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re - Ateneo de Madrid

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— 562 —<br />

lucecillas inquietas <strong>de</strong> los se<strong>re</strong>nos, el brillar <strong>de</strong> las lámparas en los balcones<br />

ent<strong>re</strong>abiertos y el lejano puntear <strong>de</strong> las guitarras en alguna taberna, tras cuyos<br />

visillos encarnados se escuchan coplas <strong>de</strong> otras provincias, ahogadas ent<strong>re</strong> palmoteos<br />

y risas... Después, el sueño lo domina todo: el rico aplasta con su cuerpo<br />

los colchones <strong>de</strong> muelles; el mendigo apoya la cabeza sob<strong>re</strong> la dura piedra.<br />

Todos sueñan: el viejo, con los años malgastados; el niño, con los juguetes prometidos;<br />

y mientras la luz empieza á <strong>re</strong>sbalar sob<strong>re</strong> las tejas, iluminando las<br />

cruces <strong>de</strong> los campanarios y las veletas <strong>de</strong> las tor<strong>re</strong>s, se oye á lo lejos el crujir<br />

<strong>de</strong> los carros que van á los mercados, llevando en las fibras <strong>de</strong> las carnes y el<br />

f<strong>re</strong>scor <strong>de</strong> las verduras la vida y el trabajo <strong>de</strong> todos.<br />

<strong>Madrid</strong> <strong>de</strong>spierta: las burras cor<strong>re</strong>tean balanceando sus cencerros, of<strong>re</strong>ciendo<br />

el tesoro <strong>de</strong> sus ub<strong>re</strong>s á los enfermos y los débiles; se escuchan, los aldabonazos<br />

en las puertas; se ab<strong>re</strong>n las tiendas; las car<strong>re</strong>tas <strong>de</strong>jan chocar sus ruedas<br />

contra los pe<strong>de</strong>rnales mal puestos, y en las esquinas van instalándose los ven<strong>de</strong>do<strong>re</strong>s,<br />

brindando en sus cestas legumb<strong>re</strong>s y frutas baratas, que son mo<strong>de</strong>sto<br />

<strong>re</strong>gocijo <strong>de</strong>l pob<strong>re</strong>. Aun no brilla el sol con toda su fuerza, y por los barrios<br />

apartados van saliendo los jornaleros, con el saquillo <strong>de</strong> la tartera pendiente<br />

<strong>de</strong> un botón <strong>de</strong> la chaqueta: sob<strong>re</strong> sus blusas polvorientas y manchadas, en las<br />

manos callosas, llevan imp<strong>re</strong>sas las huellas <strong>de</strong> la labor que les da el pan; los<br />

rostros <strong>de</strong>latan los oficios, of<strong>re</strong>ciendo á la vista la tez negruzca <strong>de</strong>l her<strong>re</strong>ro, la<br />

cara empolvada <strong>de</strong>l mozo <strong>de</strong> tahona, y más tar<strong>de</strong>, cuando el bullicio aumenta<br />

y las casas <strong>de</strong> comercio se ab<strong>re</strong>n, ostentan sus fisonomías cansadas y amarillas<br />

los que pasan la vida ante el mostrador ó el escritorio. Vuelve la luz á dilatar<br />

sus rayos como dardos <strong>de</strong> fuego que ent<strong>re</strong>aben ó rajan con su calor los ma<strong>de</strong>ros<br />

y las persianas, y entonces, tras algún balcón, se apaga la lámpara <strong>de</strong>l estudiante<br />

ó suena el último beso <strong>de</strong>l amor. El día impera, las piedras se cal<strong>de</strong>an,<br />

las ventanas se cierran, y el cor<strong>re</strong>r <strong>de</strong> los coches, unido al gritar <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>do<strong>re</strong>s<br />

ambulantes, <strong>de</strong>vuelven sus voces á la ciudad dormida. Y ent<strong>re</strong>tanto,<br />

cuando todos salen á ganarse la vida con la fieb<strong>re</strong> <strong>de</strong>l trabajo ó el <strong>de</strong>saliento<br />

<strong>de</strong> la lucha, se quedan en la casa la mujer y los chicos: ella, trajinando y<br />

cerrando los <strong>re</strong>squicios para que el calor no penet<strong>re</strong>; y ellos, alzando sob<strong>re</strong> los<br />

ruidos y los ecos <strong>de</strong>l barrio sus gritos, que, en amargos sollozos ó aleg<strong>re</strong>s risotadas,<br />

comienzan á p<strong>re</strong>sentir las penas y los goces <strong>de</strong>l mundo...<br />

(De la novela La Hijastra <strong>de</strong>l Amor.)<br />

Las tierras llanas.<br />

Jacinto Octavio Picón.<br />

Vuela el t<strong>re</strong>n atravesando la monótona llanura,<br />

cuyo suelo <strong>re</strong>squebraja la ari<strong>de</strong>z canicular,<br />

don<strong>de</strong> no hay ni un hilo <strong>de</strong> agua ni una mata <strong>de</strong> verdura,<br />

pero que áb<strong>re</strong>se á los ojos infinita como el mar.<br />

Como el mar. Este paisaje por los surcos ondulado,<br />

que sin términos ni orillas se dilata en <strong>de</strong>r<strong>re</strong>dor,<br />

es un mar en inmutable rigi<strong>de</strong>z paralizado,<br />

en el cual no se percibe movimiento ni rumor.

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