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ciudad espejo

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y fotocopiadoras, ventas de arepas,<br />

edificios de apartamentos donde<br />

viven algunas familias, personajes<br />

solitarios, estudiantes. Los apartamentos<br />

se ven un poco sospechosos<br />

con las cortinas a punto de caerse definitivamente<br />

y letreros de antiguas<br />

oficinas abandonadas, universidades<br />

“aprobadas” o “reprobadas”, toda<br />

clase de “institutos”, cines en ruina o<br />

“convertidos” en foro permanente de<br />

alguna iglesia cristiana. En fin, calles<br />

José Alejandro Restrepo. Atrio y Nave Central.<br />

Video- Instalación. Atrio. Fragmentos del video. 1996.<br />

de andenes por donde no ha pasado el urbanismo oficial y la iniciativa<br />

del ordenamiento urbano está a cargo de los dueños de los grandes o pequeños<br />

negocios. Y no me refiero a la <strong>ciudad</strong> segregada que muestra Rolf<br />

Abderhalden o Jaime Ávila. Me refiero a algunos lugares de Chapinero,<br />

Quinta Camacho o La soledad, satélites sólo un poco alejados del centro.<br />

Los “oficios varios” no convierten las calles necesariamente en “zonas<br />

rojas”, por lo menos de día, ya que hay que recordar que en Bogotá, la<br />

misma calle, cambia de “color” según la hora.<br />

Detengámonos en sus andenes. Algunos de ellos, los de La Soledad<br />

por ejemplo, han conservado, como una especie de reliquia, los<br />

mismos huecos y grietas, por años. Pero a veces sobre esos restos del<br />

pasado, aparecen unas materas cuadradas de cemento y en ellas crece<br />

una mata frondosa para ocultar una puerta siempre abierta que deja ver<br />

un pasadizo. En algunos se insinúan mosaicos de baldosas y <strong>espejo</strong>s. Al<br />

ras de suelo no se necesitan demasiados rodeos de los caminantes; sólo<br />

decidirse a entrar. La primera parte de Atrio y Nave Central entonces, es a<br />

ras de suelo. La obra empieza en una callecita perdida “el lugar invisible<br />

donde viven los practicantes urbanos” (Ibid: 263).<br />

A pesar de tratarse de moteles de carretera, que son muy diferentes<br />

a estos, porque, como alguien me dijo, están diseñados para esconderse<br />

por meses, cambiar de identidad o planear un asesinato, sin embargo,<br />

Sam Shepard “suelta” algunas impresiones claves en sus crónicas.<br />

“Encontró un motel que se anunciaba: “suave como el terciopelo:<br />

Habitaciones de lujo.” Pensó que tenía merecido el terciopelo. Lo que<br />

más ansiaba era ese terciopelo precisamente el tacto del terciopelo.<br />

Ese terciopelo podía ser un refugio después de tanta carretera”.<br />

“Sabía que ella podía oírme”. “Sus ojos estaban recogidos muy<br />

hacia dentro, como si ya no quisiera volver a ver nada que se<br />

pareciese a la vida real” (Shepard, 1984: 33,44,50).<br />

c i u d a d e s p e j o 87

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