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ROLAND BAINTON - LUTERO - Escritura y Verdad

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los santos y terminó dudando, con una duda no muy seria o persistente por el momento, pero<br />

suficiente para destruir su seguridad.<br />

El fracaso de la confesión<br />

Trató de explorar al mismo tiempo otros caminos, y el catolicismo tenía, por cierto,<br />

muchos más que ofrecer. Nunca se hacía descansar la salvación solamente, ni siquiera<br />

principalmente, en las realizaciones humanas. Todo el sistema sacramental de la Iglesia estaba<br />

destinado a servir de mediador del hombre para alcanzar la ayuda y el favor de Dios.<br />

Especialmente el sacramento de la penitencia ofrecía solaz, no a los santos, sino a los pecadores.<br />

Lo único que se les exigía era que confesaran todos sus pecados y buscaran la absolución. Lutero<br />

trataba incesantemente de valerse de esta señalada merced. Sin la confesión, declaraba luego, el<br />

Demonio lo hubiera devorado largo tiempo atrás. Se confesaba con frecuencia, a menudo<br />

diariamente, y hasta durante seis horas seguidas en una sola oportunidad. A fin de ser absuelto<br />

había que confesar todos los pecados. Por lo tanto, el alma debía ser examinada y estudiada, la<br />

memoria escudriñada y los motivos Hondeados. Como una ayuda para ello, el penitente repasa<br />

los siete pecados capitales y los Diez Mandamientos, Lutero repetía su confesión, y para estar<br />

seguro de incluir todo, revisaba toda su vida, hasta que el confesor se cansaba y exclamaba:<br />

"Hombre, Dios no está encolerizado contigo. Tú estás enojado con Dios. ¿No sabes que Dios te<br />

manda tener esperanza?"<br />

Esta asidua confesión conseguía por cierto liquidar todas las trasgresiones mayores. Los<br />

restos de culpas con que Lutero continuaba cargando le parecían a Staupitz solamente escrúpulos<br />

de un alma enferma. "Mira —le decía—, si esperas que Cristo te perdone, ven con algo que<br />

perdonar —parricidio, blasfemia, adulterio— en vez de todos esos pecadillos."<br />

Pero el problema de Lutero no era si sus pecados eran grandes o pequeños, sino si habían<br />

sido confesados todos. La gran dificultad con que tropezaba era estar seguro de haber recordado<br />

todo. Conocía por experiencia la astucia de la memoria para proteger el yo, y se aterrorizaba<br />

cuando después de pasarse seis horas confesándose todavía podía salir y recordar algo que había<br />

eludido «u más concienzudo escrutinio. Aun más desconcertante era el descubrimiento de que<br />

algunos de los delitos del hombre ni siquiera son reconocidos por él, y menos aun recordados.<br />

Los pecadores a menudo pecan sin compunción. Adán y Eva, después de gustar la fruta del árbol<br />

prohibido, se fueron alegremente a dar un paseo en el fresco del día; y Jonas, después de huir de<br />

la orden que le diera el Señor, se durmió profundamente en la cala del barco. Solamente cuando<br />

uno se enfrenta con un acusador existe una cierta conciencia de culpa. Con frecuencia también,<br />

cuando se le reprocha su culpa al hombre, éste se justifica como Adán, que replicó a Dios: "La<br />

mujer que Tú me diste para que me hiciera compañía me tentó: Tú me la diste; luego Tú tienes la<br />

culpa."<br />

Existe en el hombre, según Lutero, algo mucho más drásticamente malo que cualquier<br />

lista particular de ofensas que puedan ser enumeradas, confesadas y perdonadas. La naturaleza<br />

misma del hombre es corrompida. El sistema de la penitencia fracasa porque se ocupa de errores<br />

particulares. Lutero había llegado a percibir que el hombre entero está necesitado de perdón. En<br />

el transcurso de este examen se había sumido en un estado de perturbación emocional tal, que<br />

pasaba los límites de la objetividad, y cuando su confesor le dijo que estaba magnificando sus<br />

culpas, Lutero sólo pudo concluir que el consultor no comprendía el caso y que ninguna de las<br />

consolaciones que se le brindaban le servía de nada.<br />

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