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re - Ateneo de Madrid

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«Que por un sueño, por un chasco <strong>de</strong> la fama,<br />

como á sus lechos al sepulcro cor<strong>re</strong>n» (11.<br />

F. Palmors dice que ha oído gemidos que salían <strong>de</strong> un hospital <strong>de</strong> campaña,<br />

y cuando al entrar un europeo <strong>de</strong>scubría el paciente que le observaba un extranjero,<br />

ap<strong>re</strong>taba sus mandíbulas, y <strong>de</strong>mostrando enorme fuerza <strong>de</strong> voluntad,<br />

trataba <strong>de</strong> son<strong>re</strong>ír. Los extraños c<strong>re</strong>en que lo sencillo <strong>de</strong> su existencia le <strong>de</strong>spoja<br />

<strong>de</strong> los nervios que pa<strong>de</strong>cemos los europeos, ó se los insensibiliza. «¿No es<br />

acaso—se dice Palmers—que se le educa para no tenerlos?» A eso tien<strong>de</strong> su educación:<br />

al dominio <strong>de</strong> sí mismo, á vencer en el combate más <strong>re</strong>ñido y constante<br />

que tiene que sostener el homb<strong>re</strong>, á dominar sus pasiones, á encauzarlas, á<br />

sob<strong>re</strong>ponerse á las flaquezas <strong>de</strong> la carne. Dice el ya citado Krasnoff: «Ni granadas,<br />

ni balas, ni muertos y heridos, ni la conquistado cañones y fusiles bastan<br />

para <strong>de</strong>cidir la victoria, sino los nervios.»<br />

De espiritualidad tanta está <strong>re</strong>pleta su educación, que bastará para comp<strong>re</strong>n<strong>de</strong>rlo<br />

el conocimiento <strong>de</strong> un hecho singularísimo y admirable, cual es que<br />

el <strong>re</strong>glamento <strong>de</strong> campaña japonés termine con una oda al Yamato Damashi,<br />

á la flor<strong>de</strong>l alma japonesa. ¡Con razón dice Unamuno que el heroísmo es poesía!<br />

Escribiendo <strong>de</strong> ello dice, y en verdad con triste acierto, el ilustrado capitán<br />

Cebréiros: «¡Sería <strong>de</strong> ver las burlas que en nuestros vacíos corazones <strong>de</strong>spertaría<br />

un <strong>re</strong>glamento terminado con una oda, aunque ésta fuese escrita por<br />

el mismo Dante!»<br />

No c<strong>re</strong>en, como acaso pudieran algunos imaginar, que en las guerras el<br />

caudillo lo es el todo. Aquí miraríamos en el general en jefe la condición sine<br />

qua non <strong>de</strong> la victoria. Ellos admiran, envidian, quizá, y ven en él al homb<strong>re</strong><br />

que por feliz hado, por una especie <strong>de</strong> <strong>de</strong>terminismo divino, tuvo la suerte <strong>de</strong><br />

ser el que le cor<strong>re</strong>spondiese mandar el ejército vencedor; no c<strong>re</strong>en que sea el<br />

iniico homb<strong>re</strong> <strong>de</strong> su nación capaz <strong>de</strong> llevar á feliz término la emp<strong>re</strong>sa, ni siquiera<br />

el mejor ent<strong>re</strong> los aptos; otros muchos hubiesen hecho lo mismo con<br />

<strong>re</strong>sultado igual; no lo consi<strong>de</strong>ran como genio militar, no lo endiosan, no se<br />

endiosa: opinan que no nacen Napoleones todos los días y opinan que no basta<br />

tener Napoleones, porque éstos también sucumben. Procuran no necesitar,<br />

para vencer, <strong>de</strong> ningún Napoleón.<br />

Y ¿qué extraño es que así sea? Si en un país se fomenta ent<strong>re</strong> todos los<br />

ciudadanos en la escuela y los hoga<strong>re</strong>s, y se cuida y perfecciona <strong>de</strong>spués en<br />

las filas <strong>de</strong>l ejército el espíritu <strong>de</strong> abnegación, <strong>de</strong> sacrificio, un amor puro y<br />

santo hacia la Patria, un culto <strong>re</strong>ndido al heroísmo; si se hacen ciudadanos<br />

con aptitud para la lucha, y dignos <strong>de</strong> la victoria, y capaces, cada uno <strong>de</strong> por<br />

sí, <strong>de</strong> conseguir, <strong>de</strong> arrancar la parte <strong>de</strong> ella que le cor<strong>re</strong>spon<strong>de</strong>, ¿cómo no ha<br />

do saber el general cumplir la misión santa que le encomendó la nación? ¿Recordáis<br />

aquellas bravias palabras <strong>de</strong> «Cada uno <strong>de</strong> nos, que vale tanto como<br />

vos...»?<br />

(1) Hamlet, acto IV, escena XV.

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