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Viaje a la Alcarria - Portal Académico del CCH

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cuando pueden, y <strong>la</strong>boran<br />

sus cuatro palmos de tierra.<br />

Nunca, si llegan a un sitio,<br />

preguntan a dónde llegan.<br />

Cuando caminan, cabalgan<br />

a lomos de mu<strong>la</strong> vieja,<br />

y no conocen <strong>la</strong> prisa<br />

ni aun en los días de fiesta.<br />

Donde hay vino, beben vino;<br />

donde no hay vino, agua fresca.<br />

Son buenas gentes que viven,<br />

<strong>la</strong>boran, pasan y sueñan,<br />

y en un día como tantos<br />

descansan bajo <strong>la</strong> tierra.<br />

A <strong>la</strong>s verjas <strong>del</strong> Jardín Botánico, el viajero siente —a veces le pasa— un<br />

repentino escalofrío. Enciende un pitillo y procura alejar de su cabeza los<br />

malos pensamientos. Dos tranviarios pasan con <strong>la</strong>s manos en los bolsillos,<br />

<strong>la</strong> colil<strong>la</strong> entre los <strong>la</strong>bios, sin decir ni pa<strong>la</strong>bra. Un niño harapiento hoza con<br />

un palito en un montón de basura. Al paso <strong>del</strong> viajero levanta <strong>la</strong> frente y se<br />

echa a un <strong>la</strong>do, como disimu<strong>la</strong>ndo. El niño ignora que <strong>la</strong>s apariencias<br />

engañan, que debajo de una ma<strong>la</strong> capa puede esconderse un buen bebedor;<br />

que en el pecho <strong>del</strong> viajero, de extraño, quizá temeroso aspecto, encontraría<br />

un corazón de par en par abierto, como <strong>la</strong>s puertas <strong>del</strong> campo. El niño, que<br />

mira receloso como un perro castigado, tampoco sabe hasta qué punto el<br />

viajero siente una ternura infinita hacia los niños abandonados, hacia los<br />

niños nómadas que, rompiendo ya el día, hurgan con un palito en los<br />

frescos, en los tibios, en los aromáticos montones de basura.<br />

Camino <strong>del</strong> matadero pasan unas ovejas calvas, mugrientas, que llevan<br />

una B pintada en rojo sobre el lomo. Los dos hombres que <strong>la</strong>s conducen les<br />

pegan bastonazos, de cuando en cuando, por entretenerse quizás, mientras<br />

el<strong>la</strong>s, con un gesto en <strong>la</strong> mirada entre ruin y estúpido, se obstinan en <strong>la</strong>mer,<br />

de pasada, el sucio, estéril asfalto.<br />

Cae por <strong>la</strong> cuesta de Moyano un alegre carrito de hortalizas. Los puestos<br />

de libros de <strong>la</strong>nce guardan, herméticamente, su botín inmenso de vanas<br />

ilusiones que fracasaron, ¡ay!, sin que nadie se enterase.<br />

En <strong>la</strong> bajada de <strong>la</strong> estación, algunas mujeres ofrecen al viajero tabaco,<br />

plátanos, bocadillos de tortil<strong>la</strong>. Se ven soldados con su maleta de madera al<br />

hombro y campesinos de sombrero flexible que vuelven a su lugar. En los<br />

jardines, entre el alborotar de miles de gorriones, se escucha el silbo de un<br />

mirlo. En el patio está formada <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga, lenta co<strong>la</strong> de los billetes. Una familia<br />

duerme sobre un banco de hierro, debajo de un letrero que advierte:<br />

Cuidado con los rateros. Desde <strong>la</strong>s paredes saludan al viajero los anuncios<br />

de los productos de hace treinta y cinco años, de los remedios que ya no<br />

existen, de los emp<strong>la</strong>stos porosos, los calzoncillos contra catarros, los<br />

inefables, automáticos modos de combatir <strong>la</strong> calvicie.<br />

El viajero, al pasar al andén, nota como un ahogo. Los trenes duermen,<br />

en silencio, sobre <strong>la</strong>s negras vías, mientras <strong>la</strong> gente camina sin hab<strong>la</strong>r, como<br />

sobrecogida, a hacerse un sitio a gusto entre <strong>la</strong>s fi<strong>la</strong>s de vagones. Unas<br />

débiles bombil<strong>la</strong>s mal iluminan <strong>la</strong> escena. El viajero, mientras busca su<br />

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