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re - Ateneo de Madrid

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— 18 —<br />

festín, y en sus hamb<strong>re</strong>s pantagruélicas <strong>de</strong>voró á los comensales. La curiosidad<br />

pública, el íntimo horror conciudadano, no lia <strong>re</strong>scatado aiín <strong>de</strong>l silencio<br />

fúneb<strong>re</strong> la verdad, y no la <strong>re</strong>dimirá nunca. Los muertos no vuelven, y ellos<br />

son los únicos que saben...<br />

Forjemos la leyenda. La mentira es la c<strong>re</strong>ación más hermosa <strong>de</strong>l espíritu<br />

humano; la verdad os el fruto, mas la mentira es la flor. El entendimiento<br />

nos esclaviza, y la fantasía nos libera. Dejemos el cautiverio para las ficciones<br />

do la vida y enseño<strong>re</strong>emos con la imaginación las <strong>re</strong>alida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ultratumba.<br />

La muerto nos las cedo <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa; nada nos veda adueñarnos <strong>de</strong> su<br />

sec<strong>re</strong>to; el ensueño es la abeja libadora <strong>de</strong> las flo<strong>re</strong>s <strong>de</strong>l mundo, porque olla<br />

<strong>de</strong>stila toda la miel que no es dado gustar. Y la leyenda ha tendido sus alas<br />

do oro sobro osos dos muertos que á estas horas aguardan sob<strong>re</strong> la mesa <strong>de</strong>l<br />

Depósito judicial la última piedad.<br />

En el corazón <strong>de</strong> la muerta libraban combate un <strong>re</strong>cuerdo y una <strong>re</strong>alidad:<br />

Carlos, el amado do otro tiempo; Manuel, el marido <strong>de</strong> hoy, el señor. Aquél<br />

vencía, suyo era el espíritu; y el cuerpo, cautivo en la ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong>l matrimonio.<br />

Sob<strong>re</strong> el cuerpo domina la voluntad, y el cuerpo es esclavo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>ber. El espíritu,<br />

¿quién lo rige? ¿Quién le impone el ritmo <strong>de</strong> las leyes y el f<strong>re</strong>no <strong>de</strong>l<br />

<strong>de</strong>ber? La gracia <strong>de</strong> Dios <strong>de</strong>sciendo en las confesiones <strong>re</strong>ligiosas sob<strong>re</strong> las<br />

almas vacilantes, para darles fuerzas con que sujetarse al sup<strong>re</strong>mo mandato.<br />

El amor no <strong>de</strong>scien<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cielo; brota do las entrañas <strong>de</strong> la vida, como los<br />

manantiales <strong>de</strong> las entrañas <strong>de</strong> la tierra. El amor tien<strong>de</strong> su vuelo, y nos ar<strong>re</strong>bata<br />

con él; él nos rige; siervos somos suyos y sus juguetes. Carmen, la pob<strong>re</strong><br />

víctima, sucumbía allí don<strong>de</strong> nadie ha sabido vencer.<br />

Do esta dualidad nacía su tormento. Mujor infeliz sometida al hor<strong>re</strong>ndo<br />

suplicio ou que es verdugo, y no bálsamo, la propia conciencia, so alza sob<strong>re</strong><br />

la tragedia con la au<strong>re</strong>ola <strong>de</strong> una mártir. Ni una penumbra en su memoria<br />

impecable. Pero Manuel no admitía ese imperio <strong>de</strong> la fatalidad. La emancipación<br />

inexorable <strong>de</strong>l espíritu do su mujer era un robo á su vida, era engaño<br />

á su felicidad. El nomb<strong>re</strong> <strong>de</strong> Carlos era para él una persecución <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino.<br />

Y le asaltó osa enfermedad extraña, epilepsia <strong>de</strong>l espíritu, que los psicólogos<br />

señalan con el nomb<strong>re</strong> <strong>de</strong> «celos <strong>de</strong>l pasado». El tiempo que fue no nos pertenece;<br />

y la estela que <strong>de</strong>ja en las almas es la sombra <strong>de</strong> un cuerpo que ya no<br />

es. Pero ¿quién se sustrae á la influencia torturadora do su evocación? Quizá<br />

nada mue<strong>re</strong>, y estas influencias <strong>re</strong>trospectivas son la confirmación do que nada<br />

pe<strong>re</strong>ce; los hechos que fueron subsisten en lo invisible; y al través <strong>de</strong>l tiempo,<br />

por los caminos sec<strong>re</strong>tos <strong>de</strong>l espíritu, <strong>re</strong>ivindican su personalidad.<br />

Mató. Compa<strong>de</strong>zcámosle. Fue alma enferma, con la enfermedad <strong>de</strong> su<br />

tiempo. «El triunfo <strong>de</strong> la muerte» no es un <strong>de</strong>lito forjado por D'Anunzio; la<br />

vida lo c<strong>re</strong>a. Luis Proal es p<strong>re</strong>cursor <strong>de</strong> esto pob<strong>re</strong> Manuel, como el héroe<br />

italiano es su mo<strong>de</strong>lo. Los que solemos llamar crímenes pasionales son generalmente<br />

exudación brutal <strong>de</strong> la bestia quo <strong>re</strong>meda lo humano <strong>de</strong> nuestro ser<br />

y se <strong>de</strong>squita. He aquí un crimen que no tiene pa<strong>re</strong>ntesco con aquellos otros<br />

pasionales. He aquí una batalla <strong>de</strong>l espíritu, no una brutalidad <strong>de</strong> la carne,

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