re - Ateneo de Madrid

Habla Martínez-Sierra:
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« Yo no sé si la noche cae del cielo á la tierra
ó sube de la tierra al cielo.»
Habla, con más derecho, Antonio Machado:
*Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía,
que sueña en la tarde del verano vieja.
Yo sé que tus bellos espejos de amores...»
«Yo no sé leyendas de antigua alegría...»
«Yo no sé qué noble,
divino poeta...»
Observe el lector que no quiero salirme de los libros que tengo sobre la
mesa.
Y digo tengo, porque también está de moda.
Abramos el libro de Alonso Cortés:
«Yo tengo un palacio donde ávido encierro
la dicha más honda...»
Por supuesto, que, en eso de tener, nadie aventaja al poeta de las Leyendas
del alma:
«Tengo raras turquesas,
esmeraldas y ópalos nobles de gran valor,
rubíes, amatistas, topacios y zafiros,
jacintos y zízcones de Sabba y Singapor;
berilos de Sajonia, verdes ceilanitas,
piedras de Amazonas y piedras de luna,
ónices, sardónices y lazulitas,
albitas pálidas y dicroítas,
granates sirios y ópalos de Iduna...^
Parece esto el reclamo de una joyería..., además, por lo malo de los versos.
A tales extremos conducen las modas, las que desnaturalizan el arte, pretendiendo
arrastrarle por trilladas carreteras, en vez de abandonarle libremente
á su inspiración y su manera propias, más ó menos características.
Fuera de este vicio, en el que, como se ve, incurren los poetas del día, ni
más ni menos que lo hicieron los do todas las épocas, escuelas y modas, lo cual,
en este sentido, no acredita, por cierto, mejoramiento alguno, esos libros
arriba mencionados están plagados de bellezas.
A la musa aragonesa del padre escolapio Calasanz Babaza, predicador elo-