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re - Ateneo de Madrid

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— 18 —<br />

bles luce la misericordia? ¡Perdonar lo disculpable no es gran hazaña! Lo<br />

gran<strong>de</strong>, lo monstruoso, toca en los umbrales <strong>de</strong> nuestras almas para evocar en<br />

ella la gran<strong>de</strong>za. A un gran pecado, una gran misericordia. A un gran pecador,<br />

una infinita piedad. No borrará nuestro crimen la roja mancha <strong>de</strong>l crimen<br />

castigado; podría borrarla nuestro perdón. Una brizna <strong>de</strong> piedad balancea<br />

ante los ojos <strong>de</strong> Dios una enorme pesadumb<strong>re</strong> <strong>de</strong> culpas.<br />

Puso el cielo en nuestro corazón un tesoro inagotable do ternura. ¿Por qué<br />

somos avaros <strong>de</strong> él? Pródigamente so nos dio la dicha do sentir las alegrías <strong>de</strong><br />

la clemencia. Tenemos fuentes inagotables <strong>de</strong> ella en nuestro pecho; fluyen<br />

con infinita abundancia los manantiales misteriosos que el cielo alumbra en<br />

nuestras conciencias; ¿por qué negar osas aguas <strong>re</strong>frigerantes á los que tienen<br />

sed <strong>de</strong> ellas? ¿Con qué <strong>de</strong><strong>re</strong>cho ponemos límite á lo que se nos dio sin tasa?<br />

¡Perdonar, goce extático <strong>de</strong> los generosos, <strong>de</strong> los buenos, <strong>de</strong> los humanos!<br />

Corromos loóos persiguiendo una ventura, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñamos la ventura sup<strong>re</strong>ma<br />

que nos sale al encuentro: el perdón. Ciegos somos cuando no nos <strong>de</strong>slumhran<br />

los fulgo<strong>re</strong>s do esa luz. Untamos nuestros labios con el amargor <strong>de</strong> todos los<br />

<strong>re</strong>nco<strong>re</strong>s, y <strong>re</strong>chazamos la ambrosía, que se nos of<strong>re</strong>ce en el áu<strong>re</strong>o vaso <strong>de</strong> la<br />

misericordia. ¿Por qué se niega la clemencia á quien la implora en vísperas do<br />

un eterno anochecer? Si no perdonamos á los <strong>de</strong>lincuentes, ¿á quién perdonaromos?<br />

¿A los justos? El más y el menos do cada crimen no puedo el homb<strong>re</strong><br />

fijarlo; nuestra soberbia se abate ante el misterio; sólo Dios pue<strong>de</strong> penetrar en<br />

el arcano <strong>de</strong> los espíritus y señalar con <strong>de</strong>do invisible quién fue el insensato,<br />

quién el loco, quién el <strong>de</strong>sventurado, quién el p<strong>re</strong>varicador.<br />

¡P<strong>re</strong>tensión <strong>de</strong> justos tenemos; p<strong>re</strong>tensión risible! Pe<strong>re</strong>ce estrangulado por<br />

nosotros un semejante sin ventura. Graves, severos, unos hombros pronunciaron<br />

la sentencia <strong>de</strong> muerte; habíanla, pedido otros antes. Asomaos á las almas<br />

délos intachables, y veréis temblar por los rincones las negras sombras <strong>de</strong><br />

cien agravios á la conciencia, á la justicia, á la humanidad.<br />

¡La Ley lo impi<strong>de</strong>! ¡La Ley! ¿Pues quién la dicta que tiene entrañas <strong>de</strong><br />

fiera? Fabricáronla en los Parlamentos, y allí so jura por el nomb<strong>re</strong> <strong>de</strong> Dios,<br />

<strong>de</strong>l Dios <strong>de</strong> los cristianos. ¡Mentira hipócrita! Cristianos los que maridan matar;<br />

cristianos los que <strong>de</strong>jan morir á mano airada; cristianos los que <strong>re</strong>ducen<br />

el homb<strong>re</strong> vivo, que es incendio, á cadáver, que es pavesa. Triste mentira. Sí,<br />

cristianos, como aquellos que permitieron la esclavitud y tuvieron esclavos;<br />

como aquellos que encendían la hoguera para abrasar las criaturas, y <strong>de</strong>sgarraban<br />

las carnes y rompían los huesos, profanando con sus invocaciones<br />

el Nomb<strong>re</strong> Santo, emblema <strong>de</strong>l Amor Infinito y <strong>de</strong> la Infinita Piedad. Si la ley<br />

nos niega el <strong>de</strong><strong>re</strong>cho <strong>de</strong> gustar las dulzuras divinas <strong>de</strong> la misericordia, abor<strong>re</strong>zcamos<br />

esa ley, que p<strong>re</strong>scribe el horror <strong>de</strong>l asesinato, la saña cruel, la<br />

muerte.<br />

Vosotros, gobernantes, escuchad el rumor que cor<strong>re</strong> do casa en casa; ¿no<br />

oís cómo habla do clemencia? ¿Cómo suplica por el que van á ejecutar? Recoged<br />

<strong>de</strong> boca en boca todas las exclamaciones compasivas que se profie<strong>re</strong>n:<br />

ellas son el perfume que se escapa <strong>de</strong> las almas nobles. Puso Dios en los cora-

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