y
logró ser el mejor ingeniero de su tiempo; igual oficio tuvieron Stephenson y
Smeaton. Prueba lo expuesto: que ol hombre de ciencia, cuando sabe todo
aquello que se relaciona con su industria, con la diversa aptitud ó carrera á
que se ha dedicado, puede realizar provechosas empresas y llevar á cabo descubrimientos
que están vedados á los hombres que no poseen conocimientos
científicos, ó que, poseyéndolos, no conocen adecuadamente su práctica aplicación.
También esta importante fase del problema educativo ha sido considerada
con atención por el ministro de Instrucción piíblica. «Otro aspecto—dice—de

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la enseñanza pública consideró que requería urgentes disposiciones, desdo el
instante en que la obligación me puso en trance de meditar el tema: me refiero
á la educación técnica en las Escuelas de Artes é Industrias y de Ingenio -
ros Industriales. La corriente moderna, en punto á instrucción, tiende, no
sólo á difundir aquellos conocimientos de orden especulativo que forman el
hombre ilustrado, sino, principalmente, á habilitarlo para la vida, á hacer el
hombre prácticamente útil á sí mismo y á los demás. Cultura y fuerza son
cada vez más necesarias á los pueblos, si no han de rezagarse en la marcha
de la civilización; pero cultura y fuerza son cada día más costosas, y precisan
por denominador común la riqueza. Para que España pueda utilizar debidamente
su suelo, multiplicar las fábricas y talleres, extender su comercio, necesita
aumentar el nivel y aumentar el número do hombres aptos para tales
empresas: desde el ingeniero que rige con su dirección técnica los grandes establecimientos
industriales, y el capataz ó el contramaestre que está al frente
de un grupo obrero, al maquinista que conoce el artefacto que maneja, y el
trabajador manual adiestrado en la técnica de su oficio.»
Parco en prometer, y justo en ol cumplimiento de sus propósitos, el sofreí'
Rodríguez San Pedro realizará, sin duda, una gran obra en pro de la enseñanza:
la obra do ordenación y saneamiento que necesita. Cuando más amplios
horizontes permitan á los gobernantes españoles dodicar mayores sumas á la
enseñanza y emprender otros derroteros más altos, quiera la buena suerte depararnos
un ministro de tanta cultura, tan prudente y de tan clarísimo talento
como el actual. Que España entraría entonces francamente por veredas
de redención, á las quo sólo un brioso resurgir de la cultura nacional puedo
llevarla.
VICENTE ALMELA.

AL VOLVER
ALGUIEN HA ENTRADO...
Hace tres meses que, en una cálida mañana en que la ciudad parecía incendiarse
á los rayos del sol, cerré estas habitaciones familiares, puse las llaves
011 un rincón de mi gran maleta de viaje, y me marché.
Todo quedó como si fuese para tornar al día siguiente. Sobre mi mesa de
trabajo, los libros y papeles en el habitual desorden, y, presidiéndolos, la cabecita
bizantina de marfil, envenada de finas hendiduras negras, reliquia de
los siglos; la cabecita bizantina de marfil, que sonríe apenas, con una sonrisa
amparadora de muchos enigmas. El artífice que la labró ha muerto hace como
mil años. No queda ya ni el recuerdo de sus conizas.
Cuando esa cabecita nació blanca y pura á la vida silenciosa y casi eterna
de las estatuas, aun radiaban los últimos fulgores del Santo Imperio, Cario
Magno resurgía en la leyenda, y estaban en la mentó de Dios los abuelos
del Cid... ¿A quiénes ha pertenecido? ¿Por cuántas manos ha pasado: aquí,
adorada romo una virgen; allá, guardada como un amuleto; acullá, confinada
en la vitrina del anticuario?
¡Cuántas cosas habrá visto, con sus ojos obscuros, á medias abiertos y perpetuamente
inmóviles!
La excepcional blancura, ligeramente amarillenta, del marfil dice asaz que
siempre ha sido amada, que ni ha sufrido intemperies ni ha padecido abandonos.
Cuando yo haya pasado, sicut nubes, quasi naves, velut unibra; cuando el
relámpago de mi ser se haya perdido en las grises vaguedades de los horizontes
sin fronteras, esta cabecita de marfil seguirá existiendo indefinidamente, sin
vida y sin alma, y acaso dirá á los que saben comprender el lenguaje de las
cosas, algo de mis invencibles tristezas y de mis inútiles ansiedades.
¿A qué manos irá á parar mi bibelot predilecto? ¡Plegué á Dios que sean manos
piadosas como las mías; pero de todas suertes, y á menos de una catástrofe,
su elástico y resistente marfil atravesará los siglos futuros como ha atravesado
un milenario, y verá develarse muchos enigmas, aclararse muchos arcanos!
Las razas irán amasando ante ella el lodo y las lágrimas del mundo, convertidos
en inmortal substancia radiante—aere perennius—con la que edificarán
las divinas arquitecturas del porvenir.
Mientras yo me llevaré á la tierra mis curiosidades, jamás satisfechas, y
mis anhelos de ideal, jamás saciados; mientras yo dormiré mi perenne sueño
sin ensueños, ella continuará con su mirada sin luz, contemplándolo todo...,
todo lo que no me fue dado contemplar.
¡Porque escrito está que el hombre creador, que puede dar á la materia, con
sus manos expertas de sabio ó de artista, la inmortalidad, pasará como sombra
por la tierra!...

— 327 —
Hace tres iiioses que, en una cálida mañana en que la ciudad parecía incendiarse
á los rayos del sol, cerré estas habitaciones familiares, puso las llaves
en un rincón de mi gran maleta de viaje, y me marché.
Quedaron en la blanca étagere los retratos predilectos.
Y muchas veces, durante mis largos paseos solitarios por las montañas, á
la orilla del mar, me he preguntado con cierta angustia qué harán esos retratos,
osos retratos amados, en la obscuridad do la estancia.
¿So resignarán los rostros, en los cuales debe haber algunos destellos do
vida, á permanecer allí, con los ojos siempre abiertos en la sombra, adivinando
sólo el día exterior por las líneas de oro de las rendijas?
¿O bien, desprendiéndose silenciosamente de la superficie en quo los fijó el
sortilegio del bromuro de plata, saldrán afuera á vivir entre las oleadas de luz
ó de sombra, la vida de los fantasmas?
¿Y mis libros, nadie los habrá abierto ni hojeado... Ningunos ojos de ultratumba
se habrán posado en ellos?
¿Por ventura, cuando marché, la levo plegadera do marfil no señalaba el
fin de este capítulo?
Me acuerdo muy bien de haberla puesto ahí, una hora antes do (pao el coche
viniese á llevarme á la estación.
¿Cómo, pues, señala ahora una página más lejana? ¿Quién ha leído durante
mi ausencia, en esta inviolada estancia? ¿Qué ojos siguieron por muchas horas
por encima de mi hombro mi lectura, y, cautivados por olla, la han continuado
mientras yo estaba lejos?
Porque yo siento que hay ojos invisibles que por encima do mi hombro
leen cuando yo leo; yo sé de ojos que miran lo quo yo escribo, quo en este instante
mismo están mirando lo que escribo, y que, sin embargo, hace mucho
tiempo que se cerraron á la vida...
Casi afirmaría también que mi bien amado sillón, al cual debo tantas horas
de reposo, no está donde lo dejé. Lo han llevado hacia la ventana.
En verdad os digo que hay en una habitación corrada adonde no ha entrado
nadie, muchas cosas que «no comprende nuestra filosofía».
... Hace tres meses que, en una cálida mañana en que la ciudad parecía incendiarse
á los rayos del sol, cerré estas habitaciones familiares, puso las llaves
en un rincón de mi gran maleta de viaje, y me marché.
Vuelvo ahora con las primeras graves melancolías del otoño, y advirtiendo
que durante mi ausencia ha entrado en mi habitación el misterio, pregunto en
vano á los retratos, á los libros, á la cabeza do marfil, al sillón mismo, «algo
que ellos saben», pero que no me dirán jamás.
AMADO ÑERVO.

Á MODO DE EPITALAMIO
dedicado á las bodas de mi amigo el notable artista José Cabás Quiles.
De laurel y azahar llega á mi vista
la simbólica flor, la dulce rama,
y oigo la voz unánime, que aclama
los amores de un ángel y un artista.
Artista sin amor, no es bien que exista;
pues cuando el Arte á su legión le llama,
¿cómo ha de conquistar ni prez ni fama,
sin amor que le inspire en la conquista?
No habrá quien gloria ni laurel demande
si no le empujan femeniles manos,
si el dios Amor no causa su ardimiento.
¡Y cuan grande es Amor! ¡Mirad si es grande,
que, aun siendo una deidad de los paganos,
lo erigió el cristianismo en sacramento!...
Ramón A. Urbano.

Niña, la mi niña,
¿para qué te quiero,
si no sé decirte
que por ti me muero?
Aunque ya, la niña,
si sabes de amor,
sabes que más calla
quien ama mejor;
si hoy por más ardor
en silencio muero,
nina, la mi niña,
¿para qué te quiero?
Corre mi esperanza
como un arroyuelo,
en que se ve un cielo
quo nunca se alcanza;
y aunque siempre avanza,
luego da en el mar.
Mas ya de esperar
hoy me desespero,
¡y no sé decirte
qué por ti me muero!
¡Mal habré, la niña,
si digo mi amor!
¡Mal habré si callo
por amar mejor!
Que templar mi ardor
callando no espero.
Niña, la mi niña,
¿para qué te quiero?
II
Palomicas, decid á la niña:
Hermana, ¡bien hayas!;
mas si buscas la luz de otro amor,
ojalá se te quemen las alas.

- 330 -
Decidle mis quejas,
decidle mis ansias,
decidle que vivo
sólo de mirarla;
decid que la quiero
con toda mi alma.
Y si os vuelve el rostro,
ó responde airada,
palomicas, decid á la nina:
Hermana, ¡bien hayas!;
mas si buscas la luz de otro amor,
ojalá se te quemen las alas.
Decid que en ternura
ninguno me iguala;
decid que mil veces
me halló la mañana
cantándole amores
y vertiendo lágrimas.
Y si no responde,
ó responde airada,
palomicas, decid á la niña:
Hermana, ¡bien hayas!;
mas si buscas la luz de otro amor,
ojalá se te quemen las alas.
III
—¡Dejaos de amar,
que soy pajarilla
y quiero volar!
Volad atrevido,
señora; mas ved
que el que huye del nido
se expone á la red,
y vuesa merced
al fin la ha de hallar
mas que quiera huilla;
que, aunque es pajarilla,
no sabe volar.
—¡No me habléis de amores,
que con el roclo
no quieren las flores!

— 331 —
Discreta señora,
gustáis de dormir,
mas ved que es la aurora
y el sol va á salir.
Vod que os puede herir
si de sus ardores
no os defiende el mío;
que amor de rocío
da sombra á las flores.
IV
—¿Qué hacéis, escudero
de poca fortuna?
—Amar á la luna,
que os noche do Enero.
—¡Cuidad que yo os quiero!
—Dejadlo por Dios,
que soy caballero
y no sirvo á dos.
—Señor escudero,
¿miráis las estrellas?
—Quiero ver si entre ellas
está mi lucero.
—Yo lo soy, que os quiero.
—No os canséis, por Dios,
que soy caballero
y no sirvo á dos.
Rafael Atard González.

FRAGMENTO DEIJ POEMA «PEDIDO
Canto primero.—FUGITIVO
«¡Oh viejos Alpes, solitarias cumbres
testigos de la infancia de la tierra,
que imperios, religiones, muchedumbre,
razas, edades, leyes y costumbres
en perpetuo vaivén, en sorda guerra,
habéis visto pasar siempre lo mismo,
ciego huracán soplando por su espalda,
y correr, deshaciéndose, al abismo,
como la nieve en vuestra agreste falda!
¡Oh viejos Alpes, rudos esqueletos,
despojo del tremendo cataclismo,
de ese inmutable sol contemporáneos,
que el horizonte recortando escuetos,
sobre él erguís los carcomidos cráneos.
Ruinas del templo colosal que un día
sin duda, al culto de su Dios alzara
la virgen soledad, y todavía
de pie los muros y humeante el ara
que muestras dan del olvidado rito,
por cima de las moles do granito
y allá en la altura, taladrando el cielo,
vuestras agujas ele calado hielo
lanzáis como buscando el infinito;
ocultad, ocultad en lo intrincado
de vuestros senos la mortal congoja,
la tristeza y rubor de un desdichado
que el mundo hasta vosotros ha arrojado,
desde la altura en que la gloria brilla,
como la mar, tras la tormenta, arroja
el cadáver del náufrago á la orilla!»
Así, en mitad de un áspero sendero
desde el cual, no distantes, se alcanzaban
de las alpinas crestas los esbozos,
decía, deteniéndose, un viajero
con dolorida voz que entrecortaban
á un tiempo, la fatiga y los sollozos.
Después, exhausto del vigor postrero,
cruzó las manos, inclinó la frente,

— 333 -
y por su enjuta y pálida mejilla
dos lágrimas corrieron lentamente.
Era un humilde monje. Su figura,
ceñida del sayal benedictino,
aun mostraba la fuerza y apostura
de la viril edad; mas todo en ella
notar dejaba la reciente huella
de un combate mortal con el Destino.
Se descubría el interior estrago
de una inmensa catástrofe en su vida;
había allí, como en reflejo vago,
yo no sé qué de majestad caída.
Aquel noble y enérgico semblante,
donde una nube de tenaz tristeza
del genio ahogaba la expresión radiante;
aquella hermosa, escultural cabeza,
de la cual se dijera que acababa
una corona de rodar, hundida
entre el tosco buriel de la capucha;
todo, el trágico duelo publicaba
de un grandioso poder desvanecido:
¡Era Jacob, tras formidable lucha,
en su camino de Canaán vencido!
El día estaba al declinar; un día
en que sus galas desplegaba todas
el espléndido Mayo, y parecía
levantarse á las fiestas de sus bodas
feliz la creación. Era una orgía
de rayos, de perfumes, de colores,
una explosión de céspedes y flores,
una embriaguez universal, y en ellas,
vida la luz, la atmósfera centellas,
risas la auras, himnos los rumores.
¡Divina hora de amor! Todo parece
que siente y late, que acaricia y ama;
el mundo en los transportes se estremece
de una inefable cópula; derrama
sus ánforas la vida, desbordando;
nidos y estambres en su seno blando
misterios sacratísimos esconden;
hay voces en el viento susurrando
que por doquier se llaman y responden,
y debajo de tierra, donde presos

— 334 —
entre las sombras de su cárcel sa hallan,
los comprimidos gérmenes estallan
con el crujir de apasionados besos.
La savia nueva que vivaz palpita
sus cauces inundando á borbotones
con el rápido ritmo con que agita
la fiebre el corazón, verdes festones
cuelga en los troncos; las tempranas yemas,
los brotes hincha, transpirando aromas,
y abre del árbol la corteza ruda,
que por sus poros desiguales suda,
en gotas de ámbar, transparentes gomas.
Al sol, de éntrela hierba, cada ruido
de cercano pisar, levanta y mueve
nube de insectos que al huir esquiva,
alzando un monótono zumbido,
vuela á posarse en remolino leve,
cerca otra vez, cual polvareda viva.
El rústico tapiz que en los boscajes
con sus viciosas ramas han tejido
lianas y yedras, musgos y follajes,
cuajado está de crías, que gozosas
entre las pajas bullen y aletean,
entorno de las cuales, afanosas,
las madres sin cesar revolotean,
rozando alguna en su aturdido vuelo,
aquella red por donde asoma el cielo
como á través de enrarecidas brumas,
y al choque fugaz, deja en el suelo
una lluvia caer de hojas y plumas.
Y un aire virginal, como el que de Eva
con tibio soplo acarició la frente
en las auroras del Edén, al alma
sueños infunde y languideces lleva;
y el voluptuoso respirar se siente
con que la vida, que circula en calma,
el universo en su pulmón renueva;
y en cascadas de luz, resplandeciente,
desdo los cielos se derrama el día,
bruñendo alegre los lujosos campos,
ó jugando en las hojas de la umbría
donde se cierne en destejidos lampos.
Y mientras rota la neblina huye,
y la nieve en las cimas congelada,

- 335 -
en globos de oro se deshace y fluye,
la tierra, por el sol acariciada
sacude, al cabo, el invernal reposo,
como al calor de un ósculo amoroso,
la esposa, entre azorada y placentera,
tras la noche nupcial, por vez primera
despierta en brazos del amante esposo.
(FRAGMENTO)
Vuela el tren, atravesando la monótona llanura,
cuyo suelo resquebraja la aridez canicular;
donde no hay ni un hilo de agua ni una mata de verdura,
pero que ábrese á los ojos infinita como el mar.
¡Cuan solemne la tristeza reposada y majestuosa
de estos campos, que contemplan cara á cara el cielo azul,
donde, en medio de una viva transparencia luminosa,
flota sólo en la distancia la calina como un tul!
Tierras, tierras y más tierras sin relieves ni accidentes;
un tapiz desenrollado sin cesar á nuestros pies,
una tela ajedrezada de cien tonos diferentes,
desde el verde de las cepas hasta el áureo de la mies.
Sólo, á veces, de unos olmos medio oculta entre el ramaje,
se ve el agua de un arroyo mansamente resbalar;
y ¡qué intensa poesía cobra en medio del paisaje,
que su vida allí parece toda entera concentrar!
Otra vez es un sendero, que aseméjase al rasguño
con que un dedo de gigante desgarrara aquel tapiz,
el que cruza la rugosa superficie del terruño,
dividiéndola á lo largo como roja cicatriz.
Unos de otros muy distantes, y apiñados siempre en torno
del escueto campanario que remata humilde cruz,
pasan pardos pueblecillos cuyo mísero contorno
se recorta en línea obscura sobre un fondo todo luz.
Y detrás de aquellos muros la existencia se adivina
del labriego castellano, grave, sobria y regular;
del trabajo al aire libre la epopeya campesina,
la velada silenciosa junto al fuego del hogar.
Calma en todo, que no turban sino el grillo soterrado
tras el seto, en cuyas ramas se guarece el caracol,

— 336 —
ó algún grupo de maricas que se cierne, desbandado,
sobre la ancha carretera, donde á plomo cae el sol.
Una voz. Allá en las eras, dando vueltas en el trillo,
que abandona de las muías al impulso maquinal,
una moza entona un aire de monótono estribillo,
un canto áspero, arrastrado, soñoliento y gutural.
•Aquel canto es la llanura con su austera poesía,
es el eco de la estepa resonando en su confín;
sus compases tienen, lentos, la uniforme simetría
de los surcos, que lo escriben en pentagrama sin fin.
¡Oh Castilla, tierra madre! ¿Quién no siente la hermosura
de esas vírgenes montañas que no ha hollado humano pie;
que hasta el cielo se escalona en disforme arquitectura,
y en redor de cuyas cumbres sólo el águila se ve?
¿Quién no admira, estremecido por un vértigo sublime,
desde el borde pedregoso de un picacho desigual,
de qué modo hacia el abismo, con fragor que el pecho oprime,
precipítase el torrente por el agrio peñascal?
Sí, grandioso es el ceñudo panorama de los montes;
mas á todo yo prefiero tu solemne placidez,
tus serenas perspectivas, tus abiertos horizontes,
donde abarcan las miradas el espacio de una vez.
En la cima Dios se vela tras la roca ó tras la nube,
aquí le hablo sin que nada se interponga entre los dos;
en las ásperas montañas hasta Dios el hombre sube;
solamente en las llanuras hasta el hombre baja Dios.
Emilio Ferrari.

EN ED JARDÍN DE
Las flores están secas y la tierra está seca;
y el río, antes tan grueso, es un hilo delgado
de agua cristalina que devana una rueca
invisible.. El sol alto, en un lampo dorado,
calcina la pradera, y la tierra calcina.
Unas reses hambrientas vagan por el collado
y husmean el deleite de la hierba mezquina;
los huesos puntiagudos se extreman en las ancas
donde se indefinizan manchas de tinta china.
El caracol del viento silencia en las barrancas.
Una siesta enervante domina los bohíos,
donde el alba despierta actividades francas
y el crepúsculo anima la eclosión de los píos...
Hasta las cabras jóvenes se tornan sedentarias;
y los gallos galantes olvidan sus bravios
torneos (tan al gusto de las plebes agrarias).
Picoteando al desgano el polvo de las mieses,
cloquean las gallinas rimas agro-pecuarias
y sus cuellos describen homenajes corteses
á la sombra precaria de las bestias en celo,
cuyas patas desvían instintos descorteses...
Todo os duelo. En la tierra, en el bosque, en el cielo.
Sólo Timeón y Claudia desacatan la hora,
pues no encuentran motivo para tan grave duelo.
Y, entre mimos y besos, la sencilla pastora,
sin reparar que á Vesta sus catorce años debe,
se enciende como una bacante pecadora
y humilla un lis de sangre en el altar de Hebe!
César Miranda.

Información ibero-americana.
España
LOS DISCURSOS DE HPERTORfl EN LHS UNIVERSIDADES ESPHNOLHS
y el del señor ministro áe instrucciún púDJica en 1907.
Un año más lia pasado. Volvió á abrirse el curso en las diez Universidades
españolas, con la misma solemnidad y barullo acostumbrados: hubo en
muchas los tradicionales escándalos y gritería; lucieron mucetas y borlones,
brillaron medallas, sonaron las voces de los profesores dilucidando sendos temas,
fueron impresos los discursos, y líeme aquí—benévolo lector—con ellos
sobre la mesa, dispuesto como el pasado año á leerlos é ir recogiendo aquellas
afirmaciones referentes á la enseñanza y sus problemas, en ellos contenidas.
Prescindo, por tanto, de los discursos de los Sres. Cotarelo Valledor y Hazañas
(1), de la Facultad de Filosofía y Letras; Lecha, de la de Medicina;
Galán, de Ciencias, y Estanyol, Sánchez Mata y Bernabé Herrero, de Derecho:
desarrollan sus respectivos temas sin entrar en disquisiciones pedagógicas,
y tratan los más de materias acerca de las cuales no tengo competencia.
Tres son, pues, tan sólo los catedráticos que se ocupan de dichos problemas:
dos de ellos, los Sres. Torres Campos y D. Francisco de las Barras de
Aragón, de aspectos parciales de la que pudiéramos llamar cuestión pedagógica;
uno, el Sr. Bonet, la aborda de lleno y á ella dedica todo el discurso.
II
Granada.—Sr. D. Manuel Torres Campos, catedrático de Derecho; edad,
cincuenta y siete años; ventiuno de profesorado; natural de Barcelona; ha servido
solamente en Granada. Aunque su discurso se ocupa de los Estudiantes,
sus asociaciones y medios adecuados para protegerlos, traza por vía de prólogo
un cuadro sobrio y exactísimo de la situación de nuestra enseñanza; dice así:
'

ggg
mentación, que corresponde al Estado; después, del profesor y de los medios
de que disponga; y en líltimo extremo, de los alumnos y sus familias, sobre
los cuales el ambiente social ejerce una decisiva influencia.
»Los profesores de Universidades, no teniendo sueldos que puedan bastarles
para vivir, necesitan dedicar una parte de su actividad á ocupaciones distintas
de la enseñanza, aun sin contar la carencia de medios adecuados utilizables
por sus alumnos.
»En fin: faltan á los profesores estímulos que les lleven á extremar su celo
en el desempeño del cargo, puesto que ios ascensos en sueldo sólo se consiguen
á medida que van pasando los años, sin tener en cuenta para nada los méritos y
las circunstancias especiales que puedan concurrir en determinadas personas.
»E1 ambiente social, que estima en poco la ciencia y que hace poco en su
favor, influye grandemente en el ánimo de los alumnos. Fortuna te dé Dios,
hijo, que el saber poco te importa, es un refrán muy conocido. Contando, como
poderoso recurso para hacer carrera^ con las influencias y la política, no tienen
el gran estímulo del éxito; y por eso los estudiantes, animados por sus familias,
procuran obtener, con las mayores facilidades posibles, los títulos académicos,
los cuales, más que el saber, les han de dar medios para la lucha por
la existencia.»
Este amargo pesimismo del catedrático granadino es exacto y muy justificado:
la exigencia del título como requisito para el ejercicio de las profesiones
y cargos, trae como secuela que los establecimientos en donde so otorgan
vayan convirtiéndose, cada vez más, en meras fábricas de titulados; y ante la
lógica de la realidad, fallan todos los deseos generosos en contrario y las reformas
ó procedimientos que se adopten para corregir esa gravísima enfermedad
de nuestras instituciones docentes.
El Sr. Torres Campos desarrolla cumplidamente su tema: tras de un completo—aunque
breve—relato de lo que fuerou las asociaciones escolares en la
Edad Media, entra en la descripción de su renacimiento y desarrollo en las
modernas Universidades, y examina su diferente carácter en Francia, Alemania,
Inglaterra y los Estados Unidos. Las asociaciones escolares proporcionan
á los pobres ayudas en metálico para vivir y continuar sus estudios, y á todos
los estudiantes, lugares cómodos, confortables y espaciosos, para estudiar y
distraerse; excelentes bibliotecas y gimnasios, salas de conferencias, cooperativas
de consumo y hasta, á veces, alojamiento en condiciones higiénicas y económicas.
Es verdaderamente curiosa la descripción que trae de las instituciones
escolares en la Universidad de Harvard. Si aquí alguien quisiera iniciar,
en nuestros centros de enseñanza, algo parecido, nuestros viejos universitarios,
los rectores y decanos, se llevarían—por regla general—las manos á la
cabeza, calificando de loco y visionario á quien tal propusiera.
Al final, copia el Sr. Torres Campos algunos párrafos de Laurent, acerca
de puntos fundamentales de la organización pedagógica, declarándose conforme
con ellos; son tan de mi gusto, que no resisto á la tentación de transcribirlos:

- 340 —
«En primer término, desearíamos ver suprimidos un cierto número de
cursos puramente teóricos, en Medicina á lo menos.
»... Deberían ser juzgados los alumnos, no según, algunas respuestas más
ó menos aprendidas de memoria, sino según exámenes de conjunto, en los que
la inteligencia y el juicio deberían hacer sus pruebas.
«Por una consecuencia lógica, somos adversarios, en general, de las oposiciones,
que no son el único medio de apreciar el mérito de los candidatos.
Basta ver su influencia en China y aun en Francia. Puede parecer singular
la aproximación de estos dos países, colocados en los dos polos de la civilización.
En China, todos los grados de la jerarquía oficial se obtienen de ese
modo y con ayuda de la tradición, estas oposiciones que sirven para obtener
los diferentes grados del mandarinato, por ejemplo, son verdaderas oposiciones
de opereta. En lo que toca á Francia, puede decirse que su gran desenvolvimiento
científico se ha producido y se prosigue, á pesar de este abuso de
oposiciones, que continúa dominando por la todopoderosa rutina. Opuesto
es el caso de Alemania, donde los procedimientos de eliminación intelectual y
social están establecidos sobre bases de apreciación mucho menos mezquinas.
«Observemos que el pueblo inglés, que ha conquistado para su lengua la
octava parte del mundo, y que ha adquirido en un siglo un imperio colonial
inmenso, no ha debido sus éxitos á la Universidad sola, porque la mayor parte
de sus grandes hombres son autodidactos, sino en gran parte al sistema de
educación que les es peculiar.»
Oviedo.—D. Francisco de las Barras de Aragón, catedrático de Ciencias;
edad, treinta y ocho años; un año de profesorado numerario; de la provincia
de Sevilla.
Su discurso trata de La Historia Natural y su enseñanza en España. Tras
erudito relato de sus vicisitudes en pasadas centurias, y de recordar cómo en
otros tiempos tuvimos celosos y entendidos cultivadores de ella, atribuye el
disertante su decaimiento á no haber seguido los métodos que en su enseñanza
emplean países más ricos y adelantados. Se nota, sin embargo, cierta tendencia
hacia ellos, y eso fundamenta la esperanza de que vaya acentuándose
el renacer que ya se inicia en este linaje de estudios. El autor piensa que es preciso
despertar en los estudiantes afición á los trabajos personales, y esto sólo
puede lograrse acostumbrándoles durante la carrera á practicar por sí mismos
en los laboratorios, no sólo viendo, sino haciendo ellos mismos las experiencias;
junto á estos laboratorios escolares ha de haber otros, donde los profesores
investiguen, y, junto á ellos, los alumnos que hayan de especializarse.
Respecto de la enseñanza de la Botánica, Zoología y Mineralogía, elogia
la oficina central de cambio, que permitirá—como ya va ocurriendo—enviar á
Museos y Centros de enseñanza colecciones formadas por los envíos que en
ella se reciben, procedentes dt los profesores diseminados por toda España;
recomienda la multiplicación de los jardines botánicos, abiertos al público
como parques de recreo, no cerrados y organizados con fin pedagógico exclu-

— Sil —
sivo. En este particular se muestra partidario del tipo alemán, que aprovecha
hasta los accidentes del terreno, y distribuye las plantas con sujeción á lo que
éste permite.
Terminadas las cuestiones propias de la enseñanza de las ciencias naturales,
aborda el autor—á guisa de epílogo—algunos de los más interesantes problemas
pedagógicos de carácter general: comienza por los exámenes. El profesor
ovetense piensa que los alumnos no deben ser examinados por el que
les enseña, pues la convivencia produce simpatías y antipatías, que ponen en
peligro la justicia y truecan al profesor en juez apasionado, ya en favor, ya
en contra del alumno; es, además, juez y parte, y no debe juzgar; pero como
en el examen hay y habrá siempre mucho de casual y fortuito, «¿quién puede
conocer mejor—sigue diciendo el Sr. de las Barras de Aragón—al alumno,
su capacidad y aplicación, que el profesor, que junto á sí lo ha tenido durante
todo el año?» Es ixna dificultad insoluble; y para atenuar los males que el examen
causa, el más grave—como reconoce el preopinante—enderezar los estudiantes,
no á estudiar por saber, sino á cursar para obtener títulos, sostiene
que debe haber un ejercicio final de carrera que sustituya á los exámenes de
asignaturas ó de grupos de asignaturas. «Aun así—sigue-pensando el disertante—,
el examen sólo habla del momento presente, no es una seguridad de suficiencia
para lo sucesivo; la excesiva reglamentación y el excesivo rigor no han
sido nunca garantía de la producción de eminencias; la reconocida superioridad
científica de Alemania obedece, más que á superioridades de raza, muy
discutibles, á la organización de sus célebres escuelas.»
Cita, aplaudiéndolo, un texto del profesor alemán Hesse, el cual dice: «Sería
una desdicha para la vida de las Universidades alemanas restringir la
libertad de enseñanza; sería todavía peor pretender quebrantar la libertad de
los estudiantes, imponiéndoles clases obligatorias, las cuales nada significarían
si no se hiciese á la vez obligatoria la asistencia á ellas, cosa que traería
la muerte de todo movimiento científico; no hay ni siquera pretexto para
introducir esta obligación, pues la asistencia escolar á las aulas ha aumentado
en los últimos años.»
No puedo monos de congratularais de ver estas ideas en los dos profesores,
el germánico y el español; son las mismas á que rindo culto, las mismas que
he expuesto de palabra y por escrito repetidas veces, y que me han granjeado
entre la mayoría de mis compañeros fama de iluso, soñador y extravagante.
Créame el Sr. de las Barras de Aragón: la cuestión de los exámenes no tiene
más arreglo que uno, el suprimirlos; entonces los abusos parecerán mayores,
al ver graduados hechos de golpe y cuyos títulos serán cada vez menos respetados,
porque se verá más clara la ignorancia de quienes los esgriman; irá
reaccionando así la conciencia pública, y pedirá la supresión de ellos por inútiles,
y habrán llegado q lienes esto vean á vislumbrar la Tierra Prometida.
Choque, pues, mi digno compañero; voto con él por un ejercicio al final, porque
no es posible votar por medio examen.
Madrid,—D. Baldomero de Bonet y Bonet, catedrático de Farmacia; ca-

— 342 —
talán; edad, cincuenta años; doce años de catedrático numerario; lia enseñado
en Santiago y Barcelona; fue antes profesor auxiliar. Tema de su discurso:
Organización de la enseñanza. Son tantos los asuntos tratados, que habré de
presentarlos á guisa de conclusiones:
1.° Debe establecerse el examen de ingreso en las Facultades ante un
Tribunal de profesores de la misma; así ocurre en todas las escuelas; seleccionará
los alumnos, y facilitará el que se pueda dar más altura científica á la enseñanza
universitaria.
2.° En los planes de estudio no basta poner el rótulo de las asignaturas:
es necesario decir cuál será el contenido de ellas; el profesor podrá usar para
enseñarla el método que juzgue más oportuno.
3.° Debe darse más importancia á la parte experimental y práctica de
la enseñanza. Dice el Sr. Bonet: «No hace muchos años, una alta personalidad
extranjera visitó la Universidad de Barcelona; se le enseñó el despacho del
rector, la sala doctoral, el Paraninfo, etc., dedicando á todos estos departamentos
el elogio que su suntuosidad merece; visto todo esto, manifestó el deseo
de ver las cátedras y los laboratorios, quedando sorprendido de su miseria y
mala instalación, expresando la sorpresa que lo causaron, diciendo que no estaban
en relación con lo que antes le había tan gratamente impresionado.»
•i." Exámenes. Deben suprimirse los do asignaturas, pues así los alumnos
no estudiarían á fin de curso con avidez por preparar los exámenes; estudio
indigesto y apresurado, en vez de ser tranquilo y provechoso. Al final de
la carrera debería haber varios ejercicios teóricos y prácticos que probaran
la suficiencia del alumno.
Estos ejercicios deberían verificarse con arreglo á un cuestionario, general
para toda España, que el alumno recibiría al ingresar en la Universidad;
de los ejercicios juzgarían Tribunales ó Jurados en donde no entraran los catedráticos
que había tenido el alumno, para quo no juzgaran así su propia labor:
este sistema es el alemán; los jurados so deberían reclutar entre el mismo profesorado
y los doctores.
5.° Como los profesores do instrucción primaria son los únicos que no juzgan,
en definitiva, de la preparación de sus alumnos para pasar á otros grados
de la enseñanza, debería crearse un nuevo título académico para la juventud
que no concurre más que á las escuelas de primera enseñanza; título que
les capacitaría para el desempeño de funciones sociales humildes, sería un estímulo
para que los niños concurrieran á ellas y los padres les obligaran á
asistir, teniendo en cuenta los beneficios que podría reportarles, verbigracia,
en el servicio militar.
6.° Deben publicarse íntegras las memorias de los profesores pensionados
en el extranjero, y no sólo sus conclusiones, en la Gaceta, á fin de que se vea
si los pensionados dan el fruto apetecido por el país al enviarlos; debe dotarse
de los medios necesarios para dar la enseñanza práctica á los centros docentes,
aquí donde no hay Escuelas de estudios superiores en las que el profesorado
se forme ó investigue.

- 343 —
7.° Debe aumentarse el sueldo al profesorado y obligarle á no dedicarse
más que á la enseñanza; acepta el sistema alemán de que el profesor perciba
parte de las matrículas y derechos de prácticas, y pide que el profesor oficial
pueda, como en el extranjero ocurre, dedicarse á la enseñanza privada, cuya
prohibición actualmente es un insulto al profesorado. «Hubiera sido—dice—más
noble y valiente expulsar del Cuerpo al indigno compañero, que no poner ese
estigma en la frente de todos los profesores, al suponer que pueden venderse
por un puñado de pesetas.»
Estas son las ideas del Sr. Bonet y Bonet. Con toda mesura, y sin ánimo de
molestarle, mas do discutir puntos doctrinales, he de observar:
1.° Que el examen de ingreso, si era riguroso, despoblaría las Universidades;
y si no lo era, resultaría un examen más. Las Facultades que tienen matrícula
escasa (Ciencias y Letras) necesitarían heroica virtud para cometer
esta voluntaria desnutrición.
2.° Marcar el contenido de las asignaturas de un modo oficial, es muy expuesto
á que se atente contra la libertad científica dentro de la cátedra: hay
muchas ciencias en formación. Además, ¿quién iba á determinar eso contenido?
Se contesta: El Estado. Pero ¿quién es, en realidad, el Es.tado? Pues
D. Fulano, consejero de Instrucción pública ó amigo del ministro. En suma: la
opinión oficial es la muy discutible de uno ó varios particulares, por regla general
encanecidos en la enseñanza, lo cual quiere decir, en muchas ocasiones,
personas que sustentan criterios arcaicos ó poco progresivos.
3.° Conforme en la preponderancia de lo práctico y experimental, que
cabe aun en las ciencias, al parecer, más especulativas; pero ¿quién pone el
cascabol al gato? ¿Gentes educadas en el verbalismo dominante?
4.° .Repito lo dicho anteriormente sobre esta materia.
5.° Me parece el colmo de la manía titulatoria inventar un título nuevo
por ir á la escuela; no insisto, pues, en esto punto: es accidental en el trabajo.
6.° Conforme en que sean publicadas.
7.° De acuerdo con el autor en que, si no hay exámenes, se autorico al profesor
la enseñanza privada: no lo estoy en que sea sólo catedrático; quien más
enfermos vea ó más pleitos despache, será el mejor maestro de módicos ó abogados;
quien no ve sus labores vivificadas y corregidas por la realidad, cae
fácilmente en cavilosidades estériles, á las que nuestro inculto ambiente intelectual
califica de profundas investigaciones científicas. Aparte de que quien
se dedica á sólo aprender para enseñar, se pedagogiza; y á quien ocurre esto,
va por mal camino: no es posible entrar en discusión sobre tal extremo, pues
habría de ser muy amplia (1).
¿Y en qué consiste que parece y es muy discreto cuanto propone el señor
Bonet y Bonet, y tampoco son irracionales—á mi juicio—los reparos que yo
pongo? En que los dos tenemos y no tenemos razón: nuestro sistema do ense-
(1) Véanse, acerca de este punto, los artículos del Sr. Ribera titulados «Cuestiones pedagógicas», en la revista
trimestral Cultura Española; Madrid, 1900-1007.

— 344 — .
fiar es un puro artificio; cuando la clara mirada del Sr. Bonet descubre un defecto
en él, inventa ó propone otro artificio para evitarlo, al cual, á mi vez,
saco defectos; el Sr. Bonet los sacaría á los que yo propusiera, si yo lo hiciese;
y así, escolásticamente, criticándonos mutuamente los defectos, estaríamos
hasta el fin del mundo. Convénzase mi digno compañero: no hay mejor organización
que la natural; que cada uno aprenda con quien quiera lo que le haga
falta.
III
La prensa, á raíz de la apertura de curso, se desató—salvo algunas excepciones—contra
el discurso del señor ministro de Instrucción pública: forma un
verdadero contraste con el del año pasado; entonces dije del del Sr. Jimeno
que parecía dilucidar el siguiente tema: «Lo que yo haría si gobernase en distinto
país de aquel en que gobierno, ó si el país que yo gobierno fuera de otro
modo.» De éste cabría decir todo lo contrario: se encamina á exponer algunas
medidas de relativa importancia que pueden ser adoptadas para mejorar la
pública instrucción; el uno es una oda á lo imposible; el otro, un seco llamamiento
á la realidad; el uno gustó á la galería; el otro quizá á nadie ó á muy
pocos, á los prudentes que no alborotan.
El señor ministro prescinde de la enseñanza superior ó universitaria, y aun
de la secundaria, y se fija en la primaria é industrial. Cabe calificar su discurso
acaso de deficiente, pero no de inexacto; por el contrario, dice verdades
como puños; voy á entresacar algunas:
«Los órganos de la función docente no se improvisan ni podrían surgir de
la Gaceta, aunque el Estado vertiese en abundancia los millones creando escuelas
y cátedras, alojándolas en palacios y dotándolas de material científico
con verdadera esplendidez, según sería apetecible. El presupuesto de Instrucción
pública se ha cuadruplicado en catorce años; y si se deducen los gastos
de primera enseñanza, se han duplicado todos los restantes en ese período.»
Cree el señor ministro más prudente, antos de acometer innovaciones, sacar
más efecto útil de lo existente, reformando los abusos ó corruptelas que
pudiera haber. «Son pocas—dice—las escuelas; pero la escasez do su número
aun se agrava por las vacantes de provisión larga, las interinas y sustituidas
que temporalmente son abandonadas para formar parte sus titulares de los
Tribunales de oposiciones», etc. Intenta el señor ministro vigorizar la inspección,
á fin de que puedan ser corregidos y castigados rápidamente los abusos
que pudiera haber.
En la enseñanza técnica industrial, tiende á que se le dé carácter más
práctico, supliendo las deficiencias que su implantación precipitada pudo ocasionar.
Tal es, á grandes rasgos, su discurso; ni plantea graves problemas, ni inicia
remedios á males sentidos, ni promete soluciones para lo futuro. Empleando
el tecnicismo musical, podemos decir que marca un compás de espera en

— 345 —
nuestra sinfonía pedagógica; este tiempo puede ser empleado, verbigracia, en
apretar las clavijas á los instrumentos de cuerda, y limpiar ó disponer la madera
y el metal. Veremos, cuando éste ú otro director de orquesta empuñen la
batura, si tocamos música clásica ó modernista, allegro, andante ó lento, ó si
nos marcan da capo, y, entonces..., vuelta á empezar.
Zaragoza, Octubre de 1907.
Portugal
O
Incertidumbres.
EDUARDO IBARRA Y RODRÍGUEZ.
En la política portuguesa contemporánea ha habido momentos de dificultad suma.
No están lejanos los días del ultimátum de Inglaterra, de la crisis monetaria, de la
epidemia de la peste bubónica, que, de cuestión puramente sanitaria, pasó á ser grave
cuestión de orden público; y más cercanos aún, los tiempos de frecuentes crisis ministeriales;
los Parlamentos disueltos antes que reunidos; el contrato de los Tabacos, tremendo
in pace en que parecía habían de quedar encerrados todos los Gobiernos,; la ruptura
de la concentración liberal; la dictadura, en fin. Pero por obscuro que se haya
mostrado el horizonte, por complicados que hayan parecido los términos del problema,
por difíciles que se hayan presentado las soluciones, es indiscutible que en caso
alguno se ha planteado una cuestión de tal gravedad como la que hoy preocupa á cuantos
por Portugal se interesan.
No creo, qué he de creer, si. conozco al pueblo portugués, si no ignoro su temperamento
pacífico, su amor al orden, su respeto á la ley; no creo, repito, en una solución
de violencia; no supongo que el orden se turbe gravemente; no espero un epílogo sangriento
del período dictatorial. Allí sólo caben las violencias, ó por el peligro de la independencia
nacional, ó por el hambre. Allí, mie-ntras el pueblo vea ondear su amada
bandera azul y blanca; mientras el pan, aun ganado trabajosamente, no falte, podrán
existir descontentos, podrá haber sordas murmuraciones ó desenfadadas protestas, podrá
recorrerse la escala de los alborotos populares, desde la silba al apedreamiento;
pero la revolución, la verdadera revolución, la que transforma un pueblo, la que entre
torrentes de sangre abre una nueva era, no encaja en el ánimo de los portugueses, no
cabe en Portugal.
Y hacen bien. No se debe considerar flojedad lo que es sencillamente prudencia. No
se puede motejar de pusilánime á un pueblo porque conserve instituciones seculares, á
las que debe gratitud y respeto. No se puede tildar de flaqueza de ánimo á los que consideran,
y consideran con acierto, que no vale la pena, para un simple cambio de postura,
soportar una conmoción de cuanto constituye la normalidad de la vida. Y cuando,
como ahora, los males vienen de tiempo atrás, cuando los errores son funesta herencia
que se han ido transmitiendo unos á otros Gobiernos y unos á otros partidos, no habrá
seguramente quien quiera contraer una tremenda responsabilidad para dar el triunfo á
los que, si no se atrevieron á tanto como la agrupación allí dominante hoy día, tampoco
brillaron por su respeto á las libertades públicas.

— 346 —
No consiste, por tanto, el peligro eji un trastorno inmediato, pero sí en la prolongación
de un estado de cosas que puede á la larga traerlo, si no se acude con pronto
y enérgico remedio. Y precisamente el remedio es lo que está en duda.
Descartemos del problema al partido republicano, que ha reemplazado las vocinglerías
de meses atrás por una actitud intencionadísima de aparente paciencia, como el
que afecta no querer molestarse en ir á buscar lo que le han de llevar á la mano, y
veamos la actitud de los partidos monárquicos.
Los partidos dinásticos de oposición han ido demasiado lejos en sus actitudes de
protesta contra el Gabinete Joao Pranco. Han hablado del divorcio entre el Poder moderador
y los elementos gubernamentales hoy en la oposición. Han llegado á formular
un á modo de ultimátum, conminando con disolverse si no se convocan las elecciones
con tiempo bastante para que se reúnan las Cortes en la fecha que determina la Carta
constitucional. De suerte que, ó las elecciones se convocan, ó llega el momento de que
osos partidos cumplan su promesa y pongan en práctica su amenaza.
La actitud del Sr. Joao Pranco es una verdadera incógnita. Tan pronto se esparce
en Lisboa el rumor de la próxima convocatoria de los comicios, como se afirma que el
Gobierno seguirá á ultranza su dictadura, convencido de sufrir en las elecciones una
bochornosísima derrota. Y si las elecciones no se realizan, ó los partidos se olvidan de
sus enérgicas conminaciones, y entonces sería tremendo su desprestigio ante la opinión,
ó sostienen su promesa y adoptan las resoluciones extremas con que amenazaron,
y entonces la situación se complicaría, haciendo persistir un estado de duda perjudicial
hasta lo sumo para la marcha de la cosa pública. Y de seguir así indefinidamente,
lo que no ha de ocurrir mañana ni pasado, pudiera suceder más adelante. Los
remedios para evitarlo se llaman prudencia y buen sentido. Lo que hace falta es que
no hayan desaparecido de la política lusitana.
SALVADOR DÍAZ-BERKIO.

Información extranjera.
Estados Unidos y Holanda
La cuestión americano-japonesa y la Conferencia de La Haya.
I. Podemos decir que, en los últimos meses, dos sucesos concentran la atención del
mundo: revelador el uno de cómo esas competencias primitivas, que tienen su raíz en
los más hondos instintos de la especie, ascienden hasta modificar los principios; revelador
el otro de cómo los conceptos universales, creados por la facultad suprema de
generalizar, descienden á la realidad y acaban por modificar los intereses. Yerran por
igual los que consideran uno solo de ambos factores: los prácticos, que desconocen el
poder de las ideas y de las palabras para mover las multitudes, aun en contra de sus
más claros intereses; y los teóricos, que, mirando á las nubas, se olvidan de que los edificios,
para subsistir, necesitan meter sus cimientos dentro de la tierra.
Por un lado, crean los intereses dificultades gravísimas entre los dos pueblos admirables,
llegados á la historia y á la política mundial por virtud de los esfuerzos de una
voluntad constante y metódica, que ha precipitado el lento desenvolvimiento de la
Naturaleza. Por otro lado, el ideal moral, fruto de una civilización de cuarenta siglos,
intenta dar á la comunidad internacional, todavía informe, el complemento final de un
órgano coordinador.
La moral, esa lógica en la acción, es más.difícil que la lógica en las ideas. A despecho
de la recomendación de todos los moralistas religiosos y laicos de la historia,
. que resumen la esencia de la vida social en el principio de no desear para el prójimo
lo que no se quiere para sí, los pueblos practican, sin las reservas hipócritas de los
individuos, el llamado principio político de querer para el prójimo precisamente lo
contrario de aquello que con más afán se persigue. Eíte contraste, aunque desconsolador,
muy humano, forma el fondo de la cuestión americano-japonesa.
Si algún carácter distintivo ha tenido la civilización oriental, es su xenofobia, el
odio invencible á la comunicación y al intercambio con pueblos y razas extrañas. El
extranjero, para esos hijos de la tradición, es el demonio, enemigo de las costumbres
sagradas de los antepasados. Si algún principio domina la civilización occidental, es
el principio contrario de considerar al extranjero, al inmigrante, el bienvenido que trae
una nueva fuerza económica, el Mesías de la renovación social. En virtud de ese principio,
loado en todos los tonos, continuamente se van todas las potencias europeas y los
Estados Unidos á tocar las puertas de los pueblos del Asia y del África, con tal empeño,
que, si tardan en abrirlas, cumplen la obra evangélica de derribarlas con los cañones
de sus buques y la metralla de sus ejércitos.
A tal punto ha llegado esta que podemos llamar turofobia de la política moderna,
que en todos los últimos Tratados y Conferencias, lo mismo en Pithsburg que en Algeciras,
forma la estipulación obligatoria, hasta el punto de constituir una especie de moral
internacional, que todas las potencias se precian de profesar, y que los diplomáticos,
tan aficionados como los médicos á dar nombres nuevos á las cosas viejas, han
bautizado con el título de política de la puerta abierta.

— 318 -
Pero resulta que esta turofóbia, que teníamos derecho de creer, dada su bondad decantad.ísima,
regla universal, tiene un relativismo tan estrecho, que, lejos de ascender á
la cima de los principios, se queda en el llano, bajo el peso de intereses tan egoístas y
tan materiales, que apenas si merece él nombre de política, palabra que lleva consigo
la idea de un procedimiento regular y normal.
Turófoba, intransigente, la raza blanoa, cuando ss trata del Asia ó del África,
aparece más xenófoba que los chinos y tibetanos cuando' se trata de abrir sus puertas
á la inmigración de japoneses, chinos ó indios. Lo mismo en la gran República americana,
que en el Canadá y Australia, los Poderes públicos cierran todas las entradas á
la inmigración asiática; y no se limitan á esto, sino que intentan expulsar individuos
ya establecidos, amenazándoles con los procedimientos sumarios del linchamiento, idénticos
á los que aplican los chinos á los misioneros, no en defensa de un ideal social y
religioso, sino en protección de un interés económic'o.
No saben lo que dicen los publicistas que nos hablan, con motivo de tales luchas,
de odios de raza. Las guerras de raza se acabaron en el siglo V, y las de religión, en el
siglo XVI. No caben odios de raza desde que los europeos y americanos se establecen
tranquilamente en medio de los pueblos amarillos ó de las tribus negras, cuando hallan
provechosa la expatriaeión.
Precisamente, los motines surgidos en América y el Canadá se deben, por una parte,
á que miles de asiáticos hallan ocupación y trabajo en las empresas de los hombres
blancos, que los prefieren, por los salarios bajos, á sus conciudadanos; y, por otra, á que,
como empresarios de ciertos servicios, por lo económico de sus precios, tienen una
clientela mayor que los industriales aborígenes. Es, sencillamente, una de las formas del
problema económico, de la doctrina de la protección política al trabajo, que de día en
día extiende su dominio sobre el Estado, para emplear sus recursos y sus fuerzas como
el medio eficaz de resolver e3os conflictos de la concurrencia, que hace medio siglo se
juzgaban como el santuario intangible de la libertad. Ya no basta la muralla de las tarifas
contra los productos; son menester las murallas de las bayonetas contra la inmigración.
Si se hacen guerras, dicen, en beneficio del capital, ¿por qué no han de hacerse en
favor del trabajo?
A este respecto, nada hay más sugestivo que los ensayos de la Australia, donde
Lyne intenta conseguir, con todas las probabilidades de éxito, no ya sólo que el Estado
arregle los conflictos entre el capital y el trabajo, sino que fije de antemano los salarios
y el precio de los artículos, como una compensación de las tarifas protectoras.
Resulta, pues, que el problema americano-japonés no deriva de sentimientos acumulados
por la sucesión de siglos, sino por intereses del presente. Ahora resta averiguar
si esos intereses son de tal manera inconciliables en sus direcciones opuestas, que
no tengan otra solución que la fuerza. Aunque esta pregunta no puede contestarse con
seguridad, porque en las convenciones diplomáticas y en las soluciones bélicas, resulta
siempre factor poderoso la idiosincrasia de los hombres dirigentes y el sentimentalismo
colectivo, es lo cierto que, por mucho que se diga, parece muy difícil, dadas las complicaciones
de la política europea, una lucha entre el Japón y los Estados Unidos, que
vinovlaría sólidamente á la República americana con el Imperio alemán. Seguramente,
aparte de otras razones, bastaría ésta para que Inglaterra ponga toda su incontrastable
influencia en la balanza de la paz, con el fin de evitar un conflicto que podría tener una
consecuencia tan contraria á sus intereses.
Probablemente, Tratados definidos graduarán la inmigración asiática á los pueblos
sajones de la América, procurando desviarla hacia los pueblos latinos del Centro y del

— 319 —
Sur, donde no son temibles prohibiciones que, cuando no vienen de una potencia militar,
no valen el papel en que se escriben.
II. La segunda Conferencia de La Haya no ha modificado, ni podía modificar, el hecho
de que el equilibrio internacional descanse sobre la fuerza. La compensación matemática
de fuerzas que todo equilibrio supone, puede arreglarse de antemano en una máquina;
pero ningún químico social ha conseguido todavía ni el análisis ni la síntesis
definitiva que permita apreciar los infinitos elementos morales y materiales que se traducen
en el presupuesto de guerra de un Estalo. Así, pues, los acorazados y los batallones
continúan siendo el exponente de la vitalidad de cada pueblo, sin que el intento
de Inglaterra de ponerles un límite convencional haya tenido otra consecuencia que
demostrar que, si alguna vez llega á conseguirse tal resultado, no será,, por cierto, en
una Conferencia mundial, donde el problema se agrava con la heterogeneidad de los
factores, sino por el acuerdo de unos cuantos Estados igualmente poderosos, y convencidos
por la lógica abrumadora de las finanzas de que han alcanzado el límite de su
elasticidad económica.
Más fácil era fijar algunos casos de arbitraje obligatorio. Aunque esto propósito,
que defendían los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, parecía de éxito seguro, en
esta vez, como en la anterior Conferencia, las susceptibilidades políticas de Alemania
han impedido la designación nominal de las cuestiones qué deberían someterse forzosamente,
y sin reservas del honor y los intereses vitales, á una solución arbitral. Pero
como irremediablemente esta primera vez debían ser esos casos muy reducidos en número,
parece poco sensible un aplazamiento, que podrá después levantarse en mejores
condiciones y con resultados más efectivos. En cambio, lo esencial, el principio, ha sido
declarado unánimemente. Esta es una declaración que, aunque por sí misma no tenga
gran valor práctico, su importancia es inmensa, por cuanto revela que el arbitraje está
dotado de una fuerza expansiva cuya relativa lentitud precisamente afirma su solidez.
Todos los días aumenta el número de convenciones-particulares que lo estatuyen obligatoriamente;
y en cuanto á su forma general, de la primera á la segunda Conferencia
ha dado el paso decisivo de ascender, ó mejor dicho de descender, de principio facultativo
y filosófico, á principio obligatorio y diplomático.
Naturalmente, es una ilusión suponer que basta que un día se reúna una convención
de diplomáticos, para poner término á toda posibilidad de guerra. Si la guerra es
consecuencia de una serie de factores que abraza desde las razones económicas hasta
las geográficas y políticas, y desde el sentimiento colectivo de los pueblos hasta la idiosincrasia
personal de los individuos, es claro que su término sólo puede ser efecto de
una lenta evolución que suprima ó desvíe esas causas. Es suficiente que el arbitraje
contribuya á ese fin, para que sea saludado con aplauso. Sin duda, en el porvenir reemplazará
á la guerra; pero no será por su virtud propia, sino cuando las causas que crean
los conflictos sean incompatibles con las soluciones violentas. Generalmente, los intereses
son susceptibles de transacción cuando no los exalta el sentimiento. Y el sentimiento
popular será menos excitable á medida que penetre en la conciencia colectiva
la idea de una justicia internacional. Pues para ese fin son un medio eficacísimo esas
conferencias diplomáticas en que la justicia internacional se discute, y esos votos que
declaran su imperio un complemento necesario de la justicia individual. Por ese camino
lento, pero seguro, progresa la conciencia colectiva.
¿Quién puede dudar de que el odio á la guerra hace progresos extraordinarios en la
conciencia europea, hasta el punto de tomar la forma inmoral y abominable del antipatriotismo,
que ya no se disfraza, sino qtie_ se presenta francamente, lo mismo en los

— 350 —
discursos impúdicos de Hervé, que en los folletos de Liebnecht? Suprimir la Patria
para suprimir la guerra, es como suprimir la persona para evitar la enfermedad. Hubo
un tiempo en que se creyó necesario suprimir la Religión para evitar las luchas religiosas;
y, sin embargo, los hechos han probado que pueden vivir en paz todas las confesiones.
La Historia probará que, á la misma condición pueden llegar todas las nacionalidades.
Otra de las grandes orientaciones de la Conferencia de La Haya ha sido defender, por
un lado, la propiedad privada de los beligerantes; por otro lado, precisar el derecho
que tienen los neutrales, que viven en territorio beligerante, para libertarse de las cargas
que á la persona y á la fortuna impene la guerra. Esta última cuestión ha sido resuelta
con un espíritu liberal. También la propiedad de los subditos del Estado beligerante
ha mejorado su condición. La propiedad privada es inviolable en tierra. En el
mar, aunque tiene las garantías del Tratado de París, que le reconoce el asilo de la
bandera neutral, con la excepción del contrabando, resulta que en la realidad, sometidas
al juicio apasionado de los Tribunales del país en guerra, una parte de esas garantías
se desvanece. Había dos proyectos para remediar el mal. Uno, de Inglaterra,
sobre la supresión del contrabando; el otro, de Inglaterra y Alemania, para establecer
un Tribunal internacional de Presas. Solamente este último, que era, sin duda, el más
interesante, ha conseguido un éxito que hará efectivas las garantías del Tratado de
París. Este Tribunal y el de Arbitraje irán habituando á los Gobiernos y á los pueblos
á la idea de que la justicia no es incompatible con su honor y su soberanía.
A pesar, pues, de fracasos sensibles, como el intento de reglamentar el uso de las
minas, se debe juzgar con optimismo la segunda Conferencia de La Haya, que, dentro de
los límites estrechos que la realidad le asignaba, ha dado algunos pasos en la senda
que conduce á la fraternidad de los pueblos.
C-
MARIANO H. COENEJO.

La Vida en los Ateneos.
Ateneo de Madrid
Conferencias dadas en el presente mes.
FECHA CONFERENCIANTES TEMAS
10 de Octubre. Sig. Hugo Matine, de Florencia. Bellezas naturales y artísticas.
19 — M. Pierve Lacoste Ferronnerie artística.
SECCIÓN DE CIENCIAS HISTÓRICAS
Conferencias.
27 de Octubre. Mr. Martín Hume Política centralizadora del conde-duque
de Olivares.
CLASES DE IDIOMAS Y TAQUIGRAFÍA
Han dado comienzo estos estudios el día 15 del actual, en los que actúan de profesores
los señores siguientes, en los días y horas que á continuación se expresan:
HORAS * PROFESORES ASIGNATURAS
Lunes, miércoles y viernes.
De 3 '/2 á 4 l Ji. . D. Luis de Terán Francés (primera sección).
De 5 á 6 D. F. Herbet Noyes Inglés.
De 7 á 8 Sr. Rousellot Alemán.
Martes, jueves y sábados.
De S á 4 D. Aurelio Ribalta Francés (segunda sección).
De 6 á 7 D. Andrés Bravo del Barrio Esperanto.
De 8 á 9 D. Juan Soto de Gangoiti Taquigrafía.
De 9 á 10 D. José María Hurtevise Francés. —Primer curso (señoritas).

352 -
BIBLIOTECA
OBRAS RECIENTEMENTE INGRESADAS
Número.
142 - E - 5
189 - B - 3ÍS
248 -D - 26
47-G
- 22
42 - A -23
182 - B - 1
85 -C - 24
85 - C - 25
85 - C- 22
85 - C - 22
85 - C - 21
140 - B
191 - D •
NOMBRES
Los números que preceden al apellido
de los autores, indican el lugar
que o'cupa la obra en la Biblioteca.
Altamira y Crevea (Rafael). Historia de España y
de la civilización española. Tomo III.—Barcelona,
lOOfi.
Álvarez (Sabino F.). Ante Dios y el Hombre. Lamentos
del Trabajo. Poema en dos libros y catorce
cautos.—Madrid, 1904.
Alzóla y Minondo (Pablo). La reforma del impuesto
de Consumos.—Madrid, 1907.
Anuario de la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales.—Madrid, 1907.
Armada (Arturo). ¿Enseñanzas? Ultimas campanas
navales.—Madrid, 1907.
Arnorau (X.). Précis de Thérapeutique. Troisiéme
édition. Collection Testnt. Dos tomos.—París, 1907.
Ayres (Cliristovam). Fernao Méndez Pinto. Subsidios
para a sua biographia e para studa da sua obra.
Acad. R. das Scieucias de Lisboa. Sec. de Scieu.
Mor. e Pol. Nova serie. T. 10. Part. 1. a — Lisboa,
190 ">.
Ayres (Christovam). Fernao Méndez e o Japón. Pontos
con versos, discurssao, Iníormacoes novas, 5 mappas.
Acad. R. das Sciencias de Lisboa. Soc. de
Scienc. Mor. e Pol. Nova serie. T. 10. Part. 2. a
Lisboa, 1905.
Ayres de Magalhaes Sepulveda (Christovam).
Testamonto de Don Joao de Castro. Acad. R. das
Sciencias de Lisboa. Sec. de Scienc. Mor. e Pol.
Nova serie. T. 9. Part. 1. a —Lisboa, 1902.
Ayres de Magalhaes Sepulveda (Christovam).
Estradas militares romanas de Braga a Astorga.
(Manuscripto del P. Martín Sarmiento). Aoad. R.
das Sciencias de Lisboa. Sec. de Scienc. Mor. e
Pol. Nova serie. T. 9. Part. 1. a —Lisboa, 1902.
Ayr.es de Magalhaes Sepulveda (Christovam).
Testamento do Alfonso de Albuquerque. Acad. R.
das Sciencias de Lisboa. Sec. de Scienc. Mor. e
Pol. Nova serie. T. 8. Part. 2. a Suscripción.
Donativo.
Donativo.
Donativo.
Compra.
Suscripción
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—Lisboa, 1900. Donativo.
Baedeker (Karl). Paris et ses environs. (Manuel du
Voyageur). Sexiéme édition.—Paris, 1907. Compra.
Bourgin (Georges). Histoire de la Comnmne. Bibliothéque
Socialiste, números 41-42.—Paris, 1907. Suscripción.

85
Número
- r -
111 -G -
16
6
248 -D- 27
189 - B- 11
150 -C - 21
07 - A- 21
248 -D- 25
189 -B- 16
46 -B- 23
128 - A - 28
88 -D - 19
42 -D- 15
189 -B - 18
128 -G - 25
39 -D- 14
85 - D - 19
151 -E- 34
— 353 —
NOMBRES
Braga (Theophilo). Historia da Universidade de
Coitnbra. Dos tomos.—Lisboa, 189o-1902.
Carlyle (Thomas). The Early Kings de Norway: also
an essay on the portraits of John Knox.— London
(s. a.).
Consumos. Comisión extra parlamentaria para la
transformación del impuesto de... Actas y trabajos.
Dos tomos. —Madrid, Suctsora de Minuosa de
los Ríos (s. a.).
Cruz Roja Española. Estatutos y reglamentos de la...
Madrid, 1907.
Daremberg (M. M. Ch.). Dictionnaire des Antiquités
Grecques et Romaines. Tomo IV, Primera parte.
(N. Q.)—Paris, 1904.
Education (L : ) en Suisse. Annuaire des écoles, TJuiversitéa,
pensiounats, etc., etc. Deuxiéme année,
1903-1906.-Genéve (Suisse). 1905-6.
Estadística do la contribución sobre las utilidades
de la "riqueza mobiliaria, año 1905.—Madrid, 1907.
Ferrand (Joseph). Cesarisme et Democratie, L'Incompatibilité
entre notre régime administratif et
notre régime politique -Paris, Plon, 1904.
Perrero (Guglielmo). Graudezza e Decadenza di
Roma. Augusto e il grande Jmpero. Vol. V.—Milano,
1907.
Galliard (L.). Los maladies de l'intestin. V. Brouardei.
Nouveau traite do Médecine et de Thérapsutique.
Fase. XVIE.—Paris, 1907.
Gama Barros (Hem-ique). Historia da Administracao
Publica em Portugal nos seculos XII á XV.
Tomo II.—Lisboa, 189í¡.
García (Juan Catalina). La tradición indígena en la
historia do nuestras artes industriales. Discurso
leído ante la Real Academia de la Historia en la
recepción de I). Manuel Pérez Villaamil el 17 de
Mayo de 1907. Acad. de la Hist. Disc. Tomo XV.
García de Burgos (Javier). Manual de los enamorados.—Madrid,
190(5.
Gourmont (Paul). Precia de Patbologie Genérale.
Collection Testut. - París, lUOá.
Gómez (Valentín). Lo trágico. Discurso leído ante la
Real Academia Española el 9 de Junio de 1907. Academia
Española. Discursos. T. XIV.—Madrid, 1907.
Goncaloes Vianna (A. R.). A Leuda dos Santos
Barloao e Josephato. Acad. 11. das Sciencias de
•Lisboa. Sec. Scienc. Mor. é Pol. Nova serio. T. 7.
Part. 2. a —Lisboa, 1893.
Grove's. Dictionnary of Music and Musiciaus edited
by J. A. Juller. Maitland. Vol. 3."--London, 1907.
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Número.
128 - A - 28
155 - C - 17
23 - F - 6
26 - G - 12
128 - A - 28
43 - B - 27
190 - C - 9
155 - C - 16
85 - D - 19
85 - C - 24
154 - C - 26
32-
F-
32- G-
12
189- B- 14
8
46 - D - 17
— 354 —
NOMBRES
Guiart. Maladies de l'intestin. V. Brouardel. Ncuveau
traite de Medecine et de Therapeutique. Fascicnle
XVII.— Paris, 1907.
Halphen (Louis). Etudes sur l'Administration de
Borne au Moyen age (751-1252) Bibl. de l'Eoole des
Hautes Études. Fase. 166.—Paris, 1907.
Hume (Martín). Ingleses y españoles en el siglo XV.
Estudios históricos. Bibl. de Derecho y Ciencias Sociales.—Madrid,
Suárez, 1903.
Hume (Martín) Historia de la España contemporánea
(1788-1898), traducción del inglés por Edmundo
González-Blanco.—Madrid, España Moderna (s. a.).
Hutinel. Maladies de Pintestin. V. Brouardel. Nouveau
traite de Medecine et de Therapeutique. Fascicule
XVII.—Paris, 1907.
Isern y Marco (Damián). Las capitanías generales
vacantes. El general Polavieja como militar y como
hombre de gobierno.—Madrid, R. Velasco, 1907.
Jaurés (Jean). Histoire Socialiste (1789-1900). T. IX:
La, Republique de 1848 (1848-52). T. X: Le Seconde
Empire (1852-1870). Nombreuses illustrations
d'aprés des documents de chaqué époque. — Paris
(s. a.)
Legendre (Paul). Etudes Tironiennes. Commentaire
sur la VI 6 églogue de Virgile tiré d'un manuscrit
des Chartres avec divers appendices et un fascicule.
Bibl. de l'École des Hautes Etudes. Fase. 165.—Paris,
1907.
Lopes de Mendouca (Henrique). O Padre Fernando
Oliveira e sua obra (Livro da Fabrica das naos).
Acad. R. das Sciencias de Lisboa. Sec. de Scieno.
Mor. e Pol. Nova serie. T. 7. Part. 2. a —Lisboa, 1898.
López de Mendoza (Henrique). Elogio histórico
de Manuel Pinheiro Chagas lido na sessao solemne
de 9 de maio 1904. Acad. B. das Sciencias de Lisboa.
Sec. de Scienc. Mor. et Pol. T. 10. Part. 1. a —Lisboa,
1905.
Mal lacia (L ). Explicación del Mapa Geológico de
España. Tomo VI.—Madrid, Viuda é Hijos de Manuel
Tello, 1907.
Manresa y Navarro (José María). Comentarios al
Código civil español. Tomo XII.—Madrid, 1907.
Marco (Luis). Sonetos y poesías varias. — Madrid
(s. a.).
Martínez Ruiz (Antonio). El Código civil interpretado
por el Tribunal Supremo. Tomos VI, VII y
VIII.—Madrid, 1906.
Mélida (José Ramón). Evolución de la Escultura española.
Discurso leído ante la Beal Academia de
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Número.
46 - D - 17
155 - C - 15
189 - A - 10
32 - F - 13
32 - F - 14
32 - F - 15
32 - F - 1G
135 - E - 33
42 - D - 15
42 - D - 15
39 - D - 14
189-A- 9
85 - C - 20
85 - C - 24
— 355 —
NOMBRES
Bellas Artes de San Fernando el 13 de Octubre
de 1907, en la recepción de D. Narciso Sentenach.
Acad. B. A. de San Fernando. Disc. T. 10.
Mélida (José Ramón). Goya y la pintura contemporánea.
Discurso leído ante la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando el 24 de Febrero de 1907.
Acad. de B. A. de San Fernando. Disc. T. 10.
Menod (Bernard). Essai sur les rapports de Pascal
II avec Philippe ler (1099-1103). Bibl. de l'École
des Hautes Études. Fase. 164.—Paris, 1907.
Moraes de Almeida (Carlos A.). Compendio de
Geometría rectilínea. Quieta edicao. —Lisboa, 1905.
Oyuelos (Ricardo). Código civil (Biblioteca Scaevola).
Cuerpo del Derecho español. Colección de Leyes
y Jurisprudencia vigentes. Tomo I.—Madrid, 190G.
Oyuelos (Ricardo). Código de Comercio (Biblioteca
Scaevola). Cuerpo del Derecho español. Colección
de Leyes y Jurisprudencia vigentes. Tomo II. - Madrid,
1906.
Oyuelos (Ricardo). Código penal (Biblioteca Scaevola).
Cuerpo del Derecho español. Colección de Leyes
y Jurisprudencia vigentes. Tomo III.—Madrid, 1907.
Oyuelos (Ricardo). Código hipotecario (Biblioteca
Scaevola). Cuerpo del Derecho español. Colección de
Leyes y Jurisprudencia vigentes. Tomo IV. — Madrid,
1907.
Pérez Pimentel (A.). Lecturas francesas. Troisiéme
édition.—Madrid, 1907.
Pérez Villaamil y García (Manuel). La tradición
indígena en la historia de nuestras artes industriales.
Discurso leído ante la Real Academia de la
Historia el 12 de Mayo de 1907. Acad. de la Historia.
Disc. Tomo XV.-Madrid, 1907.
Pérez Villaamil y García (Manuel). Necrología de
D. Adolfo Carrasco y Layz del Campo. Academia de
la Historia. Disc. Tomo XV.
Pidal y Mon (Alejandro). Lo trágico. Discurso leído
ante la Real Academia Española en la recepción de
D. Valentín Gómez el 9 de Junio de 1907. Academia
Española. Disc. Tomo XIV.
Pina Vidal (Adriano Augusto). Elementos de Geometría
do Espaco. Quinta edicao. —Lisboa, 1905.
Pina Vidal (Adriano Augusto). Relatorio dos trabalhos
da Acad. R. das Sciencias de Lisboa lido na
sessao publica em 11 dezembro 1898. Acad. R. das
Sciencias de Lisboa. Sec. de Scienc. Mor. e Pol.
Nova serie. T. 8. Part. 1. a —Lisboa, 1900.
Pina Vidal (Adriano Augusto). Relatorio de trabalhos
da Acad. R. das Sciencias de Lisboa lido na
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Número.
189 - A-
191- D- 21
110- B-
46 - G - 29
85- C - 23
21
90
70
E - 22
F-
G-
13 - G - 21
189 -B -
7
190- D- 22
190- D- 23
S
22
70 -G- 31
32
9
189 - B - 15
— 35G -
NOMBRES
sessao publica em 8 de m'aio de 1904. Acad. R. das
Sciencias de Lisboa. Sec. de Soienc. Mor. e Pol.
Nova serie. T. 10. Part. 1. a —Lisboa, 1905.
Porfirio da Motta Pegado (Luis). Curso de Geometría
descriptiva da escola politécnica. Dos tomos.
Lisboa, 1899.
Protection légale des travailleurs. Premiére serie.
Discussions de la Société Nationale Francaise.—
Paris, Alean, 1904.
Protection légale des travailleurs. Seconde serie. La
durée légale du travail. Des modifications apporter
la loi de 1900. Rapports. Discussion.— París, Aloan,
1905.
Protection légale des travailleurs. Troisiéme serie.
Discussions de la Sectíon Nationale Francaise de
l'Association Internationale pour 1905-1906.—Paris,
Alean, 1907.
Railways in tlie United States in 1902. Part. II.
A. Forty-Year Iieview of Changes iu freighl tariffs.
Infestarte Commerce Commission. Un tomo.—Washington,
1903.
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Anuario, año 1907. —Madrid, 1907.
Ribeiro (Víctor). A Santa Casa de Misericordia de
Lisboa (subsidios para su historia) (1498-1898). Volumen
ilustrado con 22 estampas e 41 facsímiles.
Acad. R. das Sciencias do Lisboa. Sec. de Sciencias
Mor. e Pol. Nova serie. T. 9. Part. 11. a —Lisboa,
1902.
Roussel-Desplerres (Fr.). Hors da Scepticisme. Liberté
et Beauté. Biblioth. Phil. Contemporaine.—
Paris, 1907.
Rojas (Fernando). La Celestina. Tragicomedia de
Calixto y Melibea. Biblioteca clásica.—Madrid,
1907.
Rueda (Salvador). El País del Sol (España).—Madrid
(s. a.).
Rueda (Salvador). La cópula. Novela de amor.— Madrid,
1900.
Salas Barbg.dillo (Alonso Jerónimo de). Obras con
la vida y noticias de los escritos del autor, por
Emilio Cotarelo. Tomo 1. Corrección de vicios y la
Sabia Malsabidilla. Colección de Escritores Castellanos.—Madrid,
1907.
Urbano (Rafael). El sello de Salomón (Un regalo de
los Dioses). —Madrid, 1907.
Villaespesa (Francisco). Rapsodias (Poesías). —Madrid,
1905.
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- 357 —
Reunión Recreativa é Instructiva de Artesanos
Homenaje á Doña Concepción Arenal.
Atribuyendo la Junta directiva de esta Sociedad á falta de tiempo, y aun de estímulo,
el haber resultado desierto el premio al tema 1." del Certamen celebrado bajo sus auspicios,
en esta capital, el 31 de Agosto último, en liouor de la insigne pensadora Doña Concepción
Arenal; y considerando que por esta causa ha quedado sin el debido complemento
la obra de beneficencia y de cultura que esta Reunión se había propuesto llevar á
cabo con la celebración de aquella inolvidable fiesta literaria, ha acordado que se anuncien
de nuevo los expresados tema y premio, en la forma y sobro las bases siguientes:
PREMIO ÚNICO
Mil pesetas y trescientos ejemplares impresos, al mejor «Estudio bio-bibliográñco y crítico
de Doña Concepción Arenal y de sus obras».
BASES
1. a El plazo para la entrega de trabajos terminará el 31 de Julio de 1908, debiendo
aquéllos ser enviados al señor bibliotecario de la Reunión de Artesanos, quien avisará el
recibo de los mismos en los diarios locales, señalando los lemas.
2. a Cada trabajo llevará un lema igual al que aparezca en el sobre cerrado que contenga
el nombre y señas del domicilio del autor.
Los originales no premiados serán recogidos por sus autores antes del 1." de Septiembre
del citado año.
Los nombres de los jurados se anunciarán oportunamente.
El premio será adjudicado el 31 de Agosto de dicho año 1908, en un acto solemne que
esta Sociedad se propone celebrar en aquel año.
La Coruña, 31 de Octubre de 1907.—Por a. de la J. d.: el Secretario, Alfredo García
Ramos.
—O

BIBLIOGRAFÍA
Instituto de Derecho Internacional, estudio histórico
crítico, por Rafael María de Labra.
Con este libro de 570 páginas en 8.°, buena
impresión, abundantísima lectura y frecuentes
referencias á todos los trabajos de Derecho
internacional de nuestro tiempo, continúa
el Sr. Labra su doble propósito de contribuir
á que en España se forme una cierta
opinión pública sobre la política internacional
que se nos ha impuesto, por haberse rectificado
últimamente la política de retraimiento
de la Regencia, y de secundar las
reiteradas recomendaciones que el Instituto
fundado en Gante en 1870 ha hecho y hace
á todos sus miembros para que se creen en
todos los pueblos cultos Asociaciones que,
sin renunciar á su nota característica, secunden
cerca de los Gobiernos y de la opinión
pública los trabajo3 de aquella renombrada,
humanitaria y fecunda Asociación.
El Sr. Labra es el decano de los miembros
españoles del Instituto de Derecho- Internacional,
y ahora es uno de los cuatro
representantes do España ea el Tribunal de
la Paz de La Haya. Se explica el vivo interés
con que acaba de publicar el libro anteriormente
citado. Y es de desear que sus esfuerzos
consigan el apetecido efecto, tanto
por la intención del autor, como por la consideración
con que la prensa técnica europea
lo ha acogido.
Con tal propósito, se trata en estos instantes
de constituir en España una Sociedad libre
de estudios de Derecho internacional,
Legislación comparada y Geografía política
universal.
No es del caso estimar el valor de la obra,
ni hacer crítica de ella. Para todo ello se necesitan
especial competencia y detenido espacio.
Esta es una mera nota bibliográfica
que acusa la aparición del nuevo libro, yservirá
para recomendar á los aficionados, y sobre
todo á la gente política, que se ocupen de
él, por lo mismo que las cuestiones internacionales
son hoy las más interesantes y comprometedoras
de la Nación española.
El Sr. Labra, en su obra, expone sus opiniones
particulares, pero da mayor prefe-
rencia ala explicación de los problemas internacionales
y de los términos exactos de
éstos, para que el lector pueda por sí mismo
y con entera independencia formar su juicio.
En tal sentido, es un vademécum de nuestros
políticos, más ó menos dedicados al problema
internacional.
El Sr. Labra publicó hace poco otro libro
de análogo sentido, titulado Estudios de Derecho
público. Y luego, otras dos obras de
carácter análogo: El aspecto internacional
de la cuestión de Cuba y El Congreso Hispano-arnericano
de Madrid de 1900. A estas
obras hay que referir la dedicada especialmente
al Instituto de Gante.
Tierra aragonesa, por Gregorio García-Arista.
No es una presentación lo que me corresponde
hacer en las primeras páginas de
este libro. Su autor posee títulos y méritos
bastantes para ser ya conocido y estimado
de todos.
Las columnas de la prensa de Zaragoza
hállanse familiarizadas con su firma, y el talento
y la cultura del escritor han dado tales
prestigios á su nombre, que necesariamente
deberá ir ya para siempre unido al movimiento
literario aragonés de toda una época.
El Consistorio de los Juegos florales de
Zaragoza, fiesta cuya muerte, dicho sea de
paso, nunca será bastante llorada, no se olvidaba
de Arista al organizar sus jurados;
el Ateneo de Zaragoza viene manteniéndolo,
desde hace mucho tiempo, en la Presidencia
de su Sección de Literatura; la Eeal
Academia de Nobles y Bellas Letras de San
Luis le abrió recientemente sus puertas,
como antes lo hiciera la Sociedad Económica
Aragonesa; pero, por encima de todo ello,
que, al fin y al cabo, lio es un galardón excesivo,
está la buena opinión de que disfrutan
sus obras, repetidamente laureadas y
aplaudidas.
Lo que me corresponde hacer, y por ello he
aceptado gustoso el encargo de prologar este
libro, es aplaudir á su autor, y no á secas,

sino razonando el buen juicio que su obra
merece á mi criterio humilde, y determinando,
á la vez, el grado y la forma en que su
tendencia original y sana debiera influir en
las letras de Aragón.
El amor y el entusiasmo por todo aquello
que sale de provincias lo he bebido, durante
años enteros de constante labor nada
ingrata, en las propias fuentes regionales.
Sin excepción, lie visto que lo que en cada
una de ellas fermenta ó se produce: las obras
literarias ó los movimientos sociales, pasiones
ó ideas, flores ó frutos, tiene más valor
de espontaneidad y pureza y arte que cuanto
en Madrid, á diario, voluble, profesional
ó artificiosamente se crea; y hasta la saciedad
me he convencido de que, cada día que
pasa, conforme la mayor facilidad de comunicaciones
va frecuentando el contacto de
los pueblos, hemos de cuidar más do que los
caracteres no se pierdan, ni. las costumbres
se horren, ni las tradiciones se olviden, porque
todo ello es para nosotros amable, como
hijo de generaciones y épocas á las que debemos
la existencia y el legítimo orgullo de
nuestra nacionalidad.
A tan nobles afanes deben Galicia y Asturias,
Cataluña, Valencia y Mallorca, Extremadura
y Andalucía, su actual renacimiento
literario, que tan firmemente sentará las
bases de su engrandecimiento futuro.
¿Quiénes serán on Aragón los portaestandartes
de tan saludable movimiento? No
es ya un misterio para nadie.
Hasta hoy, los grandes escritores aragoneses,
como Blasco, Zapata, Royo Vilanova,
Cavia, Matheu, emigraban del solar patrio,
aun cuando ninguno perdiera, al aclimatarse
en otros ambientes, el sello característico
de su país natal. A Aragón, entonces, no le
quedaba otro género literario que el baturrisino,
el que cultivaron con éxito, desdo
luego muy justo, Braulio Foz, Agustín Peiro,
mi tío el general Nogué3, Mariano Baselga,
etc., y que sigue hoy aguzando el ingenio
de Teodoro Gascón, Casañal, C'elorrio,
Castro Les y otros reputados escritores.
Pero aun cuando de esto no deba prescindirse
nunca, porque indudablemente ha producido
obras estimabilísimas, en las que la
agudeza más sutil é intencionada del baturro
ingenuo y castizo ha venido á ser algo
así como el único preciado resto de nuestra
859
tradicional y grande literatura picaresca,
hay que reconocer que Aragón, entre las demás
regiones españolas, se había quedado
atrás, y que era preciso ensanchar su esfera
del arte y de la literatura, cultivando otros
géneros y tendiendo al retrato fiel más que
á la caricatura desproporcionada ó deforme.
Luis López Allué dio el primer paso publicando
su novela Capuletos y Mónteseos, unánimemente
elogiada por la crítica, como
también lo fueron Pedro y Juana, delicioso
idilio aragonés, y De', lintel al Atoncayo,
colección de cuentos, obras que le valieron
excepcional relieve entre los novelistas españoles
contemporáneos.
Siguiéronle otros novelistas, hoy ya tan
reputados como Rafael Pamplona y Juan
Blas y TTbide.
Y el renacimiento literario aragonés tuvo
en la lleoixtn de Aragón, dirigida y publicada
on Zaragoza por Ribera é Ibarra, un propagandista
formidable que contribuyó no
po;:o á estimular y alentar á la gente joven,
formando una generación entusiasta y culta
que hoy publica ya, bajo su dirección, otra
revista notable, la líerista Aragonesa,y que,
manifestándose bien orientada ou sus primeras
producciones, da vuelos, por cierto, á la
más halagadora de las esperanzas.
Esa es la magna obra por la que viene trabajando
Arista hace muchos años; eso es lo
que con el ejemplo predicó en el teatro mediante
sus aplaudidas obras El Olivar'y Dance
baturro, especialmente la primera, y oso
es lo que también con el ejemplo viene á
predicar hoy, publicado este precioso libro
de cuentos, episodios y escenas aragonesas,
que tanto ha de ser del agrado de los buenos
lectores.
Es obra que se lee con deleite; se saborea
en ella la forma literaria, que tiene mucho
de la sencillez castiza, que no es la corrección
académica y fría, esa corrección empalagosa
que, como dice muy bien Santiago
Rusinol, hace «pasar les idees del cervell al
diccionari, del diccionari al paper, del paper
al retoc, del rotoc á la por de sor incorrecte,
y de l'incorrecció á la correcció; aixís que
surten de l'impronta ja no son idees nuas,
sanes, fresques, comquan han naixcut, sino
idees vestides ab toga ó uniforme académic:
¡pobres idees disfrassadas!»
El lector cree alternar y vivir con los per-

sonajes que el autor presenta en el libro, y se
deja llevar de sus impulsos y seducir por sus
sentimientos, como si fueran.de siempre amigos,
ó le inclinaran y condujeran á serlo el
poderoso imán de sus simpatías y el atractivo
de su gracia, qué hace pensar y deja huella
profunda en el cerebro ó en el ánimo.
El libro de Arista da, en cada uno de sus
trabajos, vina nota nueva, por lo que resulta
ameno y variado, como también es siempre
culto y limpio, cualidad muy estimable en
los tiempos que corren. El escritor aspira,
pues, hoy como siempre, á alcanzar la gloria
— 360 —
legítimamente, á pulso, á fuerza de constancia
y fe y entusiasmo, y sin contar, para el
logro de sus nobilísimos afanes, con otros
elementos que los escasos de que se puede
disponer en una capital de provincia, donde
si el ambiente es más puro, más sano y más
intenso, el horizonte es, en cambio, menos
dilatado y el medio menos favorable.
Lo que hay es que, como dice el cura de
Marlofa, según lo verá el lector más adelante:
«—Con devoción, por todas partes se va
bien.»
Prólogo del libro, por
MARIANO MIGUEL DE VAL.

EL EMBAJADOR FUENSALIDA V.
Confieso que, á pesar de parecerme importantísima, honrosa y sobremanera^-^ inerax^ > '•• y
elevada la misión del diplomático, y quizá por lo mismo que así me parece, -rece,
siento muy pocas simpatías por los que la ejercen, considerados do un modo
general, desde que la diplomacia se ha convertido, como la política, en una
profesión. Comprendo que, tratándose, por ejemplo, de un módico ó de un
abogado, podamos confiar en ellos si sus respectivos títulos, ó la opinión general
de las gentes, atestiguan la suficiencia de talos sujetos para el ejercicio do
su carrera; pero no me explico semejante suficiencia, que cabría llamar objetiva,
tratándose de un diplomático. Un políglota, conocedor consumado de la
historia y condiciones de los principales países, y versado tisque cvl limina en
los misterios de esa disciplina malabárica denominada Derecha internacional,
puede ser un detestable diplomático y ocasionar desastres sin cuento á su propio
país y á los ajenos. Por el contrario, un buen ayuda do cámara, conocedor
del carácter de su amo y aprovechado estudiante del ingrato libro de la vida,
puede llevar á feliz término la más difícil negociación, si so le deja hacerse
cargo de las virtudes y miserias de aquellas personas con quienes ha de tratar.
Lo cual no quiere decir que hayamos de rechazar a priori las condiciones objetivas
en los que se nombren para desempeñar una misión diplomática, sino
que ese género de condiciones es infinitamente más secundario en un embajador
que en otra persona cualquiera, y que debe desearse, auto todo, que eso
funcionario sea un hombre práctico, conocedor do la vida, y enterado del carácter
y de las circunstancias de aquellos con quienes ha de negociar.
Estas consideraciones me han venido muchas veces á las mientes, leyendo
aquellas interesantes Relaciones de Federico Badoaro, Miguel Suriano, Antonio
Tiépolo, Tomás Contarini, Francisco Vendramino y otros sutilísimos emisarios
que Venecia envió á las Cortes de Carlos I y de Felipe II; y algo así so me
ocurre también repasando los escritos de aquella noble personalidad que los
Reyes Católicos mandaron de embajador á las Cortes de Alemania, Flandes
é Inglaterra: el comendador de Villaescusa de Haro, GUTIERRE GÓMEZ DE FLTEX-
/ ~ T \
SALIDA.
Acaba de publicar admirablemente su correspondencia el señor duque do
Berwick y de Alba, en un precioso y abultado volumen de más de setecientas
páginas en 4.° mayor (1); y en verdad que con esta obra, además de continuar
(1) Correspondencia de Gutierre Gómez de Fuensalida, embajador en Alemania, Glandes é Inglaterra (1 lí>C-150í>),
publicada por el duque de Berwick y de Alba, conde de Siruela; Madrid, 1007; CU + U2G páginas, de 203 X 121 milímetros.

