re - Ateneo de Madrid

Portugal.
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Una victoria.
Una vez más las brisas del Atlántico, al llegar á las costas portuguesas, han oreado
y hecho reverdecer viejos laureles. La buena nueva lia recorrido el mar teatro de
las hazañas y cuna de las glorias de aquellos intrépidos navegantes y guerreros que
enseñaron á los demás pueblos el camino del Asia olvidada y del África desconocida.
Ha llegado á Lisboa la noticia de una victoria alcanzada por la columna expedicionaria
contra los rebeldes cuamatas en la colonia de Angola.
En el eterno tejer y destejer de la colonización hecha por los pueblos de menguados
recursos, que no pueden consolidar la conquista con establecimientos de carácter permanente,
es frecuente, frecuentísima, la lucha contra los pueblos indígenas. Pero en
pocos casos es esta lucha tan tenaz y empeñada como la que sostienen los portugueses
en el África occidental. Tienen que habérselas con pueblos valerosos y tenaces, bien
provistos de armas, confiados en su número, y que están familiarizados con la guerra
contra fuerzas regulares. Y, además, tienen el auxilio más poderoso en el clima. Para
el soldado portugués no está el peligro sólo en el plomo enemigo, sino en el sol que le
alumbra, en el aire que respira, en el agua que bebe, en el espeso bosque, en el matorral
intrincado, en el pantano infranqueable, en la Naturaleza hostil, que le amenaza
con la enfermedad ó pone obstáculos á su paso.
De todo ha triunfado un puñado de valientes, poco más de un millar de hombres,
que lian escrito una nueva página de gloria en la epopeya de las luchas africanas. No
encontrarán un Camoes que cante sus hazañas, como fueron cantadas las de sus predecesores
en la conquista, pero no merecen menos admiración que los ensalzados en las
estrofas grandiosas de Os Lusiadas.
No se ha comprado á bajo precióla victoria. La columna portuguesa ha sufrido pérdidas
sensibles, entre otras la de dos oficiales. De uno de ellos no conozco antecedentes,
pero sí de otro, del valeroso alférez de Caballería Goncalves Prats. Procedente de
la clase de tropa, á fuerza de valor, constancia y disciplina, había alcanzado á más
de los cuarenta años el galón de oro noblemente ambicionado en sus lejanos sueños de
joven recluta. Para él, como para aquel teniente Rochas magistralmente descrito en
La débacle, la guerra era la audacia en el acometer, la firmeza en el resistir, el esfuerzo
en la marcha, la sobriedad en el alimento: todas las clásicas virtudes del soldado,
no el plan meditado, el frío cálculo, la sabia combinación de los elementos destructores
de la guerra moderna. Pero (loncalves Prats, más afortunado que el héroe de la
creación de Zola, ha muerto en completo triunfo, en plena leyenda, llevándose la dulce
ilusión de que mientras su patria contase con hombres como los que á su lado combatían,
sería invencible. Ha muerto en la bendita ignorancia de que el esfuerzo personal,
único lujo que en la lucha podemos permitirnos los pueblos pequeños, está irremisiblemente
condenado en las guerras contemporáneas á estrellarse contra la masa, contra
el oro, contra los productos de la industria de destruir, tan perfeccionada en los países
grandes y ricos.