re - Ateneo de Madrid

*Mon bon amic: Tos cuentos y rondallvs
teñen del sucre candi la dolsor;
resplandir veig entre ses fresquea rialles
los mes hermosos sentiments del cor.»
MARTÍN DE SAMOS.
***
Sobre ruinas, novela de Ramón A. Urbano.
— 188
Uno de los escritores malagueños que más
justo y envidiable renombre han alcanzado
dentro ya del cauce general de la literatura
patria, es el autor de esta novela, que poco
tiempo ha fue muy elogiado por otra obra
análoga, otra novela, también de costumbres
modernas, que, con el título de La Embajadora,
mereció el aplauso unánime de la
crítica.
Entre las novelas de este brillante escritor
todavía hay otras dos, memorables también:
Moisés y Fortaleza; pero la obra maestra
de Ramón Urbano está en sus libros
de poesías Jirones y Humo, que acreditan la
filiación de poeta que, hasta escribiendo en
prosa, novelas ó cuentos, constituye el mayor
encanto del escritor.
Sobre ruinas es un verdadero poema de
amor desarrollado en un ambiente original
y también poético: son los amores de un arqueólogo
que encuentra en Itálica, junto á
Sevilla, una ruina de carne, una Magdalena
arrepentida y enamorada, en la que brilla y
resplandece para él, con un fulgor nunca
sentido, la llama excelsa del amor, fuego de
muerte.
Las figuras de Julio y Soledad hállanse
magistralmente dibujadas, como también los
retratos de los personajes secundarios que
animan y embellecen la acción; el relato está
llevado con tal amenidad, alternando la forma
epistolar con la narrativa y el diálogo,
que. lejos de toda monotonía, se lee con deleite
y se acaba con sentimiento; para hacerse
agradable no le sobra, pues, al citado volumen
el ofrecimiento que en la cubierta nos
hace el autor de un nuevo libro suyo: De
capa y espada, colección de cuentos que verá
la luz en breve.
V. A. L.
Patología de la cortesa cerebral, por Ricardo Royo
Villanova.
Estábamos en clase. Era una mañana de
Enero, helada, ventosa. A pesar de hallarse
encendida la estufa, notábase el frío. Un
alumno escribía el programa de la asignatura
en la pizarra, y los demás copiábamos.
Don Ricardo hablaba con el profesor auxiliar,
y de vez en vez tendía la mirada sobre
los alumnos, y una leve sonrisa cruzaba por
sus labios. Terminó el alumno de escribir,
y cuando se encaminaba á su sitio rogó al
maestro explicara algo que nosotros no entendíamos
bien, á pesar de los libros de texto,
y que, si mal no recuerdo, trataba del
diagnóstico diferencial de la fiebre tifoidea.
Don Ricardo asintió complaciente. Su voz,
esa voz pastosa, de mágicos reflejos, sin alteraciones
en el timbre, con esa gradación
sucesiva y esa adaptación á lo patético ó
á lo cómico, según los casos, resonó en la
sala.
Nos habló del niño enfermo, del pobrecito
niño, á quien la fiebre consume y mata; nos
lo hizo ver en su lecho, con la cabecita murillesca
hundida en la almohada; sus ojitos
vidriosos ya, sin más brillo que el de la calentura;
su respiración anhelosa, sus labios
pálidos, por donde huye la vida... X la madre,
la pobre madre, la mártir que lleva tres
días y tres noches sin dormir, sin moverse
del sitio del dolor, llena de santa abnegación,
con fiebre también, pero con la fiebre
que desgarra su alma al ver aquel pedazo de
sus entrañas que se va para no volver...
Y el maestro cantó á la mujer, á la madre.
Aquella lección hermosa, que no terminó
por la intrusión del bedel «dando la hora»,
nos dejó conmovidos.
Así enseña el maestro. Cumpliendo el precepto
horaciano MiscAiit utile dulcí, lectorem
delectandopariterque monendo. Y empleando
en la cátedra y en el libro lo que encanta
y subyuga: su palabrería cristalina, que
alumbra como cascada de luz.
El ilustre catedrático acaba de publicar
un nuevo libro: Patología y clínica de la
corteza cerebral. Y, como siempre, ha sabido
rodear la materialidad grosera de todo
lo patológico con esa aureola de conmiseración
y poesía hacia los pobres enfermos cerebrales.
Con la claridad que es precedente obligado