— 362 —
las tradiciones de su ilustra casa, ha prestado un emitiente servicio á la Historia
en general, y á la de España en particular. En primer lugar, todos los
documentos se refieren á una época (1496 á 1509) que, por ser la de nuestra
grandeza europea, nos interesa sobremanera. Luego, Gutierre Gómez de Fuensalida
cuenta siempre, con una naturalidad encantadora, todo aquello que le
parece digno de ser conocido por sus Monarcas, y da curiosísimas noticias
acerca de Maximiliano I, el archiduque D. Felipe, Doña Juana la Loca, los
Enriques VII y VIII de Inglaterra, Catalina de Aragón y otros muchos personajes
de aquel tiempo.
Por último, los documentos están reproducidos con fidelidad escrupulosa,
respetando la ortografía de los originales y descifrando con paciente esmero
los lugares obscuros. Es una labor benedictina, de cuya dificultad sólo pueden
hacerse cargo debidamente los que alguna vez hayan tenido que manejar papeles
de esta clase. Acompañan al texto una larga Nota biográfica del embajador,
donde se recogen con habilidad y en muy terso lenguaje los principales datos
contenidos en las cartas; varios curiosos Apéndices; tres magníficos retratos
del Emperador Maximiliano, de Doña Juana la L^oca y de Doña Catalina de Aragón;
dos facsímiles y tres árboles genealógicos (de Gutierre Gómez de Fuensalida,
de los Laso de la Vega, condes de Puertollano, y de los apellidos Recourt
y Licquos). En suma: es una publicación meritísima, por su fondo y por
su forma, y hace al señor duque de Berwick y de Alba acreedor á la gratitud
de cuantos so ocupan en el estudio de la Historia; gratitud que ha de extenderse
también á su muy erudito archivero D. Antonio Paz y Melia, á quien
tanto deben las letras patrias por sus constantes y esmerados trabajos.
En el Calendar of State Papers (I), Bergenroth declaró no saber absolutamente
nada acerca de la persona del embajador Fuensalida. Los documentos
utilizados por el señor duque de Alba proporcionan, en cambio, noticias bastante
detalladas acerca do dicho diplomático. Resulta de ellos que debió de
nacer hacia el año 1450; que on 1470 contrajo matrimonio en Requería con
Doña María de Arróniz, hija de Sancho de Arróniz, alcaide de aquella fortaleza;
que vivió en Toledo, en los lugares de la encomienda de Haro, en Ocaña
y en Carmona; que fue nombrado en 1475 comendador de Haro y Villaescusa;
que sirvió á las órdenes del valeroso D. Rodrigo Manrique, conde de Paredes
ele Nava y maestre de Santiago, aquel que
«No dexó grandes tesoros,
ni alcanzó grandes riquezas,
ni vaxillas,
mas fizo guerra á los moros,
ganando sus fortalezas
y sus villas:

y
_ 363 —
y en las lides que venció,
muchos moros y cauallos
se perdieron,
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron»;
«Después de puesta la vida
tantas vezes por su ley
al tablero,
después de tan "bien seruida
la corona de su rey
verdadero,
después de tanta fazaña
á que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte á llamar
á su puerta»;
que acompañó á Jorge Manrique y á Pero Ruiz de Alarcón en la contienda
con el marqués de Villena y Lope Vázquez de Acuña; que gastó en esta guerra
buena parte de su hacienda, viéndose obligado á vender todos los bienes paternos
y cuanto llevó en casamiento, sin remuneración ni recompensa alguna;
que fue uno do los primeros pobladores do Málaga, cuando esta ciudad fné
ganada á los moros (1487); y que en Gastil de Fierro perdió, en lucha con los
moros, un hijo y un hermano.
Estos datos comprueban desde luego que Fuensalida era un leal y un valiente.
Su conducta en las negociaciones diplomáticas en que intervino, demuestra
que sus Monarcas tuvieron gran confianza en su inteligencia y en su
habilidad, y le acreditan de hombre de carácter firme y entero, quizá en demasía,
razón por la cual se lo tachó algunas veces de orgulloso y terco. Pero él
tenía la conciencia de su noble misión, y la altivez propia de quien representaba
á España y á la grandeza de sus Reyes Católicos, y no toleró jamás que
en su presencia se menoscabase en lo más mínimo la dignidad do aquellos gobernantes
por quienes había sacrificado su hacienda y familia, y estaba dispuesto
á sacrificar también la vida. En este sentido, las cartas do Fuensalida
ofrecen un alto y consolador ejemplo, y explican las victorias que con hombres
de su temple pudo obtener en tierras lejanas la gloriosa España del
siglo XVI.
Las Instrucciones dadas por los Monarcas Católicos á Fuensalida para su
embajada cerca de Maximiliano I, parecen corresponder á fines del año-1495
ó principios del 1496. El principal fin de la embajada consistía en ofeetnar
los casamientos del príncipe D. Juan, heredero de las Coronas de España,
con la princesa Margarita, hija del Emperador Maximiliano, y del archiduque

— 364 —
Felipe, hijo y heredero del Emperador y Soberano de los Países Bajos por sucesión
materna, con Doña Juana, hija segunda de D. Fernando y Doña Isabel.
«Los ambiciosos proyectos de Carlos VIII—escribe Prescott—crearon una
comunidad de intereses entre las grandes potencias de Europa, que hasta entonces
nunca se había visto, ó por lo menos no se había pensado; y las íntimas
relaciones que de aquí nacían, naturalmente, dieron lugar á enlaces entre las
principales Casas reinantes, las cuales hasta aquel tiempo habían estado tan
alejadas como si las hubieran separado piélagos insondables. Los Reyes de
España, en particular, rara vez habían salido de los límites de la Península
para sus casamientos. Pero ya la nueva Confederación en que España había
entrado, abría un campo más vasto para formar entre las familias reales vínculos
de parentesco que, en lo sucesivo, habían de ejercer constante influencia
en los planes políticos de Europa. Así, pues, mientras Carlos VIII estaba consumiendo
inútilmente el tiempo ea Ñapóles, se ajustaban entre las Casas de
España y Austria aquellos casamientos por cuyo medio se puso de un solo lado
en la balanza de Europa todo el peso del gran poder de estas dos naciones, de
que resultó perdido el equilibrio europeo por casi todo el siglo siguiente.»
La Instrucción dada por los Reyes Católicos á Fuensalida, acredita la exquisita
prudencia y nimia previsión de aquellos gobernantes: «Lo que entendemos—dicen—denviar
con la infante nuestra fija, son ocho damas y las mugeres
de servicio y los oficiales que serán menester y no se pudieren excusar,
y al tanto nos parece que deve traer Madama (la hija de Maximiliano); pero
esto no se ha do decir de nuestra parte al Rey de Romanos, salvo que nuestros
embaxadores como de suyo lo pregunten que cómo delibera de enviar á
Madama, y si su voluntad fuere de enviarla con lo que está dicho ó con menos,
lóenle su parecer, diciendo que está bien assy, y que acá tomará más damas
de las de la tierra; y si piensa de enviarla con más y pudieren ellos encaminar
buenamente y como de suyo que no trayan más, háganlo, y si no, déxenlo á
voluntad del Rey de Romanos, para que la envíen como él quisiere, y bastará
que el Rey sepa que de la manera que enviare su fija, le enviaremos la
nuestra.»
Y luego añaden: «Si el Rey de Francia enviare alguna embaxada al Rey
de Romanos para estorbar nuestros casamientos con ofrecimientos, digan nuestros
embaxadores al dicho Roy que ya él sabe de qué manera guarda el Rey
de Francia lo que promete, y puede conoscer que si algo le promete no es para
conplirlo ni para otro bien suyo, saluo para estorballe esto que tanto bien le
biene, y que con hacer esto acabará él mejor y más cierto lo que quisiere con
el Rey de Francia, y por aquí todo lo que más aprouechare.—Iten, si estuviese
el Rey de Romanos en enviar embaxadores al Rey de Francia antes de ser
hechos nuestros casamientos, estoruenlo nuestros embaxadores, y vos con ellos,
diciendo al Rey que no hay cosa que él envié á pedir al Rey de Francia que
no diga que la fará, por estoruar esto, y leuarlo ha en dilaciones para hacer
entre tanto sus hechos, y después no complirá nada de lo que le prometiere;
de manera que el principal fin de vosotros ha de ser dar priesa que los casa-

- 365 —
mientos se acaben y pongan en obra, y desviar todas las cosas que los pudiesen
estorbar ó alargar.»
Fuensalida cumplió lo que sus Reyes le encargaban, poro tropezó en Maximiliano
con un hombre receloso, perspicacísimo y demasiado lento en sus dotormiuaciones.
El Emperador echó de ver, sin duda, el anhelo que sentían los
Reyes Católicos porque se realizasen esos casamientos, y procuró sacar el
mejor partido posible de semejante deseo. «Continuamente trabajo—escribe
Fuensalida desde Innsbruck en 27 de Enero de 1498—por sacar del Rey do
Romanos respuesta de lo que quiere hizer en quanto al CDiiplir á la Señora
Archiduquesa los 20000 escudos que se le han de dar en cada un año, y syon 1 -
pre me da buenas esperancas, y agora la vltyma vez que he hablado con su
magestad sobre este caso, me ha dicho quél hordena su casa y la de la Royna
su mujer, y que quando aya hordenado la casa de la reyna y le aya señalado
lo que le ha de dar para el entretenimiento do su estado, que escrivirá al Archiduque
para que aquello mismo haga con la Sañora Archiduquesa, y que
esto escriuirá con toda afecion y voluntad, diziendole y mandándolo que lo
haga, y mostrándole por enxenplo lo que él ha hecho, y que lo ha hecho por
dar contentamiento á la reyna y á sus debdos, avnque es contra la costunbre
de Alemania; y que pues él ha hecho esto por esta causa, que por aquella misma
causa deve yr el Archiduque contra la costunbre de su tierra, pues veo la
diferencia que de debdos á debdos ay para dalles contentamiento; pero aquí
ynxirió vna coleta diziendo:—¿Qué me aprouechan mi escriuir, pues que ellos
hazen alia á su voluntad y en ninguna cosa siguen la mia?; que yo he comencado
la guerra de G-ueldres por quitar aquél estaca de en medio de la tierra de
mi hijo, y es la tierra suya y quierola yo ganar para él, y al capitán que allá
tengo ni con un florín ni con vn onbre no le ayudan, sino están mirando lo
que será, como sy yo fuese otro que no tuviese debdo ni amistad con su Señor,
• y antes creo que les plazería que el duque de Gmeldres prosperase que mi capitán
asy que ganase la tierra para mi hijo y para los que le goviernan con
mi gente y mis dineros, syn ayudar ni con buena palabra.»
La cuestión con Francia preocupaba extraordinariamente á Maximiliano,
más por los intereses del archiduque, su hijo, que por los suyos propios. Propuso
á los Reyes Católicos que fuesen «los primeros á la rotura de Francia»,
y que él sería luego en su compañía; y que si los de Italia perseveraban en no
querer dar ayuda al Emperador ni á los Reyes de España para hacer la guerra
al Rey de Francia dentro de su Reino, se hiciese la paz con el Rey de Francia
en esta manera: «quel Rey de Romanos salue al duque de Milán, y el Rey y
la Reyna d'España al rey de Eápoles, y que sean restituydas al Archiduque
sus tierras, y que el Rey y la Reyna d'España y el Rey de los Romanos y
Alemania y Borgoña se junten para daño do, Francia y de Italia.» Dice también
Fuensalida que Maximiliano le manifestó sus apuros por el auxilio que
le demandaban los de Hungría contra Valaquia; «pero que todo lo echa á las
espaldas, porque es buen español y aragonés, y que os vn cuerpo del qual V. al.
son la cabeca, y él, y el rey de Ñapóles y el archiduque los mienbros.»

- 366 -
Entre los varios temas en que se ocupa Fuensalida en estas sus cartas de
Alemania, uno de los más interesantes es el referente á la sucesión de Portugal.
El príncipe D. Juan, después de su casamiento con la princesa Margarita,
había muerto sin sucesión en 4 de Octubre de 1497. Correspondía la Corona
á su hermana mayor, la Reina de Portugal, y así lo hicieron reconocer á las
Cortes castellanas los Monarcas Católicos. En 23 de Marzo del 98, Fuensalida
escribe haber sabido que el Emperador se alegraba de que á los Reyes de-España
les quedasen hijas, como la Reina de Portugal, que fuesen dignas de ser
herederas de sus Reinos. Pero en carta de 7 de Julio del mismo año, el embajador
da cuenta de una singularísima conversación por él tenida con Maximiliano,
en la cual éste le manifiesta que cree poseer me'jor derecho á la Corona
de Portugal que los príncipes españoles, puesto que su madre, la Emperatriz
Leonor, era hermana de D. Alonso de Portugal, cuyo hijo, D. Juan, murió
sin sucesión: «Lo que yo quiero —dice Maximiliano—es que el rey y la reyna
d'España mis hermanos, pues son padres de todos, hagan vna declaración entre
el Archiduque mi hijo y suyo y entre el rey de Portogal sobre la sucesyon,
porque yo confio en su bondad y virtud y conciencia que la declaración que
harán sus magestades sera conforme á justicia y á razón y hequidad, y lo que
han de declarar es esto: que sy el rey de Portogal que agora es no ovyese hijos
varones y ovyese hijas, quién heredará á Portogal, la hija del rey don
Manuel, ó yo sy fuere biuo, y sy yo no fuere biuo, el archiduque qué me sucede,
porque si hija ha de heredar, yo no quiero consentirlo, y desde agora no
lo consyento, pues que avyendo de heredar hija, mi madre es más propinca
que no la hija que avra el rey de Portogal; y en quanto á la sucesyon del rey
don Manuel, yo la he por buena, y en su vida, ni teniendo hijos varones, no
la quiero contradezir, asy porque él vyene de varón, como por servar el amistad
y debdo con el rey y reyna mis hermanos, pues le tomaron por hijo.»
Fuensalida aguza el ingenio para explicarse estas ambiciones del Rey de
Romanos, y confidencialmente escribe á los de España: «Sospecho que esto
que agora pone en plática desta sucesyon de Portogal y de vuestros reynos,
que es para que, sy viniere en quiebra con V. ais. sobre estotras cosas de la
liga, dexar aquellas como cosas en que él no terna entera razón, porque venidos
en este esamen, se le podrá mostrar que V. ais. han conplido con él y con
todos sus confederados, y ellos no con V. ais., y asyrá destotra razón para
hazer su hecho bueno quando en contención oviese de venir con V. ais.; y
como él conosca la mala voluntad que los franceses tyenen á vuestras magestades,
cree que fácilmente los trayria á su amistad para poner á V. ais. en
necesydad; y segund mi pensamiento, él se arma para que sy sucediere no respondelle
V. ais. como él queria, ó que se pone alguna dilación á la respuesta
y ¿ la obra.»
Otro punto que preocupa señaladamente á nuestro embajador es el de las
relaciones con Francia. El bueno de Fuensalida se acongoja por las vacilaciones
del Emperador, y, directa é indirectamente, procura averiguar sus propósitos.
En un principio, Maximiliano insta á Fuensalida para que escriba á sus

— 367 -
Reyes, diciéndoles que necesita a tocio 'trance sn \t\txiiiu, '
mover la guerra contra Francia», «por recuperación de sus tierras quel rey de
Francia le tyene ocupadas» (carta de 1.° de Mayo del 1498). Después, resulta
que el archiduque «quiere ser francés y estar so las alas del rey de Francia»,
para lo cual concierta la paz con este último, perdiéndolo todo menos tres
villas de poca importancia, y entrando en la paz la Casa de Austria; noticia
que el mismo Maximiliano da á Fuensalida, dejándole estupefacto, y haciéndolo
prorrumpir en quejas sobre lo mal que el archiduque y el Emperador
pagaban á los Reyes Católicos lo que por ellos habían hecho éstos. Maximiliano
contesta con evasivas, y Fuensalida escribe: «ó mi maldad me haze
echar las cosas á la peor parte, ó al Rey le plaze do averse descabullido desta
guerra do Francia» (16 Julio 1498). En 11 de Agosto del mismo año, escribe
el embajador desdo Friburgo: «Yo estoy desatynado de ver la forma por que
so goviernan aqui las cosas, porque me parece que van por otros términos do
los que todas las otras gentes vsan; y asymismo no tomo tyno sy esta es guerra
ó sy os paz, porque en la boca del rey de Romanos vn dia le hallo en guardar
la paz y otro en continuar la guerra, y su corte toda está llena de paz, y en
su provincia de Borgoña arde el fuego.»
Pero las circunstancias so encargaron de dar la razón á Fuonsalida, en
cuanto á la deplorable opinión que tenía do la formalidad de los franceses,
porque éstos, aprovechando la creencia general de que la paz estaba concertada,
penetraron en los dominios del archiduque, y se apoderaron de unos
cuantos lugares, dando motivo á que ol Emperador se indignase y marchase
á dirigir él mismo la guerra.
También causó muchas desazones á Fuensalida la vuelta de la princosa
Margarita á Alemania. Los Reyes Católicos tenían, sin duda, gran interés en
que la princesa quedase en España, quizá para conservarla en rehenes de la
amistad del Emperador; poro éste insistía en su vuelta. «A todo lo quo puedo
comprehender—escribe el embajador—creo que le dan de allá pryesa en quanto
á la venida de la princesa.» Por último, Maximiliano envió decididamente por
su hija, y, al dar cuenta de esta determinación y de las personas que iban en
la demanda, dice Fuensalida: «Por estos aparejos quo acá hazen para traer á
la señora Princesa, y por la conpañía que envian para que vonga con S. al.,
juzgarán V. ais. quales son las cosas de acá; y que asy tyenen por mucho
enbiar una carraca y tres enbaxadoros que enbia, que ninguno dellos tyene
acá más de dos cavallos, quito el más viejo que tyene quatro ó cinco, como sy
enbiasan la flota que V. ais. enbiaron con la señora Archiduquesa. No se juzgar
de qué cabsa proceda, porque sy quiero dezir que es de escasos, fama
tyene de liberal, yo no soy testigo de vista. Sy es de necesydad, mucha tyene;
mas que tan pobre puede aver principe quo no tenga facultad para en tal
caso conplir con su honrra, ó que no lo busquen sy lo hazen de poca cura? Qué
otro nonbre le querría poner, no lo so, mas á mi juyzio en todos estos tres
humoros que he dicho toca esta enfermedad; y la quarta especio es que croo
quo se afuzian en que V. ais. suplirán sus faltas.» (20 Agosto 1498.)

- 368 -
Faltan bastantes cartas en esta correspondencia, é ignoramos con detalle
los últimos pasos diplomáticos de Fuensalida. Consta que acompañó al Emperador,
aun después de llegar la noticia de haberse firmado la paz entre España
y Francia, y que á íines de Julio de 1499 pidió licencia para volver á España.
Fuensalida frecuentó bastante el trato con Maximiliano y con los magnates
de su Corte, y hay en sus epístolas multitud de curiosas noticias sobre todo
esto. Dice del Bey de Romanos que es: «discreto y sotil, y pícase de ser mañoso
en las negociaciones, y de mucho tieupo antes que aya menester las cosas,
y antes que vengan las piensa y las platica para aprouecharse dellas quando
fuere el tienpo.» (Pág. 68.) Cuenta también un caso que revela la afición de
Maximiliano á los ejercicios caballerescos: «El Rey de Romanos ha estado
malo de vn pyé, byen ha vn mes, y fue la cabsa de su mal que vn dya, ensaj'ándose
vn gentil onbre para justar, el rey se armó y le enbió á dezir que
ronpiesen sendas lancas, y hera vn dya escuro que llouia, y casy en la plaza
no avia nadye, y el rey salió con quatro ó cinco, y encontráronse tan recio,
que el rey derrybó al gentil onbre y al cauallo, y el rey cayó, y al caher quedóle
el pj'é en el estribo y desconcertosele por la coyuntura; y diz que se quebró
la bava que está en la coyuntura, y asy ha estado vn mes que no ha cavalgado.»
(Pág. 24.) Asimismo habla del archiduque (el marido de Doña Juana la
Loca), á quien vio cerca de Bruselas, y de quien dice «que syn duda parece
muy bien á cauallo y armado, y manda las armas mucho como onbre». (Página
107.)
Fuensalida había cumplido bien y lealmente su misión cerca de Maximiliano;
dio á sus Reyes cuantas noticias de interés llegaron á su oído, y desempeñó
en la Corte alemana un importante pape], que sin duda fue del agrado
do los Católicos Monarcas, cuando éstos, en 5 de Mayo de 1500, le comisionaron
nuevamente para Flandes é Inglaterra (1).
*
Las dos misiones estaban íntimamente relacionadas. En la Instrucción
secreta para Flandes, le dicen á Fuensalida los Reyes Católicos: «La pryncypal
cosa que haues de myrar mucho, luego en llegando á Flandes, es trabajar
de sentir secretamente y dysymulada sy tienen algún trato de casamiento de
la Princesa con Inglaterra ó en otra parte, que de creer es que sy hay algo
ally luego lo sentires; y sy por uentura syntierdes que tienen sobre ello algún
trato con Inglaterra, en este caso avisadnos luego dello con correo bolán te, y
volveos á Inglaterra para resydyr ally, dizyendo que nos vos lo mandamos
assy, y ally procurad de desfazer el dicho trato y de remedyar el negocyo
como vieredes que más cumple. Pero sy hallardes que no tienen trato con
(1) Claro es que yo no me detengo más que en algunos muy especiales extremos de las cartas de Fuensalida. Esta
correspondencia es una verdadera mina para el conocimiento de la. historia política de aquel tiempo, y debe leerse
integra. No hay documento que no ofrezca interés.

- 369 -
Inglaterra sobre el casamiento de la Princesa, en este caso resydid en Flandes
para hazer ally las cosas contenidas en nuestra Instrucción que para ally
lleuays, y las otras que ocurrieren tocantes á nuestro servycio.»
La Instrucción para Inglaterra se refiere principalmente al concertado
casamiento entre el príncipe de Gales y Catalina de Aragón.
Fuensalida marchó directamente á Londres, porque, hallándose á dos jornadas
de París, supo que el Rey de Inglaterra y el archiduque se iban á ver
para tratar del matrimonio entre el príncipe de Gales y la princesa Margarita.
La primera carta de Fuensalida está fechada en Londres, á 29 de Junio
do 1500. Allí tropezó el embajador con el famoso doctor de Puebla, cuyo nombre
recordarán todos los que hayan hojeado el Calendar of State Papers. El
ladino doctor quería acaparar en la Corte de Inglaterra la representación hispánica,
y procuró informarse del objeto de la nueva embajada. Fuensalida se
queja de la conducta sospechosa del doctor: «Es verdad—escribe—, muy poderosos
Señores, que no he hallado onbre, ni ynglés, ni castellano, ni de ninguna
nación, que diga byen del y que no mormure de su estada aqui; mas
aviso á V. ais. que sy con maña no le lievan, que creo perderá la vergnenca
y dirá de no.»
Muchas de las sospechas de Fuensalida so desvanecieron después de ver y
hablar al Rey de Inglaterra, conociendo que éste «tyene buena voluntad y
sana on esto negocio». En cambio, halla que algunos de los consejeros privados
del Rey son devotos del de Francia, y no ven con buenos ojos el casamiento
del príncipe de Gales con Catalina, por lo cual insta á los Monarcas
Católicos para que envíen á Inglaterra la princesa Catalina. No manifiesta
tener Fuensalida muy buena opinión de los ingleses, de quienes dice (pág. 129)
que son gente «que tyene por segundo Dios el dynero». En cuanto á los Reyes,
escribe: «La persona del Rey es muy pomposa, y la de la Reyna mucho más;
en su atavio dentranbos y cerimonias, tanto quanto á principes se requiere
es; mas no negando la verdad, este es el más pequeño estado de Prinqipe de
quantos yo he visto.»
Marchó luego el embajador á la Corte del archiduque, y estaba ya en Bruselas
el 4 de Agosto de 1B00. Allí le aguardaban bastantes sinsabores, algunos
de los cuales afectaban á su situación privada. En 8 de Octubre escribe: «Católicos
y muy poderosos Señores, yo he tentado entre estos mercaderes (de
Bruselas) de aver algund dynero para mi despensa, y hasta oy no lo he podydo
aver, y no ay ninguno que quiera hazer canbio, asy por el precio de la moneda
d'España, que en esta tierra no se toma syno ascondydas y perdiendo mucho
en ella, como porque no tengo credyto. A V. ais. suplico que me manden
proueer, porque ya ando tomando prestado. En esto estado del señor Archiduque
todas las monedas del mundo valen y tyenen puesto precio por donde
las toman, syno la moneda de V. ais., questa ni tyene precio ni la quieren, ó
no la han querido apreciar como las otras monedas, ni la osa nadye tomar, sy
no son plateros para deshazella.»
En carta de 12 de Enero de 1501, pide humildemente á los Royes que lo

- 370 -
quieran hacer merced, en la casa de la princesa Doña Juana, «de vno de dos
oficios: ó cerero mayor, ó azemilero mayor, avnque tengan el nonbre contrario
al de enbaxador». Pero los Monarcas Católicos siguieron haciendo oídos de
mercader á las peticiones de Fuensalida, y éste, hallándose en Brujas, el 1.°
de Mayo de 1501, envía á sus Reyes una relación de los trabajos que por ellos
había pasado y de las pérdidas que había sufrido, terminando con estas palabras:
«Asymismo he escrito á V. ais. que no hallo acá quien me quiera hazer
canbio, y hasta agora hallava quien lo hiziese, avnque hera con mucha pérdyda;
mas agora ni con mucha ni con poca no lo quieren hazer, y yá corren
cinco meses que no he ávido dyneros, y quando ésta llegue correrán seys. Suplico
á V. ais. que me manden proueer, que, cierto, ya no queda qué enpenar
en la posada, que todo está enpeñado.»
La interesante figura de la princesa Doña Juana, cuya representación histórica
ha sido determinada con tan escogida erudición por D. Antonio Rodríguez
Villa, ocupa muy señalado lugar en estas cartas de Fuensalida, que demuestran,
si no la locura de aquella dama, por lo menos, su carácter extravagante
y arrebatado.
Los archiduques D. Felipe y Doña Juana habían llegado á España, por
Fuenterrabía, en 29 de Enero de 1502, siendo jurados como príncipes heredoros
por las Cortes convocadas en Toledo en 22 de Febrero, y por las de Zaragoza
en 27 de Octubre, después de lo cual el archiduque partió precipitadamente
para Francia, dejando en España á Doña Juana, á la sazón en estado
interesante. La Reina Católica, en cierta curiosísima carta, fechada en 1504,
escribe á Fuensalida. el vivísimo deseo que Doña Juana sentía por.reunirse
con su marido, y los extremos á que se entregaba, á pesar del peligro que ofrecía
un viaje por mar en la estación á que se refiere: «Y ni por esto quería esperar
aquí; antes se determinó de todo á partirse sin tienpo y syn nuestra
voluntad. Y vista ésta, yo enbié á mandar al obispo de Cordoua que estava
con ella, que sy lo quisiese poner en obra, no diese lugar á ello en ninguna
manera, y de mi parte estorvase que no hiziese cosa que tan mal parecería á
todo el mundo y de tanta vergaenca para ella y de tanto desacatamiento para
nos. Y aviendoselo asy dicho y rogado y requerydo de mi parte el dicho Obispo
y Torres, y queriéndolo ella poner en obra, el dicho Obispo mandó de mi parte
que no lo llevasen las hacaneas. Y la Princesa quando lo supo, quiso salir á
pyé de la fortaleza do posava y yr asy á pyé y sola por las calles y por los
lodos hasta la posada de las hacaneas. Estonces el Obispo, por estoruar que no
hiziese cosa tan fuera de razón para la avtoridad y estimación de su persona,
á vista de los naturales y estrangeros que aqui estavan en la feria y ea lugar
tan público, hizo cerrar las puertas de la fortaleza, de que ella ovo tanto enojo,
que porfiando que le abryesen la puerta, se estuvo en la barrera de la casa toda
la tarde y noche y el otro dia, hasta las dos oras, á la humidad y sereno en
descubyerto, vna de las mas frias noches que a hecho este ynvierno, y jamás
quiso bolver á su aposentamiento, antes después que ge lo ovieron suplicado
todos los que con ella estauan, se metió en vna cozina que está allí en la bar-

- S71 -
rera, donde estuvo otros quafcro ó cinco días, que por muchas cartas que yo
escriuí, ni porque yo enbié al arcobispo de Toledo y á don Enrrique para que
trabajasen que saliese de allí y baluiese á su. aposentamiento, nunca con ella
se pudo acabar. Y á esta cabsa yo vine aquí con más trabajo y pryesa y haziendo
mayores jornadas de quo para mi «alud convenía; y avnque le enbié á
dezir que yo venía á posar con ella, rogándole que se boluiera á su aposentamiento,
ni quiso boluer, ni dar lugar que me aderecasen el aposentamiento,
hasta que yo vine y la mety; y estonces ella me habló tan reziamente palabras
de tanto desacatamiento y tan fuera de lo que hija deve dezir á madre,
que sy yo no viera la dispusición en que ella edava, yo no so las sufryera en
ninguna manera.»
La cuestión del reino de Ñapóles ocupa largamente á Fuensalida en numerosas
comunicaciones; pero vuelve á tratar de la archiduquesa en una curiosa
carta fechada en Noviembre de 1504, donde cuenta las desavenencias ocurridas
entre Doña Juana y D. Felipe, llegando á decir en otra epístola: «Las
cosas de entre el Principe y la Princesa están de tal manera, que sy Dios milagrosamente
no saca á ella de la fantasya que tyene, y á él no le da otra condición,
ynposyble que jamás estén concortados. Pues estando en tanto desconcierto
vna casa, como agora está ésta, como podrán estar byen concertados y
regidos tantos reynos y tan grandes como son en los que estos señores han de
suceder?» El Rey Católico, contestándole en 11 de Noviembre, escribe que
«avnque ella (Doña Juana) segúnd lo quel Principe y vosotros escriuistes, no
esté agora tan sana como deseamos, no perdemos la esperanca que nuestro
Señor le dará salud»; y temiendo que el príncipe ó los suyos den malos tratos
á Doña Juana, lo recomienda á Fuensalida que vele por ella, y añade: «Dezid
claramente al Principe, nuestro hijo, y á los suyos, sy en ello hablaren, quo
si la Reyna muero (guardóla Dios), la Princesa ha de venir á tomar la posesyón
y governacion destos reynos, corno señora propietaria que estonces será
dellos, y que syn ella el Principe no es parte, ni seria reoebido en ninguna
manera.>• Pero Fuensalida y D. Juan Manuel contestan que el príncipe está
muy bien dispuesto, y «es piadad de velle quando habla en esta materia de la
Princesa»; mas Doña Juana «no nos quiere más uer ni hablar que si fuésemos
enemigos». (Pág. 312.)
Don Felipe llegó á cansarse, y abandonó á su suerte á Doña Juana, por
lo cual escribe el comendador en 16 de Febrero de 1505: «Quanto á lo que
V. al. manda que le escriua do todas las cosas de acá, mayormente de la salud
de la Reyna (Doña Juana) y como es tratada y seruida, o.n lo que toca á su
salud no vemos más mejoría quo antos, ni tanpoco en el tratamiento, porque
no ay, hablando verdad, en todos sus roynos escudero tan pobre que no tenga
su muger mayor conpañía. Sola está con dos mocas harto ceviles; no entra
allá castellano ninguno; no tyene ningún plazer ni recreación; verdad es que
su alteza no lo quiere; mas sy los que lo an de hazer quisyosen tomar la pena,
yo creo que su alteza querrya otra cosa; mas los que consejan no consejan lo
quo deven, mas guian las cosas como á ellos les cunple, y á todo lo que puedo

— 372 —
sentir, de Francia las guian, porque no ay otras gentes en torno del que danca
syno franceses. Traenlo de vanquete en vanquete y de dama en dama, y asy
va todo como va.» En otra carta le cuenta á D. Fernando cómo la Reina quiso
matar con una pala de hierro al «Principe de Symay» y á «mosé de Frenoy,
que es suegro de mosé de Veré».
Entretanto, el archiduque había llegado á sospechar de todos los representantes
de D. Fernando, á quien se acusaba de favorecer á los conversos y gobernarse
por ellos. (Pág. 350.) Hizo prender y dar tormento á Lope de Conchillos,
el cual «dixo todo lo que sabia, y avn algo más de lo que ellos quisyeron
ó le dixeron que dixese»; y el mismo Fuensalida no las tenía todas
consigo, pero declara estar determinado de sufrir la muerte «voluntariosamente»
por el servicio de su Rey natural.
La última carta que conservamos de nuestro embajador, durante esta misión,
está fechada en 15 de Julio de 1505. Es de presumir que poco después
regresara á España, cesando con ello las inquietudes que le asaltaban, á causa
de la ostensible enemistad del archiduque, entonces Rey de Castilla, y del
despego de la Reina. «Juro por mi fé—escribía á D. Fernando en 29 do Junio—que
creo que no avria onbre que no tenblase sy le dixesen lo que á mi me
dizen cada dya, que pocos son los dias que no me condenan á muerte; y dizen
que conmigo an de tomar la posesyón de los reynos, que yo seré el primero de
quien se ha de hazer justicia. Y como quiera que por vn cabo pyenso que son
modos para espantarme, por otro cabo pyenso en la malinidad de alguno ó de
algunos que me persiguen y que me querrían ver echado en la mar, porque sé
sus buenas obras, que no dexo de estar con temor; mas como yo tengo determinado
de morir sy se ofreciere, no me espantan palabras que me digan. Byen
sé que públicamente no han de hazer contra mí nada, mas sy las cosas van de
otra suerte de la que con ayuda de Dios se espera, vna noche me han de echar
en vna ribera, ó que yendo por vn camino me alancearán y dirán que ladrones
lo hizieron, ó levantarme han algund falso testimonio para dar color á lo que
harán contra mí.»
*
* *
Después vino aquel desastroso período del gobierno de D. Felipe en Castilla,
durante el cual, como advierte Prescott, «viéronse arrojados de sus destinos
sin ningún miramiento los antiguos empleados, para hacer lugar á nuevos
favoritos, y en especial á los flamencos, que ocuparon todos los cargos de
importancia, y á quienes se dieron igualmente las principales fortalezas del
reino»; la muerte de D. Felipa; el viaje de D. Fernando á Ñapóles, su entrevista
con Luis XII de Francia y su vuelta á España para gobernar á Castilla
en nombro de su hija y como curador de su nieto el infante D. Carlos. El gobierno
de ese aragonés transeúnte fue bastante peor para Castilla que lo había
sido el de su ilustre esposa: durante él se atrepellaron con frecuencia las antiguas
formas de la constitución castellana, y cobraron vigor y empuje los procedimientos
inquisitoriales, algo abatidos en tiempo de D. Felipe.

— 373 -
A principios de 1508, el Rey Católico envía nuevamente á Inglaterra á
Gutierre Gómez de Fuensalida, encargándole principalmente de que procurase
«que se de entero cumplimiento en el casamiento de la ilusfcrísima Princesa
de Gales (Catalina de Aragón), mi muy cara y muy amada fija, con el
ilustrisimo Principe de Gales, my muy caro y muy amado fijo».
Llegó Fuensalida á Londres en 22 de Febrero de 1503, y apenas puso el
pie en la capital inglesa, cuando comenzaron para él los disgustos y las desazones.
No pudo ver al Rey en muchos días, porque siempre se le decía que
estaba enfermo, siendo así que recibía á otras personas; y tropezó en el famoso
doctor de Puebla con un hombre que tenía «el corazón inglés y la lengua
castellana».
La correspondencia de Fuensalida pone de manifiesto, con una claridad que
no deja lugar á duda, la tacañería intolerable de los ingleses, comprobante de
aquello que el embajador escribía «ser el dinero segundo Dios para esta gente»,
y su absoluta falta de caballerosidad con una princesa tan acreedora á los mayores
respetos (fuesen cuales fuesen las durezas de su carácter) como Catalina
de Aragón, la insigne discípula de nuestro Juan Luis Vives (1).
Según las capitulaciones matrimoniales, diez días antes ó después de celebrado
el casamiento, habían de entregarse al Rey de Inglaterra, como dote de
la princesa, 200.000 escudos de oro. Fuensalida llevaba aparejados 65.000 en
moneda, y contaba con entregar 15.000 en vajilla de oro y plata blanca y dorada,
y 20.000 en piedras preciosas y perlas, que se hallaban en poder de la princesa,
á quien le fueron entregadas cuando fue á Inglaterra. Pero los del Consejo
del Rey salieron con la singular observación de que «todo lo que la princesa
metyó en su reyno es suyo (del Rey de Inglaterra)», y, por tanto, no
debía computarse en la dote á entregar. Escandalizóse Fuensalida, y contestó
como cumplía; pero los ingleses insistieron; y en estos dimes y diretes monetarios
transcurrió bastante tiempo, hasta que D. Fernando decidió cortar por
lo sano y llenar de oro, como apetecían, las arcas de aquellos mercaderes.
«Tornaron á dezir—escribe Fuensalida, dando cuenta de aquellos tratos—que
sy se entendya aquello como primero avia dicho, que avia de hazer el pagamiento
con la plata y joyas que acá estauan, que yá me avian dicho que aquello
hera suyo y no de V. al. Yo les repliqué que aquello hora de V. al. y no
del rey de Inglaterra, y que V. al. podia hazer dello lo que quisiese, vendello
ó levallo á Castilla. Respondiéronme: No podréis, ni os lo dexaríamos sacar,
que aquello es del rey de Inglaterra. Respondíles: Será porquel Rey de Inglaterra
querrá tomar lo que es del Rey, mi señor; mas no porque terna justicia
á ello. Respondieron: No, syno que tyene justicia. Respondiles: Luego todo
lo que entra en vuestra tierra es del Rey? Respondiéronme: Asy lo tenemos
(1) Víase mi Luis Vives y la filosofía española del Renacimiento; Madrid, 1903; passim.—Un escritor inglés
contemporáneo, Mr. M. Hume (á quien no debe confundirse con el gran historiador y filósofo del mismo apellido), pinta
á la princesa como mujer «impaciente de todo freno», y dispuesta á «prescindir de consideraciones de dignidad»; lo
cual me recuerda aquella frase que, según cuentan, dijo Cánovas á Castelar (con el que tampoco debe confundirse
á Mr. Hume): «que por conocer harto bien la historia, se tomaba cou ella demasiadas libertades».

— 374 —
por cierto, que todo está dcbaxo de su mano, y de todo puede disponer á su
voluntad.» (¡...!)
Entretanto, la situación de la princesa Catalina era verdaderamente lastimosa.
En 21 de Marzo escribe el embajador: «La Princesa está muy congoxada
en dos maneras: la vna, que recibe tanta vergüenca que esto esté en esta
disputa, que lo que truxo no hera suyo, syno que se avia de tomar en cuenta
de los dozyentos mil escudos; y dízense tantas cosas sobresto, que no me maravillo
que su alteza se avergüence, que á mí me salen muchos colores á la
cara; y la otra es que se tiene por dicho qite éstos no venían en otra cosa, syno
en perseverar en lo que vna ves an dicho, y recela que por esta causa se a de
desbaratar este negocio, y como soa cosa que tanto toque á su onrra, está
muy desconsolada y congoxada, y como su alteza no está bien sana, parecióselo
tanto este cuidado, que está harto disfygurada; y bien creo que si V. al. la
viese, quo no la conocerya, y algunas vezes con lagrimas, avnque tiene el coracon
real, dize: Yo fvy tan desdichada, que en mi desdicha nacen todos estos
ynconvinientes; y parece que el Rey y la Reyna, mis señores, me tuvieron
por desechada, según lo que me an dexado padecer en este reyno; Plugyera
á Dios que fuera yo en su casa Real como fueron las hyjas del Comendador
mayor y del Adelantado de Murgia y de otros muchos criados de sus altezas,
que quedaron con muchos y muchos quentos de renta, y á mí, que fvy su
hyja, por treynta mil coronas que se an de dar vna ves para syempre, an querydo
poner mi onrra y la suya en tanta aventura.—Crea V. al. que la Princesa
tiene real coracon; mas la mucha pasyon que syente de lo que espera y
do, lo que a pasado, le haze dezyr esto y otras cosas muchas desta calidad que
á mí en secreto me dize. No ay persona en el mundo que la vea que no se
mueva ápyadad. Yo juro á V. al., por la fé de lealtad quo le devo, que no sé
persona oy en esta vida que tan maltratada sea y aya sydo como su alteza; y
no se puede croer, sy no se vé, cómo le dan de comer, y en qué, y cómo la tratan;
mas para sufrir. Por no dar psna á V. al. en oyr por menudo las cosas
que pasa y a pasado su alteza, ceso de las escrevir. Basta esto poco, que por esto
entenderá lo que es su alteza. Suplico á vuestra magostad que no aya misericordia
della como padre, mas como principe que ve á vuestra hyja de reyes
tan maltratada.» Y en otra carta dice el mismo Fuensalida: «Nunca tanta
crueldad se tuvo con vna cativa questuviose en tierra de moros, como se tiene
aquí con la Princesa.» (Pág. 435.)
En otras epístolas, Fuonsalida signo narrando los infortunios de la princesa,
á la cual se trataba villanamente, haciéndola dormir en una «muj^ mala
cámara,, y avn tenia cabella alguna cosa que la hazya peor, y no le dava buen
olor->. (Pág. 454.) El embajador apunta la sospecha, no desprovista de fundamento,
do que «todo esto provieno desta señora cobdicia, que pyensan con
estos dosgrados y malos tratamientos sacar estas cien mil coronas» (página
468); pero insta al Rey Catódico para que solucione cuanto antes la cuestión,
porque «quanto más esto se dilata, tanto más me parece que senpeora
el negocio». (Pág. 478.) En una conversación con el Rey de Inglaterra, éste

- 375 -
llegó á decir á Fuensalida: «Por cierto, vos lionrrays bien á vuestro Rey con
tantos reynos, y no tyerio cien mil escudos para pagar el dote de su hija!» Y
añade el embajador: «Algo syn tyento le respondy: Señor, el Rey, mi señor,
es ygual en fama y gloria y potencia con todos los Principes christianos, y
nunca acostunbra de poner tesoro en sus arcas, syno hazelle de gentes darmas
con que a conquistado los reynos que ha conquistado y syenpre conquista. Embravecióse
tanto comigo, que fue maravilla.» Llegó ol caso hasta el extremo
de que, en una de las cartas, Fuensalida pide á D. Fernando que le envíe un
médico para Catalina, porque el que tenía había muerto, y habiendo la princesa
caído enferma y solicitado la viese el médico del Rey, no fue atendida.
(Pág. 493.)
A consecuencia de la dignidad (que un escritor inglés llama altanería) del
embajador, el Rey de Inglaterra le cobró cierta antipatía. Mas lo grave del
caso os que la misma Catalina de Aragón llegó á mirar con malos ojos á Fuonsalida,
á consecuencia de los manejos de cierto fraile, c(mfesor_de_a(jiié_llaJ__do ' f
quien amargamente se queja el comendador, diciendo que «sy oste frayle qui- "( 4i t ' t ' 4
syere pedricar ley nueva á la Princesa, que se la creerán, y serán tenidos por -tei-tCÁa
erejes los que no la creyeren». (Pág. 513.) El malvado frailo inventó contra ,-!-/, Jo • .. j
Fuonsalida todo género de calumnias, haciendo que la princesa escribiese á '
su padre contra el embajador, por lo cual ésto, en carta á su Rey, le pide que • •le
mando llamar, «que, por cierto, ocho meses a que estoy tan ganoso de dexar

- 376 -
habían pasado los tiempos de la edad de hierro, y que, más que la energía de
los Tristanes y Amadises, se necesitaba la cortesanía y el dulce hablar de los
Palmerines y Floriseles. Dio al comendador el cargo de segundo corregidor
y justicia mayor d.e Granada, cerca del lugar donde eligió su retiro el gran
capitán Gonzalo Hernández de Córdoba. En 1518 era regidor de la ciudad de
Málaga, donde otorgó testamento en 7 de Agosto de 1534, y donde probablemente
murió al poco tiempo, dejando por heredero universal á su nieto Gutierre
Laso de la Vega.
Y así acabó su vida aquel venerable anciano, que había recorrido las principales
Cortes europeas en servicio ele sus Monarcas, que había presenciado la
rendición de Granada y los triunfos de Italia, gozando del favor y mereciendo
la confianza de los Reyes más insignes que registra la Historia española.
Viendo acercarse el fin de sus días, en los gloriosos tiempos de aquel Carlos
I, por cuya madre tanto sufriera, no dejaría de recordar en su retiro de
Málaga la melancólica resignación de las Coplas de Jorge Manrique, que encierran
toda la filosofía del valor hispano; pero al mismo tiempo se enorgullecería
por haber vivido en tan grandiosa época, y quizá en noches invernales,
reunidos en torno del hogar los últimos restos de su familia y amigos, recrease
la velada el buen ochentón refiriéndoles misteriosamente: «Estando yo en
Innsbruck, á tal hora como ésta, llamóme el Roy de Romanos...»
ADOLFO BONILLA Y SAN MARTÍN.
OQO

PÁGINAS SIN NOMBRE
Solidaridad de raza.
Europa consagra frecuentemente sus pensamientos á la joven América.
Allí va nuestra gente, en bandadas de millares, y de allí vienen lecciones.
Para las masas trabajadoras, el continente de Colón guarda el vellocino. Para
las clases más cultas, el ímpetu industrial de Norte-América es un ejemplo
desesperante, y la savia juvenil de la América del Sur es una promesa halagadora.
El tema americano rueda á menudo por la prensa. El prestigio do las
«tierras vírgenes», de las «sociedades jóvenes», se acrecienta de día en día.
En torno de las ideas y las floraciones espirituales colombianas, se forja una
admiración un poco artificiosa. De los poetas, sobre todo, hacemos unas alabanzas
tan hiperbólicas, que sólo el fraguarlas pondera bien el vigor de nuostra
fantasía. De sus poesías solemos decir que encierran «el incendio solar de
los trópicos», porque en Europa nos hemos obstinado en suponer que toda
América es trópico, y que el sol arde y quema en Bhering y cabo de Hornos
ni más ni menos que en el África ecuatorial.
De esta tendencia á rodear de inusitada consideración Jas letras americanas,
podrían dar testimonio poetas de Sud-América, como Rubén Darío, Santos
Chocano y Amado Ñervo, á los cuales hemos hecho hasta fundadores de
escuela en el Parnaso castellano, dejando correr la lisonja tan sin freno, que
se perdieron ya de vista para unos y para otros las fronteras de la justicia;
prosistas como Gómez Carrillo, Luis Bonafoux y Manuel Ugarte, en verdad
meritísimos, pero á quienes no se les ha regateado ni un adarme de sus méritos.
Agasajados los primeros en fiestas mundanas; alabadas sus obras como una
quintaesencia artística; estimados y considerados los segundos, darán fe seguramente
de' esta predilección que el espíritu europeo muestra por cuanto proviene
del lado occidental del Atlántico.
Tal estimación—de la cual hay que felicitarse, porque contraría las previsiones
de los sociólogos acerca de las futuras hostilidades entre los dos continentes—ha
engendrado la codicia. Como ya no son territorios y subditos que
se pueden ganar, se disputa por la posesión y dominio del espíritu.
Para participar de la vanagloria de una fecunda colaboración en la Humanidad
futura, se ufanan unos y otros pueblos de haber puesto el contenido psicológico
de las sociedades en que la Humanidad futura ha de gestar. Ingleses
y alemanes razonan gravemente acerca do lo que debe Norte-América á los
respectivos nacionales. Iguales discusiones deberían surgir acaso acerca do
la América del Sur.
Pienso en ello, porque no ha muchos días leí en uno de los más populares
periódicos franceses un largo estudio destinado á demostrar la siguiente afirmación:
«En la América latina, las formas, los moldes, los instrumentos de
la vida de relación son españoles; pero el contenido, la substancia, el espíritu,

el sentir, el pensar, es francés. Como franceses debemos considerar á aquellos
pueblos, y... poner los medios para que de tal consideración obtenga Francia
los beneficios que le debe reportar.» Porque, eso sí, nuestros vecinos tienen
una sorprendente facilidad para unir lo que toca al espíritu con lo que suena
en el bolsillo: el ideal con la' conveniencia; y los repentinos fervores de su
comunidad con la América latina se dirigen preferentemente á obtener buenos
mercados para los productos de su fabricación.
*
* *
¿Han oído ustedes hablar de la Unión Ibero-Americana? Es un Centro organizado
en Madrid con el propósito de fomentar las relaciones entre los pueblos
hermanos. Yo sé que existe, pero no sé que sirva para nada; y la inmensa mayoría
del pueblo español ignora la eficacia y la utilidad, acaso hasta la existencia
de tal organismo de engrane con los pueblos ultramarinos. De vez en
cuando llegan á las redacciones unas extensas notas de inserción suplicada,
dando cuenta de los trabajos que en el Centro susodicho se realizan, anunciando
una conferencia extravagante sobre algunos temas anticuados, y comunicándonos
que una Comisión de señoras proyecta tal ó cual cosa, por lo común perfectamente
inútil.
¿Nada más hace la Unión Ibero-Americana?
Nada más, que yo sepa, caro lector. Y ya ves que es bien poco para evitar
la desasimilación del espíritu de Sud-América, ó conseguir la reconquista de
su espíritu, si es que los franceses dicen verdad en ese estado que nos pintan.
Yo no pretenderé analizar uno por uno los fenómenos sociales que so verifican
en la gran República Argentina, por ejemplo, ó en el culto Chile, ó en
el esforzado Méjico, para decidir con exactitud si la afición literaria hacia los
franceses que cunde en esas latitudes, es modalidad somera y puramente retórica,
ó algo que penetra en el tuétano de la raza. Me inclino á lo primero. No
faltan escritores americanos, y les acompañan algunos españoles, que niegan
el afrancesamiento de la América latina, y afirman que el espíritu de la literatura
francesa ha pasado á aquella tierra al través de las traducciones y el
afrancesamiento de la literatura española, siendo, por tanto, «reflejo de reflejos,
eco de ecos», el galicanismo americano, dice Unamuno. Lo celebro, porque
la Francia actual no es buen modelo para pueblos jóvenes: la vena del idealismo
parece agotada en el pueblo transpirenaico, y sus escritores, como la
vida social, transpiran una sabia perversión que deleita y seduce, pero enerva
los ánimos más viriles. Francia, refinada, es hoy gran propagadora de decadencias.
Pero, sea verdad ó no, esa actitud francesa remueve el gran peligro. Francia
está muy distante, y su fuerza penetradora va siendo cada día más escasa.
En trueco, nos inquieta la invasión espiritual de los Estados Unidos. A los ojos
españoles, esta amenaza es más real que la formulada en nombre de cualquier
otro pueblo europeo. No creemos en predominios materiales. Quienes teman

- 379 -
la absorción de la América del Sur por la del Norte, dan muestras de una inconcebible
pusilanimidad y de un gran desconocimiento de cómo actúan las
fuerzas de las nacionalidades en el conjunto de la Historia.
Cierto que los propios yanquis dan pábulo á ese recelo. Mientras sus personalidades
oficiales protestan del respeto que profesan á todo núcleo nacional,
sus pensadores y escritores deslizan de tiempo en tiempo profecías que
son expresión de sus ansias secretas, en las cuales cristalizan ilusiones de una
parte del pueblo norteamericano. Hace apenas siete años, Mr. Cockran decía
en la Universidad de Yale, ante los graduandos de aquel curso literario: «No
sólo es posible la próxima anexión del Canadá, sino que es probable. Ni es
imposible la anexión de Méjico, ni imposible la de todo Sud-Amórica. Ahora,
aunque parezca empresa tan fantástica como.pareciera tros años hace la adquisición
de las islas Filipinas, adquiriremos una buena parte de China. Después
de esta conquista..., la América entera entrará bajo el régimen de una sola
soberanía, y su inmenso poder pesará antes de veinticinco años en todas partes
del mundo.»
Me parecen estas palabras de Mr. Cockran el moro estallido de una vanidad
hinchada. Aunque el imperialismo trabaje, no dejará do resonar en el
pueblo de Lincoln la voz del buen sentido. Acaso fue mejor intérprete del fondo
del espíritu norteamericano Mr. William G. Sumner, quien, en la propia Universidad,
leía poco después una conferencia paradójica, titulada «La conquista
de los Estados Unidos por España», y cuyas son las siguientes palabras: «Nuestros
padres querían tener un Gobierno económico, aunque los grandes hombres
lo llamaran «un Gobierno parsimonioso», y los impuestos no serían más grandes
que lo absolutamente necesarios para pagar tal Gobierno... Ninguna política
aventurada de conquista ó ambición, tal cual en su opinión los Reyes y
los nobles la habían hecho en la vioja Europa, en su propio beneficio, sería
nunca ensayada por una República liberal y democrática. Por tanto, ol ciudadano
aquí nunca sería forzado á dejar su familia ó á dar sus hijos para verter
la sangre por la gloria, y á dejar viudas y huérfanos en la miseria por nada.»
Estas discretas razones tendrán virtualidad perenne en un pueblo como les
Estados Unidos. Aun cuando pasajeramente se obscureciesen, reverdecerían
apenas una organización agresiva y una preparación para la guerra hicieran
sentir sus ponzoñosos efectos en la economía y en la vida política de la gran
República. La democracia y la guerra son incompatibles. El peso de los armamentos
militares extenúa á Europa, y su tradición social, enemiga de los derechos
de los ciudadanos, es hechura do la vida guerrera del viejo continente.
La gente americana soportaría mal el arnés de batalla, que entorpece los movimientos,
ó impone disciplinas y sacrificios agotadores. Y cuando así no fuera,
bastaría para impedir tan loca aventura la masa de la América latina. Habituados
á contemplar el aire gigantesco do la República sajona, olvidamos con
excesiva frecuencia que la parte meridional excedo on superficie á la del septentrión;
que los campos de aquélla son más feraces; que las condiciones de su
vitalidad son tan poderosas, que reservan para el porvenir gratas sorpresas;

380 —
y, finalmente, que una masa de 60 millones de habitantes es bocado demasiado
indigesto para un pueblo de 90 millones solamente, siquiera la organización
social y política de éstos sea más intensa y vigorosa.
* *
No obstante, desazonan é inquietan la continuas intromisiones do los yanquis
en la vida del sur. Lo que no liarán, es bien seguro, por la conquista material,
acaso se lo propongan por la persistente invasión espiritual. Cuentan,
sin duda, para ello con un terreno preparado por la admiración. En la América
latina, singularmente en Méjico, es admirada la del Norte por su espíritu
osado, sus concepciones económicas gigantes, sus empresas temerarias, sus
caudales enormes, su inventiva inexhausta, el gran vigor psíquico de que en
todos los aspectos do la civilización material vione dando señales.
Y parece como que Norte-América trata de unir á este punto de apoyo
moral otros territoriales, contactos entre razas y civilizaciones opuestas, conductos
por donde so efectúe la comunicación y el trasiego del uno al otro espíritu.
Así, en pocos años, Norte-América pide: á Méjico, la venta de la isla dol
Carmen para un Sindicato de Nicaragua; á Nicaragua, la cesión de los territorios
linderos del canal futuro; al Ecuador, la de las islas de los Galápagos; á
Chile, un depósito de carbón en el estrecho de Magallanes; á Colombia, el
arriendo de los territorios del Cacuetá; al Perú, el de los territorios del Ñapo
y Curara; al Gobierno do Quito, además del archipiélago de Colón, los territorios
situados á orillas dol río Coca.
A esa obra tenaz y perseverante necesitan oponerse las Repúblicas latinas
para mantener su personalidad étnica é histórica; España para conservar la
solidaridad entre todas las ramas que surgieron del tronco común en los siglos
XVI á XVIII con tan vario destino. Cada civilización es síntesis y fruto
de las condiciones nativas de una raza, aliadas con el suelo que la sustenta y
el proceso histórico que la determina. Una sustitución del propio espíritu por
el espíritu de otra raza desvía el genio nativo y lo esteriliza las más veces,
haciéndolo arrendajo y servil copia del genio de pueblos extraños. Las grandes
decadencias suelen ser fruto do esas suplantaciones, viciosos injertos que el
curso del tiempo ciegamente realiza. Sin duda, la decadencia española tiene
sus principales raíces en la invasión del espíritu austríaco, y se inicia sangrientamente
en los campos do Villalar, donde cayeron vencidas las ideas de
ciudadanía y de derecho genuinamente españolas. Y ese espíritu austríaco os
reemplazado con Felipe V por el espíritu francés. El genio español no reaparece
en los cuatro últimos siglos, subyugado, aherrojado; y la noche sombría
de nuestra decadencia nacional perdura. Por fin, ahora parece que alborea de
nuevo por regiones pujantes. Si logra romper las trabas que lo esposaban, él
nos reconstituirá.
Pues si igualmente el espíritu francés ó el espíritu yanqui se apoderan de
la América latina, el genio de ésta abortará, y acaso dé cara á una decadencia

— 381 —
sin haber conocido la grandeza que le está prometida. El alma francesa perturbaría
el cnrso de una organización social cuyas normas fundamentales hay
que buscarlas en la psicología española. El alma yanqui anquilosaría una civilización
cuyos resortes y estímulos son do distinto linaje. Hay que crear, hay
que tallar en el tiempo nuestra vida, extrayendo sus realidades de las propias
entrañas. Ni el mundo moral, que es cauce do las acciones, herencia atesorada
en nuestra íntima fisiología por la acumulación de los actos de las generaciones
muertas, según la doctrina espencoriana; ni el mundo artístico, donde la
raza custodia el no aprendido secreto de removor y alumbrar los manantiales
del sentimiento y de la pasión, que son la luz y la fuerza en la vida humana;
ni el mundo intelectivo, elaboración do las nociones grabadas en el cerebro
por el curso de los siglos desde los tiempos arcanos del amanecer de la razón
humana, pueden variarse de asiento, trocar su cauce, sin que se aletarguen y
desfallezcan y marchiten, como flores cortadas de la planta que espontáneamente
engalanaron.
Tal sucedería en América, como ha sucedido en España por fatalidades
inexorables cuyo rigor sufrimos. Mas ahora que creemos ir hallando de nuevo
nuestra propia alma, no podemos resignarnos sin dolor y sin inquietud á quo
otros pueblos, hijos como nosotros de la España do la Reconquista, la pierdan.
Equivaldría á renunciar á la dulce esperanza do que so reliará un día la solidaridad
espiritual entre todos los renuevos do nuestra raza, fundando en la
comunión de todos ellos una inmensa fuente de energía con que afrontar victoriosamente
las futuras evoluciones do la Humanidad. Equivaldría, igualmente,
á admitir la trágica visión do una mañana en que las diez y ocho Repúblicas
iberas se miraran entre sí como extrañas, con pensamiento, intereses, aspiraciones
y destinos diversos, acaso con lenguas en descomposición, pugnando
por divorciarse, debilitándose en intestinos disentimientos, prole, en fin, dispersa
por la fatalidad, y condenada, por traicionar impíamente su propio
espíritu, al cautiverio político ó á la servidumbre espiritual.
España, en este momento, tiene deberes que cumplir: deberes para con los
pueblos hermanos, deberes hacia su propio porvenir. La solidaridad de la raza
ibérica debo tenor en nosotros el más eficaz campeón. Los instrumentos para
fortificarla han de ser: el idioma, el comercio, la emigración, el arbitraje y la
obra de las grandes asociaciones de peninsulares formadas en las Repúblicas
latinas. Con tales elementos necesitamos contrarrestar el influjo de la mentalidad
francesa, ó el ascendiente del prestigio y la actividad yanquis. Aunque
fuese verdad que no conservamos allí más quo las formas, la ritualidad do la
vida espiritual, tendríamos bastante sabiendo combatir.
Adiós á la Patria.
Paso tras paso se va cruzando la comarca gallega; rocórrese Estrada,
Lalín, Carballino; se penetra on Orense, en Lugo, por Chantada ó Monforte;
se camina en Orense por Bandc, Verín y Trives, y en Lugo por Sa-

— 882 —
rriá, Becerrea ó Quiroga; los campos están desiertos: ni una huella, ni un
paso, ni un hombre. Galicia la ubérrima está desamparada. La raza fuerte,
los brazos jóvenes, la abandonan. El ánimo se suspende y recoge en
meditación sobre aquella tierra deshabitada. Llega la hora del crepúsculo;
una banda de estorninos viajeros raya el obscuro espacio; cierra el horizonte
la masa sombría de los frondosos castañares, mudos testigos de la ruina, y
una tonada melancólica que viene de lejos, tenue y dulce como un arrullo
lamentoso, trae á los oídos del viandante una triste canción:
«Este vaise y aquel vaise,
é todos, todos se van;
Galicia, sin homes quedas
que te poidan traballar.
Tes en cambio orfos é orfas
é campos de soledad,
é mais que no teñen flllos
é flllos que no teñen pan.
E tos corazons que sufren
longas ausencias mortás,
viudas de vivos é mortos
que ninguen consolaran.»
(ROSALÍA DK CASTRO.)
El barco para América es el ala de cuervo que bate trágica sobre los despojos
dol hogar campesino. El hambre asuela las campiñas,-vence las voluntades,
rinde los ánimos. Después, la «Agencia» barro á los vencidos y los
arroja al sollado del «buque negrero» de los años presentes: carnaza para la
emigración. La lucha- ha sido cruel: la mujer y los arrapiezos han de quedar
sin amparo ni ventara; renuncia á su tierra, y abandona quizá para siempre
«la sombra de sus árboles, el dejo- de su agua natal, los mendrugos de su pan
do maíz y centeno, las maderas de sus establos, el olor de sus vacas, el espacio
de su municipio, el tañido de la campana que toca la oración al anochecer,
la melodía de su zampona y el cantar de su alborada». (Castelar.) Es más que
tristeza; es amargura; es el acerbo y hondo martirio de un alma atarazada.
La musa gallega dice á sus doloridos coterráneos:
«Cando ninguen os mira
vénse rostros nubrados é sombrisos,
homes qu'erran cal sombras voltaxantcs
por veigas é campíos.
¡Van á deixá la Patria!
Forzoso mais supremo sacrificio
á miseria ostá negra en torno d'eles,
¡Ay, y adiant'está ó abismo!...»
Yo he sentido vibrar en mi alma compasiva el eco de esas canciones, leyendo
los poetas gallegos. Y he buscado los motivos de ese terrible éxodo de

— 38S —
un pueblo fuerte, sano de cuerpo y de espíritu, trabajador, que emigra sin
tregua desde hace años y se desangra lentamente. El Instituto Geográfico
afirma que es el instinto aventurero el que hostiga y empuja á los galaicos; el
«¡instinto aventurero!» en gentes que so marchitan de «saudades» y mueren
de «morriña» cuando están lejos del solar sagrado, como si su alma y el alma
de su tierra fueran un solo espíritu, que, rotos aquí abajo, se apresuran á
reanudar sus amores inefables en el seno de la eternidad.
No; la causa es una sola, común á media España, dolorosa, fatal: es el
hambre. Ved los que emigran: es la turba de los miserables, de los andrajosos,
de los desposeídos, de los hambrientos. Esos son, y sólo ésos. Llevan en sus
rostros el surco del látigo que los azota, y en sus músculos jóvenes, poro exangües,
la traza de la ponzoña que los consume. Es el hambre la que arrasa y
agosta una fecunda hijuela de la Humanidad. Irlanda se despoblaba en 1832,
y el obispo Doyle daba la explicación en una sola frase: «El pueblo muero de
hambre, como de costumbre.» Un pueblo mísero no tiene más que dos caminos
abiertos: el de la emigración y el de la sepultura.
Y la miseria se convierte en savia de la usura; y viene la absorción por el
prestamista, el atraso en las contribuciones, el embargo del Fisco. Y entonces
la desesperación produce la fiebre moral, y en el horror de la calentura so oye
la voz sugestiva de la «Agencia reclutadora de emigrantes*, que pinta las riquezas
de lueñes parajes, y promete venturas, y reanima al agobiado con el divino
licor de la esperanza. Es la caza maldita del hombre por el hombre, precursora
de la maldita explotación del hombre por el hombre. El campesino se
resuelve:
«Venderon ll'os bois,
vonderon ll'as vacas,
o pote d'o caldo
y a manta d'a cama;
venderon ll'o carro
y as leiras que tifia
deixaron ó soyo;
c'oa roupa vestida
María en son mozo
pedir non m'e dado
e vou po lo mundo
pra ver de gánalo.
Galicia está probé
y á Habana me vou;
adiós, adiós, prendas
d'o meu corazón »
. ¿Por qué está probé Galicia? No es el exceso do población, como dice también
el Instituto Geográfico y creía CasteLir. Basta reproducir números: la
Inglaterra, propiamente dicha, tiene 192 habitantes por kilómetro cuadrado;
Lubeck, 278; Sajonia, 253; Brema, 764; Eeuss Greitz, 213; Reuss Scheleiz,
160; el cantón de Neufchatel, 135; mientras Galicia, en la totalidad de
sus 29.377 kilómetros cuadrados de superficie tiene tan sólo una población

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de 66,7 por unidad superficial, de la que corresponden: 99 por kilómetro cuadrado,
á los 4.504 de Pontevedra; 79, á los 7.973 de Coruña; 58, á los 7.092 de
Orense, y 46, á los 9.808 de Lugo. No es tampoco, y por el contrario, la falta
de población suficiente para el cultivo, como se apunta en alguna Memoria
«agrícola», porque frente á los 66,7 habitantes por kilómetro cuadrado de
Galicia, presentan: Huesca, 17,18; Teruel, 16,67; Huelva, 16,54; G-uadalajara,
16,22; Soria, 15,05; Cáceres, 14,14; Cuenca, 13,17; Albacete, 13,13, y
Ciudad Real, 12,21.
No es la demasiada división de la propiedad. Muy dividida se halla ésta,
especialmente en la provincia de Pontevedra, donde pueden contarse hasta
108.000 fincas. Pero el pedazo de tierra es el áncora que el hombro clava
en el suelo natal para resistir los vendavales de la vida, y el sentimiento de
la propiedad es la garra con que el organismo social sujeta el espíritu del individuo
y lo incorpora al torrente de su evolución. No son los propietarios los
que emigran, por el hecho de ser pequeños; son los hambrientos. Y el hambre
proviene en Gralicia de dos causas: de la ignorancia, que hace poco hábil el
trabajo, y de la excesiva importancia del elemento de producción, «capital»,
que niega sus frutos al trabajo. Se mima la tierra, se cela el dinero, se menosprecia
al hombre; y es el hombre el que se muere ó se va.
No falta en Galicia el capital; pero no es emprendedor. Corre por sabida
la leyenda de la avaricia gallega: nos engaña ese cuento por tosco. Lo que se
llama avaricia gallega no es sino una derivación de aquel sentimiento que
brota del corazón galaico y lo une con las cosas como una misteriosa emanación
panteísta: quiere el gallego estar cerca de la tierra que cuida con su esfuerzo
y del capital que amasa con sus manos; hay algo de comunidad entre
él y esos factores de su vivir; y así como no es andariego y movedizo, y aun
on medio de prosperidades experimenta la nostalgia de su «terrina», tampoco
es especulador arriesgado, y ante las grandes empresas siente la nostalgia de
su caudal, y lo quiere manejado por él, llevado á empresas de más estrecho
horizonte, pero puesto bajo sus ojos.
Y ese amoroso valimiento del capital engendra la desestimación del trabajo.
Grentes conocedoras dan testimonio personal de jornales como los siguientes:
una hilandera, al día, 0,10 pesetas; una costurera, 0,15; una tejedora,
0,25; un leñador, 0,50; junto á esos salarios, la peseta del jornalero andaluz
es una fortuna. El trabajo del campesino gallego, hecho por cuenta ajena,
os infructuoso, misérrimo; y para hacerlo por cuenta propia, es aquél demasiado
ignorante. La defensa del pequeño propietario consiste en el empleo de
su actividad, ociosa durante lo más del año, en modestas industrias, sobre
todo en las derivadas de su propia explotación agrícola. Para esto necesita:
saber y capital.
No sabrá si no le enseñan. España carece de escuelas profesionales verdaderamente
útiles. Las de Industrias, metamorfosis de las viejas de Artes y
Oficios, adolecen de teóricas y generalizadoras. Y la enseñanza técnica es el
agente principal del florecimiento de los pueblos, que lo procuran con ahinco.

— 385 —
En Alemania hay más de 1.500 escuelas profesionales; sólo Sajonia tiene 305.
En Rusia hay establecidas 22 escuelas técnicas elementales, 22 de oficios normales,
67 de industrias, 49 técnicas de ferrocarriles, 15 talleres de instrucción
profesional, 14 escuelas de industrias navales, seis de minas, 68 de enseñanza
agrícola general, 19 de jardinería, 10 de lechería, una de pastoreo, una de
jóvenes agricultores y 311 de vinicultura. ¿Cuántas tenemos nosotros?
Para disponer de capital, necesita: librarse de la usura, asociarse, establecer
las Cajas y Bancos populares. La usura devora á Galicia libremente, y,
mientras tanto, Alemania la ha reprimido con dureza, en sus leyes de 24 de
Mayo de 1880 y 19 de Junio de 1893; Austria, en la de 28 de Mayo de 1881;
Hungría, en 2 de Mayo de 1883; los cantones suizos de Basilea, Zurich y San
Gall, en leyes de 1883 y 1884; ó Italia se preocupó, con motivo del proyecto
presentado á sus Cortes en 1901. La Asociación para ayudar al gallego á librarse
de la miseria tiene que cristalizar en tipos semejantes á las Cooperativas
francesas ó á la Federación de campesinos de Bélgica, obra admirabilísima
del abate Mellaerts, que no tiene en España más que dos imitaciones
muy cortas y aisladas: una en la provincia de Murcia, y otra en el pueblo de
Manacor (Mallorca), también organizadas por sacerdotes, cumpliendo una
misión salvadora, para la que el clero español está, por lo común, incapacitado
por su incultura.
La constitución del crédito rural es un problema desatendido entre nosotros.
Lo más reciente que tenemos es aquel proyecto Sánchez de Toca, de
hace unos años, y una circular de Romanones. Y en Alemania se fundan las
Cajas Raiffeisen en 1849, que en 1894 son ya 1.414, y en 1896 son 2.445, y
en 1897 llegan á 2.666; y los Bancos Schulze-Delitsch, que hoy son 1.055 y
reúnen 527.000 miembros con 853 millones de marcos; y Bélgica disfruta 199
Cajas rurales, y Austria-Hungría 3.551, y Francia 600.
Galicia, abrumada, no se defiende; muere ó se va. Sus campos se marchitan;
su ganado se acaba. La Coruña exportó en 1882 19.928 reses vacunas;
en 1883, 16.580; en 1884, 10.357; en 1898, solamente 18; y en 1899, 525.
Otra industria que se extingue. Y Galicia se va. Pone su esperanza en la emigración;
hace bien.
«¿Qué lie ofrecedes n'a nativa térra
ese que á cruzar vay mares de fel?
¿Resinación? Con ela non se come...
¿Fe? ¡Non lie basta á fe!...
¡Corredo ó velo que á Xuaticia encubro!
Daille traballo, liberta, saber...
¡Non é diña d'os osos de seus flllos
Patria que os non manten!»
(CURROS ENRÍQITEZ.)
Y lejos de la Patria, el hambriento desterrado sucumbo á la tristeza. Sus
amores quedaron en la «terrina»; allí está su alma, dulce y ruda á la voz; no
le rindo la jornada; son los recuerdos los que lo rinden. Vuela, pensamiento;
vuela al ribazo que primero viste al nacer. Cuando el día so extingue, el ga-

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llego, pobre aún ó ya enriquecido, sueña con su (lalicia amada, con los barcos
que regresan, con los viajeros que tornan; sus ojos se arrasan, y oye, como
un eco trémulo de tristeza, este mensaje que los suyos, mientras trabajan en
la húmeda campiña verdeante, encomiendan al viento, pensando en los que
sufren lejos:
«Dilles que pro seus lares
tornen axiña,
que sin eles non queren
pintar as viñas,
regar os regos,
madurar as castañas
n'os oastiñeiros.
Dilles que non hai térra
mellor que á nosa,
mais ridentes paixages,
mais frescas sombras,
mais puros ceos,
nin lúa mais lucente
n'o firmamento.»
Y las más veces, es este eco ol último acento do la Patria que escuchan: el
supremo y definitivo adiós.
-oQo
BALDOMEEO ARGENTE,

La segunda Conferencia de la Paz.
En Agosto de 1898, el conde Mouravieff, ministro de Negocios extranjeros
del Imperio ruso, dirigía á los Gobiernos do los distintos países un Mensaje,
on el cual so decía lo siguiente:
«El mantenimiento de la paz general y una reducción posible de los armamentos
excesivos que pesan sobre todas las naciones, se presentan en la situación
actual del mundo entero como el ideal al cual deben tender los esfuerzos
de todos los Gobiernos...
»En la convicción de que este objeto elevado respondo á los intereses más
esenciales y á los votos más legítimos de todas las potencias, el Gobierno imperial
cree que el momento presente sería muy favorable para buscar, por las
vías de la discusión internacional, los medios eficaces de asegurar á los pueblos
los beneficios de una paz real y duradera, y de poner, ante todo, un
término al desarrollo progresivo de los armamentos actuales. En el curso de
los veinte illtimos años, las aspiraciones de una paz general se han afirmado
on la conciencia de las naciones civilizadas.»
Cuando Rusia dirigía esta exhortación á las potencias, Alemania aumentaba
efectivamente sus ejércitos, ó Inglaterra hacía cada vez más poderosas
y temibles sus flotas de guerra.
Pero, al propio tiempo, una poderosa corriente de opinión aparecía dibujada
en la actitud de los hombres pensadores, de los diplomáticos, de los políticos
y legisladores de los distintos Estados de Europa y aun de América.
Fue en 1898 cuando la Revue General de Droit International Public abrió
una interesante información sobro la política pacifista y los generosos estímulos
que la personificaban. Las mociones en los Parlamentos encaminadas á
evitar las guerras oran cada vez más frecuentes, y al dirigirse Mouravieff,
en 1898, á la baronesa de Suttner, presidenta de la Sociedad Vienesa de Amigos
de la Paz, manifestándola los propósitos de su Soberano, una viva simpatía
los acogió desde el primer momento, aunque se desconfiara de la absoluta
eficacia de la reunión que iba á celebrarse.
Ese fue el origen de la primera Conferencia de la Paz, en la que estuvieron
representadas diez y ocho naciones. Faltaron casi todas las sudamericanas:
unas, como Chile, por no haber sido invitadas, á causa de su falta de adhesión
á la Conferencia panamericana de Washington; otras, como el Brasil, por haber
declinado la invitación recibida. Se opuso Italia á la intervención del Pontífice
en la Conferencia, alegando que no poseía territorios, barcos ni soldados,
y se suscitaron dudas ,y dificultades sobre la admisión de algunos pequeños
Estados europeos.
La Conferencia se dividió on tres Comisiones, de las que fueron presidentes
MM. Beernaert, representante de Bélgica; Martens, de Rusia, y Bourgeois,
do Francia.

— 388 —
¿Cuál fue el resultado de esta primera Conferencia? Sus detractores afirman
que ninguno, ó casi ninguno; que todo se redujo á un cambio do impresiones
diplomáticas, á la expresión de esas miras platónicas do la organización
do lo que un tratadista en la materia ha llamado «la pacigerancia». Pero que
fuera de esos deseos, elocuentemente expuestos, la Conferencia careció de
eficacia.
Sin embargo, basta hojear los informes publicados sobre sus • trabajos, el
libro del ilustro profesor de Derecho Merignhac, ó el dol norteamericano Holls,
The peace Conference, para comprender que no perdieron ol tiempo los reunidos
en La Haya en 1899.
Por lo que se refería á la reducción de las cargas militares, la Conferencia
ostimó que era grandemente deseable para el acrecentamiento de los bienes
materiales y morales de la Humanidad.
La Conferoncia, además, se ocupó con positiva eficacia de las cuestiones
relativas á las leyes y costumbres de la guerra, tanto terrestre como marítima,
y de la revisión de la Convención de Ginebra de 1864.
Pero muchos de estos extremos, y las resoluciones de ellos, quedaron aplazados
para una nueva Conferencia. Esta ha sido la que se ha celebrado del 15
de Junio al 19 de Octubre de este año.
A su. reunión han contribuido principalmente Rusia y los Estados Unidos,
é Inglaterra manifestó en su primer momento el deseo de plantear la cuestión
del desarme y la reducción de los armamentos.
El Gobierno del Zar propuso como programa los puntos principales siguientes:
1.° Mejoras á introducir en las disposiciones de la Convención relativa al
reglamento do los conflictos internacionales, en lo quo so refiere al Tribunal
de arbitraje y á las Comisiones internacionales do información.
2.° Adiciones complementarias á las disposiciones de la Convención de 1899,
relativa á las leyes y costumbres de la guerra terrestre, entre otras, las concernientes
á la apertura de hostilidades, derechos de los neutros, etc.
3.° Elaboración de una Convención relativa á las leyes y costumbres do la
guerra marítima, concernientes á las operaciones especiales de la guerra marítima,
tales como el bombardeo de los puertos, ciudades y pueblos por una
fuerza naval, colocación do torpedos, etc., la transformación de los barcos do
comercio en barcos de guerra, la propiedad privada de los beligerantes marítimos,
ol plazo de favor concedido á los barcos de comercio para abandonar
los puertos neutros ó los del enemigo después de la apertura de las hostilidades,
los derechos y deberes de los neutros, régimen al cual serán sometidos los
beligerantes en los puertos neutros, y destrucción por fuerza mayor de los barcos
de comercio neutros detenidos como presas.
4.° Adiciones complementarias á la Convención de 1899 para la adaptación
á la guerra marítima de los principios de la Convención de Ginebra de 1864.
Los países representados fueron: Alemania, con siete delegados; los Estados
Unidos de América, nueve; la República Argentina, cinco; Austria-Hun-

— 389 —
gría. ocho; Bélgica, tres; Bolivia, dos; Brasil, cuatro; Bulgaria, tres; Chile,
tres; China, seis; Colombia, tres; Cuba, tres; Dinamarca, tres; la República
dominicana, dos; la del Ecuador, dos; España, cinco; Francia, nueve; Gran
Bretaña, once; Grecia, tres; Guatemala, dos; Haiti, tros; Italia, cinco; Japón,
cinco; Ducado de Luxemburgo, dos; Méjico, tres; Montenegro, tres; Nicaragua,
uno; Noruega, tres; Panamá, uno; los Países Bajos, nueve; el Perú, dos;
Persia, tres; Portugal, cinco; Rumania, tres; Rusia, ocho; San Salvador, dos;
Servia, tres; Siam, tres; Suocia, cinco; Suiza, tres; Turquía, cinco; Uruguay,
tres; Venezuela, uno.
Las Comisiones, en lugar de tres como en 1899, fueron cuatro: la primera,
la destinada al examen del principio del arbitraje; la segunda, al de la guerra
terrestre; la tercera, al de la guerra marítima, y la cuarta, de derecho internacional
marítimo.
En la segunda sesión de la Conferencia, el presidente, Nelidoff, embajador
do Rusia en París, hizo ratificar sin dificultad los nombramientos de Bourgeois,
Boernaert, Tornielli, representante de Italia, y Martens, como presidentes
respectivos de las cuatro Comisiones indicadas.
España ha estado, en verdad, dignamente representada. Formaban su delegación
diplomática D. Wenceslao Villaurrutia, D. José de la Rica y Calvo
y D. Gabriel Maura y Gamazo, conde de la Hortera; y como agregados militar
y naval, D. J. Montojo y D. Francisco Chacón, respectivamente.
Los Sres. Villaurrutia y Calvo son bien conocidos en el mundo diplomático
por sus condiciones de talento y sagacidad. El Sr. Villaurrutia, al fronte del
Ministerio de Estado, contribuyó poderosamente á afirmar una orientación en
nuestra política internacional, cuyos resultados provechosos fueron la boda
del Rey y nuestro triunfo en Algeciras.
Don Gabriel Maura es, sin dada, una do las esperanzas más legítimas de
la política española. Horoíero de un nombre ilustre, ha heredado también las
condiciones excepcionales de una inteligencia privilegiada; trabajador infatigable,
ahí están sus libros, sobre todo La cuestión de Marruecos, obra en la
que nada importante de ese problema, en sus aspectos internacional y político,
queda por decir ó escudriñar. Ninguna designación más acortada que la suj r a,
y seguramente la Conferencia será motivo para que de nuevo resplandezcan
sus dotes brillantes de publicista, después de haber mostrado sus talentos de
diplomático.
«Es preciso convenir—dice M. Lomonon en un artículo de la Eevue Politique
et Parlamentaire—quo el examen do un programa tan vasto como el que
hemos transcrito, no podía hacerse en seis semanas, ni aun en ocho, como hubiesen
querido numerosos periodistas y algunos delegados. La Conferencia ha
durado cuatro meses, y, en justicia, no puede acusarse á los diplomáticos de
lentitud en sus trabajos.»
¿Y qué opinión puede formarse del rosultado do la misma? A mi juicio,
yerran los que afirman que ha sido un fracaso, pues nadie que serenamente tratara
el asunto, hubiera podido pretender saliese de esa reunión la paz del

— 390 —
mundo. No era ése el cometido de los delegados, siquier fueran todos movidos
de un plausible fin humanitario.
—¡Esperemos la semilla! — exclamó M. de Staal, el presidente de la primera
Conferencia de la Paz en 1899. Y, en efecto, el incidente de Hull, en la
guerra ruso-japonesa, puso de relieve el valor de la institución creada en 1899.
Se ha dicho que la Conferencia había fracasado en la cuestión de los armamentos.
Es verdad que no se ha llegado á ninguna solución práctica; pero
tampoco debía esperarse en este punto, por las miras opuestas de las potencias,
más que un simple voto platónico como el conseguido en 1899, merced á la habilidad
de Bourgeois.
La Conferencia ha insistido, pues, en lo dicho en 1899, añadiendo que, en
vista de que las cargas militares se han acrecentado en todos los países, sería
de desear que los Gobiernos volvieran á emprender el estudio serio de esta
cuestión.
Es verdad que la idea de un arbitraje mundial, aun restringido á cierto
número de materias, encontró en la resistencia del barón de Marshall, primer
delegado de Alemania, una dificultad insuperable; pero no es menos cierto que
el acuerdo de la Conferencia sobre este punto es promesa de ulteriores avances
y conquistas pacíficas.
Reconoce la Conferencia unánimemente el principio del arbitraje obligatorio,
y declara que ciertas diferencias, sobre todo las relativas á la interpretación
y aplicación de las estipulaciones convencionales de carácter internacional, son
susceptibles de ser sometidas al arbitraje obligatorio sin ninguna restricción.
Añade la declaración que, si no ha podido concluirse una Convención en
este sentido, las divergencias de criterio manifestadas no han pasado de los
límites do una controversia jurídica, y que trabajando juntas durante cuatro
meses todas las potencias del mundo, no solamente han aprendido á comprenderse
y á aproximarse, sino que de esa colaboración ha surgido un elevado sentimiento
dol bien común de la Humanidad.
El progreso de las ideas do arbitraje y conciliación en Europa y América
está, por otra parte, fuera de toda duda. El profesor do Derecho internacional
La Fontaino ha publicado en una do sus obras una curiosa estadística de eso
sucesivo desarrollo del principio del arbitraje. De 1791 á 1800, tínicamente
hubo cuatro arbitrajes entre Estados; de 1801 á 1820, once; de 1821 á 1840,
ocho; de 1811 á 1860, veinte; de 1861 á 1880, cuarenta y cuatro; y de 1881
á 1900, noventa.
Un publicista inglés, Darby E. Ewans, examina en su folleto Próbedpracticábity
of International arbitration, la implantación del arbitrajo, no sólo para
casos concretos y parciales, sino como salvaguardia de los intereses generales
de la Humanidad; y de creer es que el voto de la Conferencia no será estéril.
Ya en la do 1899, el caballero Descamps había presentado un reglamentp
para la resolución pacífica de los conflictos internacionales, y en ésta se ha
aprobado una Convención de 97 artículos sobre la misma materia.
Y si la Conferencia ha trabajado con perseverancia en lo que pudiera lia-

— 391 —
marse la organización jurídica do la paz, no lo ha hecho menos en la organización
pacífica de la guerra.
En primer término, las potencias signatarias comprometen el honor do su
palabra respecto de un asunto tan importante y debatido como era en el Derecho
internacional la declaración de guerra, diciendo:
«Las potencias contratantes reconocen que las hostilidades no deben comenzar
sin un aviso previo y no equívoco, que tendrá la forma, sea de una
declaración de guerra motivada, sea la de un ultimátum, con declaración de
guerra condicional.»
Y esto tiene gran importancia, porque, según los datos de un tratadista,
M. J. I. Mauricio, de 1700 á 1881, 107 guerras habían empezado sin declaración
previa; entre otras, la do Crimea de 1853; y aun en la misma ruso-japonesa,
si bien los japoneses enviaron á Rusia un ultimátum, no aparecía en él
clara la declaración de guerra condicional que ahora se exige.
La revisión de la Convención de Ginebra de 1864 venía siendo solicitada
desde hacía tiempo en libros y Congresos. Por lo que se refiere á los primeros,
Ziegier, Mognier, Bircher y Roszkowki habían expuesto sobre el particular
juicios dignos de tenerse en cuenta; y por lo quo hace á los segundos,
puede citarse, entre otros, el de las Sociedades de la Cruz ?_oja, verificado en
Roma, en el cual pidieron se extendieran á la guerra marítima los principios
aprobados para la terrestre.
A esta solicitud hizo justicia la primera Conferencia de 1899, y ella forma
otra de las Convenciones aprobadas por la segunda. La reglamentación do la
guerra marítima venía siendo constante preocupación do tratadistas y diplomáticos.
El ilustre profesor de Derecho internacional de la Universidad do
Oxford, Tomás Erskine Holland, presentó, hace uno ó dos años, un cuestionario
sobre los puntos que debían ser examinados por la Conferencia, la mayor
parte de los que han sido objeto de luminosas resoluciones.
La reglamentación del régimen de los navios de comercio durante la guerra;
la transformación de ellos en barcos de guerra; las limitaciones y prohibiciones
á la colocación de minas submarinas automáticas de contacto, conforme
á los votos del Instituto de Derecho internacional en su sesión de Gante,
y al bombardeo de puortos y ciudades no defendidos; las restricciones de
derecho de captura, y, sobre todo, el establecimiento de un Tribunal intornacional
de presas, bien valen el tiempo invertido en la Conferencia.
Era necesario buscar un órgano que regulase de un modo equitativo las
diferencias que surgen en la guerra marítima sobre las decisiones de los Tribunales
nacionales de presas. Y ha sido digno de notarse cómo Inglaterra,
con una jurisprudencia en esta materia legendaria, coa miras ó intereses particulares,
ha suscrito los principios de la Convención por la que tratan de atenuarse
las consecuencias rigurosas de las luchas en el mar.
Otra disposición de la Conferencia do La Haya que debe conocerse es la
de prohibir el lanzamiento do proyectiles y explosivos desde los globos militares
ó por otros medios nuevos análogos.

— 392 —
El juicio definitivo de la Conferencia no puede, pues, ser el que con notable
ligereza hicieron algunos periódicos nacionales y extranjeros. Claro está
que también constituye una exageración afirmar, como lo hace el escritor inglés
Jevons, en la Contemporary Beview, que la segunda Conferencia de La
Haya señala un nuevo paso hacia el Parlamento internacional, el Gobierno
federal universal. Hoy por hoy, tal Gobierno federal universal no pasa de
ser una utopía, como todas las utopías, quizá realizable en un porvenir
lejano.
Algunos escritores, entre ellos el ruso Miguel Pawlowitch, en su artículo
Rusia y la Conferencia de La Haya, y el noruego Bjoernstjerne Bjoerson, han
supuesto que todas las naciones han ido al magno Congreso de La Haya, no
con miras desinteresadas, sino con notoria mala fe. En verdad, que el conde
de Apponyi tiranice, según el insigne noruego, á tres millones de eslavos,
no es motivo suficiente para apreciar no haya movido á las potencias un verdadero
deseo de mejorar sus relaciones y de evitar en lo posible los conflictos
armados.
Las lecciones de la realidad no puelen ser más elocuentes. Noruega se ha
separado de Suecia sin qua surgiera entre las dos un choque bélico, y ahora
trata de formarse una Confederación de todos los pueblos escandinavos. Por
arbitraje fueron resueltos el caso de Alabama, la diferencia á propósito de las
fronteras de Venezuela y la cuestión de las fronteras de Alaska. Chile y Argentina,
Italia y Méjico, han adoptado el arbitraje permanente como medio
de resolver todas sus discusiones sin excepción.
No solamente los escritores ingleses y franceses se hacen cargo de este
movimiento y de su importancia. ílo son sólo Bourgeois en sus discursos,
Stead desdo la Review of Reviews, ó Barclay en sus Problems of International
practice and diplomacy, with special reference to the llague Conferenees and
Conventions and other general International agreements, sino que lo han reconocido
y proclamado los mismos tratadistas alemanes.
El rector de la Universidad de Wurzburgo, Cristian Meurer, exponía
en 1903 los frutos de la primera Conferencia de La Haya, que hacían esperar
mayores desenvolvimientos para el porvenir.
La segunda Conferencia de La Haya ha sido, pues, provechosa para la
causa del progreso.
¡Quiera Dios que la edificación del Palacio de la Paz, á la que todas las
naciones van á contribuir, suponga en la Historia una etapa decisiva y señale
una era nueva, en la cual, á las discordias armadas, con su cortejo sangriento
de duelos y sangre, sustituya el reinado del derecho, ejerciéndose en la plena
conciencia y capacidad jurídica de las altas funciones de la justicia universal!
PBÁXEDES ZANCADA.

