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re - Ateneo de Madrid

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- 23 —<br />

á saber. No hace mucho, un sacerdote, oráculo <strong>de</strong>l jesuitismo francés, se asomaba<br />

á las columnas <strong>de</strong> un periódico para <strong>de</strong>scifrarnos el enigma. Su <strong>re</strong>spuesta<br />

infundía en los pechos <strong>de</strong>smayo senil. Como todas las almas <strong>de</strong> su escuela<br />

y <strong>de</strong> su doctrina, busca en el <strong>re</strong>poso lo que sólo se encuentra en la lucha, en<br />

la actividad. Hay homb<strong>re</strong>s que se dicen enviados por .Dios, y matan lo que p<strong>re</strong>ten<strong>de</strong>n<br />

vivificar. «Cuando veáis—dice San Pablo—un pacífico, un ser que está<br />

en paz, que no se agita, que no se atormenta, que no se inquieta vanamente<br />

por los otros, <strong>de</strong>cid: éste es un hijo <strong>de</strong> Dios; le conduce el espíritu.» El pecho<br />

honrado que <strong>re</strong>cibe las ansias <strong>de</strong> vivir como un don celeste, so turba solicitado<br />

por tan aniquiladora- enseñanza. Pueblan las soleda<strong>de</strong>s tristes <strong>de</strong>l alma humana<br />

sus pasiones, sus ímpetus afectivos, que la alegran y la incitan á lanzarse<br />

al tor<strong>re</strong>nte <strong>de</strong> un ávido vivir. Los contemplativos, corazones agonizantes, <strong>de</strong><br />

apagado palpitar,- le brindan por toda ventura con la quiotud.<br />

Yerran. La, paz absoluta es muerte; la vida, pasión. El ascetismo cristiano,<br />

hechura <strong>de</strong> torvas conciencias, pobladas por terro<strong>re</strong>s sombríos, nos invita á<br />

<strong>de</strong>sapa<strong>re</strong>cer, nunca á vivir. Jesús amaba á los hombros y á las cosas; el asceta<br />

las olvida, porque so olvida á si mismo, en una egoísta sublimación <strong>de</strong>l sacrificio.<br />

Los homb<strong>re</strong>s <strong>de</strong> ardiente y fecundo existir apetecen la agitación y levantan<br />

su mente á las obras <strong>de</strong>l cielo, amándolas en la tierra. Nos pi<strong>de</strong> el jesuíta<br />

el sacrificio do nuestros impulsos, <strong>de</strong> nuestras más hermosas codicias, <strong>de</strong> nuestros<br />

instintos más <strong>re</strong>cios, do los afanes que puso el C<strong>re</strong>ador en nuestra naturaleza<br />

robe Ido; pues ¿(pié nos pido sino la, muerte <strong>de</strong>l alma para que el alma<br />

viva? Parécele que sólo se honra á Dios extirpando la pujante flo<strong>re</strong>scencia pasional<br />

que embellece á su criatura. La más alta exp<strong>re</strong>sión <strong>de</strong>l amor divino es,<br />

según eso <strong>de</strong>svariado anhelo, el <strong>re</strong>finamiento <strong>de</strong> la crueldad humana, dice Nietzche.<br />

Ser impasible, cifrar ioda alegría, en una eterna contemplación do lo inmutable,<br />

es anticiparla muerte, buscar un <strong>de</strong>finitivo pe<strong>re</strong>cimiento, sumergiéndose<br />

anticipadamente on lo que, ó no os nada, ó os sombra y dolor.<br />

Vivir es pa<strong>de</strong>cer y es gozar. La sup<strong>re</strong>ma síntesis do la, vida es el sufrimiento—dice<br />

Schoponliauor---. Por oso el sufrir consumo p<strong>re</strong>sto la energía. Y el<br />

goce la <strong>re</strong>nueva. Inútil es pe se p<strong>re</strong>tenda <strong>re</strong>legar el espíritu humano á mansiones<br />

don<strong>de</strong> la materia no existe; no vivirá. Vive el homb<strong>re</strong> sólo con la, sutil<br />

aspiración <strong>de</strong>l pensamiento y la hermosa tosquedad <strong>de</strong> su carne en amalgama<br />

indisoluble. Jamás llegará la abstracción á lograr imperio absoluto sob<strong>re</strong> el<br />

mundo. Vienen á nosotros las <strong>re</strong>ligiones y las i<strong>de</strong>as do todo linaje cristalizadas<br />

en símbolos. Para siemp<strong>re</strong> hornos abandonado el amor do la esencia <strong>de</strong> los se<strong>re</strong>s;<br />

¿qué nos importa? Nos enamoran, on cambio, las formas. Quizás el mundo<br />

que nos ro<strong>de</strong>a no es otra cosa que forma vana, y lo p<strong>re</strong>sentimos. Quizá las<br />

cosas extornas no son más que la proyección <strong>de</strong> nuestro espíritu, abrasado en<br />

ansias <strong>de</strong> vivir. Apáganse los colo<strong>re</strong>s, <strong>de</strong>svanécense las lincas, esfúmanse lai- s<br />

sonrisas con que la primavera saluda el pe<strong>re</strong>nne <strong>re</strong>nacer y la glacial melancolía<br />

<strong>de</strong> una tar<strong>de</strong> blanca, se<strong>re</strong>na, <strong>de</strong> otoño, cuando el espíritu se aparta <strong>de</strong>l ajet<strong>re</strong>o<br />

mundano.<br />

Vivo aquél vida interna cuando sufro; extorna, cuando so est<strong>re</strong>mece con

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