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re - Ateneo de Madrid

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noche inacabable. Así es la muerte: soplo <strong>re</strong>pentino qne disipa el áu<strong>re</strong>o sueno<br />

<strong>de</strong>l existir. Y cor<strong>re</strong>n <strong>de</strong>satinados, los días, <strong>re</strong>pletos con nuestros afanes, con<br />

nuestras ambiciones, con nuestros esfuerzos y nuestras venturas. Hincha Ja<br />

sang<strong>re</strong> nuestras venas y cal<strong>de</strong>a nuestro pecho con el fervor <strong>de</strong>l entusiasmo. Se<br />

encien<strong>de</strong>n en nuestra, fantasía esperanzas inefables, y en nuestra conciencia<br />

la fe en lo porvenir. Tiembla nuestra carne bajo la pesadumb<strong>re</strong> <strong>de</strong> sus amarguras,<br />

y la acongoja la trágica visión <strong>de</strong> su miseria ir<strong>re</strong>dimible. Todo os vanidad—exclama<br />

el hijo <strong>de</strong> David- ; morirá el homb<strong>re</strong>, y do él no quedará nada.<br />

Y en la hora triste en quo <strong>de</strong>smaya la fe. nuestra alma, enteneb<strong>re</strong>cida, prorrumpe<br />

con Jeroschka en este grito <strong>de</strong>sesperado: «Nosotros mori<strong>re</strong>mos, la<br />

hierba c<strong>re</strong>cerá sob<strong>re</strong> nuestras turabas, y eso será todo.»<br />

¿Será todo? ¿Será la agonía la última ent<strong>re</strong>visión <strong>de</strong>l mundo, <strong>de</strong> las cosas<br />

quo nos ro<strong>de</strong>aron, <strong>de</strong> los so<strong>re</strong>s que nos quisieron, <strong>de</strong> los <strong>re</strong>cuerdos, do nuestros<br />

<strong>re</strong>cuerdos, que atan á cuanto fue y á cuanto es nuestro espíritu, y lo <strong>de</strong>sgarran<br />

crueles en el punto do la ir<strong>re</strong>parable <strong>de</strong>spedida? ¿Será noche, noche absoluta,<br />

sin el consuelo do un vislumb<strong>re</strong> <strong>de</strong> la divina misericordia, noche en<br />

el pensar y en el sentir <strong>de</strong> los muertos, sin quo en el hueco <strong>de</strong> sus cráneos<br />

<strong>de</strong>snudos aletee invisible la memoria <strong>de</strong> su vida ter<strong>re</strong>na, con sus angustias y<br />

sus dichas, con sus posa<strong>re</strong>s y sus amo<strong>re</strong>s, siquiera como una <strong>re</strong>membranza<br />

confusa y pesarla, penosa orno el alba do una noche do soñolienta embriaguez?<br />

¿Será negado á los que se van ese consuelo, y á los que se quedan esa<br />

limo-na do soberana piedad?<br />

Una misma aurora amanece cada día; nosotros pasamos; el tiempo es el que<br />

queda; siemp<strong>re</strong> igual. «¿Quó os-—escribe el Libro Santo—lo quo fue? Lo mismo<br />

que aquello que será. ¿Quó es lo quo se ha hecho? Lo mismo que aquello<br />

quo se está haciendo.» La muerte <strong>de</strong>sbarata las obras terminadas y pone en<br />

nuevas manos su comienzo. Su voluntad nos borra como una luz quo se apaga.<br />

No concluye nuestra vida, porque no vivimos. Vive el ser, y nosotros somos<br />

las sombras lejanas quo él proyecta. ¿Por qué echar sobro nuestros hombros<br />

la pesadumb<strong>re</strong> estéril <strong>de</strong> <strong>re</strong>novar el mundo? ¿Qué vale nuestro afán? Manantiales<br />

<strong>de</strong> dolor son nuestras venturas porque acaban. La hora llegará, y se<strong>re</strong>mos<br />

arrancados á nuestros amo<strong>re</strong>s, á nuestros hijos, á nuestras ansias infinitas.<br />

La muerte no tiene piedad. Nos <strong>re</strong>stituyo á la tierra, para extraer <strong>de</strong><br />

nuestra pod<strong>re</strong>dumb<strong>re</strong> otros so<strong>re</strong>s. Ella labora implacable. Yon torno nuestro,<br />

todo es y será, por los siglos, <strong>de</strong>solación; sin otro consuelo quo las plegarias<br />

<strong>de</strong>l cristiano, aura pía,<br />

qui vient chantar pour noua Ja chanson d' esperance,<br />

la dicine chanaon qui calme la douleur.<br />

BALDOMEHO AKGENTE.

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