Yo he soñado un hogar...
Contra las arideces y crudezas del vivir humano brota en el corazón un
impulso recio, flor de la esperanza, un impulso de cosas soñadas en mediodías
estivales, bajo el raudal lumínico de los cielos límpidos y azules, ó de neblinosas
irrealidades forjadas en atardeceres de otoño, junto al hogar familiar y
caricioso donde, mientras la lluvia tocletea en los cristales una danza de gotas
diamantinas, arden los leños con crepitación estruendosa y fuerte chisporroteo.
En los archivos de la fantasía nunca faltan legajos bien cumplidos de amables
y añoradas novedades sentimentales, prestas á fingir alegrías de felicidad ante
los ojos lacrimosos; y más de uno y más de dos curaron sus melancolías con
estos remedios de la ilusión, saludables medicinas que enardecen el espíritu
del soñador y arrástranle con la vorágine de lo ideal.
La tristeza vino á mí en un día del crudo Noviembre, crepúsculo véspero
de tarde lluviosa, cuando las lucos del cielo apenas si alumbraban las fangosas
inclemencias de la tierra. La trajo un músico ambulante encerrada en la caja
de su instrumento, un humilde aristón que gemía aires do bohemia á lo largo
de las calles desiertas. Mi corazón hermanó sus angustias con aquellas melancólicas
armonías que se arrastraban por el arroyo implorando misericordias y
convocando caridades, y en mis ojos aparecieron las lágrimas porque en mi
corazón estremeciéronse vibradoras las cuerdas del sentimiento.
Cuajó una pena, hinchóse un dolor bajo el cordaje de nervios que fingen
labor de malla sobre mi pocho, y allí tuvo la tristeza un santuario donde actuó
de órgano el aristón callejero, que destrozaba fantasías de aires mascóticos,
y allí tuvo el dolor un sepulcro donde yació mi desconsuelo, que los turiferarios
incensaron con los perfumes del desamparo sentimontal.
Pero hubo una pausa, abriéronse las nubes cenizosas y mostróse el sol en
una mágica sonrisa de luz y de fuego, quo hizo rebrillar los frescos matices
de la tierra mojada. Siguió el aristón su cortejo de melancolías á lo largo de
la ciudad entristecida, llamando en los sufridos corazones de los soñadores; y
yo me quedé en mi modesto mechinal soñando que cruzaba ante mí un desfile
de cosas alegres, silbotear de mirlos en alamedas señoriales, reír de infantes
en parques á la inglesa, sonsonear de voces femeninas en persecuciones do
juegos campestres, en idilios de fronda con reminiscencias de fiesta pagana,
de diversiones helénicas de faunos y hamadriadas.
Y fue en esa pausa cuando se abrió mi corazón á la esperanza, entrando
en él á raudales el torbellino de la dicha. De entonces es mi recuerdo más
grato, de entonces es mi alegría más honda, do entonces nace el entusiasmo de
mi alma. Y en el anhelo de ver realizados mis sueños, yo marcho por el caminito
de la vida atisbando á uno y otro lado las siluetas de mujeres que pasan,
presto á cazar en el vuelo de una mirada el atisbo relampagueante de una pasión
eterna. Porque...
Yo he soñado un hogar...
3

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La casita del amor.
Imaginad vuestra casa más bien chica que grande, para que os sea más fácil
llenarla de felicidad. Los grandes palacios no hablan al espíritu de amorosas
confidencias, ni evocan en nosotros el recuerdo de plácidos y sosegados amores.
Parece como si la frialdad de los salones se colase de rondón en las almas. Los
nidos son pequeños. La intimidad de los corazones suena mejor en un gabinete
reducido que en una sala espaciosa. Imaginad vuestra casa más bien chica que
grande, para que os sea más fácil llenarla de felicidad.
Yo he soñado una casa pequeña. Tiene mi casa, pensad que es casa soñada,
cuartitos reducidos, sobriamente adornados, pinturas claras, mucha luz, mucho
aire, mucho sol, mucha alegría de cielo, que penetra á torbellinos por las grandes
vidrieras. Porque las vidrieras de mi casa son grandes, anchurosas y altas,
como si quisiéramos meternos dentro el exterior. Porque el exterior no es la
callo, no es tampoco la plaza; el exterior es el campo, porque mi casita es una
casita de extramuros; que yo siento una incurable antipatía hacia el odioso
vecino, y rehuyo, en cuanto me es posible, el fisgoneo de los curiosos que escudriñan
indiscreciones, colando sus impertinentes miradas á través de los
cristales de mi morada.
Por eso vivo en el campo. Por la derecha confina mi casita con la huerta
de un convento, extensa y bien cuidada, y por ella veo correr unas docenas
de muchachuelas con delantales azules, y escucho sus risas, que me saben á
gloria. Como que son risas de ángeles. La vecindad del convento me provee
de un grato despertador, el cimbalillo de su capilla, el cual me anuncia con
su vocozuela de arrapiezo la hora de levantarme y emprender mi trabajo.
Pero algunas veces mi sueño es profundo, que la noche anterior estuve sobre
los libros ó sobre las cuartillas más de lo justo; y allá se desgañita el cimbalillo
volteando dentro de su férreo soporte, sin que mis párpados se alcen
ni mis oídos se den cuenta de aquellos sonidos que me llaman á la obligación.
Por la izquierda pasa un cárnico, desamparado de viandantes y de carromatos;
y... ¡cómo estoy encantado de estos caminos por donde no se va á ninguna
parte! Frente á mi puerta hay una verja, y detrás de mi casa un extenso
jardín-huerta, en el que deshago mis ocios oxigenando á la par mis pulmones.
Sobre los tapiales del fondo, á la manera de curiosos centinelas que llegasen
á sorprender mi felicidad, una fila de erguidos álamos qu.e se alzan cimbreadores
soñala el paso de un río. Por él suelo pasearme, bogando en una modesta
lancha de dos remos. Y cuando me he ausentado aguas arriba; cuando, dando
una vuelta el cauce del río, he perdido de vista mi hogar, oculto tras un altozano...,
¡con qué serena alegría abandono los remos, empuño la caña del timón,
y me dejo conducir por la corriente, adormecido por el suave deslizarse de la
pequeña embarcación! Al dar vuelta al recodo del canal, aparece á lo lejos la
silueta de mi casa, y muchas veces desde sus balcones un pañuelo agitado

ggg
febrilmente me da la bienvenida, como si quisiera señalarme con sus aleteos
las regocijadas vibraciones de un corazón que late por mí.
Es mi casita campesina un retiro delicioso, y en ese apartamiento del mundanal
ruido hallo yo el mayor encanto de mi vida, sin que por esto pretenda
incluirme en el número de aquellos pocos sabios de que nos hablara el admirable
y admirado cantor del Termes. Yo no sé lo que sabrían tales sabios, si
su ciencia sería sencilla ó complicada, reducida ó extensa. Yo sólo sé que
toda mi sabiduría se reduce á saber vivir, y que todos mis estudios y todas
mis meditaciones tuvieron como finalidad inmediata el aprender á gozar de
la vida.
Por eso quise establecerme la norma del hogar soñado, y en esa soledad
tan tibiamente agradable saborear con sibarita fruición la delicia de un amor
sencillo, el encanto de una pasión mansa como el fluir de un arroyuelo geórgico,
y constante como las leyes de la Naturaleza.
Y de ese amor disfruto; gozo de esa pasión en el muelle retiro de mi casa
campesina.
El objeto del amor.
Yo imaginó el estuche, y, una vez imaginado, me encontré en el caso de
imaginar la joya que en él había de encerrarse. Y también la imaginó; porque...,
¡cuándo la imaginación halló obstáculos que le fueran inderrotables!
Pero esta vez..., silencio, no lo digo, que pudiera pagar á subido precio la
sinceridad de mi alma.
El objeto del amor era para mí una mujercita quo poseyese unos ojos amables.
¿Dónde encontrar estos ojos? Yo me he detenido muchas veces en la calle
y he mirado pasar á las mujeres. Ellas pasan alegres, confiadas, reidoras; ellas
son el mayor encanto de la vida. Las he visto pasar y las he mirado á los ojos,
siempre á los ojos, porque los ojos son las ventanitas de las almas, y un alma
de mujer era lo que yo buscaba.
Pasaban y pasaban, y yo siempre esperando á que pasase la que yo esperaba,
y ella sin pasar, como si no existiese en el mundo y fuera inútil el que
yo la aguardase.
Pero un día..., un día pasó. La vi llegar asombrado, no queriendo creer lo
que mis ojos veían, pensando en apariciones becquerianas ó en leyendas do
encantadas mujeres. Su andar era menudito, como de paloma; su cuerpo una
delicia, de figulina de Tanagra; su cabecita orguida y dominante, impuesta
sobre un cuello divinamente modelado; su rostro un triunfo de bondad. Pero
lo que más llamó mi atención fueron SITS ojos. Eran los ojos amables que yo
esperaba.
¿Cómo son estos ojos? Pensad en unos ojos rasgados, en unas largas pestañas,
en unas sombrosas y bien trazadas cejas. Abrid los párpados como en
gesto de extrañeza, y allá en el fondo imaginad un circulito negro que se
. agranda á medida que lo estáis observando, y en medio de ese circulito una

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luoeoilla que relampaguea estremecida; y todo ello, pestañas, cejas, párpados,
circulito negro y lucecilla relampagueante, impregnadlo de un misterio de
belleza latente, haced que irradie bondad por todas partes, y que, al modo de
un perfume ideal, esparza en torno de cuanto mire las emanaciones de un sutilísimo
aroma que inmovilice los sentidos, idealice los pensamientos y sugestione
las almas. Así vi yo los ojos amables.
Miráronme primero extrañados, sonriéronme luego adivinadores de mis
ansias cariñosas; hoy ya me miran con ese dejo de bondad inefable que los
caracteriza, y ya se abren confiados para que pueda yo asomar los míos á las
honduras celestiales de su alma.
Ella me alegra la vida, y desde que la influencia de su espíritu pesa sobre
el mío, las antiguas arideces y crudezas del vivir se han cubierto de flores y
han aterciopelado sus relieves, haciendo que mi existencia sea un caminito de
parque bien cuidado. A su lado las contrariedades desaparecen antes de cuajar
en disgustos, porque su mágica dulzura sabe distraer mi inteligencia evitando
que ponga los ojos sobre los motivos de pena, y tienen siempre sv¿s palabras
un perfume de armonía que desvanece las realidades del dolor.
Costóme rendir su albedrío, que no se ganó Zamora en una hora; pero una
vez adueñado de su voluntad, y hecha mía la simpatía do su alma, puedo declararme
ante el tribunal de mi conciencia señor y dueño del más noble, hermoso
y sincero corazón de mujer.
El descubrir la intimidad de su espíritu era como un viaje por ignorados
países de fantasía, donde á cada paso nuevas maravillas se descubren y horizontes
desconocidos de más amplias y regaladas magnificencias. Las amabilidades
presentábanse en su trato como piedras preciosas engarzadas en su discreta
y amena charla, las ideas brotaban en SLI cerebro como un surtidor
de perlas, los sentimientos aparecían en su corazón como un plantel de
flores, y las delicadezas se mostraban en su alma como un relato de santas
bondades.
Todo me anunciaba que en el misterioso arcano del porvenir guardábase
para mí una riqueza de bienestar, y yo esperaba que habían de cumplirse
augurios que de modo tan fehaciente se me mostraban.
Los frutos del amor.
Por el jardín-huerta do mi casita aislada corren dos niños persiguiendo
mariposas. Sus gritos do júbilo, sus exclamaciones de sorpresa, son los únicos
rumores que rompen en aquel mi retiro el supremo reposo de la Naturaleza.
Sobre sus risas, la inmensa anchura de los ciclos; y en medio de éstos, la caraza
apoplética del sol.
Desde mi despacho yo los veo correr, atento vigilante de sus juegos, y esta
observación constituye uno de los momentos más agradables de mi existencia.
No saben que los miro; juegan con la salvaje independencia de los cervatillos

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en el bosque. Ellos son mi alegría, y con sus regocijos sancionan la inmensidad
de cariño que los hizo nacer, el afán de perpetuidad que les dio vida.
Los álamos del fondo cabecean en el silencio, las aguas del riego espejean
por los regatos, los pajarillos saltariquean correntones como mis chiquillos, do
barda en árbol y de árbol en barda, y en los macizos do los andadores los rosales
ofrecen sus presentes con inmensa variedad do tamaños y de matices, al
paso que entre las hojitas de las matas sembradas se ocultan misteriosos los
delicados frutos de las fresas.
Siguiendo el vuelo incierto de las mariposas, corren mis hijos de uno ou
otro lado, y yo los veo ir satisfecho, y adivino á través de la vidriora sus gritos
y sus alborozos. Ahora se reúnen, luego se separan, el uno llama al otro
para comunicarle algo que ha visto, y de este modo pasan las horas en plena
campiña, respirando el aire sano que viene de los próximos montes.
Sucede muchas veces que, ensimismado, rio apercibo cómo la puerta de mi
despacho se abre lentamente, girando con suavidad sobre sus goznes, y cómo
una sombra se desliza sobro la tersura encerada del entarimado. Sus pies parecen
no rozar el suelo, cual si marchase volando á ras de tierra. Llega junto
al balcón, se detiene un momento poniendo su mano sobre su pecho para contener
la expansión de su júbilo, y luego sorprende al distraído echándolo al
cuello el divino dogal de sus brazos.
La sorpresa es agradabilísima. El observador distraído torna su cabeza, é
inclinándola un poco hacia los negros cabellos de la esposa, deposita una ofrenda
de cariño sobre la frente tersa. Luego busca sus ojos, los ojos amables de mi
ensueño, más tarde sus rosadas mejillas, por fin sus labios de roja frescura
húmeda, y el silencio del despacho escucha las armonías del amor instrumentadas
por unos labios de hombre y otros de mujer.
Las vocecitas trinadoras de los muchachos se perciben bajo el balcón, y
nosotros salimos á él para invitarles á subir, pues ya la hora de nuestro yantar
ha llegado. Y ellos suben, estómagos obedientes, empujándose, y penetran con
alborozo en el despacho para tomar refugio entre nuestros brazos, y, una vez
allí, aguantar un chaparrón de besos nuestros que les cubre las caras. El uno
trae un gran siete en el delantal; el otro, un rasguño en la pierna, junto á la
rodilla. Y mientras la madre reprende al del roto—¡oh sagrada economía doméstica!—,
corto un trocito de tafetán, y coloco un parche sobre la pequeña
herida.
Hecha la cura, pasamos todos juntos al comedor. Ya la mesa aparece puesta,
con sus cuatro lugares en cruz, los dos chiquillos uno á cada lado de la madre,
y yo enfrente de ella. Las altas sillas de brazos son acercadas, los muchachitos
se encaraman por los palotes cruzados, haciendo trepidar el servicio y
acaso vertiendo un poco el agua y el vino de las copas, y su madre, atenta á
todo, les coloca sus servillstitas, anudándolas por detrás las cintas en una floja
lazada. Siiena un timbre, y la sopa llega.
La comida es rica en incidentes. Un chiquillo que no quiere comer—¡esas
manzanas de la huerta!—; otro, que vierte su copa de vino, mojando el pan; el

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pequeño, que deja caer la cuchara, salpicando el líquido sobre el mantel, y
acaso sobre la falda de su madre; el mayor, que no quiere principio porque
adivina detrás el postre y guarda sus ganas... Una serie de cosas que al cabo
de los años, cuando la mesa esté llena, acaso contraríen y molesten, pero que
ahora inundan el alma de una serena alegría, y ponen la risa en los labios.
Luego la comida termina, vuelven al jardín los muchachos para hacer la
digestión corriendo, y nosotros quedamos de sobremesa mientras el café humea
en las tazas de fina porcelana, y unos canarios cantan desde el encierro de sus
jaulas un himno al sol, padre de la vida.
No es extraño que volvamos á nuestro observatorio del balcón, y aun que
salgamos al jardín y paseemos un rato charlando alegremente. Y luego, cuando
el trabajo nos llama á nuestras ocupaciones, nos retiramos á nuestra casa contentos
del vivir, sin echar en falta para nada las tan cacareadas excelencias
del trato social. Somos unos salvajes dichosos.
Y así es la vida de los que bien se quieren: paz, alegría, sol, hijos que
ríen, labios que se besan, silencios que se rompen con el sonar regocijado de
la pasión cálida, palpitante y eterna.
¿Son sueños ó realidades todas estas cosas que llevo escritas? ¿Existe este
retiro amoroso, esta mujercita de los ojos amables, y estos muchachitos que
saquean los manzanos de la huerta? No me siento con ánimo de confesarme
con mis lectores. Pudieran venir en romería de curiosos á destruir el silencio
de mi casita campesina; pudieran robarme el secreto de mi compañera; tal
vez negar belleza á los hijitos de mi carne. Fuera, fuera; no quiero confesaros
la realidad.
¿Que sueño? Bien; y aunque así fuera..., ¿qué os importa? Si así soy feliz,
dejad que continúe soñando... ¡Ah, si vosotros pudieseis soñar, también lo
haríais!
Noviembre, 1907.
J. GARCÍA MEKCADAL.

De ética y de estética
TEORIZANDO
«Esperar que nuestros sistemas de moral y nuestras éticas
puedan formar personas virtuosas, nobles y santas, es tan insensato
como imaginar que nuestros tratados de estética puedan producir,
poetas, escultores, pintores ó músicos.»
(SClIOrRNHAUEK.)
Siempre que en España se publica una novela, y con primacía á la cuostión
estética, ó sea de la limpidez y claridad en el estilo, riqueza y hermosura en
el lenguaje, plasticidad y color en las descripciones, novedad é interés en el
asunto, surge invariablemente la cuestión de ética. A ella, pues, liemos do dar
preferencia en estas breves divagaciones sobre el estado actual de nuestra literatura
novelesca.
La cuestión de ética son, en realidad, dos cuestiones: una de ótica abstracta
•—moral absoluta—, y otra, la moralidad ó inmoralidad del libro en relación
con el modo de pensar y de sentir en la sociedad en que ese libro aparece. De
la primera no se ocupa nadie nunca, pues en nuestra escasa producción literaria
no se dan casos de suficiente interés para provocar cuestiones transcendentales,
y si se dan, no las provocan; el segundo es, pues, el caballo de batalla.
¡La literatura inmoral! En España no existe literatura inmoral, ni aun, en
realidad, idea de lo que la literatura inmoral es. Si en nuestro país floreciera
una literatura perversa á modo de la de Lorraine, Rachilde, Essebac, moriría
¡por falta de lectores! Aquí, la producción novelesca es clasificada por el vulgo
—la novela no puede vivir de dos ó tres cientos de intelectuales—en novelas
decentes y porquerías para estudiantes, comprendiendo en ellas desde el libro
erótico pregonado á dos reales hasta los divinos cuentos de Aretino, desde La
noche de novios á las epopeyas zolescas. Y en esa confusión voluntaria radica
principalmente el mal. Hay ciertas cosas que en la castiza tierra de Quevedo
no se toleran más que en broma; una aventura indecorosa y frecuentemente
chabacana se ríe y se comenta; de una trágica historia de lujuria y dolor, se
apartan los ojos con espanto. Y así se da el caso de que el mismo público que
aplaude, dichas entre compases de tango y de machicha, unas cuantas chocarreras
indecencias, se indigna y protesta ante una de esas humanas tragedias
que los grandes dramaturgos nos presentan.
Aquí ha habido un caso de anulación por incomprensión del público. Quiero
hablar (tal vez, no sólo las almas timoratas, sino hasta los mismos intelectuales
se indignen), quiero hablar, repito, de López Bago. Dejaré en la sombra
sus novelas médico-sociales, que no soy competente para juzgar, paro que
me parecen tendenciosas, absurdas y de mal gusto, y hablaré de la que me ha

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turbado como una revelación: de La señora de López, primera parte de la serie
La mujer honrada.
Es una novela de un verismo admirable. Aquellos personajes viven en la
realidad, los conocemos, los tratamos. Sus psicologías son verdad; sus miserias,
sus vulgaridades, sus cobardías y hasta sus abyecciones tienen un aereo
olor á vida.
El que sorprendió aquel cuadro era un observador admirable de cosas y de
almas. Y digo observador y no creador, porque sigo creyendo que para crear
un alma es preciso ser Dios; para retratarla, Shakespeare; para caricaturizarla,
Cervantes. López Bago, practicando la máxima de Stendhal: «Una novela
os un espejo que paseamos á lo largo de un camino», nos fue mostrando aquel
hogar de una vulgaridad aplastante, donde iba á surgir el drama prosaico,
pedestre, en que, de vez en cuando, á una pobre mujer «se le desgarraba
la risa».
Fue juzgado con injusto apasionamiento, que, á su vez, llevóle á apasionarse;
y á la hostilidad contestó con la injuria, amontonando en libros posteriores
obscenidades, aberraciones y monstruosidades.
Es absurda, pueril, la pretensión de moralizar en las novelas.
Ya Valera, el gran Valera, nos dijo en el prólogo que puso á la edición
norteamericana de su maravillosa novela Pepita Jiménez: «Yo soy partidario
del arte por el arte. Creo de pésimo gusto, impertinente siempre y pedantesco
con frecuencia, tratar de probar tesis escribiendo cuentos. Escríbanse para
tal fin libros pura y severamente didácticos. El fin de una novela ha de ser
deleitar, imitando pasiones y actos humanos, y creando, merced á esa imitación,
una obra bella. Objeto del arte es la creación de la belleza, y le humilla
quien le someta á otro fin, por alta que sea su utilidad.» Y tenía razón el insigne
maestro. Debe el autor, por el contrario, no apasionarse, y, con serenidad
perfecta, irnos narrando la acción, con la seguridad que de ella deduciráse
la moral, pues que es absurda pretensión, cuando la vida es tan rica en
filosofía, querer filosofar á costa suya. Quédese la moraleja para las candorosas
piezas que se estrenan por Nochebuena é Inocentes. La moral tiene que
deducirse fatalmente de la acción, así como el carácter de los personajes, y
dejen para las novelas de folletín el creer al autor bajo palabra, cuando nos
asegura que su heroína tenía un carácter apocado y candoroso, y luego la vemos
acometer empresas que arredrarían á un granadero veterano, y decir
cosas que ruborizarían á un autor sicalíptico.
Tan erróneo os pretender, como Sar Josephin Peladan, que «las mujeres
honradas y los pueblos felices no tienen historia ni novela», como sostener
que el objeto del arte de novelar es la predicación de la moral; pues, en uno y
otro caso, se va á caer en la novela tendenciosa, y la novela tendenciosa no es
nunca buena. Y si no, prueba al canto, y en los dos polos opuestos de la literatura
la podemos hallar: Zola, el gran Zola, que cuando trazó Les Rugon Maqueart
rajó á la altura balzaciana, ¿no cayó en lamentable decadencia al
querernos dar sus evangelios? La segunda prueba 1» tenemos aquí mismo en

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España, y en un solo libro para más facilidad. Pequeneces, del P. Luis Coloma,
que con Morriña, Insolación, de la Pardo Bazán, La Regenta, de Leopoldo
Alas, y La Incógnita y Realidad, de Galdós, son las mejores novelas naturalistas
que en nuestro país se han producido, tiene dos partes. En la primera
habla el novelista, y habla prodigiosamente, narrándonos la vida como es; en
la segunda, el autor se acuerda del hábito que viste, y el sacerdote moraliza.
Dígame con franqueza cualquier lector imparcial: ¿cuál de las dos partes es
superior á cuál?
Clarín, maestro supremo en el arte de novelar, dice en uno de sus admirables
paliques: «Creo que los libros no pueden ser morales ni inmorales, como
los Estados no pueden ser católicos ni ateos.» Y es cierto; compuestos ambos
de nxúltiples, diversas y hasta antagónicas entidades, á menos de falsear la
vida, no pueden ser en absoluto ni una ni otra cosa.
Creo sinceramente que el novelista no debe ser moral ni inmoral, sino lisa
y llanamente amoral; contemplar las cosas como testigo, no como juez, dejando
al filósofo y al moralista ó inmoralista el cuidado de analizar causas y consecuencias,
limitándose, por su parte, á narrar en la forma más bella posible Las
cosas contempladas.
Un libro, pues, no podrá ser moral ni inmoral; estará sencillamente bien
ó mal escrito.
Claro es que todo esto es refiriéndome á la moral social ó relativa, pues
para referirse á la moral absoluta, haría falta empezar por tener una noción
exacta de lo que la moral absoluta es; y la cláusula varía, no sólo en cada raza
y en cada religión, sino en cada época y en cada país.
Así miradas las cosas, si con imbécil tartufería queremos limitar la literatura
novelesca á los estrechos límites del convencionalismo hipócrita, el arte
de novelar perderá su cualidad mejor, la de ser vivido, y se convertirá en un
teatro de marionetas, cuyos hilos se verán movidos al antojo del autor. Adornas,
¿por qué no decirlo?, sin afirmar que el bien es sólo interesante en cuanto que
es un término de comparación para el mal, ¿no sería un libro absolutamente
moral de una insulsez y una monotonía abrumadoras?
No. La vida es demasiado interesante, rica en matices y pródiga en sensaciones,
para que queramos limitarla y empequeñecerla; el mal, cuando es
grande, es bello, fuente suprema de arte; si bello es el gesto del de Asís al
llamar hermano al lobo y al cordero, bello, excelsamente bello, es el ademán
do Nerón incendiando Roma para ofrecerse un espectáculo digno de los dioses.
Y ya que no con Baudelaire:
Si lo viol, le poison, le poignard, l'incendie
n'ont pas encor brodé de leurs plaisants desaina
le canevas banal de nos piteux destina
c'est que notre ame, líelas!, n'est pas assez liardie,
digamos á lo menos con AVilde, ose Shakespeare moderno á quien después de
crucificar glorifican ahora—¡oh eterna historia del corazón humano!—: «El

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pecado es realmente el único elemento de algún, colorido en la vida moderna.»
Lo que es preciso, ante todo, es una serenidad perfecta en el novelista para
ir lentamente disecando las almas y analizando los sentimientos; no apasionarse,
no dejarse arrastrar de simpatías ni de inclinaciones, irnos mostrando
la existencia como es: monótona é incolora unas veces, arrebatada en trágicos
vendavales de dolor otras, plácida y serena algunas; pero siempre tranquilo,
observador, sereno, y no dejándose cegar ni por las esplendideces del mal, ni
por las plácidas claridades del bien; colocarse, como quería el filósofo alemán,
más allá del bien y del mal.
Octubre, 1907.
oQo—
ANTONIO DE HOYOS Y VINENT.

L'ESPERANTO
Au milieu de tous les progrés qui ouvrent l'ére moderne il en est un qui mérite notre
attention l'esperanto.
En jetant un régard retrospeotif dans le passé le plus réoent des dix derniéres années
on peut observer que la nature a dévoilé á l'homme ses secrets les plus intimes:
téléphone, télégraphie sans fil, phototélégraphie, aeroplanes, dirigibles et le moins
récent automobile sont les conquétes qui ont rapproohé les nations. Les nomines vont
courent, volent á travers le monde, il n'y a plus d'obstaoles; espagnols et chinois, russes
et yanquis se font une visite le plus facilement du monde. Mais voilá le hic: ils ne
se oomprennent pas.
Devant ce besoin impérieux d'une langue unique, ils avaient inventé le vollapük,
dont ont pourrait diré avec le poete:
Au banquet de la vie infortuno convive,
j'apparus un jour et je meurs;
je meurs et sur ma tombe ou lentement j'arrive,
nul ne viendra verser des pleurs.
Le vollapük n'eut pas de succés et il disparut.
De nos jours nous avons l'esperanto qu'en sera-t-il?
Aura-t-il le suocés mondial qu'il cherche? Sera-t-il un mythe que le temps aura creé
et fait disparaítre, ou sera-t-il une note dans le progrés moderne?
Accordons pour un moment au louable et ingénieux auteur de la philantrope idee
de la langue internationale, au Dr. Zamenhof'f, la réalisation de son réve. L'esperanto
eat devenu officiel partout, et dans toutes nos écoles et toutes nos universités et nos
lycées se chargeront de distribuer au pays les professeurs nouveaux.
Comme l'esperanto se prononce comme il s'écrit, s'il n'y a pas une école céntrale
dans la capitale du pays ioi en Espagne nos professeurs parleront l'esperanto avec
leur propre accent galicien ou andaloux ou catalán, et voilá déjá qu'ils se comprendront
dif ficilement, et la création d'une école céntrale s'impose done pour l'Espagne á Madrid,
la Trance á Paria, etc., etc., et c'est lá qu'on enseignera la prononciation type et les
modifications que la langue subirá car nous ne voulons pas croire a sa perfection surhumaine.
D'un autre cóté et de la méme maniere que précédemment si nous transportons deux
jeunes esperantistes, l'uh espagnol et l'autre russe, sur le boulevard á Paris, les deux
emules se comprendront-ils mieux que l'andaloux et le catalán beauooup moins je crois
et voilá pourquoi il faudra creer une école céntrale pour le monde entier qui dictera par
téléphone la prononciation type an.x diverses nations.
Mais cette prononciation type n'existe pas; il faudra aussi la creer car diré que le c
en esperanto se prononoe comme le c francais n'est pas solution pas plus que si nous
disons le j esperanto c'est le j russe et nous ne connaissons ni l'un ni l'autre, pdisque
précisément l'esperanto doit nous éviter l'ótude pénible des difíerents idiomes universels:
anglais, allemand, francais, espagnol, etc.
L'installation precedente s'impose done. Elle ne pourra étre faite que par les fervents
adeptes de la langue universelle qui á l'instar des organisations mondiales, lo

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catholicisme par exemple, et les fondateurs devront subvenir aux frois immehses de
leur papauté.
Vu du cóté administratif la voie n'est pas íacile; mais il y aurait certes quelque
nouveau Méoéne multimillionnaire qui serait heureux d'étre nommé Président universel.
La difficulté ne serait pas invincible.
D'autre part, l'esperanto vaut il tous ees autels et tout ees déploiements de forces
vitales? La réponse est facile et preñez le meilleur ouvrage pédagogique de la langue
universelle. II est difftcile d'y trouver autre chose que des phrases banales des conversations
de manuels; 9a sent le mannequin, il n'y a pas d'áme, il n'y a pas de vie, c'est du
oonfectionné, du manufacturé, 9a sent la machine. La figure est supprimée, car la figure
est lócale, comme l'esprit du pays oú elle est'employée. II est impossible de parler de toureaux
en esperanto, comme il serait impossible de parler de religión et de toutes les choses
qui n'existent pas dans un pays et sont spéciales dans l'autre. Dans quelle langue écrirait
M. de Cavia? Vous direz: comme en espagnol, dans la sienne. S'il n'y avait que le
«chiste» qui dñt disparaítre en esperanto j'en ferais mondeuil, mais ne pas pouvoir diré
«ahí me las den todas», par exemple, parceque c'est un sens figuré qu'un ehinois ne
voudra pas comprendre ni méme un allemand c'est un peu contrariant qu'est-ce qu'il
faudrait que je dise alors? que je limite mon imagination.
L'esperanto ñe permet pas l'imagination il prohibe par incompétence une foule de
choses nécéssaires: c'est un corps dépouillé de chair, de forme et de beauté, c'est un
squelette. II est done une langue enfantine et comme elle un vocabulaire. Nous sommes
en présence d'un fantome qui veut vivre une chimére pour les temps actuéis et peut-étre
pour toujours.
La langue internationale se formera comme les langues nationales se sont formées:
par absorption et sans que les langues regionales disparaissent. La langue est un produit
trop naturel, trop spontané pour qu'elle puisse étre fabriquée.
L'heure n'est pas venue de négliger le franeais, ou l'allemand, ou Tangíais pour
l'esperanto.
oQo
E. E.OUSSELOT.

LIBROS DE POETAS
He aquí, sobre mi mesa, una pila de libros diferentes, más ó monos lujosos,
de distintos tamaños, de cubiertas blancas, amarillas, verdes... Son los
libros de los poetas..., los últimos libros recibidos.
Los lie hojeado en horas de melancolía, y las musicales inspiraciones de
cada página condujéronme gratamente por sus campos floridos, por sus limpios
senderos. Déboles, pues, el alivio do mis horas tristes. ¿Cómo no perdonarles
sus defectos? ¿Qué obra humana no los tiene? ¿Qué más hubieran podido
lograr siendo intachables?
No so me aparta la idea de lo desacertados que estuvieron aquellos fúnebres
vaticinadores de la desaparición de la poesía.
Tres ó cuatro años atrás, los que hacíamos versos no encontrábamos, ciertamente,
editor, ni casi librería, porque en ella se nos negaba hasta el derecho
de escaparate. Pero hoy el libro de versos se vende ya tanto como la novela;
está minándole el terreno, y el teatro apetece también compartir con los poetas
sus triunfos y laureles.
«Soy poeta» era entonces tanto como una confesión ridicula. Y ante el temor
de ser reprendido por los padres, por los maestros, de ser burlado por
los amigos ó desdeñado por la mujer amada, el joven poeta componía sus versos
á escondidas, por mero desahogo de su espíritu, viajero de incógnito de
las regiones de la fantasía.
Ser poeta es hoy, en cambio, tanto como serlo todo. Lo apetecen hasta los
que más vociferaban contra la poesía... Y sus prosélitos ya no son sólo pléyades
ni constelaciones, sino firmamentos.
Por aquellos días en que recibí con sorpresa el libro de versos de TTnamuno
y la carta notable que hice pública, Rafael Salillas, el criminalista, el
antropólogo, me entregaba una poesía para su inserción en la revista ATENEO;
Adolfo Bonilla, el filósofo, el polígrafo, me leía los versos inéditos de su tragedia
Esther; Antonio Zozaya, en El Liberal, alternaba la publicación do sus
poesías con la de sus brillantes crónicas de siempre; Ramón del Valle-Inclán,
el maestro de la prosa, terminaba la edición de sus Aromas de leyenda; Francisco
Acebal, el novelista, daba á las páginas de la revista Renacimiento su
poesía Crepúsculo en el puerto; y Gregorio Martínez-Sierra, que desde el. siglo
pasado no había tenido ni una sola mirada de compasión para su pobre lira,
preparaba ya la aparición de su reciente libro La casa de la Primavera.
Todos quieren ser poetas. Otro siglo do oro se avecina.
He aquí, sobre mi mesa, una pila de libros diferentes, más ó monos lujosos,
de distintos tamaños, de cubiertas blancas, amarillas, verdes... Son los
libros de los poetas.
Hoy más que nunca, entre todo lo que se publica, abundan desproporcionadamente
los versos. Vedlo por los que yo he recibido últimamente:

406 —
DE LOS POETAS DE AMERICA
Rimas del trópico.—Alfredo Gómez Jaime (Colombia).
El enigma interior.—Manuel Grálvez (República Argentina).
Las leyendas del alma.—César Miranda (Uruguay).
DE NUESTROS POETAS
Soledades, Galerías, Otros poemas.—Antonio Machado (Madrid).
Del cercado ajeno (traducción), La visita del sol.—Enrique Díez-Canedo
(Madrid).
La casa de la Primavera.—Gregorio Martínez-Sierra (Madrid).
La eterna canción.—Luis Brun (Madrid).
Briznas.—Narciso Alonso Cortés (Valladolid).
La primavera canta...—Eduardo de Ory (Cádiz).
Zarza florida.—J. Muñoz San Román (Sevilla).
Poesías.—P. Calasanz Rabaza (Valencia).
Total: doce volúmenes, que hacen unas mil quinientas páginas, y contienen
más de seiscientas composiciones, sumando, seguramente, muy cerca de
treinta mil versos. ¿Es ó no fecundidad?
Pues bien: los he leído todos, y los he leído con deleite; en particular
los más humildes, por ser los más sinceros.
En el libro de Martínez-Sierra, sin que lo croa digno de las censuras de
que ha sido objeto, encuentro más composición que espontaneidad, mucho
amaneramiento y retoque, algo en absoluto ajeno á la buena poesía, cuando
no se logran los primores de artífice á que llega siempre Díez-Canedo.
También hay amaneramiento en aquellos libros humildes, pero no es de
sus autores la culpa. Lo que en los profesionales de acá es un pecado imperdonable,
en los poetas de provincias es una adorable ingenuidad justificada.
Ved con qué bríos empieza su libro el joven autor de Zarza florida:
«Hombres sabios de la ciudad, salud.
Hoy un joven pastor, allá nacido
en una blanca aldea, protegida
de unos montes con flores coronados.
Humilde y pobre, más que todos juntos
los humildes y pobres de la tierra,
ni me humillo ante el oro deslumbrante,
ni la pobreza me conturba el alma.
Cuando voy por el campo, cuanto puedo
recoger con la vista—el sol, las tierras
y las aves —, imagino que es mío;
y sin temor á que otro me destrone,
soy el rey de todo cuanto veo.»

— 407 —
No os fijéis en lo mal acentuado de los versos últimos. De no ser esto permitido,
no hubiera podido Acebal empezar así su Crepúsculo en el puerto:
«Es en la paz de un crepúsculo lento,
es en las horas de silencio santas,
de íntimos favores que recubren
con cenizas de-pasión las almas.»
Ni seguir en la misma forma.
Y..., francamente, ó todos ó ninguno.
Pero sigamos con el «joven pastor»:
« Yo soy un fervoroso del espíritu nuevo,
del espíritu triste, vagaroso y pagano;
y llevo un Santo Cristo, penitente, en la mano,
y en el fondo del alma una música llevo.»
¿Quién no ha oído esa música en alguna parte?
Es moda hoy entre los poetas eso de decir: yo soy esto, yo soy lo otro...,
etcétera.
Veámoslo en el libro de Ory, el joven poeta gaditano:
«¡Yo soy un soñador! Son mis cantares
delirios del poeta,
ilusiones azules que se esfuman
lo mismo que la niebla..,»
Antes nos había ya descrito su libro con estos versos:
«Mi libro es un tropel de ruiseñores,
un enjambre de libres mariposas,
besos, risas, perfumes y colores,
y rosas rosas, encendidas rosas.»
Más adelante, el poeta nos dice lo que sabe:
< Yo sé aquella febril serenata
vaga y dulce... que al cielo turquí,
en las noches de estrellas de plata,
dirigía la alegre Mimí...»
También Mimí está de moda, y las Grisetas y las Colombinas y los Pierrotes
y los Arlequines! Pero do esto tiene la culpa Manuel Machado.
Eso de decir cada uno lo que sabe ó lo que no sabe, también es moda. Véase.
Habla Gómez Jaime:
"Yo sé de un hada blanca que cruza por la vida
como cruzan galantes por el lago risueño
esos cisnes de nieve, que llevan esculpida
en el pico una rosa de pasión y de ensueño.»

Habla Martínez-Sierra:
_ 408 —
« Yo no sé si la noche cae del cielo á la tierra
ó sube de la tierra al cielo.»
Habla, con más derecho, Antonio Machado:
*Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía,
que sueña en la tarde del verano vieja.
Yo sé que tus bellos espejos de amores...»
«Yo no sé leyendas de antigua alegría...»
«Yo no sé qué noble,
divino poeta...»
Observe el lector que no quiero salirme de los libros que tengo sobre la
mesa.
Y digo tengo, porque también está de moda.
Abramos el libro de Alonso Cortés:
«Yo tengo un palacio donde ávido encierro
la dicha más honda...»
Por supuesto, que, en eso de tener, nadie aventaja al poeta de las Leyendas
del alma:
«Tengo raras turquesas,
esmeraldas y ópalos nobles de gran valor,
rubíes, amatistas, topacios y zafiros,
jacintos y zízcones de Sabba y Singapor;
berilos de Sajonia, verdes ceilanitas,
piedras de Amazonas y piedras de luna,
ónices, sardónices y lazulitas,
albitas pálidas y dicroítas,
granates sirios y ópalos de Iduna...^
Parece esto el reclamo de una joyería..., además, por lo malo de los versos.
A tales extremos conducen las modas, las que desnaturalizan el arte, pretendiendo
arrastrarle por trilladas carreteras, en vez de abandonarle libremente
á su inspiración y su manera propias, más ó menos características.
Fuera de este vicio, en el que, como se ve, incurren los poetas del día, ni
más ni menos que lo hicieron los do todas las épocas, escuelas y modas, lo cual,
en este sentido, no acredita, por cierto, mejoramiento alguno, esos libros
arriba mencionados están plagados de bellezas.
A la musa aragonesa del padre escolapio Calasanz Babaza, predicador elo-

— 409 —
cuentísimo, débese toda una brillante colección de flores místicas, verdaderamente
admirables por la entonación y el sentimiento.
A la musa castellana de Narciso Alonso Cortés debemos esta composición
hermosa:
LA BODEGA
Ésta es la bodega, la vieja bodega
que guarda en su fondo los vinos añejos;
calmante que todos los niales sosiega,
feliz dictadora de sanos consejos.
A guisa de apuestos, valientes soldados,
que airosos cabalgan en blancos corceles,
muy firmes y serios están alineados
en poyos de yeso, los anchos toneles.
No están revestidos de petos ni escudos,
que el genio guerrero no late en sus fondos;
más bien, ostentando sus cuerpos panzudos,
parecen burgueses repletos y orondos.
¡Discretos señores de grueso volumen,
de porte arrogante, de franca alegría,
que en bien de los hombres su sangre consumen,
llevando á otras venas calor y enei'gía!
¡Hidalgos eximios, preclaros varones,
de sólida hechura y austera elegancia,
que, sin pergaminos ni orlados blasones,
venís á lo menos de cepa bien rancia!
¡Sinceros amigos, que, libres de penas,
las claras verdades decís sin rodeo!
¡Maestros insigues de ciencias amenas!
¡Heraldos de dicha! ¡Salud os deseo!
¡A ver, el más gordo! Tonel veterano
de recia epidermis y abdomen que abulta:
me siento contigo, y aquí, mano á mano,
buscando tus luces, te haré una consulta.
Así. Ya recibo tu plácido influjo;
ya en mi ánimo escribes tus mágicas letras;
ya, osado y travieso, con artes de brujo,
de mi ser al fondo vibrando penetras.
¡Qué cosas me dices en tu hermoso idioma!
¡Qué charla en mi oído tan grata se siente!
Parece el arrullo de amante paloma,
rumor de floresta, goteo de fuente.

— 410 ~
De tu voz cadente cediendo al conjuro,
la vida un oasis me ofrece sereno;
el cielo aparece más limpio y más puro,
y todo á mis ojos es grande y es bueno.
A tu suave aliento, que el alma me quema,
las bellas estrofas trazara mi mano
del más admirable grandioso poema.
¡Recibe las gracias, tonel veterano!
Aquí la desdicha sus armas entrega,
dolores y penas se marchan muy lejos.
Esta es la bodega, la vieja bodega
que guarda en su fondo los vinos añejos.
A la musa andaluza florida y lozana de Eduardo de Ory so deben no pocas
imágenes brillantes, no pocas estrofas armoniosas y dulces. He aquí un soneto
inédito:
EL CISNE
Es dulce y atrayente como un halago;
pasajero, lo mismo que el ruiseñor...;
aristócrata eterno, va por el lago
con un soberbio orgullo de Emperador.
Es su andar apacible, rítmico y vago...
Blanco esquife riente y encantador;
con estrellas de plata lo formó un Mago
en un ensueño rosa, deslumbrador.
Cisne gentil y amado por el poeta:
tu ala, si el sol la dora, da á la paleta
coloros que los iris nunca han soñado.
Tú naciste monarca por tu fortuna;
¡y tuviste por novia la casta luna!,
¡y todos los luceros te han arrullado!
A la musa andaluza de J. Muñoz San Román son debidas aquellas lindas
estrofas de Sevilla, Guadalquivir, que empiezan:
«Vengan los gozosos romeros fervientes,
y los peregrinos, doctos en leyendas,
con sus aureoladas, luminosas frentes,
y sus corazones, ánforas de ofrendas...»
Por cierto que aquí el poeta hizo primeramente, sin duda, estrofas de
cuatro versos, y luego añadió dos más á cada una; postizo que se ve á la
legua. He leído la poesía quitando á cada estrofa los dos versos que lleva de
pegote, y aseguro que resulta mucho mejor.

— 411 —
De los poetas de América, César Miranda, por lo que se ve en su citado
libro, tiene la preocupación de versificar á la moderna, hoy que ya todos,
menos Martínez-Sierra y Acebal, se han convencido de que aquello de romper
los antiguos moldes era un mero estudiado llamativo, como las melenas y los
chalecos, un recurso que ya no tiene objeto, una verdadera broma de los que
se quisieron prestar, como los charlatanes de plazuela, á ejercer de prestidigitadores
antes de ponderar su específico, su mercancía.
Dígase si no son hoy más poetas que nunca Francisco Villaespesa, Antonio
de Zayas, Eduardo Marquina.
Leamos á César Miranda:
«El cielo está negro, y el
temporal muge profundo;
dijérase que Luzbel
sentó su real en el mundo.»
«Tu dentadura breve, hecha de luz de luna,
tiene el tallado armónico de una clave pagana,
y ante su esmalte joven se experimenta una
hora reparadora en ociosa mañana.»
«Y hoy mi alma sufre, porque
teme que Cronos la ahorque
con su fatal corredera.»
«Hoy estoy alegre como
jamás lo estuve, alma mía.
Ya no sufro bajo el plomo
de la cruel melancolía.»
«Turba el silencio un suspirante trino
de seda frágil, que trepida cowo...»
«Que sea, Primavera, en el bosque la fiesta
de las jóvenes plumas en el suelo bisoño,
y que huya de las almas melancólicas esta
inquietud de la vida que nos brinda el Otoño.
Y á todo esto no hemos pasado de la página 29. Pero así todo el libro. A
ver si eso os manera de versificar. El poeta no se ha impuesto, ciertamente,
una norma de buen gusto.
«Es la hora
poética. Se colora
el paisaje
de dulce rubor jacinto,
y aparece en el boscaje
mi señora:
va peinada á la manera de Corinto,
en largos bandos, ceñidos por una cinta escarlata,
y sus piececitos sueñan en las delicias de un plinto.»

,_ 412 —
Y el caso es que los poetas así, pretendiendo ser libres, son esclavos y víctimas
de su propia y voluntaria impersonalidad. La rebeldía afectada no
adopta más resoluciones ni toma otras posturas que las de sus modelos, de los
que es servil imitadora. Hay que huir de ello. Sobre todo cuando se tiene dentro
un alma de poeta, como la que, en medio de todo, revela César Miranda,
el poeta oriental.
El enigma interior... Es un libro que me ha producido honda impresión.
«Mi poesía—dice el autor en el extraño prólogo—es para esas almas
bienaventuradas que se han desterrado voluntariamente de la odiosa civilización;
para esos seres sensibles y desconocidos y tan inocentes que lloran en
versos; para esos hombres humildes que, huyendo del estruendo del mundo,
se han refugiado en sí mismos y viven una intensa vida interior; para esas
pobres niñas sentimentales que tienen la desgracia de ignorar el golf y de leer
á Bécquer...»
Estas palabras, escritas por un americano, por un hijo del país de la poesía
colorista y objetiva, confieso que me agradaron mucho, aun cuando no
completamente, por venir acompañadas de estas otras:
«El verso antiguo, al descoyuntarse, perdió su rigidez académica. El verso
libre es el total dislocamiento de los ritmos..., el triunfo de la disimetría.
Mejor aún: la simetría de la disimetría, la armonía de la desarmonía.»
Es decir, otro poeta, otro verdadero poeta, echado á perder por la maldita
manía de los descoyuntamientos. ¡Como si no pudieran hacerse versos modernos
sin dislocarlo todo! ¡Como si hasta ahora sólo se hubiesen escrito versos
con rigidez académica! ¡Rigidez académica, frasecilla de moda!
No obstante, el poeta argentino, por fortuna suya y por la de sus lectores,
cumple muy pocas veces la amenaza del prólogo. Descoyunta y disloca, sí,
pero en coiitadísimas composiciones: aquellas, por cierto, en las que ha puesto
también menos alma. Cuando la poesía es más sentida, el metro es más sencillo
(romances, coplas), la rima es más cuidada, como si hubiese merecido
mayor cariño y esmero. Alternan en aquellas páginas los lirismos de Heine y
de Verlaine. El ímpetu es valiente, la inspiración es elevada, el sentimiento
es hondo y el gusto es depurado: á la vez clásico y moderno.
Sólo le falta abandonar la fatal idea de la desarmonía ó la disimetría... Y
ya que tanto le preocupa la originalidad, procure huir de comenzar sus poesías
de tan vulgar manera como, por ejemplo, empiezan las tituladas Mi primera
novia y Tríptico sentimental:
«.Era en mi pueblo, hace años;
mi novia, una chicuela
rubia y linda, llevaba
media corta en verano...»
«2'e acuerdas de esa noche
de Febrero?..,»

- 413 -
Además, el esa, ahí, no está muy bien metido, que digamos.
Pero pasemos á otros libros.
El de Gómez Jaime, poeta colombiano actualmente residenciado en Madrid,
es un libro henchido de luz y de aromas; la musa de Andalucía parece
haberlo inspirado: es un libro de lozanía, do juventud, lleno de entusiasmos
y rico de color.
Acaso el exceso de imágenes y de rima sea pecado en él; pero ese recargo
indebido, que en las oscilaciones de la inspiración es obra de los juveniles
impulsos, revela lo que puede llegar á ser, lo qtie será esto poeta más adelante,
en pleno equilibrio y aplomo.
CAMPESTRE
El sol está ebrio; puñados de oro
arroja en los cielos con vivo esplendor,
y bajo el derroche del áureo tesoro,
son búcaro inmenso los campos en flor.
La tierra palpita. De un himno sonoro
eleva el torrente salvaje rumor;
cigarras tenaces, su intrépido coro
reanudan: ¡son cantos que inspira el calor!
Insólita brisa conmueve á su paso
las mieses maduras; cambiantes de raso
imita en sus pliegues de pompa estival.
Y en tanto, graciosa, con rítmico juego,
sangrienta amapola, cual barco de fuego,
navega en las olas del blondo trigal.
El libro de Martínez-Sierra lleva todo él un sello de novedad rebuscada
que le perjudica. No me refiero á la presentación—un libro de versos debe ser
lujoso—; me refiero á los vuelos con que se lanza á la calle, encabezado por
cuatro poetas que cantan á Gregorio en versos descoyuntados, dedicándole
baladas, en su honor, y rosas de amistad; me refiero á lo estrafalario de ciertos
títulos: La amada hace encaje de bolillos, El poeta canta á los pies de la amada,
Misericordiosamente, Por la risa de la muy amada, ote; me refiero á la dificultad
notoria con que el autor escribe sus versos, y que le obliga á valerse de los
metros más rudimentarios, incurriendo no pocas veces en la vulgaridad más
lamentable. Sin ese rebuscamiento enojoso que se advierte en La casa de la
Primavera, esta colección de poesías no sería sólo estimable, sino buena. El
poeta tiene en su libro más aciertos que equivocaciones. La primera parte,
Los romances -del hogar, es, indudablemente, la mejor, incluyendo la poesía
de Marquina... Por supuesto, sin el título. ¡¡Convivíala ¡Qué gana de echarla
á perder! Un título así á una buena poesía es un sacrilegio, un inri. Hay que
ser humilde; hay que ser natural; hay que sor serio.
Algo de aquel rebuscamiento puede censurarse también en Díez-Canedo.
Su libro reciente es, sin embargo, admirable, y el poeta lleva en su abono el

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exquisito gusto que le caracteriza, y la sinceridad con que se preocupa de
acomodar y someter á la copia del natural los vuelos de su imaginación y las
filigranas de su estilo.
TARDES DE LA MONCLOA
Tardes de la Monoloa, llenas de sol; pianos
de los bailes del pueblo, que resonáis lejanos
con voz que cierne el claro tamiz de la distancia
que os depura de toda canallesca arrogancia;
meriendas en el césped; cantares coreados
de risas; bullangueros grupos endomingados;
avenidas que siguen las familias burguesas
— padres lacios, anémicas muchachas, madres gruesas—;
silbar de un tren cercano; desnudo panorama
que cierra con su cimas de nieve el Guadarrama;
simétricos pinares y jardines dormidos;
rayos horizontales del ocaso, perdidos
entre dorados árboles; inmóviles, verdosas
aguas de los estanques; fontanas cadenciosas:
los humildes os buscan y la moda os desdeña.
Yo gozo ea vuestro encanto; mi fantasía sueña,
fácil, en esta noble tristeza que os abate.
Sois como empobrecidos parientes de un magnate;
ocultáis vuestra estirpe, no mendigáis favores,
y os mostráis generosos como grandes señores.
Dejáis en el espíritu claridad y alegría.
¿Qué poeta mezquino de la corte podría
decir en versos claros y humildes vuestra loa,
tardes llenas de sol, tardes de la Moncloa?
LUNA DE MIEL
¡Oh, mi amigo, mi amigo recién casado! El mundo
transfigurado cruzas. Al lado tuyo, vivas
están cus esperanzas, triunfantes, positivas.
Es tu paso más firme; tu mirar más profundo.
Aquí en tu casa nueva, tu corazón de joven
ha renacido. Aquí tu alegría custodias.
Todo en la tierra es bueno. Ni recelas, ni odias.
Ya no hay males que el oro de la calma te roben.
Y hablamos. Con acento de pasión me aconsejas.
Yo te escucho risueño. Pienso en historias viejas...
Callas; los dos reímos, y, oyendo nuestra visa,
tu esposa viene. Grata resuena su voz pura
de timbre musical, y su grácil figura
sonrosada, en la puerta se detiene indecisa.
Poesías como éstas hay muchas en el libro, llenas de encanto y verdaderamente
artísticas, primorosas.
La martingala de imitar á lo antiguo, de dar gusto añejo á las bebidas

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nuevas, es química peligrosa, monótona y estéril, cuando no se tiene la mesura
y el tacto necesarios. Aspirar por eso camino á que nuestros versos se lean
y se reciten de memoria y circulen, me parece un absurdo; poro la gloria de
escribir para los elegidos, para los espíritus cultos y elevados, tiono compensaciones
indudables.
El libro de Antonio Machado es más popular por su forma, aun cuando es
más hondo de pensamiento.
LOS SUEÑOS MALOS
Está la plaza sombría,
muere el día.
Suenan lejos las campanas.
De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras,
con reflejos mortecinos
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.
En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Suena el eco de mi paso.
—¿Eres til? Ya te esperaba...
—No eras tú á quien yo buscaba.
En otro lugar de este número se reproducen otras poesías del libro.
Antonio Machado es uno de nuestros poetas más intensos y que menos
apetecen el llamativo.
Se ha dejado llevar algunas veces por las corrientes más extrañas, pero
su personalidad es definida y seria. Esta última colección de sus versos, en
su mayor parte inéditos, nos le presenta con todo su relieve. Es un libro
variadísimo y grato como ninguno, que nos retrata á su autor, presentándonosle
en sus distintas fases, pero siempre elevado y sencillo, profundo y
sincero, correcto y claro; circunstancias que sólo concurren en las obras do los
maestros.
El libro de Luis Brun, mi amigo fraternal desde la infancia, contiene para
mí bellezas infinitas que acaso no estén igualmente al alcance de todos los
lectores, aun siendo un libro de tan delicada, honda y correcta poesía.
Conozco la génesis de las Huellas, de los Dúos de amor, de los versos
A María, versos cuyos motivos he visto sentidos antes que expresados; y
nada vale tanto para leer con gusto á un poeta como poseer los secretos de su
sentir y de su pensar, de su inspiración y de su fantasía.
La eterna canción es el primer libro de Luis Brun; pero su nombre de
poeta no es nuevo para los lectores de las principales ilustraciones y revistas
españolas donde, con más ó menos frecuencia, aparecieron sus versos,

— 410 -
He aquí algunas de las más bellas poesías del libro:
ALTO EN LA MARCHA
Caminante... del camino de la pena,
incansable peregrino,
haz un alto en el camino
á que el dolor te condena,
caminante del camino de la pena.
Mira qué bellos mis ojos,
en redes de amores presos;
mira qué dulces los besos
que guardan mis labios rojos.
La copa de la alegría,
yo tengo por suerte mía;
bebe en ella, caminante,
y consuela tu agonía
... ¡y adelante!
Del recuerdo de este instante
el alma afligida llena;
él te alegrará el camino,
incansable peregrino
del camino
de la pena.
LA HERMANA DE LA CARIDAD
Hora de vida intensa, en una de esas noches
en que, insultante, el lujo nos atrae y provoca;
mujeres hermosísimas hundidas en sus coches,
y en algunos, las bellas de cabecita loca.
En la calle, mil ruidos: vida, luz, alegría.
El deseo en las almas y el deseo en los ojos.
Avanza triunfadora-belleza y gallardía—
esa altiva hermosura de los cabellos rojos.
Una figura extraña á lo lejos asoma
su tosca línea: un hábito de lana burda viste.
Va amparar á los pobres y á consolar enfermos,
y cruza por las calles igual que una paloma
que agitase sus alas en unos campos yermos.
Ella también es pobre y también está triste...
DAFNIS Y CLOE
Cloe, la virgen, sobre el campo heleno
duerme tranquila. Lejos, el ganado
sestea á su placer. De Gloe al lado
Dafnís está de amor y dicha lleno.

- 417 -
El sol abrasa en el azul sereno.
Una cigarra que alegró el sembrado,
perseguida, con vuelo arrebatado,
se oculta de la virgen en el seno.
El susto á Cloe despertar consigue.
De los tímidos pechos temblorosos
Dafnis la coge con su mano recia;
mas la cigarra audaz su canto sigue,
mientras Pan y las Ninfas, victoriosos,
dan sus risas al aire de la Grecia.
Y con osto acabo, benévolos lectores... Es lo que á grandes rasgos deseaba
deciros de los últimos libros de poetas, que en mis días tristes, en mis largas
horas de melancolía, me han prodigado el impagable beneficio de sus
hondos consuelos.
-oQo-
MARIANO MIGUEL DE VAL.

ABIERTO
Yo soy, señora, un viejo castellano
que retorna al cariño de su tierra,
con la espada mohosa entre la mano
y el alma ensordecida por la guerra.
Nací en las Indias, bajo el sol de España;
y, á modo de un señor de horca y cuchillo,
tengo en mi corazón una montaña,
y en la montaña un lago y un castillo.
En las noches de luna irradia el lago;
suena un rumor de músicas lejanas;
y del castillo de contorno vago
sale la luz por todas las ventanas.
En una de esas noches misteriosas,
me visitó la heroica Poesía;
ciñó á mi sien sus lauros y sus rosas;
y me dijo:—¡Soy tuya!—Y yo:—¡Eres mía!
Sueño... Sufro... Con íntimo quebranto
veo en mi noche relumbrar las dagas;
mas no le pidas al dolor un canto,
porque jamás enseñaré mis llagas.
Clavando en el Destino la pupila
sin que la empañen lágrimas, me entrego
del todo á mi dolor, con la tranquila
fe con que el mártir se entregaba al fuego.
Canto, pero al cantar no me doblego.
Ni el canto es triste, ni ol dolor se aleja;
y así, este canto con que á ti me llego,
será de ira, pero no es de queja.
Y otra vez, en mis versos olvidados
que se renuevan en mi santa ira,
yo sabré encarcelar á los malvados
y como reja les pondré mi lira.

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¿Por qué, por qué bajo mis pies las olas
se encrespan como sierpes irritadas?
¿Por qoié tranquilo estoy si estoy á solas,
y me turbo ante todas las miradas?
Los hombres no comprenden el milagro
de mi virtud en la mitad del vicio.
Como á mirar las nubes me consagro,
pongo á veces el pie en el precipicio;
pero una fuerza celestial, un ciego
ímpetu que me lleva por la vida,
me retiene tal vez cuando me entrego
y hasta me hace crecer en la caída.
Yo sé apurar la copa acibarada
con mano firme y ánimo sereno,
pasear despreciativa la mirada
y abrir las alas al fragor del trueno.
En vano, sí, la sociedad maldita
escribiera en mi frente un «aquí yace».
La ilusión como el fénix resucita
y la melena de Sansón renace.
Los quo dudan de mí, porque han dudado
de Daniel en el foso de leones,
dudarán si es que sienten que el pecado
se insinúa en sus propios corazones.
Libre así del contacto del delito,
comprendo en mi interior el que no hay nada
que se parezca más en lo infinito
á un cielo azul que una conciencia honrada.
Señora: digno soy de ser tu amante;
porque en la misma fragaa en que encendido
brota el rayo de Júpiter Tonante,
se hacen también las flechas de Cupido...
José Santos Chocano.
(Leída por su autor en la velada que dio en el Ateneo de Madrid la nuche del 21 del corriente mes.)

Eü VIAJERO
Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.
Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente,
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.
Deshójanse las copas otoñales
del parque mustio y viejo;
la tarde, tras los húmedos cristales
se pinta, y en el fondo del espejo.
El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansias de vida nueva en nuevos años?
¿Lamentará la juventud perdida?
—Lejos quedó la pobre loba, muerta.—
¿La blanca juventud nunca vivida
teme que ha de cantar ante su puerta?
¿Sonríe al sol de oro
de la tierra de un sueño no encontrada,
y ve su nave hender el mar sonoro,
del viento y luz la blanca vela hinchada?
Él ha visto las hojas otoñales
amarillas rodar, las olorosas
ramas del eucaliptus, los rosales,
que enseñan otra vez sus blancas rosas...
Y este dolor que añora ó desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.
Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tic-tac del reloj. Todos callamos.

421
¡OH, DIME, NOCHE AMIGPA!
— ¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja,
que me traes el retablo de mis sueños
siempre desierto y desolado y solo
con mi fantasma dentro,
mi pobre sombra triste
sobre la estepa y bajo el sol de fuogp,
ó soñando amarguras
en las voces de todos los misterios;
dime, si sabes, vieja amada, dime
si son mías las lágrimas que vierto.—
Me respondió la noche:
—Jamás me revelaste tu secreto.
Yo nunca supe, amado,
si eras tú ese fantasma de tu sueño,
ni averigüé si era tu voz la tuya,
ó ora la voz de un histrión grotesco.
*
* *
Dije á la noche:—Amada mentirosa,
tú sabes mi secreto,
tú has visto la honda gruta
donde fabrica su cristal mi sueño,
y sabes que mis lágrimas son mías,
y sabes mi dolor, mi dolor viejo.
—¡Oh! Yo no sé—dijo la noche—, amado,
yo no sé tu secreto,
aunque he escuchado atenta el salmo oculto
que hay en tu corazón, de ritmo lento,
y aunque he visto vagar ese que dices
desolado fantasma, por tu sueño.
Yo me asomo á las almas cuando lloran,
y escucho su hondo rezo,
humilde y solitario,
ese que llamas salmo verdadero;
pero en las hondas bóvedas del alma,
no sé si el llanto es una voz ó un eco.
Para escuchar tu queja de tus labios,
yo te busqué en tu sueño,
y allí te vi vagando en un borroso
laberinto de espejos.
Antonio Machado.

Información ibero-americana.
España
La indisciplina escolar.
Cual esos truenos lejanos cuyos apagados ecos anuncian la cercanía de la
tempestad, se nota siempre al llegar esta época—comienzos de Diciembre—la
agitación de la masa escolar, precursora del alboroto y escándalo que acompañan
al comienzo de las vacaciones de Nochebuena.
Mas no ocurre tal fenómeno solamente en esta época: surge siempre que se
toman los estudiantes las vacaciones; y esto ocurre con tal frecuencia, á lo
menos en España, que nuestro curso queda en algunos años reducido á menos
de ciento cincuenta días de clase al año.
Hace más de treinta que intervengo en este problema: fui alumno de Instituto
y Universidad, profesor auxiliar luego, más tarde catedrático, por último
decano interino; he oído, pues, á condiscípulos, padres, compañeros y colegas
en los elevados cenáculos de la enseñanza; fui periodista, he andado
entre obreros y campesinos; en todas partes escuché hablar de las vacaciones,
unas veces en broma, otras á sujetos presa de la mayor indignación. Quién
echa la culpa á la libertad y escándalo de los tiempos presentes; quién á que
se va perdiendo la idea del respeto á la autoridad; unos dicen que la juventud
do hoy es más levantisca, irrespetuosa y desafecta al estudio que la de ayer y
la de anteayer; otros, que los catedráticos tenemos la culpa, por desear las vacaciones'
al igual que los chicos; por aquí dicen que los padres no ayudan á la
Universidad en su acción educadora; por allá, que la culpa es de las autoridades
académicas, al no aplicar con rigor y energía los reglamentos; por acullá,
que los Gobiernos dejan en la estacada á las autoridades académicas, y cuando
un Claustro castiga, surge y vence el motín en la calle, ó cae sobre los ministros
una nube de senadores y diputados pidiendo clemencia. Los obreros se
sonríen ó se indignan cuando ven esas algaradas escolares, y dicen: si fuéramos
nosotros los perturbadores...; los campesinos, al llegar al pueblo el estudiante,
dicen maliciosamente: ¿ya estás aquí?-, frase que puede traducirse en
está otra: ¡para lo que hacéis! Todos, en suma, juzgan este fenómeno desde su
especial punto de vista.
¿Quieres, lector paciente, saber mi opinión? ¿Has visto alguna vez un enfermo
cubierto de herpes? ¿Qué crees que sería más discreto, ir averiguando la
causa de cada una de las manchas: las de la cara, los brazos, las piernas ó el

- 423 -
cogote, ó investigar la causa fundamental, íntima, productora de todas las
manchas aparecidas y de las que puedan aparecer? Claro es que lo segundo. ¿Y
cuál es esa causa fundamental, íntima, de la indisciplina escolar? ¿Son las parciales
que arriba apuntaba, semejantes al estudio particular de las manchas?
No; ésos son efectos de una fundamental. ¿Cuál es ésta? Nuestro absurdo régimen
de enseñanza. ¿Por qué? Óyeme.
II
Estamos á 30 de Septiembre de cualquier año; el chico lia salido del Instituto;
va á comenzar carrera, á matricularse; antes ha habido en casa la acostumbrada
conversación: «Anda, hijo, á ver si te veo médico ó abogado, ó doctor
en Ciencias ó Letras, ó ingeniero; anda, hijo, á ver si llego á verte con tu
título.» ¿No es éste el deseo de todos los padres? ¿No es ésa la frase que brota
de los labios de la madre bondadosa, del padre, en quien ya se inician los
achaques de la senectud?
Año tras año, oye el escolar la misma idea: «¿Cuándo toma el título su hijo,
doña Juana?», pregunta una amiga á otra. «El año que viene se licenciará»,
responde la interpelada. Siempre es el título el punto de, mira.
¿Cómo se alcanza el título? De igual modo quo para llegar á un tercer piso
es necesario subir los escalones que forman la escalera, del mismo modo, para
graduarse, es preciso aprobar las diferentes asignaturas quo constituyen la
carrera; esta afirmación—á primera vista gedeónica—es de extraordinario interés.
Veamos los efectos de sustituir al fin remoto, graduarse, el fin próximo,
aprobar el curso.
El estudiante se encuentra en 1.° de Octubre ante los tres y á veces cuatro
catedráticos del curso; esos señores le han de dar la nota que lo permita llegar
al primor rellano de la escalera, es decir, ganar el primer año; ante el alumno
se plantea el siguiente problema: «¿Cuál es la manera de ganar el curso con
el menor esfuerzo y molestia de mi parto?» Esto parecerá á muchos inexacto
y subversivo, pero es real y humano; el estudiante so pone en posición idéntica
á aquella en que se coloca, verbigracia, el comerciante que se establece y
abro tienda, el empleado que aspira á ganar ascensos en su carrera, el rentista
que desea aumentar sus rentas; todos, on suma, si hacemos examen de conciencia,
miramos nuestras respectivas profesiones ú oficios, y somos sinceros,
al entrar en ellas, nos planteamos expresa ó tácitamente el mismo problema
que el estudiante, es á saber: alcanzar el fin que nos proponemos (la riqueza,
el ascenso, el bienestar) con la menor molestia y trabajo posibles. El trabajar
sin tasa ni medida, el sacrificarse en el propio oficio ó profesión, engendra los
héroes, los mártires, los espíritus anormales, aunque en muchos casos dignos
de aplauso y loa, pero cuya conducta no puede tomarse como tipo para establecer
las reglas que deben ser fijadas para el gobierno de los más, de las muchedumbres.

— 424 —
Suponed que, en lugar de ser el catedrático quien fija el programa, así como
hay tiendas de libros donde cada cual compra el que le place, en uno ó varios
tomos, según sus gustos ó sus dineros, hubiera tiendas de programas de examen,
en donde los hubiera de todas clases, extensos y reducidos, fáciles y difíciles,
pero que con todos se pudiera ganar curso, y que cada estudiante tuviera
facultad para elegir libremente el que le gustara. ¿No se agotarían pronto los
fáciles y cortos, mientras perdurarían en los anaqueles y estantes los largos y
difíciles? ¿Acaso no hay, para uso de alumnos libres trashumantes, hasta mapas
en los que se indica en cuál Universidad se cuela mejor en tal ó cual asignatura?
Suponed que los estudiantes, no la ley, hubieran de fijar el número de días
lectivos y la duración de las clases; suponed que se votara entre ellos si habían
de ser las cátedras alternas ó diarias, siempre en el supuesto de que, cualquiera
que fuese la solución, permitiría ganar él curso. ¿Creéis que pedirían los
más clases diarias de dos horas ó alternas' de una? Es seguro que la mayoría
tendiese á la segunda solución.
En tal postura, sólo podría reobrar contra ella el rigor de los profesores,
ayudado por padres y Gobiernos. Si frente á esa tendencia natural se alzase
lo que gráficamente llamaba un catedrático la guillotina del suspenso, si el
ambiente social fuera propicio al catedrático riguroso, podría ser un remedio
—dentro del sistema—la dureza en exámenes y castigos; pero no ocurre así:
son varios los casos en que he visto censurados por las más á dignísimos profesores,
quienes deseaban tratar con rigor á los alumnos; en muchas ocasiones
se me han acercado padres lamentándose de los perjuicios graves que les
irroga el que durante el veraneo permanezcan sus hijos atados al estudio para
ser examinados en Septiembre, y en todos he oído el mismo concepto: «Ya ve
usted, tiempo les queda para estudiar lo que no sepan; la cuestión es que
ahora no pierda el curso.»
Es decir, que como esto, el ganar el curso, es el único objetivo, y el problema
tácitamente planteado es el de ganarlo con el menor esfuerzo, es naturalísima
la anticipación de vacaciones, siempre que la impunidad las acompañe;
y esto se logra merced á que sean todos los que falten, no uno solo.
La necesidad de este requisito motiva el aspecto violento de tales algaradas;
si la solidaridad y el compañerismo no imperan, la suerte de los turbulentos
será mala. Al llegar Junio los cazarán individualmente; además, sabrán
los que asistan más que los insurreccionados, habrán visto más experiencias,
más lecciones; es preciso evitarlo: ó todos ó ninguno.
Logrado esto, ¿quién deja para Septiembre, forma consejos de disciplina
ó suspende á diez ó doce mil estudiantes, tras de los cuales hay cincuenta ó
sesenta mil personas entre padres, tíos, tutores ó parientes, convencidos todos
de que á la Universidad se va á ganar el curso, y de que el no ganarlo les
irroga graves perjuicios, de que para estudiar queda tiempo?
Además, los escolares han aprendido la táctica de los obreros: echan delante
los chicos del Instituto, vocean, alborotan é intimidan en cada centro de

— 425 —
enseñanza los alumnos matriculados en otros distintos; contra eso sólo hay los
arcaicos medios, los Consejos de disciplina, que decretan castigos que luego no
se ejecutan porque pare una reina, ó viene una festividad ó cualquier pretexto
análogo, y aparece el indulto. Es la lucha de la ametralladora y la honda,
de la carga á la bayoneta contra la espada de caña. Y esto ocurre con la aquiescencia
de los unos y la indiferencia de los otros, y dura un año y otro este
problema, porque casi todos encuentran llano el que suceda así; lo cual prueba
que el luchar y el resistir es anacrónico, no está en el ambiente de la época...
III
Pero ¿por qué luchar? El gran Maestro, Nuestro Señor Jesucristo, ordenó
envainar la espada contra quienes le perseguían por sus ensoñanzas, y dijo
«que el que á hierro mata, á hierro ha de morir». ¡Castigar al alumno! ¿Por
qué? Porque no asiste á clase. ¿Poro hay algo más absurdo que el castigo por
tal motivo? Es legal, pero ¿es racional?
Apartad la vista de las Universidades, y teudodla á todos los demás lugares
donde se va á aprender, no á ganar curso: vais á un picadero á aprender
á montar á caballo, no para examinaros, sino para ir con seguridad sobre el
noble bruto; sois aficionados á la música, y vais á casa de un maestro, donde
aprendéis á tocar el violín para obtener luego así la subsistencia ó vuestra
propia diversión, no para examinaros; tenéis que hacer un viaje preciso por
Francia ó Inglaterra, y vais á aprender francés ó inglés para no sufrir las molestias
de un cicerone- nadie os ha de examinar, á no ser los franceses ó ingleses
entre quienes tenéis quo vivir. Para lograr esas enseñanzas, no vais solos;
al picadero, á la Academia de lenguas, á casa del maestro de música, vais
con otros compañeros. ¿Cómo es que en esos centros de enseñanza no hay anticipación
de vacaciones, ni huelgas violentas?
¡Ah! Es que aquí el problema es otro. No se trata de ganar el curso con el
menor esfuerzo posible: se trata de saber lo que se aprende con el menor gasto
posible de tiempo y de dinero; no es preciso pasar lista, ni poner faltas: el propio
interés espolea á los alumnos; la situación de los factores es opuesta: á la
primera falta del profesor fruncís el ceño; á la segunda, murmuráis por lo
bajo; á la tercera, os lamentáis con el compañero; después, si menudean, no
os declaráis en huelga, sino que buscáis otro maestro. Es que vais á aprender,
no á ganar curso.
Año tras año, huelga tras huelga, van nuestros alumnos aprobando asignaturas;
llegan, al fin, á la codiciada mota; un examen más les pone en posesión
del título, de ese diploma que podría ser definido «el derecho de excluir á los
no titulados del ejercicio profesional». Teóricamente, supone la oxistoncia de
plena capacidad para el ejercicio de la profesión respectiva; prácticamente, es
un papel más, un medio de aumentar los ingresos del Fisco, y un pernicioso
germen patógeno que infecta toda la enseñanza: por él hay exámenes, por él

— 426 —
hay grupos de asignaturas, por él hay obligación de asistir á clase, disciplina
que infringir alborotadamente; es la pieza central que sostiene la bóveda; quitadla,
y caerá ésta como el templo sacudido por Sansón; pero no os apesadumbréis,
porque, limpio que sea el solar, podrá edificarse construcción'más racional
y discreta.
No; no caeríamos en el salvajismo, como no caemos en él por los saberes ó
disciplinas que, aunque antes lo estuvieron, no están hoy reglamentados, mas
entregados á la concurrencia libre de los humanos; ¿son peores nuestras levitas
y gabanes que los gregüescos y ropillas de antaño, los mantos y coletos
que cosían maestros examinados? Aun dentro de lo intelectual, ¿no monta el
mismo público y la realidad la criba que nos cierno? ¿Son igualmente aptos y
capaces todos los abogados, médicos ó literatos que á la vez y con la misma
nota obtuvieron el título? ¿No se les diferencia luego? ¿Por qué no comenzar
á distinguirlos antes de que sean los sustentáculos de eso virus que todo lo
inficiona, del cual proceden todas las manchas del herpético á que antes me
refería?
Suprimid títulos, exámenes y asistencia obligatoria; dejad que labore lo
espontáneo; que el orden se establezca por los que disfrutan los beneficios que
ocasiona, y sufran ellos las consecuencias del desorden; que acudan sólo los
que de veras deseen aprender; que rodeen sólo á los dignos de enseñar; que á
esto se dediquen nada más los capaces de hacerlo; que cada cual busque lo que
necesite allá donde esté, y podréis suprimir las leyes penales académicas y los
Consejos de disciplina, pues habrán desaparecido las ocasiones de aplicarlos:
el cutis aterciopelado, fresco y sano, ocupará el sitio de la epidermis enferma.
Es el único medio eficaz y seguro de curar radicalmente la herpes académica.
IV
Pienso que estas doctrinas, patrimonio hoy de escasa minoría, llegarán al
fin á formar corriente de opinión tan fuerte que enderece la enseñanza por
estos derroteros; ni yo, ni quienes estos renglones lean, habromos de verlo,
que no ocurren tales transformaciones en un periquete. Antaño, todos los oficios
y profesiones estaban agremiados, y había títulos y exámenes en ellos;
vino una revolución, y cayeron todas las trabas y ataduras. Merced á esto, á
la vez que á otras concausas, han podido la Industria y el Comercio alcanzar
la altura en que todos las vemos; sólo'continúan agremiados, á uso medioeval,
los intelectuales, no todos, los que guardan la tradición antigua, los del trivium
y el quatrivium, reforzados por médicos y legistas. Cual un fósil social,
viven organizados así en las capas actuales; lo malo es que su respetable antigüedad
fascina á los nuevos, á los electricistas, á los chauffeurs, á los mecánicos;
y para ser respetables adoptan sus viejas mañas, sus exámenes, sus
títulos...
Preconozco que el medio es hostil y duro, pero yo no reblo; adelante, y

- 427 -
siempre en la brecha, defendiendo lo que estimo útil y justo, sin impaciencias,
actitudes trágicas, ni oposiciones destempladas de elemento díscolo ó ingobernable;
con respetuosa firmeza, con claridad meridiana, sin hipocresía,
sin miedo.
Zaragoza.1907.
EDUARDO IBARRA Y RODRÍGUEZ.
Mortalidad de niños menores de un año en Madrid.
La mortalidad de niños menores de un año es en todos los países en
extremo aterradora, siendo en la mayoría de ellos superior á la que ocasiona
la tuberculosis (1). De ahí que, desde remotos tiempos, se hayan propuesto
por médicos é higienistas multitud de medios para disminuir esta enorme
cifra, puesto que el problema es de suyo muy complejo, y en su resolución
entran múltiples factores.
De entre todos estos medios, que sería prolijo enumerar, dos de rociontísima
creación son los que, si no en todo, á lo menos en una gran parte, han
logrado obtener resultados verdaderamente notables: me refiero á los Consultorios
de niños de pecho y á las Gotas de leche, benéficos establecimientos,
donde á las madres se les enseña prácticamente el arte de criar á sus hijos, y
donde, á las que no pueden amamantarlos, se las provee de buena leche para'
suplir la de sus pechos.
Desde el punto y hora en que tales establecimientos se crearon, inmediatamente
se dejó sentir su beneficiosa influencia de un modo indubitable. La
cifra enorme de niños fallecidos dentro del primer año de la vida comenzó
paulatinamente á decrecer, y en algunas poblaciones de una manera rápida,
produciendo este descenso verdadero asombro.
Madrid ha sido siempre una de las capitales de Europa que ha acusado
mayor mortalidad, tanto general como de niños, hasta el punto de quo puede
considerarse como un verdadero baldón de ignominia, puesto que ello revela
el completo abandono por parte de los Gobiernos, autoridades y del mismo
pueblo, de cuanto á la higiene pública y privada se refiero.
En el Informe acerca de la mortalidad infantil de Madrid que presentó
el Dr. Ulecia á la Junta municipal de Sanidad el 6 de Marzo de 1902, hizo
ver que la proporción de niños menores de cinco años fallecidos desde 1896
á 1902 era de 39,70 por 100, y la de niños menores de un año, de 22,30 por 100.
Proponíanse en dicho documento varias medidas conducentes al fin de
(1) Véase Ulecia: Mortalidad de la primera infancia. Memoria presentada al Congreso de Deontologia medica,
celebrado en Madrid en el mes de Mayo de 1903.

- 428
aminorar esa extraordinaria mortalidad, y entre ellas, la creación de Consultorios
de niños de pecho y el reparto de cartillas higiénicas dedicadas á ilustrar
á las madres, enseñándolas nociones de higiene infantil, puesto que, en
verdad, el mal, no sólo reconocía, como muchos creen, la miseria y falta de
recursos, sino muy principalmente la ignorancia de los padres ó encargados
do los niños, en todo lo que se relaciona con la higiene de éstos.
El tiempo, gran maestro de verdades, ha venido pronto á demostrar que,
en efecto, la ilustración, la enseñanza de las madres, influye de una manera
directa y rápida en la resolución del problema de la mortalidad infantil. Vamos
á probarlo de una manera tan clara y precisa, que difícilmente nadie se
atreverá á refutar.
Primera prueba.—En 22 de Enero de 1904, se fundó en Madrid el Primer
Consultorio' de niños de pecho; y á pesar de que á un solo establecimiento do
este género no es posible que las madres acudan en número suficientemente
grande á recibir instrucción; á pesar, también, de que lleva poco tiempo de
existencia, su benéfico influjo se ha hecho sentir bien elocuentemente.
De los datos estadísticos que constan en el Registro del Excmo. Ayuntamiento,
resulta que en Madrid han fallecido niños menores de un ano:
1901
1002
1903
Años.
Niños.
3.730
3.090
3.277
TOTAL
10.097
1
1904
1905
1906 . .
Años.
Niños.
2 935
3 196
3.511
TOTAL
9.642
Es decir, que, comparada la mortalidad de niños menores de un año en los
tres que lleva de inaugurado el Primer Consultorio de niños de pecho, con
los tres anteriores, resulta que ha decrecido esta mortalidad en 455 niños;
dato elocuente, y que sería más evidente aún si, en vez de un Consultorio, pudiéramos
tener la suerte de que funcionara uno por cada distrito de Madrid.
Palmaria es, pues, la beneficiosa influencia de la propaganda de las nociones
de higiene entre las madres. Lo demuestra más aún el siguiente significativo
hecho: La Dirección de los Registros ordenó en Enero del presente año
que en todos los Juzgados municipales de esta corte se entregase á los padres,
al hacer la inscripción del nacimiento de sus hijos en los Registros civiles, un
ejemplar do la Cartilla higiénica paralas madres, de que es autor el sabio doctor
D. Rafael Ulecia. Para que se pudiera cumplimentar la orden, hizo el
mismo autor donación á dichos Registros de 18.000 ejemplares de la mencionada
cartilla, los cuales comenzaron á repartirse el 1.° de Febrero. Pues bien:
del ezamen comparativo de la mortalidad de niños de pecho en Madrid durante
los meses de verano (estación en que siempre, y en todos los países del
mundo, es mayor la mortalidad de niños), desde 1900 á 1907, resulta que
dicha mortalidad ha sido, según los datos que constan en el Registro del Ayuntamiento:

1900.
1901.
1902.
1903.
- 429
1.044
859
969
833
1904 916
1905 897
1900 .'... 1.006
1907 740
Es decir, que los dos veranos durante los que en Madrid ha decrecido la
mortalidad de niños de pecho han sido el do 1903, en que comenzaron á repartirse
en Madrid (1903 y 1904) unas 60.000' cartillas, y el del corriente
año 1907, en el que precisamente los Juzgados municipales están repartiendo
la referida cartilla al hacer las inscripciones do los niños reciénnacidos.
También se nota esta influencia haciendo un estudio comparativo por semestres
entre los años 1903 á 1907, en los que fallecieron niños menores de
un año durante ol
1903
1901
1905
1906
1907
Primer semestre.
1.642
1.425
1.682
1.620
1.501
En 1904 continuaron repartiéndose el mayor mímero de las 60.000 cartillas,
y en el actual y en dichos dos años es en los que se ve decrecer la mortalidad
de niños de pecho.
He aquí un cuadro todavía para que, al primer golpe do vista, se aprecien
los indicados efectos:
Resumen de la mortalidad en Madrid de niños menores de un año, durante el primer
semestre en el último septenio.
Febrero
Marzo
Abril
Mavo
MESES
TOTALES
I9OI
473
379
306
265
272
281
1.976
I9O2
1.041
944
797
G84
685
779
4.233
1903
378
306
284
269
205
209
1.642
1904
362
253
214
157
205
234
1.425
lieparto de
ranillas.
1905
403
327
265
211
226
250
1.C82
1906
268
288
313
235
232
284
1.020
I9O7
316
277
248
189
183
288
1.501
lieparto Jeioitillas
en lo»
liegistro».
La cifra de 15,40 por 1,000, que para nosotros constituiría el desiderátum,
preocupa grandemente á los ingleses, que estudian la manera de rebajarla. Y
fijándose en la mortalidad infantil, que achacan en gran parte á deficiencias

— 430 —
de alimentación, tratan de que el Estado dé gratis el lunch á los niños de las
escuelas públicas, lo que implica un aumento de 23 millones de libras esterlinas
en el presupuesto de Instrucción pública.
Además, el problema de la lactancia va á ser resuelto muy pronto por
medio de una ley, disponiendo que los Ayuntamientos proporcionen en condiciones
muy económicas leche de buena calidad á las familias que tienen niños
menores de dos años.
Datos son éstos que tomamos de la prensa de estos días. De las columnas
de Nueva Vida, popular revista de higiene que dirige el ilustre conde de Pinofiel,
reproducimos también los siguientes, que demuestran lo que va generalizándose
la lucha contra la mortalidad infantil:
«En Glasgow, el Comité de la Anderson and District Health Asociation
ofrece cinco libras esterlinas (125 francos) á las madres de cada uno de los
niños nacidos en el barrio más pobre de la ciudad, del 1.° de Enero al 30 de
Junio de 1907, que alcancen el primer año de vida.
»En Monaco, el Municipio ha consignado una suma de 125.000 francos
para combatir la mortandad de los niños.
»En Nueva York se disponen á luchar contra la oftalmía de los reciónnacidos,
distribuyendo disoluciones antisépticas de nitrato de plata para combatirla
y prevenirla.
»En Turín so va á proceder por el Ayuntamiento al reparto gratuito de
leche esterilizada entre los niños pobres.»
El Dr. González Alvarez, en su notable' trabajo Enfermedades de los
niños, hace un estudio completo de la mortalidad infantil en España, descubriendo
una mortalidad de 19,13 por 100, menores de un año, en Bilbao
(1897 á 1901), después de las campañas del Dr. Ancos, y en Madrid,
durante el mismo período de tiempo, una proporción de 23,31, merced á los
trabajos de los doctores Ulecia y Fatás.
Desde 1900, que morían en España 128.000 niños menores de un año, hasta
1905, descendió la mortalidad infantil en 20.000 niños (1).
No son, pues, ciertamente, desconsoladores los avances; pero la propaganda
en favor del niño, aquella que tiende á combatir la miseria de la madre y
su ignorancia, y á procurar para ella la mayor elevación social, no puede aún
darse por cumplida.
«Nada más conmovedor—dice el conde de Pinofiel—que el espectáculo
que presenció en el Consultorio del Dr. Ulecia. La vasta sala llena de bote
'en bote por sinfín de mujeres, teniendo en los brazos á sus pobres pequeñuelos:
unos raquíticos, llevando en las caritas impreso el sello de la miseria
fisiológica; otros ya sanos, vueltos á la vida por la virtud mágica del régimen
en su alimentación; y en el centro el médico filántropo dando consejos, escuchando
tristezas y quejas de la desgracia, y formándose, con rápida mirada,
(1) Sarabia: Mortalidad de niños menores de un año. Comunicación prosentada al Segundo Congreso internacional
de las'Gotas de leche, celebrado en Bruselas (Septiembre de 1907).

