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re - Ateneo de Madrid

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Valencia<br />

Cañas y barro<br />

Como todas las tar<strong>de</strong>s, la barca-cor<strong>re</strong>o anunció su llegada al Palman- con varios toques<br />

<strong>de</strong> bocina.<br />

El barquero, un homb<strong>re</strong>cillo enjuto, con una o<strong>re</strong>ja amputada, iba <strong>de</strong> puerta en puerta<br />

<strong>re</strong>cibiendo encargos para Valencia, y al llegar á los espacios abiertos en la única<br />

calle <strong>de</strong>l pueblo, soplaba <strong>de</strong> nueve en la bocina para avisar su p<strong>re</strong>sencia á las barracas<br />

<strong>de</strong>sparramadas en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l canal. Una nube <strong>de</strong> chicuelos casi <strong>de</strong>snudos seguía al<br />

barquero con cierta admiración. Les infundía <strong>re</strong>speto el homb<strong>re</strong> que cruzaba la Albufera<br />

cuatro veces al día, llevándose á Valencia la mejor pesca <strong>de</strong>l lago, y trayendo <strong>de</strong><br />

allá los mil objetos <strong>de</strong> una ciudad misteriosa y fantástica para aquellos chiquitines<br />

criados en una isla <strong>de</strong> cañas y barro.<br />

De la taberna <strong>de</strong> Cañamel, que era el primer establecimiento <strong>de</strong>l Palmar, salía un<br />

grupo <strong>de</strong> segado<strong>re</strong>s con el saco al hombro en busca <strong>de</strong> la barca para <strong>re</strong>g<strong>re</strong>sar á sus tierras.<br />

Afluían las muje<strong>re</strong>s al canal, semejante á una calle <strong>de</strong> Venecia, con las márgenes<br />

cubiertas <strong>de</strong> barracas y viveros don<strong>de</strong> los pescado<strong>re</strong>s guardaban las anguilas.<br />

En el agua muerta, <strong>de</strong> una brillantez <strong>de</strong> estaño, permanecía inmóvil la barca-cor<strong>re</strong>o:<br />

un gran ataúd cargado <strong>de</strong> personas y paquetes, con la borda casi á flor <strong>de</strong> agua. La<br />

vela triangular, con <strong>re</strong>miendos obscuros, estaba <strong>re</strong>matada por un guiñapo incoloro que<br />

en otros tiempos había sido una ban<strong>de</strong>ra española, y <strong>de</strong>lataba el carácter oficial <strong>de</strong> la<br />

vieja embarcación.<br />

Un helor insoportable se esparcía en torno <strong>de</strong> la barca. Sus tablas se habían imp<strong>re</strong>gnado<br />

<strong>de</strong>l tufo <strong>de</strong> los cestos <strong>de</strong> anguilas y <strong>de</strong> la suciedad <strong>de</strong> centena<strong>re</strong>s <strong>de</strong> pasajeros,<br />

una mezcla nauseabunda <strong>de</strong> pieles gelatinosas, escamas <strong>de</strong> pez criado en el barro, pies<br />

sucios y ropas mugrientas que con su roce habían acabado por pulir y abrillantar los<br />

asientos <strong>de</strong> la barca.<br />

Los pasajeros, segado<strong>re</strong>s en su mayoría, que venían <strong>de</strong>l Pe<strong>re</strong>lló, último confín déla<br />

Albufera lindante con el mar, cantaban á gritos pidiendo al barquero que partiese<br />

cuanto antes. ¡Ya estaba llena la barca! ¡No cabía más gente!...<br />

Así era; pero el homb<strong>re</strong>cillo, volviendo hacia ellos el informe muñón <strong>de</strong> su o<strong>re</strong>ja<br />

cortada como para no oirles, esparcía lentamente por la barca las cestas y los sacos<br />

que las muje<strong>re</strong>s le ent<strong>re</strong>gaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la orilla. Cada uno <strong>de</strong> los objetos provocaba nuevas<br />

protestas: los pasajeros se est<strong>re</strong>chaban ó cambiaban <strong>de</strong> sitio, y los <strong>de</strong>l Palmar que<br />

entraban en la barca <strong>re</strong>cibían con <strong>re</strong>flexiones evangélicas la rociada <strong>de</strong> injurias <strong>de</strong> los<br />

que ya estaban acomodados. ¡Un poco <strong>de</strong> paciencia! ¡Tanto sitio que encontrasen en el<br />

cielo!...<br />

La embarcación se hundía al <strong>re</strong>cibir tanta carga, sin que el barquero mostrase la<br />

menor inquietud, acostumbrado á travesías audaces. No quedaba en ella un asiento<br />

lib<strong>re</strong>. Dos homb<strong>re</strong>s se mantenían <strong>de</strong> pie en la borda, agarrados al mástil; otro se colocaba<br />

en la proa como un mascarón <strong>de</strong> navio. Todavía el impasible barquero hizo sonar<br />

otra vez su bocina en medio <strong>de</strong> la general protesta... ¡Cristo! ¿Aun no tenía bastante el

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