- 431 -
juicio exacto dol porqué de cada caso de los que por riguroso turno le presentan
en consulta.»
La obra de este hombre, como la realizada en tantos años de brillante y
asidua labor por el eminente Dr. Tolosa Latour y los Sros. Fatás, Sarabia,
Aguirre y Barrio, en Madrid; Vidal Solares y Coll, en Barcelona; Ferrer,
en Valencia, y Borovio y Seu, en Zaragoza, necesita el apoyo de los
Gobiernos, la propaganda do la prensa y la ayuda de todos.
Incalculable es el bien que significa librar de la muerte á tantos miles de
seres que, como dice muy bien el ilustre conde de Pinofiel, si hoy son consuelo
de sus madres, mañana serán hombres útiles á su Patria.
Portugal
MIGUEL DE SAMOS.
Las noticias de exportación.—Defensores oficiosos.
Es antiguo acliaque de los españoles el ocuparnos de Portugal tarde, pero con daño.
Salvo algunos artículos de crítica literaria, por los que, de vez en cuando, puede enterarse
nuestro público de que en Portugal se escribe, y se escribe bien, y algún telegrama
que entre las manos pecadoras de la censura, que lo mutila, y la fogosísima imaginación
del que aquí lo amplifica, queda convertido en. cualquier cosa menos en expresión
de la verdad, es frecuente que las publicaciones españolas otorguen lugar preferente y
atención más cuidadosa á cualesquiera insulsas noticias de las que facilitan las Agencias
telegráficas, respecto á lugares cuya situación ignora la mayor parte de los lectores, y
materias que nos tienen perfectamente sin cuidado, que á los sucesos ordinarios del país
hermano. Pero cuando en Portugal ocurre algo que se aparta de la normalidad, y en
España surge la fiebre de la información, podemos estar seguros de que comienza el
reinado del infundio en todas sus manifestaciones.
Aun me acuerdo de aquellos días en que ocurrieron en Porto algunos casos do peste
bubónica. Encontrábame yo en la invicta ciudad, permanecí allí parte del tiempo que
duró la epidemia, y no se me olvidan las terroríficas noticias que por España circularon
entonces.
Admiré, como admiro ahora, las creaciones de la fantasía; pero—¡válganos Nuestro
Señor de Mattosinhos!—que una cosa es averiguar y decir la verdad, y otra es darse
á la inventiva y relatar cuentos de las mil y una noches.
Con ocasión de la crisis política que Portugal atraviesa, circularon algunas noticias
capaces de hacer galopar á un caballo de bronce. Parecía que habían resucitado el Rey
D. José I y el marqués de Pombal, que el hoy pacífico y abandonado fuerte «da Junqueira»
había vuelto á tomar el antiguo aspecto feroz de Bastilla portuguesa, y que en
los calabozos donde sufrieron los Tavoras y el conde de San Lourenco, y enloquecieron
Alorna y el P. Malagrida, se escuchaban de nuevo ruidos de cadenas y ayes de prisioneros
torturados.

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Pero no. Ni el Rey enamoradizo é indolente ni el marqués inexorable han resucitado,
ni en el fuerte lúgubre hay más prisioneros que las ratas que pululan por sus desmantelados
calabozos, y las lagartijas que corren por sus agrietados muros. Los horrores de
la prisión política han pasado ya á la Historia, así como en día venidero, y acaso no lejano,
por honor de la civilización, se empeñarán nuestros descendientes en demostrar que
sólo en la leyenda cabe admitir páginas tan vergonzosas de la intransigencia humana.
Que el estado de la cosa pública en Portugal no es completamente tranquilizador,
salta á la vista; que el Gobierno emplea medios de represión no acostumbrados, aunque
más bien molestos y vejatorios que crueles, es evidente; que la situación de los partidos
monárquicos de oposición na es desembarazada, es certísimo; que el Gabinete Joao
Franco ha concitado todas las malquerencias de la gente política, es innegable. Pero
de ahí al malestar profundo, á la rebelión inminente, á la indisciplina de la escuadra,
al destierro de elevadas personas, á la prisión de hombres públicos significados, media
más distancia que entre la Arcada, donde los desocupados de Lisboa comentan relatos
y acogen rumores, y los más acreditados talleres de confeccionar infundios que, para
asombro de los europeos, posee la, en eso, portentosa Yanquilandia.
Y menos mal que se ha reaccionado en tal materia; que plumas expertísimas, aunque
algo tendenciosas por el fervor de los ideales, han puesto los puntos sobre las íes,
y que la gente se va convenciendo, no sin que algunos lo sientan, de que en Portugal
no ocurre cosa alguna espeluznante.
Ya que ha pasado la racha, hay que procurar que no se repita; hay que aquilatar
bien las informaciones; hay que depurar las noticias por el tamiz de la verosimilitud,
teniendo en cuenta el carácter portugués y el ambiente en que aquella política se desarrolla,
y no pasar, como hemos pasado ante muchos portugueses, la plaza de fabricantes
de noticias inexactas, en perjuicio de aquel hermoso país.
* *
Si los portugueses de ideas avanzadas no tuvieran tan despierto el sentimiento patriótico;
si no fuese para ellos tan molesta y hasta ofensiva toda ingerencia en los asuntos
nacionales, cuando esa ingerencia viene del este, deberían sentir imborrable gratitud
y ferviente entusiasmo por los defensores que, con espontaneidad encantadora, le surgen
del lacio acá de la frontera. Un día ge da en el Parlamento portugués un golpe teatral
con vistas al entusiasmo de la galería, mediante unas cuantas frases gruesas contra la
suprema magistratura del país, frases que en la culta Alemania y aun en la democrática
Noruega hubiesen hallado más severo correctivo que eh Lisboa encontraron. Pues
entusiasmo y felicitación al canto, siquiera los felicitados, temerosos de incurrir en impopularidad
por sobra de iberismo, los acogieran con desdeñosa complacencia, y apenas
protestaran con sordina y por fórmula de la expulsión de los portadores de un mensaje.
Otro día se le antoja á cualquier corresponsal visionario ó desaprensivo suponer nuestra
posible intervención. Pues en seguida, y para que los portugueses duerman tranquilos
y digieran sin dificultad las torradas com manteiga tomadas con el cha de la
ñocha, no falta aquí quien arranque una declaración de neutralidad respecto á las cuestiones
de orden interior en Portugal, dando por resultado que allí, no sólo no agradezcan
el celo con que algunos españoles amparan la autonomía lusitana, sino que se despierten
recelos y se nos dé á entender que cualesquiera que fuesen nuestros propósitos, y
con ó sin declaraciones oficiales, el pueblo portugués, sin distinción de matices, trataría
de impedir tal inmiscusión.

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Y á los que duden de mis afirmaciones, recomiendo la lectura de un artículo que,
bajo el título «Portugal e Hespanha», ha publicado el importante periódico portuense
Jornal de Noticias.
Decididamente, los abogados de oficio que la libertad portuguesa tien,e en España,
están poco afortunados. Si conociesen el verdadero sentir del pueblo portugués por algo
más que por el artículo apasionado y colmado de todos los enconos déla lucha política,
ó por la interviú preparada y efectista, se harían cargo de que más simpáticos nos
hacen en Portugal el silencio y la moderación, que esos cuidados por una libertad cuya
medida conocerán, sin duda, mejor que nosotros, los que hayan de disfrutarla. Y si á
tanto obliga la fe en los ideales, y tanto empuja la fuerza de las aspiraciones, vean si
aquí nos sobran libertades; y si no nos sobran, cuídense de conquistarlas para nuestro
propio goce antes que de velar por las de otros, que, aun siendo nuestros hermanos,
viven en casa aparte. En estas cuestiones, y aunque el dicho popular no refleje la moral
más pura, la caridad bien ordenada empieza por uno mismo.
Méjico
La moral en acción.
SALVADOR DÍAZ-BERHIO.
Un episodio interesante de la vida del general Díaz.
Acaba de publicarse en Méjico un librito por todo extremo interesante: intitúlase
Moral en acción, y relata en forma anecdótica, llena de amenidad, diversos rasgos de
la vida del ilustre presidente mejicano.
Don Amado Ñervo, nuestro colaborador, qué ha tenido la amabilidad de enviarnos
dicho libro, nos señala, entre otras, las siguientes páginas, que se refieren á dos evasiones
del general Díaz, prisionero de los franceses en Puebla durante la guerra de
Intervención, y que tienen un interés superior al de una novela de aventuras, por lo
palpitante del relato, hecho en parte, con encantadora sencillez, por el héroe mismo de
la empresa, y por su rigurosa exactitud histórica.
Helas aquí:
Encerrado con otros jefes como prisionero de guerra, y con centinelas de vista, en
una casa de la calle de la Victoria, en la ciudad recién tomada (Puebla), al saber que
se le iba á llevar al extranjero, con valor, resolución y serenidad, sin imitadores entre
los demás prisioneros, se quitó el uniforme, se cubrió con el sombrero y el sarape de
un visitante, y salió de la casa sin apresurar siquiera el paso, saludando al capitán
francés Grallanü, que mandaba la guardia, lo conocía y estaba de pie en la puerta. De
este saludo dependía el éxito de la evasión, porque el centinela acostumbraba á dejar
pasar á los que saludaban al capitán, cosa de que el observador prisionero se había dado
oportuna cuenta.

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Apenas había salido, cuando el susodicho capitán reflexionó que la fisonomía del que
le había saludado le era conocida; recapacitó, recordó á quién pertenecía, buscó entre
los presos, y así supo, algo tarde, que acababa de escapársele uno de los más peligrosos.
*
Sin perder momento, se dirigió el general Díaz á Méjico, á ponerse á las órdenes
del presidente Juárez, quien le propuso que se encargase del Ministerio de la Guerra
ó del mando de algún cuerpo de ejército. El agraciado rehusó lo primero; y merece comentario
aparte esta negativa, porque fue un rasgo notabilísimo de acendrado patriotismo,
de sincera modestia y de rara abnegación. Terminantemente declaró que no se
creía digno de ocupar ese elevado cargo, ni quería que se lastímase con su nombramiento
á otros jefes más antiguos, que, naturalmente, se creerían postergados; además, hizo
notar que los jefes conservadores que acababan de ponerse al servicio de la República,
podrían disgustarse y comprometer la situación. El hecho de haber aceptado un puesto
secundario, fatigoso y peligrosísimo, y de haber emprendido y logrado como simple
jefe la reorganización, mejor dicho, la creación de un ejército que era cabalmente la obra
hercúlea que se esperaba realizara como ministro, demuestra su noble afán de defender
sin descanso y efectivamente, con las armas en la mano, á la Patria ultrajada, sin perjuicio
de servirla también políticamente, dotándola de lo que siempre le había faltado
para poner fin á sus desdichas: un ejército leal, disciplinado y fuerte. De manera que
cuando el presidente Juárez le pedía solamente su inteligencia, el general Díaz dio
además su sangre¡ y para ello eligió el sitio más peligroso en el campo de la lucha, y
rehusó e! que se le ofrecía, brillante y exento de peligro.
Aquí comienza la epopeya militar del general Díaz, entregado ya á sí mismo y libre
de trabas su genio. Sin embargo, todo induce á creer que hasta ese momento aun no se
había perfeccionado su concepto de las causas reales de la tremenda crisis en que amenazaba
hundirse nuestra nacionalidad, ni había concebido las ideas fundamentales del
plan regenerador que más tarde debería comenzar á poner en ejecución, y mediante el
cual habría de lograr, por un esfuerzo de energía y de perseverancia de que no hay
otro ejemplo en la historia, engrandecer y hacer feliz y respetada á la Patria mejicana.
Mas para que su criterio se formara y la verdad apareciera evidente á su perspicacia
genial, fue, sin duda, necesaria la cadena de desengaños que sufrió, y fue indispensable
que acopiara la suma de observaciones directas y de rudas experiencias que
hizo des le que, á raíz de su fuga de Puebla, se encargó dol mando de un cuerpo de
ejército, todavía como subalterno del inepto general Garza, hasta que, ascendido ya á
divisionario, pero entristecido por la amargura de las causas que le obligaron á rendirse
en Oaxaca, volvió á Puebla nuevamente prisionero.
¿Qué voluntad habría perseverado en la empresa, y cuál fe se habría conservado
viva y ardiente después de aquella expedición, primero á las órdenes de Garza, luego
como jefe del ejército del centro, ejército poco menos que imaginario, y en el que cada
día, éste se desbanda, aquél deserta, el otro traiciona y el de más allá cae muerto de
miseria? ¿Quién no habría ce lid) á proposiciones tan tentadoras como las que sin cesar
recibía el general Díaz del invasor, por medio de Uraga, de Dublán y de otros muchos
terceros, cuando para desecharlas sólo tenía en compensación las chicanas federalistas
de Esperón y de Cajiga, que no querían que Oaxaca resistiese á la invasión, y los manejos
traidores de sus más queridos oficiales, que le redujeron á rendirse con honor,
antes de ser entregado por algún Judas? ¿Y todo esto como fruto de una marcha homé-

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rica á través de las sierras de Michoacán y Guerrero, y como resultado de haber hecho
prodigios de actividad y de industria para armar y equipar el segundo ejército de oriente,
que se fortificó en Oaxaca?
De tantas decepciones y de tamañas dificultades, el general Díaz sacó lecciones preciosísimas
y el propósito de recomenzar con más vigor, pero por otro camino. He aquí
lo verdaderamente admirable y ejemplar de la perseverancia de este hombre: dirigirse
siempre al mismo fin propuesto, sin vacilaciones ni desmayos, pero buscando los mejores
medios y aprovechando las lecciones de la experiencia.
Así, cuando el general Díaz, sin enarbolar bandera de tregua, sin pedir armisticio,
sin garantía ni formalidad alguna, se dirigió bajo el fuego contrario, acompañado solamente
de los coroneles Ángulo y Echegaray, de su Estado Mayor, á rendirse al general
Bazaine, que tenía su cuartel en la hacienda de Montoya, cerca de la plaza sitiada de
Oaxaca; y cuando el jefe francés le dijo que celebraba que «volviera de su extravío» y
que renunciase á «hacer armas contra su soberano», lo primero que hizo el rendido,
con riesgo inminente de que le fusilaran allí mismo, pues no tenía que esperar consideración
alguna, fue responder, con su habitual valor civil, que «nunca había tenido ni
tenía más soberano que el pueblo mejicano»; que «no se adhería al Imperio, ni le reconocía;
que le era tan hostil como lo había sido mientras estuvo al pie de los cañones;
pero que la resistencia era imposible y el sacrificio estéril, porque no tenía hombres
ni armas». Con su habitual prudencia, el general Díaz quiso ir acompañado, no por
temor, sino para que hubiese testigos de su entrevista con Bazaine, y nadie pudiese
sospechar siquiera de su lealtad.
Furioso Bazaine, más que por la firmeza de la respuesta, por el desaire que envolvía,
le reprochó duramente que hubiese violado la promesa que supuso había hecho en
Puebla de no volver á tomar las armas; pero el general Díaz replicó que no había hecho
tal promesa, ni la haría jamás.
En el acto ordenó Bazaine á su secretario, Napoleón Boyer, que buscase en el libro
donde creía que estuviese asentada la protesta del general Díaz. Obedeció Boj'er; pero
al avanzar en la lectura, fue bajando la voz y acabó por leer para sí. Comprendió Bazaine
lo que esto significaba, y al punto cambió de actitud, avergonzado por su violencia,
y se mostró deferente y cortés con el prisionero. Tan poderosa es la influencia y tan
grande el respeto que ejercen é inspiran los caracteres nobles, honrados y firmes.
Sin embargo, aun tuvo que sufrir vejaciones y pasar amargos trances el general
Díaz antes de verse de nuevo encerrado en las prisiones militaros de Puebla: primer6
en Loreto, luego en Santa Catarina, y por último en el convento de la Compañía. Durísimo
fue el trance de pasar vencido y desarmado ante multitudes hostiles; más duro aún
volver prisionero al lugar mismo de donde se fugara lleno de esperanzas. Pero ¿acaso
entibiaron su fe ó cansaron su constancia estos reveses? Al contrario: todo eso y los
siete meses de prisión siguientes sólo sirvieron para darle nuevas energías y, lo que
valió más, ideas nuevas que debería utilizar en la realización definitiva y completa de sus
firmes propósitos; pues seguramente que las meditaciones profundas y serenas á que ese
espíritu privilegiado debió entregarse durante su segundo cautiverio, fueron el origen
de la serie de triunfos y aciertos posteriores de quo hoy cosechamos los opimos frutos.
Mas, á fin de cerrar dignamente este capítulo, debemos dejarle al héroe la palabra
para que narre un hecho admirable en que la perseverancia, el valor, la audacia, la serenidad,
la prudencia y hasta la hidalguía so, pusieron en juego: su segunda y última
evasión del cautiverio. Únicamente el que llevó á cabo esta hazaña romancesca, que se
ha creído fabulosa por lo osada, tiene derecho á referirla, y puede hacerlo como debe:

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«En Puebla fuimos entregados á fuerzas austríacas y nos encerraron en tres prisiones
distintas, poniendo á los generales, coroneles y tenientes coroneles en la fortaleza
de Loreto. Allí nos juntamos con otros prisioneros liberales... Estando en dicho fuerte
de Loreto, nos volvieron á amonestar, como había sucedido cuando la rendición de Puebla,
para que protestáramos no volver á tomar las armas contra la intervención y el
Imperio, y protestaron todos, menos el general Santiago Tapia, el coronel Castellanos
Sánchez, el capitán de Artillería Ramón Keguera y yo... Para conseguir las protestas,
llegó á amagarse á alguno ó á algunos, entre ellos al teniente coronel oaxaqueiio don
.rosé G. Carbó, con fusilarlos á media noche... Después nos pasaron al convento de
Santa Catarina.
«Pusieron en mi celda á Benítez y á Ballesteros; pero un día fingí motivo de desagrado
con ellos, y solicitaron del preboste que les diera otra habitación; se la concedieron,
y entonces comencé á preparar mi evasión, para lo cual me dediqué á hacer una
mina en el lugar que quedaba debajo de mi cama.
«Estaba situada mi celda en el piso alto del edificio, sobre una capilla que había habitado
una monja que pasaba por milagrosa, y en la cual capilla podía verse un pozo,
cuya agua tenía, según la tradición, virtudes medicinales. Ese pozo me servía para depositar
la tierra que sacaba de mi obra. Cuando la labor llegó abajo del cimiento macizo,
seguí haciendo una galería horizontal hacia á la calle, que estaba pared de por
medio.
»A los cinco meses de estar en Santa Catarina, nos trasladaron súbitamente al convento
de la Compañía, por lo cual no pude continuar mi obra de evasión.»
¡Cómo contrasta la serena concisión de esta frase con lo doloroso y desesperante
del hecho que refiere! Cinco meses de afanes, de angustias y de penosísimo trabajo
empleado en hacer la horadación, todo perdido, aniquilado por una orden de cualquier
tiranuelo militar de la guarnición austríaca. ¿No era esto para desesperar, no era para
abandonar la empresa y confesarse en altas lamentaciones vencido por la suerte? El
general Díaz ni aun se quejó; solamente los débiles se duelen y retroceden ante las
adversidades, y dejan las cosas á medio hacer. Los fuertes, los sanos de alma y cuerpo,
los buenos, como acabamos de verlo, se limitan á referir el mayor contratiempo como
un incidente sin alcance, y continúan su obra, porque jamás les faltan recursos para
ello, y hasta suelen sobrarles energía y serenidad para hacer gallardías, para desafiar
al enemigo, y para mostrarse caballerescos y superiores á todos los hombres y en todas
las situaciones.
Habla el héroe:
«Había quedado en el mando de la plaza el barón Juan Schizmandia; el jefe nato
era el conde de Thum, que había salido á campaña por la sierra de Puebla. El teniente
Schizmandia me permitía ir al baño acompañado de un sargento austríaco, que me seguía
como sombra á todas partes, y molestándome esto, no volví á pedir permiso. Entonces
me ofreció que me acompañaría él personalmente. Lo hizo así; pero usó de muchas
precauciones, como ocupar un sofá frente al cuarto donde me bañaba, y prohibir
que fueran ocupados los cuartos contiguos... Exceptuando esta vigilancia, me trataba
con mucha cortesía, y, después del baño, una vez me llevó á almorzar á su casa, luego
me invitó á ir á los toros y me condujo hasta en la tarde á mi prisión. No volví á aceptar
invitaciones de esta especie, por no exponerme á que se creyera que estaba próximo á
aceptar el Imperio. Después me dejó que anduviere en libertad por la ciudad, esperando
de mi honorabilidad que no le comprometiese con mi fuga.
»Estas consideraciones para conmigo costaron caro al teniente Schizmandia, pues

— 437 —
cuando volvió de su expedición el conde de Thum, le hizo fuerte extrañamiento y le
puso en arresto porque había relajado mi prisión...
»E1 conde de Thum ordenó la clausura de las ventanas de nuestras celdas, no obstante
que tenían fuertes rejas de hierro, clavándolas y reforzándolas por dentro con
maderos, de modo que estábamos obligados á usar luz artificial aun en el día... Aumentó
también el servicio de centinelas de día y de noche, disponiendo que éstos entraran
á toda hora en las celdas á hacer su vigilancia, ó se estacionaran en ellas á su arbitrio.
Sobre mí descargó especialmente el general Thum sus iras, y esto me hizo resolverme
á abreviar la realización de una evasión que preparé para el IB de Septiembre; pero coincidiendo
la focha con el aniversario de la Independencia, no pude realizar mi propósito,
porque estaban muy iluminadas las calles de Puebla, en virtud de la festividad cívica
que se celebraba, y la aplacé para el día 20.»
Es de advertir que si el conde de Thum «descargó especialmente sus iras» sobre
el general Díaz, fue porque en la primera entrevista que aquél tuvo con el temible prisionero,
le pidió una vez más que firmara la eterna protesta de no combatir contra la
invasión; el general Díaz tornó á negarse cortésmente, pero con la firmeza en él característica.
Después, pasados algunos meses, pretendió el conde que, por lo menos, ordenara
al general republicano Juan Francisco Lucas que no fusilara á los «aliados»
—traidores mejicanos—que hiciese prisioneros. Contestó el general Díaz que, en razón
de su cautiverio, no tenía mando, ni el general Lucas estaba á sus órdenes. Mas como
el conde de Thum sabía que el ilustre jefe republicano era obedecido desde la prisión
lo mismo que libre, puesto que desde allí había firmado el despacho de general para
D. Luis Pérez Figueroa, se enfureció con la negativa y prorrumpió en amenazas de vejaciones,
que cumplió puntualmente. La contestación digna y serena del general Díaz
fue que las amenazas sólo sirven para intimidar á los pusilánimes, y que el señor conde
estaba en su derecho para extremar la vigilancia, como él, á su vez, lo estaba para procurar
evadirse.
He aquí un admirable rasgo de hidalguía, digna de los tiempos caballerescos. Teniendo
la ciudad por cárcel y la libertad al alcance de la mano, con sólo montar el caballo
que durante todo ese tiempo le tuvieron preparado día y noche sus fieles, no se
evadió por no comprometer al generoso teniente austríaco, que se había confiado á su
honor; mas tan pronto como un soldadón insolente y crecido por la superioridad material
de que por el momento gozaba, le oprime, le encierra y pretende humillarle y atemorizarle,
el alma de acero del vencido reacciona y lleva á cabo una de las hazañas que,
relatadas en un capítulo de novela, parecerían inverosímiles.
Tratábase de salir sin ayuda humana de un antiguo convento de muros altísimos,
donde se le vigilaba como queda dicho, y sin contar con más elementos que una daga y
una reata, que, por temor de que se la quitasen, llevaba á toda hora consigo, arrollada
al cuerpo, sobre la ropa interior, á pesar de lo que le atormentaba. La reata le fue introducida
al baño, oculta entre la ropa limpia. Esta empresa dejó, sin duda, mny por
debajo y completamente opacada la del escalamiento de Santo Domingo, en que le ayudó
su hermano Félix, quien por entonces se hallaba harto lejos, en tierra extranjera, trabajando
á su vez por la Patria.
Dejemos al héroe nuevamente la palabra, para que refiera cómo realizó su proeza:
«En la tarde del día 20 (Septiembre de 1865), había yo añadido y envuelto en forma
de esfera tres reatas que me proponía emplear en mi evasión, dejando otra en reserva,
y una daga perfectamente aguzada y afilada...
»E1 teniente coronel Guillermo Palomino y el mayor Juan de la Luz Enríquez, mis

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únicos confidentes entre mis compañeros de prisión, invitaron á jugar naipes á todos los
prisioneros la noche en que me evadí, para evitar que anduviesen por los corredores.
«Después del toque de silencio me fui á un salón destechado, convertido por esa
circunstancia en azotehuela. Llevaba conmigo las tres reatas envueltas en un lienzo;
las arrojé á la azotea, y con la otra reata que me quedaba lacé una canal de piedra que
me pareció muy fuerte, lo que hice con muchas dificultades, porque no podía distinguir
bien la citada canal, dado que no había más luz que la de las estrellas de una noche
muy obscura. Me cercioré de la resistencia de aquel punto de apoyo, y luego subí por la
cuerda á la azotea; quité en seguida la cuerda que me había servido para subir, y recogí
las dos que había tirado de antemano.
»Mi marcha por la azotea para la esquina de San Roque, punto escogido para mi
descenso, era nruy peligrosa, porque en la azotea del templo, que dominaba todo el convento,
había un destacamento y centinelas que tenían por objeto vigilarnos desde las
alturas. Toda la azotea está formada por boveditas que corresponden á cada una de las
celdas. Deslizándome entre las medias esferas y arrastrándome pecho á tierra, fue
como anduve buscando el punto para el descenso... A menudo tenia que suspender mi
marcha y explorar con el tacto el terreno, porque había sobre las azoteas muchos pedazos
pequeños de vidrio, que hacían ruido al tocarlos... Además, eran muy frecuentes
los relámpagos, á cuya luz podía ser descubierto. Llegué por fin á tocar el muro del
templo; y como allí no podía verme ya el centinela, sino inclinándose mucho, seguí de
pie y fui á asomarme á una gran ventana que daba á la guardia de prevención, con el
objeto de ver si había alguna alarma. Corrí allí peligro: la ventana cedió, abriéndose
á un ligero empuje; el piso era muy inclinado y resbaladizo por las frecuentes lluvias,
y, sin poderlo remediar, resbalé, habiendo estado á punto de rodar al precipicio.
»Para llegar á la esquina de la calle de San Roque, por donde me había propuesto
descender, era necesario pasar por una parte del convento que servía de casa al capellán,
quien tenía el antecedente de haber denunciado poco antes á los presos políticos
que habían hecho una horadación que fue á dar á su casa, en virtud de cuya denuncia
fueron fusilados al día siguiente.
»Bajé á la azotehuela de la casa del capellán en momentos en que entraba un joven
que vivía en ella, y que probablemente venía del teatro, pues estaba alegre y tarareaba
una pieza. Esperé á que se metiera en su cuarto; pero á poco salió con una vela encendida
y se acercó al lugar donde yo estaba; me escondí para que no me viera á su
paso, y esperé á que regresara. Cuando consideré que había tiempo para que se hubiera
acostado y acaso dormido, ascendí á la azotea del convento por el lado opuesto al que
me había servido para bajar, y seguí mi camino á la anhelada esquina de San Roque, á
la cual llegué al fin.
»Hay en ella una estatua de San Vicente Ferrer, que era la que yo me proponía
usar como apoyo para fijar mi cuerda. El santo oscilaba al tocarlo, pero tenía probablaraente
una espiga de hierro que lo sostuviera. Para mayor seguridad, no fijé la cuerda
en él, sino en la piedra que le servía de pedestal y que me pareció bien fija.
»Pensé que si descendía yo de esa esquina para la calle directamente, podía ser visto
por algún transeúnte en el acto de descolgarme por la cuerda, y por ese motivo me propuse
bajar previamente hacia un lote que estaba solamente cercado. No sabía yo que
allí había un chiquero de marranos.
«Corno al comenzar á descender giraba un poco la cuerda, el roce que sufría yo por
la espalda ocasionó que la daga que llevaba en el cinturón se saliera de la vaina, cayera
sobre los cochinos é hiriera probablemente á alguno, porque hicieron mucho ruido, y

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todavía más cuando me vieron descender entre ellos. Tuve que dejar pasar un rato para
que se aquietaran. Subí luego á la cerca del lote que daba á la calle, y tuve que retroceder
violentamente, porque en esos momentos pasaba un sereno haciendo su ronda y
examinando las cerraduras de las puertas. Cuando se hubo retirado, después de un rato
saltó á la calle.»
***
¡Qué contraste entre lo intensamente dramático del episodio y la tranquila sencillez
con que lo narra el protagonista, que en esa aventura jugó la vida de cien maneras! La
explicación de tal contraste es evidente: para ese hombre extraordinario, el cumplimiento
del deber, aun á costa de la vida, es cosa llana y trivial. Más todavía: por no darle
importancia al suceso, en su relato omite detalles verdaderamente asombrosos: se olvidó,
por ejemplo, de decir que, ya libre en la calle, pero en peligro inminentísimo de ser descubierto,
reaprehendido y fusilado en el acto, tuvo la sangre fría inverosímil de despertar
á un sereno dormido en su puesto.
—No te duermas—le dijo, tocándole en el hombro.
—No, jefe—contestó el guardián, poniéndose en pie.
Este rasgo de audacia no fue Tina balandronada inútil, sino que tuvo por objeto deapistar
al guardián en caso de alarma, pues no era creíble que el prófugo le hubiese
hablado.
Y el peligro era tan serio, que, al día siguiente, el conde de Tlium ofrecía mil pesos
al que entregase muerto ó vivo al general Díaz. Por su parte, un señor Escamilla, entonces
jefe político del distrito poblano de Matamoros, ofreció otros mil pesos por la
captura; primas ambas que, felizmente, ninguno pudo ganar. Lo curioso fue que este
perseguidor del general Díaz se tornó más tarde en espontáneo y entusiasta partidario
y defensor del plan de la noria, con la fuerza de caballería que entonces mandaba.
Hizo más el general Díaz: entre la peana del San Vicente de piedra y las cuerdas
que le sirvieron para descender, dejó dos cartas de despedida: una dirigida al teniente
Schizmandia; la otra, al burlado conde de Thum, y que merece ser conocida. Hela aquí:
«Muy señor mío: El teniente Schizmandia, que tiene una idea justa de mi carácter,
supo asegurarme, dándome toda la franqueza que le fue posible, sin tomarse ni la
libertad de exigir mi palabra de honor, que nunca habría comprometido. Con el señor
Schizmandia sólo tenía la obligación, que tácitamente me impuse, de no comprometer su
responsabilidad, generosa y oficiosamente empeñada á mi favor; nada contraje expresamente
al aceptar esa gracia que tampoco solicité; y, sin embargo, nunca he estado más
afianzado en mi prisión que durante el goce de aquélla; pero usted, que no conoce á los
mejicanos sino por apasionados informes, que cree que entre ellos no hay sino hombres
sin honor y sin corazón, y que para conservarlos no hay otros medios que la custodia y
los muros, me ha puesto en absoluta libertad, sustituyendo con estos ineficaces lazos
los muy pesados é indisolubles con que hábilmente el mencionado Schizmandia me había
reducido á la más completa inacción.
»En Papantla y Veracruz tengo prisioneros del cuerpo que usted dignamente manda
y á quienes se da el mejor trato posible. Si usted quiere que arreglemos un canje por
otros de los míos que aun quedan presos, mande á Papantla un comisionado, y yo le
ofrezco que quedará contento del éxito. — Porfirio Díaz.-»
Estas dos cartas fueron halladas en palacio por D. Matías Romero, entre los papeles
que dejó Maximiliano; por cierto que la carta para el hidalgo teniente austríaco te-

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nía una nota reveladora de que había sido reprendido á causa de su conducta con el
general Díaz.
Éste, que nunca ha olvidado los favores recibidos, cuando tuvo noticia de que su
amigo Schizmandia se encontraba entre los prisioneros que había en palacio, después
de la toma de Méjico, envió desde su cuartel general de Tacubaya un carruaje para
que llevaran al oñcial austríaco á su presencia; y entonces, después de saludarlo cariñosamente,
le sentó á su mesa, le presentó con su familia y le colmó de atenciones. Más
tarde, cuando iba á salir del país, el general Díaz cuidó de que tuviera toda clase de
comodidades y garantías para él y para los que le acompañaron.
¿Qué lección de hidalguía, de perseverancia y de patriotismo puede darse más viva y
profunda que la que encierra esta conducta? Con justicia, los soberanos europeos, que por
tradición secular se consideran fuente de honor, cubren á porfía el pecho que tales sentimientos
encierra con las condecoraciones más ilustres y privilegiadas de que disponen.
República dominicana
Movimiento literario y artístico.
Los literatos y los artistas dominicanos son flores, no sólo de la misma estación, sino
del mismo suelo, del mismo ambiente, de coloración y fragancia tan semejantes, que, en
puridad, puede juzgárselas flores homogéneas.
Respecto de ese movimiento en la República dominicana, cabe decir k> que expresaba
no ha mucho un orador sobre la tumba de José Joaquín Pérez, al referirse á la labor
ministerial de este espíritu egregio: «Era una flor derramando aromas sobre un cráter.»
Una breve ojeada á la turbulenta historia del pueblo establecido por España en la
isla, actualmente reducido á la República dominicana, pondrá ante nuestro espíritu un
siniestro campo de combate, en que la sociedad, menesterosa de orientación científica,
ansiosa en todo tiempo, pero alejada de la relativa educación cívica, indispensable á
toda colectividad humana, se agitaba incesantemente como fiera perseguida, primero en
la era colonial, para eludir los ineludibles males en que se resolvían los sistemas administrativos,
depresivos y estériles, á que la sometían sus lejanos dueños; después, para
arrojar de su seno vergonzosas ocupaciones de invasores sanguinarios y salvajes; más
tarde, para rectificar á sangre y fuego grandes errores políticos cometidos en su nombre
y sin su asentimiento por gobernantes irreflexivos é ignaros que la misma perturbación,
social levantaba hasta las más altas esferas; y, finalmente, la inacabable contienda civil
que, hija de un desastroso estado social en que no podía sostenerse y menos aún prosperar
ninguna de las prerrogativas del saber, ha constituido el medio ambiente de todas
nuestras generaciones. Por ello representa el singular contraste conque sorprende
gratamente al que lo penetra alguna vez, el relativo florecimiento de las Bellas Artes en
el país, El alma delicada del poeta, del escritor, del artista, es arpa que vibra al suave
influjo de impresiones que no brotan de ella misma, sino que, en parte, crea el ambiente
en que esa misma alma se produce y vive. Su alimento, sus alientos, su vida misma,
proceden del medio en que respira, de los horizontes que ante sus ojos iluminan auroras
rientes y amorosas, tan llenas de celajes y de luz como de susurros y de trinos, ó que

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poetizan crepúsculos serenos, bañados en el dulce misterio del silencio, de la paz, de la
Naturaleza opulenta, pródiga de bienestar, de salud é inspiración.
Excepcionalmente ha alzado la poesía himnos de vida desde los ergástulos, y del
triste seno de los hospitales trovas de placer y de alegría.
En.nuestra Patria, y ante el espectáculo sombrío de su historia política, son casi
inconcebibles las inspiraciones de los organismos cuya labor intelectual es á manera de
reflejo luminoso en la noche obscura y triste de nuestra vida de zozobras y de luchas. No
parece sino que nuestros intelectuales, al nacer, trajeron á la vida dos fuerzas singulares:
la que ha sido manantial cristalino de sus pasiones y de sus ensueños, y la que los
ha sustraído al influjo deletéreo del medio que los envolvía por todas partes, y de la
cuña al sepulcro, como sombra de tempestad, como inundación incontenible de miasmas
que vientos impetuosos esparcen, llevando á todos los ámbitos el desaliento y la
muerte.
«Causa admiración, en verdad—dice el atildado publicista Américo Lugo—, el nacimiento
de las letras entre nosotros, que tal vez no deba mirarse sino como un renacimiento,
aunque, como dice Gastón F. Deligne, las letras no salieran antiguamente de
nuestras aulas. Una fama persistente señala dónde fue la Atenas del Nuevo Mundo; y
las familias de Heredia, Delmonte, Pichardo, Rojas, gloriosos despojos fueron del naufragio
de la nacionalidad española de la isla, con que la ola de la emigración enriqueció
la literatura de otros pueblos.
»Todas aquellas galas y flores, que sólo se ostentan en un ambiente de civilización y
de cultura, estaban proscritas de nuestro suelo por aquella época, después que se hubo
levantado la losa de ese sepulcro de un pueblo que se llamó la ocupación haitiana. La
poesía y las artes no han florecido ni fueron cultivadas con esmero, sino cuando, á fuerza
de sufrimientos y calamidades sin cuento, se aprendió á reposar un poco de las discordias
civiles. Los cortos momentos de paz y sosiego á largos intervalos disfrutados,
marcan las palpitaciones del pensamiento paralizado al punto por una revuelta á mano
armada. Puede decirse que es nuestra literatura la hija del dios Marte, breve flor de
fuego, como las chispas que lanzan las hogueras. Santo Domingo era como un peñón
perdido é ignorado en medio del Océano, sin relaciones, ni luces, ni virtudes, cuyos habitantes
eran hambrientos lobos ocupados en devorarse los unos á los otros. ¿Cómo pudieron
los Delmonte, Peña y Reynoso, los Perdomo, hallar tiempo, espacio, reposo ni
ilusión para cantar en donde se rugía, y amar donde se odiaba, é iluminar esas tinieblas
y endulzar tanta tristeza?
»De las sombras de la dominación haitiana salieron, sin estímulos ni medios, los
Gal van y los Merino, alcanzando rápidamente las letras patrias su mayor esplendor en
la siguiente generación literaria, para decaer luego, no obstante los esfuerzos nobilísimos
de los Deligne, en manos de la generación actual.
»Las causas principales de la adulteración y olvido con que casi todos nuestros autores
escriben el castellano, son la falta de numerosas relaciones con la antigua madre
patria, el desapego de los clásicos, y la preferencia que otorgamos á las obras francesas.
«Nuestra poesía es lírica, generalmente subjetiva, hija de circunstancias individuales,
no colectivas.
»La única vez que la colectividad ha impulsado al numen, la poesía logró alcanzar
maravilloso apogeo. El pecho de Salomé Ureña, José Joaquín Pérez y César Nicolás
Penson, se inflamó con los ideales de la Sociedad «Amigos del País», cuna de nuestra
literatura, Sociedad benemérita que nació, según el Dr. Francisco Henríquez y Carvajal,
«el día en que la tiranía de los primeros seis años llamó al anglo-sajón americano
6

— 442 —
para cederle la República, y nació para protestar». El crimen de la actual generación
es haberla dejado morir.
»Si los jóvenes, menos divididos por sus opiniones políticas, creasen otra «Amigos
del País»; si estudiasen mejor á nuestros antiguos escritores y poetas; si al par del influjo
literario contemporáneo, sintiesen con igual devoción el de los clásicos, clara y
eterna fuente de belleza, las letras patrias obtendrían en breve admirable desarrollo, y
nuestra poesía lírica volaría ligera á ocupar el primer puesto en el Parnaso hispanoamericano.»
Divídese en tres períodos nuestro movimiento literario.
Nada corresponde á la .República de las glorias intelectuales que convirtieron la isla
en la Atenas del Nuevo Mundo, en la época famosa que centralizó en este hermoso suelo
antillano la dirección política del Continente, y no consideramos propia sino la labor
intelectual iniciada en la parte española de la isla ya muy entrado el siglo XIX, labor
bastante pobre, en efecto, pero ilustrada por el mérito que sobre ella refleja la pobreza,
ó mejor dicho, la ausencia de medios y ambiente intelectuales en aquellos días obscuros
y tempestuosos.
Iniciaron nuestra vida intelectual Manuel J. Delmonte, Manuel M. Valencia, cultivadores
de la poesía, y Antonio Delmonte y Tejada, y otros que de intento unimos en un
solo grupo con Juan Pablo Duarte, Félix M. Delmonte, Félix Mota, F. Dávila Fernández
de Castro, Javier y Alejandro Ángulo Guridi, Nicolás Ureña de Mendoza, Encarnación
E. de Delmonte y algunos más, asimismo anteriores en su mayoría á la fundación
de la República.
La generación literaria siguiente, acaso la primera genuinamente dominicana, por
haberse producido con posterioridad á esa fundación, está constituida principalmente por
Ulises F. Espaillat, Pedro F. Bono, Emiliano Tejera, Fernando A. de Merino, Manuel
de Jesús Galván, José G. García, Manuel de Jesús de Peña y Reynoso, Francisco Gregorio
Billini, José Francisco Pichardo, Josefa A. Perdomo, Rafael Abreu Licairac,
Mariano A, Cestero, Manuel Rodríguez Obijío, Francisco X. Amiama, Carlos Nouel,
G. Moreno del Cristo, M. M. Gautier y algunos más.
Constituyen la segunda generación literaria, que ha florecido después de la Restauración,
Salomó Ureña de Henríquez, José Joaquín Pérez, Francisco Henríquez y Carvajal,
Emilio Prud'homme, Casimiro N. de Moya, Elíseo Grullón, José Dubeau, César
N. Penson, Federico Henríquez y Carvajal, Amelia Francasci, Apolinar Tejera, Juan
E. Moscoso (hijo); é ilustran la tercera, entre otros, Américo Lugo, Virginia E. Ortea,
José llamón López, Eugenio Deschamps, Miguel A. Garrido, Enrique Henríquez, Arturo
Pellerano Castro, Gastón F. Deligne, Fabio Fiallo, Rafael A. Deligne, Tulio
M. Cestero, A. J. Montolío, M. A. Machado, A. García Mella, F. García Godoy, Andrejulio
R. Aybar, A. García Gómez, José E. Otero Nolasco, Bartolomé Olegario Pérez,
Pablo Pumarol, Rafael Justino Castillo, Luis A. Bermúdez, Belisa A. de Pellerano y
Ulises Heureaux.
Sigue á esta generación un concurso notable de jóvenes intelectuales, que si algunos
de ellos no han definido aún su personalidad literaria, han revelado todos el dominio
de la facultad propia de los cerebros organizados para la actividad intelectual. Hay
entre ellos quienes son, no meramente promesas, sino elementos eficaces ya al enaltecimiento
de la cultura patria. Preside ese concurso, no obstante ser uno de los más jóvenes,
Pedro Henríquez Ureña, consagrado por el voto de propios y extraños como literato
y como crítico, y le siguen Porfirio Herrera, Max. Henríquez Ureña, Valentín Giró,
Apolinar Perdomo, G. Alfredo Morales, Enrique Montano (hijo), Juan Tomás Mejía,

— 443 — '
Osvaldo Bazil, Luis Cohén, Francisco Eugenio Moscoso, Bienvenido S. Nouel, Rafael
O. Galván, Miguel U. Alfau, Pablo .Franco Bidó, Juan Cheri Victoria, Adán Aguilar,
J. A. Hungría, Francisco Pereira (hijo), A. Nanita, Domingo Villalba y R. Emilio Jiménez.
Esta última generación literaria puede decirse que está en formación, sin embargo
de ostentar ya algunos nombres familiarizados con la notoriedad, porque la constituyen,
en su m,ayor parte, elementos muy jóvenes aún. Además de los citados, que
son los que más frecuentemente dan á la prensa producciones de carácter literario, existe
en la República un núcleo intelectual importante á todas luces, y cuyas fecundas labores,
en todas las diversas esferas del saber, enaltecen cada día el nombre de la Patria.
La mujer dominicana ha tomado y toma también no escasa parte en el movimiento
intelectual del país, especialmente en aquellos departamentos en que prendió, floreció
y fructifica el saludable influjo de la reforma educacional implantada por el sabio pedagogista
Eugenio M. de Hostos, reforma que, según expresa el mismo Lugo, inició lo
que pudiera llamarse literatura nacional, porque reformó por completo la enseñanza,
propagó el amor al estudio, y vertió tan sano y abundante caudal de ideas en nuestro
ambiente, que puede comparársele á un faro radiante que, al señalar los escollos cercanos,
alegra y guía las embarcaciones distantes. Esa reforma obligó á acrecentar los conocimientos
propios de cada uno, que por algo se compara á la verdad con el sol, y los
adversarios mismos del reformador sintiéronse impulsados por su potente personalidad
literaria y avanzadísimas ideas.
La salvadora reforma halló en Santo Domingo, en la egregia poetisa Salomé Ureña
de Henríquez, un elemento femenil apto y preparado que consagró tales alientos á la
causa civilizadora, en lo que á la mujer correspondía, que no podrá hablarse jamás de
la cultura de la mujer dominicana sin considerar fuente pura y abundosa de esa cultura
á la poetisa educadora.
Un alto concurso de damas positivamente instruidas y virtuosas, frutos intelectuales
del antiguo «Instituto de señoritas», continúa hoy en la escuela, en la sociedad y
en el hogar la fecunda labor en que fue sacerdotisa la inmortal Salomé Ureña.
Como lo expresamos al principio de estas líneas, existe estrecha analogía entre el
.movimiento literario y el artístico en el país, siendo, naturalmente, el segundo inferior
al primero, sin embargo de lo cual, Arturo Grullo, Adriana Billini y Luis Desangles,
pintores dominicanos, han sido laurerados, respectivamente, en Exposiciones de París,
Habana y Puerto Rico. Adriana Billini es actualmente profesora de la Escuela de Bellas
Artes de la Habana, y Luis Desangles, director de la Academia de Pintura en
Santiago de Cuba. Aunque Grullón evoca en ocasiones los felices días que en un
tiempo consagraba á la amable tarea de transportar de la Naturaleza al lienzo exterioridades
iluminadas por la gracia, cuyo glorioso influjo vive en sus pinceles, el laureado
artista consagra ahora sus facultades al auge de la ciencia médica, campo erizado de
interioridades entenebrecidas por tristes realidades, pero que un éxito creciente endulza
un tanto, y que ha dado nuevos elementos á la pericia del famoso oculista para proyectar
sobre su Patria alguno de los destellos de gloria con que seguramente la hubiera
ilustrado el delicado pintor.
Brillan también en el país, en ese hermoso ramo de las Bellas Artes, con igual talento,
Julio Pou, Abelardo Rodríguez U., Leopoldo M. Navarro, Carlos F. Ramírez,
Juan B. Gómez, M. M. Sanabia, Elíseo Roques, Ramón Mella y Pedro M. Escoboza.
En escultura se han hecho ensayos estimables, aplaudidos dentro y fuera del país,
tales como el hermoso Uno de tantos, de Abelardo Rodríguez U., publicado con elogio
en diversas revistas europeas, y las cabezas de estudio de Ángel Perdomo, Francisco

- 444 —
González Lamarohe y del mismo Rodríguez U., justamente celebradas por la prensa
del país.
En música han descollado dos breves, pero fecundas generaciones, después de fundada
la República. En la primera, figura en sitio prominente José Reyes, autor del hermoso
Himno nacional, y síguenle, entre otros, Ildefonso Arte, maestro de una legión de
músicos notables, entre los cuales brillan profesores de positivo valer artístico, como
José Ovidio García y José Felíu, que han dado una multitud de discípulos aprovechados;
el maestro Martí, que formó artistas como José Román, y otros justamente celebrados.
En la segunda figuran ventajosamente, entre otros muchos, Juan Francisco Pereyra,
Alfredo Soler, José María Arredondo, Julio Acosta, Ramón Emilio Peralta, Antonio
Galván, José de Jesús Ravelo, Deogracia Ricardo, Manuel de Jesús Troncoso de
la C, Max. Henríquez IJreña, Gabriel del Orbe, Anníbal Alfonseca, Manuel de Jesús
Lovelace, Julio Monción, Manuel Polanco, J. de la 0. Alfonseca (hijo), Emiliano Espinal,
José M. Valera, Francisco Cerón (hijo), 'Julio Cestero Castro, Amable Nadal, Clodomiro
Arredondo, José Ovidio García Vila, Bienvenido Guerrero, Rafael Gómez, Mariano
Arredondo, Luis M. Cristian, Alfonso Aguayo y Gabriel del Castillo.
Han influido muy favorablemente al estímulo de las aficiones artísticas en el país
diversas é importantes Sociedades recreativas, como el «Club Recreativo de Damas»,
«La Fe en el Porvenir», el «Club del Comercio» y la «Unión Puertoplateña», de Puerto
Plata; el «Club de Damas», el «Centro de Recreo», el «Centro Artístico», el «Club
Santiago» y el «Centro lírico Ildefonso Arte», de Santiago; el «Club de Damas», el
«Club Unión», el «Octelo del Casino», y «Casino de la Juventud», de Santo Domingo;
el «Club de Damas» y el «Club Camú», de La Vega; «Luz del Porvenir», de Moca;
«Esperanza Macorísana», de San Francisco de Macorís; «La Esperanza», de Montecristi;
«2 de Julio», de Macorís del Este; «Club 19 de Marzo», de Azua; «Centro Banilejo»,
de Baní, y algunas más.
Al benemérito «Club Recreativo de Damas», de Puerto Plata, cabe la gloria de haber
iniciado con su fundación el actual movimiento hacia la cultura artística y social
de la mujer dominicana, y á su ejemplo se han fundado espontáneamente Asociaciones
del mismo género en todos los principales centros de la República.
A tenor de las Sociedades literarias «La Republicana», «Amantes de las Letras» y
la de «Amigos del País», de la capital, han consagrado laudables esfuerzos en pro del
enaltecimiento intelectual de la República las Sociedades «Amantes de la Luz», de
Santiago; «Liceo Puertoplateño», de Puerto Plata; «Propulsora del Progreso», del
Seybo, y «La Progresista», de La Vega.
A la primera se debe el teatro de la capital, cuya eficacia de largos años es generalmente
aplaudida; y la de «Amigos del País» ha realizado una labor honda de cultura.
Entre mil cosas de utilidad nacional, efectuó la publicación de obras tan notables, y
que tanto han levantado el concepto intelectual del país, como la voluminosa Historia
de Santo Domingo, por D. Antonio del Monte y Tejada; las poesías de Salomé Ureña
y las de Manuel Rodríguez Objío; sostuvo durante muchos años una escuela gratuita
memorable y una biblioteca pública, abierta con ejemplar perseverancia durante treinta
años, constituyendo su historia, llena de actos de altísimo civismo, acaso la historia
máa brillante y fecunda de todas las instituciones de su género que han existido en la
República y en las Antillas, é, indudablemente, una de las más meritorias y prolíficas
de toda la América latina.
ENRIQUE DESCHAMPS.

La Vida en los Ateneos.
Ateneo de Madrid
Escuela de Estudios Especiales.
Han dado comienzo las explicaciones de estas cátedras, en la forma que sigue:
DlAS Y HORAS PROFESORES CÁTEDRAS
Martes, de 5 á 0. . . J
Jueves, de 5 á 0. . .> D. Rafael Altamira Historia contemporánea de España.
Sábados, de 5 á 6..;
Lunes, de 7 á 8. . . .) ( Literatura contemporánea en el ex-
T , ,, . r, Í D. Pedro González-Blanco i ,
Jueves, de 6 a 7. . .) ( tranjero.
Martes, de 6 4 7...) \ Historia contemporánea de Europa y
-..-.. , n n , o i D. Alfonso de Arantave
Miércoles, de 7 a 8.)
Martes, "artes, de 7 á 8. . . \
\
(
.
America.
Viernes, de 6 á 7 . .> D. Augusto Barcia Legislación social.
Domingos, de6á 7.]
Viernes, de 7 á 8.. .\
D. Práxedes Zancada.. ,
Domingos, de 7 á 8.$
Historia de las relaciones de la Iglesia
y el Estado en los pueblos de
Europa y América desde unes del
siglo XV.
Conferencias dadas en el presente mes.
FEOHAS OONFERENOIANTES TEMAS
18 Noviembre.. D. Manuel B. Cossío Lectura de algunos trozos de su libro
Sobre el Greco, próximo á publicarse
21 ídem D. José Santos Chocano Lectura de algunas poesías inéditas
de su nuevo libro Fiat lux.
22 ídem D. Enrique Sánchez Torres Lo que dice la ciencia actual sobre
sus cuestiones fundamentales. Explicación
que el conferenciante se
da de la Morfología.

— 446 -
BIBLIOTECA
OBRAS RECIENTEMENTE INGRESADAS
Número.
NOMBRES
Los números que preceden al apellido
de los autores, Indican el lugar
que ocupa la obra en la Biblioteca.
150 - G - 21 Saglio (Edrnond). Dictionnaire des antiquités grecques
et rornaines. Tomo IV. Parte 1.
85 - C - 21
85 - C - 21
4G - D - 17
46 - I) - 17
46 - D - 17
85 - C - 20
85 - D - 19
85-C
a (número 2).—
París, 1901
Sánchez de Baena (Vizconde de). 0 descubridor do
Brazil, Pedro Alvares Cabral. Acad. R. das Scienc.
do Lisboa (Sec. de Scienc. Mor. e Pol.)."Nova serie.
Tomo VIH. Parte 2. a —Lisboa, 1900
Sentía Barcellos Christiano (José de). Subsidios
para a historia de Cabo Verde e Guiñe. Partes 1. a
y 2. a Acad. R. das Scienc. de Lisboa (Sec. de Scienciad
Mor. e Pol.). Nova serie. Tomo VIII. Part. 2. a
Tomo IX. Parte 1. a Tomo X. Parte 2. a —Lisboa,
1900-1902-1905
Sentenach (Narciso). Evolución de la escultura española.
Discurso leído ante la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando el 13 de Octubre
de 1907. Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Disc. Tomo X
Serrano y Fatigati (Enrique). Memoria de los trabajos
que realiza y de ios fines que persigue la Real
Academia do Bellas Artes de San Fernando. Discurso
leído el 21 de Febrero de 1907. Academia de Bellas
Artes de San Fernando. Tomo X
Serrano y Rüiz (Emilio). Instrumentos de teclado:
Importancia histórica é influencia que ejercieron en
el desarrollo del arte musical. Discurso leído ante
la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
en la recepción de D. José Tragó. Academia de Bellas
Artes de San Fernando. Tomo X
Sousa Monteiro (José da). Elogio histórico de José
María Latino Coelho, recitado na sessao publica
de 11 dezembro 1898. Acad. R. das Scienc. do Lisboa
(Sec. de Scieac. Mor. é Pol.). Nova serie. Tomo VIII.
Parte 1. a —Lisboa, 1900
Sousa (Viterbo). Trabalhos náuticos dos portuguezes
nos seculos XVI e XVII marinliaria. Acad. R.
das Scienc. de Lisboa (Sec. de Scienc Mor. e Pol.).
Nova serio. Tomo VII. Parto 2. a Tomo VITI. Parte
1. a Huscripcion.
Suscripción.
Suscripción.
Donativo.
Donativo.
Donativo.
Donativo.
—Lisboa, 1898-900
Donativo.
Sousa (Viterbo). Noticia de alguns pintores portuguezes,
e de outros que, sendo extrangeiros, exer-

Número
85 -C - 25
85 -0 - 24
85 -C - 22
85 -C- 22
85
- c-
22
189 -B- 37
128 - A - 28
4G - D - 17
191 - D - 20
85 -D- lí)
189 - A- 11
189 - A - 11
ISO - A- 11
- 44? -
NOMBRES
cerain em Portugal. Acad. R. das Scienc. de Lisboa
(Seo. de Scienc. Mor. e Pol.). Nova serie.
Tomo X. Parte 1. a Lisboa, 1905
Sousa (Viterbo). 0 thesouro do rey de Ceylas. Academia
E. das Scieno. de Lisboa. (Seo. de Sciencias
Mor. e Pol.). Nova serie. Tomo X. Parte 2. a
Sousa (Viterbo). Algunas achegas para a historia da
tinturaría em Portugal. Acad. II. das Scienc. de
Lisboa. (Seo. de Scienc. Mor. e Pol.). Nova serie.
Tomo X. Parte 1. a —Lisboa, 1905
Sousa (Viterbo). A livraria real, especialmente no
reinado de D. Manuel. Acad. R das Scienc. de Lisboa
(Sec. de Scienc. Mor. e Pol.). Tomo IX. Parte
1 a —Lisboa 1902 .
Sousa (Viterbo). A livraria da música do D. Joao IV
e seu index noticia histórica o documental. Academia
R. das Scienc. de Lisboa i^Sec. do Sciencias
Mor. e Pol.). Nova serie. Tomo IX. Parte l. íl —Lisboa,
1902....
Sousa (Viterbo). Manuel de Sousa Coutinho (Fr. Luiz
do Sousa) e a familia da sua mulher, Magdalena
Tavaros de Villena. Acad. R. das Scienc. do Lisboa
(Sec. de Scienc. Mor. e Pol.). Nova serio. Tomo IX.
Parte 1. a
Téllez y López (Juan). De espaldas al sol.—Madrid
(s. a.V .
Thiercelln. Maladies de l'intestin. V. Brouardel.
Nouveau traite de Médécine et de Thérapoutiquo.
Fase. XVII.—París, 1907
Tragó y Arana (José). Instrumentos de teclado: Importancia
histórica é influencia quo ejercieron en el
desarrollo del arte musical. Discurso leído ante la
Keal Academia do Bollas Artes de San Femando
el 7 de Abril do 1907. Academia de Bellas Artes de
Sau Fernando. Tomo X
Vandervelde (Emile). La Belgiquo ouvriére. Bibliothéque
Socialiste. Números 39-40. — París, 1906
Vasconcellos Abreu (G-.). A lenda dos santos Barlaao
e Josepliato. Acad. R. das Scienc. de Lisboa
(Sec. de Scienc. Mor. e Pol.). Nova serie. Tomo VII.
Parte 2. a -Lisboa, 1898
Verne (Julio). Alrededor de la luna (segunda parte
De la tierra á la luna). Versión española, ilustrada,
con grabados. Obras completas, tomo I.—Madrid,
Sáenz de Jlibera (s. a.)
Verne (Julio). Do la tierra á la luna. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo I.—Madrid, Sáenz de la Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Primera parte: Los hijos del capitán
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189 - A - 11
189 - A - 11
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189 - A - 12
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189 - A - 15
— 448 —
NOMBRES
Grant en la América del Sur; segunda parte: Los
hijos del capitán Grant en la Australia; tercera
parte: Los hijos del capitán Grant en el Océano
Pacífico. Obras completas, tomo I.—Madrid, Sáenz
de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Viaje al centro de la tierra. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo I.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Cinco semanas en globo (primera parte):
Viajes y descubrimientos por tres ingleses. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras complotas,
tomo I.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.). . .
Verne (Julio). Los ingleses en el Polo Norte. Primera
parte: Aventuras del capitán Hatteras; segunda
parte: El desierto de hielo. Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo I. — Madrid,
Sáonz de Jubera ( s. a.)
Verne (Julio). La isla misteriosa. Primera parte: Los
náufragos del aire; segunda parte: El abandonado.
Versión española, ilustrada con grabados. Obras
completas, tomo II. — Madrid, Sáenz de Jubera
(sin año)
Verne (Julio). Maese Zacarías: Un drama en los aires.
Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo II.—Madrid, Sáeiiz de Jubera
(s. a.)
Verne (Julio). Una invernada entre los hielos. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo IT.—"Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.).
Verne (Julio). La vuelta al mundo en ochenta días
(primera y segunda parte). Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo II.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El doctor Ox. Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo II.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). De Glasgow á Charleston. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo II. —Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Aventuras de tres rusos y de tres ingleses
en el África austral. Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo II.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s, a.)
Verne (Julio). Una ciudad flotante. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo II. — Madrid, Sáenz do Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Veinte mil leguas de viaje submarino.
Primera parte: Del Atlántico al Pacífico; segunda
parte: Del Pacífico al Atlántico. Versión española,
Jompra.
Jompra.
)ompra.
Compra.
Compra.
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Compra.
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Compra.
Compra.
Compra.

Número.
189 - A - 12
189 - A - 13
189 - A - 13
189 - A - 13
189 - A - 13
189 - A - 13
189 - A - 13
189 - A - 1S
189 - A - 13
189 - A - 14
189 - A - 14
189 - A - 14
189 - A - 14
— 449 —
NOMBRES
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo II.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Un descubrimiento prodigioso. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo II.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)..
Verne (Julio). Héctor Servadac: Aventuras y viajes
por el mundo solar (primera parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo III.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Las Indias negras. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo III.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Miguel Strogoff: De Moscou á Irkutsk
(primera y segunda parte). Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo III.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Descubrimiento de la tierra: Historia
de los grandes viajes y de los grandes viajeros.
Versión española, ilustrada con grabados. Obras
completas, tomo III.—Madrid, Sáenz de Jubera
(sin año)
Verne (Julio). La isla misteriosa: El secreto de la
isla. Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo III. —Madrid, Sáenz de Jubera
(s. a.)
Verne (Julio). Chancellor (El). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo III.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Martín Paz. Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo III.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El país de las pieles (primera y segunda
parte). Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo III.—Madrid, Sáenz
de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Héctor Servadac: Aventuras y viajes
por el mundo solar (segunda parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo IV.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Un capitán de quince años (primera y
segunda parte). Versión española, ilustrada con
grabados. Obras completas, tomo IV.—Madrid,
Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Los descubrimientos del Globo (primera,
segunda, tercera y cuarta parte). Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo IV.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Los quinientos millones do la princesa.
Versión española, ilustrada con grabados. Obras
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Número..
189 - A - 14
189 - A - 14
189 - A - 15
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189 - A - 15
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189 - A - 16
189 - A - 16
189 - A - 16
- 450
NOMBRES
completas, tomo IV.—Madrid, Sáenz de Jubera
(s. a.)
Verne (Julio). Los amotinados de la Bounty: Un drama
en Méjico. Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo IV.—Madrid, Sáenz
de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Los grandes na vegantesdelsigloXVI.il.
Primera parte: Los precursores del capitán Cook;
segunda parte: El capitán Cook. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo IV.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Los grandes navegantes del siglo XVIII.
Tercera parte: Los navegantes franceses; cuarta
parte: Asia, África y América. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo V.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). La casa de vapor (primera, segunda,
tercera y cuarta parte). Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo V.—Madrid,
Sáenz de Jubera(s. a.)
Verne (Julio). Los grandes exploradores del siglo XIX
(primera, segunda, tercera y cuarta parte). Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo V.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). La Qangada: Ochocientas leguas por
el río de las Amazonas (primera, segunda, tercera
y cuarta parte). Versión española, ilustrada con
grabados. Obras completas, tomo V.—Madrid,
Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Diez horas de caza. Versión española,
ilustrada con grpbados. Obras completas, tomo V.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). De Rotterdam á Copenhague. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo V.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). La estrella del Sur: El país de los
diamantes (primera y segunda parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo VI. —Madrid, Sáenz de Jubora (s. a.)
Verne (Julio). El archipiélago de fuego (primera y
segunda parte). Versión española, ilustrada con
grabados. Obras completas, tomo VI. — Madrid,
Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Kerabán el testarudo (primera, segunda,
tercera y cuarta parte). Versión española,
ilnstrada con grabados. Obras completas, tomo VI.
Madrid, Sáeaz de Jabera (s. a.)
Verne (Julio). Viajes extraordinarios: Escuela dalos
Robinsones (primera y segunda parte). Versión es-
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Número.
189 - A - 16
189 - A - 16
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189 - A - 19
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451
NOMBRES
pafiola, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo VI.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Viajes extraordinarios: El rayo verde
(primera y segunda parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo VI.
Madrid, Sáenz de .Tubera (s. a.)
Verne (Julio). Matías Sandorf (primera, segunda,
tercera, cuarta y quinta parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomos VI
y VII.- Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El náufrago de Cynthia. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomos VII y VIII.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.).
Verne (Julio). Norte contra Sur (primera y segunda
parte). Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo VII.—Madrid, Sáeuz de Jubera
(s. a.)
Verne (Julio). Un billete de lotería: El número 9.672
(primera y segunda parte). Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo VII.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Robur el conquistador (primera y segunda
parte). Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo VII. —Madrid, Sáenz
de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El secreto de Marton (sans dessus dessous).
Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo VIII.—Madrid. Sáenz de
.Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Familia siu nombre. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo VIII.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Dos años de vacaciones. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo VIII.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Gil Braltar. Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo VIII.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El camino de Francia, seguido de Gil
Braltar (primera y segunda parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo VIH. — Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). César Cascabel. Versión española, ilustrada
con grabados. Obras completas, tomo IX.—
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Mistross Branicau. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo IX.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El castillo de los Cárpatos. Versión
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Número.
189 - A - 19
189 - A - 20
189 - A - 20
189 - A - 20
189 - A - 20
189 - A - 21
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189 - A - 21
189 - A - 21
189 - A - 22
189 - A - 22
189 - A - 22
189 - A - 22
1»9 - A - 22
189 - A - 23
452 -
NOMBRES
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo IX.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.).
Verne (Julio). Claudio Bombamac: Notas de un corresponsal.
Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo IX.—Madrid, Sáenz de
Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Aventuras de un niño irlandés. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo X.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)..
Verne (Julio). Maravillosas aventuras de Antifer.
Versión española, ilustrada con grabados. Obras
completas, tomoX.— Madrid, Sáenz do Jubera (s. a.).
Verne (Julio). Lia isla de Hélice. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo X.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Ante la bandera. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo X.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El testamento de un excéntrico. Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo XI.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.).
Verne (Julio). Clovis Dardentor. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo XI.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El esfinge de los hielos. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo XI.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El soberbio Orinoco. Versión española
, ilustrada con grabados. Obras completas ,
tomo XI.—Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Segunda patria. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo XII.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). El pueblo aéreo. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo XII.
Madrid, Sáenz de Jubera (s a.)
Verne (Julio). Las historias de Juan María Cabidoulin.
Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo XII.—Madrid, Sáenz de Jubera
(s. a.)
Verne (Julio). Los hermanos Kip. Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo XII.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio). Los piratas do Halifax (primera y
segunda parte). Versión española, ilustrada con
grabados. Obras completas, tomos XII y XIII.—
Madrid, Sáenz de Jabera (s. a.)
Verne (Julio). Un drama en Livonia (primera y segunda
parte). Versión española, ilustrada ccn gra-
iompra.
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189
Número.
189 - A- 28
A - 23
189 - A- 23
189 - A - 23
458 —
NOMBRES
bados Obras completas, tomo XI.II.— Madrid,
Sáenz de Jabera (s. a.)
Verne (Julio). Dueño del mundo (primera y segunda
parte). Versión española, ilustrada con grabados.
Obras completas, tomo XIII.—Madrid, Sáenz de
Jubera (s. a.) .
Verne (Julio). Viajes extraordinarios: El volcán de
oro (primera, segunda y tercera parte). Versión
española, ilustrada con grabados. Obras completas,
tomo XIII. —Madrid, Sáenz de Jubera (s. a.)
Verne (Julio) Viajes extraordinarios: Invasión del
mar (primera y segunda parte). Versión española,
ilustrada con grabados. Obras completas, tomo XIII.
Madrid, Sáenz de Jubera (s. a )
Verne (Julio). El faro del fin del mundo (primera y
segunda parte). Versión española, ilustrada con
grabados. Obras completas, tomo XIII.—Madrid,
Sáenz de Jubera (s. a.)
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BIBLIOGRAFÍA
Zarza florida, versos de J. Muñoz San Román.
José Nogales ha hablado ya al gran público
de este poeta sevillano de tantos alientos.
Este libro suyo—Zarza florida -no es lo
primero que da, pero sí lo más sazonado.
Pero es una zarza florida, porque en estos
versos hay flores delicadísimas de zarzal
áspero, espinoso y duro.
La vida de este muchacho — que el poeta es
un muchacho—no ha debido ser venturosa,
y él ha querido reír á través de lágrimas. Y
en el zarzal de su vida brotaron las flores
blancas y suaves.
Es el prólogo — en verso — optimista y
abierto, y luego las composiciones que van
detrás, casi todas tristes y desgarradoras.
El poeta lleva en la mano un Santo Cristo,
penitente, pero en el fondo del alma
lleva una música.
Y aquí, en este libro andaluz, se ve la Andalucía
triste, seca, abrasada, tan intensamente
que sobrecoge. Esta Andalucía palpita
y vibra en las estrofas todas. «¿Por qué
ríes—dice el poeta al mozo—, si está seca
la tierra y hay hambre?... Porque la juventud
tiene que reir.>
¿Por qué ha de ser de justicia y de castigo
el sol que abrasa los campos? ¿Qué hemos
hecho para esto? ¿Es porque somos alegres?...
Y en unos romances, este poeta nuevo,
fuerte y brillante, nos da unas valientes notas
de pura cepa, españolísimas, castizas,
vestidas con la pompa del verbo moderno,
con el lenguaje flexible 3' suelto de hoy,
lleno de matices y de colorido.
Son estos romances tan castellanos, todos
delicados y madrigalescos, dulces, con una
suave alegría ó con una tristeza suavísima.
Y cuando es rebelde el autor de este hermoso
libro, tiene una rebeldía tan honda, obscura
y mansa, que hace pensar en las cosas
bien arraigadas y duraderas, en las ideas
que nacen de lo hondo, entre amarguras.
Ese dolor que nunca se abdica, porque la herida
de nuestro pecho es definitiva.
Hay en todas las composiciones que forman
este volumen de versos una gran origi-
nalidad y nervio. El. autor es un verdadero
poeta.
La pena de vivir es admirable, llena de
hastío y de cansancio. En el tiempo de las
vendimias, cuatro pinceladas, llenas de luz,
de risa, de frescura y de helenismo. Yo soy
un fervoroso..., el alma del poeta. Los romances,
como digo, castizos, de purísima
cepa, con jugo nuevo y traje rico y de hoy.
Job, algo inquietante y rebelde. El refugio,
Sevilla, La barca de mi vida, Eterno epitalamio...
No escojo, no cito, porque sería
larga esta nota. Pero todas ellas llenas de
belleza y de hondura.
Al final hay un manojo florido de madrigales,
como los viejos, pero con otro ropaje
más flexible, delicado y natural. Como están
escritos entre la risa de los arroyos y el desaparecer
del sol y el llamear de las flores,
son sinceros y no artificiosos, delicados, aromosos
y dulcísimos. Estos madrigales no
tienen rival en la literatura española del
día, en la de ahora.
Este es el libro de Muñoz San Román. El
poeta ha vivido y se ha criado en el campo,
en contacto con la tierra y cara al viento y
bajo el sol. Ha sentido latir la Naturaleza, y
ha oído el zumbido de las olas del viento, y
ha caminado por los ribazos, y bebido agua
de los arroyos en la mano...
No se ha formado su poesía con recuerdos
y esfuerzos imaginativos, sino que ha brotado
cual manantial fuerte de donde sale lo
sincero y lo hondo.
En suma: este libro, Zarza florida, es algo
que me parece vivificante, con sus aromas
de campiña, con sus quejas de campesino,
con sus rebeldías y con sus tristezas que
llorau falta de agua y fuego de sol, con sus
alegrías de amores y de luz de los campos.
Y el autor es un poeta que rápidamente alcanzará
puesto de honor entre los poetas españoles.
Léase Zarza florida, y, después de gozar
su belleza, se hallará justo este elogio.
* *
F. A.

Archivo de Historia de la Filosofía,por Adolfo Bonilla
y San Martín.
Acaba de publicarse el segundo volumen
del Archivo de Historia de la Filosofía, libro
que contiene los principales trabajos de investigación
realizados en la Universidad
Central por los discípulos del sabio catedrático
de dicha asignatura, D. Adolfo Bonilla
y San Martín.
«Continuamos - dice el citado profesor en
las primeras páginas del libro —persuadidos
de las poquísimas trazas de regeneración
filosófica que se advierten en nuestra patria,
merced á la influencia, cada día más patente,
de los cenáculos de todo género. En efecto:
sin independencia de espíritu no puede
haber originalidad filosófica; y la independencia
no es posible en esta desventurada
tierra, donde todo problema se traduce inevitablemente
en cuestión de partido, y donde
parece hallar explicación especial el ¡ay
del solo! del predicador.»
Sin embargo, merced á los meritísimos
esfuerzos del Sr. Bonilla, esta obra, en la
— 455 —
que colaboran sus discípulos más aventajados,
ha alcanzado desde el primer día generales
y unánimes elogios, singularmente en
el extranjero, donde ha llegado á decirse de
ella que imarque une des étapes les plus he-reúnes
de la renais.sance philosophtque de
l'Espugne contemporaine.»
El segundo volumen, recientemente aparecido,
contiene los siguientes estudios interesantes:
«La, idea del espíritu en la Ilíada
y en la Odisea», por Juan Eleizalde y
Breñosa; «Xenófanes de Kolofón», por Leandro
González Reviriego; «Los cínicos en Luciano
de Samósata», por Francisco Martínez
García; «Teoría aristotélica de la intelección»,
por P. Cristóbal Martínez; «Sobre
el hilo conductor de las categorías aristotélicas»
y «La idea del Tiempo en el lenguaje»,
por Adolfo Bonilla y San Martín. Termina
la obra una completa bibliografía.
oQo-
En resumen: puedo afirmarse que se trata
de una de las obras científicas de mayor relieve
entre las últimamente publicadas.
V. A. L.

La Revista " A T E N E O
SE PUBLICA MENSUALMENTE
JX3TX1? A. INSPECTORA E>)3 LA REVISTA
PRESIDENTE: D. Segismundo Moret y Prendergast.
CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS: D. Gumersindo de Azcárate, D. Rafael Salillas, D. José Manuel Piernas y
Hurtado, D. Amos Salvador y Rodrigáñez.—LITERATURA: D. Marcelino Menéndez y Pelayo, Doña Emilia Pardo
Bazán, D. Adolfo Bonilla y San Marlín, D. Carlos Fernández Skaia. —CIENCIAS FÍSICO-MATEMÁTICAS: D. Leonardo
de Torres Quevedo.—CIENCIAS BIOLÓGICAS: D. Santiago Ramón y Oajal.— CIENCIAS NATURALES: U. Manuel Antón
y Ferrándiz.—CIENCIAS QUÍMICAS: D. José Rodríguez Oarracido. —CIENCIAS INGENIERÍA: D. José Marvd y Mayer.
CIENCIAS HISTÓRICAS: D. Rafael Urefta, D. Rafael María de Labra, D. Juan Menéndez Pidal.—ARTES PLÁSTICAS:
I). Aureliano de Beruete, D. Joaquín Sorolla, D. Vicente Lampérez.—MÚSICA: D. Tomás Bretón, D. Cecilio de
Roda, D. Rudesindo Montoto.
España
Extranjero.
AFAEL SALILLAS, D. MANUEL ANTÓN Y FERRÁNDIZ.
COMISIÓN EJECUTIVA í I D. MARIANO MIGUEL DE VAL Y SAMOS, Secretario de Redacción.
PRECIOS DE SUSCRIPCIÓN Y DE VENTA.
Año.
24 ptas.
30 -
Los socios del Ateneo disfrutarán de un 50 por 100 de rebaja en todos los precios de la Revista.
La correspondencia de Redacción diríjase á nombre del Sr. Secretario de Redacción de la Revista.
Las .suscripciones, anuncios, pedidos y reclamaciones, al Sr. Administrador,
PRADO, 21 MADRID Teléfono núm. 242.
Número
suelto.
2,50 ptas.
3 —
Cada número de la Revista constará, aproximadamente, de seis pliegos.
En la Sección Bibliográfica se dará cuenta de todas las obras de algún mérito de las que se nos remitan
dos ejemplares; se destinará uno de ellos á la Biblioteca del Ateneo, y el otro será entregado á persona competente
en cada especialidad, con el encargo de redactar la correspondiente nota.
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indispensable des Artistes, Littérateurs, Compositeui-a,
Savants, Hommes politiquea, lJiiilonnnes, Commercants, Industriéis,
Financiers. Jui-isconsultes, Emdits, Invénteme, Gcna du
Monde, ETitrepi-eneuis, Kxploi-ateurs. Sportsmen, etc.s en les tenant
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Kux-mémes et sur tous lea sujets qni les mtéressent.
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Tarif réduit, paiemenl I Par 100 C'oupures, 25 franca.
(l'avance, sans pé- ) — 250 — 55 —
riode de temps li- ) — 500 — 105
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Tous les ordres son valables jusqu'á avia contraire.
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dt-s Sénateura, líéputés, Conseillers Municipaux et Conseillera
Généraux.
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Publication mensuelle: 12 franes par an.
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COMITÉ DE OIRECTION :
* * Gabriel SÉAILLES m *
Profesaeur á la Sorbonn*
* o Cb. SEIGNOBOS * *
Profeaaeur a I» Sorbonne
a 0 a G. SERGI a a a
Prof. a l'Univeralta de Konw
Collaborateurs de premier rang de tous
les pays

Galicia
LAS REGIONES
¡Que se fuese!...
Inédito.
—Esta tierra no tiene rey, sino que so somete al señor que le parece, y nosotros
lo vimos.
Así escribió Romisthal, viajero alemán que en 1466 visitó Galicia (1). Con
tan breve como categórica afirmación, da á entendor que el país gallego estaba
entonces sujeto al Poder real por bien efímeros lazos; que aquí no se sentía
la acción del superior jerarca; que on realidad se vivía separado (2); que la
muchedumbre gemía bajo el peso de una oligarquía brutal, y que el desorden
era completo, arriba, abajo, en los rangos feudales, que querían imponerse y
dominar, y en los populares, que los rechazaban y combatían. En tan dolorosos
momentos, los intereses del país se presentan en lucha con las pasiones que
dominaban en el corazón de los poderosos. ¿De qué parte se decidiría la victoria?
Nadie podía decirlo, porque ni el valor de los unos, ni el orgullo de los
otros, ni la misma necesidad de hacerlo eran bastantes á poner fin á las incertidumbres
y á la sangre de los diarios combates. Con desesperación peleaba
el noble contra los suyos, contra el pueblo, contra la ley, contra sus mismos
intereses. Otro tanto hacía el pueblo. Ciego en su cólera, regaba los campos
con su sangre, incendiaba castillos y viviendas señoriales, en una palabra, rasgaba
indiferente las entrañas vivas de la Patria, como si de esto gran desorden,
de esta suprema perturbación, debiera surgir un nuevo régimen que les librase
de la servidumbre que soportaban. ¿Qué furor se había apoderado de todos
en aquella sociedad combatida? ¿Quién lo dirá? Vese tari solamente, como en
una lejanía, el punto misterioso en que toda esperanza converge y en que
toda fuerza se abisma. Nada más; pues á pesar de que la denominada guerra
de los hermanarnos, y revueltas que la siguen, son en sus detalles de lo más
conocido, todavía nos falta penetrar en los limbos que la envuelven. Sabemos
los nombres de los caudillos feudales que entonces levantaron su espada, tanto
para herir á sus vasallos en rebeldía, como para combatir á sus iguales en el
poder, y fácilmente se sorprenden los odios y las traiciones que ora los unían,
ora los separaban por modo violento. Y aunque á la vista tenemos.ya con eso
(1) No en 1457 como supone el traductor, porque de la misma relación se desprende que Romisthal se hallaba en
Santiago cuando el sitio que á dicha ciudad puso Bernal Yáñez, y esto fue en Agosto de 14(36.
(2) Eco de esta afirmación, aunque la ignoraba, son las palabras de Vedia Goosens, en su Historia de la C'oruila,
página 33, para no citar autor del país: «Los autores coetáneos—dice—representan en estos tiempos á Galicia como enajenada
en cierto modo de la acción del Gobierno central.»

— 458 —
algo del exterior de tan sangrientos sucesos, mucho tal vez, aun quedan por
conocer en toda su realidad las intenciones y falsedades de aquellos hombres
sin corazón, y los ocultos móviles que les llevaban y traían á cada momento
indecisos. Y eso es libro sellado para siempre.
Fruto de las violencias feudales, la lucha brotó espontánea y violenta. Rotos
los diques que á todos contenían, los combates fueron diarios, obscuros,
pero siempre dolorosos y de sangre. Los nobles no sentían piedad alguna para
con sus vasallos; antes se extremaban en la represión, como quien conoce la
necesidad de la victoria.
Aumentando la común confusión del momento, muchos de ellos entraban
en la pelea por satisfacer odios de familia (1), por crearse una fortuna los que
carecían do ella (2), por aumentarla el que la poseía mediocre, por rivalidades,
por todo, menos por amor á la justicia, por amor á su país, por amor á Dios,
á quien herían con el espectáculo de sus discordias. No se detenían ante las
puertas do las catedrales ni ante las soledades del claustro. Los mismos hijos
de la. Iglesia mezclaban los impíos clamores á los clamores de la guerra, sus
perfidias á las perfidias del enemigo. En estas contiendas, los prelados de Saniiago
y Túy se nos presentan como guerreros y hasta como hombres sin. honor.
Los que no son capaces de tanto, huyen, dejando su rebaño á merced de los que
le perseguían. Después de la paz en que había vivido Galicia durante dos
siglos do paz y de olvido, despierta el pueblo, espoleado por la dureza de sus
señores, y se enciende una guerra fratricida en que las llamas del incendio y
desolación do los campos, el robo y la persecución, las iras del vencido y las
venganzas del vencedor, so unen á los sordos rumores que el gemido de los
desvalidos levanta por todos lados. Y los que amaban cuanto circula á través
del tiempo y do la naturaleza en paz con el hombre, tenían que inclinarse ó
perecer ante la furia irresistible que venía á turbar todos sus reposos: los del
alma, atribulada ante las escenas do muerte; y los del cuerpo, maltratados por
las tiranías materiales de los hombres.
iSTo empozó todo ello el día en que Alonso de Lanzós so vio jefe de los hermandinos
(1465). Venía de muy atrás. Gomo era do derecho, el primer chispazo
iluminó siniestramente en los lugares en que los Andrade ejercían su imperio.
Venció el señor, pero el fuego de la rebelión no se apagó por eso; antes
creció con el odio que la derrota encendió en el corazón de los vencidos. La
rebelión, repercutió bien pronto en otros lugares, y los de Lanzós. no más benignos
con sus vasallos que los de Andrade, tuvieron que combatirlos también.
Preparado el terreno para la lucha, ésta se sostiene viva una vez iniciada,
y renace aquí y allá, alimentada por las tendencias populares que decían
(1) Lanzós se puso al frente de las Comunidades para acabar con la casa de Andrade, de cinc era pariente muy cercano,
y ésta acabó con él, como con su notoria sencillez escribe Vasco de Aponte.
(2) «Ruy López de Agriar, de quien de suso liablamos, llamábanle Kny López da pena, porque tenia levántala la
pena de Cospeito; juró de nunca casar hasta tener treinta de á caballo; aquel día que á ello llegó lo mataron; la verdad
bien sabida no tenia para cinco escuderos.* (Aponte.)

— 459 —
servir varios señores (1), pero que no supieron sostenerlas ni hacerlas victoriosas.
Fue gran fortuna que los mismos acontecimientos trajesen aparejada la
paz. Deseábanla todos, excepto los poderosos, quo en el general trastorno esperaban
sacar á salvo derechos, no ya contestados, sino rechazados por los que
sufrían las demasías quo de ellos derivaban. En tan críticos momentos, fiados,
más que de la justicia que para ello asistía, de la suprema necesidad do decidirse
á poner fin á tantos trastornos, y afirmar de una vez la autoridad real,
vino en nombro do ésta á ejercerla un gobernador que, aunque sin fuerzas materiales,
traía á la mano las que le daban su representación, que eran muchas:
tantas casi como las que el país le prestaba con su apoyo. Para prevenir posibles
peligros, y en todo caso para hacerlos menores, los Eli. GC. crearon de
un solo golpe para Galicia dos nuevos poderes, la Audiencia y la Junta de
Gobierno, quo vinieron á sellar la paz deseada, poniendo fin á todo temor,
alentando á los animosos quo en ello habían puesto sus esperanzas. Constituían
ambas instituciones: la primera, jueces nombrados por la Corona, investidos
á un tiempo del poder de juzgar en derecho y el de gobernar el país; y
la segunda, como Cuerpo deliberante en cuyas manos so ponía el poder político
del país, cuya opinión había de manifestarse por medio do sus procuradores;
válvulas do seguridad que restablecieron el necesario equilibrio de
aquella sociedad desquiciada; especial redención de un país que, dudando de
la eficacia de las palabras y hasta de los esfuerzos quo en su beneficio so intentaban,
se resignaba á lo que la suerte lo deparase. Y así, cuando en la primera
reunión de la Junta, en Santiago, los enviados de los Reyes decían á los
procuradores quo fiasen en la realidad del auxilio quo en su ayuda Jes llevaban,
contestaron que era necesario que, así como traían poderes de los reyes
de la tierra para reunirlos, los trajesen del rey dol cielo para conseguir lo que
se deseaba. ¡Palabras que indican, bien claro por cierto, cuan grande era el
temor que se abrigaba de la inutilidad de los esfuerzos que se intentaban!
A pesar de ello, los espíritus superiores tuvieron más fe en el éxito, pues
veían que la nueva organización do los Poderes públicos en Galicia les daba,
más que la esperanza, la seguridad del amparo quo les ofrecían. ¿Qué perdían
en esperarlo? A sus ojos, la nueva legalidad venía á sustituir á la que perecía
en medio del desaliento de los que no sabían conservarla y del rencor de los
que la habían soportado. En adelante, la Junta de Gobierno dispondría do la
suerte del país, que gracias á ella tendría voz y voto en lo suyo, que era lo
que más importaba á los que, con una terca y soberbia ceguedad, habían sido
privados del derecho que les asistía do presentarse, hablar y votar en las Cor-
(1) Son importantes, pues esclarecen muchos puntos esenciales de las contiendas iniciadas anteriormente al 1458, los
Estatutos de la Hermandad gallega, formada en Santiago en dicho año, y en cuyos capítulos están de manifiesto los
males que el pais soportaba, y asimismo la manera como ciertos señores trataban de corregirlos, aumentando la autoridad
de que gozaban con la que de nuevo se investían, no tanto en defensa de los oprimidos, como en provecho propio:
que tanto pretendían los caballeros que en dicha Hermandad entraron, y las ciudades y villas que en ella tomaron
parte.

— 460 -
tes generales. Ya nada les importaba que Toro hablase por Galicia, ni que
Zamora se empeñase después en representarla, ni menos que el resto de las
ciudades castellanas y leonesas, con un despego inconcebible, se negasen á
recibir nuestra representación en las Cortes de Santiago del año 1520 (1). Los
disgustos que con tal motivo sufrieron, tanto el país gallego como el César,
pasaron pronto; mas para los soberbios que dieron motivo á ellos trajeron un
providencial castigo, pues nada como la historia para probar al hombre que
toda tiranía, todo desconocimiento de derecho, toda falta grave cometida con
los que son con uno, aunque diversos, uno mismo, queda impune. Y en verdad
que la severa lección que Galicia infligió á Castilla con tal motivo fue dura,
merecida, reparadora de la torpeza por ésta cometida. Porque ni Galicia, como
si tuviera empeñada su honra en conseguirlo, cejó en su intento de recabar el
derecho que le asistía de acudir á las Cortes por medio de representantes propios,
ni sus enemigos dejaron de experimentar los resultados de su repulsa.
La honda separación de relaciones, de sentimientos, de ideas en que hasta entonces
se había vivido, fue definitiva. Nada hay que llene ya el vacío que se
abrió entonces; los que se obstinaron en negarnos lo que de derecho nos correspondía,
añadieron á su injusticia las injurias con que nos honraron. La mar
que pase sobre ellas no borrará su mancha, como dijo el poeta. Siempre quedará
algo en el corazón de los maltratados, que se niegue á conceder, ahora
como entonces, el perdón que demanden los que siempre nos fueron hostiles.
El apartamiento de hecho en que vivió Galicia desde el siglo XIII al XVI
no se lo explicaban aquellos que apenas si nos conocían. Fortuna fue, por
tanto, que cuando, gracias á las iniciativas de los E.R. CC, volvió nuestro país
á la común legalidad, fuese con tales ventajas, que acusasen por entero, dentro
del Estado que se estaba consolidando, la personalidad del olvidado reino.
Este, por su parte, con el buen sentido práctico de que están dotados sus hijos,
comprendió en seguida la importancia de las reformas que se iniciaban y felicidades
que tiempos más bonancibles le traían. Satisfecho con su gobierno
particular, de que eran expresión la Junta de Gobierno y la Audiencia—que,
como dos hermanos gemelos, no acertaban á separarse del todo—; viendo que
los días que se anunciaban podían serle beneficiosos, no cejó en pedir el voto
en Cortes, como cosa debida á su honra; el establecimiento de la Casa de contratación
de la Especería en la Coruña, como debida también á las condiciones
y situación especial de su litoral en el comercio interoceánico que se inauguraba.
De las playas en que el rumor de sus olas llega en este momento hasta
nosotros como una salutación, salían las grandes expediciones para América;
materialmente, desde los primeros años de la dócimasexta centuria. Aquí se
(1) Martínez Marina (Teoría de las Cortes, tomo II, libro IV) hace notar que en las Cortes de Toledo de 1480 no se
hallaron más que diez y siete villas y burgos representados por sus diputados respectivos. Este mismo autor añade
que Toro hablaba por la villa de Palencia, por siete poblaciones de Campos y por toda la provincia de Galicia. ¿Cuándo
y por qué pasó este privilegio á Zamora? No se sabe. En un manuscrito de la Biblioteca Universitaria de Santiago
en que se trata ex profeso de este asunto, se lee ine, pasando los dos diputados de Galicia á unas Cortes, enfermaron
en aquella ciudad, y dieron á los diputados de Zamora poder cumplido para que hiciesen sus veces. De aquí arrancaron
según el manuscrito á que nos referimos, las pretensiones de aquella ciudad contra el derecho de este antiguo reino.

— 461 —
abastecían, y partían de aquí las naos, y se iniciaban las más importantes expediciones
al Nuevo Mundo. Aquí hallaba el marino á su vuelta refresco y amparo
seguro en los puertos de nuestra dilatada costa. Atentos los olvidados á
recabar cuanto pudiera interésateles desde el doble punto de vista de su libertad
y prosperidades de su comercio, no desperdiciaban ocasión para demandar
lo que más les convenía. Porque en aquello otro que de sus manos podía obtener,
se apresuraba á instituirlo y asegurar su existencia. Al amor de sus hijos
debió entonces la erección de la Universidad compostolana; á sus hijos, las rentas
necesarias para su dotación. En una palabra, la ensangrentada G-alicia del
siglo XV fue sustituida por otra Galicia poderosa, llena de esperanzas que, por
desgracia, no se cumplieron todavía. Con tal motivo, el espíritu nacional de
este país se reveló de golpe á los extraños. Cuando los IIR. CC. quisieron introducir
otra vez la Santa Hermandad, Galicia exigió, para aceptarla, que sus
jefes fuesen gallegos, y todos los oficiales elegidos por el reino. Cuando creó
y mantuvo su escuadra, no la confió sino á sus hijos; cuando vio que la Audiencia
se conservaba compuesta de ajenos al país, reclamó que entrasen los suyos
á formar parte de olla, para que entendiesen la lengua de los naturales; cuando
mayor era la burla con que fuera se acogía nuestra habla provincial, el P. Sarmiento,
el gallego más gallego de cuantos produjo nuestro suelo, la enaltecía
pidiendo que se ensenase por arte, que se predicase en gallego y que se estudiase
el latín.
Esta especial tensión del espíritu provincial creó fatalmente la tácita rebelión
manifiesta á través de todas las páginas de nuestra historia. Empieza con
los primeros años del siglo XVI; se acentúa en los amargos días que ofreció á
Galicia el XVII, en los cuales S3 extremó la befa tanto como la tiranía de los
extraños; llena todo el siglo XVIII, y todavía alienta en estos momentos.
Herida y mutilada por modo bárbaro en las instituciones que eran base de su
propiedad, herida en su honra, sólo halló amparo en los suyos, en aquellas
almas compasivas que le acompañaban en su dolor, en los hombres superiores
hijos de nuestro suelo, quienes, sintiendo como propios los dolores morales
que afligían á la familia gallega, trataron de fortalecer el espíritu público, y
salvar, si tanto era posible y de una vez para siempre, lo que nos era tan substancial
en el orden económico, que sin ello todo perecía. No se hable, pues, de
hermandad cuando al hermano se le echa á un lado, se le expolia y escarnece,
ni de igualdad si se le niega la justicia, ni de justicia si no se respetan las tradiciones
de un pueblo, ni su derecho, ni cuanto le pertenece por ley de la historia.
No hay que pedir amor á los que se aborrece y maltrata. El egoísmo y
las afrentas no son lazos para atar al hombre á quien le hicieron sufrir sus
tiranías.
Bien se vio esto en el especialísimo instante en que, aun no olvidada la
falta cometida en Santiago, se pretendió que la despreciada y vencida fuese
en auxilio de los á su voz despreciados y ya de antemano vencidos. ¡Castilla,
que acababa, no hacía un momento casi, de negar á Galicia su derecho á la
representación en Cortes, venía á pedirle que secundase el movimiento homi-

— 462 —
cida de las Comunidades! Movimiento homicida le llamamos, porque ni en realidad
sucumbieron en ViUalar las libertades de Castilla, sino las soberbias pretensiones
de la nobleza de las ciudades y su predominio en ellas, ni Galicia
tenía á la sazón que pelear gor libertad alguna, cuando acababan de sancionarse
las que le eran propias, con la institución de la Junta del Reino, que la
hacían una, distinta, libre. Y así, no sólo no se ocupaba más que de aquello
que directamente le interesaba, sino que combatía los disturbios castellanos,
en los cuales se pretendía envolverla. A tales pretensiones, contestaron la Corufia
y Betanzos, en 15 de Febrero de 1520, con una carta, en la cual, como si
fuese en su descargo, dicen «que los procuradores de la cibdad de Zamora, que
es en el reyno de castilla, por sí y pretendiendo tener voz y dro. por el dicho
reyno de gallicia», se habían confederado con Toledo en deservicio del Rey, y
que ambas ciudades protestan que aquella no era su voluntad, y sí ofrecían
«vidas, casas y haciendas» para ayudar al Monarca en su viaje á Alemania
para coronarse Emperador; «y por eso suplicamos á vra. magestad no de crédito
á la dicha cibdad á ninguna cosa que en nombre de este reyno aya pedido
ni pidiere». Aprovechando tan oportuna ocasión, los dichos Consejos de la Coruña
y Betanzos concluyen suplicando se les oiga en justicia contra Zamora,
«por ponerse como se pone syempre en querer hablar por este reyno, porque
no es cosa justa que una cibdad de otro reyno hable ni de voto por un reyno
tan antiguo como es este de galicia» (1).
A pesar de tan claras manifestaciones de la opinión general, no faltaron
por acá quienes pretendiesen encender el fuego de la rebelión; pero fueron
inútiles sus tentativas. El pueblo rechazaba las turbaciones; los que le gobernaban
en nombre del Poder real, teniéndose sobre aviso, las hacían imposibles.
Así, pues, pese al empeño puesto en que Galicia entrase en la general
conflagración, apenas si tenemos más noticias de ello que las que nos suministran
brevemente algunos documentos del tiempo, gracias á los cuales sabemos
que costó algún trabajo poner á raya á ciertos espíritus inquietos, mal
avenidos con la paz de que se disfrutaba. El arzobispo de Santiago lo declara
en carta al Emperador, y dice claramente: «Este reyno, según a vra. mag. 1 escribi,
esta sosegado y en vro. seruicio, como quiera que no ha sydo ni es sin
mucho cuydado y fuerza de gente que para ello se tiene.» No exageraba el
prelado. En Santiago fueron patentes las tendencias á la rebelión, sin duda
porque allí, en catedral y monasterios, había quienes deseaban ayudar á los
suyos, contra los intereses del país que les daba el pan, el abrigo, los honores
y el amor que no merecían. El obispo de Lugo confirma esta verdad, en carta
también al Emperador, en que refiere que la Audiencia y el gobernador se
habían acogido á Lugo, huyendo de Santiago (Diciembre de 1520.) De lo que
pasó en Orense por el mismo tiempo (Mayo de 1521), se ignora también lo que
haya sido, aunque debió de ser cosa de importancia, cuando se pidió gente para
(1) Los documentos á que se refieren las citas relativas al asunto de que se trata se conservan en el Archivo de Simanos,
en el Negociado u.ue se titula Comunidades de Castilla.

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contener los ánimos; cosa que importaba tanto más, cuanto por indicaciones
del gobernador de Galicia, conde de Fuensalicla, ni el arzobispo de Santiago,
D. Alonso de Fonseca, ni el conde de Andrade, estaban libres de sospecha por
su ambigua conducta en los sucesos (1). Por fortuna, estando todo el país en
quietud, los de Orense, mudando de propósito, no se arriesgaron á más.
Y mientras las ciudades pedían á cada momento, como la Corana y Betanzos,
el voto en Cortes, Lugo añadía y el privilegio de la especoría para la Coruña.
Verdaderamente, esto último era lo que más se necesitaba, aunque semejante
pretensión, útilísima para el desarrollo de la vida comercial de Galicia,
ni bastaba, ni llenaba las esperanzas del campesino, sobre cuyos hombros
cayó entonces todo el trabajo, todo el tributo, todas las infinitas cargas señoriales
que satisfacía; en una palabra, que soportaba el peso entero de la tributación
de su tiempo, quedando, en cambio, en la poquedad y miseria que debía
producir la total indefensión en que se le dejó que agonizase. Los inicuos despojos,
la herida más sangrienta que durante dos siglos llevó en sus flancos la
clase agrícola de Gralicia, obligaron á los mejores de sus hijos á alejarse de su
casa, de su familia, de la tierra que habían hecho fértil, de los lugares que
amaban y no podían olvidar en sus destierros, de la vida de dolor soportada
en la seguridad de que los campos que labraban serían suyos por todo derecho.
Oportunamente quiso oponerse á tan gran infortunio; pero faltó á su
tiempo la total comprensión de la obra reparadora. En vano trató el humilde
de poner fin á la tiranía que sobre él pesaba. Pasó el hombre á su lado, y lo
desconoció; oyó sus gemidos, y no le importaron. Cuando quiso conseguir su
libertad le dejaron solo; y, ¡ay del solo! En verdad, hay que confosar que no
siempre pasó así, porque desde un principio la Junta del Reino favoreció sus
pretensiones. En una comunicación al Consejo se decía: «En Galicia sabemos
que se encabezan con prouisiones de la Junta que eomiencan á gustar do no
pagar á sus señores, ni las rentas reales an enbiado aqui á pedir mrds. que
Su m.* les negó en la Coruña y otras mas recias si se otorgan pierde S. m.' si no
se otorgan auenturase el reyno.»
A pesar de tan tristes augurios, nada decidió el imperante, que entro el
temor de los trastornos que le amenazaban y la esperanza de que todo quedaría
en paz, vio indiferente pasar los días inútiles. Por fortuna, vio Galicia también
que, en la soledad en que empezaba á dejársela, sólo podía contar con el
(1) Las relaciones entre estos personajes y el de Fuensalida no eran muy cordiales. Se ve bien todo ello on la carta
que Fonseca y Andrade escribieron al cardenal de Tortosa, y en la cuai se refieren á los sucesos de Orense, indicando
que si no fueron castigados los autores de los desórdenes, «a sydo mas por no querello hazor el governador, que no por
no poder». Por su parte, el obispo de Lugo escribía á los del Consejo, luciéndoles que ya les había liecho saber «lo que
avia acaescido en órense y después provey acá lo que pude para ir sobre ellos»; añade que «con la buena voluntad que
todos estos señores y cibdades acá mostraron», los de Orense se aquietaron; de modo que el de Fuensalida no tuvo ya por
qué castigar á nadie, y fue prudente en hacerlo así. Mas no por eso dejó en otra carta á los del Consejo de descubrir su
enemistad contra Andrade y Fonseca, cuando, refiriéndose á ellos, afirma que no sabe «por qué estos señores lian querido
dar ocasión á esto, pues que saben que de sus vasallos ny estraños, no han podido sacar un peón para enviar al
exercito de S. m.t » Alude el gobernador á las pretensiones que el conde de Andrade y el arzobispo de Santiago tenían
de ser nombrados capitanes generales de Galicia, cosa que rechazaban en el país, y en especial el Concejo de Betanzos,
que opuso á ello gravísimas razones, en tal manera, que cuando supieron que aquéllos habían sido nombrados para el
cargo que deseaban, dijeron en otra carta que la provisión debía «ser obedescida y no cumplida».

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esfuerzo. Y así, eu momentos tan decisivos que puede llamárseles de
resurrección general del país, no hubo justa aspiración de mejora que no se
mostrase, derecho que no se quisiese hacer firme, reforma útil al bien general
que no se tratase de hacer efectiva; en tal modo, que, de no haberle sido contraria
la fortuna, no hubiera tenido que soportar las amarguras que tan hondamente
le afligieron durante el segundo y el último tercio del siglo XVII, en
los cuales se vio el campesino equiparado á las bestias de carga, maltratado
como ellas y abatido y aniquilado, hasta el punto de alimentarse con las hierbas
del campo, sin que de sus labios saliese una queja, ni se levantase una
compasión en el alma de los que le pusieran en tal estado. ¡Tan muertos los
lograron!
No es do este lugar decir con cuánta razón el campesino gallego proclamaba
en los comienzos del siglo XVI que, pues se le había libertado de la tiranía
feudal, debía dejarse en sus manos la tierra que llevaba. Bastaba para conseguirlo
que se le eximiese de satisfacer al señor territorial las rentas que como
tal señor les exigía por el fundo que llevaban; tal fue lo que pidieron sin resultado
alguno, antes apretando las cadenas con que estaban sujetos al suelo;
porque la nueva justicia, los hombres extraños que entraron á dominarle, desconocían
la ley que había hecho libre la tierra en Galicia. Tan grave cuestión,
planteada cuando fue preciso, no tuvo otra solución que el olvido. Los Poderes
públicos no so ocuparon de ello, y se quodó en una paz aparente, que envenenaron
las mudanzas que en la posesión foral ponían los que no la conocían
y los que la detestaban. Por eso la rebeldía levantaba la cabeza á cada
momento, pues estaba en la carne y eu la sangre del campesino, en el alma
del país, que no podía contemplar en paz su ruina. El conde de Fuensalida escribía
en 1521 que la causa de ciertas alteraciones experimentadas se debía
á la «gana que los vasallos del arzobispo y conde I). Fernando (de Andrade)
y otros caballeros han tenido de levantarse contra ellos, y el muy buen aparejo
que hallaban entre los vecinos para ayudarlos».
Nada pinta más perfectamente las aspiraciones de Galicia, ni de una manera
más clara indica los problemas que entonces agitaban la opinión pública,
como la respuesta que dio el César á lo que el «reyno le envió á pedir» en su
capitulación, año de 1521.
Reclamábase, en primer lugar, el voto en Cortes, y después, entre lo más
importante, lo de la especería. El resto es ya cosa de menos, aunque necesario
para el buen régimen y seguridad del país, sobresaliendo la petición de abastecimiento
de pan, y que se enviasen de Elandes «quatro o cinco mili coseletes
y picas para repartirlos en el reyno». Pero el pensamiento primordial, el
más claro deseo, el ansia más viva, era recuperar el \ r oto en Cortes (1). No se
sabe por qué, pero el César no se atrevió á resolver lo necesario, aplazando
(1; Según parece, el cardenal de Tortosa y demás señores que componían el Gobierno, hubieron de concederlo. Esto
al menos indica lo que D. Fernando de Andrade y el arzobispo Fonseca, en carta de 20 de Junio de 1521, comunican al
citado cardenal, diciéndoJe había llegado el comendador de Pazos de Arenteyro, y les entregara la «certificación déla
m.d del voto que tenia Zamora por este reyno en Cortes»; mas todo debió de quedar en nada.

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todo para cuando volviese (1); y eso que el cardenal, en Febrero del mismo
año, le había pedido dicha merced para Galicia, con las siguientes palabras:
«Y habiéndose este reyno señalado en tan principal seruicio de V. m.*, nos
parece que es dygno y justo que le haga mucho fauor y acrecentamiento, y
entre las otras cosas que el dicho reyno recibiria y estimaria en singular premio,
es ser substraydo del voto de camora y tenerlo el en las cortes.» Y más
adelante, en la misma carta, concluyen: «Suplicamos á vra. mag. d que, acatando
los seruicios y méritos del dicho reyno de galizia, y los deméritos y pertinacia
de camora, le conceda esta merced, la cual, y otra mayor, cabe en el
dicho reyno de gallicia y no se puede en el offrecer cosa que precien tanto
como esta.»
En tanto se desarrollan en Castilla los sangrientos sucesos á que dio lugar
el especial movimiento de las Comunidades, tan conocido, pero acerca del cual
queda mucho por decir, todavía. Los que hasta entonces querían ser únicos, se
vieron solos. Su aislamiento fue su castigo, y la soberbia de los que se querían
encumbrar sobre los que ya estaban en la cumbre, no dio otro resultado
que demostrar su impotencia. Las nobles víctimas de aquel levantamiento sin
ñnalidad posible, lo hicieron sagrado: ¡que siempre la sangre derramada pide
compasión!; pero no cabe duda que la insurrección de las Comunidades castellanas
fue un movimiento homicida. Nunca como entonces la soberbia de una
gente que se cree superior fue más duramente castigada por los que entendía
serle inferiores. Ceguera sin igual fue aquélla, en que los altivos no supieron,
ni tener razón, ni vencer. La indiferencia con que aquí se contestó á los
que en el momento del peligro buscaban el auxilio de que se veían necesitados,
hirió de muerte la hegemonía que creían ejercer sobre pueblos que le eran
superiores. ¿Qué importaban á Galicia los comuneros castellanos? ¿Por qué
había de mezclar la sangre de sus hijos con la que se derramaba en países
que acababan de manifestársele hostiles? No; Galicia, atendida por el Poder
real y organizada como un pueblo privilegiado bajo el poder de la Junta del
Reino, tenía en esta institución un algo superior á la fuerza que cada Municipio
podía representar de por sí solo. El Consejo de León, el de Medina, el
de Avila, Toro y Toledo, no era más que la representación de cada una de
dichas ciudades. La Junta del Reino era orí Galicia, y para Galicia, una cosa
superior. Era el país gallego gobernándose á sí propio. Si tenían lo más, para
nada necesitaban lo menos. Por eso cuando el enviado de Avila llegó á la Coruña
y pidió á su Concejo se uniese á las Comunidades en rebeldía y ¡enviase
procuradores!—¡qué irrisión! —, ni se le recibió, ni hizo más (2) que decirle
¡que se fuese!
(1) «Porque esto es—contesta el Emperador—déla calidad e importancia que veys c proveyéndose desde acá no se
cumplirá con lo que en ello se debe de mirar, y pues ahora no se an de hacer cortes y mi y da placiendo á uro. Señor, a
esos reynos sera muy ]>rebe, yo TOS ruego que en esto por ahora vos suírays para que no se haga mudanza que ydo yo
alia plaziendo a nro. Señor veré y provehere lo que toca al bien dése reyno y como es razón y el lo meresce.» (29 de
Marzo ae 1531.)
&) Es curiosísima la carta que en 11 de Diciembre de 1520 escribió el Concejo de la Corufia ai Emperador, relatando
lo sucedido en el caso concreto de la llegada á la ciudad del enviado de Ávila, del ningún caso que se le hizo, y de la

— 466 —
Dura respuesta; más dura y cruel por la ocasión, que las despreciativas
formas usadas en Santiago contra los que con todo derecho querían penetrar
en las Cortes en nombre de Galicia, bajo cuyo cielo se celebraban y en donde
los ajenos á ella hablaban en su nombre. La desabrida soberbia manifestada
en Santiago en el 1.° de Abril de 1520, sólo podía tener digna represión con
la repulsa de la Ooruña, que fue entonces la expresión de toda Galicia:
—¡Que se fuese!
No merecía más.
Manuel Murguía.
Coruña, Julio de 1907.
Adiós líos, adiós fontes,
adiós regatos pequeños,
adiós vista dos meus olios,
non sei cando nos veremos.
Miña térra, miña térra,
térra donde m'eu criey,
hortiña que quero tanto,
figueirifias que prantey.
Prados, ríos, arboredas,
pinares que move o vento,
paxariños piadores,
oasiña d'o meu contento.
Muhiño d'os castañares,
noites eraras de luar,
campaniñas trimbadoras
d'a igrexiña d'o lugar.
Amoriñas d'as silveiras
qu'eu lie dab'o meu amor,
caminiños antr'o millo...
¡Adiós para sempr'adios!
O
Adiós ríos, adiós fontes.
¡Adiós groria! ¡Adiós contento!
¡Deixo á térra onde nacin,
deixo á aldea que conoco
por un mundo que non vin!
Deixo amigos por extraños,
deixo á veiga pó lo mar,
deixo, en fin, canto ben quero...
¡Quen pudera n'o deixar!
¡Mais son probé, é mal pecado!
A miña térra n'é miña
qu'hastra lie dan de prestado,
a veira por que camina
o que naceu desdichado.
Téñovos, pois, que deixar,
nortina que tanto amei,
fogueiriña dó meu lar,
arboriños que prantei,
fontiña do cabañar.
Adiós, adiós que me vou,
herbiñas d'o camposanto,
donde meu pai s'enterrou,
herbiñas que biquey tanto,
terrina que nos criou.
Adiós Virxe d'Asunción,
branca com'un serafín,
lévovos n-o coracón:
pedídelle á Dios por min,
¡miña Virxe d'Asunción!
decisión de la población de permanecer fiel al Poder real. «Oyda e platicada en uro. ayuntamiento con la mayor e mas
principal parte désta cibdad en un acuerdo e conformidad fue deliberado», etc., acordaron Concejo y principales vecinos
«de no ymbiar persona ninguna de parte desta cibdad ni dar otra respuesta ala dicha carta hasta tanto que por
vra. inagestad ó por sus gobernadores nos fuese mandado, e quedando este acuerdo se dio al mensagero por respuesta
solamente que se fuese...»

Xa s'oyen lonxe, moy lonxe
as campanas do pomar,
para min ¡ay coitadiño!
nunca mais han de tocar.
Xa s'oyen lonxe, mais lonxe...
cada balada ó un dolor...
voume soyo... sen arrimo...
miña térra... ¡adiós, adiós!
— 467 —
(De Galicia y sus poetas, páginas 340-3Í2; Ferrol, 1886.)
Dos célticos bardos,
chegaran os tempos;
chegaran dos vosos
pacíficos eidos:
non seades retuzos,
ignaros e lentos,
mostrado os barudos,
intrépidos peitos,
aflá vosas fouces,
aftade, gallegos.
As áureas espigas
dos célticos eidos
ondean, e gemen
aos sopros do vento:
a luita afrontade,
e tende boos tentos;
e non defraudedes
nos grandes empeños,
dos vosos antigos
os nobres exempros:
segade con forza,
segada) gallegos.
Puenteceso, 26 de Junio de 1907.
Adiós tamén, queridiña..
¡adiós por sempre quizáis!...
Digoch'este adiós chorando
desd'á veiriña d'o mar.
Non m'olvides, queridiña,
si morro de sóidas...
Tantas légoas mar adentro...
¡miña casiña... meu lar...!
Dos célticos bardos.
-O-
Rosalía de Castro.
Atrás non miredes,
sega todo a eito;
atrás non volvades
os rostros morenos,
tostados das brétomas,
tostados dos ventos;
que digan as gentes,
esforzó tal vendo:
—De certo esos homes
son homes do deino.
Segade con forza,
segade, gallegos.
Voltea vosas fouces,
volteado ligeiros;
que ceiben nos aires
mil feros lostregos;
cúspide nos mangos
con cuspe do inferno;
curva vosos corpos
de robre c de ferro...
Segade con forza,
segade, gallegos.
Inédita.
Eduardo Ponda!.

Aquí ven ó Mayo
de frores cuberto...
Puxéronse á porta
cantándome os nenos;
y-os puchos furados
pra min estendendo,
pidíronme crocas
d'os meus castiñeiros.
Pasai, rapaciños,
calados é quedos;
qu'o qu'é pol-o d'hoxe
que darvos non teño.
En sónvol-o probé
d'o povo gallego:
pra min non hay mayo,
¡pra min sempr'é invernó!...
— 468 -
O Mayo.
(De Galicia y sus poetas, páginas 179-180; Ferrol, 1886.)
Buenas tardes, siñorita,
carabel de la mañana,
con esa cnambrita branca
parez unh-americana.
Ten un falar q-namora,
bonita e-aqueloutrada;
votenos pra-co, siñora,
un codelo d-empanada.
Cand'eu m'atopare
de donos liberto
y-o pan non me quiten
trabucos e prestemos,
e com'os d'o abade
frorezcan meus éidos,
chegado habrá estonces
o mayo q'eu quero.
¿Queredes castañas
d'os meus castiñeiros?...
Oantádeme un mayo
sin bruxas nin demos:
un mayo sin segas,
usuras, nin preitos,
sin quintas, nin portas,
nin foros, nin cregos.
Copras de cegó
(Con acompañamento de zanfona.)
(De la revista Galicia; Madrid, 15 de Diciembre de 1907.)
-ooo-
M. Curros Enriquez-
El del bigotito rubio,
carita d-un serafín;
meteu a man no bolsillo,
quizaives seya pra min.
Ogalla q-oxe d-un ano
os volvamos atopar
tan alegres e contentos
e que nos volvan á dar.
Fuquiño.

Asturias
Vuelta á la poesía.
Lo mesmó que'l guerrera, q'apurre'n cien batalles
al enemigu intrépitu sablazos á fartar,
fendía ve la lianza, que cuelga co les malíes
y cuida nuevos triunfos mañana q'algamar;
ansina yo gociósu, dimpués q'á Dios del cielu,
como á la triste patria, en troves mil canté,
el arpa viendo mústiga, sin sones pa mió anhelu,
barruntos gayasperos con ella abandoné.
¿Y como non facollo..., triando mil llugares
tan llofie de la tierra ú'l sol lluciento vi,
sin que la dulce fabla, morosinos cantares
la xente saborgara qtie s'afayaba allí?
¡Ay triste!... Con enoxu s'oien les canciones
que'l alma, fó manando, unviaba'l Criador,
y á so benditu nome, fríos los corazones,
sin comprender so llengua fuxíen del cantor.
Entós el destrumentu pretóme so tenrura
y fixe pa les nenes mas troves que'n Abril
del campu surten roses al besu de natura,
mas, ¡ay!, nin una nena m'afalagó ente mil.
Corones, dicha, gloria..., selin se m'esnidiaba,
como la mariposa que vemos revoltiar;
llacérios m'ablucáben..., la gloria que soñaba
mil utros l'algamaron nacíos pa gociar.
Empapiellé de pena..., ¡que muncho!..., non sabía
que la mió triste gaita folgábeste'n oir;
al fin por mi una estrella nel cielu resplandía,
mas nunca los miós güeyos la vieron rellucir.
Perdóname, mió reina..., pos á saber q'ufana
miós troves escuchabes, ¡Juasús!, cuantes, pa tí,
iguás' yo co l'ayuda de musa per galana
anq'envidiósu'l mundo fixés mofla de mí.
¿Los homes que m'importen? ¿A qué pensar na gloria?
Tenga quien miós canciones escuche con amor,
pos miániques, penósu, llevar debe á l'Historia
so nome, quien nel alma gafez sienta y dolor.

— 470 —
¡Oh nena melguerina! Atendí á miós cantares;
la llama del poeta na frente siento arder,
y á so primer rellúmu, en diches, los pesares
que l'alma atristayaron, trocáes podré ver.
Por tí otra vez el arpa descuelgo, q'amusgada
del furruñosu clavu pingaba'n un rincón,
como'l guerreru vólvi, al ruegu de so amada,
á reflundiar la lianza con fuelgu de Íleon.
Na fabla de los anxeles, miós cantos, xana bella,
por gasayáto solo de nuevo sonarán;
y tos güeyos, tormentu de la mas pura estrella,
al ver llorar los miós, quiciáes llorarán.
Por tí non mas, al nóme de patria dulce y santu,
nel ara el sacru inciensu homilde quemaré,
y en himnu fervorósu al cielu irá mió cantu...
por tí, pa les zagales, nueves troves faro.
Com'l galán que texe co les mas gayes flores
el ramu pa la nena á quien amor xuró,
lo mesmo amesfcar quiero miós cánticos mayores
y á tos plantos rendíu el don faceto yo.
Y si dacuando'l góniu mió frente'n si allugára
como Petrarca, Tasso ó Dante, que feliz
me vieres rapacina, pos to nome trocara
por el de Laura bella, Leonor ó Beatriz.
(Del libro Poesías, páginas 31. r >-317; Barcelona, 1889.)
Yera'n Julio( el ventinueve,
hay neblina de verdá;
entre si orbaya ó si llueve,
y dengún bandu s'atreve
á meniase d'onde tá.
La gurriana jué fuxendo,
el dia foise clariando;
el agua sigue caendo
asi como atapeciendo,
mas cedo jué abocanando.
—o-
L'aición.
Teodoro Cuesta.
Columbra'l moru al cristiano,
el cristiano al musulmán;
no hay un claro'n todu'l llano,
y tan dándose la mano
de tan cerquina que tan.
Tan aprosimaos que'el río,
hay entremedies non más,
río guapo, fondo y frío
que cuerre con señorío
sin importai lo demás.

Dame gran cavilación
cuand'una disgracia aporta,
el ver cóm'una purción
de coses van al su son,
y nin miga yus emporta.
Un suponer: muerre un fío;
y el duelu que mus trespasa
non i da calor nin frío
á alguien, q'aveces y'un río
ó un carru cargao que pasa.
Y dayure trái consuelo
el carru que non jué socio
llorando! mi desconsuelo,
pos digo: el rapaz va'l cielo
y el carru va'l su negocio.
Y toy pensatible al fin,
y guélvome á atristayar
co'l carru, y digu pa min:
carru, por esti camin
ya non giielves á pasar.
A todu esto el sarracen
y el godu tanse mirando;
pero denguno ye quién
pa'rmai al otro un belén;
mas q'anden caracoliando.
t'l poema Hatada del Gitailulcte, páginas 10-22.)
Cuando examen les abeyes
y posen de flor en flor,
si les escurren s'espanten,
vanse y non facen llabor,
dexando el caxello vieyo
pa buscar otro meyor.
Sant'Olalla fó l'abeya
que de Mérida ensarnó,
enfadada q'adorasen
les fegures de liatón.
Estoncies el Rey Don Sil
.andaba en guerra feroz
— 471 —
-O
Romance.
Y viendo quien cuerre más
á todu soltar de brides,
diendu pa lantre y pa tras,
y en sin pensar en jamás
nel riesgu de les sus vides.
El godo, que tá cansao
de facer tanto cainin,
atópase encaniao,
y anda peí suelo tirao
manducand'un bucadin.
Com'un rapaz cicateru,
que faise con otro'l bú,
y cadún d'ellos roncero
anden co'l «pícame tú».
— «Non, pícame tú primero».
Pos tan muy aparecios
el godo y el mosulman;
mírense muy ofendiós
con caniles retoicíos
en sin dicir flin nin flan.
... ¿Perú q'hay nel campu moro?
¿Qué y'aquella tremulina,
y aquel run rnn y acaloro?
Ye Tarif, que í'ech'un toro,
á los suyos fala asina.
Pepín Quevedo.
con los moros que querin
encabezase en Lleon.
Permitiólo aquesta Santa
que les victories i dio,
matanza faciendo n'ellos
fasta q'en Mérida entró.
Llegó al pueblo d'esta nena
que temblaba de pavor,
y esconfiaba de so cutre
solliviada de temor.
Cutieron los santos güesos
viendo que s'arrodÍ3'ó:

si estovieren mas carnudos
saldrin fei acataoion.
Truxolos el Rey piadosu,
de llaceria los sacó
y metiólos per Uviedo
con gaites y procesión.
Mérida diz que i tornen
esta prenda que i faltó:
diga ella que quier íse
y aun con eso quiera Dios.
Si quieren que la Uarguemos,
paguénnos la devoción
ansi de los que finaron
como de los q'ora son,
diguenlo al santo Sudario
ver quicias si da razón,
pos non tien utro cuidado
el Sr. San Salvador.
¿Qnian ora i lo mandará?
Bien s'echa de ver que nos:
si nos lleven esta santa
— 472 —
(Del libro Colección de poesías, páginas 44-16; Oviedo, 1839.)
ne hay más d'arrimar la foz,
dirán ellos morrió acá;
diremos nos non morrió,
q'está viva par'Asturies,
si está muerta para vos.
Y anque la lleven, m'obligo
que se torna per ú fó,
porque dexa conocidos
y gran comunicación.
Si por amor d'esta Santa
Estremadura llibró,
el Prencipado heredero
puede ir tomar posesión.
Ella está muy bien acá,
l'otro vaya per ú fo,
porque están de nuestro liado
l'Obispo y Gobernador.
Nosotros los de capote,
cual con un ral, cual con dos,
seguiremos isti pleito
fasta llevállo ente Dios.
Antón Mari Reguera.

La Montaña
Una visita al pueblo.
Mis visitas de exploración minuciosa al pueblo las hice solo y por mi propia cuenta,
dejándome aparecer en él como á la descuidada, para sorprenderle mejor en sus intimidades.
Al conocer de vista á su vecindario en la misa del domingo anterior, ya me
había llamado la atención muy vivamente cierta uniformidad monótona de corte, digámoslo
así, y hasta de indumentaria. Todos los mozos usaban el lástico encarnado, y
verde todos los viejos, y todas las mujeres llevaban la manta ó chai de parecido color
y cruzado de igual modo sobre el pecho y los riñónos; en todas y en todos abundaban el
tipo rubio y la línea curva, no sin gracia, con tendencia al cuadrado hacia los hombros;
todos y todas andaban, hablablan y se movían con la misma parsimonia, y en
todas las caras, viejas y juveniles, se notaba la misma expresión de bondad con cierto
matiz de sobresalto, como si la continua visión de las grandes moles á cuya sombra
viven aquellas gentes, las tuviera amedrentadas y suspensas. Pues no tuve que rectificar
un ápice de estas impresiones, recibidas de un simple vistazo al conjunto del
vecindario aquél, cuando traté de estudiarle en detalle y más á fondo; al contrario,
resultóme que á la monotonía de su manera de ser y de vestir, bien confirmada do cerca,
hubo que agregar otra monotonía no menos saliente por cierto: la de sus habitaciones.
Todas las casas de Tablanca, con excepciones contadísimas, me parecieron
construidas por un mismo plano: la planta baja, destinada á cuadras del ganado lanar
y cabrío; en el piso, la habitación de la familia, y la cocina sin más techo que el tejado,
y en lo alto el desván, limitado por un tablero vertical sobre el borde correspondiente
á la cocina, formando con las tres paredes restantes lo que pudiera llamarse
caja de humos. Afuera, una accesoria para cuadra y pajar del ganado vacuno, y pegado
á ella ó á la casa, un huerto muy reducido.
De igual modo que en la cocina de mi tío, se hablaba en todo el lugar por chicos
y grandes, viejos y mozos. Como nota característica de aquel lenguaje, las hh como jj
y las oo finales como uu: verbigracia, jermosu y jormigueru por hermoso y hormiguero.
Pero tan acompasada y tan melódica es la cadencia que dan á la frase, que no
resultan las asperezas de la palabra desagradables al oído: al contrario; y tienen expresiones
y modismos de un sabor tan señaladamente clásico, que con ello y el sonsonete
rítmico de que las acompañan, oyendo una conversación entre aquellos montañeses, se
me venía á la memoria la música de nuestros viejos Romanceros.
Es también muy de notarse que ninguna de estas singularidades en el modo de ser
y de expresarse sufre visible alteración por el cambio de lugares ó de costumbres. Es
allí muy corriente la de emigrar durante el verano los hombres mozos á provincias tan
lejanas como las de Aragón, para ejercer el oficio de serradores de madera, ó las de
Castilla, con aperos de labor ó con castañas, para cambiarlos por trigo ó por dinero. Yo
hablé con hombres de éstos, recién llegados al valle, tras de muchos meses de ausencia
de él, y no hallé la menor diferencia que los distinguiera en el vestir ni en el hablar,
ni en la manera de conducirse en todo, de sus otros convecinos; ni tampoco he hallado
después, buscándolas de intento, muy notorias señales de que les interese, fuera de sus
hogares, más que el asunto que los saca de ellos, como si sólo tuvieran ojos y corazón
para ver y sentir el terruño nativo.

— 474 —
La raza es de lo más sano y hermsso que he conocido en España, y yo creo que son
partes principalísimas de ello la continua gimnasia del monte, la abundancia de la
leche y la honradez de las costumbres públicas y domésticas. Supe con asombro que
no había en el lugar más que una taberna, y ésa de la propielad del Ayuntamiento,
que vendía el vino casi con receta y para que cada cousumidor lo bebiera en su casa;
de donde resultaba, por la fuerza de la costumbre, que era muy mal mirado el hombre
que mostraba instintos taberneros, y mucho peor el que se dejaba arrastrar de ellos,
aunque fuera pocas veces. No me asombró tanto la noticia de que allí escaseaba mucho
el dinero, por ser un linaje de esoasez muy común en todas partes; pero me pareció
muy de notarse lo. de que, en cambio, eran moneda corriente los frutos de la tierra,
como en los pueblos primitivos; y asi sucede que hay servicios muy importantes que se
pagan con inedia docena de panojas ó con un maquilero de castañas. Lo que tampoco
hay en aquel valle son patatas; pero, en cambio, se cosechan abundantes en el de Promisiones,
el valle de mi abuela paterna, y aguas arriba del Nansa, donde no se da el
maíz, que es la principal cosecha de Tablanca, por lo cual estos dos valles, separados
entre sí por cuatro horas de camino á buen andar, están en frecuente trato para cambiar
aquellos importantes frutos de la tierra.
Casi todos los hombres de Tablanca son abarqueros, algunos de los cuales, sin dejar
de ser labradores, hacen una industria de aquel oficio. Éstos acampan, durante el
verano, en el monte, en cuadrillas de ocho ó diez; cortan la madera, preparan en basto
las abarcas á pares, y así las bajan al pueblo, donde, después de bien curadas, van
concluyéndolas poco á poco. En esta tarea hallé ocupados á algunos de ellos; y me
embelesaba viéndolos manejar la azuela de angosto y largo peto cortante, ó sacar con
la legra rizadas virutas de lo más hondo ó intrincado de la almadreña, ó pintar, las ya
afinadas, á punta de navaja sobre la pátina artificial del calostro secado al fuego. Otros
son más carpinteros, y acopian también y preparan en el monte madera para rodales y
cañas (pértigas) de carro, ó aperos de labranza, que luego afinan y rematan abajo.
Otra singularidad de aquellas gentes sepultadas entre montes de los más elevados
de la cordillera: llaman «la Montaña» á la tierra llana, á los valles de la costa, y
«montañeses» á sus habitadores.
Una de las primeras personas con quienes me puse al habla en aquella ocasión, fue
un hombre que resultó muy original. Le hallé recogiendo cantos del suelo, 'y cerrando
con ellos el boquete de un moño que se había desmoronado por allí. Trabajaba con gran
parsimonia, y pujaba mucho, sin quitar la pipa de su boca, á cada esfuerzo que hacía,
porque ya era viejo. Me saludó muy risueño al verme á su lado, y hasta me llamó por
mi nombre: «señor don Marcelo».
Bastaba mi cualidad de «señor» y de forastero para merecer aquellos homenajes de
una persona de Tablanca, donde son todos la misma cortesía; pero yo era además sobrino
carnal de don Celso, hijo «del difunto don Juan Antonio», sangre de los Ruiz de
Bejos, de la enjundia nobiliaria de Tablanca, de la casona «de allá arriba...», vamos, de
los Faraones de allí: algo indiscutible, prestigioso y respetable per se y como de derecho
divino; pero no á la manera autoritaria y despótica de las tradiciones feudales,
sino á la patriarcal y llanota de los tiempos bíblicos.
No me extrañó, pues, ni debía extrañarme, vistas las cosas por este lado, el cariñoso
acogimiento que me dispensó el hombre del mono.
Estaba «amañandu aqueyu» porque le daba en cara verlo «en abertal». No eran hacienda
suya, «como podía comprender yo», ni aquella tierra ni aquel cercado; pero había
visto un día removido el primer canto de los de en medio; después, otros dos de los

— 475 —
«apareaos» con él, y luego «otros de los arrimaus á eyus», y, por último, se había dicho:
«á las primeras celleriscas que vengan, ó á la primera res que jocique una miaja pa
lamberse estus verdinis, se esborrega el moriu por aquí». Y así había sucedido. Tres
días estuvo el boquete abierto sin que lo viera el dueño de la finca; otros cuatro «pedricándole»
él sin fruto para que le echara arriba antes que se picaran las bestias á aquel
portillo y acabaran con la «probeza» del cercado .., hasta que, pasando el «moriu»
semanas enteras en aquel estado «bichornosu», se había resuelto él á cerrar el boquete.
Porque era de ese «aquel», y no lo podía remediar, No en todas las ocasiones llegaba á
tanto el interés que se tomaba por lo ajeno; pero siempre le daban en cara y le metían
en grandes cuidados los descuidos de los demás. Ya sabía él cuándo había llegado yo
á Tablanca, y la vida que había hecho desde entonces. Le gustaba mucho verme apegado
á la tierra y á la casa de mis abuelos. Ohisco era buen compañero para andar por
donde yo andaba con él; también Pito Salces, pero no tan «amañan» como el otro «pa
el autu de rozasi con señores finus». Si Chisco fuera de Tablanca como era de Robacío,
no habría nada que pedirle. Así y con todo, fiel, honrado y trabajador como era, y sirviendo
donde servía, ningún padre de aquel lugar debía, en «josticia de ley», cerrarle la
puerta de su casa. Pues había quien, si ñola cerraba propiamente, tampoco se la abría
de buena voluntad. Temas de los hombres. La moza era maja, y algunos bienes tenía
que heredar en su día; pero no se encontraba «al regolver de cada calleju» un hombre
de bien que era un caudal «de por sí mesmo». Bien lo conocía ella, y por eso miraba á
Chisco con buenos ojos; pero era muy otro el mirar de su padre, y él se entendería. La
madre iba por caminos diferentes que su marido, y se arrimaba más á los de la hija...
En suma y finiquito, ya lo arreglaría don Celso, si la cosa era conveniente para todos.
Pero ¡qué «amejao» á mi padre resultaba yo! Le había conocido él poco más que de
«mozucu», porque el señor don Juan Antonio le llevaría, si viviera, al pie de diez años.
Se había marchado del lugar sin tener pelo de barba todavía; después volvió, «jechu un
mozallón arroganti»; pero «entrar por aquí y salir por aya, como el otro que diz». «Le
jalaban muchu jacia lo mundanu los dinerales que había apañau por esas tierras de
Dios», y la mujer que le aguardaba para casarse con él. Había vuelto á quedarse solo
«el mayoralgu», que nunca quiso raer de Tablanca. «Aunque no era mujeriegu de por
suyu», la soledad y otras penas le habían obligado á casarse también. ¡Bien casado, eso
sí, «por vida del Peñón de Bejos»! Con lo mejor de Caórnica, de la casa de los Pinares:
doña Cándida Sánchez del Pinar. Le parecía que estaba viéndola, tan arrogantona y
tan..., y luego con su blandura de entraña... Pero Dios no había querido que las cosas
pasaran de allí, y hoy un hijo y mañana otro, le había llevado los tres que había ido
teniendo, y por último á ella, que valía un potosí de oro puro, y con ella, la luz y la
alegría de la casona, que fenecería «mañana x'x el otru» con el pobre don Celso, que ya
había estado á punto de morir. Y en feneciendo este último Ruiz de Bejos, y en cerrándose
la casona ó pasando á dueños desconocidos, ¿qué sería de Tablanca ni qué vivir
el suyo, sin aquel arrimo, tan viejo en el valle como el mismo río que le atravesaba?
Por eso se alegraba él tanto de mi venida. Bien podía ser permisión de Dids. Porque si
yo tomara apego á aquella tierra, ¿qué mejor dueño para la casona, ni más pomposo
señor para el valle entero, cuando don Celso faltara? ¡Ah, cuánto se alegraría él de que
yo fuera animándome! Por lo pronto, allí le tenía para servirme en lo que quisiera mandarle...
Nardo Cucón, el Tarumbo, si lo quería más llano y conocido, porque así le
llamaban de mote, no sabía por qué, pero era la pura verdad que no le ofendía... En fin,
ya estaba cerrado el boquete...
Entonces fue cuando el Tarumbo se incorporó del todo, aunque algo encorvado de

— 476 —
ríñones todavía, y bastante esparrancado, y se encaró conmigo. Su charla había durado
tanto como su labor, y yo no había hecho más que mirarle y oirle. Se quitó la pipa de
la boca después de restregarse ambas manos contra el pantalón; golpeóla, boca abajo
sobre la uña del pulgar de la izquierda, y me enseñó en una sonrisa toda la caja desportillada
de sus dientes. Era un'vejete de rostro plácido y greñas muy canas, algo atiplado
de voz y muy duro de bisagras; es decir, torpe de todos sus movimientos. Para un
hombre tan cuidadoso como él de la hacienda de los demás, no me pareció muy bien
cuidada la propia que tenía á la vista. Dígolo por el desaliño y desaseo de toda su persona,
que eran muy considerables... Así y todo, resultaba interesante y muy simpático
el vejete.
Hablé con él un buen rato todavía, porque me entretenía mucho su conversación
pintoresca, y acabé por preguntarle por la casa del médico.
—Vela ahí—me respondió dando media vuelta hacia la derecha, y apuntando con la
mano hacia un edificio algo más aseñorado que los del tipo corriente en el pueblo—. De
dos zancajás está en ella.
—¿Y la de don Pedro Nolasco?—pregúntele después.
—Vela á esta otra manu—respondióme apuntando con la suya al lado opuesto—. Por
encima del tejau de esa primera que tien frutales en el güertu, asoma el aleru vencíu
y el jastialón detraseru de ella, con su balconaje de fierra.
En esto venía hacia nosotros de la parte alta del lugar, cuyas casas, como las de
todos los lugares montañeses, no guardan orden ni concierto entre sí, una moza de
buena estampa, con un calderón de cobre muy bruñido, sobre la cabeza, y un cántaro
de barro en cada mano. El Tarumbo, después de conocerla, me guiñó un ojo, la volvió
la espalda y me dijo mientras cargaba de tabaco su pipa:
—Esa es Tanasia.
—¿Y quién es Tanasia?—le pregunté yo.
—La hija mayor del Toperu—respondióme.
—¿Y quién es el Toperu?—volví á preguntarle.
—Pos es el padre de Tanasia... Vamos, de la mozona que corteja Ohiscu.
— ¡Aja!—exclamé mirándola con mucha atención, porque precisamente pasaba entonces
por delante de nosotros.
La mozona, que debió de presumir algo de lo que tratábamos el Tarumbo y yo, se
puso muy colorada y se sonrió, bajando los ojos al darnos los buenos días. Alabé de corazón
el buen gusto de Chisco, y no me expliqué bien el del Topero.
—Pues ¿qué demonios quiere para su hija?—pregunté al Tarumbo.
—Á un tal Pepazus—me respondió éste—. Un mozallón como un cajigu, que remueve
dos hazas de una cava, come por cuatru cavones, y descurre menos que este moriu que
tenemus delante. Dícese que tien el Toperu esta manía: no es porque yo sea capaz de
juralu, que como usté, señor don Marcela, puó cavilar, á mí ya ¿qué me va ni qué me
vien en estas cantimploras?
Poniéndome en marcha hacia la casa del médico, á quien deseaba pagar su visita
aquel día, despedíme del Tarumbo; pero éste, atajándome á la mitad de la despedida,
ch'jome que «paya» iba él también, porque cabalmente estaban las dos casas, la suya y
la del médico, frente por frente, y echó á andar á mi lado. Pasamos una calleja con
muchos bardales, y al desembocar en una plazoleta de suelo verde, y contorneada en su
mayor parte de morios con yedras y saúcos, dijo mi acompañante, apuntando hacia la
izquierda y al fondo de un saco que se formaba allí por dos cercados, uno de busquizal
(zarzal espeso) y otro de pared medio derruida entre malezas:

- 477 -
—Esta es la mi casa.
Y volviéndose al lado opuesto, añadió, mientras apuntaba hacia otra que cerraba la
plazoleta por allí:
—Y ésta la del méicu.
La casa del Tarumbo arrimaba por un costado al muro ruinoso, y allá se andaba con
él en achaques y quebrantos y con los atalajes de su dueño. Con estos pensamientos en
la cabeza, miré al Tarumbo sin decirle nada; pero debió de leérmelos él en la cara que
le puse, porque me dijo en seguida:
—No se espanti de eyu, porque es de nesecidá. Quedamos yo y la mujer, que no sal
ya de la cama; los hijus, entre casaus y ausentis, lo mesmu que si no los tuviera; y á
mí no me alcanza el tiempu pa ná con el quehacer que me dan los cuidaos ajenus... Porque,
créame usté, señor don Marcelu: lo que pasó con el moriu que me ha visto usté levantar,
pasa aquí con las mil y quinientas á ca hora del día y de la nochi; y si no juera
por el Tarumbu, créame usté, don Marcelu, oréame usté y no lo tomi á emponderancia:
si no juera por el Tarumbu, la meta del vecindariu de Tablanca andaría por estus ca-
Uejonis devora por la jambre y en cuerus vivus.
Guárdeme bien de ponérselo en duda siquiera; me despedí de él muy afable, y me
dirigí á la casa del médico, que estaba á dos pasos.
(Del libro Peñas arriba (tercera edición), páginas 137-150; Madrid, 1931.)
r\
Páginas de crítica.
José María de Pereda.
Hay en la historia y en el carácter de los montañeses, aun en los más humildes,
cierto sentimiento nobiliario; un apego á la familia, al solar, al blasón, que, persistiendo
hasta los tiempos de la decadencia, en contraste con la pobreza de la tierra y con el
olvido en que nuestros monarcas la tenían, vino á degenerar en superstición algo ridicula,
y nos valió de los poetas cómicos zambas ó caricaturas, como aquel Dómine Lucas,
de Cañizares, que sale á un desafío cargado con su ejecutoria. Eran los montañeses
los primeros en reírse con estas farsas, y ya en el siglo XVII, un ingenioso poeta
de Castro-Urdiales, D. Antonio Hurtado de Mendoza, en su comedia Cada loco con su
tema, rasguñó la figura del mocetón entre linajudo (1) y necio,
Que con su halcón y su perro
vive en el monte y no en casa,
y á la noche vuelvo y pasa
todo el libro del Becerro...
Muy puesto en que su Montaña
vale más que mil tesoros,
y pensando que es de moros
todo lo domas de España.
(1) Esta YOZ, inventada acaso por Quevedo, tiene en todos los autores del siglo XVII, no el sentido honorífico que
ahora disparatadamente le aplican muclios, sino el sentido despectivo do «hombre fatuo y presumido de su alcurnia».

- 478 —
Estos sueños heráldicos tenían, sin embargo, muy noble y autorizado principio. El
más grande de los oriundos de nuestra comarca, y el más clásico de los escritores nacidos
en ella, van acordes en esta parte con el sentir tradicional del vulgo. «En aquellos
solares no reconocemos superior á nadie», decía D. Francisco de Quevedo (1). «A los
que somos montañeses (escribe hiperbólicamente Fr. Antonio de Guevara), no nos pueden
negar los castellanos que, cuando España se perdió, no se hayan salvado en solas
las montañas todos los hombres buenos, y que después acá no hayan salido de allí todos
los nobles. Decía el buen Iñigo López de Santillana que en esta nuestra España, que
era muy peregrino ó muy nuevo el linaje que en la Montaña no tenía solar conocido»
(2).
Es de ver el elocuente comentario que se hace de estas palabras, en el prólogo de
Costas y Montañas, vindicando el verdadero sentido histórico de este culto de los mayores,
de esta devoción á la estirpe, tan natural en los descendientes de aquella brava
y ruda aristocracia montaraz, que por sus hábitos y su pobreza se confundía con los vasallos
que guiaba al combate. Aristocracia que nunca fue de títulos, sino de apellidos,
porque títulos podía darlos el Rey; apellidos de solar, ño. Y por muy demócratas que
nos sintamos y muy persuadidos que estemos de la verdad de aquella sentencia que ya
expresaba el prudente Ulises en su disputa con Ayax de Telamón:
Nam genus et proavos et quae non fecimus ipsi
vix ea nostra voco ,
todavía es verdad (y ojalá continúe siéndolo) que la hidalguía" heredada y dignamente
mantenida con obras de virtud y de honor, vale más en la estimación de las gentes que
la insolencia temeraria del aventurero ó la mal granjeada fortuna del advenedizo. De
este sentimiento, tan arraigado en pechos montañeses, fue digno intérprete Amos de
Escalante, en las muchas páginas de su libro que consignan leyendas heráldicas; y
también en este sentencioso soneto, que parece dictado por la musa del señor de la
Torre de Juan Abad, en sus horas graves, y no parecería mal entre los de la musa Polimnia:
EL ESCUDO
Cautela militar forjóte en hierro,
y vana ostentación, te esculpe en piedra;
sudario á tus blasones da la yedra,
y á tu virtud un pergamino encierro.
En sangre y gloria, de la playa al cerro,
soldado ayer á quien morir no arredra,
sombra es tu luz con que el soberbio medra,
y en muro ocioso tu vivir destierro.
Si logran propios vicios mancillarte
y rencorosa envidia escarnecerte,
menos cuesta escupirte que ganarte.
(1) «Facilitó esta resolución y levanto esta cantera el presidente Acevedo, á quien yo era desapacible, porque, siendo
yo montañés, nunca le fui á regalar la ambición que tenía de mostrarse, por su calidad, superior á los que en aquellos
solares no reconocemos á nadie.» (Grandes Anales de quince días, en las Obras de Quevedo, edición Rivadeneyra,
tomo I, pág. 202.)
Quevedo, aunque nacido en Madrid, gustó siempre de apellidarse montañés, y alguna vez añadió este calificativo á su
firma; por ejemplo, en el autógrafo de su traducción de Anacrconte.
(2) Véase la letra al abad de San Pedro de Cárdena, que es la 34 de la primera serie de las Epístolas familiares
de Guevara.

— 479 —
Mas, ¿cuándo negará la humana suerte,
aunque presuman celos desdeñarte,
guerra á fundirte, orgullo á mantenerte?
El estilo de Costas y Montañas, en que abundan los períodos amplios y rozagantes,
interpolados con otros de más sencilla estructura, opulentísimo de vocabulario, rico de
luces y de nieblas, de sonidos estridentes y de sonidos misteriosos y apagados, es un
magnífico alarde de la riqueza de ideas y de imágenes que cabe en el molde de la sintaxis
castellana cuando tan ingeniosamente se la maneja. No llega todavía á la intachable
pureza de Ave Maris Stella; pero tiene más movimiento, más arrogancia, más color
y brío. Marca el punto culminante de la literatura y de la edad viril de su autor. Bien
se conocería, aunque él no lo dijese, que ese libro fue concebido y escrito, no en melancólicas
tardes de otoño, sino «en horas estivas, alto el sol, inundada de luz la ribera,
poblado de sonidos el aire, risueña la campiña, más risueña la aldea».
De la maestría de sus descripciones, que nunca se quedan en la, superficie, sino que
penetran hasta el alma de las cosas, sólo citaré un ejemplo, escogiéndole brevísimo: un
himno al agua, que podría servir de comentario moderno al primer verso de la primera
Olimpiaca de Píndaro:
«Las aguas corrientes no son riqueza sólo: son vida del paisaje. Porque el agua posee
los tres accidentes del vivir: luz, voz y movimiento; luz reflejada, como la luz de la
pupila; voz ligera y amorosa, soñolienta y grave, como la voz de la garganta humana.
No hay soledad donde el agua corre; no hay tristeza donde el agua mana; no hay desierto
donde el agua vive. Fecunda el suelo y despierta el alma, arrulla el dolor, ensancha
la alegría, es compañía y música, medicina y deleite; sobre sus ondas van blandamente
bañados los pensamientos, os los trae de donde viene, lleva los vuestros adonde
va; en ellas se refleja el cielo, y podéis contemplarle sin que os ofenda la viva luz del
sol, cuando ya la frente se inclina á tierra, ó porque la tierra le atrae, ó porque el peso
de los años la dobla.» Así escribía Juan García á cada momento, en cada página.
Cantor del agua en todas sus manifestaciones, fue, sobre todo, gran poeta de la mar.
Bien pueden aplicarse á su inspiración estos lindos versos de Metastasio, que ahora acuden
á mi memoria:
L'onda dal mar divisa
bagna la valle e'l monte:
va passegiera in fiuine,
va prigioniera in fonte:
mormora sempro e geme
finche non torna al mar;
al mar dov'ella nacque,
dove nequistó gli umori,
dove da'lunghi errori
spera di riposar (1).
La onda de su ingenio, dividida del mar, podía bañar valles y montes; pero se encontraba
aprisionada en la fuente y en el río, y murmuraba siempre y gemía hasta volver
al mar, donde había nacido y donde esperaba reposar. Había en este culto de nuestro
poeta al mar un cierto naturalismo grandioso y confuso, que en varón menos cristiano
hubiera tenido visos de idolatría. Él podía decir, como Byron en el sublime apostrofe
final de la Peregrinación de Child Harold, que siempre había amado al Océano, y
(1) Artaserse, att. III, sec. I.

— 480 —
que desde niño había sido su mayor placer jugar con sus ondas ó flotar como una burbuja
en sus corrientes, entregarse á él como un hijo á su padre, y acariciar con la mano
sus espumosas orines (1).
Sin el negro humor que agriaba en el alma soberbia de Byron hasta el bálsamo de
la contemplación de la Naturaleza; sin la cavilación panteística de Shelley; sin la nota
irónica que transportó Enrique Heine á sus descripciones del Báltico glacial, tienen
afinidades con el primero y con el último de estos poetas, á quienes había estudiado
mucho, no con el segundo, á quien no conocía, algunas de las marinas que en prosa y
en verso compuso Amos de Escalante. En otras influyó sin exceso la prosa grandilocuente
y poética de Michelet. El libro titulado En la playa (1873) despierta y sugiere
el recuerdo de lecturas muy diversas. Pero todos los poetas y todos los libros del mundo
no le hubiesen enseñado á descifrar, con clave propia, algo de lo que dicen las
ingentes voces y augusto silencio del mar, si no hubiese vivido en relación íntima y
cotidiana con el fiero Titán á quien cantaba: ya luchando á brazo partido con él, ya solicitando
su confianza con sumiso y devoto requerimiento. No de otro modo el pastor Aristeo
de las Geórgicas llegó á aprisionar en su gruta marina al multiforme Proteo, trocado
ya en fuego, ya en horrible fiera, ya en río caudaloso, hasta que le arrancó el secreto
de su adivinación, que guardaba tan celosamente como los rebaños de focas que le
había confiado Neptuno:
immania cujus
armenia pasdt, et turpes sub gurgite phocas.
Y en verdad que nuestro poeta tuvo que habérselas con una deidad menos mansa y
tratable que la que aprisionó el hijo de Oirene, deidad al fin del Mediterráneo sonoro y
luminoso. Este otro dios tremendo, á quien cuadra mucho mejor el epíteto homérico de
polífono, pero cuyas voces suenan, en los oídos que no están avezados á escucharlas,
como ecos del abismo que reclama su presa, tiene también horas de calma excelsa y sublime,
todavía más rebeldes al pincel y al ritmo que las tormentas y borrascas. Y en
esas horas iba á consultarle nuestro poeta, buscando la revelación de 'Sus arcanos «lejos
de la tierra, solo y desnudo, como se llegaban al antro misterioso los consultores de
ciertos oráculos antiguos». Así aprendió «sonidos que sólo dentro del agua llegan al
oído, colores que sólo de cerca muestran su rico matiz y su intensa belleza»; sintió «la
vida pendiente de delgadísimos hilos, en rededor de los cuales centellean filos agudos y
sin número», y gustó á flor de agua «un apartamiento singular, tan difícil de explicar
y comprender como dulce de sentir». Y allí perseveraba, «embebido en sus callados coloquios
con la Naturaleza..., hasta tanto que, á manera de caricia más bien que de reprensión,
sentía la leve mano de la fatiga posarse blandamente en sus miembros».
Así se engendraron sus acuarelas, el mejor poema de la mar que tenemos en nuestra
literatura. Pero como Juan García, aunque tan amigo de la soledad, nada tenía de
(i; And I have loved theo, Ucean! And my joy
oí youthlul sports was on thy breast to lie
borne like tliy bnbbles, onward: froin a boy
I wanton'd with thy breakers-they to me
were a deliglit; and if tlie frcsbening sea
made tliem h terror-'twas a pleasing íear,
íor 1 was as it tvere a child of tliee,
and trusted to thy billow's far and near,
and laid my hand npon thy inane-as I'do here.

— 481 —
insocial ni de misántropo, y «tanto vivía de ajenas vidas cuanto de la vida propia», jamás
prescinde del elemento humano en el paisaje, siuo que hace vagar entre el caprichoso
juego de las nieblas «que á veces embozan, á veces velan como transparente gasa
la marina», sombras familiares de su juventud, apariciones ya trágicas, ya risueñas,
historias contadas á media voz, parte reales, parte soñadas, ó que del espíritu no pasaron
á la ejecución. Libro que con apariencias ligeras envuelve una psicología profunda
y amarga á veces, que no todos entenderán, que otros lamentarán entender demasiado,
porque el fruto de la experiencia suele tener un dejo más agrio que dulce, aun en los
hombres buenos. Cinco son estas narraciones, y todas ellas tienen por teatro la maravillosa
playa del Sardinero, lugar predilecto de Amos de Escalante (lile terrarum mihi
praeter omnes-angulus ridet...), donde «nunca encontraron hastío sus ojos ni cansancio
su alma», aunque la frecuentaba menos desde que el prosaico veraneo de tierra adentro
vino á quitarle mucho de su majestad y hermosura. Entre estos relatos descuellan dos:
Un cuento viejo y A flor de agua. Del primero es enteramente histórica la catástrofe,
que todavía recuerdan algunos en Santander. Impresa está la biografía del protagonista,
á quien su mala suerte trajo á ahogarse en nuestra playa. Era un alto oficial, creo
que de Estado Mayor; su apellido Buenaga; mozo bizarro, de hermosa apostura y complexión
atlética. Di jóse ya entonces que una liviana voluntad femenina le había movido
á arrojarse á la temeraria aventura en que sucumbió. Este rumor fue aprovechado
artísticamente por Juan García, introduciendo en la más culminante y dramática situación
una linda paráfrasis del antiguo cuento de D. Manuel de León y del guante
arrojado por su dama entre los leones; página que se lee con encanto aun después de
conocida la balada de Scliiller (Der handschuch) sobre el mismo argumento. Ni el carácter
de Vivero, ni el de la marmórea y soberbia Laura, son tampoco creación arbitraria
de la fantasía. El segundo, sobre todo, tiene tales toques de verdad en su inhumano
y feroz egoísmo, que no puede dudarse de la existencia de un modelo vivo, acaso muy
presente á los ojos ó á la memoria del artista cuando trazó su vengador perfil, trasladándole
á época algo más lejana.
Distinto género de interés, pero acaso algún misterioso parentesco moral ofrece con
esta narración la titulada A flor de agua, donde casi todo pasa en el laboratorio de la
conciencia; autopsia despiadada de un alma en momentos de honda perturbación y hasta
de vértigo; que llamaríamos el Werther ó el llené de su autor, si pudiese ejercer nunca
la tóxica influencia que aquellos libros ejercen en espíritus jóvenes y desprevenidos,
y si las sanas y piadosas máximas en que abunda no fuesen ya bastante correctivo á lo
que puede haber de excesivo ó de peligroso en el devaneo ó cavilación melancólica del
protagonista. Es el único escrito de Juan García en que pareció bordear la sima de la
desolación humana; no ciertamente para arrojarse á ella con desaliento cobarde, sino
para escudriñarla hasta el fondo; operación de moralista lícita y aun loable en sí, pero
de la cual pueden levantarse nieblas que ofusquen el ánimo mejor dispuesto para triunfar
de las negras potencias del abismo que inducen á la desesperación á los mortales.
Aquella crisis espiritual fue la última en la vida del poeta: la sombra maléfica, si es
que la hubo, no hizo más que resbalar sobre el terso cristal de su alma, tan versada en
los misterios del dolor, y tan sumisa finalmente á la voluntad divina.
Así llegó á la cristiana y serena elevación de Ave Maris Stclla, historia montañesa
publicada en 1877, una de las mejores novelas históricas que se han compuesto en España;
para mi gusto la más simpática, juntamente con El señor de Bembibre, de Enrique
Gil, otro ingenio septentrional de la misma familia de espíritus que Amos de Escalante;
pero cuya voz melodiosa tiene un timbre más apagado, así como los idílicos pai-

— 482 —
sajes del Bierzo, descritos por él, difieren de la ceñuda y selvática majestad de nuestros
montes.
Desde su primera juventud, casi diríamos desde su infancia, fue Escalante gran devoto
de Walter Scott, á quien leía con delicia, no sólo en sus novelas, sino en sus poemas,
mucho menos conocidos en España. En el presente tomo puede verse la gallarda traducción
que hizo de El Palmero, dándole el tono y sabor de un viejo romance castellano.
Entre las novelas, gustaba con preferencia de Waverley, de Oíd Mortality y de El
Anticuario. A ellas y a todas alcanza esta brillante síntesis, que trazó al correr de la
pluma en un artículo crítico de que guardo indeleble memoria por haber servido de cariñoso
estímulo á mis primeros ensayos:
«Reinaba por entonces en los dominios de la imaginación, teniendo á su merced el
universo leyente, uno de los más hábiles y poderosos magos, á quienes enseñó naturaleza
el arte de evocar y hacer vivir generaciones muertas, levantar ruinas, poblar soledades,
dar voz á lo mudo, voluntad á lo inerte, interrogar á los despojos de remotos
siglos y hacer que á su curiosidad respondieran; aprendiendo de la espada rota en cuál
batalla ganó sus mellas; del borrado libro, á cuál cerebro dio luz y á cuál corazón inquietudes;
de la herramienta desconocida, los usos é industrias en que sirvió al hombre;
del apolillado mueble, qué secretos encerró, qué vanidades lisonjeaba, qué necesidades
entretenía; de la deslucida y harapienta tela, las desnudeces que disimuló y las
maldades ó virtudes que vistiera; de la desbaratada joya, el lujo de que fue instrumento
y cómplice; del cantar antiguo, los miedos que logró ahuyentar, las cóleras que supo
encender; y de las leyes escritas, de las piedras labradas, del eco tenuísimo, sensible
apenas, conservado en la memoria de la raza, los vicios y virtudes, las necesidades, las
costumbres, el culto, el arte, la lengua; adivinando el modo de vivir del espíritu en la
obra del entendimiento, y el modo de vivir del cuerpo en la obra de las manos. Era este
mago Walter Scott» (1).
Cabalmente el primero en fecha de sus imitadores españoles, que fueron legión bizarra
y animosa, aunque todos más literatos que novelistas de vocación, había sido un
ingenio santanderino, D. Telesforo de Trueba y Cosío, que, arrojado por las tempestades
políticas á Inglaterra, donde se había educado, aprovechó su rara pericia en la lengua
de aquella nación para escribir interesantes narraciones de asunto español, entre
las cuales sobresale la titulada El Principe Negro en Castilla. Era Trueba ardiente
patriota, y por puro patriotismo escribía en inglés, para que se difundieran más rápidamente
por el mundo los cuadros y tradiciones heroicas de nuestra historia, el tesoro
poético de nuestras crónicas y romanceros. Era escritor culto y discreto, y si le faltaban
dotes de primer orden, tuvo las suficientes para ser leído con agrado y obtener un
éxito lisonjero, aunque efímero, siendo traducidas sus obras á las principales lenguas
de Europa, incluso el ruso, y llevando á todas partes las primeras nuevas del despertar
romántico de España.
Juan Garda, que estimaba en su justo precio á este modesto y olvidado precursor
del romanticismo peninsular, encontraba entre el montañés de Escocia y el montañés de
Cantabria afinidades de origen, por las cuales había sido conducido naturalmente el
segundo á la imitación del primero. «Parécense las cunas de ambos poetas, regiones
una y otra de montes y aguas, ásperas y sombrías, de suelo pobre, desdeñoso cielo,
angostas hoces, hondos bosques, inexploradas cimas, terror misterioso, padre de la
(1) Articulo publicado en La Época sobre mi biografía de Trueba y Ooslo en 1870.

— 483 -
superstición y la conseja, razas suspicaces y belicosas, fuente de tradiciones y leyendas
.»
Pero á ingenios de otra valentía y de temple más castizo que el anglo-hispano Trueba
y Cosío, estaba reservado el producir la genuina novela montañesa, descubriendo y
aprovechando «la varia y generosa poesía esparcida, manifiesta ú oculta, en las antiguas
leyes, en las costumbres, en las memorias y el paisaje sublime de su nativa tierra».
Bastóle á Pereda la observación de la siempre fiel Naturaleza para hacer entrar en
los dominios de la inmortalidad a la Cantabria agreste y marinera. Antes y después de
este triunfo soberano de nuestra musa regional, buscaba Juan García en el subsuelo
histórico las hondas raíces de aquel árbol de ruda corteza y savia infatigable y rica,
que tan buena sombra había prestado siempre á los moradores de la llanura. Hubo un
momento en que ambas intuiciones poéticas se encontraron sin confundirse. Pereda, refractario
por temperamento á la curiosidad erudita, sentía vigorosamente la tradición
como si de ella formase parte; no la aprendía, sino que la veía, en sí mismo primeramente,
y en todo el círculo de sus ideas y afectos. Era el fondo de su vida psicológica,
y dondequiera la encontraba reflejada: en las fiestas y regocijos populares; en ferias,
romerías, hilas y deshojas; en la viril y cristiana democracia del cabildo de mareantes;
en la benéfica tutela del patriarcado rural. De cómo habían vivido los montañeses de
otras edades, nunca pensó en informarse despacio; pero adivinaba lo pasado por los recuerdos
de su niñez, y creía vagamente en una edad de oro, tras de la cual había venido
la de plata, ya próxima á degenerar en la de hierro, pero que todavía conservaba intacto
algún filón de la riqueza antigua.
Este filón era el que tenazmente explotaba Amos de Escalante, cuya imaginación
retrospectiva, no de aquella que suele descaminar como fuego fatuo á los eruditos livianos
y presuntuosos, sino imaginación de poeta encariñado con las ruinas, no por ser
ruinas, sino por ser bellas, completaba la visión de Cantabria, transportándola de las
lejanías del ensueño al firme terreno de una realidad histórica y poética á la vez: histórica
por lo sólidamente documentada; poética por la verdad eterna de los sentimientos.
Motivo de larga indecisión fue para Amos, no el escoger argumento para su novela,
puesto que el sencillísimo que tiene (una discordia y rivalidad amorosa entre hermanos)
se le ocurrió casi de improviso y es una situación de las más elementales, sino el
fijar la época de la acción y el grupo de acontecimientos históricos que habían de combinarse
con los incidentes de la fábula. Otros ensayos de novela histórica había hecho
antes de éste; pero ninguno llegó á término, aunque de El Veredero, donde se proponía
perpetuar algunos rasgos de la vida provincial en las postrimerías del siglo XVIII,
llegó á escribir bastantes capítulos. Menos avanzó en Giles y Negretes, crónica de los
bandos de Trasmiera en tiempo de Enrique IV, tema de su especial predilección, y, sin
duda, el más novelesco y pavoroso que ofrecen los anales de la provincia. Por fin recayó
su elección en el siglo XVII, lo cual ocasionalmente puede atribuirse á la lectura,
atenta y meditada como todas las suyas, que por aquellos días hizo de los tomos entonces
recientes del Memorial Histórico Español que contienen las Memorias de D. Diego
Duque de Estrada, las cartas de los jesuítas y otros documentos relativos á la historia
anecdótica del reinado de Felipe IV. Le interesaba el contraste entre el hervir bullidor
de la vida militar, aventurera y cortesana, que en aquellos relatos se presenta, y la
existencia quieta, obscura, todavía de Edad Media, pero de Edad Media pacificada y
sumisa, que adivinaba su espíritu escudriñador en las crónicas monásticas, en los papeles
de pleitos y linajes, en los cuadernos de hermandades, único archivo montañés de
aquella centuria en que la Montaña no tuvo historia para los extraños.

— 4S4 —
Además, escribiendo de aquel período en que el arte español recogió su más alta corona
como en desquite de las que dejaban caer sus monarcas, llevaba vencida de antemano
la mayor dificultad de la novela histórica: la de dar al diálogo su propio y genuino
sabor, sin esfuerzos de arcaísmo, sin taracea de vocablos viejos y nuevos, escollo
inevitable en argumentos de la Edad Media, donde la representación, si es nimiamente
fiel, puede tornarse en incomprensible para el vulgo; y si se moderniza demasiado, corre
riesgo de hacerse trivial y desagradar á los entendidos. En el siglo XVII encontraba
Amos su verdadera patria espiritual. Si de algo pecan sus personajes es de hablar
demasiado bien, con una pureza de gusto más propia de los contemporáneos de Fr. Luis
de Granada que de los de Gracián. Pero recuérdese que á provincias las modas solían
llegar tarde, y es natural que en tierra tan fragosa como la que más de España, y tan
alejada del trato y comunicación forastera, no hubiesen penetrado mucho las quintas
esencias del gusto palaciego, y se hablase todavía llana y apaciblemente, aunque no de
fijo con tanta sabiduría y discreción como la que muestran en sus pláticas los hidalgos
y religiosos que. Amos introduce en su libro. El por su gusto participaba de ambos siglos,
y era indulgente hasta con el abuso del ingenio; pero el sexcentismo, sólo por sus
partes mejores y más sanas, pudo tener acción sobre él. Nunca su pluma resbaló en el
culteranismo; pero, como hombre de ingenio tan sutil, fue alta y noblemente conceptuoso
en prosa y en verso, declarando las agudezas de su pensar, no con palabras forasteras
y peregrinas, sino con suave y graciosa elegancia que rodea amorosamente el concepto
y en él se recrea hasta agotarle. Quevedo, tan gran mina en lo serio como eii lo jocoso,
aunque menos trabajada por los imitadores, le cautivaba por la valentía de las sentencias,
y á veces le imitó en esto, pero no en su concisión áspera y ceñuda, que es de muy
peligrosa imitación para quien no tenga su propio genio colérico, impaciente y adusto,
que procede siempre como por saltos.
De las dos principales formas que la novela histórica tiene, ¿á cuál pertenece Ave
Maris Stella? Hay entre las obras de Walter Scott, algunas de las más brillantes y famosas,
no de las más espontáneas (Ivanhoe, Quentin Durward ..), en que la historia
da, como dice muy bien nuestro, Amos, «el esqueleto y trabazón del artificio literario,
el color de los tiempos, el compás de la acción, la medida de los caracteres y aventuras».
Tienen estas novelas el inconveniente de que la Historia se desborda en el campo
de la poesía, con tan impetuoso raudal, que anula la acción del protagonista inventado,
y convierte sus personales aventuras en una especie de máquina teatral puesta al servicio
del gran drama de las ambiciones y las catástrofes humanas. Sobre esta manera de
narraciones histórico-anoveladas recaen principalmente las observaciones de Manzoni,
que, después de haber compuesto su áureo libro de / Promessi Sposi, entró en escrúpulos
literarios sobre el libro y sobre el género, y escribió su opúsculo De la novela histórica,
en que expone largamente y con su ingenio y sagacidad acostumbrados, los inconvenientes
de aquella forma poética y de las que con ella tienen alguna semejanza. En
lo cual es de notar que Manzoni tildaba y corregía opiniones suyas anteriores, puesto
que en su admirable Carta sobre, las unidades dramáticas, había hecho la más profunda
apología del drama histórico, tanto mejor, cuanto más fiel á la Historia; siendo doctrina
de aquel egregio pensador y gran poeta que «las causas históricas de una acción
son esencialmente las más dramáticas y las más interesantes, y que cuanto más conformes
sean los hechos con la verdad material, tendrán en más alto grado la verdad poética
que buscamos en la tragedia».
Si esta doctrina puede parecer excremada por lo mucho que restringe los derechos de
la fantasía, todavía es más rígida la que luego sostuvo, condenando como género con-

— 485 -
tradictorio en sí mismo toda mezcla de historia y ficción. La Humanidad continúa recreándose
con este género híbrido, y en la cúspide de él coloca precisamente un libro
de Manzoni. Pero éste pertenece á la segunda categoría de novelas históricas, al grupo
en que debemos colocar también las obras más amables y espontáneas de la primera
manera de Walter Scott. En vano intentan hoy los críticos rebajar el mérito de este
mago de la Historia, Hornero de una nueva poesía heroica, acomodada al gusto de generaciones
más prosaicas, y, en suma, uno de los grandes bienhechores de la Humanidad,
á quien dejó en la serie de sus libros una mina de honesto ó inacabable deleite. La
exactitud histórica completa es un sueño; y si por medio 5e procedimientos científicos
no podemos llegar más que á una aproximación, ¿quién va á exigir más rigor en el arte?
Walter Scott nunca tuvo la pretensión de que sus novelas sustituyesen á la Historia,
y, sin embargo, grandes historiadores fueron los que, guiados por su método, comenzaron
á resucitar la Edad Media con su genuino espíritu.
Para los grandes hechos históricos no hay como la Historia; la fábula sirve sólo
para obscurecer su grandeza. El único medio artístico de celebrarlos con dignidad es
la efusión lírica. Pero ni la Historia se compone tan sólo de peregrinos y encumbrados
acaecimientos, ni sabe ni dice todo lo que puede decirse y saberse de ciertos períodos,
hombres y razas, que por no haber influido eficazmente en el mundo, ó porque de sus
hechos no queda bastante memoria en papeles y libros, permanecen olvidados y silenciosos
aguardando el son de la trompeta que los levante del sepulcro. Y entonces llega
el Arte, que entre sus excelencias tiene la de suplir con intuición potente las ignorancias
de la Ciencia, los olvidos y desdenes de la Historia, y resucita hombres y épocas,
nos hace penetrar hasta lo íntimo de la organización social, y nos da á conocer, no sólo
la vida pública y ruidosa, sino la familiar y doméstica de nuestros progenitores. Que
tal oficio está expuesto á quiebras en modo tal, que si esas generaciones despertasen,
quizá no conocieran su propio retrato, puede ser cierto; pero cuando faltan modos de
averiguarlo, importa poco, si el novelista lo es de veras, que haya sustituido la realidad
histórica, mezquina y prosaica á veces, con otra realidad poética, dulce y halagadora,
que, en medio de todo, es tan real como cualquiera otra de la vida. Pero ni aun ese
cargo puede hacerse á los poetas eruditos que antes do escribir novelas se han internado
en el laberinto de las pasadas edades con el hilo de la crítica, y han reconstruido,
no simplemente adivinado, la Historia, fundándola, antes que en vagas imaginaciones,
en porfiada y diligente labor sobre antiguos documentos, sin desdeñar tradiciones y
usanzas anejas, donde la Historia vive vida tan persistente y tenaz como en los relatos
de los cronistas. Tal hizo Walter Scott en aquellas novelas, para mí las mejores de su
colección, en que describe costumbres escocesas que él y muchos de sus lectores habían
alcanzado, odios de familia que aún duraban al tiempo de su infancia: tal realizó
con suma conciencia Manzoni para restaurar aquella Lombardía semiespañola del
siglo XVII, y tal fue, en su historia montañesa de la misma centuria, la empresa que
acometió Juan García, discípulo de los más hábiles que en España han tenido ambos
maestros.
Marcelino Menéndez y Pelayo.
(Del prologo á las Poesías de Amos do Escalante; Madrid, 1907.)
Q

- 486 —
Cantabria
Del septentrión de España en los confines,
donde, en tendida y elevada costa,
del Atlántico mar, sobre peñascos,
rompen las nunca sosegadas olas,
hay una tierra pobre y olvidada
y, cuanto pobre, altiva y generosa,
que, corta en extensión, de sus montañas
áspero nombre cuanto humilde toma.
Noble solar de la española gente,
desde sus cumbres y enriscadas rocas
en reducida hueste sus guerreros
lanzáronse á vencer en Covadonga,
donde al tosco pavés sobre que alzaba
su rey primero la venganza goda,
del no domado cántabro los brazos
su apoyo dieron con firmeza heroica.
Tierra de libertad, nunca vencida,
siempre á la lucha, al sacrificio pronta,
hizo brotar con sangre una por una
las hojas del laurel de su corona;
mas de sus hechos hoy yace perdida
en los confusos tiempos la memoria,
y á orillas de la mar la noble tierra
su frente inclina desdeñada y sola.
Raza degenerada de sus hijos
puebla sus valles y extendidas lomas,
sin una tradición, sin un recuerdo
de los lejanos días de su gloria,
y ni aun acierta á descifrar los timbres,
de que en estéril vanidad blasona,
sobre el labrado campo del escudo
que el viejo muro de su casa adorna.
Allí la que otro tiempo fue atalaya
sobre rudo peñón so desmorona
y, engañando los ojos, verde hiedra
la ruina cubre con lozana pompa;

— 487 —
la antigua torre solariega ofrece
bajo su techo nido á las palomas,
y en el umbral de su palacio hundido
muerde el mendigo el pan de la limosna.
En alta cumbre de escarpado cerro,
á cuyo pie las nieblas se amontonan,
se alza cercada de árboles decrépitos
humilde ermita de paredes toscas,
donde una vez no más y cada estío
en romería alegre y bulliciosa
suena rumor de vida que los ecos
de la desierta soledad asombra,
ó allá en el llano, de frondoso bosque
sobre la verde y ondulante bóveda,
de triste y despoblado monasterio
roto el ya mudo campanario asoma.
En los ásperos flancos descarnados
de sus robustos montes, y á la sombra
de encinas sin edad, que olvida el tiempo,
cien manantiales cristalinos brotan,
y en rápidos torrentes desbordados,
saltando con fragor de roca en roca,
cual voz lejana del desierto vibran
el ruido de sus aguas espumosas;
crecen al borde del incierto cauce
frescos castaños de lucientes hojas,
fuertes quejigos y nogales verdes
entre floridas zarzas espinosas,
y la silvestre higuera, que se afirma
en la hendidura de las peñas rotas,
junto al helécho estéril que sin flores,
cual alma sin amor, vive y se agosta.
Salpicando las plantas que se cubren,
como de perlas diáfanas, de gotas,
á valle angosto ó dilatada vega
desciende la cascada bulliciosa,
y su veloz carrera deteniendo,
en suave arrullo sus rugidos torna
hasta callar del todo, convertido
en manso río de dormidas ondas.
Allí, porque repose fatigado,
movible tienda con sus ramas forman
pálidos sauces, húmedos alisos

y el álamo gentil de erguida copa,
y allí, en las secas tardes del estío,
á su quietud callada y grata sombra
viene atraído el pájaro cansado
á refrescar sus alas polvorosas.
Seguid, seguid su curso, ya tranquilo
bajo los altos árboles se esconda,
ya atraviese desnudos pedregales
donde sumido su caudal se borra,
ya riegue murmurando el verde campo
que enrojecen las sueltas amapolas,
ya entre los mimbres y espadañas copie
el susurro del aura gemidora.
Seguid: veréis muy pronto de floridas
sus riberas mudarse en arenosas,
y chocar en opuesto movimiento
contra sus ondas claras, turbias ondas.
¡Oh Patria, amor primero del poeta!
Si llega un día en que mi voz sonora
aplauda el mundo, y á mi frente obscura
las ramas del laurel den noble sombra;
si me infunde su aliento soberano
el poderoso genio de la gloria,
tu venerado nombre al universo
mi inspiración arrojará orgullosa.
Y tú, coleste y bella criatura,
pálida estrella, luz consoladora
que en noche azul del caluroso estío,
al armonioso ruido de las olas,
mostróme el cielo amigo de la Patria
para alumbrar mis solitarias horas,
ya que sólo por ti pulsé de nuevo
las pobres cuerdas de mi lira rota,
ya que tu amor, ¡oh virgen!, es la musa
que el corazón para cantar invoca,
si alguna vez mis ignorados versos
llevan á ti las auras gemidoras,
para el triste cantor tenga un suspiro
tu pecho, y un recuerdo tu memoria.

489
¿Por qué no suena en la arboleda umbría
el arpa fiel de los gloriosos tiempos?
¿Por qué del hondo valle no despierta
su poderosa vibración los ecos?...
¿No es ya la egregia prez de sus mayores
al canto de tus hijos digno empleo,
Cantabria generosa, ó las memorias
en su cobarde espíritu murieron?
¡Ay! ¡Para siempre en el ocaso hundióse
tu claro sol! Los pálidos destellos
que tristes doran las sagradas cumbres
son desmayada sombra do su fuego.
Crece el laurel sombrío todavía
en las gloriosas márgenes del Ebro;
mas no á que ciñan sienes victoriosas
en lozano verdor da sus renuevos.
Los años rinden su vigor; oprime
la madre tierra de su tronco el peso,
y las hogueras rústicas consumen
el árbol noble que respeta el cielo.
Ya no en amor purísimo se inflama,
¡oh Patria!, de tus vírgenes el pecho,
ni sed de gloria y libertad agita
el tibio corazón de tus mancebos:
ansia de oro insaciable el noble germen
secó fatal del heroísmo en ellos,
y en tierra extraña á granjearle acuden,
y á derramarle en los placeros luego.
¡Y yacen ignorados tus anales!
¡Y mientras oro allega el avariento
en remota región, el patrio valle
mira hundirse el solar de sus abuelos!
¡Oh! Si al vibrar en la riscosa breña
el arpa de la gloria y los recuerdos,
la no vencida raza despertando
alzárase en la tumba al son guerrero,
huérfana de tus hijos te hallaría,
rasgado el manto, desceñido el yelmo,
rota entro el polvo la segur causada,
tu desventura y soledad gimiendo...
Perdió la vieja estirpe de su sangre
el belicoso hervir, el limpio fuego,
II

— 490 —
el vigoroso impulso de su brazo,
de su indomable espíritu el aliento...
Por eso el arpa de la gloria, Patria,
duerme sumida en fúnebre silencio:
no hay quien sus cuerdas inspirado hiera,
no hay quien escuche con amor sus ecos.
Amos de Escalante-
(Del libro Poesías, páginas 136-142; Madrid, 1907.)
O
Castro-Urdiales.
Armas, escudo y señal-,
castillo, puente y Santa Ana,
nave, ballena y mar llana,
non de Castro la leal.
Por tan concisa manera, en cuatro versos puestos cabe un escudo en los estrados de
su casa municipal, describe la villa su blasón, pinta su retrato, y apunta varios indicios
de su historia. Padeció guerras, erigió altares, armó galeras, adiestró arponeros;
fue militar, devota, marinera, comerciante, y á los ojos de quien, llegándose por mar,
descubre aquel extraño arco tendido entre dos peñas coronadas de adarves la una, de
pórticos la otra, el heráldico bosquejo conserva su parecido.
Pusiéronla sus fundadores sobre las rocas peladas que bate el mar: ¿era espía del
agua, centinela de la tierra, fortaleza, puerto, amenaza ó refugio?
En su cóncavo seno ofrecía amparo á las naves la Naturaleza contra las iras de
la Naturaleza misma; para ampararlas del hombre, hubo el hombre de fundar murallas.
Castro las tiene desde muy antiguo, y al ser ahora derribadas, ofrecen testimonios del
segundo siglo de la era cristiana en monedas de Marco Aurelio Antonino y su mujer
Annía Faustina halladas entre la argamasa de sus paredes.
Tomó la fortaleza nombre de la población que había de defender, situada en paraje
más bajo y accesible, abierto al enemigo aventurero, á quien no podía detener de cerca
con la robustez, ni amedrentar de lejos con la traza soberbia de torres y baluartes.
Tres edades humanas están allí representadas en el cantil de la costa, dentro de
una distancia de media legua: Urdíales, la aldea primera, agrícola y pescadora, alimentada
por la mar y el campo, tranquila, pobre y estacionaria; Castro, la villa, la sociedad
armada, armada por necesidad para defender lo adquirido, nutriendo su fuerza de la más
pura substancia de la aldea, y por la posesión de la fuerza conducida al abuso de ella,
á su castigo, el recelo constante de los más fuertes, y el constante desvío de los más
débiles; y, en fin, la playa, la empresa de ayer, la industria nueva, que por encanto
establece, mejora, modifica y crea; que á su vez mina la fortaleza, echa por tierra sus
muros, y llama á sí y absorbe y emplea en provecho propio los elementos vitales que á
duras penas existían dentro del angosto recinto de piedra.
La letra de sus armas es, sin embargo, á pesar de sus creces y mudanzas, la más
excelente pintura que de su romántica fisonomía tendrá nunca la vieja Plaviobriga.
Tal la recordaba mi memoria, vista una y otra vez desde la cubierta de un buque

— 491 —
en juveniles días; ahora, llegando por tierra, y con ánimo de hacer posada en su recinto,
ofrecíame Castro nueva fisonomía, en nada parecida á mi recuerdo: una torre gótica
sin chapitel levantada al borde del agua; espeso caserío, apretado como un enjambre en
torno de ella, y la ancha cinta de una carretera que le añuda, y corre á una y otra parte,
siguiendo hacia oriente y ocaso los quebrados contornos de la costa.
El fondo, sin embargo, del paisaje no variaba: mar y cielo eran los mismos: azules,
profundos; iguales colores tenía la tierra: verdes claros ó sombríos, manchados á trechos
por las cenicientas peñas de la costa; iguales rumores volaban por el aire: el ronco
y vago gemido de la rompiente, el son lejano del viento en las alturas, y sus trémulos
susurros entre las hojas, con que remedaba su inquieto y agudo silbar entre la jarcia.
Nunca parecen monótonos los horizontes de la tierra nativa; nunca fatigan la mirada;
sondéalos instintivamente el alma, y siempre halla en ellos algo que responde á su
sentimiento actual, y según la índole de éste, le halaga, le templa ó le gobierna; para
ella su luz no palidece ni se enturbia, sus términos se mudan con variedad infinita dentro
del perfil que los dibuja, y, blandamente arrastrada por el deleite contemplativo, olvídase
á veces de la vida que los poblara, como paisajista en cuyos lienzos no aparece,
ó aparece con significación escasa, la figura humana.
En cambio, al llegarse adondeqxiiera que permanecen vestigios de poblado, como
al trabar diálogo con una persona por su nombre sólo de antemano conocida, despiértase
en el espíritu deseo ardiente de penetrar su vida entera, y este objeto único absorbo y
ocupa las facultades todas del entendimiento.
Guerreras son las memorias más cercanas á nosotros que resucita Castro: sitiada,
rendida y abrasada, fue una de las heridas hechas á la Patria española por el hierro y
la tea franceses; y durante la dolorosa guerra d« siete años, como uno de tantos escollos
de su marina, oía rodar alrededor suyo el fragor de las olas humanas que se chocaban
enemigas, tocada muchas veces por los tiros del combate, sin ser poderosa á hacerle
cesar, ó desembarazarse de los tenaces guerrilleros que infestaban sus cercanías.
Todavía conserva, como soldado viejo, reliquias del antiguo uniforme; mas ya desceñido
su cíngulo militar, de recelosa y ceñuda plaza de guerra, hase tornado hospitalaria
mansión abierta y franca á todo pasajero.
Iba declinando el sol cuando yo llegaba á hacer prueba personal de ello.
Sobre un ribazo, á orillas de la carretera, ofrécese al viajero la Quinta del Carmen;
blanca, luciente, de par en par abiertas sus verjas de hierro, síguenso los curvos senderos
enarenados de su jardín, súbesela escalinata del alto peristilo, y á pocas palabras
cambiadas con un veterano comedido y seco que á leguas acusa marcial procedencia,
se encuentra el peregrino en un cuartito de limpio y modesto adorno, donde suelta su
mochila, y se apresta á descansar en consoladora compañía, abriendo sus ventanas á la
fresca brisa del nordeste, que llama en ellas sacudiendo los cristales.
No hay sol canicular cuyo fuego no templen esas ráfagas consoladoras que orean la
frente, arrullan el oído, y parece que convidar, al espíritu á seguirlas en su fantástico
vuelo, como siguen los ojos el de una mariposa, á examinar la región que habitan, donde
toman los aromas y el rocío en que bañan y perfuman sus alas.
Cede el viajero al cariñoso impulso, y desde los balcones de su albergue descubre
vasto paisaje marino. Se abre la costa en seno anchuroso, cuyo centro ocupan la villa
y su playa; corren al nordeste las quebrantadas tierras vizcaínas; en su obscura mole
clarean la entrada de la ría de Somorrostro, las casas de Algorta, que cuelgan esparcidas
en la pendiente, ó se agrupan al pie del orgulloso faro de la Galea, y el arenal de
Plencia, somero del agua, dilatándose el promontorio hasta morir en cabo Villano, cuyo

— 492 —
espolón de piedra, caído al mar, asoma aislado encima de las olas. Hacia el ocaso se
escalonan escuetos peñascos hasta los montes de Laredo y de Santoña, perdidos á tales
horas en la bruma de oro derramada en la atmósfera por la luz poniente del estío, y
enfrente duerme tendida la inmensidad del Océano, cuyo horizonte azul se confunde con
el azul purísimo del cielo.
De esta contemplación distraen voces humanas. Los huéspedes se cruzan en las cercanías
de la quinta, y sus diálogos y su pintoresco arreo recuerdan que la actual excelencia
de la villa está en las olas que mojan sus términos.
Está la playa de baños en una entrada que hace la costa al saliente de la villa, gráficamente
nombrada Brazo-mar, donde desagua un arroyo del mismo apellido, que baja
del valle de Sámano. Es un arenal estrecho, que limitan erizadas rocas, y donde vienen
á morir blanda y acompasadamente las olas rechazadas por la punta llamada de Ootolino,
que se levanta en la opuesta margen.
Todo allí es miniatura, fuera de la mar y el monte; todo menudo, todo reducido, pero
todo proporcionado y armonioso: á la villa corresponde la playa, á la playa las casetas,
á las casetas la concurrencia que las usa y llena.
Las diversas escalas del universo femenino veíanse representadas en los diversos
grupos, cuyas breves faldas, rojas y azules, blancas y negras, esmaltaban con crudos
toques la descolorida arena. Largos rizos que despeinaba el viento, pupilas encendidas
en el sol meridional, damas de blasón y linaje, y aventureras sin otras armas que las de
su hermosura, con éxito lastimoso esgrimidas, en provecho del diablo. Las playas, grandes
ó chicas, afamadas ó modestas, son tablas en que aparecen á declamar su parte de
la comedia humana iguales tipos, idénticos caracteres: una es la luz que los ilumina,
uno el salino ambiente que las orea, uno el son que acompaña al drama; en todas se repiten
decoración y numen, en todas escenas y papeles. Salvos el número, el rostro, el habla
y el vestido, las bañistas en Castro eran las que el viajero encuentra en el Lido de Venecia
y en el Ciarritz de Gascuña, en la Caleta gaditana y en el Sardinero santanderino,
en Brihgton y en Ostende. Allí estaba la que con el cabo de su quitasol canaliza
la arena, y entre rectas y rasgos dibuja disimuladamente una cifra ó una fecha, tan
pronto borrada como concluida; la que vaga solitaria y grave con un libro entre las manos,
más hojeado que leído; la olvidada de sí misma en la contemplación sublime del
paisaje; la olvidada de paisaje y universo por un primor ó un vicio de su traje ó su peinado;
la que marisca, saltando entre peñas y médanos, exponiendo el sin rival calzado
al filo de las rocas, á la humedad de la resaca, y á la contemplación y comento de émulas
y apasionados; la que se embebece y suspira contemplando el vespertino centellear de
Sirio, siendo á su vez estrella en que se miran otros ojos apartados y temerosos.
Cruzábanse en el arenal ó en las gradas del pabellón los que del agua salían con los
que bajaban al agua, cambiando saludos y las acostumbradas frases:
—¿Está buena?
—Deliciosa.
—¡Por largo lo ha tomado usted hoy!
—Da pena dejarlo.
Quien oyese este diálogo sin noción de la escena, un ciego, por ejemplo, ignorante
del lugar donde se hallaba, no adivinaría fácilmente que el objeto de tan tiernas palabras
es el agua del mar.
Llegóse á la orilla un hombre de poblada barba y recio busto, y entrándose por
medio de los que, sentados ó en cuclillas, estaban á mojo asidos á una maroma, ó á las
manos callosas del marinero que los asistía, se arrojó sobre la espuma de una ola con

— 493 —
el aire resuelto y tranquilo de los avezados á tales ejercicios. Sumergióse luego para
salvar la rompiente, y, salvada, nadó mar adentro con brazo vigoroso, levantándose
sobre los anchos lomos de las olas que se sucedían. Único nadador en aquella hora, rompía
la monotonía de la escena, y, naturalmente, se llevaba la atención de cuantos en la
ribera estaban; y él, de lleno entregado al placer del varonil ejercicio, olvidado de la
tierra, ocupado únicamente del agua que le sostenía, del cielo que le cobijaba, embebecido
en las caricias y arrullos de las brisas que oreaban su frente, de la espuma que
serpeaba trémula sobre sus hombros, en torno de su robusto cuello, trepaba á la cresta
de las olas, ó se tendía inmóvil encima de ellas, ó giraba moviendo anchos remolinos,
ó sacando con brío el brazo y alargándole delante de sí, hería con la palma abierta y
tendida las aguas; y el ruido seco del azote venía hasta la orilla, alternando con el gemido
de las aguas, como alternan, durante la pelea, con el fragor de las armas, las calientes
injurias que inspira el enojo y el ¡ay! involuntario que arrancan las heridas.
Produce toda lucha cierta embriaguez, más ciega, más ardiente en el inferior cuando
son desiguales los combatientes; embriaguez, no de miedo al dolor, de miedo de ser vencido;
embriaguez que se experimenta, aun cuando no sea mortal el empeño, en toda porfía,
en los juegos más corteses de armas y de fuerza, y que sin duda llega á su extremo
de energía cuando contienden, de una parte, el hombre, su espíritu y su denuedo, y de
la otra una fiera de poder desmesurado, de instintos misteriosos, en cuya mansedumbre
no cabe confianza, cuya cólera no puede preverse, y cuyo solo amago basta á destruir,
exterminar y hacer desaparecer al hombre en un soplo, en una chispa, en un átomo indivisible
de tiempo.
Súbitamente oyóse retumbar una bocina, causando precipitado movimiento entre los
familiares y servidores de las casetas. Dos marineros de edad provecta, descalzos, con
sendas anclas bordadas en los anchos y desmayados cuellos de sus camisas azules, parecieron
en la playa; dando grandes voces poco inteligioles, movían sus brazos á manera
de aspas telegráficas. Eran los salvavidas, hombres diputados por el Municipio para
vigilar imprudencias y prevenir desgracias. ¿Amagaba alguna? ¿A quién? No seguramente
al nadador, que, absorto en la inefable melancolía de la tarde, más y más embebecido
en su ejercicio, bogaba ya blanda y sosegadamente hacia tierra. Mas apenas afirmaba
el pie en la arena, entró á él uno de los salvavidas, señalado en el rostro con la
misma falta que hicieron famosa Filipo de Maoedonia, Aníbal de Cartago y Sertorio de
España, y le denostó de temerario. Con igual calma que había recibido los rociones del
mar, recibió el bañista la reprensión del veterano, y sin encogerse de hombros siquiera,
salió del agua mudo y tranquilo como había entrado.
Ibase diciendo, sin duda, que el cauto marinero entendía de singular manera las
obligaciones de su profesión, las cuales, en su concepto, no consistían tanto en exponer
la vida propia cuanto en evitar semejante contingencia, apartando con tiempo al prójimo
del más remoto riesgo. No imaginaba que iba á ser pasto de noveleros y desocupados;
que, horas después, contarían las gentes que « señor forastero había estado á punto de
ahogarse; y que al amor de tan socorrida fábula, y en los ánimos crédulos de muchos,
crecería por el momento la nombradla siniestra-del mar, de sus abismos y perfidias.
(Del libro Costas y Montañas, páginas 25-37; Madrid, 1871.)
«Juan García.*

Pro vin cías Vascongadas
Arren ez bedi galdu Euskera.
dure Euskera eder maitea
galtzen gaur degu ikusten
euskaldnn onak arritzeko da
ñola ez dirán lotzatzen!
Larramendirik, Astarloarik
geiago ez da aitazen ..
ez da utsegin aundiagorik
ondo badegu pensatzen.
Galdu divade oitura onak
galduko degu Euskera...
Onla bagoaz eun urte barru
¡galdu da gure izena!
Erro, Aizkibel ziran bezela
erakuslerik gaur ez da
gure Euskera... ¡ay! galtzen bada
gu... Euskalduiiak ez gera!
Ñola isildu, eta barkatu
etorkizunen kondairak
arrazoaikin esango digu
;nun dirá zuen oituerak?
Maité!
Aurra seaskaohnan,
¡lo lo! Baserriyan,
leynaren ezpiyan
loria sasiyan,
eta chorikumiak
arbola zarrian,
¡gozo sentitzen ditut
nere biyotzian!
¿Ta etzande, biyotza,
zu inorenian?...
¡Ai!... Ala balitz ese,
bakartasunian...
-O
¡Zuk maité zazu beti!
¡Maité ill artian!
Bi gizon-i.
¡Zer pena ikustia
bi gizon aserré,
aingerucho bañaren
diralorik jabe.
Mundu ontan borroka
dabiltzan bitarte
beren aurchoak lagun
zeruetan daude!
¡Ara zuen begiak
Damu dute bai... gaur Euskaldunak
lotsa piska bat dutenak
aspaldi esan duten bezela
gizonik jakinsuenak.
Dala Parisién, eta Londresen
jakinsu asco badira
euskarazko liburu zarren
ondoren ibiltzen dirá:
or da Luziano prinzipe ernaya
orain gure tar deguna,
Euskara zale bilañakoa
jakinsuetan aundi daña.
Arren.... ez bada galdu Euskera
¡Nere anaya maiteak!
Galzen badegu... galduak gera
gu, eta gure semeak:
beti Euskera itz egin bada
oro zar eta gazteak,
esan ez dedin danok gerala
euskaldun biotz gabeak.
José María de Iparraguirre-
jaso ditzatzute,
eta elkar maiteaz
biziko zerate!
Berdin!
Mendiyan gurutze bat
ta bakardadea,
ta gurutze oneau
zeruzonz lorea!
¡Ausen bezela dago
anima nerea!
Antonio Arzac.

— 495 —
Diñero diñero.
—Trin, trin, trin... ¿Of? La puerta está tocando solo el zintzarri, que zorginkeris,
que adelantamientos hasen agora.
—¿Qué se le ofrece á usted?
—Buenos días primero y perdona usté. ¿Es aquí la deuda de la lotería de dar
diñero?
—Sí, en efecto.
—Pues me han desido que dan seis duros con un chartel de billete de lumero que
bale tres pesetas, y yo soy baserritarra del caserío, y que arreparten diñero siempre, y
por eso has beniro yo á comprar la lumerasión.
—Es verdad, ésta es la lotería; pero una vez comprado el décimo, hay que esperar
la suerte.
—¿Suerte? Y yo ya hay pasaro soldao de quintos y suertes tamién.
—No, hombre; es otra suerte.
—¿De toreros de banderillear?
—Ño, buen hombre; es el de la fortuna.
—¿ Portu-ncá
—Mire usted, compre el décimo, y si tiene el mismo número que el de la lista...
—¿Diñero en seguida e?
—Kecibirá el premio según su categoría.
—¿En Ategorría? ¿Aquí mismo porque no?
—Sí, aquí mismo.
—¿Y en que día ai que benir á por difiero?
—El día 30 de estemes.
—¿No hasen nunca trampa?
—Calle usted, por Dios; esto es muy sagrado.
—¿Sagrado de Dios?
—Formal.
—¿Y si lluebe igual pagan?
—Ya lo creo.
—Pues damuste billete, pero bueno, bueno.
—En seguida.
—¿Pero que sea de caer e? A no engañar; en buenas noches, yo tenía un lumero y
todabia no a caido, y siempre le desía á Josse Mari que venga á preguntar y todavía
tengo en casa esperando cuando le tocara, ya tiene hora de caer, pero me párese que
siempre haremos utz.
— ¡Ja, ja, ja; qué salidas!
—Si no ha salido.
—¡Salidas las de usted!
—Ik bai usté.
—Tenga y guárdelo bien, y que tenga buena suerte.
—En punta pañuelo
guardare fuerte
para que tenga
diñero juerto.
Agora ya me boy al caserío, y si me cae le erregalare dos botillas de sagardo mustillo,
y beinte mantzanas; pero si ago utz en aquel dia, no le comprare mas pospolos,
ni pipas, ni nara, conque adiós, asta dia beinte, ya benire sin falta.
(De la revista Euskal-Erria; San Sebastián, 1904.)
José Artola.

Cataluña
Un llor y una llagrima.
¡Salut ais que lidiaren y com á bons vencéren,
Uuytant ab la tempesta, los huracans y'ls vents!
¡Y gloria ais que caiguéren del África en las platjas,
de la bandera patria morint sota los plechs!
¡Salut ais qui retornen del África gloriosos!
Ells son qui ab lur bravesa lo ferro han despertat.
¡Salut ais que retornan! ¡Salut ais que allí foren,
sent de Tetuan los héroes, los héroes de Wad-.Rás!
¡Honor ais que recordan las glorias de lur patria,
per'ella renovantne jornadas d'altres temps!
¡Honor ais que retornan del camp de la batalla
banderas sarrahinas portantli per trofeus!
La sanch almugavóra vivia en las lurs venas
y al África volaren per ser flagell d'alarbs.
Avuy cantan sas proesas las catalanas liras,
demá de sas hassanyas la historia parlará.
Lo món tot los admira; la Espanya los aclama,
que tots son de la térra valents, digníssimus filis.
Los héroes de la patria que dormen ja fá segles,
de sas profundas tombas per véurels han eixit.
Al Africa'ls diguéren, y al África partíren.
Del África ja tornan. ¿Qué importa que sos fronts
haja ennegrit la pólvora y'l sol de las batallas?...
Hermosos sempre foren los fronts deis vencedors.
¡Que regne la alegria! ¡Que floten las banderas!
¡Que sia tot coronas y músicas y flors!
Mes no oblide la patria, en mitj del entusiasme,
si ais vius garlandas dona, dar llágrimas ais morts.
¡Salut ais que lidiaren, y com á bons vencéren
Uuytant ab la tempesta, los Iruracants y'ls vents!
¡Y gloria ais que caygueren del África en las platjas
de la bandera patria morint sota los plechs!
(Del libro Poesías, páginas 213-214; Madrid, 1882.)
-o-
Víctor Balaguer.
Balada de Mallorca y fundación de Barcelona.
A la vora-vora del mar hon vigila
Montgó, 'ls peus á l'aygua y ais núvols lo front,
omplía una verge son canter d'argila,
mirautse en la font.
Son peu de petxina rellisca en la molca,
y á trocos lo canter s'enfonza rodant;

— 497 —
del plor que ella feya, la mar, que era dolca,
tornava amargant.
Puix l'aygua pouada cristall n'era y perles,
com gayres no'n copean los lliris d'olor;
¡no es molt si sospira, quan veu les esberles
del canteret d'or!
La mar se'n dolía, les pren en sa falda,
y al Maig, per plantarhi, demana un roser;
Valencia, á tes hortes verdor d'esmeralda,
y á ton cel dosser.
Per bree la conquilla de Venus los dona,
gronxada peí Zéfir de vespre y matí,
y'ls testos, que una alba de roses corona,
ja son un jardí.
Ab flors de l'Arabia l'enrama y perfuma;
y d'África ab palmes, d'Europa ab aucells,
alegra ses ribos, que's preñen d'escuma
mes ampies cinyells.
Tres eran los testos, tres foren les illes;
y, al véureles ara volgud.es peí sol,
les crida á sos bracos la térra per filies,
y'l mar se les vol.
Atret peí cant melódich, Balou, de vora'L Turia
pren vela vers Mallorca, la térra deis fonors.
Si'n ve una pedregada derrera la canturía,
d'un altre fill Alcídes que plore'l fat advers.
Mes polsa, dins la barca, les cordes d'una lira,
y los mandróns y fones s'esmunyen de llurs mans;
y, oferintli llurs bracos de ferro per cadira,
vora un claper lo duhen, sepulcro de gegants.
Com llurs superbes ombres per rébrel desvetllades,
torrejan dotze pedrés dins un palmar florit,
entorn de l'ara immensa del sacrifici alcades;
soldats de roca, en cercle voltant son adalit.
Allá de flors y fulles d'alzina lo coronan,
texint mítiques dances donzelles y minyons,
mentre'ls guerrers un cánticli de benvinguda entonan,
fentli present d'un ceptre de vori, á genollons.
Sardus, que ab ell venía vogant desde la riba,
vers Sol ixent decanta la proa escumejant:
Cerdenya, tes montanyes, d'argent y d'or font viva,
son nom escrit ab lletres de nurhags guardarán.
Reprén la vía Alcídes; y, dant á Barcelona
del mar lo ceptre, en bracos l'asseu de Montjuicli,
gegant que en vetlla sompre, mentre ella s'mira en l'ona,
ab cent tronantes boques n'esquiva l'enemich.
Lo mont mateix bestrauli penyals per sa muralla,
que á grans carreus arrencan ab maces y tascons;

— 498 —
si algún d'insoportable n'hi há, també hi devalla,
arreu trinxant pollancres y tells á tomballons.
Per coronar exa obra de ciclop gegantina,
de Barcelona al centre planta un verger felic,
sobre un pilans, del Táber al cim, hon sa rubina
du escrit al front encara lo nom de Paradís.
(Del libro La Atldntida, páginas 234-238; Barcelona, 1002.)
A la primera embranzida
salta pany y forrellat;
á la segona las portas
esclatan balandrejant.
Y oom cap de torrentada,
fins la mesa del altar
rebuig de vilas y pobles
á tomballons se n'ha entrat,
calada la barretina
y en la boca'l renegar,
com si fos á la taberna
fent la morra ab Satanás.
Gruaytava'l sol á la iglesia
abocat á un finestral:
per no véurels, abans d'hora
sota térra s'ha amagat.
Fúgen las aus pe'l cimbori
rebotent d'assí d'allá;
sanfcs y santas oom si enrera
se fessen per los altars,
y'l guerrer palpes las armas,
y á sos peus grunyís lo cá,
y en la oreu'l Fill del Home
los ulls obrís admirat.
Ja s'estén com taca d'oli
l'escamot de condempnats.
Uns sermonan desde'l claustre,
uns altres pican de mans;
ensá ab coblas bordelleras
cantan absoltas y salms;
van las donas per las celdas
oorrent darrera'ls bergants;
mes enllá bat una porta,
assí una llantia ha tombat,
y com bojas las campanas
barrejan festas y planys.
Un baylet á cops de pedra
las imatges va escapsant;
las donas espitregadas
-O-
Poblet.
Mossén Jacinto Verdaguer.
hi paran lo devantal.
Ab los caps jugan á botxas;
quan topan quin espumar!
lo bolitj es, ay, la testa
d'un Jesús agonisant!
De tihons y de feixinas
las tronas han curullat:
que la nit los cau á sobre...
Ja'l foch s'emparra cap dalt.
Quin brugit! Las duas atxas
s'escabellan sota'ls archs
y s'atufan y's cargolan
sobre'ls murs llengotejant!
Ja una colla s'arreplega
vora'ls sepilieres reals:
ja l'un hi arramba la espatlla;
tres ó quatre ja son dalt.
Per las voltas ja ressonan
los cops d'escodas y malls;
ja s'esquerdan las llosanas;
ja relliscan dalt á baix.
Rey en Pere, Deu te valga:
per quan desas lo punyal?...
Ja han tret á feix sas despullas
adintre manyoch de draps:
los ossos com joch de bitllas
topan damunt del llosat.
En Ferrán lo d'Antequera,
ara ets franch del vectigal!...
Enllá va la carcanada,
sembla un gaviot que's desfá,
y dalmática y corona,
tot florit y rovellat.
" Va pe'ls ayres Joana Enríquez
toca y mantell volejant;
sas urpas encara estrenyen
un Sant Orist malaguanyat:
per terra'l cap s'esgarría
botent ab só de cascall.

Damunt lo eos de la reyna
al trist Caries han llensat.
Los qu'en vida s'aborrían
ara en mor s'han d'abrassar;
y, ay! que pe'ls sigles deis sigles
las cendras barrejarán.
No toquéu al rey en Jaume,
que la térra s'entrará!
Per l'esbo'ranch del sepulcre
passan com furas las mans:
la primera que'l tooava
ab la espasa's va tallar.
Per lo cap ve que l'estiran;
ja segueix tot enrampat;
vestit ab l'hábit de monjo,
los cabells rossos penjant,
la destra sobre la espasa,
los ulls oberts y emboyrats.
Ja l'arramban á un sepulcre,
los brassos penjim-penjám:
de gayrell com l'arrambaren
á tots passa de dos pams.
Las flamas damunt son rostre
se mouhen vermellejant,
com si adintre de sas venas
tornes á corre la sanch.
Rey en Jaume, ¿cóm no cridas
la teva rassa al costat!...
La rassa del rey en Jaume
baila entorn dantse las mans!...
Una dona escabellada
á pes de brassos l'ha alsat:
cap á las celdas se'n puja;
darrera tots se n'lii van:
ja li cau á mitja escala;
ja altra dona l'ha aixecat:
fins al eos lo re) 1 en Jaume
torna á eixir sobre deis caps.
Tots portan brandons y ciris,
y s'acostan y se'n van
pe'ls corredors y las celdas
escarnint los cants sagrats.
La momia del rey en Jaume
ja aoostan á un finestral.
Poblé, á quí vols, ja bramulan,
á Jesús ó á Barrabás?
Los vidres saltan á trossos;
la linestra dona al camp.
La nit qu'hermosa y serena!...
l'ayre qué dols y embaumat!...
la lluna alsantse tranquila
(Del libro Poesías, páginas 273-279; Barcelona, 1905.)
— 499
daura montanyas y plans
se sent belar una ovella;
un rossinyol ha cantat.
Es la ten-a catalana
que'l gran rey va trepitjar:
es l'ayre que'l pife li omplía
deis Pirineus y'l Montsant:
es la lluna que brillava
sobre l'armeig deis alarbs!
La momia del rey en Jaume
fins sembla que s'ha dressat,
com si per dalt de las cimas
volgués veure mes enllá!...
La colla canta que canta;
l'incendi enrera's f'a gran.
Un que frech al rey se troba
tot de cop s'ha esborronat,
que ha sentit calor estranya
caure assobre de sas mans.
Fins al rey los ulls aixeca:
fret d'espant ja'ls ha baixat!
Ja'ls lii ha dit ais de la vora;
la nova corre com llamp;
ja s'apagan las canturías;
ja s'apartan esglayats.
La momia del rey en Jaume
fil á fil está plorant!
Per las escalas s'abocan
com á corps esperitats;
saltan los ciris enrera
per los grahons fumejant.
En lo temple ni s'aturan;
passan d'un bot lo portal:
á tomballons com vingueren,
á tomballons se n'han'nat.
Quan son lluny, giran la cara:
roig per l'incendi es l'espay;
y'l rey sempre á la finestra
avansa'l eos encisat.
Deu de justicia, feu vostre
mon prech y'l de mos germans!
Que tingan fam, y en ea boca
lo pa y tot sé'ls torni fanch:
que tingan set, y s'aixuguin
fonts y rius al seu davant:
que tingan íret, y sas robas
se'ls hi tornin mar de flam:
que tingan son, y s'ajeguin
sobre escorsons babejarjts!...
Mes ay, que demá felissos
y riallers tornarán!
Ángel Guimerá.

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MOSSEN RAMÓN.
MARTA.
MOSSEX RAMÓN.
MARTA.
MIQUEL.
MARTA.
MIQUEL.
MOSSEN RAMÓN.
MIQUEL.
MOSSEN RAMÓN.
MARTA.
MOSSEN RAMÓN.
MIQUEL.
MOSSEN RAMÓN.
MIQUEL.
MOSSKN RAMÓN.
MIQUEL.
MOSSEN RAMÓN.
MARTA.
MOSSEN RAMÓN.
— 502
El mistic.
(Drama en. quatre aotes.
ACTO TERCERO
ESCENA VII
MOSSEN RAMÓN, la MARTA i en MIQUEL.
Jesús meu! Ja que m'envieu tribulacions, envieu-me forces! Feu-me
patir, si és la vostra santa voluntat, pero no m'abandoneu! No m'abandoneu
a mi mateix, que def'alleixo! Marta: de qué t'aousen?
D'estimar an en Miquel.
(Posant-se la mct al cor i apoiant-se.) An ell?
D'estimar-lo i de que ell m'estimi a mi!
Si per estimar se té culpa, som culpables!
Jo ja volia dir-t'ho, pero temia... No sé qué temia
Me pensó poder-la fer ditxosa: seré digne d'ella; i si bé he faltat no
dient-li, no m'acuso de res mes.
No: no tens d'acusar-te de res. Ja tenia de pensar-m'ho lo que passa.
Tots dos joves, aprop l'un de l'altre; tots dos amb el pensament fantasiós
i el cor pie de vida; ai!, qui no estima tenint la jovent ut pera
donar i pera pendre-la?
Les meves intencions lian sigut sanes com la claror.
Te creo, Miquel! Tampoc tu ets deis que viuen al'errats a l'aspror de
la pobra térra!
No: tampoc lii viu.
Pero tu sí que hi vius, i tampoc tens culpa: ets dona!
Jo vetllaré per ella!
Si'l vetllar ti pogués!
Tinc cor pera í'er-la ditxosa.
Sigueu-ne, ja que podeu ser-ne. I, ara, deixeu-me estar sol.
Que no's troba bó?
No gaire; pero deixeu-me.
Si vol que...
Necessito estar sol. L'anada de la mare, tot junt me demana soletat!
Necessito resar per tots, per vosaltres, per mi, sobre tot per mi;
necessito mirar mes enllá deis homes. Deixeu-me estar! Us ho prego!
(La Marta i en Miquel se'n van a dintre, i Mossen Ramón queda
plorant i ofegant-se.)
ESCENA VIII
EL SECRETABI DEL BISBE i MOSSEN RAMÓN, i després en MIQUEL.
EL SEUHETABI. Déu hi sia. Plora? El trobo plorant, Mossen Ramón?
MC.SSEN RAMÓN. SÍ... NO ho sé... Qui no té motius de plorar en aquesta térra de
llagrimes?
EL SEORETAKI. Plori, que'l plorar és deis pocs consols que tenim. Vosté ja no'm deu
recordar, Mossen Ramón.
MOSSEN RAMÓN. Molt bó'l recordó!
EL SECRETARI. El dia que'l vaig veure, ja fa molt temps, a montanya, pressentia que
un dia o altre'ns tornariem a trobar, pero ao'm creia trobar-lo com
el trobo.
MOSSEN RAMÓN. Perdoni.

EL SECRETARI;
MOSSEN RAMÓN.
EL, SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETAEI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN,
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN
—- 503 —
Me pensó endavinar lo que li passa.
Qui sab!
Encara que no'ns haguessim trobat mes, endavino'l camí per on
camina, i sé que és pié d'espines, sé que vosté no cerca d'apartar-les,
sino que hi camina a peu descale per sobre.
No sé caminar d'altra manera.
Vosté gaudeix caminant-hi.
Es Déu que'm senyala'l camí.
0 vosté'l cerca. Escolti, germá. Jo vine, primerament, pera aconsolar-lo;
després, si puc, pera aconcellar-lo; i, finalment, pera advertirlo.
El consol, les llagrimes li donaran mes que les paraules: les llagrimes
brollen de la font del sentiment i van al llac de la resignació, i
vosté'l sabrá trobar aquet llac d'aigües quietes, pera balsem de la se va
ánima; en quant els concells, primer demano permís pera donarlos-hi.
Digui.
Dones, tinc de dir-li que vosté estima'ls desvalguts, els desgraciáis,
els miseriosos; que vosté's vol atreure les animes sense saber com
bateguen, no mes perqué sab que son animes; pero, ai, germá!, si pera
salvar-ne algunes en perd d'altres, no será'í camí mes segur de portar-ne
moltes a la gloria. La fe té de filtrar-se fins ais contraris, fins
ais mateixos enemics; pero si ells en volen fer perdre la nostra, allavores
s'ha d'obrar amb una cosa que vosté no sab teñir. I sab lo que
és, Mossen Ramón? Prudencia i tacte. Li aconcello mes prudencia.
1 per qué se'n ha de teñir, pera fer bé?
Per no fer mal.
No son tots, uns i altres, deis que sofreixen, deis que ploren, deis que
teñen fam i sed de justicia?
Tots ho son.
No son tots germans?
També.
No és la llei de Crist, no mirar a qui's predica?
Ho és; pero vosté no l'aplica be. La llei s'ha d'interpretar, s'ha cl'emmotllar
an els temps que vivim, s'ha de seguir am mida, o sino no hi
ha manera de feria entendre. Vosté, am la seva interpretació pura,
ens compromet. Ja ho sab ara.
Jo'ls comprometo seguint les paraules santes?
Sí; perqué pera afavorir alguns, rebaixa'ls altres; pera salvar els
pobres, allunya'ls rics; per simpatía ais exaltats, fa por ais prudents;
i pera convertir ais renegats, no's recorda deis piadosos.
Si jo no vui anar contra ningú: treballo pera'ls abandonáis, perqué
son els que están mes en perill.
Peró'n fa massa.
Sempre fent-ne massa! Sempre tot am mida! Sempre'l tacte i les conveniencies!
Sempre fins regatejant la fe! No m'atormentim mes, que
bracejo en la buidor i no sé aon me porten! Deixin-me teñir la fe absoluta,
o treguin-me-la, Déu me perdó, si Déu els dona permís pera
fer-ho!
No ho veu com blasfema?
El cel me'n guardi de blasfemar, pero batego en el mar de l'indiíerencia,
i no puc mes: me falten les forces! Tot-hom que'm volta té fe
i no'n té ningú; tot-hom estima'ls pobres i els pobres moren de miseria;
tot-hom creu, i el temple és buid; tot-hom espera i ningú mira
al mes enllá! Déu meu! Vos que ho veieu tot, com deveu somriure
d'amargor al veure tantes criatures que's figuren enganyar-vos!
Aquest exaltament ós hermós, pero no convene.
I qué hi puc fer, si no sóc prou bó, pera que Jesucrist m'escolti? Jo
prego, prego a totes hores; prego amb el cor atravessat peí dolor;
demano clemencia, pietat, foc diví, amor pera tot-hom; i qué puc

EL SECRETAKI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SEORETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SEORETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEX RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSKN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
— 504 —
fer-hi si'ls meus precs no arriben al cel i els hornea no volen escoltar-me?
Misticisme! Tot misticisme! Vosté és el darrer mistic, Mossen Ramón.
Vosté no ha nesout pera viure en el nostre sigle.
Davant de l'eternitat no oompten els sigles.
Pero son els graons de l'eternitat, i pera pujar-la aquesta eternitat
desitjada s'han de fer concessions que vosté no fa, ser mes oportunista
de lo que vosté és, i donar altres exemples deis que dona.
Jo?
Vosté; i pera provar-li, passem a la tercera part d'advertencies, i
aqüestes no son nieves: me les fa venir a donar el senyor Bisbe.
Ve de part del senyor Bisbe?
D'ell mateix. Vosté no viu sol.
Vivia am la mare i se'n ha anat. Ara queda a casa no mes que una
oosina.
Dones d'ella's traota. Vosté no hi pot viure.
Era pobra, havia peoat, i com que ningú la volia, la vaig recullir jo.
Hi ha cases d'arrepentides.
Arrepentida va venir.
Peró'l perdrá a vosté.
Sospiti de mi, pero no d'ella.
Jo no sospito ni deixo de sospitar: jo dic que pera vosté pot ser una
temptació.
I si ho fos?
Tindria d'evitarla.
Resistir-la dignifica mes an els ulls de Déu que evitar-la.
Peró'ls homes no ho saben si ha resistit.
Pero Dóu sí que ho sab.
Recordi-s que és el senyor Bisbe qiii l'avisa.
Me'n recordó molt deis seus avisos; i pera que vegi si me'n recordó,
li diré les primerea paraules que va dir-me, i que no se m'han borrat
maimés. «Benaventurats els que ploren—me va dir—, els que teñen
fam i sed de justicia, els misericordiosos, els nets de-cor; recorda-te'n
am tot amor, vingui lo que vingui, passi lo que passi, i per fer bé no't
dobleguis per ningú, enten-ho bé, per ningú.» Dones hi havia una desgraciada,
vaig recordar les se ves san tes paraules, no'm vaíg doblegar
per ningú, i la vaig entrar a casa meva.
Vosté pot-ser les interpreta les paraules.
Les ho dit de memoria: son d'ell i deis Sants Evangelis.
Si ell hagués cregut l'ús que n'havia de fer, no les hauria dites.
I quin mal ús n'he fet?
Donar escandol.
Pecadors deuen ser els que s'escandalitzen.
En fi: la vol treure o no?
Dic que no. Fins que's casi no's mourá de casa,
falta a l'obedieucia.
Pot-ser a la d'avui, pero no a la d'aquell dia.
Mossen Ramón, pensi bé lo que fa; escolti la veu del dever; recordi-s
de qui és i no's perdí.
Déu és el gran jutge.
Dones temi-1.
No'l temo: l'estimo.
Pero l'estima malament.
L'estimo tant com puc. Estimo'l proxim per Ell, a tots per Ell, i fins
enemics per El 1 !
Es dir, que's declara en rebeldía?
Me declaro sumís a les seves ordres.
Les seves ordres les interpreta i me les dona qui té mes poder que vosté.

MOSSEN RAMÓN.
EL SECRETARI.
MlQUEL.
EL SEORETARI.
MOSSEN RAMÓN.
MlQUEL.
EL SECRETARI.
MIQUEL.
EL SECRETARI.
MlQUEL.
EL SECRETARI.
MlQUEL.
— 505 —
Qui té mes poder va dir-me un dia aquelles paraules de Orist: «Benaventurats
sereu vosaltres quan per amor a mi us maleeixin.»
Aixís ho diré, i setito per vosté que la meva visita liagi estat inútil.
Diré al senyor Bisbe que ha pogut mes ella que'ls seus concells
superiors.
(Que ha sortit un xic abans.) No: digui... que ja és fóra.
Que ja és fóra ella?
La Marta?
Sí: la... pecadora se'n ha anat. Ha compres que destorhava i se'n ha
anat.
Pero... diré que tornará...
No tingui temor. Digui que no tornará. Jo'm cuidaré de que no torni.
Siga vosté qui siga, logrará lo que no haviem pogut lograr nosaltres.
Perqué he lograt per amor lo que no haurieu lograt am desprecis.
A les pobres... pecadores se les converteix am l'unic llenguatge que
entenen: amb el llenguatge de l'amor.
Faci-s el miracle, anc que siga l'amor qui'l faci. Sent aixís, me puc
retirar, i em retiro. Déu hi sia.
Bones tardes. (El Secretari se'n va.)
-o-
Nochebuena.
Santiago Rusiñol.
—Vaja, dona: una vegada a la vida ja's pot fer. Avuy és Nochebuena...
•—Sí, pero ais meus anys, filia...
—Per aixó: perqué ja no'n veureu gayres mes.
—Si cada dia me'n vaig a posta de sol al Hit, com las gallinetas...
—Aixís veureu la lluna, que pot-ser no l'heu vista de l'any de la picó...
—Tens rahó, filia: a mi sí que la serena no'm troncará pas los colors.
—Mira, Máxima: si tu te'n baixas, jo també'm quedaré y anirem de company: jo, tu
y la Mariagneta de ca'n Piu. Nos jugarem los anys, que ja'n tenim un picotí... Totas
plegadas, a la ratlla de... Veurás, comptemho. Tu, quants?... Vuytanta?...
—Qué dius, borranga?... Encara no'n tinch ben bé setanta nou y mitj. Fins pe'l Janer
no cau, lo mitj.
—Bé, dígali hatxe: posem setanta nou... Jo, vuytanta un... L'altre dia la noya va
trobarho assentat a la llibreta de l'avi, el dia del meu naixement: una llibreta embo'icada
en butllas d'aquell temps. Oh!, y que se n'ha perdut ben bó la mena de las butllas
a n'aquí, no trobeu?
—Deixa't de butllas, ara, y escateix aixó deis anys.
—Hala, donchs: hem dit setanta nou y vuytanta un: si del vuytanta un ne traus un
y'l posas a n'els setanta nou, fah dos vuytantas. Oy, noya?
—Bé m'ho sembla.
—Y dos vuytantas afegitis deuhen fer... deuhen fer...
—Mes de cent deuhen fer, jo compto...
— Oh, esta ciar! Y que si te donessin una morma per cada un que'n passa... Mira:
de vuytanta, pera arribar a cent, no mes hi mancan... Calla, deixamho rumiar. Hi
mancan...
—Hi deuhen mancar... duas desenas, jo compto. No t'ho sembla?
—Just, duas desenas. Be'n saps prou de comptar per no teñir lletra!
—M'hi vaig practicar una mica en aquells dos mesos que va estar malalta la cunyada,
y jo me li cuydava de la botiga... L'any deis carlins, saps?
—Prou, y que ja'n fa un bell remat!

— 506 —
—Bé, torna a n'els nostres y no te'n distregas.
—Tens rahó; desseguida tot me fuig de la memoria... Déyam: vuytanta y duas desenas,
cent... Aixís son cent y... cent y... Noya! De vuytanta anys, si'n treuhen duas
desenas, per quants quedan?
—Calleu: déu, un, vint, dos, trenta, tres...
—A mi m'agradan aquesta que comptan com un repente, sense haver de menester
los dits.
—Vaja, ja m'heu í'et descomptar, veyeu?
—Ay, pobra de mi!... Digas, digas...
—Son sis desenas los que sobran... xeixanta...
—Guayta, Máxima! Xeixanta! Qui ho diria? Mes d'un cent y mitj entre todas duas...
,—Oh, y encara manca la Mariagneta!
—Bé, la Mariagneta és mes jove que nosaltres.
—Y tant, dona! Fóra que tinga'l temps ab baga escorredora...
—Te dich que sí. Mira: jo ja duya civellas ais mangots que ella encara aña va ab lo
mocador lligat al brac y la coforra de blavets...
•—Pots comptar! Venia a bailas a l'era ab la nieva colla, y jo ño veya pas que menudegés...
Encara me'n recordó del primer dia que la va traure en Piu: no hi veya de cap
ull de tant contenta.
—Ho veus, dona, com és mes jove? Deyan que en Piu t'havia deixat a tu perqué li
podias esser mare...
—Qué dius? Valenta mentida!... Que en Piu me va deixar a mi? Tres vegadas l'havia
desnonat quan se va arrimar a la Mariagneta... que si jo'l vull a n'en Piu, noli hauria
pas hagut d'apedacar las calcas en sa vida...
—Bé, dona, no t'hi acaloris, per aixó.
—Y pe'l que dius de vella, tingas entes que quan me vaig casar ab en Miquel, tenia
vinticinch anys, y en feya tres de lo d'en Piu: ja veus.
—Deixeuho correr, valga'm Déu, y no renyiu ara per una futesa que devia passar
quan lo del francés.
—Ja tens rahó, noya; sino que la Máxima té aquest geni!...
—A mi m'agrada donar a cada liu lo que siga seu.
—Es que no li quitem pas res a ningú, dona... Era un enrahonar...
—Y digueu, Máxima: ni veniu o no Li veniu a jugar a cartas, aquest vespre?
—Deyas que també hi vindria la Mariagneta?
—Si hi som tu y jo, és ciar que no fará falla: ja saps que sempre la fem plegadas...
—Sihent aixís...
—Está ciar, dona; y llavors podreu esclarir lo d'en Piu y veureu pera qui queda
la rahó.
—No mes que'l pobre gat m'anyorará... No hi está fet que jo me'n vagi de nits,
pobra. bestia!
—Ja vos deixaré la gata pera ferli companyia...
—Fuigme d'aquí! La fariam ben bona... No vull escándols a casa nieva, que prou
que dona que dir a tot lo barrí las nits que fuig.
—Encara'm fareu riure, Máxima...
—Y, ara, deixeume'n anar, que ja Uustreja.
—Que't recordis de tornar...
—Si no sóch aquí d'hora, comenceu... Vaja, santa nit a tot-hom.
—Santa nit, Máxima; y deixeu la cadira, dona.
—Té, ja no me'n recordava: aquí la poso, darrera la porta...
—Pins a després.
Y la Máxima, lleugera y bellugosa com de costum, deixá la cadireta baixa ben aconduhida
per la sessió del vespre y sortí de casa la Marcona, allisantse'l devantal y tapantse
la boca ab lo bóch del mocador del cap, per poi d'aquell ayrot de Desembre tant
gebrat y fi que's ficava entre cara y pell.
La Máxima, la Marcona y la Mariagneta de ca'n Piu eran las tres vellas mes sahonadas
del poblé, vivían al mateix carrer y eran companyas de la joveñtut encá: cada
diumenge jugavan a cartas a ca'la Marcona y cada diumenge disputavan per una cosa

— 507 —
o altra, fins a un extrem que s'hauria dit que anavan a renyir pera sempre; pero, lluny
d'aixó, oom mes se barallavan mes amigas eran, fins al punt de dir los vehins:
—Quan l'ana caygui, l'altra s'esclofollará, d'aquestas tres.
La Marcona y la Mariagneta tenían un remat de filis y filias que las ajudavan a
oompanejár la pobresa; pero la Máxima no n'havia tingut may de filis, y, mort son marit
ja veya anys, vivía sola en una caseta menuda y endrecada com un pitger; sola ab son
gat clapat, que may la desamparava, y ab quatre gallinetas-que passejavan pe'l pati ab
majestat de reginas, coronadas per la rosella encesa de sa crebta.
Segons dir de la gent, la Máxima vivia oom un oliva, de por quel's nebots que podia
posarse a casa no li fessih correr lo sarronet de duros aplegats pe'l marit fent contrabando
en aquell temps en que'ls napoleons no mes valian dinou rals. Mes, segons altras
veus, també podia esser causa de sa solitut lo geni que tenia: un genit tant prompte,
que quan li venia ia foguerada—y solia venirli sovint—hauna sigut capaca (paraulas
de la Marcona, que la coneixia bé) de dir damnacions al mataix fill del rey; y afegian
que ella, coneixents'ho, prefería estar bé ab la parentela tenintla lluny que haver de
renyirlii posántsela massa a la vora.
Neta y pulida com un crestall, tenia la caseta que donava goig de veure, y ella
flayrava sempre a bugada y a pomas del ciri, lo perfumer de sas caixas y armaris. Tot
lo sant dia trastejava per la casa, com si no mes tingues quinze anys, iregant, emblanquinant,
apedacant la roba, regant l'aufábrega y la menta. Lo dilluns, ab la muda de la
setmana dins del covanet, tirava cap al recb a passarla per aygua, y desprós la desava
fins a l'altra setmana, que tocava de posarla al cossi: al dimars, de bon dematí, passava
la fariña bo y refilant canconerament, a l'ayre del cedac, follias y corrandas del temps
vell: La filia n'está málalta—la filia del rey francés, A la ciutat de. Granada, Un dia
jo'm passejava—pe'ls carrers de Mataré, y molías d'altras a quina mes escayenta; lo
dimecres pastava, a l'estiu pera vuyt dias, y a l'hivern pera quinze; lo dijous íeya menudencias
delicadas—ara un sarrell de tovallola, ara una vora de mocador de pita, ara
un potet de confitura—; lo divendres dissabte deis alts; a l'endemá, dissabte deis baixos,
y'l diumenge santificava la festa, mudantse de bon matí y anant a missa de set, y a la
tarda jugant encegadament a cartas fins que fosquejava. Aqueixas eran las feynas precisas
y invariables; mes com que eran feynas tant menudetas en sí, per ella sola, li
sobrava temps entre setmana pera anar a tots los enterros del poblé, acudir pera donarhi
un consell o un cop de niá a las casas liont hi havia treballs, y ajudar a tal veliina a
traginar un semaló d'aygua o aguantar per una estona la criatura de tal altra. Donava
un crostonet de pa a tots los vells y esguerrats que s'aturavan a la porta, y cada diumenge
deixava anar una peca de cinch céntims a la bassina d'a missa: tot lo que, al
plegat, donava a la Máxima fama de rica y de bonadóna, aixó malgrat lo geni revés
que tenia.
Tal com havian quedat a la tarda, així que va haver sopat, la Máxima s'enllestí pera
anar a jugar a cartas. Tant perqué no li movés fressa com pera calmar la mica de remordiment
que li feya deixarlo sol a casa, havia atipat al gat molt mes que'ls altres dias
y volia que s'adormís ben aviat en lo cabasset que li tenia vora del foch; pero la mixeta,
neguitosa, pot-ser de massa f'arta, may estava prou bé ni acabava de jaure's y quedar
quieta: s'estirava, aixecant lo ventre mateix que un pont y adreijant la cua com un fus;
badallava ab parsimonia, caragolant y descaragolant lo flocli rosat de la llengua, donava
voltas sobre'l jatj, ara d'una banda, ara de l'altra, ab lo caparro amorrat, com si
ensumés quel com: després se deixava caure y s'enrodonia pera tornar a posarse desseguida
sobre las potetas y tornar a voltar. y tornar a jaure, ja de cara al foch, ja d'esquena.
La Máxima hi perdía la paciencia, perqué s'anava fent tard, pero no gosava
deixarlo despert, de por que movés un escándol cridant tota la nit. A la fi, ajocantse
vora'l cabás y amoitxantlo seguidament ab la má logra que s'aquietés. Quan lo ruum,
runm, ruum... acompassat denuncia que a la fi dormía, la Máxima s'aixecá, petjant de
puntetas ana a donar una vista a la porta del pati y posá'ls mistos al costat del llum
pera no haver de palpar quan tornaría. Ja ño tenia envejas de sortir, y, passant per
davant de Péscala, el cor se n'hi anava cap amunt y no's podia estar de f er un badall
darrera l'altre; pero havia promés baixar a ca'la Marcona y volgué teñir paraula. S'envolquellá
cap y eos ab la caputxa vella, apagá'l llum, y al carrer. Al passar la porta,
l'ayre gebrat li ferí la cara com un grapat d'espinas: se tapa fins al ñas, y avall.

— 508 —
A mitj carrer, una ombra que venia en direcoió contraria grunyí la bona nit al fregarli'l
oolze.
—Déu la dó bona, Pere Antón,—respongué ella; y afegí pera sa oaputxa:—Miracle
que en tal hora com aquesta no sigas a malmetre'ls diners de la familia!...
Perqué en Pere Antón, lo vehí del cap del carrer, era un cap-roig, gandul com una
estaca y jugador com un cadell, que deixava ais mals llochs tot lo que podia haver y
feya veure la padrina a la seva pobra dona. Quam la nit de Nadal, que era la mes
arriada pera las juguescas, feya cap a casa, no devia teñir un clau a tret d'unglas.
A l'arribar ella a ca'la Marcona hi havia una gresca encesa: tota l'entrada estava
plena de gent, cridant y fent gatzara. S'hi havia reunit mitj barri, y no pas dones solas,
sino homes y tot: tres o quatre vellots que reyan, pipavan y escupian, omplintho tot de
fum, d'estosseohs y de salivadas mateix que si fossin a la taverna.
Aixís que la vegeren entrar, cridaren tots alegrament:
—No sabeu, Máxima? Plegant d'aquest pich, farem la castanyada. Vint céntims per
hom, ne menjará tot hom que vulga, y fins hi haurá un xerrich de garnatxa, dolca com
una mél.
Li feren lloch a la rodona y s'escayguó al costat d'eñ Pep, un conco molt alegre, ab
ullets pipellejants, de color de cendra, y ab las genivas nuas, sense mes estadant que
una trista dent, llarga y groga, que a cada aleñada batia mateix que un pica-porta.
—Alca Pep, quina pareca!—exclama una mocota.
—Déu n'hi doret, Caleña! L'arreplegués tant caya'l teu currutaco!—respongué'l
conco fent petar los dits y ensenyant las genivas de banda a banda ab una gran rialla.
—Voleu dir que encara f ariau un pensamentot?
—Cap de col! Ella que pro vi de donarme'l sí, y ara mateix me'n salto a la rectoria
pera las llecencias...
—Dónals'hi corda, gat!...—sermona la Máxima.
—Mira que així que arribis a l'altre món t'haurás de disputar ab en Miquel pera
veure qui se la queda.
—Ja m'aconsolo de tot... Ella mateixa triará; pero estich cert que quan me veja la
cama tant ben feta, jo seré'l preferit. Perqué l'hi tinch molt de ben feta, la cama; després
te l'ensenyaré, Máxima; ja veurás; no't pensis que las duch a tall de falo, com lo
difunt.
—Deixa'! estar a la gloria'l difunt y no te'l posis mes a la boca... que al mancos ell
no era vell y boig com tu—digué la Máxima, ja cremada.
Peró'l fadrí la desarma fentli una moxayna y pregantli ab lo cómich xech xech
de sa boca esdentegada:
—Ay, prendeta del meu cor! No t'enfadis, per l'amor de Déu!...
Tota la rodona xisclava y picava de mans.
Així que'l pich acaba, arreconaren banchs y cadiras y tot-honr se va seure a térra.
La cridoria y la bulla creixia.
—Las castanyas! Vingan las castanyas!
—Y'l porro!
—Oh, encara s'hi ha d'anar pe'l porro!
—Donchs, qué penseu? Hala a cércalo, xerrich, tu que ets el mes menut de la
colla!
Y mentres lo bodegacot designat corría cap a la taverna, portaren del fogó lo cabás
de las castanyas, ben abrigadet ab una estrassa.
—Arreconeu las potas!—cridava la Marcona. Y, extenguent l'estrassa al sol, abocá'l
cabás en mitj del rotllo. Las castanyas rodolaren, petant sordament, negras, grossas,
fumosas.
Una dotzena de mans s'allargaren barreneras.
—Oanay, que pessigan!
—No s'han pas encadarnat!
—Que bé s'espallof'an!
Y, mentres uns se bufavan los dits, los altres feyaii saltar las castanyas d'una má
a l'altra pera no cremarse.
—Ansia, Máxima, que aixó és una revifalla; may mes hi serás tan jova!—cridá'l
conco, pegant un pessich a la cuixa de sa companya.

— 509 —
—Ay, desvergonyit!—Y una bona clatellada li féu fer un gran acato a la rodona.
Tot-hom reya.
—Ey, ey, fóra joguinas!
—Aixó no va per bon fi...
—Ja sabem qué cosa es jovent!
—S'han de fer ulls grossos!
—Tench oompte, prenda, que ab una mica mes me fas empassar la dent.—Y'l vellet
reya, ab la boca plena de castanyas que aixafava rápidament entre las polpas deis
índex y polser.
Quan arribá'l porro, tots volian la primera tirada, y va correr risch que no'l trenquessin,
estrebant de tots costats.
—Ey! Prou!
—Jo'n vull!
—Que'n deixis!
—Ara, tu!
—No, jo!
—Per torn!
Quan lo conco l'atrapá posantse de genolls en térra y aixecant lo brac tant com pogué,
féu, tot aixelabrat:
—Bada la boca, Maximeta!
—Vols estar, gat deis frares?—Y, vencuda per aquella sortida, se li escapa un
estufet.
—Així!
—Ben fet!
—Doneuli beure!
—Fugiu d'aquí, que tota m'arruixaria!
—Qué diu arruixar? Tinch lo pols mes ferm que'l campanar!
—Estigas, boig!
—Donchs, bada la boca!
Y no hi liagué mes remey: la Máxima hagué de beure. S'extengué'l davantal sobre'l
pit, pera salvar lo llampant mocador de tibet, repenjá'l cap enrera, y un rajolí de rubins,
desde tres pams enlayre, li cayguó just al mitj de la llengua.
Lo xerrich que ella hi va fer se sentía del mitj del carrer estant, y aixecá una tempesta
d'alegria; pero un altre estufet inoportú l'ennuegá, y allá foren los treballs a
picarli'l clatell pera retornarla.
Acabant la castanyada, els joves volian fer una altra partida; peró'ls vells protestaren,
perqué era aprop de mitja nit; y ab molts Déu vos dó bonas fastas y Fins a un
altre any, si Déu lio vol, se despedí tota la colla.
Uns cap avall, altres cap amunt, desseguida'l carrer queda desert, y quan la Máxima
arriba a casa seva no's veya una ánima. Deixantse anar la caputxa que duya arrapada
sota la barba, se tragué la clau de la butxaca y la ficá al pany; pero, així que
pitjava pera ferli donar tom, la porta se li obri d'ella mateixa.
—Aquesta pía és bona! Podia ben amagarme la clan y havia deixat la porta encá!
Un copa dins, tanca y baria a les palpentas, y després se n'entrá a la cuyna pera
encendre llum. La mixeta, al sentir fressa, aixecá el caparro, guinyant ara un ull, ara
un altre; pero, així que repara bé a la mestressa, fugí d'un bot del cabasset, llencant
un miolet de sorpresa, com si la dormida no li hagués eixit a compte.
—Ah, beneytona! Que't pensas que ja som al dematí?... Dorm, dorm, que encara
n'hi ha pera estona.
Pero la mixeta ja esta va deixondida, y en comptes de tornar al cabasset se li ficava
entre peus y la seguía a tot arreu ab la cua dreta y'ls ullets resplendents com un parell
d'estels.
Ana a beure una tirada d'aygua del canti de la cuyna vella, sortí a fer una feyna
al pati, y se'n puja a dalt, sempre ab l'animalet a rétalo, que semblava pidolar, ab sos
crits impacients y manyagoys, lo tall de torrada que li pertocava de l'esmorzar de la
mestressa.
La Máxima tenia tanta son que sense aquell miolar del gat s'hauria adormit dreta.
—Véste'n animalot, que no estich pas pera tu, ara—li deya deshumorada, apar-

— 510 —
tantlo ab lo peu; pero la bestiola, ara un pas endavant, ara un pas endarrera, aixecava'l
moricó de seda pera mirársela sempre, ab un prech persistent en la veuheta dolca
y en los ullets verts. Entraren a la cambra y la Máxima ana a deixar lo llum en la cantonera
de rajóla de vora'l Hit. Al girarse se queda erta: lo Hit estava tot descompost,
ab las robas estiragacadas de través y penjim-penjam d'una banda y altra. Un pressentiment
terrible li traspassá'l cor com una punyalada, y ab una forca y rapidesa de que
no semblava capaca, aixecá'l matelac y'l dobla sobre'l Hit, enfonzant lo bras dins de
l'oberta de la márfega.—Gracias á Déu, Senyor!—exclama en veu alta. Havia trovat
ab lo cap deis dits un cós dur que no podia ser altra que'l sarronet benehit.
Pero en aquell punt un esbufeoh y un miol extranys de por y d'amenaca alhora li
feren aixecar lo cap, bo y sense moure'l brac de dins de la márfega, pera no perdre'l
contacte de sa riquesa; y tant morta la deixá lo que vegó llavors, que ni que hagués
volgut traure'l després, aquell brac enfuratat, li hauria sigut possible. Darrera la porta
de la cambra, amagat en l'ombra, un home—en Pere Antón—test, immóbil, com si fos
de fusta, se la mirava fixament, ab ulls que relluhian verdosament en la foscor, com
nlls de mistura.
Lo gat, a tres passas d'ell, arropit com si anés a embestirlo, bufava y miolava d'una
manera que íeya feredat. De sobte, pres de por a son torn, pega un gran bot pera fugir
cap a la sala; pero llavors la porta gira rápidament, com una bandereta de panell, y
abans de que'l gat acabes de passar l'enclogué entre'l batent y'l galze de la paret. Soná
un soroll esgarrifós, mena d'udol, de xisele y de gemech. tot a un temps, seguit d'una
agrá cruixidera d'óssos, y'l pobre animal queda ab lo llom reblincat, las potetas esparramadas
sense tocar enlloch y esclafat dins de l'encaix aquell caparronet bufó que cinch
minuts abans pidolava ab veuheta impacient y manyagoya.
Alashoras, y abans que la Máxima se dongués compte ciar de la facecia, la fera's
Henea cap a n'ella d'una gambada, lo coll estirat, blanquejant las dents sota la rojor
del bigoti... Una onada calda l'abrigá, deixantla sobtadament sense vista y sense ohí,
lo bra

Valencia
Cañas y barro
Como todas las tardes, la barca-correo anunció su llegada al Palman- con varios toques
de bocina.
El barquero, un hombrecillo enjuto, con una oreja amputada, iba de puerta en puerta
recibiendo encargos para Valencia, y al llegar á los espacios abiertos en la única
calle del pueblo, soplaba de nueve en la bocina para avisar su presencia á las barracas
desparramadas en el borde del canal. Una nube de chicuelos casi desnudos seguía al
barquero con cierta admiración. Les infundía respeto el hombre que cruzaba la Albufera
cuatro veces al día, llevándose á Valencia la mejor pesca del lago, y trayendo de
allá los mil objetos de una ciudad misteriosa y fantástica para aquellos chiquitines
criados en una isla de cañas y barro.
De la taberna de Cañamel, que era el primer establecimiento del Palmar, salía un
grupo de segadores con el saco al hombro en busca de la barca para regresar á sus tierras.
Afluían las mujeres al canal, semejante á una calle de Venecia, con las márgenes
cubiertas de barracas y viveros donde los pescadores guardaban las anguilas.
En el agua muerta, de una brillantez de estaño, permanecía inmóvil la barca-correo:
un gran ataúd cargado de personas y paquetes, con la borda casi á flor de agua. La
vela triangular, con remiendos obscuros, estaba rematada por un guiñapo incoloro que
en otros tiempos había sido una bandera española, y delataba el carácter oficial de la
vieja embarcación.
Un helor insoportable se esparcía en torno de la barca. Sus tablas se habían impregnado
del tufo de los cestos de anguilas y de la suciedad de centenares de pasajeros,
una mezcla nauseabunda de pieles gelatinosas, escamas de pez criado en el barro, pies
sucios y ropas mugrientas que con su roce habían acabado por pulir y abrillantar los
asientos de la barca.
Los pasajeros, segadores en su mayoría, que venían del Perelló, último confín déla
Albufera lindante con el mar, cantaban á gritos pidiendo al barquero que partiese
cuanto antes. ¡Ya estaba llena la barca! ¡No cabía más gente!...
Así era; pero el hombrecillo, volviendo hacia ellos el informe muñón de su oreja
cortada como para no oirles, esparcía lentamente por la barca las cestas y los sacos
que las mujeres le entregaban desde la orilla. Cada uno de los objetos provocaba nuevas
protestas: los pasajeros se estrechaban ó cambiaban de sitio, y los del Palmar que
entraban en la barca recibían con reflexiones evangélicas la rociada de injurias de los
que ya estaban acomodados. ¡Un poco de paciencia! ¡Tanto sitio que encontrasen en el
cielo!...
La embarcación se hundía al recibir tanta carga, sin que el barquero mostrase la
menor inquietud, acostumbrado á travesías audaces. No quedaba en ella un asiento
libre. Dos hombres se mantenían de pie en la borda, agarrados al mástil; otro se colocaba
en la proa como un mascarón de navio. Todavía el impasible barquero hizo sonar
otra vez su bocina en medio de la general protesta... ¡Cristo! ¿Aun no tenía bastante el

— 512 —
muy ladrón? ¿Iban á pasar allí toda la tarde bajo el sol de Septiembre que les hería de
lado, achicharrándoles la espalda?...
De pronto se hizo el silencio, y la gente del correo vio aproximarse por la orilla del
canal un hombre sostenido por dos mujeres; un espectro, blanco, tembloroso, con los
ojos brillantes, envuelto en una manta de cama. Las aguas parecían hervir con el calor
de aquella tarde de verano; sudaban todos en la barca haciendo esfuerzos por librarse
del pegajoso contacto del vecino, y aquel hombre temblaba, chocando los dientes con
un escalofrío lúgubre, como si el mundo hubiese caído para él en eterna noche. Las
mujeres que lo sostenían protestaban con palabras gruesas al ver que los de la barca
permanecían inmóviles. Debían dejarle un puesto: era un enfermo, un trabajador. Segando
el arroz había atrapado las fiebres, las malditas tercianas de la Albufera, y marchaba
á Ruzafa á curarse en casa de unos parientes... ¿Na eran acaso cristianos? ¡Por
caridad!, ¡un puesto!
Y el tembloroso fantasma de la fiebre repetía comí un eco, con los sollozos del escalofrío:
—¡Per caritat!, ¡per caritat!...
Entró á empujones, sin que la masa egoísta le abriera paso, y, no encontrando sitio,
se deslizó entre las piernas de los pasajeros, tendiéndose en el fondo, con el rostro pegado
á las alpargatas sucias y los zapatos llenos de barro, en un ambiente nauseabundo.
La gente parecía acostumbrada á estas escenas. Aquella embarcación servía para
todo: era el vehículo de la comida, del hospital y del cementerio. Todos los días embarcaba
enfermos, trasladándolos al arrabal de Ruzafa, donde los vecinos del Palmar faltos
de medicamentos tenían realquilados algunos cuartuchos para curarse las tercianas.
Guando moría un pobre sin baroa propia, el ataúd se metía bajo un asiento del
correo, y la embarcación emprendía la marcha con el mismo pasaje indiferente, que reía
y conversaba golpeando con los pies la fúnebre caja.
Al ocultarse el enfermo volvió á surgir la protesta. ¿Qué esperaba el desorejado?
¿Faltaba aún alguien?... Y casi todos los pasajeros acogieron con risotadas á una pareja
que salió por la puerta de la taberna de Cañamel, inmediata al canal.
—¡El tío Paco!—gritaron muchos—. ¡El tío Paco Cañamel!
El dueño de la taberna, un hombre enorme, hínchalo, de vientre hidrópico, andaba
á pequeños saltos, quejándose á cada paso con suspiros de niño, apoyándose en su mujer
Neleta, pequeña, con el rojo cabello alborotado y ojos verdes y vivos que parecían acariciar
con la suavidad del terciopelo. ¡Famoso Cañamel! Siempre enfermo y lamentándose,
mientras su mujer, cada vez más guapa y amable, reinaba desde su mostrador
sobre todo el Palmar y la Albufera. Lo que él tenía era la enfermedad del rico: sobra de
dinero y exceso de buena vida. No había más que verle la panza, la faz rubicunda, los
carrillos que casi ocultaban su naricilla redonda, y sus ojos ahogados por el oleaje de la
grasa. ¡Todos que se quejasen de su mal! ¡Si tuviera que ganarse la vida con agua á la
cintura, segando arroz, no se acordaría de estar enfermo!
Y Cañamel avanzaba una pierna dentro de la barca, panosamente, con débiles quejidos,
sin soltar á Neleta, mientras refunfuñaba contra las gentes que se burlaban de
su salud. ¡El sabía cómo estaba! ¡Ay, Señor! Y se acomodó en un puesto que le dejaron
libre con esa obsequiosa solicitud que las gentes del campo tienen para el rico, mientras
su mujer hacía frente sin arredrarse á las bromas de los que la cumplimentaban,
viéndola tan guapa y animosa.
Ayudó á su marido á abrir un gran quitasol, puso á su lado una espuerta con provisiones
para un viaje que no duraría tres horas, y acabó por recomendar al barquero el

- 513 —
mayor cuidado con su Paco. Iba á pasar una temporada en su casita de Ruzafa. Allí le
visitarían buenos médicos: el pobre estaba mal. Lo decía sonriendo, con expresión candida,
acariciando al blanducho hombretón, que temblaba con las primeras oscilaciones
de la barca como si fuese de gelatina. No prestaba atención á los guiños maliciosos de
la gente, á las miradas irónicas y burlonas que, después de resbalar sobre ella, se fijaban
en el tabernero, doblado en su asiento bajo el quitasol y respirando con un gruñido doloroso.
El barquero apoyó su larga percha en el ribazo, y la embarcación comenzó á deslizarse
en el canal, seguida por las voces de Neleta, que, siempre con sonrisa enigmática,
recomendaba á todos los amigos que cuidasen de su esposo.
Las gallinas corrían por entre las brozas del ribazo siguiendo la barca. Las bandas
de ánades agitaban sus alas en torno de la proa, que enturbiaba el espejo del canal,
donde se reflejaban invertidas las barracas del pueblo, las negras barcas amarradas y
los viveros con techo de paja á ras del agua, adornados en los extremos con cruces de
madera, como si quisieran colocar las anguilas de su seno bajo la divina protección.
Al salir del canal, la barca-correo comenzó á deslizarse por entre los arrozales, inmensos
campos de barro líquido cubiertos de espigas de un color bronceado. Los segadores,
hundidos en el agua, avanzaban hoz en mano, y las barquitas negras y estrechas
como góndolas recibían en su seno los haces que habían de conducir á ias eras. En medio
de esta vegetación acuática, que era como una prolongación de los canales, levantábanse
á trechos, sobre isletas de barro, blancas casitas rematadas por chimeneas.
Eran las máquinas que inundaban y desesaban los campos, según las exigencias del
cultivo.
Los altos ribazos ocultaban la red de canales, las anchas carrems por donde navegaban
los barcos de vela cargados de arroz. Sus cascos permanecían invisibles, y las
grandes velas triangulares se deslizaban sobre el verde de los campos, en el silencio de
la tarde, como fantasmas que caminasen en tierra firme.
Los pasajeros contemplaban los campos como expertos conocedores, dando su opinión
sobre las cosechas, y lamentando la suerte de aquellos á quienes había entrado el
salitre en las tierras, matándoles el arroz.
Deslizábase la barca por canales tranquilos, de un agua amarillenta, con los dorados
reflejos del té. En el fondo, las hierbas acuáticas inclinaban sus cabelleras con el
roce de la quilla. El silencio y la tersura del agua aumentaban los sonidos. En las momentos
en que cesaban las conversacionos, se oía claramente la quejumbrosa respiración
del enfermo tendido bajo un banco y el gruñido tenaz de Caaamal al respirar,
con la barba hundida en el pecho. De las barcas lejanas y casi invisibles llegaban,
agrandados por la calma, el choque de una percha al caer sobre la cubierta, el chirrido
de un mástil, las voces de los barqueros avisándose para no tropezar en las revueltas de
los canales.
El conductor desorejado abandonó la percha, y, saltando sobre las rodillas de los
pasajeros, fue de un extremo á otro de la embarcación arreglando la vela para aprovechar
la débil brisa de la tarde.
Habían entrado en el lago, en la parte de la Albufera obstruida de carrizales é islas,
donde había que navegar con cierto cuidado. El horizonte se ensanchaba. A un lado, la
línea obscura y ondulada de los pinos de la Dehesa, que separa la Albufera del mar; la
selva casi virgen que se extiende leguas y leguas, donde pastan los toros feroces y
viven en la sombra los grandes reptiles que muy pocos ven, pero de los que se habla
con terror durante las veladas. Al lado opuesto, la inmensa llanura de los arrozales,

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perdiéndose en el horizonte por la parte de Sollana y Sueca, confundiéndose con las
lejanas montañas. Al frente, los carrizales é isletas que ocultaban el lago libre y por
entre los cuales deslizábase la barca, hundiendo con la proa las plantas acuáticas, rozando
su vela con las cañas que avanzaban de las orillas. Marañas de hierbas obscuras
y gelatinosas, como viscosos tentáculos, subían hasta la superficie, enredándose, en la
percha del barquero, y la vista sondeada inútilmente la vegetación sombría é infecta,
en cuyo seno pululaban las bestias del barro. Todos los ojos expresaban el mismo pensamiento.
El que cayera allí, difícilmente saldría.
Un rebaño de toros pastaba en la playa de juncos y charcas lindante con la Dehesa.
Algunos de ellos habían pasado á nado á las islas inmediatas, y, hundidos en el fango
hasta el vientre, rumiaban entre los carrizales, moviendo con fuerte chapoteo sus pesadas
patas. Eran unos animales grandes, sucios, con el lomo cubierto de costras, los
cuernos enormes y el hocico siempre babeante. Miraban fieramente la cargada barca
que se deslizaba entre ellos, y al mover su cabeza esparcían en torno una nube de gruesos
mosquitos que volvía á caer sobre el rizado testuz.
A poca distancia, en un ribazo que no era más que una estrecha lengua de barro
entre dos aguas, vieron los de la barca un hombre en cuclillas. Los del Palmar le conocieron.
—¡Es Sangonera!—gritaron—. ¡El borracho Sangonera!
Y, agitando sus sombreros, le preguntaban á gritos dónde la había pillado por la
mañana, y si pensaba dormirla allí. Sangonera seguía inmóvil; pero, cansado de las risas
y gritos de los de la barca, púsose en pie, y, girando en una ligera pirueta, se dio unas
cuantas palmadas en el dorso de su cuerpo, con expresión de desprecio, volviendo á
agacharse gravemente.
Al verle de pie redoblaron las risas, excitadas por su bizarro aspecto. Llevaba el
sombrero adornado con un alto penacho de flores de la Dehesa, y sobre el pecho y en
torno de su faja, se enroscaban algunas bandas de campanillas silvestres de las que
crecían entre las cañas de los ribazos.
Todos hablaban de él. ¡Famoso Sangonera! No había otro igual en los pueblos del
lago. Tenía el firme propósito de no trabajar como los demás hombres, diciendo que el
trabajo era un insulto á Dios, y se pasaba el día buscando quien le convidase á beber.
Se emborrachaba en el Perelló para dormir en el Palmar; bebía en el Palmar para despertar
al día siguiente en el Saler, y si había fiesta en los pueblos de tierra firme, se le
veía eñ Silla ó en -Oatarroja, buscando, entre la gente que cultivaba campos en la Albufera,
una buena alma que le invitase. Era milagroso que no apareciera su cadáver
en el fondo de un canal después de tantos viajes á pie por el lago, en plena embriaguez,
siguiendo las lindes de los arrozales, estrechas como un filo de hacha, atravesando los
portillos de las acequias con agua al pecho, y pasando por lugares de barro movedizo
donde nadie osaba aventurarse como no fuese en barca. La Albufera era su casa. Su
instinto de hijo del lago le sacaba del peligro, y muchas noches, al presentarse en la
taberna de Cañamel para mendigar un vaso, tenía el contacto viscoso y el hedor de
fango de una verdadera anguila.
El tabernero murmuraba entre gruñidos al oir la conversación. ¡Sangonera! ¡"Valiente
sinvergüenza! ¡Mil veces le había prohibido la entrada en su casa!... Y la gente
reía recordando los extraños adornos del vagabundo, su manía de cubrirse de flores y
ceñirse coronas como un salvaje, apenas comenzaba en su hambriento estómago la fermentación
del vino.
La barca penetraba en el lago. Por entre dos masas de carrizales semejantes á las

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escolleras de un puerto, se veía una gran extensión de agua tersa, reluciente, de un
azul blanquecino. Era el lluent, la verdadera Albufera, el lago libre, con sus bosquecillos
de cañas esparcidos á grandes distancias, donde se refugiaban las aves del lago, tan
perseguidas por los cazadores de la ciudad. La barca costeaba el lado de la Dehesa, donde
cierto i barrizales cubiertos de agua se iban convirtiendo lentamente en campos de arroz.
Eu una pequeña laguna cerrada por ribazos de fango, un hombre de musculatura
recia arrojaba capazos de tierra desde su barca. Los pasajeros le admiraban. Era el tío
Tono, hijo del tío Paloma, y padre á su vez de Tonet el Cubano. Y al nombrar á este
último, muchos miraron maliciosamente á Cañamél, que seguía gruñendo como si no
oyese nada.
No había en toda la Albufera hombre más trabajador que el tío Tono. Se había metido
entre ceja y ceja ser propietario, tener sus campos de arroz, no vivir de la pesca
como el tío Paloma, que era el barquero más viejo de la Albufera; y solo—pues su familia
únicamente le ayudaba á temporadas, cansándose ante la grandeza del trabajo—
iba rellenando de tierra, traída de muy lejos, la charca profunda cedida por una señora
rica que no sabía qué hacer de ella.
Era empresa de años, tal vez de toda la vida, para un hombre solo. El tío Paloma
se burlaba de él; su hijo le ayudaba de vez en cuando para declararse cansado á los
pocos días, y el tío Tono, con una fe inquebrantable, seguía adelante, auxiliado únicamente
por la Borda, una pobrecilla que su difunta mujer sacó de los expósitos, tímida
con todos y tenaz para el trabajo lo mismo que él.
¡Salud, tío Tono, y no cansarse! ¡Que cogiera pronto arroz de su campo! Y la barca
se alejó sin que el testarudo trabajador levantase la cabeza más que un momento para
contestar á los irónicos saludos.
Un poco más allá, en una barquichuela pequeña como un ataúd, vieron al tío Paloma
junto á una fila de estacas, calando sus redes para recogerlas al día siguiente.
En la barca discutían si el viejo tenía noventa años ó estaba próximo á los cien.
¡Lo que aquel hombre había visto sin salir de la Albufera! ¡Los personajes que tenía
tratados!... Y, agrandadas por la credulidad popular, repetían sus insolencias familiares
con el general Prim, al que servía de barquero en sus cacerías por el lago; su rudeza
con grandes.señoras y hasta con reinas. El viejo, como si adivinase estos comentarios
y se sintiera ahito de gloria, permanecía encorvado, examinando las redes, mostrando
su espalda cubierta por una blusa de anchos cuadros, y el gorro negro calado
hasta las acartonadas orejas, que parecían despegársele del cráneo. Cuando el correo
pasó junto á él, levantó la cabeza mostrando el abismo negro de su boca desdentada y
los círculos de arrugas rojizas que convergían en torno de los ojos profundos, animados
por una punta de irónico resplandor.
El viento comenzaba á refrescar. La vela se hinchó con nuevas sacudidas, y la cargada
barca inclinóse hasta mojar las espaldas de los que se sentaban en la borda. En
torno de la proa, las aguas, partidas con violencia, cantaban un glu-glu cada vez más
fuerte. Ya estaban en la verdadera Albufera, en el inmenso lluent azul y terso como
un espejo veneciano, que retrataba invertidos los barcos y las lejanas orillas, con el contorno
ligeramente serpenteado. Las nubes parecían rodar por el fondo del lago como
vedijas de blanca lana; en la playa de la Dehesa unos cazadores seguidos de perros duplicaban
su imagen en el agua, andando cabeza abajo. En la parte de tierra firme, los
grandes pueblos de la Ribera, con sus tierras ocultas por la distancia, parecían flotar
sobre el lago.
El viento, cada vez más fuerte, cambió la superficie de la Albufera. Las ondulacio-

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nes se hicieron más sensibles, las aguas tomaron un tinte verdoso semejante al del mar,
se ocultó el suelo del lago, y en las orillas de gruesa arena formada de conchas comenzó
á depositar el oleaje amarillentas vedijas de espuma, pompas jabonosas que brillaban
irisadas á la luz del sol.
La barca deslizábase á lo largo de la Dehesa, y pasaban rápidamente ante ella las
colinas areniscas, con las chozas de los guardas en su cumbre; las espesas cortinas de
matorrales; los grupos de pinos retorcidos, de formas terroríficas, como manojos de
miembros torturados. Los viajeros, enardecidos por la velocidad, excitados por el peligro
que ofrecía la embarcación arrastrando una de sus bordas á ras del lago, saludaban
á gritos á las otras barcas que pasaban á lo lejos, y extendían su mano para recibir el
choque de las ondas conmovidas por la rápida marcha. En torno del timón arremolinábase
el agua. Á corta distancia flotaban dos capuzones, pájaros obscuros que se sumergían
y volvían á sacar la cabeza tras larga inmersión, distrayendo á los pasajeros con
estas evoluciones de su pesca. Más allá, en las matas, en las grandes islas de cañares
acuáticos, las fúlicas y los collverts levantaban el vuelo al aproximarse la barca, lentamente,
como si adivinasen que aquella gente era de paz. Algunos se coloreaban de
emoción viéndolos... ¡Qué magnífico escopetazo! ¿Por qué habían de prohibir los hombres
que cada cual cazase sin permiso, como mejor le pareciera? T mientras se indignaban
los belicosos, sonaba en el fondo de la barca el quejido del enfermo, y Cañamal
suspiraba como un niño, herido por los rayos del sol poniente que se deslizaban bajo su
sombrilla.
El bosque parecía alejarse hacia el mar, dejando entre él y la Albufera una extensa
llanura baja, cubierta de vegetación bravia, rasgada á trechos por la tersa lámina de
pequeñas lagunas.
Vicente Blasco Ibáñez.
(Páginas 5-18; Valencia, 1903.)
¡Montanyes, montanyes blaves,
que mirava jo de lluny,
quan brillant vos coronava
lo sol, al final son curs,
ó el front vos encaputjaven
los borrallets deis niguls!
¡Montanyes, montanyes blaves,
que semblaveu ais meus ulls
glorioses y eternes fites
de un mon mes alt y mes pur!
Ja vostres aspres costeres
trapijen mos peus feixuchs,
y estenent les mans y els brassos
y els pensaments cap-á-munt,
cerque en vosaltres, montanyes,
la pau que trovar no puch.
-• .¡.Guantes vegades ma pensa
(¡somnis de amor benastruchs!)
-o-
En la montanya.
com al niu va la oroneta,
ais vostres cims ha vingut!
Tots enmarletats de roques,
eren per mí aqueixos murs
castells de fades hermoses
y de jagants rabasuts,
escoltava, á dins, ais cíclops
que batent lo ferro fus,
per ses lluites soterranies
forjaven llances y escuts,
y en la bauma de blanc marbre
guaytava, allá al fons obscur,
la ondina que en la font freda
el bell eos banyava nú.
De nit, sonava en la fosca
lladrar y udolar confus,
y fugint, per colls y combes,
pasava lo cerf pauruch.

y darrére, sonant nacres,
cassadors desconeguts.
Llavors, la lluna sortia
entre núbols, y al vesllum,
nimfes, de flors coronades,
en lo vert tosal de un puig,
donantae les mans, rodaven,
sens aturarse un minut,
al só de llunyana música
que no tocaba ningú.
Altres vegades, prenien
mos pensaments divers curs,
y antigües gestes, al vórevos,
remembrava punt per punt,
en vostres penyals la Patria
branda el térro, may vensut,
la Llibertat estenia
en vol valent y segur,
ses valentes ales de aliga,
¡ben enfangados avuy!
Y la Fé, la deis ulls closos,
allá dalt donaba llum.
El castell y el monasteri,
com germans, s'alcaven junts;
la vila, á sos peus seguda,
ab ells pactava sos furs,
y quan lo tro de la guerra
rodava per valls y munts,
castell, monasteri y vila
eren el cassal oomú,
y Fé, Llibertat y Patria
un sol lias de triple nuo.
¡Quants enderrocs, hon la gralla
nia y lo feixó s'ajup,
de maravelloses gestes
foren testirnoni mut!
Encara, en la nit callada,
veig jo, com apareguts,
devallar per eixes roques,
tots nos avis, ún per ún.
Baixa al feréstech celtíver,
de dur cor y f'erreny puny,
que l'alzina, al gorch penjada,
notrix ab selvátich fruyt.
Baixa la maynada heroica,
que en l'alta senyera du
les cuatre barres, espasme
del sarrahí descregut.
Baixen los que aliir encara
ab l'empolsegat trabuch*
del invasor de la térra
capbusaren tot l'orgull.
Y eixa llarga colla de héroes,
que entre'ls negres penyals surt,
sembla que diga: «La Patria
posa lo niu así amunt.»
També á vegades (¡una altres
llampechs de la joventut!)
llegint de la antiga Arcadia
517 —
amors y dolces costums,
¡montanyes blaves, jo dia,
cau de oblidades virtuts,
ditjós qui en les vostres serres
flors de ia inocencia culi!
¡Ditjós qui, al castsal del pares,
seguix allí l'antic us,
y, com vent per la montatiya,
passa peí molí sens fcr bruyt!
¡Balls de les eres, hon brilla
lo gra en daurat curumull!
¡Oh cansóns de la verema!
¡On folí trapitjar del tralls!
¡Ramats que á la vila tornen!
¡Blanc anyells! ¡Cabritets rulls!
¡Ovella, que agenollada
pobra pastoreta muny!
¡Presea font, hon la doncella
va, lo cor y el canter buit,
y plens los torna á sa casa
de aigua neta y de amor pur!
¡Llar, hon lo trono espetega
y hon la flama alegra llú,
mentres xiula, '1 vent de fora
y la tempesta retruny!
¡Llegendes maravelloses
que'l avi conta ais menuts,
tots arrupidets en cercle;
badant la boca y ells ulls!
¡Faules! ¡Recordances! ¡Somnis!
¡liesplendors despareguts!
Ja del ánima esglayada
no podeu matar l'enuig.
¡Oh maro Naturalesa!
¡Abeurarme en ton sí vull!
May al malhaurat li negues
l'aspra llefc de ton pit dur
done avuy ta eterna sava,
¡font darrera de salut!
A mon pit nova halenada,
á la nieva sanch nou bull.
¡Flayrors de la primavera!
¡Vent que en la tardor rebulls,
arrabasant de la arbreda
despullada el sec rebuig!
¡Viaranys entre clapises
anguilejants y perduts.
Hon lo fullaram del roure
y deis pin sota'ls peus crux!
¡Font d'argent viu, que una roca
mana y altra roca engul,
ó borbollejant alegra
lusca entre els penyals y fuig!
¡Singles, que bat la tempesta,
com la mar bat los esculls!
¡Turons, que'l raig esportella!
¡Nigulats, que'l vent sen du!
¡Lluminoses matinades!
¡Cel blau! ¡Ventijols! ¡Perfums!

¡Oh pau del cor delitosa!
¡Oh soletat! ¡Oh quietut!
Del mon deis homens darrere
queda el formiguer impur:
com soroll de mar Uunyana,
s'ou son flux y son reflux.
Vistes d'aquestes montanyes,
port de la vida segur,
¡cuan petita es sa grandesa!
¡Cuan curta sa multitut!
Ses ditjes ¡qué flors marcides!
Ses glories ¡qué terbol fum!
Esperit, obri les ales;
¡amunt, sempre per amunt!
Vola del pía á la montanya,
vola del tosal al puig,
vola del puig á la serra,
vola de la serra ais nius.
Res hia que ton vol detinga,
- 518 —
res hia que ton vol a tur:
sobre els nubols, les estreles
alcen son palau-de-llum;
y sobre nubols y estreles
está el Gran, el Fort, el Just,
está la eternal Bellessa,
el Bé infinit y absolut!
Si d'eixa mística escala
arrivar al fí no puch,
nrnntat en esta almenara
hon lo veig de menos Uuny,
y hon lo vent del cel aviva
lo foc diví que'm consum,
pasaré, aixecant los brassos,
los jorns que'm resten, ja curts;
y quan m'endorga per sempre,
les mans juntes y els ulls cluchs,
estará mes prop mon ánima
¡oh Deu! per volar á tú!
Teodoro Llórente.
(Del libro Historia del renacimiento literario contemporáneo en Cataluña, Baleares y Valencia, páginas 637-641;
Madrid, 1880.)
Les festes del poblé.
No hi hagué modo de dir que no. Era una de prometre jaleo y diversions, que m'en
vaig anar en l'ánimo fet de deixarme ben arrere les miseries y resquemors d'esta picara
existencia
M'en vaig anar cap'el poblé, y era alió un viaje etern per una blancor de pols, que
enlluernava y ofegava tot á l'hora. Arribi mes ben dit, arribarem les mosques y un
servidor á les primeres cases. Agost, mit-jorn y Ponent: aixó, en la meua térra, vol
dir quasi el Purgatori.
El poble's diu Ben-ferit, ó cosa per l'estil. Es una d'aquelles agrupacions al prop
de la Murióla (la reina de les serres en plantes perfumados y flors aromátiques), una
d'aquelles niuades mores, que tan mores son avuí com el día en que per primera volta
plantara allí els seus «reales» el Muley ó el Mohamed quansevol, á qui la sort li ho
manara.
El amic que m'esperava ja'm va donar hospedaje: qu'es molt d'agrahir en les circunstancies.
Perqué en els pobles estos, quand les festes son vengudes, no temen, no,
que aixó pase sense un asalt ben en regla. De pobles vorencs y apartáis s'en presenten
amics, y familia, y familia deis amics, y mes parents deis amics, tots en el mateix
dret á igual falta de son, á igual dinada en prensa y á igual Hit hipotétic.
La calor de festa era imposant: el poblé, l'aire y les persones, tots estaven al punt
eixe qu'en diuen els sabis punt d'ebullición; vullc dir qu'alló era festa ben festa, abundosa,
de abundancia de tot: de llumenaries, de ccbertors, de gent que vagant no vagava,
y de suor interminable.
Encara no'ns habíem adonat de que estavem en lo poblé, quan va'n ferirme els oits
la rialla de les campanes en la torre de l'iglesia y'ls estornuts ben enérgics de les dos
bandas de música, que si no eren militars, tampoc n'eren, ¡ay!, de molt civils. Aquells
sonidos ja no me'ls había de traure del cap mentres en Ío poblé estiguera, y dins del
pobre cap meu anaven á retumbar implacables els platillos, y el bombo, y el metal, y
la madera, y tot lo que s'ha inventat pera formar el martiri qu'han de patir en esta
vida els que teñen fe en la música. ¡Deu meu, y quin modo de tocar!

— 519 —
Aquella mateixa nit había corda en la plasa.
Ja sabéu lo qu'es aixó: els famosos cuhets borratjos, el terrabastall de pólvora en
que eixes llengües de foc van á dotzenes per l'aire, y per térra, y per totes bandes.
Me prometeren diversió, y á fe que varen oomplir la promesa. Tot el poblé era una
falla, un cremadís; en tots els oantons varen f'er el cuite sagrat al Deu de les explosions,
en el mateix afany deis oreyents mes oonvensuts. A les tres del matí, quan ja
estava el vehinat rendit, encara estaven baix del meu baleó els entusiastes, els recalcitrants,
els polvoristes de soca, que s'en feen de la autoritat y deis bandos, y llansaven
heróicament cuhets com á proyectils d'acorasat. Eren els rumbosos del poblé, els
aficionats de casta; eren... ¡quí ho diría!, el propi primer alcalde en els seus amics, els
pollos mes rics del poblé, y estaven guerrejant en un altre grupo situat al cantó de
mes avall: allí's veía al siñdic, al segón tenient d'alcalde y á altres no menos prócers.
Al mateix temps podía vores apenes una gorra en galons dorats qu'anava ben asovint
á tocar en ca'l tío Pusa: el tío Pusa, el millor fabricant de cuhets de contrabando en
deu llegues al redó.
¡Benehides festes! A les cuatre de la matinada ja estaven altra volta tocant les
campanes; y avans que les campanes, les músiques y les trompetes cridant y fent
soroll p'els carrers; luego el pasodoble; á seguit á acompanyar els clavaris á misa;
después á «portar» al senyor Retor; acabat este, al predicador de Valencia; y torna,
acabat la misa, á desfer 1'enred.ro, y acompanyar al Ajuntament, y al predicador, y al
capellá, y ais clavaris, y vinga buf, y terratrémol musical, y no pares, che, que va de
veres; y á tot asó les campanes sense parar la faena... ¡Aixís tres díes, tres díes mortals
sense mes repós de les músiques y qu'els cuhets de per la nit; ni altre descans de
cuhets que les músiques y les campanes per tot lo día!
Ningú dorgué, no cal dirho; que dormir y descansar haguera segut deixar de divertirse,
grave falta en mitj de tanta festa. Ademes de que tot el vehinat estava per la
diversió obligatoria.
Y eren de vore aquelles cares esmortuidea, grogues, en negrors violades de vigilia,
en párpados que pesaven com si lloses de plom foren, rostres de figura de cera, pero
tots fent la caricatura de risa, el geste automátic de la alegría encomanada...
Ens divertirem ¡voto al Deu de la pólvora!, perqué quan mes distret estava l'esperit
y mes á punt de caure en el dols ensopimen del descans, una cuhetd sortida quí sap
d'ahon, tornava á estirar els nervis; les chiques chillaven á crit de rata y corríen esbalotades;
els homens s'apartaven ó retornaven el cuhet, la pelea s'euganchava altra
volta, y sobre tot, si era de nit, el poblé s'abrasava en chispes. Les fachades de les
cases teníen totes dibuixos fets per els reguerons de la pólvora, especie de pallóla
negra que li haguera ixit al poblé; no hi había rincó segur, ni porta respectada, ni
pantaló que no tinguera les seues honroses cremades.
¿Tornaré á dir'ho? Totes les nits, els últims y mes recalcitrants, els que enceníen
cuhets qu'esclataven com obusos trencant cristals y f'arols, eren... els amics del Municipi,
els ordenadora d'aquell Bando, después d'esplicat el qual anava el mateix pregoner
(ó sia dit l'alguasil) á comprar'ne municions á la tenda del so Pasa.
Pero aixó sí; al endemá, en la festota d'iglesia, el predicador vingut de Valencia
aposta, ja fea vore les bones cualitats d'aquells filis de la vila, que aixís al Sant festejaven:
«...vila de próspera administración de celoses autoridats, de costums tranquiles,
de vehins morigerados, quiets, mansos...»
¡Angelets!
Eduardo L. Chavarri.
(Del libro Cuentos lírica, páginas 109-114.)
-oQo—

Baleares
Ave María.
Miravem el crepuscle d'encesa vermelló;
mes un secret desfici tos ulls enterbolía,
cercant en el silenci que térra y mar omplía
un so per exalarshi la fonda vibraoió.
Y rodolant, llavores, del boscli a l'horitzó,
baixá de l'ermitatje el toch de Ave María;
sa veu trobá natura, y el cor sa melodía,
expandiment de l'liora prenyada d'emoció.
Jamay d'un vas mes tendré la plenitut de vida,
el plor de l'inefable defalliment vessá;
jamay fores tan bella, olí dona beneída.
Jamay en el mon nostre ni el mon d'allá d'allá,
mon llabi, qu'aixugava ta gaita esblanqueída,
un glop de mes divina dolcura fruirá,
Joan Alcover-
(De la revista Mitjom, pág. 314; Octubre, 190G.)
Els ermitans de Valldemossa.
Acabava de sentir la lectura d'uns fragmenta del Blanquerna, feta per en Mateu
Obrador amb la gravitat y dolcura d'entonació amb que tan fondament arriba a qui
l'escolta, sobre tot si la lectura es de Ramón Lull.
Eren els capítols qui precedeixen al cántich ó Libre d'Amicha e Amat, aquells qui
desoí- uen la «vida ermitana» de Blanquerna, després de sa renuncia de la Cadira Apostó!
i ... Un passatge de senzillés sublim, de grandesa puríssima y elemental. Erem a
ca'n Joan Alcover. Hi liavía Mossen Costa, en Torrandell, n'Antoni Noguera, el compositor
Miquel Marqués. Tots havíen quedats pensatius, fondament commoguts per la
simplicitat admirable deis capítols en que descriu la vida d'oració, de contemplado y
de penitencia que Blanquerna y el Diaca qui'l servía, «adobantli erbes y legums» y conrean
un tros de térra, menaven per aquells endrets.
Les matinades, els crepúscols y les nits de Miramar y de tota aquella superba costa
valldemossina, havíen resorgit ais nostres ulls, com també aquell cel ont baten les ales
d'unes grans aus invisibles: la pau, el silenci.
Molts de catalana coneixen aquest siti, amb sos boscatges vellutats, ombrívols,
caiguent com un mantell luxosissim desde'ls cims de le serra fins a la mar... Una mar
llunyana que vista desde les rotondes de Trinitat, desde'ls miradors y belvederes que hi
feu posar l'Arxiduch ensá y enllá o desde'ls terrats de la ermita, mes amunt de la ca-

— 521 —
rretera, pareix de turquesas diluidos, al lluny; y aprop, vora els penyals, guarnida de
randes, mostra les clapes de vegetació submarina, oom esmeragdes inmenses dormint
sota l'aygua virginal.
El septembre passat, tornant de Sóller per le preciosa carretera, a mitja montanya,
que va a Palma passant per Deyá y Valldemossa, un amich y jo pujarem a la Ermita
en oomptes de diñar en un de sos terrats. Feia molts anys que no hi havía estat y desitjava
ensaborir de bell nou aquella impresió anyorada.
Avuy, amb la lectura de les planes del Blanquerna, he sentit reviure'l recort de la
visita y com la neoesitat de consignarlo. Miramar—així s'anomena'l conjunt de predis
y boscatges adquirits per aquell príncep—s'ha fet un siti a la moda y sa carretera te
quelcom de Corniche, amb l'increment del turisme, que poc a poc se llensa sobre Mallorca.
El camí, com ja he dit, va a mitja montanya, dividint la frondositat de la vegetació,
com una cinta blanca sobre una cabellera triomfal.
Carretera avall s'hi troben els camináis, les mirandes, el palau de Trinitat, el Musen,
els jardins, les fonts amb taules de pedra... un bosc alemany, wagneriá, aprofitat
y convertit en pare. Carretera amunt s'hi troba l'ombra de Blanquerna. També hi pujen
els viaranys y les dresseres, també n'hi ha de miradora y pedrissos; pero sembla qu'en
la part superior d'aquell siti, els arbres, les pedrés, les remors y tota cosa vivent o
inanimada, estiguin impregnáis d'austerisme y de silenci.
Y aixó qu'aquell bosc ¡vaja! no es un bosc natural. Es el bosc mes decoratiu, mes
«imaginat» y escenográfic que puga pensarse. Se diría que l'ha.fet plantar 1'Agencia
Cook per satisfacció de sos globe-trotters y de les ladyes qui porten álbum o máquina,
fotográfica... Aquells arbres, aquelles alzines, son lo mes afectat y poseur... Pins y
tot les fulles, netes, fosques, guarnides de finíssimes dents de serra, mes bé que fullea
naturalls semblen obra de plata oxidada feta per un orfebre minuciós... Aglans, cree
que no n'han fet may.
Obriu la barrera de fusta, qui volta giscant. Un camí rústic, anguilejant, comensa
allá meteix, entre alzines, ullastres, arbosseres, ginestes... Desyara una creu de tronos,
clavada a la roca d'un arbre centenari. Passa una ombra ais vostres peus: aixecau el
cap, y es una milana, amb les ales obertes amollantse a les infinitats del espay... Canten
els rossinyols, y ses notes resplandeixen en l'ombra y en les arcades superbes de
tronos y fulles, com dins una ñau d'iglesia. Aquí s'obri un. clap, com una plassa rodejada
d'arbres gegants: sembla disposada per la natura en espera d'una cavalcada imperial
que volgués yantar en tal lloc, amb l'abigarrament d'una cort de Joan I o d'Enric
él Pajarero.
El camí s'estreny y's fa recte, ja entre parets. Es l'etern camí deis oenobis, amb sos
xiprés per terme y la fatxada de l'Ermita, de curves conopials, com una capsalera de
Hit pagés. Tiram de la corda... aquella corda resseca, amarada de Ie3 grans plujes hivernals;
la corda de la hospitalitat, qui sembla reteñir, purificáis, els contactes mes
diversos: de la má seca y cruixida del peregrí, en nit de tempesta; de la má sacrilega
del fascinerós; del guant perfumat de la parella estrangera, qui tal volta passetja per
aquelles solituts la secreta angunia d'una passió fugitiva y adultra.
Se sent el gotejar d'una font... Al cap de llarga estona ressonen les passes de qualqú,
derrera la porta, dins el pati.—¿Qui ha aqui?—Deu y noltros...—Obrin, per últim,
y es un ermita jove, vestit de llana, amb la barba creixent, intensa, sobre una cara demacrada,
amb la demacració de les testes del Calábres. El pati es modestíssim, amb la
font el mitj. Enfront del portal d'entrada s'obri el de la petita iglesia. Per tot se sent,
se respira la presencia de l'ángel invisible do la Humilitat.

— 522 —
La capella es pobre; un aroma de netedat y de murta seca sorpren al visitant. Els
ermitans resen vespres, allá en el chor, únicament eñdevinats... El quidiu devant conf'egeix
penosament les paraules llatines; els altres contesten... Ses veus ressonen dins
un silenoi puríssim y absolut. La iglesia y el mobiliari acusen la llarga solicitut d'infinites
generaoions d'ermitans. Tot es recullit de caritat: Faltar pagat per un devot; tal
altra cosa feta per l'Arxiduch; l'armonium, obsequi d'un cantant famós... Allá no hi ha
distinció entre rabbí ni home de Samaria, entre fariseu ni publica. Tot se reb per
l'amor de Deu, amb la puresa de cor deis benaventurats... Aquella melopa monótona,
sempre igual, te un accent de sinceritat inesplicable. Ho diuen avuy amb la espressió
del primer dia: hi troben avuy el meteix sentiment fons y espaventable de la primera
lectura. L'habitut professional no deforma ni l'impressionabilitat d'aquells esperits ni
la vibració ardenta d'aquelles veus. Axí cantarán per los sigles de los sigles...
Poc després sortía el Pare Joan, superi dore l'Ermita y de totes les altres de Mallorca.
El coneixíem de fa estona. Atravessárem l'hort, l'hort rónec, el meteix de Blanquerna
podría dirse: violers, malva-rosa, llimoneres. Verem el molí, el poétic molí de
sane deis ermitatges y la misteriosa y humil tafona; verem les cel les austeríssimes y
la pobre cuyna y el pobríssim refector y les escudelles de térra fosca, aont se menjen
les «erbes e legunis». Un ermita vell, se disposava a pastar, altre s'en anava amb l'aixada
al coll; un jove arreglava tuberíes d'orgue.
Allá, en una d'aquelles mirandes que aguaiten a la inmensitat, ens asseguerem
nosaltres, amb el Pare Joan. El bosc pujava, a la espatla de la ermita, fins al cim
alteros, y baixava en gran pendent fins a la mar, en llarguíssima distancia. Aquella
part de costa, desde Sóller a Banyalbufar, s'estenía a nostres ulls, amb ses cales resplandents,
llunyanes y poblades de misteri. Sortíen els distints termes y caps avansats
de la illa, cotn a prores d'inmensos navilis, uns derrera els altres. Grans veis de
boira lluminosa, d'entonacions distintes, s'interposaven entre'ls distints termes, mes
clars com mes lluny se feien. Aquelles prores y aquells penyals formidables, per efecte
de la llum, preníeu coloracions triomfals y aristocrátiques. El primer pareixía una ágata
colossal, destaoant sobre l'ópal del segon, qui destacava sobre la mareperla del tercer...
Mes aprop, l'aire y la llum vibraven amb l'enlluernament de les diafanitats supremes:
diafanitats diamantines, de gemmes foses, volatilisades com un éter. Y aquest
aire y aquesta llum s'escampaven sobre'l bosc, sobre la munió innumerable d'alzines,
oliveres y pins que fugíen cap a la mar, com un fabulós remat d'ovelles conmogut peí
crit de la locomotora; que lluíen totes les tonalitats deis verts de parade, totes les tonalitats
suntuaries deis velluts y de les felpes; fetes per acariciar la vista y resentir'la
caricia en el tacte y en la pell.
La vegetació de Miramar se distingeix per la opulencia senyorívola de la bellesa
consagrada a sí meteixa. Els pins s'esbranquen com a cabelleres besades del vent y
preñen apariencies d'arbres de pare, de tuyes, d'aberces, de tamarells. Una flora vulgar
se converteix en quelcom de esquisit per l'efecte de la ociositat divina en que se contempla
y se reengendra contínuament. Ni la cullidora ni'l llenyetaire entren dins ses foscuries.
Nó hi entra mes que l'asceta o l'enamorat; y en sos viaranys s'hi troba desyara
l'humil rosari que hi perdé un penitent desconegut y l'orquilla de carey, impregnada
deis perfums de corrupció, que hi deixá oblidada una pecadora elegant... Te aquell
bosc la forsa y'l brill de les rasses nobles, ben alimentades y estérils, no subjectades a
les pérdues de la terrible rnaternitat...
Aixó li deia al Pare Joan, mentres preparavem unes viandes fredes y meñtres ell,
amb sa rialla dolca, mostrant una dentadura forta y blanquíssima, s'afanyava a por-

— 523 —
tamos aigua y a treure plata y tovallons. Eus oontava sa vida, la distribució de ses
hores, el treball deis ermitans, la.quietut y la ooncentraoió de! toe de matines, a mitja
nit... Una alegría franca y cordial se de3prenía de tot ell; era la frescor de les altures
y la puresa deis cima solitaria de la humahitat. Sa mansuetut me recordava l'iracundia
de les grans viles; sa serenitat, el neguit deis grans insomnis de la civilisació; sa sobrietat,
les inverossímils glotoníes de les ciutats babilóniques y els refinaments deis
gourmets professionals qui van a Ostende per menjar, vertaderament viva, la ostra sagramental
de sa religió, y que marquen els graus de temperatura de cada plat al servirlo:
pastel de Strasbourg, 60; salsa holandesa, 4B...
El meu amic, pegantse un cop al front, recordá que ño havíem pensat a provenirnos
de café, del qual ni jo ni ell sabem prescindir.
—No s'apurin—digué'l Pare Joan—. Encara que pobrets, tenim de tot... Fa com
uns dos anys qu'un pintor extranger, amic nostre, en va deixar un paper pié... Jo'l
guardava, dihent: ja vendrá'l dia de que pugui esser ben aprofitat...
(Da la revista Mitjorn, páginas 257-262; Palma, Septiembre, 1906.)
El Puig de Galatzó
PUJADA
Muiitem la costa ab poderos coratje,
pujem goijosos per l'estret tirany,
y trepitjant llenegadis herbatje
mes amunt naos empenyi el nostro afany.
Deixem enrera l'Hort hont les taronjes
guaitan com bolles d'or entre el brancam;
ja remuntam la Bassa hont canyes ílonjcs
vinclantse mouen puntagut fullam.
Abaix deixam la fértil fondalada
brufada d'alsinars y d'ametllers,
de blavenca olivera encatifada
y hont mostran negra capsa els garro vera.
La Casa, blanca, ja ha despareguda
darrera el contrefort del penyalar;
la coma, abans altiva, ja abatuda
la veim que tomba dins el comeilar.
Del Castellet la rotja penya queda
allá abaix y ben lluny: la daura el sol;
y Taire ab les aromes de l'arbreda
an el pit fatigat li du consol.
Alsarse en la Pedrera no s'veuría
d'aquí, '1 fum de la máquina a vapor;
(1) Éste es el nombre de una de las montañas más altas de la sierra de Mallorca.
Mlquel S. Oliver.

— 524 —
desde aqüestes al tures no s'oiría
el tro deis barrobins assordador.
Obrintnos pas per oarritxars y mates
remuntem marjes y passem portells;
caminem del rocam per les regates
qu'enclotxen les estopes y els ravells.
Sa cabellera espolsan gegantesca
evocant la tempesta altívols pins,
y ab nostros rissos juga l'aura fresca,
y ecsalan sos per funis els romanins.
Preses están raveixinades soques
per réls qu'a flor de térra fan rebolls
y serpentejan estrenyent les roques
vestides de lletreres y fonolls.
¡Ja som casi an el cim! Les penyes núes
s'aeara mullen guaitant damunt avenes...
¡Alerta a tropessar damunt les pues
deis carfcs esgrogahits de orulls y trenes!
Deis niunts llunyans la cresta mig borrada
s'alsa blava, darrera els de mes prop;
¡dominam al gegant: tomba humillada
la superbiosa testa el Puig d'Escrop!
¡Ja som dedalt el cim! ¡Gran es l'Artista
qu'ha aixecat eix altíssim monument!
No mirem prop, ¡l'avenc xupa la vista:
lluny vaja la mirada y '1 pensament!
DALT EL CUTCURUCULL
S'aixeca el cap, tranquil, y el cor s'aixampls
enfervorit damunt eix pedestal,
y un llampec ficsa l'ull en lo cel ampie
hont brilla el sol com llántia colossal.
Allá abaix, dins l'abim, per allá enfora
jauen cent viles sobre verts llensols,
y els camins anguilejan per la vora
de solcats sementers y montinyols.
Blavor de Taire fins la retxa tapa
hont aigo y cel se volen ajuntar...
¡Tots'esten baix de mí: com en un mapa
Villa d'or se dibuixa sobre el mar!
Com deesa en el bany mig despullada
besada per les ones Palma está;
y blanquejan enllá de la murada
Son Berra, l'Arraval, el Molina...
Tantes cases que voltan la badía
semblan resenma de la mar rompent;
la Seu, ab els turons y crestaría,
una roca a flor d'aigua solament.

— 525 —
... Cabrera mes enllá del Puig de Randa
y del Cap Blanc; y alluny Ibissa s'veu;
y si ficsan la vista a l'altra banda
dins celísties Menorca ovirareu;
y si cap a ponent l'esguart s'afanya
en trobar nous detalls dins l'infinit
perfils boirosos del llevant d'Espanya
veureu llunyans damunt Fabisme humit...
¡Ja l'ánima enardida de ventura
desdenya el mon que jau sota els.meus peus!
¡Lliure el cor pot gaudir d'aquesta altura!
¡Aixó es el trono, Llibertad, ahout seus!
¡Veuríes desd'el cim d'eixa muntanya
lo que val tot quant cercas, ambicies;
desd'ell os tan petita la cabanya
com lo superb palau del poderos!
Eli es un dit que signa maravelles
del cel, desde la térra; mut y altiu
revista va passant a les estrelles
y l'argentada lluna li sonriu...
En torn del cim ja els núbols s'encapdellan;
creix la boira cenrosa sota mí;
el sol daura el meu cap; y abaix s'estellan
penyals qu'els llamps y trous fau estremi.
Ja hu tapa tot la nubolada espessa,
occeá sens límits qu'als meus peus rebull;
y, sobre eix mar inmens, surant s'hi adressa
com un illot, l'esquerp cutcurucull.
P'els penyals qu'el revoltan, la brumera
com ones que se rompen, va pujant;
y adalt, ben blava, la celesta esfera
sonriu tranquila ab l'astre flamejant.
Lo vencedor qu'entre legions guerreros
dins triomfal carro anava llorejat,
voltat d'áligues d'or y de senyeres,
per les vestals de Roma festejat,
manco plaher que jo disfrutaría:
puix son els meus cavalls... el llamp ardent;
ma carrossa, els niguls; ¡l'astre del día
es el meu Capitoli resplandent!...
¡Senyor, beneit siau! L'altura aquesta
apar fassa mes pura l'oració...
¡Sota está el niu de l'áliga faresta;
sota estén negros ales el voltó!...

526 —
BAIX A DA
El sol áe pon. Baixem de penya en penya:
atlots, no vos fieu deis pedragalls;
pitjau damunt les roques l'espardenya;
passau, sens mu!lar-vos, els xaragalls.
Torna a aixecarse el cim pie d'altivesa;
ni el tirany hem trobat en la pendent,
y el col se va tapant: la teya encesa
sa flama allarga que li rissa el vent.
Rojenca es la claror y misteriosa;
l'ombra deis troncs se mou sobre el pedreny;
del pí la seca fulla relliscosa
per l'enroscada costa mos empeny.
¿Sentiu d'aquí la dolca cantarella
d'un pastoret... y l'eco d'un flaviol
que se confon al so de cualqu'esquella?...
Hiá un pajeset adins la valí, tot-sol...
¡Ja hi arribam!... ¡Ja M som!... L'óliba xiula,
el granot repeteix crit esquerdat,
el grí incansable entre el ramatje piula...
y el conrador s'on va á dormir cansat...
Y la visió del comellar se plega;
y es la muntanya un gegantí capsal...
¡Aquí tot es estret, y el cor s'hi ofega;
allá 'dalt tot es ampie; allá hi batega
entre clarors y boires l'Ideal!...
Jaume Pomar Fuster.
O
Costa brava de Mallorca
(RIBERA DE TRAMONTANA)
Mirau l'horda de Titans, qui destrossada,
sens desferse, dins les ones va tombar
y per segles romangué petrificada
en sa trágica actitut sobre la mar...
Bé que ho sembla eixa fantástica ribera
de penyals qui, respirant horror sublim,
ab la planta dins l'abisme presonera,
tots redressen a l'altura l'aspre cim.
¡Oh grandesa! Fulminats, mes impassibles,
a la calma o la tormenta indiferents,
així reben l'avalot d'ones horribles,
com caricies de sirenes indolents.

— 527 —
May decau llur majestat abrumadora:
la mar calma los contempla ab estupor
y baix d'ells la tempestat apar qu'adora
al rendirlos ses corones de maror.
Aguaytant per algún cingle jo a vegades
ín lo fort d'un temporal los contemplí.
¡Oh! Grrans eren entre escuma y nuvolades
fumefrjant cora un profétich Sinaí.
Mes llur vera majestat may l'he sentida
com en díes de bonances estivals,
dins un bot frágil y breu com nostra vida
al vogar ran d'eixes formes colossals.
A flor d'aygua, resseguintne la figura,
he guaytat dins les cavernes en repós,
que'ls penetren la immortal musculatura
com ferides de temps vell qui may han clós.
Jo conech les esmeraldes y turqueses
que la llum filtra en les ones allá dins,
fenthi veure d'una fada les riqueses
vora l'antre ahont s'ajoquen vells-marins.
Com tapís oriental l'herba marina
per les fondes transparencias apareix;
sota'l cap qu'a la fondaria mes s'inclina
par que l'aygua tenebrosa s'hi espesseix.
Desde lluny cerquen aquí coloms selvatges
dins les coves un refugi protector,
mentre amunt, en pie domini deis oratges
s'hi repenja'l niu de l'águila o voltor.
Allá dalt sa dura rama'l pi hi arrissa
com un geni escabellat d'etern espant,
y allá baix dins la blavor bellugadissa
la gran flota de delfins vaga saltant.
Llum y fosca, vida y mort, forca y misteri
grans abismes, calma espléndida y esculls...
Vet-aquí'l símbol del Art, somniós imperi
qu'eixa costa representa a nostres ulls.
¡Oh penyals! Sobre vosaltres s'agermana
ab sublim serenitat l'horror potent...
¡Ah! Parlau, que vos enten la vida humana,
perqué sou de la tragedia! monument.
Entre'l cántich inefable de les ones
y'l somriure de la blava immensitat,
en vosaltres se revela per eston.es
l'alt suspir de Prometheu encadenat.
(üel libro Poesíes, páginas 181-183; Barcelona, 1907.)
Miguel Costa y Llobera.

Aragón
La hombría de bien
(CUENTO ARAGONÉS)
Inédito.
Aquella tarde la era había estado muy animada. Toda la familia del señor Jorge
ayudaba en las faenas de la trilla; y su mujer la Casilda, sus cuatro chicos y la mocica,
Águeda, el pimpollo de diez y siete abriles que traía al retortero á todos los zanganotes
de Ribereña, cada uno según su edad y sus facultades, habían desempeñado su papel
en unión de los mozos de labranza que comían el pan todo el año en casa del señor
Jorge.
Toñete era uno de ellos, el de mayor intimidad. Toñete servía en la casa desde que
tenía uso de razón, y estaba próximo á entrar en quintas.
La labor había sido ruda durante todo el día; un día hermoso, despejado, sin una
nube en el horizonte, con un sol incendiario que caldeaba la tierra hasta el punto de
poderse creer que se andaba por encima de la bóveda de un horno en las horas de la
refracción del calor.
A la tardada, la mitad de la mies estaba todavía por trillar. Recogióse la parva á un
lado, pues no había que pensar en aventar; ni el cierzo ni el bochorno asomaban la
oreja por ninguna parte, y, por las señales, la calma sería duradera. En Ribereña, donde
durante todo el año es un castigo el viento, Eolo gasta á los labradores la broma de
dormirse en cuanto llega la sanjuanada.
De otro lado quedaron las fajinas preparadas para continuar la faena al romper el
nuevo día. La cosecha había sido abundante: aquellos montones de oro, que eran uña
bendición de Dios, prometían al señor Jorge llenar sus paneras hasta los topes.
Cuando se dio por terminado el trabajo, todos, menos Toñete, regresaron al pueblo.
Toñete quedó, como de costumbre, encargado de cuidar la era.
Primero marcharon las mujeres y los muchachos; detrás los mozos, unos conduciendo
las yuntas que habían tirado de los trillos, otros con los utensilios que no convenía
dejar á la intemperie. El último abandonó la era el señor Jorge, después de echar un
vistazo á las labores realizadas y de abrumar á Toñete con las recomendaciones de
rigor.
El mozo allí quedó, plantado como un poste; y secando el sudor de su frente con la
manga de la camisa, contempló cómo marchaba la caravana, devorando con sus ojos los
gráciles contornos de Águeda, que brincaba con sus hermanitos lo mismo que una cervatilla
por los ribazos del camino.
Vio á sus compañeros de jornada descender por la senda, entre rastrojos y plantíos,
hasta encontrar el camino de herradura. Después atravesaron este camino, la moza y
los chiquillos siempre delante, jugueteando; el resto de la comitiva, con ese andar grave
y pausado que caracteriza á los trabajadores del campo cuando van ó vuelven á sus
tajos. Las figuras iban haciéndose más pequeñas conforme se alejaban, y, al llegar á
la carretera, la luz cansada del crepúsculo fue desvaneciéndolas y confundiéndolas con
otras muchas que como sombras se movían en la misma dirección, buscando el poblado,
abandonando la campiña al sueño reparador de la Naturaleza.
Toñete no sintió esa vaga melancolía que producen en las almas de los poetas las
horas tristes de un anochecer lánguido y susurrante. A él no le decían nada los cantos
alegres de los que peregrinaban por la carretera, cantos que llegaban á sus oídos como
un eco lejano de murmullo de selvas. Para él no tenían notas emocionantes los trinos
de los ruiseñores que anidaban en los huertos vecinos, ni atraía su atención el impertinente
clamoreo de las ranas que s a , hacían el amor en los barrizales de las charcas.
Cuando desapareció de su vista el objeto de sus miradas y de sus ansias, dio media vuelta,
soltó un salvaje resoplido, y como el que deja escapar algo que tenía aprisionado y
contenido largo tiempo en el cuerpo, se le oyó exclamar en voz alta:

— 529 -
—¡Ju, ju, y qué rebordea se está poniendo la endina!
Dio varias vueltas moviendo el cuerpo, cual si le agobiase extraño escozor, y se fue
á sentar junto á uno de los montones de mies.
Allí tenía la alforja y la carabina. Poco más lejos, un hermoso mastín dormía tendido
sobre las piedras, con la cabeza entre las patas delanteras. Era Sultán, su compañero
de vigilancia.
Toñete colocó delante la alforja, extrajo de sus entretelas la frugal cena y la hinchada
bota, y en un santiamén dio reparo al estómago de las pasadas fatigas.
La noche avanzaba; una noche estival, plácida, serena. Toñete, terminada su colación,
se tendió boca arriba sobre la blanda y mullida paja, y se puso á contemplar la
bóveda del cielo tachonada de estrellas y la blanca luna que iluminaba con su luz de
plata la campiña de Ribereña.
Otros pensamientos muy distantes del espectáculo admirable que le brindaba el
mundo de los astros hurgaron bien pronto en la mente del rústico mocetón.
La imagen de Águeda se le apareció de nuevo con todos sus atractivos, con sus ojazos
burlones que trastornaban á los hombres que tenían la dicha de mirarlos, con aquella
naricilla graciosa, con su talle gentil y garboso. El pobre Toñete se revolvía en la
paja, agitado por vagas comezones que no sabía explicarse; pero bien pronto cayó en un
aplanamiento enervante. La reflexión le hacía descender desde el cielo encantador de
sus ensueños hasta la más triste de las realidades.
La hija del amo era hermosa, hermosa: cada día se parecía más á los ángeles que él
veía pintados alrededor de la Virgen en el retablo de la iglesia; pero ¿de qué le servía
á Toñete que Águeda fuera una criatura adorable, si jamás podía soñar en que llegara
un día á pertenecerle? ¿Cómo le habían de dar á él, al zafio jayán, aquella perlica,
digna sólo de un emperador de las Indias? El no la merecía, y, aunque la mereciera,
bien claro le tenía ella demostrado el poco cariño con que le miraba. ¿Qué digo cariño?
El despego más grande, una repulsión invencible. Si alguna vez se había atrevido á
dirigirle cualquier inocente piropo, una mirada despreciativa y alguna frase ultrajante
lanzada al rostro como un latigazo sirvieron de castigo á su osadía.
Esto para el mozo no era caso sorprendente; después de todo, la hija no hacía, al tratarle
mal, otra cosa que imitar á su padre y á toda la familia. El había recibido más
patadas que el perro y más golpes que la muía de varas, y, á pesar de todo, no sabía
por qué, seguía sirviendo en la casa desde chiquitín, sin percibir soldada alguna, ni otra
retribución que la comida y la ropa que desechaba el señor Jorge.
Jamás en su vida le había ocurrido reflexionar sobre estas cosas como aquella noche.
Conforme ahondaba en lo más íntimo de su conciencia, agitaba como en lago cenagoso
las negras amarguras que dormían en el fondo, y que acaso hubieran dormido siempre
si no viniera á despertarlas un rayo de luz que llegaba de lo desconocido.
Aquello era una injusticia. El había pasado los mejores años de su vida trabajando
como una bestia para el señor Jorge; el señor Jorge aumentaba su hacienda, y él sólo
cosechaba desdenes y malos tratos. ¡Cuánta razón tenían aquellos que predicaban en
los metines, y que él había oído cuando bajaba á la ciudad!
Las cosas no podían seguir así. Toñete sintió que le invadía el corazón un odio
mortal contra sus opresores; vio surgir como un fantasma el tétrico espectro de la venganza.
Tenía que vengarse, era cosa decidida; ¿qué venganza? ¡Sí, ellos mismos la habían
puesto en sus manos! Pegaría fuego á la mies. ¡Ardería toda, toda! Cabalmente,
la paja estaba como la yesca con aquel sol rabioso que les había calentado la mollera
durante todo el día. ¡Y que no era nada! ¡Más de cien cahíces de grano! ¡Rediezla!
Así se las pagarían todas juntas. Después, él huiría; cuando en el pueblo se apercibieran
del caso, ya habría andado muchas leguas; huiría para no volver á aquella tierra
maldita. ¿Cómo podría ver á la Águeda en brazos de otro hombre? ¿Cómo seguir soportando
sus desprecios?
No sabía Toñete cuánto tiempo llevaba barajando aquella madeja dentro de su cabeza.
La noche iba marchando; las constelaciones giraban con su acompasado movimiento;
el canto del gallo se había escuchado por las lejanías. Cuando el mozo se encontraba
en lo más ardoroso de sus interiores embates, el fiel Sultán levantó la cabeza
y lanzó un gruñido sordo.
Toñete se incorporó rápidamente, cogió la carabina, y llamó en voz baja al mastín
para que no ladrara:

— 530 —
•—¡Aquí, Sultán!
El perro se acercó cautelosamente. Toñete, escondiéndose detrás de las mismas
hacinas donde se encontraba, oteó los alrededores.
—Buen olfato tienes—dijo, como si hablara con el perro—. Dos sombras corren á
lo largo de los cañaverales de la acequia. Acercasus, acercasus. ¿Pa qué eréis que está
aquí Toñete? Sus figurabais que me dormiría, ¿eh?
Las sombras se deslizaron por una empalizada, subieron dos tablares, dieron vuelta
á la era, escondiéndose y apareciendo detrás de cada fajina, y cuando Toñete creyó tenerlos
á tiro, asomó el cañón de la carabina y disparó con firmeza. Se vio brillar el fogonazo;
se escuchó una blasfemia, vibrando en el aire como un trallazo, y las sombras
corrieron á campo traviesa, saltando tablares y ribazos y perseguidas por el mastín, que
ladraba desaforadamente.
Toñete no se movió.
—Déjalos, que ya lleva el uno bástantela rascase las posaderas—dijo á Sultán.
Volvió á sentarse, dando un suspiro muy hondo, muy hondo. El sentimiento del
deber había barrido en un instante de su cerebro las ideas negras, lo mismo que el
cierzo barre las nubes malas cuando se lanza al espacio desde los picachos de la
montaña.
Pocos minutos después, el perro volvía jadeante, y, tendiéndose junto á Toñete, comenzó
á lamerle las macos. Toñete exclamó:
—¡Sí, Sultán; mientras tú y yo vivamos, puede el amo dormir tranquilo!
O
El alcorce.
Rafael Pamplona.
Inédito.
A la hora, del almuerzo, tío Sidoro y tío Niceto descansaban á la puerta de aquella
torre del Rabal levantada en el camino de la cequia, fumarreando sosegadamente sus
pitillos, de los atados por la cintura, y conversando en paz y compaña como gentes de su
par igual. Eran vecinos; amigotes desde los días de burra esportonada y fiemo en carga;
compañeros cuando de chicarrones cortejaban á las mozas rabaleras, é inseparables
á la que el tiempo trajo los hijos y andaba cerca de traer los nietos.
—¿Y tu chica?—preguntó Niceto.
—De salú, güeña; de piernas debe andar tal cual, que too los días al volver del
mercao se retrasa más de lo que cumple.
—¿Vendrá cargada?
—¿Cargada? Más libre que un gurrión. Casualmente, si quisiamos vender, venderíamos
hasta los roscaeros.
—Es que esta güerta cría muy güeñas verduras.
—Y que la trebajamos á concencia, Niceto, arrimando el hombro. Pero lo que es esa
chica, esa chica...
—Vuelta con la chica... No tengas cuidao, hombre, no tengas cuidao; que ella es
modosica, de un genial de zuquerería, trebajaora...
—Como no hay dos, eso sí; pero estas tardanzas, no sé qué te diga, Niceto, me huelen
mu mal.
Y tío Sidoro, poniendo su callosa mano de bracero como marquesina de los ojos,
oteaba el camino sin descubrir á su retoño. A unos cien pasos, y á la derecha de aquél,
espesas arboledas ocultaban uno de los frentes de la ciudad, separada de la huerta por
la corriente del Ebro famoso. Por cima de estas arboledas, como pajarracos de bronce,
llegó á los oídos de los labradores e.'. vuelo de unas horas.
—¿Oyes cómo barraquea la campana grande?
—Sí, la que había en la Torre Nueva.

—¿Has oontao los badajazos?
—No los hi oontao; pero pa el caso... Además, ya sabes que es de ripetición. Oye,
oye cómo vuelve á sonar... Con Dios, Sidoro.
—Hasta la tarde.
Y los dos amigos se separaron, marchando Niceto á su torre, cuyas paredes de adobas
se levantaban no lejos de aquel sitio.
El tío Sidoro esperó durante algunos minutos. No fue en balde, pues á poco surgió
de las arboledas la figura de la muchacha, una garrida baturra, que, á seguida que divisó
á su padre, comprendió que aquel día, como otros muchos, habría tronada en la
torre, á pesar de estar raso el cielo.
—¿Estas son horas de venir?—prorrumpió encolerizado el labrador, así que su hija
se encontró cerca de él.
—Pues... ¿qué hora es?—contestó la moza con tono dubitativo.
—La de estar en casa ha sonao hace rato.
—¡Si he venío po el alcorce!
—¿Po el alcorce? ¿No te tengo dicho que vengas po el puente, que no quió que pases
la barca? Anda, anda pa dentro, y vete preparando á los pespuntes de tu madre. ¡Conque
po el alcorce, y vienes á estas horas! Ya te daré yo el alcorce, so pájara...
Y mientras la chica penetraba en la casa, provocando las iras regañonas de la madre,
tío Sidoro cerró el portón, agarró la jada que había junto á la puerta, y marchó
hacia el tajo por uno de los andadores. Un cadillo blancuzco le seguía, rubricando el
aire con la cola.
***
A la tardada, tío Sidoro y tío Niceto, sentados en anchas sillas de esparto, tomaban
el fresco á la puerta de la torre del segundo. La mujer de éste trajinaba en la cocina
con sus hijos, viniendo de allí un olorcillo que abría la gazuza al que no la tuviera
abierta.
—¿Y tu chica, ha tardado mucho esta mañana?—preguntó Niceto.
—A seguida que nos separamos vino.
—¿S'ha excusao con algo?
—Ca, aun m'ha dicho que había venío po el alcorce...
—Es que á veces el alcorce es más largo que el camino real.
—¿Qué quies dicime con eso, Niceto?
—Que ya sé por qué tu hija se retrasa, y tamién por qué viene por la barca y no po
el puente.
—¿De veras?
—Y tan de veras...
—¿Y quién te trujo la noticia?
—Me lo ha dicho mi chica, la Pilara.
-—¿Y qué te ha dicho tu Pilara?
—Que tu Encarnación tiene algo con Pablico, el hijo del tío Antonio el almadiero.
—¿Que tiene algo?...—saltó el baturro todo excitado y confundido—. ¿Y qué es ese
algo?
—Hombre, festejurreos, cosas de mozos y de mozas—añadió conciliador el tío
Nioeto.
—¡Ah, me habías asustao! Cuando llegue á casa la eslomo. ¡Conque po el alcorce!...
Ya le daré yo el alcorce con una tranca.
—Hombre, no seas bruto, que la cosa no tiene nada de particular. Lo que ha hecho
mal es no deciros nada; pero tú debes de obrar de otro modo.
—¿Y qué quies que haga?
—Por lo pronto, hacela volver po el puente. Después, si el chico la quiere, y te
conviene, que creo que sí, pues es trebajaor y honrao, que vaya á hablar contigo, y sus
arregláis pa que no haya tapujos. Y sobre too, no poner esa cara.
—Si m'has dejao más frío que la cima del Moncajo.
—Pues sí; no poner esa cara, no aparentar enfado; no quias llevar las cosas por la
tremenda, y vaya luego á sucedete algo pior.
—¿Algo pior?
—Sí; que tú te opongas, y los chicos se casen.

— 532 —
— ¡Casarse!... ¿Corno?
—¿Cómo? Pues... po el alcorce.
Y loa dos amigos, después de estas palabras tan elocuentes, despidiéronse hasta el
siguiente día.
Ya las estrellas comenzaban á parpadear en lo alto, y el río á murmurar en el silencio
augusto de la noche. Tío Sidoro, de vuelta á su casa, rumiaba las palabras de su
amigo, tres de las cuales se le habían quedado clavadas en la mollera de un modo terrible:
—Po el alcorce.
José García Mercada!.
Zaragoza, 17 de Diciembre do 1907.
Baturrada.
—¡Vaya un aire, tío Simón!
—Te digo, maño, que es juerte...
Ya m'hi tragan yo la muerte
por el diantre del cisclón.
—Pues, ¿qué ha sido? —Que iba á ver
al hijo del tío Caparra,
que está malo de una garra
y no se puede mover,
y en la plaza de la villa, •
al entrar en la caleja,
cayó cerca ó mí una teja
que por poco me espaldilla.
—¡Rediez qué trago! —Así, al pronto,
me quedé como aturdido...
—Pero eso le ha sucedido,
tío Simón, por ser un tonto.
—¡Toma! Pues, ¿qué iba yo hacer?...
Pa esas cosas no hay remedio;
¿ú es que tú tienes el medio
de poderlas detener?
—Ño, siñor; pero es que á poco
que uno discurra, es seguro
que no se ve en ese apuro.
—Araos, hombre, ¡tú estás loco!
¿Cómo lo vas á evitar?
—Pues no hay mucho que pensar,
porque ello solo se explica...
Se va algo más deprisica
y cain dempués de pasar.
(Del libro Paella Aragonesa.)
-O
Sixto Celorrio.
oQo-
Cantares.
Si será de güeña pasta
el hijo del tío Simón,
que se crió con su agüelo
y salió trabajador.
Ya sabes que no me cumples
aunque te pongas muy maja,
qu'hi visto casas muy puercas
que tienen güeña fachada.
No estás poco sastifecha
porque te vas á casar;
¡deja que tengas seis hijos,
y entonces me lo dirás!
Es tu cariño, baturra,
como el aire de tronada;
llueve mucho en poco rato,
y no se aprovecha nada.
Como no tengo trebajo,
á festéjate hi venido:
que el guitarro y la mujer
son pa los ratos perdidos.
Me da rabia que tu madre
ponga rete en la ventana;
\\o pior que me sabe á mí
es que no haiga confianza!

Murcia
El canto de la sultana
(ALEGORÍA DE MURCIA)
Montañesa que pasas la vida
en agreste montaña que erguida
se ciñe de nieve su manto glacial,
sin ver nunca los ricos primores
que derraman en valle de flores
el aura de Mayo y el fuego estival:
Peregrino que el vasto desierto
vas cruzando, de arena cubierto,
cual piélago ardiente que abrasa tu pie,
sin hallar en tan triste camino
susurrante raudal cristalino
que moje tus labios y alivio te dé:
Trovador que entre sueños deliras
y en la lóbrega cárcel expiras
que ofrece á tu pecho la negra ciudad,
cuando ves que el afán te consume,
sin gozar ni rumor ni perfume
que robe á tu angustia su insana crueldad:
Marinero que lejos del mundo
vas bogando en el mar iracundo
que más de una ruda tormenta azotó,
viendo acaso perdido ya el puerto,
hondo abismo á tus plantas abierto,
do hundirte implacable tu sino intentó:
¿No escucháis mi cantar misterioso,
que en sus alas un viento amoroso
conduce al desierto, y al monte, y al mar?
¡Oh! ¡Venid á mi imperio ignorado!
¡Yo sabré vuestro pecho abrasado
henchir de ternura, de gozo embriagar!
Soy sultana que vive entre rosas
y entre brisas de amor deleitosas,
ceñida la frente de nardo y clavel;
respirando el purísimo ambiente
del amor, á mi ley obediente,
que rinde á mi planta su rico dosel.
Soy la reina que vive entre amores
en alcázar de luz y de flores /
que besa el Segura con limpio raudal;
donde suenan de noche y de día
los conciertos que en vaga armonía
me ofrecen los Genios de un reino oriental.
Sobre alfombra de rojos claveles,
sombreado de altivos laureles,

— 534 —
con ricos festones de rosa y jazmín,
se levanta mi excelso palacio,
que ilumina en el fúlgido espacio
un sol que. á mis ojos jamás tiene fin.
En mis huertos, que espiran aromas,
con su arrullo las tiernas palomas
al alba saludan en mágico son;
y la luz que en el cielo camina
salpicados en plata ilumina
florido el naranjo, pomposo el limón.
El granado desplega sus hojas
y sus ñores de púrpura rojas;
sus áureos racimos suspende la vid;
los morales extienden su manto;
y cual hadas de amor y de encanto,
cien palmas elevan su frente al cénit.
Como surcos de líquida plata
que las tintas del cielo retrata,
sonoros raudales murmuran doquier;
y en su margen, que esmaltan las flores,
sueltas aves de gayos colores
prorrumpen en trinos de inmenso placer.
Con la lluvia nocturna en las alas
la oropéndola ostenta sus galas;
su manto el jilguero de vario color;
y ocultando su humilde plumaje,
cantan dentro del verde follaje
alondra sentida, galán ruiseñor.
Aquí vienen, sin locos pesares,
. á entonar sus moriscos cantares,
garrida doncella, fornido zagal;
y á bailar en la tarde que vuela,
al compás de sonora vihuela,
con dulce abandono, con gozo inmortal.
Aquí llega la hermosa murciana,
la de boca de perlas y grana,
de seno turgente, de talle gentil,
á inflamar con sus ojos de fuego
al amante gallardo que, ciego,
cual sol la contempla que raya en Abril.
¡Oh! ¡Venid, corazones amantes!
Con ensueños de amor delirantes
os brindo en mis brazos sublime pasión.
Reposad en mi seno la frente;
respirad mi balsámico ambiente;
edén mis jardines al ánimo son.
Olvidad el estéril camino
que en el mundo señala el destino.
Yo soy la sultana que os ama sin par.

— 535 —
¿No llegáis? En mi reino encantado
gozaréis el aroma preciado
de lirios y rosas, clavel y azahar.
Sí, venid á beber mi ambrosía,
á escuchar de mi voz la armonía:
yo sola en el alma derramo placer.
"Venid, pues, que si quiere la suerte
que os sorprenda en mi seno la muerte,
á un cielo de dichas iréis á nacer.
Antonio Arnao.
(Do.l libro Eco» del Tdder, páginas 3-8; Madrid, 1857.)
Cansera.
¿Pa qué quiés que vaya? Pa ver cuatro espigas
arroyas y pegas á la tierra;
pa ver los sarmientos ruines y mustios
y esnüas las cepas,
sin un grano d'uva
ni, tampoco, siquiá sombra de olla...
pa ver el barranco,
pa ver la laera
sin una matuja... ¡pa ver que se embisten,
de peías, las peñas!...
Anda tú, si quieres,
que á mí no me qu'éa
ni un soplo d'aliento,
ni una onza de juerza,
ni ganas de verme,
ni de que me mienten siquiá la cosecha...
Anda tú, si quieres, que yo pué que nunca
pise más la senda,
ni pué que la pase, si no.es que entre cuatro,
ya muerto, me llevan...
Anda tú, si quieres...
No he d'ir, por mi gusto, si en crus me lo ruegas,
por esa sendica por ande sejuevon,
pa no golver nunca, tantas cosas güeñas...
Esperanzas, quereres, suó'res...
¡to se jué por ella!...
Por esa sendica se marchó aquel hijo
que murió en la guerra...
por esa sendica se jué la alegría...
¡por esa sendica vinieron las penas!...
No te canses, que no me remuevo;
anda tú, si quieres, y éjame que duerma,
¡á ver si es pa siempre!... ¡si no me espertara!...
¡tengo una cansera!...
Vicente Medina.
(Del libro Aires murcianos, páginas 123-125; Cartagena, 1898.)

Andalucía
La Gavilana (1)
Plaza de una villa andaluza. Al fondo, una iglesia. A la derecha del actor, un caserón
con dos grandes ventanas bajas abiertas, de rejas salientes, en una de las cuales
hay un cartel en donde se lee: «Se cose á máquina.» La puerta de la dicha casa,
cerca del proscenio. A la izquierda, los árboles de la plaza.—Es de día.
Al levantarse el telón, la Gavilana asoma por junto á la iglesia,, santiguándose,
y separa al llegar á la ventana del cartelillo.
—Güenos días os dé Dios, muchachas, y nobios casaeros tan güenos como la fartita
que os jasen y como esas manitas e costura que le están disiendo á las asusenas: «¡Utu
pa aya!» ¡Qué aplicas toas ar trabajo, y qué jechiseras: que me se antojáis cá una una
pascua e flores!
—¡Pos no, que no! Tamién yo gasté un bestío de esa coló, como el otro que dise.
Aquí aonde me beis con estas confiscas arrugas y esta mardesía jaula e perdis en las
espardas, porque de casaora no me ha queao ná más que esto, tamién yo, cuando Dios
quiso, no le quitaba pinta á una rosa e Mayo Pero la fló e la jermosura mu poco dura;
pasó solía, y bino San Sacabó, que yo no sé por qué lo jadrían santo. ¿Y la seña maestra?
—¿Armosando?
—¿Lomo y tó?... ¡Asinita: porque se pué! A costa e la sangre ajena. Sangra se bea
eya, Dios me perdone, y amarra er mislo, muchachas, que no quieo custiones con naide.
— Lo disía por la sangresita de este manojo e reinas, que es sumo e clabeles amaisalaos.
¡Uy, qué prendas tan relindas toas! Y tú, Justiya, sin jaseye agrabio á naide,
¡qué jermosa y espelotá te has puesto! ¡Baya un bocaíto e mistó pa un esganao que acabe
e salí de unas calenturas! ¡Er Señó te bendiga, peslita blanca, jarmiñito resién abierto,
que güeles á gloria!
—Pos ahí abajiyo boy po una purga pa er biejo rico e la esquina, que mala purga
le pique á é. ¡Como si con purgas gorbieran los aseros e la moseá! No hay más bronse
que los años onse. Si la bejes tubiá compostura con purgas y potingues, me había yo
tragao jasta er boticario y tó, aunque no fuá más que pa esquita las horas que perdí
cuando Dios andaba po er mundo.
—¿Ganas? Que me sobran, hijitas. Mua er lobo los dientes, y no las mientes. Pero
¿qué le bamos á jasé? Por eso dise la copliya:
Gosa der só mientras dure:
siempre no ha de sé berano.
Y ahora que me acuerdo, Justiya, ¿y tu madre?
--Lo siento, mujé. Ya quedrá er Señó que se ponga güeña, siquiá por la fartita que
jase. Biúa, y con tres hijos, y tu la mayó... Er Señó mos mire con ojos e misiricordia,
bendesio sea su santísimo nombre, amén. Y ¿es berdá que tú le jablas á aquer mosito
e la Alifonsa, que paese pintao pintao un abefría?
(1) Escribí esta obrilla para el teatro; pero ni ella sirve, ni yo sé tratar con cómicos. ¿Qné le hornos de hacer?

— 537 —
—Pos, mujé, muncho que me alegro que no sea berdá. Ese esaborío no bale junto
á ti la tona e un amolaó, Pa ti, en ayegando que ayegue er caso, un mosíto e mi fió,
rumboso, jacarandoso, retepresioso, con la edá en la boca, anque sea mala comparasión,
que jume puros, bien andao, aniorosito, y que entoabía no se afeite, porque er
reflan lo dise: «Er moso, cuando le apunta er boso.» Y sobre toas las cosas der mundo,
que tenga guita; más £>'uita que un cordelero. No hay que daye güertas: pa quita la escuriá,
la lú. Er que tiene, tiene y retiene, porque mantiene. La li'i es mantones e sea, que
se quea bisca la gente, y botitas e charo, y corchones e pluma pa escansar á gusto, y
la mar serena e cosas e come, que ¡jasta ayí! Y la mardesía abuja, que la parta un rayo
por mita el ojo. Pero, mujé, no te pongas colora, que no es pa tanto. Tó esto es disirte
que tú, mejorando lo presente, te mereses una corona rea; que, por lo emás, naitita que
me se importa. No me enfría ni me calienta cosa nasía en er mundo; que ya estoy, como
dise la copla,
con un pie en la seportura
y otro en la mesmita bera.
Baya, Justiya, que haiga alibio; y, muchachas, jasta otra, si antes no me arrecoge la
chata; que ya estará er mardesío der biejo aguardando su purga, y la mujé, que es un
pimpoyo de oro, echa en orasión pa que er mario rebieute. ¡A eya sí que le jase farta
una güeña meisina; que la probé se ha queao que se trasluse!... ¿Risitas? ¿Risitas?...
¡Cómo se conose, arrastraísimas, que pa ustés ya ha pasao er día e los santos Irnosentes!
—¿Por mi barrio? Naíta que esté en gloria. Y como yo, en sacándome de mis tres
misitas por la mañana, y de mi jubileo y lo emás que caiga por la tarde, y de mis sinco
dieses por la noche, y de ensendeye su mariposa á San Caralampio bendito, no soy mujo
pa ná, no me entero e mardita la cosa. A mis años, que ya tengo tres duros y medio y
un rea, hay que gana la gloria á estajo y sin escudiarse; que á la fin fin, morí; y los
profundos no sirben pa quema paja; y una en su moseá, bargan berdaes, no ando tan
derecha como un juso.
— ¡No, si no digo que no! De arguniyas cosas se entera una sin queré. Como que una
no es sorda y Patas e puya, confiscao sea é, no duerme, anque se jaga er dormío pa
confia á la gente...
—Güeno; pos aya ba, y Cristo nuestro padre me perdone si esto cae en cosa e mormuración.
Ar cabo e tó, e carne flaca sernos endeje que pecó nuestra madre Eba. Aya
ba, y er diantre sea sordo; er diantre digo: ya beis, muchachas, que no ]o miento por
su nombre; que jasta er nombre suyo es una ofensa á Nuestro Señó. Cata aquí por qué
yo reso toas las noches al acostarme:
Anda bete, Satanás,
que de mí no sacas ná;
que en er día de la Crú
dije mir beses Jesú.
Y bamos ar caso, capuyitos de oló. ¿Conoséis á la Marigí, la que tiene la boca así, y
un ojo así, y la mano asi?... (1). ¿Cómo que no, cuando es más oonosía que la rúa y más
soná que las propias narises?... Muchachas, aqueya e Lo ja, que es coja y es floja y en
cuarquier parte se aloja; aloja se bea eya en lo más jondo... ¿Entoabía no caéis?... La
que gasta un mantón berdesiyo, que berdesiya tendrá eya el arma, si Dios con su dibino
poé no se la pinta de otra coló... ¡Paése que estáis tontas! La prima e la asea e Burguiyos,
que lababa los güebos pa freiyos, y pa proba el aseite escupía en la sartén; aqueya
burguiyera que se casó con er tío Alegría, er der perro flaco, que paesía mesmamente
una espátula; lo cuar que er tío Alegría tié un hijo que le isen por mote Juan Paulín...
—¡Ajajá! ¡Acabáramos! Er de la playa: así mesmito le yaman, porque ha andao
(1) Esta pregunta es el comienzo de un jueguecillo popular infantil.

- 538 —
cogiendo coquinas po esos puertos e má, con un trapo atrás y otro alante, que es más
peo que anda eneueros. Güeno; pos á la Marigí, que es la prima e la madrastra e Juan
Paulín er coquinero, le pasó anoche un lanse, que pa chiyarlo. Chiquiyas, ¡baya ruío
en er mundo, y baya corgarse la caye! Pone la oreja.
La Marigí bibe más e cuanto há en er corra e Pícamepedro; ya sabéis: á la bera er
combento jundío. Ayí está arrecogía más gente que hay en la guerra, y güeña der tó
ar tó: las jembras brabas; los hombres embestiores, y la tropa menúa topona: una ganaería
que ni pinta pa Perico Romero, si su mersé no hubiá pasao á mejor bía. Pos bamos
á que la Marigí, con su ojo chíndigo y tó, tenía su mijita e quebraero e cabesa, que era
Pepiyo Enrea: un jugaó e bentaja que cuando no está preso lo andan buscando, y no se
pasa semana que no lo jieran ó le den una güerta e gofetás, porque tira er pego, que
disen que tié unas manos más ligeras que ya mesmito; aonde la Marigí, tentá e la cuisia,
lo engatusó, y eya con su ropa limpia, porque es labandera, y ér con su baraja
susia, lo pasaban mu rebién, y ya estaban más bestíos que parmitos, y habían mercao
jasta su quinqué y tó. ¡Misté quinqué, la que por pura causaliá ha tenío candí argunas
beses, y pa eso le ha fartao aseite que echaye!... Porque, hijitas, en este mundo mesquino,
cuando hay pa pan, no arcansa pa bino.
Güeno; pos digo que habían aeresao er cuarto tan reguapamente, lo cuar que toa la
patulea der corra estaban comiítos de imbidia, espesiá la Tarasca y sus tres capuyos;
quieo disí, sus tres cardos borriqueros, que balen por cuenta reonda tres tiros que le
peguen, ná más que pa dayes un susto, que se queen como unas estautas e sá. Pos como
Efüji^a Tünr-fiA- a,o,ensiaba er dinero á esportones'la mardesía Tarasca, buscando su abío,
garatusas po aquí, combites po aya, lo fue traendo, traendo, ¡canario!, jasta que lo jiso
nobio ú cosa asín de la más largartona, que es la más grande y se yama Conchiya. Tó
esto, sin que lo goliera la Marigí, que, tuerta y tó, es mu retemujé. En cuantito que
er só echaba sus luses y la chíndiga tomaba er tole pa el arroyo con su rauta en la cabesa
y sus brasos en jarra, Pepiyo se escorgaba ar cuarto e las besinas, y lo que de aguardiente
der Mono, lo que de porborones con canela, lo que de tasitas e café der de á perra
grande, lo que de tabaco de mistó liao por Conchiya, no es pa dicho, sino pa figurao.
¡Eche usté y que no se errame! Y, á tó esto, á é no le apremitían que diera ayí ni tampoco
una sé de agua. ¡Las mu tunas, pa mejó meterlo en er costa! ¡A lo tontito!
Yo no sé si aqueyo iba pa boa ó no iba pa boa, porque nunca me ha gustao andar
goliendo oyas ajenas; pero lo sierto y berdá es, como Gabilana me yaman, que anoche
la Marigí tenía que anda e matansa toa la noche, yenando longanisas en cá e señó B,egustiano,
que á mi cárculo poían sé más e dosientas baras de embutió, y agarrándose
á este güen tris, la Tarasca y las Tarasquiyas quisieon agasaja en grande á Pepiyo
Enrea. No era orsequio, muchachas; era echa la ré, pa que, á remate e cuentas, er galán
lo pagara tó, ejándose atrás jasta los reaños.
Pos ban, y ¿qué jasen? Aeresan su arró con gayo muerto, su guiso e conejo con
seboyas, sus batatas cosías, y traen sus asitunas partías, que estaban disiendo «comerme»,
su lata 6 pimientos morrones, sus güeñas nueses moyares, sus jigos pasos pa con
eyas, su güen bino e tres años que arresusitaba los muertos, y, pa arremata pronto,
sus demonches ensendios que carguen con tos eyos, Cristo padre me perdone, que esto
es un desí, y no mala intinsión, er bendito San Caralampio me sea testigo.
Se ba la Marigí á su matansa raspajilando, y enseguiíta eyas, las cuatro argofifas
esechás, en dos anafes emprestaos, que las mu puercas ni jorniyas tienen, asopla que
te asopla, guisa que te guisa, sasona que te sasona. con su puerta serrá pa que no entraran
moscas, y Pepiyo, ayí asehtao, juma que te juma, bebe que te bebe, y ¡como si lo
biera, que pa argunas cosas no es mesté antiparras!, peyisca que te peyisca á la Concha,
ar pasa pa arriba y ar pasa pa abajo. ¡Pa las beses que yo me miré en ese espejo!...
Y ¡pa la mala cara que yo ponía!... Entoabía me se jase la boca un agua... Güeno, muchachas,
reirse: motibo e risa son las cosas alegres. Y tú, Justiya, ¿por qué no te ríes
tamién, lus de mis ojos?... ¡Por bía e la pena negra!...
Pos, como disía e mi cuento, ya que estaba en su punto el arró y la mesa puesta,
ban y lo güercan en una sangraera como un lejío, y escomiensan á regalarse er reberendo
pico, que no se bian las cucharas, de tanto di y tanto bení. Pepiyo y la Concha,
mu juntitos, que no cabía ni el aire entre eyos, «Esta asitunita, pa ti»; «Pos toma, tú,
prenda, esta jebrita ó pechuga»; y estando asín recocleándose y la candela mu empendolá,
cate usté que ayega corriendo er Pinchaúbas, que lo habían puesto e atalaya en

— 539 —
la punta e la caye, pa si asomaban moros por la costa, y ¡cataplún!: «¡La Marigí, que
biene po esa oaye abajo echando jumo!»
¿Qué rayo ni qué senteya, Santa Bárbara bendita mos guarde, había e jasé semejante
estrupisio como er que jiso el angelito e Dios con aqueya notisia tan de sofato?
Tó se puso patas arriba en menos que se presina un cura loco. ¡Afuera los platos; afuera
er manté; afuera la oya, y la sangraera, y er jarro er bino! ¡Güeña bendría la Marigí!
Porque aqueyo ¡como bisto! había sío un soplo. «Esto, ebajo e la cama; la oya e batatas,
ar cuartito jondo; y la sangraera y er guiso e conejo, á la jasena. Y tú tamié, Pepiyo;
no hay más amparo; pa si arregistra. ¿Que no cabes?... ¡Agachápate ahí! ¿Quién
le aguanta er resueyo á esta leona paría, que entrará pegando garfañás y tragando gente
como agua?»
Muchachas, ¡lo que pué er susto! En un disir pin no paresía que estaba ayí comiendo
naide. Ayega la Marigí, y tos asentaos, menos el escondió, platicando como si tar cosa.
—Güeñas noches.
—Güeñas las tengas—dise la Tarasca grande, enjechisá en bé que la chíndiga entraba
mu tranquila y con su cara tan cachipareja.
—Pos bengo porque en cá e señó Regustiano, como estamos en la matansa tantas
criaturas, se han perdió cuatro longanisas. Y yo, barruntando que las tié escondías una
mala mujé, me boy pa el amo y le digo, dígole: «Que naide sarga de aquí; que yo boy
en un soplo á que una besina mía que tié hijas donseyas eche la suerte der seaso, y er
seaso jablará como un ebangelio y escubriremos ar ladrón ú á la ladrona, anque se meta
siete estaos ebaip e tierra.» ¡Pero ;JojiúJ..,ahflxa,ajiKannai2ana:-dnJiljLSPAPjisfin/iJiUi!. -¿ELa.
parió la gata?
Que quiso que no quiso, la Tarasca, con más mieo que bergüensa, porque de bergüensa
no tié ni esto (haciendo sonar la uña del pulgar en los dientes superiores), trujo
los abíos pa la suerte. Cuando clabó que clabó en el aro der seaso las tijeras en figura
e crus y puso er santo rosario ensima, ya se emprensipió á be de bení la bronca, porque
la Marigí ba y dise con remuncha soflama:
—¡Josú! ¡No ba á poé sé! ¿Cuáles son las dos donseyas que ban á alebantá er seaso
con los déos der corasón?
Y ba y sarta la Tarasca lo mesmo que un cojete y dísele:
—¡Pos mis hijas! ¿No serán güeñas pa er caso, seña Marigí? Pos qué, ¿quisas no son
• mositas las tres y más limpias que la lus del arba?
Y ban á jasé la suerte: Dise la Marigí:
Seasito,
por San Pedro,
por San Juan,
por San Nicolás;
que me niegues la mentira
y me digas la berdá
en lo que te boy á pregunta.
Quieto, si es mentira^
dando la güerta, si es berdá.
Y apreguntó pa sus aentros lo que se le antojó. Alebantan er seaso las dos hermanas
e Conchiya por los ojos e las tiseras, y er condenao estrumento, como si le fueran jablao
e queíto, da media güerta en el aire y se quea señalando pa la jasena. ¡Aquí te quieo,
escopeta! La chíndiga se abansa como un chalí pa abrirla, y las emás, asujetándola y
• plantas ermedio. ¡Chiquiyas, que sanfransia se armó!
—¡Cacho e tunas, dejarme; que soy una tigra enrabia! ¡Si yo lo sabía! ¡Si me había
dao en la naris! ¡Si me había cantao er gayo!... Perras, simbergonsonas, maná e roonas,
raías... ¡Pa merendarse á mi hombre! ¡Pa tragárselo entre las cuatro! ¡Dejarme que le
saque los ojos á ese reteladrón, ladronsísimo, tiraó der pego; que me los quieo como en
un guiso e sorras!
En esto, Pepiyo, que quié salí, atiesta con la cabesa en la tabla e la jasena, y ¡la fin
der mundo!, sale aleteando la sangraera y la casuela er guiso, yasoma er condenao echando
chispas, escalabrao con los tiestos, toitito blanco del arró, que paesía que le había
nebao ensima, y ¡ayí fue eya! Tó había sío tortas y pan pintao pa la rebujina que se
armó entonses. Aquí te cojo, ayí te suerto, á ésta quiero, á ésta tamión, gofetá ba, siye-

— 540 —
tazo biene, so tar, so cuar, grandísimas tunas, so retechulo, y dale que trote, y surra
que es tarde, tos roando Jechos un obiyo, la mesa tamién por er suelo, las matas e pelo
po el aire, y pa que naíta fartara, er Tarasco que ayega der campo en este inte, y er
menistro del aroarde.
—¿Qué inglería es ésta?
—¡A la carse tó er mundo!
—¿Ahora bienes, so cp.rsonasos?
—¡Ay, que me mata esta fiera!
—¡Que yamen á los sebiles!
— ¡Que la ajogo!
—¡Toma, y güerbe por otra!...
¿Qué campo der Gramante ni qué efarate e feria ni qué cotufas se pué pone con la tremolina
que ayí estaba arma? Pepiyo, jerío de un siyetaso, piendo á grito pelao er santolio;
toas las Tarascas po er suelo; er Tarasco, atentándose los chichones e la cabesa
y disiendo mu triste: «¿Qué es esto que á mí me pasa?» Y la Marigí, jecha el ama er
cotarro, con la paleta alebantá po el aire pa jundírsela al menistro, que la quería prendé.
En esto que er menistro, juyéndole sielos y tierra, se cuela en er cuartiyo, be el oyón
de las batatas, y ¡argún ánge lo aconsejó! lo coge en bolandas y ¡sas! se lo mete por la
cabesa á la Marigí, que se queó como un Júas e sábao santo, medio ajogá y sin bista
ni arsión pa ná. Asín la prendió, y asín se arremató aquel arrastrao arboroque, arremataos
se bean tos eyos, pa que no güerban á agrabiá ar Señó con su mala bía. ¡Bibir
bien y como Dios manda es lo pue hay que jasé pa gana la santa gloria; que toitito lo
de este mundo no bale un caracó!
Ea, muchachas, quearse con Dios, y jasta otra. Ascucha tú, Justiya, que me se
orbiaba. ¿Tú bibes entoabía der lao abajo e la fuente, más ayaíya e la seña oña Ana,
que, por más señas, le disen la Fogosa?... ¿Sí? Pos, con lisensia, bente pa er sanjuáñ,
que tengo que darte una rasón pa eya, y asín me ajorras un biaje, mujé.
(Da algunos pasos hasta la puerta de la casa, á cuyo zaguán se supone que sale
Justillo,, y dice en voz baja, como hablando con ella:) Niña, pon la oreja. ¿No tiés más
bestío que esa tiritaña, con er frío que ba jasiendo, cuando bales un Potosí y debías está
bestia de tisú de oro, como los curas en las misas grandes? ¡Probesiya! Y á tó esto, tu
madre sin meisinas; sin un güen puchero... No yores; que aquí estoy yo, y soy más cayá
que er silensio n.esmito. En cuanto que den las orasiones, aguárdame á la bera e la
fuente; que tó tié remedio en er mundo menos er morirse. Alímpiate, niña, esas lágrimas,
y cayá y anda, por la tierra y por la má. (Alzando la voz al volver á la ventana:)
Que no te se orbíe, Justiya. Y dile que le aproporsionaré esa cardera é cola.—Ea, muchachas,
ramito e mosquetas, salú, y jasta er berano, que es güen tiempo pa los arresíos.
(Echa á andar hacia la izquierda del foro.—Telón.)
(Del libro Chilindrinas, páginas 225-238; Sevilla, 1905.)
Francisco Rodríguez Marín.
Los claveles reventones.
¡Qué claveles tan vivos; son llamaradas!
Son cual de una tragedia rojos chispazos,
claveles semejantes á lumbraradas,
•claveles que parecen pistoletazos.
Cuando al suelo de España, que no se agota,
llama Abril con el mazo de sus pinceles,
se rompen sus arterias, la sangre brota,
y se cuaja en rotundos y amplios claveles.

— 541 —
Y viendo que sus senos en luz se inflaman,
ungiéndose de aromas y de hermosuras,
triunfales en el viento se desparraman,
desgarrando en jirones sus vestiduras.
Son pétalos plegados en el capullo
que en el cerco no caben que los encierra,
y en el tallo revientan de inmenso orgullo
y en un fuego de gloria cubren la tierra.
Porque son arrancados de tus verjeles
y tienen vestidura regia y bizarra,
te mando ese brazado de ígneos claveles
atados con las cuerdas de una guitarra.
Cuélgalos de tus rizos como un tesoro,
y trame la bandera de España un juego
hecho con tus cabellos que son de oro
y hecho con los claveles que son do fuego.
Y de tu frente ornando la rubia cima,
donde tiemblan reflejos de luz extraña,
estará la bandera clavada encima
de la más alta gloria que tiene España.
Son cual gritos de triunfo de una victoria;
son discos exaltados de rojas frentes;
son deslumbrante arenga de fuogo y gloria,
dicha por unos labios de hojas ardientes.
Son pebeteros rojos de los sentidos,
escudos que despiden rojizas flamas,
las ascuas de incensarios estremecidos
y de un champán de pótalos, copas de llamas.
Puestos como crestones de luz del día
sobre el blanco prodigio de tu escultura,
parecerás la Imagen de la Alegría,
parecorás la Diosa de la Hermosura.
Alzados en tu mano deslumbradora
en el ambiente pleno de luz y brío,
tu belleza triunfante será la aurora
que en alto puesto el cáliz vierte el rocío.
Muéstralos en tu frente de regios trazos
como lumbres que arrojan los yunques fieros,
y fingirás envuelta por los chispazos
la musa noble y grande de los herreros.

— 542 —
Ponlos sobre tu pecho, que es urna santa,
con tus dedos que fingen alas discretas,
y serás como un ángel que vela y canta
el sueño misterioso de los poetas.
Alza su copa llena de luz divina,
que el redondel parece de una amapola;
hazte un velo con ellos, serás ondina;
ponlos en tu mantilla, serás manóla.
Como quien toma un cáliz que esencia exhala,
llévalos á tu boca, que es de camelia;
bésalos suspirando, serás Átala;
bésalos con locura, serás Ofelia.
Pues con unos claveles como divisa,
en ti está cuanto en famas el mundo llena:
Julieta, Cleopatra, Safo, Eloísa,
Laura, Beatriz, Hipatia, Niñón, Helena...
(Del libro Trompetas de órgano, páginas 20-22; Madrid, 1907.)
O
Las flores
ACTO PRIMERO
ESCENA VIII
Salvador Rueda.
ROSA MARÍA y GABRIEL; luego CONSUELO; el ABUELO después; BERNARDO al final.
GABRIEL. (ES un mocito del pueblo, gue se roza con el señorío. Viste pantalón
claro, «•guayabera-" de seda cruda y sombrero de ala ancha gris. Usa
espuelas y lleva siempre en la mano una varita. Sus primeras palabras
las dice dirigiéndose á liosa María desde la puerta del huerto.)
(Más vale yegá á tiempo que ronda un año.) ¿Hay permiso?
ROSA MARÍA. Pase usté.
GABRIEL. ¿Y perro, hay?
ROSA MARÍA. Está atao. (Este es er de ayer tarde.) ¿Qué se le ofrese á usté?
GABRIEL. A este güerfco le disen er «Güerto e las Campaniyas», ¿no es verdá?
ROSA MARÍA. SÍ, señó; pero eso ya me lo preguntó usté a3 r er tarde.
9
GABRIEL. NO me acordaba. ¿HÍ\ visto usté qué mala memoria?
ROSA MARÍA. ¿Ha visto usté? ¿Se pué sabe ]o que usté quiere?
GABRIEL. Ya lo creo. ¿Cómo les disen ustés á estas rositas blancas?
ROSA MAEÍA. Pimpinelas.

— 543 —
GABRIEL. ¿Pimpi... qué?
ROSA MARÍA. Aqueyo.
GABRIEL. NO se enfade usté conmigo, hija.
ROSA MARÍA. ¿Quié usté acaba?
GABRIEL. ¿Tengo yo la curpa de sé tan torpe?
ROSA MARÍA. ¿ES usté mu torpe? ¡Qué lástima!
GABRIEL. Como que hasta ahora no me he dao cuenta de lo bonita que es usté.
Miste si hase farta sé arrimao á la cola.
ROSA MARÍA. ¡Vaya!... (Tratando de irse.)
GABRIKL (Deteniéndola.) Oiga usté, ¿es que no quié usté despacharme?
ROSA MARÍA. Ar contrario; lo que quiero es despacharlo á usté en seguía.
GABRIEL. POS vi á darle á usté gusto.
ROSA MARÍA. Usté dirá.
GABRIEL. YO necesito un ramo e flores.
ROSA MARÍA. ¿De qué flores?
GABRIEL. í)e toas. Ar capricho de usté lo dejo.
ROSA MARÍA. ¿Grande ó chico?
GABRIEL. Ar capricho de usté. Es pa un arta que tengo en mi casa...
ROSA MARÍA. ¿Pa un arta?
GABRIEL. SÍ; me da por la Iglesia. Como no me quié nadie en este mundo...
ROSA MARÍA. ¡Vaya por Dios! ¿Y pa cuándo nesesita usté er ramo ese?
GABRIEL. YO me lo yevaría ahora mismo.
ROSA MARÍA. Ahora mismo va á sé difisi.
GABRIEL. ¿P° r qué?
ROSA MARÍA. Porque no tenemos flores cortas.
GABRIEL. ¿Y ésas?
ROSA MARÍA. Esas están vendías.
GABRIEL. POS mande usté que corten más..., y mientras las cortan charlamos usté
y yo de lo que se tersie.
CONSUELO. (Saliendo con un canasto por donde se fue, á UemjH) de oír esta última
frase.) ¿Qué?, ¿qué es eso?
ROSA MARÍA. Er señó...
GABRIEL. Güenos días.
CONSUELO. Güenos días.
ROSA MARÍA. Er señó que quié un ramito e flores á la carrera.
GABRIEL. NO ersagere usté tanto: á la carrera no hase farta... Conque esté dentro
e poco... Digo, si pué sé...
CONSUELO. Sí, señó; ya lo creo que pué sé... Si de eso vivimos..., de las flores...
(Llega el Abuelo de la calle.)
GABRIEL. ¿Está usté segura? ¿No serán las flores las que vivan de verlas á ustés?
CONSUELO. ¿Pa qué nos vamos á mete en averiguarlo? Agüelo, vaya usté con er señó
y córtele usté las flores que quiera pa hasé un ramito.
ABUELO. Vamos aya.
GABRIEL. YO tenía gusto en que las hubiera escogió aquí esta joven.
CONSUELO. Esta joven no sabe de eso.
GABRIEL. Porque lo dise usté lo creo, pero paese mentira.
CONSUELO. Ahí tiene usté las cosas de este mundo.
ABUELO. ¿Viene usté ó no viene?
GABRIEL. Sí, señó; ahora mismo.
CONSUELO. Usté sabrá que en este güerto las flores son caras...
GABRIEL. Ar revés.
CONSUELO. ¿Cómo?
GABRIEL. Que las caras son flores.
CONSUELO. Grasias; es favo.
GABRIEL. ES la pura. (Á Bernardo, con quien se cruza al ir huerto adentro.)
Güenos días, amigo.
BERNARDO. Hola.
GABRIEL. ¿Cómo estamos?

— 544 —
BERNARDO. Bien; ¿y usted?
GABRIEL. Pa servirle.
BERNARDO. ¿Por flores?
GABRIEL. Por flores.
BERNARDO. Hay donde escoger. Que usted siga bueno.
GABRIEL. Vaya usté con Dios. (Internándose en el ¡tuerto con el Abuelo.) ¡Josú,
qué güerto más bonito! ¡Si esto es la gloria!...
/-\
¡Pitejo!
S. y J. Álvarez Quintero.
Juanillo dio una última chupada al cigarro y se dirigió hacia el coche fúnebre, á
cuyo lado le aguardaban sus compañeros de penas y fatigas.
El cortejo, formado en su mayoría por hombres de pelo en pecho, vestidos todos con
las ropas de las grandes solemnidades, departía en grupos á pocos pasos del fúnebre
vehículo.
—¡Ha sío una lástima; era, un relicario por lo buena y lo bonita y por lo mujer de
su casa!—exclamó Curro Cárdenas, alisándose suavemente los rizados tufos.
— ¡Sí que ha sío una lástima, que era la probetica un pasmo; y aluego que parecía
estar derramando salú por toítos los poros de su presona!
—Es que, á veces, á Dios se le van las pajaritas. ¡Quién se lo iba á decir á la probé
hace ocho días!
— ¡Ocho días! Hace tres la vide yo en cá de la Encarnación; asín es el picaro mundo:
,se alevanta vino un día tuteándose con la salú y con la felicidá, y al llegar la noche,
¡patapiún!, mi gozo en un pozo; la mortaja y cuatro velas, y una misa, si hay quien la
pague.
La conversación fue interrumpida por el rumor producido por la caja al ser sacada
del coche por los enterradores.
Juanillo metió el hombro como sus compañeros, y la comitiva dirigióse lentamente
hacia uno de los patios de zanjas.
El recinto apenas si tenía algo de fúnebre en aquellos instantes. El sol inundábalo
todo, decorando con su intensa luz los blancos mausoleos, de elegantes cúpulas, enhiestas
cruces y arcángeles de abiertas alas; el obscuro ramaje de los árboles, donde algún
que otro pájaro piaba alegremente; el verde musgo que alfombra á trechos las angostas
alamedas, y la cercana perspectiva que desde allí se contempla, con sus rojizas laderas,
sus graciosos caseríos y su horizonte, en aquellos momentos radiante y luminoso.
Cruzó el cortejo por entre los suntuosos panteones, turbando con sus pasos la solemne
quietud, y á poco deteníase al borde de una zanja recién abierta, donde se respiraba el
vivificante vaho de la tierra caliente y humedecida.
Detúvose el cortejo, repetimos; descansó el féretro al borde de la zanja, y mientras
los enterradores t^e limpiaban el copioso sudor con el dorso de Ja mano, unos, y con
la manga de la chamarreta, otros, Curro Cárdenas quitó la tapa que cubría el cadáver,
y el pañuelo colocado sobre el semblante.
Todos los concurrentes al acto arrojaron sobre éste una última mirada.
—Probetica, y qué desfigura que se ha quedao—exclamó Curro con voz sentida.
Juanillo posó sus ojos indiferentes sobre el cadáver; pero al ver á éste, al ver su
rostro afilado, su color de marfil viejo, su pelo negrísimo, que í-e le desbordaba en enmarañadas
guedejas sobre la almohada, sus labios lívidos, que dejaban al descubierto la
preciosa dentadura; al ver á la muerta, repetimos, reflejó su rostro amarguísima sorpresa
y—¡Lola!—exclamó con voz de rudas inflexiones, acercándose bruscamente al
féretro.
Cubrió de nuevo la faz de la difunta el representante de la familia con el blanco
pañuelo; cerróse la caja, y momentos después era ésta izada por los hercúleos brazos de

— 545 —
los enterradores sobre la abierta fosa, mientras en la comitiva comenzaba la dispersión
de los menos obligados, y el capellán, cumplido su deber, se alejaba con paso lento.
— ¡Con cudiao!—gritó Juanillo con aire amenazador á uno de sus compañeros al verle
aflojar bruscamente la cuerda, y
—¡Con cudiao!—repitió mirándolo iracundo, al ver chocar el féretro contra uno de
los ángulos de la zanja.
—Pos no estás tú mu melindroso que digamos—exclamó aquél en tono de zumba.
Juanillo cogió sombríamente el azadón, llenólo de tierra, y, soltando de nuevo, se
alejó algunos pasos.
—Vamos, hombre—le dijo uno de sus compañeros—, jecha tierra pa que arrematemos
pronto.
Juanillo se hizo el distraído, y cuando ya se hubieron alejado todos, cuando se encontró
á solas, sentóse en un extremo de una losa, posó triste y grave los ojos en la tierra
recientemente apisonada, y
—¡Probé Lola!—exclamó con acento ronco y meditabunda expresión.
Y al conjuro de aquel nombre, recordó aquel día en que vio por primera vez á Lola,
á Lola derramando á puñados la gracia, la juventud y la hermosura. ¡Cuan bien lo
recordaba todo! Era un domingo por la noche; habíase ido adornado con su ropa de lujo
al Zazo, no á bailar, sino á tomarse dos copas y á ver bailar a las mejores hembras del
barrio; cuando llegó estaba aquello que no había dónde echar un alfiler; ¡cuántas mujeres
lucían allí su garbo, sus crujientes vestidos de percal, sus pañuelos de vistosos colores
y su pelo orlado de flores!
El aire que se respiraba allí acalenturaba la sangre; él se sintió al respirarlo como
con sed de bulla y de amoríos y de algazara, y se bebió más copas de las que se había
propuesto, y de pronto fe tropezó con Lola en medio de aquella multitud; la vio balancear
voluptuosamente su cuerpo en brazos de un hombre de gallarda apostura al compás
de la música.
Recordó lo que sintiera á la vista de aquella mujer; recordó sus horas de ronda tenaz,
de constante asedio al ídolo; las noches que pasara en vela llorando sus desprecios, y
recordó también la frase aquella con que Lola hubo de poner fin á sus pretensiones;
aquella palabra que un día le escupiera, sí, que le escupiera; aquella palabra con que
anatematizara su oficio, su honrado oficio, el que heredara de su padre y el que él legaría
á su hijo, si alguna vez llegara á tenerlo.
Y recordando aquella época de su vida, al pensar que ya estaba á sus pies bajo tierra
la única mujer á quien había querido, sintió que se le humedecían los ojos, y exclamó
con sordo acento, al par que se alejaba cabeceando tristemente:
— ¡Quién le iba á decir que iba á ser yo uno de los encargaos de echarle tierra encima
de su carita morena!
Arturo Reyes.
(Del libro Del Bulto á la Coracha, páginas 143-149; Madrid, 1902.)
--•oOo-

Extremadura
La noche de San Juan.
. A la salida oeste del pueblo de Alcuóscar, en la calleja del Parral, hay un
huerto que sus vecinos tienen por encantado, y cuentan que sus frutas se quejan
dülorosamente en la noche de San Juan. En cambio, en otro huerto, sito
en el ejido de Garbayuola, hay un árbol cuyo tronco mide diez centímetros de
diámetro y se eleva retorciéndose en forma de espiral, de hoja ancha y flor en
figura de cuerno (¿la aristolochia arbórea?), que canta en esa noche, y cuyo
cauto es nuncio de muerte para el que lo escucha. Con lo que no hay que decir
que las gentes huyen de aquel sitio en esa noche, temerosas de semejante maravilla.
También en Pasaron de la Vera es creencia corriente que en la misma noche
cantan las siemprevivas: éstas sin malicia, por amor al arte..., ó por honrar
con su nocturna serenata al bienaventurado precursor del Mesías.
Y ya que ha venido á cuento citar á Pasaron, no debemos omitir la tradición
supersticiosa de la cueva de Peñalba.
Esta se encuentra en un. cerro poco distante de la villa, y, según la imaginaria
mensura del vulgo, tiene tres kilómetros de profundidad. Antes de salir
el sol, el día de la festividad del Bautista, veían los labriegos que pasaban por
las cercanías de la puerta de la cueva, una tienda riquísima á la que nadie
osaba acercarse, que desaparecía en cuanto el sol asomaba por las riberas del
cielo. - •
¿Quién la sacaba? ¿Quién la recogía?
El vecindario todo opinaba que alguna persona encantada, y así debía ser
forzosamente.
Cierto día de verano pasaba por las inmediaciones de la boca del antro un
sujeto que, hostigado por la sed, se echó de bruces á beber en un arroyuelo
cristalino que surgía del fondo de la oquedad, y como á los primeros tragos
de agua advirtiese en la boca algo extraño al líquido elemento, se metió los
dedos en ella, y vio que era un hilo de oro que se perdía en el misterioso origen
de la corriente. ¿Y qué hace?... Empieza á liárselo al brazo, y liar y más
liar, llegó á hacer un carrete bastante voluminoso y pesado.
Cansado de tanta vuelta, rompió el hilo, y entonces oyó una voz que salía
del interior de la cueva y le decía:
—¡Incauto! Has roto el hilo de mi desencanto..., con lo que me has perdido,
y tú perdiste un tesoro.
Por esta tradición, cantan las jóvenes de la aldea, al son de sus panderos:
Desde la cueva Peña-alba
hasta la fuente la Ves,
hay muchos bienes perdidos
sin poderlos recoger.
Esta misma aventura del hilillo de oro, con poca variedad de detalles, se
atribuye por los vecinos de Guijo de Granadilla á una fuente de dicho pueblo
denominada Fuente labrada, donde lo encontró una vecina del lugar, que empezó
á devanarlo apresuradamente. Cuando sus convecinas, extrañando su
tardanza, fueron en su busca, lompió el hilo al aproximarse éstas, para ocultar
el ovillo á sus miradas; mas éste se le escapó de las manos, ¡y hasta
ahora!

- 547 —
En Trujillo, los enamorados echan en una taza de vinagre siete pelos de
cabra negra, y por la mañana los observan. Si se han vuelto colorados, es
señal evidente de que uno de los dos prometidos ha de morir antes de terminar
el año en que se hace la consulta..., y, por si acaso, se aplaza la boda
hasta el año siguiente.
Si el color no se altera, ¡á la iglesia, que se pierde tiempo!
En la misma ciudad, otros consultores matrimoniales se encaminan á la
fuente de la Olalla, y preguntan á una señora encantada que hay en ella si
sus desposorios tendrán lugar dentro de aquel año.
Esta pregunta se hace á las once y media de la noche, y los amantes tienen
que aguardar media hora, que es de suponer transcurrirá para ellos en un soplo.
A las doce en punto se abren dos pizarras que hay junto á la fuente, y
surge de entre ellas un carnero negro. Si éste se limita á dar un respingo en
la pradera, la cosa no va formal; pero si da tres topetadas en las pizarras
antes de volverse á su encantada prisión, la boda será un hecho.
En Serrejón, Mérida, Valdecaballeros y otros muchos lugares, llenan de
agua en noche tal un gran barreño ó una panera, y en ella arrojan rosas, verbenas,
claveles, jazmines, madreselvas, hierbaluisa y otras flores y plantas
olorosas, que permanecen en infusión hasta por la mañana. Al salir el sol se
sacan del tosco florero, y con el agua impregnada de su savia, convertida por
la virtud de esa noche milagrosa en un curalotodo, lávase toda la familia, para
sanar de erupciones, estirpar pecas, estirar el cutis acribillado por las resultas
de las viruelas, colorear el rostro de las opiladas, y, en una palabra, para
alcanzar salud y hermosura.
¿Y para qué tanta flor? ¿Está la virtud del agua en razón directa del número
de las que se echan en remojo? En Villafranca contestarían que no á esta
pregunta, porque allí con la flor de la adelfa tienen bastante para los mismos
fines.
En algunos pueblos del partido de Montánchez aseguran que el agua serenada
de tal noche, llamada «agua de la verbena», dada á beber por las mismas
esposas á los maridos, cura á éstos del mal de celos. Ya lo sabéis, mujeres
pecadoras: siquiera por guardar el cuerpo, ¡agua en ellos!
Al propio líquido atribuyen en Cabezuela la virtud de que lavando con él,
al salir el sol, el tocino, éste no se enrancia; creyendo asimismo que las ropas
que se sacan y tienen al sereno en esa noche, no son atacadas de la polilla.
*
* *
Como hay ojos de tal potencia que, no solamente ven lo que parece más
oculto y reservado, sino hasta lo que jamás tuvo existencia real, y seguramente
podrían citar algunos de éstos mis lectores, no faltan en Herrera del Duque
órganos de esa naturaleza prodigiosa, que, observando la salida del sol el día
del Bautista, á través de un pañuelo, vean alzarse de su lecho al rey del día dando
cabriolas como el más apayasado volatinero por entre castillos y palacios
de oro y carmín.
El cuadro no puede ser más sorprendente. ¡Y gratis!
Pero los de Perales ven más, porque no necesitan pañuelo intermediario
para contemplar la danza solar: la ven al desnudo.
No menos prodigioso es el espectáculo de que disfrutan los vecinos de Cordovilla.
Por el Morrón de Estena, la cresta más elevada de la Sierra de San
Pedro, ven pasar al Bautista y á los santos Justo y Pastor (los patronos del
pueblo) envueltos en una aureola de luz, conduciendo un rebaño de cabritas,
albas como la nieve, para que juegue el Niño-Dios; observando que tan fia-

— 548 —
mantés cabreros no hacen más que blandir á diestro y siniestro sus cayados,
como si estuviesen dirigiendo una orquesta. Explican estos manipuleos, diciendo
que á cada golpe de los báculos pastoriles, cae rodando muerto por la
escarpada falda de la cumbre un animal dañino, de los muchos que se crian
entre aquellos jarales y acuden hambrientos á devorar la escogida piara, que,
¡claro!, con tan poderosos defensores, entra sana y salva en los rediles del
cielo.
Por fin, en esto de visiones, sería imperdonable no citar lo que al dar las
doce de la noche perciben los vecinos de Zorita, si se asoman á un pozo, y
meten en él, pendiente de la mano, un candil encendido.
—¿Alguna reina Micomicona? ¿Algún trifauce serpentón? ¿Algún palacio
ideal?...
-—Nada: el curioso ve... ¡su entierro!
Volviendo al tema de los seres encantados que salen de sus antros mágicos
en tan peregrina noche, afirmo que habría materia para muchos folios, de
mencionar las infinitas consejas que circulan por nuestras provincias. Y es
cosa corriente que todos ó casi todos ellos guardan tesoros, y que los valientes
que acometan la empresa de desencantarlos, tengan que habérselas con monstruos
y animales feroces.
Entre las entidades condenadas á ese estado sobrenatural tan poco envidiable,
citaré á la reina mora que habita en la fuente de Velasco, junto á Cabeza
del Buey, dedicada á bordar unas babuchas al Zancarrón, con tan sutil
labor, que tal vez tendrá tarea para lo que dure el mundo; á la bella joven de
la fuente de la Serrana, cerca de Plasencia, que ofrece inútilmente á los caprichosos
sus bandejas rebosantes de artística bisutería; al tremebundo gigante,
morador en las ruinas de la dehesa del Berrocalillo, término de la misma
ciudad, cuyos golpes de maza aterrorizaban á los buscones de una sala subterránea
que guardaba, de donde por fin sacaron unas cortinas que se destinaron
á cubrir el Cristo de San Lázaro; al negro bozal residente en la cerca de
Marrón, próxima á Cáceres, venido ha siglos del África con no sé qué caballero,
que sale al camino á las mocitas que pasan por sus alrededores, ofreciéndoles
dulces para que se vayan con él y alivien su soledad, prometiéndoles
inverosímiles grandezas (¡picaro negro!); al gnomo que mueve en esa noche el
enorme monolito de Val-de-Juan, en término del Casar, creyendo bambolear
al mundo, cuyo exterminio persigue; á la princesa que, surgiendo de un molino
al sitio de la Resbaladera, en Alcuéscar, exhibe un tenderete .de calaveras
y huesos humanos, cuya extraña mercancía, de que no vende ni una esquirla
(¡sería su redención!), recoge al venir el alba; á la misma Juno Lucina, protectora
de los baños de Alanje, considerada por el vulgo como deidad encantada
y mantenedora de la virtud curativa de sus aguas; á la infanta Jariza,
moradora en las ruinas del castillo de Jaraíz, quien, para contrarrestar el efecto
de cierto anillo mágico que no se puede arrancar del dedo del corazón,
parte en noche tal cabalgando por los aires en un grifo, y de picacho en picacho,
busca en los nidos de águila entallados en las altas rocas de la Vera, un
hue\c no empollado, dentro del cual ha de encontrar otro anillo, antídoto del
que produce su encanto; al ser deforme que en el callejón del Huerto de Rafael,
en Malpartida de la Serena, sale al paso á los transeúntes, pidiéndoles
con deprecatorios ruegos que le lleven la sangre de un gallo negro para recobrar
su forma humana; al toro que brama aprisionado bajo el Cancho grande
de la Era empedrada, cerca del mismo pueblo, que dicen ser el hijo de un

— 549 -
emir, reducido á tan irracional condición por haber tratado de destronar á
su padre; á la berberisca señora del castillo de Segura, cuyo desencanto ostriba
en que llegue á contar en Lina noche las estrellas que tachonan la bóveda
celeste, tarea que siempre llega á interrumpir la aurora, que, al desplegar sus
inmensas cortinas de luz, oculta á los ávidos ojos de la contadora un resto de
las «lamparitas del cielo», obligándola á repetir el recuento á la siguiente
noche; á la dama reclusa en el pozo de la Mineta, cerca de Berlanga, llamada
Pepa, que, por no sé qué renuncio conyugal, su marido, que debía tener mucho
de mago, la sopló en aquella profundidad, donde está escuchando sin tregua
á Una lechuza que la llama ¡fea!, ¡fea!, palabra la más mortificante para una
mujer de pretensiones, la que tiene en su compañía una perrita negra que olfatea
y sale al camino á los viandantes, á ver si da con el Quijote destinado á
desencantar á su dueña; á la hija del Profeta que se guarece en el castillo de
Peñafiel, no lejos de Zarza la Mayor, que posee un talismán que afecta la
forma de una esferita de oro, á merced del cual se transforma en rana ó en
gentil paje, que enloquece bajo esta última forma, con su labia y sus melindres,
á las muchachas del contorno; á la filarmónica agarena que desde su
cueva de Cantamova, en Talavera la Vieja, deja extáticos con sus dulces melodías,
como el divino Orfeo, á las personas, aves, reptiles y cuadrúpedos que
llegan á oiría; á los convidados al banquete baltasárico que se ofrece á la vista
de los devotos de San Cipriano (el santo de los supersticiosos), en el interior
del puente de Nieblas, en el camino de Malpartida á Plasencia, servido por
una camarera judía de peregrina belleza; á la bravia jurdana del Cotorro de
las Tiendas, junto á la alquería de Gaseo, en las Hurdes, que cortó la lengua
al pastor agresor de su honra con las mismas tijeras que éste había elegido de
la flamante tienda de la violada, para que no se jactase de la infamia ante el
ausente esposo, si tornaba éste de la guerra; á la mística doncella que con una
vela encendida y libro en mano se exhibe en noche tal, al abrirse una de las
almenas del castillo de Montánchez, á bendecir ó maldecir la comarca—según
el canon de aquella obra profética—, cuyo suelo da opimos frutos ó es de escasa
producción, según sea el conjuro; á la mora que habita en la Peña del
Castillo, próxima á Zorita..., y, ¡qué sé yo cuántas más!, porque estas citas
serían interminables, y ya me canso de escribirlas, como os cansaréis vosotros
de leerlas.
Hasta los gitanos tienen su superstición particular en esta noche. Para
tener suerte en sus tratos, van á los pilares donde abrevan las caballerías, y
en punto de las doce meten en ellos sus inseparables varas, convirtiéndolas
con esta sencillísima inmersión en varitas de virtudes.
(Del libro Supersticiones extremeñas, páginas 143-154; Cáceres, 1902.)
*->__
Publlo Hurtado.

- 550 -
Varón.
¡Me giedin los hombris
que son medio jembras!
Cien veces te ije
que no se lo dieras,
que al chiquín lo jacían marica
las gentis aquellas.
Ahora ya lo vide, y á mí no me mandis
más vecis que güelva.
Te largas tú á velo.
que pué que no creas
que tu cuerpo ha parió aquel mozu,
ni que lo cebastis con tu lechi mesma,
ni que tieni metía en la entraña
sangri de mis venas.
N'ámás de mimarros
y delicaezas,
se ha queao lo mesmo que un jilo,
palmcho y sin chispa de juerza.
Cá istanti se lava,
cá istanti se peina,
cá istanti se múa
toa la vestimienta,
y se encrespa los pelos con jierros
que se los retuestan,
y en los dientis se da con boticas
de unos cacharrinos que tieni en la mesa,
y remoja el moquero con pringuis
n'ámás pa que güela.
¡(xiedi á señorita
dendi media legua!
Se levanta á las nuevi corrías
y á las doci lo menos se acuesta.
¡Va á ponersi pochu
si acontina de aquella manera!
¡Grüeno está pa mándalo á bellotas,
pa ayualmi á escuajal en la jesa,
pa jacel un carguju de tarmas
y traelo á cuestas,
ú pa estalsi cavando canchalis
dendi que amtvneci jasta que escureza!
Los muchachos de acá me esconfío

— 551 —
que mos lo apedrean
cuantis venga jiciendo pinturas
ú jablando de aquella manera;
y verás cómo el mozu no tieni
ni agallas, ni juerza,
pa, al primero que quiera moflarsi,
rompeli la jeta.
Ya no dici padri,
ni madri, ni agüela:
«mi papá, mi mamá, mi abuelita...»
asin chalrotea,
como si el mocosu juesi un señoruco
de los de nacencia.
Ni mienta del pueblo, ni jaci otro oficio
que dil á una escuela
y palral de bobas que allí aprendí,
que pa ná le sirvin cuantis que se venga.
Pa sabel sus saberis le ije:
«Sácame la cuenta
del aceiti que hogaño mos toca
del lagal po la parti que es nuestra.
Se maquilan sesenta cuartillos
p'acá parti entera,
y nosotrus tenemus, ya sabis,
una media tercia
que tu madri hereó de una quinta
que tenía tu agüela Teresa.»
¡Ya ves tú que se jaci en un verbo!
Sesenta la entera,
doci pa la quinta,
cuatro pa la tercia,
quita dos pa una media, y resultan
dos pa la otra media.
Pus el mozu empringó tres papolis
de rayas y letras;
y pa esenrearsi
de aquella maeja,
ijo que el aceiti que á mí me tocaba
era pi menus erre, ¿te enteras?
¡Pus pues dil jiciendu
las sopas con ella!
;,Y esos son sus saberis?
¡Esas son sus fachendas!
No le quisi mental del guarrapo,

— 552 —
ni icile siquiera
que hogañazo vendimos el churru
pa compral un cachuju de tierra.
¡Allí no se jabla
de esas cosas, ni en ellas se piensa!
N'ámás que se jaci cornel confituras,
melcal vestimientas,
dirsi á los cafesis,
dirsi á las comedias
y palral de bobas que no valin
ni siquiá una perra.
¡Jolgacian como el nuestro muchacho,
no va á habelo, si aquí no se almíenda!
Yo no lo distingo de otros señorinos
que con él se ajuntan y jolgacianean.
¡Son como maricas!
¡Juy, qué vestimientas!
Ves una presona
por detrás, en la calli, tan tiesa,
y endi lejus, no sabis de cierto
si es machu ú es jembra.
Grüelin á lo mesmo,
como las ovejas,
y p'aquí no es asín, que cá cosa
güeli á su manera:
güeli á macho la carni de hombri,
y la carni de jembra, dá á jembra.
Hay que díl á buscal al muchacho
cuantis qiie se puea,
y le dicis á aquellos señoris
que esu que no quita pa qui se agraeza,
pero que á su padri le jaci ya falta;
y asín se la enreas.
No lo quió jolgacian, anque muchus
saberis trujiera.
Y no es esu solu lo que á mí me enrita,
que otras cosas me jacin más mella...
Hay que dil á búscalo cá y cuando:
que venga, que venga,
porque, mira: ¡me giedin los hombris
que son medio jembras!...
José María Gabriel y Galán.
(Del libro Extremeñas, páginas 19-23; Salamanca, 1902.)

La Mancha
Los Pachecos.
La plaza de Fuentevieja es un amplio cuadrilátero. Un testero lo llena la vetusta
iglesia, cuya fachada es un lienzo de granito de paramento reoto sin adornos ni cornisas;
la gran puerta está junto á una esquina, dejando libre todo el muro para que jueguen
á la pelota los mozos del lugar. Esta iglesia es el edificio más grande de Fuentevieja,
y tiene capacidad para una feligresía cuatro veces mayor; sin duda, los que la
planearon, verían hoy fallidos sus cálculos del probable crecimiento que ellos supusieron
en la población; y cuenta que es ahora, á beneficio de la filoxera francesa, cuando,
por obra y gracia del zumo de las cepas, han aumentado las edificaciones y los vecinos.
La iglesia, no obstante, se yergue entre las casas chatas con desproporción de alturas
tan notable, que se la distingue á muchas leguas á la redonda con su torre cuadrada,
rematada en agudo pico. Hay en el pueblo otros templos de los varios conventos de
frailes y monjas, pero ninguno puede competir en magnitud y arrogancia con la histórica
parroquial.
El testero de enfrente lo cierra el Ayuntamiento, edificación pétrea, con soportales
anchos de columnas dóricas, que resisten á plomo el cuerpo superior, donde se hallan
el balcón monumental de inquietante voladizo, el escudo de la villa con su monstruosa
águila imperial, labrada en cuatro sillares, y el amable reloj que les cuenta las horas
á los habitantes, siempre igual, siempre igual... Los otros dos lados de la plaza son de
casas, blancas como la nieve, que aquel día reflejaban rectas, unas contra otras, los
fulgores del sol, haciendo convergir sobre los guijarros del empedrado toda la hoguera
del Agosto manchego.
En el centro de la plaza, sobre tres escalones de piedra, están las dos lámparas eléctricas
sostenidas por la columna de hierro que sirvió para la gran farola de petróleo, á
cuyo pie, en las mañanas de sol de invierno, se sientan los viejos envueltos en las largas
capas de paño pardo.
Es una plaza de aspecto respetable, cualidad de que participa todo el pueblo. No es
raro ver en sus calles más antiguas, aunque no más céntricas, al lado del convento silencioso,
la casa señorial, de blasonada puerta, parca en luces, horra de balcones y rica
en herrajes. Los que se reúnen, como sobredicho queda, á templarse al sol durante el
invierno, en las gradas de la farola, cuentan y no acaban, que en otros tiempos habitaron
en Fuentevieja muchos títulos de Castilla, de quienes eran las moradas aquellas y
las tres cuartas partes del término, y que, después de las revoluciones que lo mezclaron
todo, habían emigrado los señorones, dejando la villa medio muerta y triste, y en olla
á los pocos de su clase que sostenían aún heroicamente su orgullo antiguo, como eran
los Pachecos y los Dórigas. En cambio de aquellas grandezas, ya históricas, la desamortización
y el vino habían levantado á muchos humildes; en los solares de extinguidos
linajes se edificaban airosas bodegas de exterior alegre y contenido valioso, como
la de Antúnez, y los dueños de ellas disfrutaban la antigua hegemonía de los hidalgos
y caballeros, con más altivez y menos educación, y tratando cien veces peor al jornalero,
que no había cambiado nada en tanto tiempo.
A las once de la mañana de aquel día la plaza estaba deslumbradora y solitaria. La
gran iglesia había engullido á todos los vecinos, con las excepciones únicas del barbero
y el médico, que eran librepensadores, y sólo se oía desde fuera el melancólico sonido
del órgano, que allá dentro, en la penumbra, sonaba gravemente. Un cuarto de. hora
después empezó la gente á salir de misa. Primero un grupo de menestrales que se dirigió
resueltamente hacia la calle de la Feria, cada cual liando su cigarrillo; después,
seguidos, empujándose como si los echaran con apremio, fueron saliendo todos los hombres
que en el templo estaban. Los más se dispersaban en distintas direcciones. Otros,
los señoritos, se quedaban á la sombra del muro, formando una calle para presenciar el
desfile de las mujeres. Los jóvenes se agruparon cerca de la farola. Allí estaba toda la
aristocracia de Fuentevieja: los tres hijos del médico librepensador, buenos jugadores

— 554 —
de billar y aventajados ciclistas, llevaban la más insulsa de las vidas vegetativas, consumiendo
el producto de las recetas del padre, quien, no ganando lo suficiente para dar
tres carreras, había optado por no costear ninguna, sin proveer tampoco de otro modo
al aseguramiento del porvenir de aquellos tres badulaques, á quienes imputaba la crónica
local ciertas profanaciones de las canas del galeno, convirtiendo en lupanar la
casa paterna; los dos de Gutiérrez, ricacho imbécil, progenitor, con la gazmoña doña
Paca, de tales prodigios, que jamás cobijaron bajo sus testas duras idea alguna, como
no fuera la de que sus tierras los relevaban de todo trabajo. Estos, al menos, eran lógicos
en su memez. Aquel otro que se reía con carcajada semejante á un graznido, era el
hijo de Ruipérez, cacique de turno: tenía un cargo nominal en el Ayuntamiento, sin
que los contrarios, cuando mandaban, se atrevieran á suprimirle el sueldo y cubrir la
vacante con algún padre de familia, porque también el otro cacique había asegurado la
pitanza de un deudo por el mismo medio. Estaba asimismo, á la salida de la misa, Tomasito
Rodríguez, el atildado cuarentón, perdurablemente joven, decano de los estudiantes
de la región, con veinte años de vida escolar, estudiando por lo extenso su carrera
de abogado (¿de qué había de ser?); los hijos del tendero de coloniales, judíete
enriquecido con la sisa del cuarterón y la media onza de arroz y bacalao, hoy en inminente
peligro de quiebra, por sus dispendios destinados á conseguir para los mozalbetes
el sonoro título de ingenieros. Y, por último, no faltaban Jorge Dóriga, el novel abogado,
y Lorenzo Antúnez, el acicalado hijo del vinatero.
Todo el quiero y no puedo del villorrio manchego: éste, abominando de la humilde
condición paterna y soñando con señoríos y lujos imposibles; este otro, muy tranquilo
durmiente, holgado de un santo derecho de propiedad que le adjudica unas cuantas tierras
que otros trabajarán para que él coma; el de más allá, esperando el maná milagroso
ó la dote ajena: todos envilecidos por pasiones menguadas y vicios menudos... Apenaba
la contemplación de aquel corrillo de hombrecitos; cual más, cual menos, sus rostros
eran pálidos, sus miembros imperfectos, sus organismos depauperados. Generalmente,
tenían manos huesudas de dedos más recios junto á la uña plana y opaca; ó eran
patizambos, ó tenían las zancas largas y los pechos deprimidos, ó ralos de barba y cortos
de talla, como si hubieran nacido prematuramente. Eran toda una generación escrofulosa,
de ayuntamientos insanos, sin selección, por el cruce y entronque secular de la
sangre autóctona.
Allí esperaban todos los domingos la salida de la misa. Se repartían cigarrillos,
hacían contorsiones, giros y brinquitos, colocándose en las más ridiculas posturas, garbeando
para lucir los trajes de lanilla ó alpaca, las botas de lona blanca como las alpargatas
de un yesero, los sombreritos de paja engomados y tiesos, y los bastoncillos de
bambú ó de junco, finos y elásticos como trozos de fusta. Se resistían homéricamente
los cuellos altos, rígidos y brillantes que agarrotaban las gargantas, y los chalecos de
colores chillones que cerraban la fila de botones en el mismo hoyuelo, cual si estuvieran
hechos para recibir cara á cara una nevada.
En seguida se inició el desfile de mujeres. Fueron pasando las señoritas lugareñas,
serias y acompasadas como autómatas; los sombreros enormes recargados de flores contrahechas,
de pájaros inclasificables y hasta de frutas de celuloide, se balanceaban
sobre las cabecitas, á despecho de los largos agujones que pretendían sujetarlos ensamblándose
entre el pelo charolado y tieso á fuerza de bandolina. Algunas llevaban trajes
enteros de seda azul, roja ó verde, de tonos vivos é intensos que encandilaban; otras
vestían de negro, de raso negro, y sus faldas crujían rozando con las enaguas almidonadas,
crac, crac, y se inflaban como globos llenos de aire caliente, porque en ellas recogían
el rescoldo ardoroso del suelo, que, llegando á sus carnes vírgenes y deseosas,
hacía surgir al rostro oleadas de calentura.
(Peí libro En un lugar de la Mancha..., páginas 29-36; Madrid.)
-oOo-
Rafael López de tiaro.

León
El Ganso.
Inédito.
¡Oh, genios de la curda; deidades bulliciosas de las Bacanales y Vinalias, manes
del viejo Sueno, espíritus inquietos que revoloteáis en torno de las bodegas! ¡Sedme
propicios y venid todos en mi ayuda para que pueda salir con bien de la empresa que
acometo! ¡Y tú, padre Baco, á quien las Hyadas, Horas y Ninfas arrullaron en la cuna;
tú, que con el cuento de un enramado tirso hacías brotar, dondequiera que con él tocases,
fuentes de purísimo néctar, tan bueno ó mejor que el que Ganimedes escanciaba en
los olímpicos banquetes; admite la humilde oblación que ofrezco en tu holocausto al
escribir la historia del más ferviente de los devotos que has tenido, tienes y piensas
tener en lo venidero; la historia, digo, de aquel gentil borracho que fue columna de las
tabernas, envidia de los mojones, émulo de las cubas, corambre del mostagán, único en
en el beber, y, finalmente, honra, prez y regocijo de su tiempo!
Cuentan las crónicas que el héroe de este relato nació en la ciudad de León, allá por
los años de 1815 á 1816, y aunque se supone que recibiría el agua del bautismo, es lo
cierto que su nombre de pila no transcendió de los libros parroquiales, pues desde que se
hizo mozo dieron las gentes en apodarle el Ganso, no solamente á cansa de que era flaco
y larguirucho su cuerpo, de á tercia su pescuezo, pazguato en el decir, y su voz de un tono
que al graznar se asemejaba, sino también porque salió tan vago y amigo de correr la
gandaya, que su padre, honrado zapatero del barrio de Santa Ana, nunca pudo, por más
palos que le dio, conseguir de él que asistiese á la escuela cuando chico, ni menos que
arrimase el hombro á algún oficio cuando llegó á la edad en que se aprende ol arte de
ganar la vida; pero, en cambio, se le encontraba con frecuencia en los portales de la
Plaza, en el Espolón, en las tiendas de barbero, en el Soto de San Marcos, en el Ejido
y en todos aquellos sitios en donde hubiese buen sol en el invierno, fresco en el estío, ó
charla desocupada y ociosa en cualquier estación del año.
Los diez y ocho de su edad tendría cuando ocurrió la conspiración del obispo Abarca,
suceso que, encendiendo la sangre del mancebo, hízole cobrar un odio furibundo á la
causa de D. Carlos Isidro, hasta el extremo de que, á partir de aquella fecha, no tuvo
el infante en la ciudad enemigo más ardoroso y denodado. Por eso, en cuanto estalló
la guerra quiso escaparse al Norte, cosa á la que por entonces le fue forzoso renunciar,
porque su padre, así que barruntó su honrada determinación, hubo de descalabrarle, no
se sabe si con una horma ó con el martillo de machacar la suela, que en este punto no
andan tan conformes los autores, como en el decir que por la brecha formidable que le
abrió en los cascos, dejando al descubierto parte de la sesera, debieron de salírsele los
entusiasmos belicosos, aunque no de suerte que no le quedasen dentro algunas raíces
para producir nuevos retoños, pues, en efecto, cuando tres años más tarde, ó sea en
Agosto de 1836, llegaron á la capital las tropas carlistas que mandaban Terreros y
Villalobos, volvió el Ganso á las andadas al ver con tremenda corajina que las autoridades
huyeron como liebres á Valencia de Don Juan, y que los facciosos, después de
reclutar un batallón de voluntarios, y de obtener del Cabildo y de muchas personas
pudientes provisiones y dineros, se largaban con viento fresco camino de Riaño á proseguir
las aventuras que comenzaran en tierra de Galicia. Aquella misma noche, Espartero,
que les iba á los alcances, entró en León al frente de sus huestes; y en los dos días
que allí descansó, dióse el Ganso muy buena maña para lograr su enganche en el ejército
cristino; conseguido lo cual, y sin despedirse de su padre, por temor de que otra vez
le santiguase del modo cruento que solía, se marchó de la ciudad con la columna.
No creas, hermano lector, que voy á contarte puntualmente las proezas del flamante
guerrero leonés, pues aunque procuré con solícita diligencia averiguarlas, no pude haber

— 556 -
á la mano otras noticias que las escasas que te ofrezco; y, así, conténtate con que te diga
que, según he sabido de buena tinta, la primera vez que él Ganso oyó silbar las balas
fue en la acción de Escaro, lugar de señorío secular en el concejo de Valdeburón, en
donde los de Espartero, alcanzando á los partidarios del Pretendiente, sentáronles la
mano muy á su sabor; agradéceme también el empeño que puse en descubrir que nuestro
héroe se halló en lo de Luchana, y que, tatito en esta pelaza como en la expedición contra
Zariategui y demás hechos de armas que se siguieron hasta el memorable abrazo, hubo
de portarse con bravura y gallardía; es también cosa averiguada que se batió á las
órdenes del General invicto en la última campaña de Cabrera, y se añade que en esta
empresa, y frente á Morella, estuvo en trance de muerte á consecuencia de haber comido
pepinos que no estaban en sazón; pero aquí se pierde el hilo de la historia, y no vuelve
á encontrarse hasta el año de gracia de 1843, fecha en que él Ganso regresó á su ciudad
natal, á poco de embarcarse el caído Regente para Inglaterra.
Supo en León que su padre había muerto, dejándole á él por único y universal heredero
de sus bienes; y después de rezar por su alma, y de pedir á Dios que le perdonase
las muchas coces y bofetadas que le dio en su vida, se encaminó á la casa de un tío suyo
á hacerse cargo de la herencia, que la formaban, amén de los utensilios del oficio zapateril
y remendón, una manta que, por los muchos agujeros, parecía red, dos sábanas de
angeo, un desvencijado catre de tijera, un candil y cuatro ó cinco cazuelas, todo lo cual
vendió en sesenta y ocho reales á un ropavejero de la calle de Don Gutierre. Aconsejóle
su tío que con el producto de la venta y con los ahorrillos que, á buen seguro, traería
del servicio, se dedicase á algún comercio honroso; pero le contestó que ninguno podía
serlo para el que había defendido á la Patria con las armas, exponiendo la pelleja en
cien combates, y que las manos que empuñaron el fusil no debían envilecerse manejando
la indigna vara de medir ó la mugrienta romana. En resolución, él siguió tan vago
como antes de su partida, siendo lo peor del caso que, sin duda para matar el ocio, ó
quizá para que no se cumpliese el horóscopo de cierta gitana que por aquellos días le
dijo la buenaventura, pronosticándole que moriría de un atracón de agua, dióse á la
bebienda con gran furor, de suerte que en poco tiempo llegó á ser el más calificado
borracho de León; y esta fama, por pertenecer al nrimero de las que se ganan en buena
y abierta lid, conservó durante su vida, á pesar de que en el transcurso de ella tuvo que
habérselas con los Paradilla, los Cachucha, y los Pendanga, que, cual todo el mundo
sabe, gozan título de príncipes en los anales de la mona legionense. Ninguno de ellos
conseguía aventajarle ni en el tesón de su beber ni en la cabida de su estómago; pero
en lo que de modo singular se distinguió aquel hombre, fue en la virtud y finura de su
olfato para ventar el vino fresco de Nava ó el rascante de las tabernas del Puente del
Castro, pues en cuanto los olía yá estaba andando por el camino ó carretera con la firme
intención de no descansar hasta convencerse de si era ó no verdad lo que le había sugerido
su instinto prodigioso.
Aunque al principio se contentaba con dos ó tres turcas por semana, y luego pasaron
crrca de cinco años sin que agarrase más que la diaria, convencióse al cabo de que
no había para qué sufrir la molestia que siempre causa el comenzar de nuevo algún
trabajo, por lo cual pensó que sería mejor empalmar una con otra, de modo que jamás
pudiese salírsele del cuerpo; hízolo así, y á fe que puso tal afán en cumplirlo, que desde
entonces no hay leonés que recuerde haberle visto sereno ni un solo momento de su vida;
si bien es preciso añadir, en loor de su memoria, que el Ganso nunca traspasó los límites
que la decencia impone, siendo, por el contrario, prototipo de lo que debe ser el borracho
honrado, conviene á saber: bizarro en el trincar, tardo en el rendirse, gracioso en
el decir, derecho en el caminar, honesto en las palabras, discreto en el discurso, y nada
llorón, escandaloso ó pendenciero; en cuanto á la estampa, nadie le veía que luego no
le diputase por el más cumplido y gentil de todos los de su noble profesión, pues tenía
alta Ja estatura, y era flaco, enjuto de carnes, la cara larga, de pómulos salientes y arrebolados,
los ojos pequeños, hundidos, el cabello ralo, caído el belfo, encaso el bigote, las
piernas largas, constantemente dobladas por las rodillas, y apoyábase al andar en una
txanca, con la que á duras penas contrarrestaba los tambaleos de su cuerpo.
De cómo garbease la blanca para el trago, es cosa que no pudo averiguarse, porque,
según se ha declarado, bienes ni oficio no se le conocían, limosna nunca se le vio pedir,

— 557 —
y pensar que lo adquiriera por medios reprobados está tan lejos de la verdad cuanto la
tierra de la luna. Su única habilidad consistía en tumbarse en el suelo boca arriba
y dar una vuelta completa en el aire, girando sobre el eje de su persona, para caer en
la misma posición y sitio: á este ejercicio llamábale el salto de la trucha; pero por vérsele
hacer, maldito el cuarto que le daban los espectadores callejeros. En lo que á la
ropa y calzado se refiere, no conoció otro sastre ni zapatero que la munificencia de los
ciudadanos caritativos, y con el mismo desenfado vestía una levita recortada que una
blusa de albañil, importándole también muy poco cubrir sus pies con botas de montar,
alpargatas ó zapatos de presbítero.
Tres manías principales concurrieron á la celebridad del Ganso: un horror invencible
al agua, líquido que no empleaba ni aun para lavarse, por miedo á que se cumpliese
el vaticinio de la gitana; un odio reconcentrado á los hombres públicos, y, finalmente,
una adoración casi idolátrica á Espartero, de quien afirmaba que había sido el tío
más valiente que conociera la cristiandad desde los tiempos de Don Pelayo, y por eso
nadie pudo, en su presencia, faltar en un ápice al respeto debido á su nombre glorioso
sin exponerse á morir de un ladrillazo; no obstante, las gentes tomábanle por pito, y
los rapaces le seguían por las calles, ofreciéndole ocasión y materia para alguna de las
muchas arengas que, á cada paso, solía endilgar al vecindario.
—¡Ciudadanos!—exclamaba una tarde en la plaza de San Isidoro, ante algunas personas
que, atraídas por sus voces, formaron corro alrededor del borracho—. ¡Ciudadanos!
¿Queréis que sus diga lo que hace falta en España..., yprencipalmente en esta población?
Bueno. ., pues lo diré... ¡Lo que hace falta es vergüenza! Paece mentira, ¡zaina!,
que aguantéis que sus pisen y sus escupan los traidores de la patria que se meten en
el Ayuntamiento á comerse el pan del probé y á afanar lo que encuentran, pues estoy
viendo que, al portante que llevan, van á arrear hasta con el gallo de San Isidoro... (y
señalaba al que, á guisa de veleta, está en la torre de la Colegiata). ¿Por qué no ahorcáis
á los concejales?...Vamos á ver... ¿Por qué?... Pues porque seis tan mainates como
ellos... Si fueseis hombres dinos no premitiríais que Sandoval y el señor Antonio el de
las barbas, y el otro aguacil sus andasen moliendo todo el día por si dormís al sereno...,
ó, si á mano viene, por si hacéis ó no hacéis vuestros menesteres en la vía pública...
¡Y luego dicen que hay libertad! Si yo llego á saberlo, ¡á buena hora gasto la pólvora
que he gastado!... ¡Traerme al alcalde, y veráis cómo le masco las entrañas aquí mismo!
Por supuesto..., la culpa la tienen los deputaos de Madrid, que no hacen más que
echar descursos y robar en los Consumos pa beber vino de Toro á cuenta de pandos...
y pa engañaisus diciendo que van á traer la Federal... Por mí..., que traigan el cólera
muerbo c->n tal de que nos quiten estos zainas de melicianos nacionales que andan ahora
por León... ¡Rediez, cuánto belitre! Pintar la mona, bien la pintan en el Parque cuando
están de istrución... Pero, si sus fiáis de mí, no dejailes nunca solos en donde haiga algo
que valga tres mais... si no queréis que sus lo espanten... ¡Anda, porra!... Por allí viene
Santasiardes, el pertiguero... ¡Buen, carca!... A ése y á Castelar les colgaba yo de un
farol... ¡Ciudadanos! ¡Viva Isabel II!
—¡Abajo Espartero!—gritó uno de los del corro.
—El que haiga dicho eso—contestó el Ganso—que salga aquí, y verá cómo de la
primer patada que le doy en el vientre no para hasta Armunia... ¡Espartero fue un tío
de muchísimas agallas, y más honrao que todos los que me escuchan!... ¡Aquél era un
hombre, rediez! ¡Habías de haberle visto, como le vio este cura, en Luchana, cuando
lleguemos al fuerte de Banderas, tumbando carcundas á bayonetazos y á morradas!...
¡Porque yo he sido soldado de la libertad y... por eso sé lo que es vergüenza!... ¡Camará,
qué Nochebuena! ¡Menuda colación nos dieron! ¡Venga nevar y vengan balas...,
vengan balas... y venga nevar!
Tarará-tarará,
tarará-tararí.
¡¡A la bayoneta!!... ¡Más bandullos de (insolutos he sacao yo á orear que sacan el
sábado en el Rastro...; y si no—dijo apuntando con la tranca á lo alto de la torre—, ahí
está ese zainero gallo que no me dejará mentir.

— 558 —
Pronunciadas estas palabras, y seguido de buen número de chiquillos, se marchó
cantando con voz desentonada aquellas estrofas inmortales del himno, dignas de ser
escritas en mármoles y en bronces:
Espartero le dijo á la Reina:
Reina mía de mi corazón,
si no tienes bastante milicia,
formaremos otro batallón;
y después de haber reconocido
el país topográficamente,
Espartero se fue con su gente
á batir á la infame facción.
De buena gana, lector, daría cabida en estas líneas á los muchos lances que sé de
la vida del Ganso; pero temo que tu paciencia no corra pareja con mi gusto, y así he
de renunciar á ello; pero hay uno que, por haber sido de él testigo presencial, no puedo
resistir á la tentación de contártelo, y es el siguiente:
Llegó á la ciudad cierto empleado, el cual, sabiéndose de pública voz que era un
pelón madrileño, dábase la importancia de un marqués: no andaba mal de ropa, gracias
al prestamista que, cuando le concedieron el destino, le anticipó dinero para equiparse
de lo más precise; y en cuanto á la figura, por tenerla fachendosa y de buen aire, nada
dejaba que desear. Luego que se vio bien vestido, con empleo y en capital de provincia,
comenzó á mirar al prójimo por encima del hombro y á hablar á cada instante de su
Madrid, ponderando las excelencias y regalo de la corte, como si el hambre que pasó
en ella no le hubiese puesto en aprieto y necesidad de abandonarla. Parecíanle estrechas
las calles, antiguas las casas, incultos los habitantes, feas las mujeres, ridiculas las
costumbres, y nunca se le caía de la boca la palabra cursi (si es que nombre de palabra
merece semejante terminacho), aplicándola á todo aquello en que reparaban sus ojos.
Un día que el tal iba por el Cristo de la Victoria, viéronle venir dos ciudadanos en
ocasión de que el Ganso estaba tomando el sol en la esquina de la Casa de los Guzmanes,
y uno de ellos, que sin duda debía de ser de los zumbones y maleantes que abundan
en la tierra, llamó al borracho y le dijo:
—¿Ves aquel que viene por allí?
—¿Quién?—preguntó el Ganso —. ¿Aquel del gabán y la bigornia?
—Pues ése ha dicho que Espartero fue un mandria.
El Ganso apretó los puños y, sin preguntar más, encaminóse á grandes zancadas al
encuentro del farsantón, y así que llegó á él, cerrándole el paso con el cuerpo, exclamó:
—¡Oiga usté, amigo! Tenemos que hablar.
El caballero quédesele mirando con extrafieza, y, al cabo de un instante, le contestó:
—¿Y qué es lo que quiere usted? ¿Y quién es usted?
— ¡Yo—repuso el Ganso—soy un soldado de la liberta, y sepa usté que al primer
ladrón que diga delante de mí que Espartero fue un mandria, le sorbo los sesos!
Pronto vio el buen señor el pie de que cojeaba su contendiente, y cuando no lo hubiese
visto, hnbiéralo olido en los vapores vinosos en que venían envueltas sus palabras;
por eso, disponiéndose á seguir su camino, murmuró:
—Si las autoridades de este pueblo cumpliesen con su obligación, no tolerarían que
los borrachos anduviesen por las calles.
—El borracho lo será usté, mi amigo—respondió el Ganso con gran sorna—. Yo
no bebo más que lo justo. Bueno... A lo que estamos. Usté me va á hacer el favor de
dar un viva á Espartero. Conque...
El otro no dio el viva exigido, sino un empujón al Ganso, que, haciéndole perder el
no muy seguro equilibrio, estuvo á punto de derribarle; pero el borracho, reponiéndose
con mucha prontitud, gritó:
—¡A la bayoneta!
Y esgrimiendo la tr&Bca á modo de fusil, dirigióse al madrileño, quien juzgó prudente
retroceder algunos pasos para libiarse de las iras de aquel hombre; mas como andaba
hacia atrás, no pudo ver una mujerica que con una cesta de huevos, en hora menguada,
estaba en la acera junto á la puerta de un comercio, y, chocando los dos, ella

— 559 —
rodó por el suelo y él fue á dar con su cuerpo en el escaparate, cuyos cristales hizo mil
pedazos. Al estrépito que produjo y á las voces de la pobre mujer salió el tendero, y cuando
advirtió lo mal parado de su hacienda, echó mano al causante del destrozo, diciendo
que en ninguna manera le dejaría marchar hasta tanto que le hubiese pagado el importe
de los daños; y la mujer decía lo mismo y aun más. Estaba el infeliz caballero sin
saber qué responder; mientras que el Ganso, no gustándole el cariz qiie comenzaba á
tomar aquel negocio, se escurría bonitamente por la calle del Cid, con tanta oportunidad,
que ya el Barbas, alguacil del Concejo, llegaba con airoso compás de pies al lugar
de la ocurrencia, llamado sin duda de los gritos del comerciante, de los lamentos de la
huevera y de las risotadas de la gente que allí se había juntado. Entre tirios y troyanos
informaron á la autoridad de lo sucedido: formuláronse quejas, diéronse excusas y
descargos, tornaron los unos á pedir que se les indemnizase de los perjuicios, tornó el
otro á sostener que el borracho había sido el único culpable, y el alguacil, después de
oídas las partes, tomó la palabra para manifestar al caballero con severas, aunque corteses
razones, que, sin perjuicio de deslomar al Ganso dondequiera que le encontrase
(de lo cual él se encargaba), lo que convenía por el pronto era pagar los vidrios y los
huevos rotos, pues, de lo contrario, tendría que llevarle detenido, y no estaba bien ni
medio bien que un señor tan principal como él se viese obligado á pasar un bochorno,
que se evitaba soltando unas cuantas pesetas. En fin, convencióse el madrileño, y mediante
seis duros que satisfizo por los cristales, y trece reales con cinco cuartos en que
la mujerica justipreció los huevos estrellados, le dejaron ir libre, y con esto quedó contento
el tendero, porque aquello le proporcionaba ocasión de reformar el escaparate,
conforme á una idea que hacía tiempo le rodaba en el magín; alegre la vendedora, porque,
á costa de un simple porrazo, colocó el género sin necesidad de desgañotarse pregonándolo;
orgulloso el alguacil, porque, á su juicio, era evidente que el mismo Salomón
no le ganaba en habilidad para arreglar las pendencias, por graves que fueran, y
divertido el público, porque, con menos trabajo que ninguno, había saboreado gratis el
suceso, del cual quedó el farsante tan corrido, que de allí á poco solicitó el traslado á
otra provincia en donde no hubiese esparteristas tan furibundos.
Verumtamen universa vanitas, omnis homo vivens, y estoy seguro de que nadie
que siga leyendo se atreverá á sostener que esta cita del Profeta no ha sido traída aquí
con mucha oportunidad.
Una noche descansaba el Ganso de sus diarias fatigas en la taberna de Blas Gala,
en la que recaló después de recorrer todas las comprendidas entre ella y la del Rito,
pasando por la de Morros, y, como de costumbre, tuvo que decirle el tabernero que se
marchase, porque ya habían sonado las diez en el reloj de la Catedral. El Ganso, no
sin antes atestar su estómago con el último medio cuartillo, salió de la tienda en el
mismo instante en que el sereno, asomando por la esquina de la plaza de la Veterinaria,
cantaba la hora.
— ¡Zaina!—murmuró—, ¡ya está ahí ese bergante!... ¡Si me pesca duermo en el
cajón!... ¡Maldita sea la serenidad!
Todo lo más de prisa que pudo, que no fue mucho, á causa de la chispa formidable
que espulgaba, tomó por el Arco de Puerta Castillo, y, apoyándose en las murallas,
quiso seguir su misma dirección. Unos cincuenta pasos llevaría andados, cuando, por
parecerle que sus piernas flaqueaban, se le ocurrió que en la vecina Era del Moro podría
echarse á la bartola, y abandonando la línea de los cubos, giró hacia su derecha mano y
se dispuso á marchar de frente; pero como el estado de la cabeza no le permitía acordarse
de que entre el muro y la Era estaba el cauce de la presa, faltándole el terreno
bajo sus pies, cayó al agua, que por ser verano á la sazón, venía en tan poco caudal que
no daba ni para el abasto del próximo molino.
Al principio no supo el borracho lo que le había sucedido, aunque muy pronto la
frialdad que sintió en su cuerpo le hizo comprender el peligro que corría; y si bien le
hubiera evitado con sólo sentarse en el cauce, era tanto lo que el vino le pesaba, que no
le fue posible lograrlo; y así comenzó á entrársele el agua por boca y narices, y él á
escupirla y á manotear.
—¡Esto no es ley!—decía medio atragantado-—. ¡Cobardes..., me habéis tirao á traición!...
¡Vaya una de agua que hay aquí!... ¡Carcas! ¡Viva Isabel II! ¡Que me saquen,

— 560
y yo sus diré cómo se mata á los valientes!... ¡El agua que estoy tragando, rediez! ¡Viva
Espartero! ¡Viva el general invito! ¡Viva la!... Zaina, si será éste el atracón que me
dijon en la buenaventura...
Y como si al evocar tal recuerdo hubiese visto de repente su situación con claridad
aterradora, exclamó:
—¡Agua, no... agua, no! ¡Sacaime de aquí, hermanos! ¡Sacaime de aquí, por Dios!...
Sus lo pide un hombre honrao... que no ha hecho daño á naide...
El Ganso luchó á la desesperada con los horrores de la asfixia: de vez en cuando
conseguía incorporarse, mas era para caer de nuevo; quiso gritar, y le faltó aliento;
buscó dónde asirse, y nada encontraron sus manos; las elevó al espacio, y en vano las
abría y cerraba cual si pretendiese coger puñados de aire; y, por fin, haciendo un esfuerzo
supremo, que agotó sus energías, tuvo que rendir la vida miserable.
Poco después sólo se oía allí el suave coloquio del aire con las hojas de los chopos,
el canto de los grillos, el susurro de la presa, la voz lejana de algún sereno, y el lamento
del sapo campanero, que llevaba el compás de aquella nocturna sinfonía.
A la mañana siguiente, y á tiempo de que el Juzgado iba á proceder al levantamiento
del cadáver, acertó á pasar el famoso Paradilla, cofrade del dif unto y mosquito sempiterno,
el cual se encaminaba al mercado de La Pola, conduciendo del cabestro una pollina
cargada de pucheros y loza ordinaria. Al ver el cuerpo del Ganso dio una gran voz,
y dirigiéndose á los curiosos madrugadores que presenciaban la fúnebre diligencia, les
habló de esta manera:
—Me río yo de esos^esmirriaos que dicen que el vino acorta el vivir. El vino malo,
puede, y el agua sobre todo, como se ve por la muestra; más que bebió este hombre no
ha bebido denguna presona en el mundo, porque agarraba cada flor de malva que al
mesmo sol se le encogían los redaños, y, sansimbargo, bien viejo era; á punto fijo no
podré decirvos la edá; pero á mí me llevaba dos años, y yo volví del servicio cuando lo
de Seniosian; conque... echai la cuenta, si sabéis. ¡Arre, Jacóba!
Febrero de 1900.
O-
Cantos populares leoneses.
Aquel que por otro pueblo
deje el que le vio nacer,
por mucho mal que le venga,
que no se queje después.
El que quiera ser feliz
que no salga de su tierra;
que en el páramo no arraiga
árbol que nació en la sierra.
Si de León me ausento
lloro de pena;
que no hay tierra en el mundo
como mi tierra.
II
¿Adonde fue mi morena?
¿Adonde la resalada?
¿Adonde fue mi morena?
A la fuente fue por agua.
Julio Puyo! y Alonso.
Á la fuente fue por agua
y un galán me la detiene;
aquí la estoy aguardando
por ver si viene ó no viene.
Cuando vayas á la fuente
no vuelvas anochecido,
resalada,
que es maliciosa la gente.
III
Leonesa, leonesa,
¿no eres tú la que decías
que en viniendo los de Astorga
con ellos te casarías?
Los de Astorga ya han venido,
con ellos no te has casado;
pero te dirá la gente:
solterita te has quedado.

Castilla
El verano en Madrid.
Llegó el verano, ardiente y seco, con esos calores madrileños en que el ambiente
parece abrasado por un sol tropical. En los jardines públicos, los árboles,
ya vestidos de hoja desde la primavera, descuellan altivos sobre los recuadros
de césped; en las adelfas empiezan á despuntar las notas rosadas de los
capullos apiñados, y do las ramas de las acacias se desprende el olor suave de
sus flores amarillentas. Las mangas de riego mojan con lluvia artificiosa y
violenta los macizos de plantas cargadas de gotas que brillan como diamantes
líquidos. En los bancos, las niñeras, los soldados y los viejos buscan la sombra,
mientras los chicos corren sudorosos por los paseos enarenados, ó cantan en
alegres corros, como turba de gorriones inquietos. Las gentes siguen las aceras
opuestas al sol, andando despacio ó parándose cansadas bajo los toldos de las
tiendas, que proyectan manchas de sombras rectangulares y negras sobre las
losas encharcadas. En las esquinas se instalan los puestos de refrescos baratos,
con sus vasos adornados de limones y sus garrafas hundidas entre nievo.
En las puertas de las fruterías, las mujeres, hecho ondas y embandolinado el
pelo, esgrimen los mosquiteros de tiras de naipes, pregonando las rajas de
melón con sus simientes de oro y las sandías rojas esmaltadas por sus pepitas
negras. En los balcones, entornados, con las persianas caídas, se ve, vuelta de
espaldas á los hierros, alguna que otra muchacha vestida de claro, abrumada
por el calor, que da de mano la costura para abanicarse, mirando hacia la bocacalle
por donde tiene que venir el novio. A largos trochos las calles parecen
desiertas, mudas, sin que las anime el vocerío de los vendedores, ni se oiga más
ruido que el tecleo incansable de un organillo ó el rodar fatigoso de algún
simón desvencijado. En el centro del día, la modistilla sale del taller á la hora
de la comida, uniéndosele el estudiante que la aguarda en el portal cercano,
mientras ella, al pararse, echa de reojo una mirada á los escaparates para verse
como en un espejo: su airoso cuerpo no va ya envuelto en el mantón obscuro
de los días de invierno, sino vestido de telas alegres, con la falda corta para
lucir el pie, y cercado el rostro por el marco flotante del velo, que á cada paso
se agita jugueteando con los ricillos de la frente. Por las tardes el calor aumenta,
confundiéndose en la atmósfera la ardorosa sequedad del aire y las emanaciones
hiímedas del riego, que se alzan del piso como un vapor sucio y pesado.
Los zócalos de las fachadas, los pasamanos de las tiendas despiden fuego, y la
luz sesgada de las últimas horas del día reverbera en los cristales de los edificios
con llamaradas que fingen incendios lejanos y van apagándose poco á poco
cuando se pone el sol. Al anochecer, el ambiente se hace irresistible", disminuye
la claridad; el polvo de los derribos y las obras flota en el aire; aumenta
el trajín; ensordecen los cuidos, y las piedras caldeadas devuelven en irradiaciones
sofocantes el ardor que han absorbido desde la mañana. Luego empiezan
á surgir de entre la obscuridad creciente las llamas pálidas del gas como
inquietas mariposas de oro, y las gentes, encauzándose en hileras negras por
las calles, afluyen á los conciertos y á los paseos, de cuyas arboledas se alzan
en confusión tumultuosa risas, palabras, voces y notas sofocadas por ol bullebulle
de las conversaciones ó el arrastrar de las sillas sobre la arena polvorienta.
Dan las doce: la muchedumbre se dispersa lentamente, como temiendo
al calor de las casas. De allí á poco sólo se perciben en las vías desiertas las

— 562 —
lucecillas inquietas de los serenos, el brillar de las lámparas en los balcones
entreabiertos y el lejano puntear de las guitarras en alguna taberna, tras cuyos
visillos encarnados se escuchan coplas de otras provincias, ahogadas entre palmoteos
y risas... Después, el sueño lo domina todo: el rico aplasta con su cuerpo
los colchones de muelles; el mendigo apoya la cabeza sobre la dura piedra.
Todos sueñan: el viejo, con los años malgastados; el niño, con los juguetes prometidos;
y mientras la luz empieza á resbalar sobre las tejas, iluminando las
cruces de los campanarios y las veletas de las torres, se oye á lo lejos el crujir
de los carros que van á los mercados, llevando en las fibras de las carnes y el
frescor de las verduras la vida y el trabajo de todos.
Madrid despierta: las burras corretean balanceando sus cencerros, ofreciendo
el tesoro de sus ubres á los enfermos y los débiles; se escuchan, los aldabonazos
en las puertas; se abren las tiendas; las carretas dejan chocar sus ruedas
contra los pedernales mal puestos, y en las esquinas van instalándose los vendedores,
brindando en sus cestas legumbres y frutas baratas, que son modesto
regocijo del pobre. Aun no brilla el sol con toda su fuerza, y por los barrios
apartados van saliendo los jornaleros, con el saquillo de la tartera pendiente
de un botón de la chaqueta: sobre sus blusas polvorientas y manchadas, en las
manos callosas, llevan impresas las huellas de la labor que les da el pan; los
rostros delatan los oficios, ofreciendo á la vista la tez negruzca del herrero, la
cara empolvada del mozo de tahona, y más tarde, cuando el bullicio aumenta
y las casas de comercio se abren, ostentan sus fisonomías cansadas y amarillas
los que pasan la vida ante el mostrador ó el escritorio. Vuelve la luz á dilatar
sus rayos como dardos de fuego que entreaben ó rajan con su calor los maderos
y las persianas, y entonces, tras algún balcón, se apaga la lámpara del estudiante
ó suena el último beso del amor. El día impera, las piedras se caldean,
las ventanas se cierran, y el correr de los coches, unido al gritar de los vendedores
ambulantes, devuelven sus voces á la ciudad dormida. Y entretanto,
cuando todos salen á ganarse la vida con la fiebre del trabajo ó el desaliento
de la lucha, se quedan en la casa la mujer y los chicos: ella, trajinando y
cerrando los resquicios para que el calor no penetre; y ellos, alzando sobre los
ruidos y los ecos del barrio sus gritos, que, en amargos sollozos ó alegres risotadas,
comienzan á presentir las penas y los goces del mundo...
(De la novela La Hijastra del Amor.)
Las tierras llanas.
Jacinto Octavio Picón.
Vuela el tren atravesando la monótona llanura,
cuyo suelo resquebraja la aridez canicular,
donde no hay ni un hilo de agua ni una mata de verdura,
pero que ábrese á los ojos infinita como el mar.
Como el mar. Este paisaje por los surcos ondulado,
que sin términos ni orillas se dilata en derredor,
es un mar en inmutable rigidez paralizado,
en el cual no se percibe movimiento ni rumor.

— 563 —
Aun quizá más imponente, porque en calma inexpresiva
ni sonríe ni amenaza, siempre inmóvil, siempre igual,
es también el libre espacio, la insondable perspectiva
que fascina y anonada, tentadora y virginal.
Aquí, igual que ante la inmensa plenitud del Océano,
el espíritu del hombre retrocede sin querer,
y su vista no se atreve, confundida por lo arcano,
de la esfinge aterradora la mirada á sostener.
Es la misma soberana, desdeñosa indiferencia
que parece repetirnos en la vasta soledad:
«¿Qué sé yo de viiestra nada? ¿Qué hace aquí vuestra presencia?
Soy lo eterno, y permanezco; sois lo efímero, pasad.»
¡Cuan solemne la tristeza reposada y majestuosa
de estos campos, que contemplan cara á cara el cielo azul,
donde en'medio de una viva transparencia luminosa
flota sólo en la distancia la calina como un tul!
Tierras, tierras y más tierras sin relieves ni accidentes;
un tapiz desenrollado sin cesar á maestros pies,
una tela ajedrezada de cien tonos diferentes,
desde el verde de las cepas hasta el áureo de la mies.
Sólo, á veces, de unos olmos medio oculta entre el ramaje,
se ve el agua de un arroyo mansamente resbalar;
y ¡qué intensa poesía cobra en medio del paisaje,
que su vida allí parece toda entera concentrar!
Otra vez es un sendero que aseméjase al rasguño
con que un dedo de gigante desgarrara aquel tapiz,
el que cruza la arrugosa superficie del terruño,
dividiéndola á lo largo como roja cicatriz.
Unos de otros muy distantes, y apiñados siempre en torno
del escueto campanario que remata humilde cruz,
pasan pardos pueblecillos cuyo mísero contorno
se recorta en línea obscura sobre un fondo todo luz;
y detrás de aquellos muros la existencia se adivina
del labriego castellano, grave, sobria y regular;
del trabajo al aire libre la epopeya campesina;
la velada silenciosa junto al fuego del hogar.
Calma en todo, que no turban sino el grillo soterrado
tras el seto, en cuyas ramas se guarece el caracol,
ó algún grupo de maricas que se ciernen, desbandado,
sobre la ancha carretera, donde á plomo cae el sol.
Una voz. Allá en las eras, dando vueltas en el trillo,
que abandona de las muías al impulso maquinal,
una moza entona un aire de monótono estribillo,
un canto áspero, arrastrado, soñoliento y gutural.

— 564 —
Aquel canto es la llanura con su austera poesía,
es el eco de la estepa resonando en su confín;
sus compases tienen, lentos, la uniforme simetría
de los surcos, que lo escriben en pentagrama sin fin.
lío es su rígida cadencia la que en árabe guitarra
sensual gime con acento de indolente languidez;
es la siesta voluptuosa, bajo el toldo de la parra
que de un patio granadino presta sombra al ajimez.
No es la música mimosa con arrullo de caricia
que en las tardes apacibles melancólicos oís
por las húmedas laderas de los valles de Galicia
y el chirrido quejumbroso de los carros de] país;
ni la heroica alegría tan robusta y generosa
que Aragón presta á los tonos de su canto popular,
explosión de sentimientos en que indómita rebosa
la fiereza originaria de la sangre almogávar.
Es todo esto confundido, que á los términos distantes
se dilata sin que un eco lo devuelva en su extensión;
es un trémolo de notas aceradas y vibrantes
como el alma de Castilla, que está toda en aquel son.
¡Oh Castilla, tierra madre! ¿Quién no siente la hermosura
de esas vírgenes montañas que no ha hollado humano pie;
que hasta el cielo se escalonan en disforme arquitectura,
y en redor de cuyas cumbres sólo el águila se ve?
¿Quién no admira estremecido por un vértigo sublime,
desde el borde pedregoso de un picacho desigual,
de qné modo hacia el abismo, con fragor que el pecho oprime,
precipítase el torrente por el agrio peñascal?
Sí, grandioso es el ceñudo panorama de los montes;
mas á todo yo prefiero tu solemne placidez,
tus serenas perspectivas, tus abiertos horizontes,
donde abarcan las miradas el espacio de una vez.
En las cimas Dios se vela tras la roca ó tras la nube;
aquí le hablo sin que nada se interponga entre los dos;
en las ásperas montañas hasta Dios el hombre sube;
solamente en las llanuras hasta el hombre baja Dios.
O—
Emilio Ferrari.

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Pepa la Frescachona ó El colegial desenvuelto
ESCENA III
MARIANO se sienta en una silla ó taburete junto á la puerta de su cuarto. Se limpia
el sudor, saca un cigarro de papel y fama tranquilamente. En este momento, las de
VERDEOILLA descorren las persianas de su cuarto entresuelo, y dejan ver la habitación.
Son dos jóvenes muy guapas, andaluzas, alegres, expresivas y zalameras.
Aparecen con peinador blanco y él pelo medio recogido, como quien se acaba de
levantar de la cama. Luego PEPA con el niño en brazos, envuelto en una sábana.
MARIANO. Esto de ser portero y guardia, todo junto, tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Tener que aguantar á las señoras de Verdecilla en el entresuelo
de la derecha, y á los huéspedes de doña Bruna en el principal de
encima, y á la señora americana en el otro cuarto, que tiene una pachorra
la tal americana, y un desmenchamen que da gusto verla. El que me
gusta es el inquilino nuevo, el brigadier Torrente. Pero tiene un geniecito
el tal brigadier... Cuatro días lleva en el entresuelo de la izquierda,
y yo creo que se le oye desde las guardillas... Estos son los inconvenientes.
Las ventajas son que alguna vez andan las propinas, y así vamos
viviendo.
CASTA. ¡Jesús! ¡Qué tarde debe de ser!... Hoy se nos han pegado las sábanas.
Buenos días, Mariano.
MARIANO. Felices.
CASTA. ¿Qué hora es, Mariano?
MARIANO. Cerca del medio día.
CASTA. ¡Ay! ¡Qué escándalo! ¡Las doce 3 r sin haber hecho nada todavía! (Llamando
á su hermana.) Pura...
PURA. Allá voy.
CASTA. Anda, hija, que ya hemos descansado bastante.
PURA. (Presentándose á la ventana.) Sí, descansar... Serás tú, que lo que es
yo no he pegado los ojos en toda la noche.
CASTA. ¡Se acuesta una tan tarde!
PURA. ¿Y la muchacha no ha venido de la compra?
CASTA. Se conoce que no.
PURA. Pues no es la primera vez que pasa esto. A la cuenta es que tiene alguna
trapisonda.
CASTA. Pues déjala, que yo la ataré corto. Aquí no queremos trapisondas.
PURA. ¿Y los bichos? Se van á morir. ¡Sin haberles dado el aire en toda la
mañana!
CASTA. Tráetelos. (Pura entra dentro.) ¿Le parece á usted, Mariano, estar sin
desayunarnos á las doce del día?
MARIANO. ESO le pasa á mucha gente.
CASTA. ¿Y por un arrapiezo de criada? ¿Por una chiquilla que no tiene un capirotazo?
Y es el novio, que la tiene revueltos los cascos.
MARIANO. A las cuatro de la madrugada, cuando yo volvía del servicio, salía ella.
CASTA. Justo: en cuanto nos dejó acostadas, se fue á buscar al novio. ¿Le parece
á usted que las cuatro de la mañana es hora de ir á buscar al novio?
MARIANO. Para buscar al novio no parece mala hora.
CASTA. Y como ve que mi hermana y yo somos dos señoras solas, abusa de nuestra
posición. ¡Calle usted, por Dios!... Si mi marido viviera, que para
gobernar la casa era un hombre de mucha cabeza, no pasaría esto.
MARIANO. LO creo. (Aparece Pura en la ventana, con cuatro jaulas. Una tiene un
loro¡ otra, un mirlo; otra, un canario, y otra, una codorniz. Las dos

- 566 -
hermanas hacen fiestas exageradas á los pájaros, y cuelgan las jaulas
en unos clavos que hay en la parte de afuera de la ventana.)
PDEA. ¡Hijos de mi alma! ¡Sin haber respirado el aire matutino de la mañana!
¡Mira, mira qué tristeeitoa están!
CASTA. ¿Y cómo han de estar los pobrecitos?
PURA. ¡Y mi loro sin tomar su chocolatito!...
CASTA. Anda, hija, que tampoco lo hemos tomado nosotras.
PUEA. (Al loro.) Anda, mi vida, saluda á Mariano como tú sabes; dile: «Buenos
días', Mariano.» Anda... ¿No quieres saludarle, corazoncito?
LORO. ¡Viva la República!
CASTA. ¡Ay qué gracia!
PURA. NO, hijo, no; eso no se dice. Dile: «Buenos días, Mariano.»
LORO. ¡Vívala República!
PURA. ¡Jesús qué terco!
MARIANO. Ese grito no debiera yo consentirlo, dado mi carácter de autoridad; pero
me hago el cargo de que es irreflexivo, y por eso no me le llevo á la
prevención.
PURA. Como está en ayunas el pobrecito..., por eso grita... ¿Y mi canario? ¿Qué
dice mi canario? (Imitando el canto del canario.)
CASTA. ¿Ha oído usted cantar á la codorniz, Mariano?
MARIANO. SÍ, señora; muchas veces, demasiadas veces.
CASTA. ¡ES una delicia! (Imitando el canto de la codorniz.) ¡Pa teté, pa te-té,
pateté! Da siete golpes; lo que no da nadie en el mundo. ¡Bendita seas!
Me muero por los pájaros.
MARIANO. (¡NO estás tú mala pájara!)
(Suena la campanilla.)
CASTA. Ya está ahí la muchacha. Anda, Pura, ríñela tú, á ver si á ti te hace
caso.
PURA. LO primero es desayunarse. (Se ntira de la ventana.)
PEPA. (Saliendo con el niño.) ¡Al agua mi niño! ¡Al agua mi niño! (Levantándole
en alto y acariciándole.) Buenos días, señorita Casta.
CASTA. Buenos días, Josefa. ¿Qué es eso? ¿Va usté á bañar al pequeñín?
PEPA. ¡Vaya! Sí, señora. Todos los días le doy su bañito.
CASTA. ¡Qué monada!
PEPA. Y le sientan muy bien.
CASTA. Ven acá, pimpollo, dame un besito. (Pepa acerca el niño á la ventana
para que Casta le bese.)
PEPA. Anda, rico. Da un besito, así, con tu boquita.
CASTA. ¡Ay, qué ángel! Ya me le.ha dado. ¡Precioso! ¡Preciosísimo!... ¡Repreciosísimo!
Me muero por los niños. Ya se ve, como que no los tengo...
MARIANO. (TÚ te mueres por todo.)
CASTA. ¡Ay! ¡Qué carnes tan divinas tiene! ¡Si parece un rollito de manteca!
¡Y qué piernecitas! ¡Mire usted qué muslitos y qué pantorrillitas!...
¡Hechas á torno!
PEPA. ¡Je, je! ¡Es de familia! (Casta, da mil vueltas al nifio, lo besa, lo estruja,
y Mariano se impacienta.)
MARIANO. Pepa..., que se va á enfriar es© niño.
PEPA. ¡Ca! ¡Si le gusta tanto estar en cueritos!... Ea, á la una, á las dos, á las
tres... ¡Ajajá! (Mete al niño en la artesa y le moja la cabeza con una
esponja. Mariano entra en su cuarto á quitarse la levita de uniforme,
y sale luego en mangas de camisa. En este momento se oye tocar el
piano en el cuarto principal de la derecha, que es casa de huéspedes,
y cuyas ventanas caen encima de las del cuarto de las Verdecillos.)
CASTA. Ya tenemos música. Los huéspedes de arriba son incantables. Pues
cuando se ponen todos á cantar... ¡Virgen del Carmen!...
PEPA. NO hay que. extrañarlo, señorita. Gente joven y de buen humor..., ¿qué
quiere usted que hs-gan? ¿Te gusta el bañito, mi vida? Juega tú con el
agüita, pichón. (Acariciando al niño en la artesa.)

— 567 —
CASTA. . G-uapos,.sí que lo son. Lo que es como guapos, verdaderamente son guapos.
El abogado es un muchacho que habla muy bien... ¡Qué labia tiene!
Pues el artillero es una pólvora. ¿Y el músico? Encanta oirle tocar el
piano... ¡Ay, cómo toca! Pero cuando cantan todos á la vez, no se les
puede oir.
ESCENA IV
DICHOS: MARIANO se ha colocado de rodillas junto á la artesa, y juega con el niño.
PEPA se pone de pie y prepara la sábana. Se asoma á una ventana del principal
JUSTINIANO, estudiante de leyes, joven alegre y decidor. ESPOLETA, alférez de Artillería,
y PUNTILLO, alumno del Conservatorio de Música, hablan, ríen y cantan
dentro.
JUSTINIANO. Pepa..., hermosa y desenfadada Pepa...
PEPA. ¿Qué manda usted, señorito?
JUSTINIANO. Pepa... Sirena fiel y guardadora de esta casa-habitación...
PEPA. ¡Húy, qué señorito! ¡Qué cosas tiene! (Hiendo.)
JUSTINIANO. ¿Y doña Bruna? ¿Qué es de doña Bruna? ¿Se sabe dónde para doña
Bruna? ¿Por qué nos tiene á las doce del día sin almorzar?
CASTA. En todas partes cuecen habas.
PEPA. Pues ya lo sabe usted; ha ido á recibir al colegial que estamos esperando.
JUSTINIANO. Sí, ya sé que ha ido á buscar á Moisés; pero supongo que no habrá ido
al Nilo, porque está un poco lejos.
PEPA. ¿Al nido? ¿A qué nido? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué buen humor gasta este señorito!
MARIANO. Al Nilo, mujer, al Nilo; un río que hay en las Américas.
PEPA. ¡Anda! ¡Mira este otro! En las Américas no hay más que trastos viejos.
JUSTINIANO. ¡Bravo, Pepa, bravo! Habéis dado una lección geográfica á vuestro imperturbable
esposo.
CASTA. ¡Ay qué graciosísimo!
JUSTINIANO. Por otra parte, ya sabemos que nuestra doña Bruna, modelo de patronas,
no quiere que Moisés viva aquí con nosotros. ¡Oh! La juventud...
la juventud del día...
PEPA. ¡Buenos mozos están ustedes!
JUSTINIANO. ¿Y se sabe si Moisés traerá las Tablas, ó se vendrá sin ellas?
PEPA. ¿Qué tablas? Si tiene aquí ya su camita de hierro preparada.
JUSTINIANO. ¡Bravo, Pepa, bravo!
MARIANO. Anda, mujer, anda; seca al niño, que ya se ha bañado bastante, y prepara
la comida.
PEPA. Ven, querido, ven... Así. (Saca al niño y le envuelve en la sábana.)
JUSTINIANO. Pero ¿es ése Moisés?
PEPA. ¡Anda salero! Si éste es mi chico.
JUSTINIANO. Como veo que le saca usted del agua...
PEPA. ¡Pero qué ideas tiene este señorito!... (Se lleva al niño adentro.)
CASTA. (Despidiendo al niño.) Adiós, pimpollito, adiós.
JUSTINIANO. ¡Ah! Que estaba usted ahí, vecinita. Usted perdone.
CASTA. Buenos días.
JUSTINIANO. NO puedo ponerme á los pies de usted... Como yo estoy arriba...
CASTA. ES verdad; si viviéramos viceversa, sería más fácil.
JUSTINIANO. ¡Ah! Que está aquí el teléfono. (Desata un hilo largo que hay en la
ventana, con dos cañas á los extremos, y lo echa para que Casta, lo
coja. Se hablan y se escuchan alternativamente.) ¿Quiere usted que
echemos un párrafo por teléfono?
CASTA. ¡A-y! ¡El teléfono! ¡Qué recuerdos tiene para mi! Así hablaba yo con mi
esposo, que esté en gloria, todos los días.
JUSTINIANO. Pero ¿no se comunicaba usted con su esposo más que por teléfono?
CASTA. Digo cuando éramos novios.
JUSTINIANO. ¡Ya! ¡Vamos!... Óigame usted.

— 568 —
CASTA. ¿Qué va usted á decir? (Coge el hilo y escucha.) .
JUSTINIANO. (Por el hilo.) Es usted hechicera.
CASTA. (ídem.) ¡Guasón!
JUSTINIANO. (ídem.) Es usted la primer viuda de la Península é islas adyacentes.
CASTA. (ídem,.) ¡Guasón!
JUSTINIANO. (ídem.) Me casaría con usted.
CASTA. (ídem.) ¿A que no? Una apuesta.
JUSTINIANO. (ídem.) No tengo dinero.
CASTA. (ídem.) Soy ya vieja para usted.
JUSTINIANO. (Idtm.) ¿Le gustan á usted los abogados?
CASTA. (ídem.) Mi esposo lo era.
JUSTINIANO. (ídem.) ¿Conoce usted las Partidas?
CASTA. (ídem.) Algunas me jugó mi difunto.
JUSTINIANO. (ídem.) ¿Y las leyes de Toro?
CASTA. (ídem.) También las conozco. Soy muy amiga de la justicia.
JUSTINIANO. (ídem.) Pues sea usted amiga mía, porque yo soy hombre de ley.
CASTA. ¡Ay, qué gracia! (Riendo y hablando al mismo tiempo por el hilo.)
Pues, hijo, si no fuera usted hombre de ley, estaría usted divertido...
¡Digo! ¡Siendo abogado!... Ja, ja, ja...
JUSTINIANO. ¡Maliciosilla! (ídem.) Oiga usted, oiga usted... Voy á decirle á usted
una cosa, pero muy bajito.
CASTA. (ídem.) ¿A ver? (Justiniano habla sin que se oiga lo que dice. Ella escucha
y ríe.) ¡Ja, ja, ja! (Pausa.) ¿De veras? ¡ja, ja, ja! (Pausa.)
¡Hijo!... ¡Por Dios!... ¡Ave María Purísima! (Pausa.) ¡Ay, qué miedo!
(Pausa.) ¿Sí? (En este momento sale Mariano con una regadera, y empieza
á regar el patio, mirando maliciosamente á Casta y á Justiniano.)
MARIANO. El patio está echando bombas y hay que refrescarlo.
CASTA. Ea, basta, señor don Justiniano.
ESPOLETA. (Dentro, llamándole.) Justiniano...
JUSTINIANO. ¿Qué?
ESPOLETA. (Dentro.) El almuerzo está en la mesa.
JUSTINIANO. (En tono declamatorio.) ¡Oh inesperada sorpresa! Voy allá. (Recoge el
teléfono.)
CASTA. Vaya usted, vaya usted.
JUSTINIANO. ¿Quiere usted almorzar con nosotros, bella Casta?
CASTA. Buen provechito. Yo ya lo he hecho.
JUSTINIANO. Pues hasta luego.
CASTA. Hasta luego. (Justiniano se mete dentro y se oye cantar á los tres:
«A la mesa, á la mesa,» acompañándose al piano. En seguida cesa la
música.)
Ricardo de la Vega.

ÍNDICE DEL TOMO CUARTO

Números.
ÍNDICE DE MATERIAS
Sección doctrinal.
Páginas.
xix El Arte en la Revolución. — Adolfo Bonilla y San Martín 5
Al pasar... - Comentarios á la vida. — Baldomero Argente 10
Loa remedios del espíritu. — Ricardo Boyo Villanova 30
La isla de Cortegada.—Manuel Murguía 42
xx ¡Sea usted catedrático!—Eduardo Ibarra 97
Al pasar... — Caprichos y quimeras.—Baldomero Argente 101
El alma de un Ejército. - Augel G. Pelayo 125
La libertad civil y las tradiciones jurídicas de España. - M. Gómez González.
.'. 134
El Amor en la Vida y en los Libros.—Vicente Marín 153
xxi Un discurso de Núñez de Arce 193
Bases de la Filosofía científica.—Gustavo Pittaluga 219
El diario del porvenir.—Manuel Ugarte 229
Una edición crítica del «Quijote».—J. Givanel M 235
El gremio maldito y el arte de los estoicos.—José de Arce 251
xxn Emilio Ferrari.—Manuel de Sandoval 281
Los dos sexos.—Anselmo Fuentes 284
Un paralelo.—Dos pontífices.—Baldomero Argente 302
Edificios destruidos durante los Sitios de Zaragoza.—Tomás Ximénez
de Embún 309
La instrucción pública española (comentarios aun discurso).—-Vicente
Alíñela, 319
Al volver.—Alguien ha entrado...—Amado Ñervo !¡26
XXIII El embajador Fuensalida (1450f-1584?). — Adolfo Bonilla y San Martín. 3(>1
Páginas sin nombre. —Baldomero Argente 377
La segunda Conferencia de la Paz.—Práxedes Zancada 387
Yo he soñado un hogar...—J. García Mercadal 393
De ética y de estética: Teorizando.— Antonio de Hoyos y Vinont 399
L'esperanto.—E. Rousselot 403
Libros de poetas. — Mariano Miguel de Val ,.., 405
xxiv LAS REGIONES (Trabajos en prosa):
Galicia.—¡Que se fuese!—Manuel Murguía 457
La Montaña.—Una visita al pueblo.—José María de Pereda 473
Páginas de critica. -Marcelino Menéndez y Pelayo 477
Castro-Urdiales. — «Juan García» 490
Provincias Vascongadas.—Diñero, diñero. — José Artola 495
Cataluña.—El mistic.—Santiago Rusiñol 502
Nochebuena.—Víctor Cátala ... 505
Valencia.—Cañas y barro.— Vicente Blasco Ibáñez 511
Les festes del poblé.—Eduardo L. Chavarri 518
Baleares.—Els ermitans de Validémosse!. — Miquel S. Oliver 520
Aragón.—La hombría de bien.— Rafael Pamplona 528
El alcorce. —¿osé, García Mercadal 530
Andalucía.—La Gavilana. — Francisco Rodríguez Marín 536
Las flores. — S. y J. Alvarez Quintero 542
¡Pitejo!—Arturo Reyes 544
Extremadura.—La noche de San Juan.—Publio Hurtado 546
La Mancha.- Los Pachecos. — Rafael López de Haro 553
León.—El Ganso.—Julio Pujol y Alonso 555
Castilla.—El verano en Madrid.—Jacinto Octavio Picón 5G1
Pepa la Frescachona ó El colegial desenvuelto. — Ricardo de la
Vega 505

Números.
— 572 —
Poesías.
Páginas.
XIX Bucólica. —Carlos Fernández Shaw 46
Medallón clásico.—José Santos Chocano 49
Los alfileres. —Rondel andaluz.—Manuel Ugarte 50
xx Duerme...—Traducción de Rafael Salillas 158
Canto á Villaclara. —Manuel S. Pichardo 160
xxi Las mujeres. — Sueños. — Viajeros.—Alfredo Gómez Jaime 253
En clausura.—Primer nocturno. —El peregrino.—Ángel Vegue y
Goldoni 259
xxn Soneto. —Ramón A. Urbano 328
Letrillas amorosas.—Rafael Atard González 329
Fragmento del poema «-Pedro Abelardo».—Las tierras llanas.—Emilio
Ferrari 332
En el jardín de Eros. —César Miranda .... ¡ 337
XXIII La bodega. —Narciso Alonso Cortés 409
El cisne. —Eduardo de Ory 410
Campestre.—Alfredo Gómez Jaime 413
Tardes de la Moncloa. —Luna de miel. —Enrique Díez-Canedo .v ....... 414
Los sueños 'malos. —Antonio Machado 415
Alto en la marcha.—La hermana de la Caridad.—Dafnis y Cloe.—Luis
Brun 416
Corazón abierto.—José Santos Chocano 418
El viajero.—¡Oh, dime, noche amiga!—Antonio Machado 420
xxiv LAS REGIONES (Composiciones en verso):
Galicia.—Adiós ríos, adiós fontes.— Rosalía de Castro 466
Dos célticos bardos. —Eduardo Pondal 467
O Mayo. —Manuel Curros Enríquez 468
Copras de cegó. — «Fuquiño» 468
Asturias. — Vuelta á la poesía. —Teodoro Cuesta 469
L'aición.— Pepín Quevedo ..... ... . . 470
Somance.—Antón Mari Reguera 471
La Montaña.—Cantabria.— Amos de Escalante 486
Provincias Vascongadas.—Arren e¿ bedi galdu Euskera.—José María
del parraguirre 494
¡Maité! —Bi gizon-i.—¡Berdin!—Antonio Arzac 494
Cataluña. — Un llor y una llagrima. -Víctor Balaguer 496
Balada de Mallorca y fundación,de Barcelona.—Mossén Jacinto
Verdaguer . 496
Poblet. — Ángel Guimerá 498
Sonet de Geroni Zanné. Música de J. Lamote de Grignon 500
Valencia.— Era la montanya —Teodoro Llórente 516
Baleares.—Ave María.-^Joan Alcover 520
El Puiy de Galatzó.—Jaume Pomar Fuster. 523
Costa brava de Mallorca.—Miguel Costa y Llobera 526
Aragón. —Baturrada. — Cantares.—Sixto Celorrio 532
Murcia.—El canto de la sultana.—Antonio Arnao 533
Cansera. —Vicente Medina 535
Andalucía; -L,os claveles reventones.—Salvador Rueda 540
Extremadura. — Varón.— José María Gabriel y Galán . 550
León.—Cantos populares leoneses 560
Castilla.—Las tierras llanas. —Emilio Ferrari 562
Información ibero-americana.
España.
xix La evolución biológica de España y la Solidaridad Catalana.—Fernando
de Antón del Olmet 53
xx Los poetas en el Teatro —Mariano Miguel de Val 160
xxi La elección de carrera. —Eduardo Ibarra Rodríguez 261
XXII Los discursos de apertura en las Universidades españolas y el del señor

— 573 —
Números. Páginas.
ministro de Instrucción pública en i.907.—Edviardo Ibarra y Rodríguez..
................................................. 338
XXIII La indisciplina escolar.—Eduardo Ibarra y Rodríguez 421
Mortalidad de niños menores de un año en Madrid.—Miguel de Samos. 427
Portugal.
xix Media hora con Guerra Junquei.ro.— Salvador Díaz-Berrio 77
xx La jefatura, del partido regenerador.—Proyectos de concentración.—
Salvador Diaz.-Berr.io 173
xxi Una victoria. —Salvador Díaz-Berrio 267
xxn Incertidumbres.—Salvador Díaz-Berrio 345
xxm Las noticias de exportación.—Defensores oficiosos. — Salvador Díaz-
Berrio 431
América.
xix Méjico.—Las pirámides de San Juan Teotihuacan.—Amado Ñervo ,. 78
xx Colombia.—Letras colombianas.—A. Gómez Jaime .::.. 174
Isla de Cuba.—Enrique Coll . . 180
xxm Méjico.—La moral en acción: Un episodio, interesante de la vida del
general Díaz.—X.-... .......... ..... ..•.-... 433
República Dominicana,—Movimiento literario y artístico.—
Enrique Deschampa 440
Información extranjera.
Italia.
xix Nunzio Nasi y el comendador Lombardo.—X 80.
Estados Unidos,
xxi Impresiones de un viaje.—Luis Calderón 2G9
Estados Unidos y Holanda.
XXII La cuestión americano-japonesa y la Conferencia de La Haya.—Mariano
H. Cornejo. . 347
La vida en los Ateneos.
Ateneo de tvladrid.
xix (Relación de las conf erenóias dadas durante el último trimestre
á xxm \ de 1907 ••••••••• 82, 182, 273, 351 y
Biblioteca.
Obras ingresadas por donativo, suscripción ó compra. 82, 1S2, 273, 352 y
Catálogo.
xx Conferencias dadas en el Ateneo de Madrid (Obras en venta)...
XXII Reunión Recreativa é Instructiva de Artesanos de la Coruña
Revista de Revistas.
Italianas.—Francisco de P. Valladar..
xxi Nuova Rassegna di LiUerature Moderne (núm. 7-8, Julio-Agosto)...
Bibliografía.
xix Vendimias juveniles, de Manuel Ugarte. —Mariano Miguel de Val
La cueva de los buhos, novela de Luis López-Ballesteros. —Mariano Miguel
de Val
445
446
182
357
275
94
94

_ 5T4 —
Nflmeroa. . Páginas-
xix Doña Martirio, novela de Mauricio López Robert. —Mariano Miguel
de Val 95
Sobre el origen y la leyenda de los Amantes de Teruel, de Emilio Cotarelo.
— L 9o
Estudios- de Derecho público, de Rafael María de Labra. — X 96
xx Cuentos lírics, de Eduardo L. Chavarri.—Martín de Sainos 186
Sobre ruinas, novela de Ramón A. Urbano.—Mariano Miguel de Val... 188
Patología de la corteza cerebral, de Ricardo Royo Villanova.—Antonio
Pagador 188
Breves apuntes y observaciones sobre el Universo, de Pedro de Santiago
Concha y Vázquez de Acuña. —Mariano Miguel de Val 189
xxi Entre dos libros.—Mario Roso de Luna 278
Dominadoras, novela de Rafael López de Haro.— A. Bonilla y San
Martín 279
XXII Instituto de Derecho Internacional, estudio histórico crítico de Rafael
María de Labra.—Mariano Miguel de Val 358
Tierra aragonesa, de Gregorio García Arista. —Mariano Miguel de Val. 359
XXIII Zarza florida, versos de J. Muñoz San Román.—Francisco Antón 454
Archivo de Historia de la Filosofía, de Adolfo Bonilla y San Martín.—
Mariano Miguel de Val 454
-O—
ÍNDICE DE AUTORES
xxiv Alcover (Juan).— Ave María. (Poesía) 520
xxii Almela (Vicente).—¿a instrucción pública española. (Comentarios á un
discurso) 319
xxiv Alvarez Quintero (S. y J.).—Las flores 542
XXIII Antón (Francisco).— Zarza florida, versos de J. Muñoz San Román. (Bibliografía)
454
xix Antón del Olmet (Fernando).—La evolución biológica de España y la
Solidaridad Catalana 53
xxi Arce (José de). - El gremio maldito y el arte de los estoicos 251
xix y xx Argente(Baldomero).— Al pasar...—Comentarios á la vida 10 y 101
XXII Dos pontífices.—Un paralelo...' , 302
XXIII Páginas sin nombre 377
xxiv Arnao (Antonio). — El canto de la sultana. (Poesía) 533
Artola (José).—Diñero, diñero 495
Arzac (Antonio).—¡Maité! - Bi gizon-i.—¡Berdin! (Poesías). 494
XXII Atard González (Rafael).— Letrillas amorosas. (Poesía) 329
xxiv Balagaer (Víctor).—Un llor y una llagnma. (ídem) 496
Blasco Ibáñez (Vicente). —Cañas y barro 511
xix Bonilla y San Martín (Adolfo).—El Arte en la Revolución 5
xxl Dominadoras, novela de Rafael López de Haro. (Bibliografía) 279
XXIII El embajador Fuensálida 361
xxi Calderón (Luis).— Impresiones de icn viaje. (Información) 269
xxiv Cátala (Víctor).—Nochebuena 505
Castro (Rosalía A&). —Adiós ríos, adiós fontes. (Poesía) 466
Celorrio (Sixto).—Baturrada. —Cantares. (Poesías) 532
xx Coll (Enrique).— Isla de Cuba. (Información) 180
XXII Cornejo (Mariano H.).—La cuestión americano-japonesa y la Conferencia
de La Haya 347
xxiv Costa y Llobera (Miguel).— Costa brava de Mallorca. (Poesía) 526
Cuesta (Teodoro).— Vuelta á la poesía. (ídem) 469
Curros Enríquez (Manuel). - O Mayo. (ídem) 468
xxiv Chavarri (Eduardo L.).—Les festes del poblé 518

- 575 —
Números. • Páginas.
xix Chocano (José Santos).—Medallón clásico. (Poesía) 49
XXIII Corazón abierto. (ídem) ............. .... 418
Deschampa (Enrique). — Movimiento literario y artístico 440
xix Díaz-Berrio (Salvador).—Media hora con Guerra Junqueiro 77
xx La jefatura del partido regenerador.—Proyectos de reconcentración.
(Información) 173
xxi Una victoria. (ídem) i 267
XXII Incertidumbres S45
XXIII ¿as noticias de exportación.— Defensores oficiosos ' 431
xxiv Escalante (Amos de).— Cantabria. (Poesía) 486
xix Fernández Shaw (Carlos).— Bucólica. (ídem) ;. 46
xxn Ferrari (Emilio).—Fragmentos del poema «Pedro Abelardo».—Las tierras
llanas. (Poesías) 332
xxiv Las tierras llanas. (Poesía) 562
xxn Fuentes (Anselmo).—Los dos sexos 284
xxiv «Fuqnmo» .— Copras de cegó. (Poesía) 468
Gabriel y Galán (José María).— Varón. (Poesía) 550
XXIII García Mercadal (José). — Yo he señado un hogar.. 893
xxiv El alcorce • • • 530
xxl Givanel M. (J.) - Una edición critica del «Quijote» 235
xx Gómez González (Mariano).—La libertad civil y las tradiciones jurídicas
de España 134
Gómez Jaime (Alfredo).— Letras colombianas. (Información) 174
xxi Las mujeres.— Sítenos.—Viajeros. (Poesías) 253
xxiv Guimerá (Ángel).—Poblet. (Poesía) 498
XXIII Hoyos y Vinent (Antonio de). — De éiiea y de estética: Teorizando 398
xxiv Hurtado (Publio). — La noche de San Juan.. 546
xx Ibarra (Eduardo).—¡Sea usted catedrático! 97
xxi La elección de carrera 261
xxn Los discursos de apertura en las Universidades españo\ts y el del
señor ministro de Instrucción pública en 1907 338
XXIII La indisciplina escolar 421
xxiv Iparraguirre (José María de).— Arren ez bedi galdu Euskera. (Pcesía).. 494
«Juan García». — Castro-Urdiales : 490
xix L.—Sobre el origen y la leyenda de los Amantes de Teruel, de Emilio
Cotarelo. (Bibliografía) 95
xxiv López de Haro (Rafael).—Los Pachecos 553
Llórente (Teodoro).—En la montanya. (Poesía) 516
XXIII Machado (Antonio). — El viajero. — ¡Oh, dime, noche amiga! (Poesías). 420
xxiv Mari Reguera (Antón). — Romance. (Poesía) 471
xx Marín (Vicente). — El Amor en la Vida y en los Libros 153
Martín de Sainos.'—Cuentos lírics, de Edviardo Xi. Chavarri. (Bibliografía)
• 186
xxiv Medina (Vicente).—Cansera. (Poesía) 535
Menéndez y Pelayo (Marcelino).—Páginas de crítica 477
xxn Miranda (César).—En el jardín de Eros. (Poesía) 337
xix Murguía (Manuel).—La isla de Cortegada 42
xxiv ¡Que se fuese! 457
xix Ñervo (Amado). — México.—Las pirámides de San Juan Teotihuacan. 78
xxn Al volver.—Alguien ha entrado 326
xxi Núñez de Arce.—Un discurso de 193
xxiv Oliver (Miquel S.).—Els ermitaas de Valldemossa 520
xx Pagador (Antonio).— Patología de la corteza cerebral, de Ricardo Royo
Villanova. (Bibliografía) 188
xxiv Pamplona (Rafael).—La hombría de bien 528
xx Pelayo (Ángel G.).—El alma de un Ejército 125
xxiv Pereda (José María de). — Una visita al pueblo 473
Picón (Jacinto Octavio).— El verano en Madrid 561
xx Pichardo (Manuel S.).—Canto á Villaclara. (Poesía) 160
xxl Pittaluga (Gustavo).—Bases de la Filosofía científica 219
xxiv Pondal (Eduardo).—Dos célticos bardos. (Poesía) 467
Pomar Fuster (Jaume).—El Puig de Galatzó. (ídem). 623
Puyol y Alonso (Julio). — El Ganso 555
Queredo (Pepín).—L'aición. (Poesía) 470

Números. Páginas.
xxiv Reyes {Á.ttíaia).—¡Pitejo!. 544
Rodríguez Marín (Francisco).—La Oaviluna ... 53(¡
xxi Roso'de Luna (Mario).—Entre dos libros. (Bibliografía.) 278
XXIII Roussselot (E.).—L'esperanto 408
xix Royo VillanoVa (Ricardo). —Los remedios del espíritu,. .... 30
xxiv Rueda (Salvador): ~Lox claveles reventones. '(Poesía).. ." 540
Rusiñol (Santiago). - El mistic:: :;:::::.:.::: 502
xx Salillas (Rafael);—Duerme.:. (Poesía.) Traducción. 158
xxii Sandoval (Manuel de).—Emilio Ferrari 281 •
xix TJgarte (Manuel). —Los alfileres:—Rondel andaluz. (Poesías) 50
xxi El diario del porvenir 299
xix Val (Mariano Miguel de).— Vendimias juveniles, dé Manuel ligarte.
(Bibliografía)........ ...:..:::......:.. 94
La cueva de los buhos, de p Luis'López-Ballesteros. (ídem). 94
Doña Martirio, de Mauricio' López Robert. (ídem) .'"... 95
xx Los poetas en el Teatro....:..:.:.. 166
Sobre ruinas, de Ramón A. Urbano. (Bibliografía) 188
Breves apuntes y observaciones sobre el Universo, por Pedro de Santiago.
(ídem)....... 189
XXII Instituto de Derecho Internacional, de Rafael María de Labra.
(ídem) : 358
Tierra aragonesa, de Gregorio García Arista. (ídem) ¡359
XXIII Libros de poetas 405
Mortalidad de niños menores de un año en Madrid 427
Archivo de Historia de la Filosofía, de Adolfo Bonilla y San Martín.
(Bibliografía) 454
xxi Valladar (Francisco de P.)—(Revista de Revistas.—Italianas): Nuova
Rassegna di Litterature Moderne (números 7 y 8 de Agosto).... 275
xxiv Vega (Ricardo de la).—Pepa la Frescachona ó El colegial desenvuelto... 565
xxi Vegue y Goldini (ácngel).—En clausura.—Primer nocturno.—El peregrino
. (Poesías) 259
xxiv Verdaguer (Mossén Jacinto).— Balada de Mallorca y fundación de Barcelona.
(Poesía) 496
xix X.—Nunzio Nasi y el comendador Lombardo. (Información) 80
Estudios de Derecho público, de Rafael María de Labra. (Bibliografía)......
96
XXIII La moral en acción: Un episodio interesante de la vida del general
Díaz 433
xxiv Cantos populares leoneses 560
XXII Ximénez de Embún (Tomás).—Edificios destruidos durante los Sitios
de Zaragoza 309
xxm Zancada (Práxedes). — La segunda Conferencia de Id Paz 387
xxiv Zanné (Qeiom):—8onet. (Música de J. Lamote de Grignon) 500
-oOo—