ROLAND BAINTON - LUTERO - Escritura y Verdad
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El hogar y la Escuela.<br />
El voto requiere una interpretación, porque aun en este primer punto de la carrera de<br />
Lutero divergen los juicios. Los que deploran su subsiguiente repudio del voto explican su<br />
defección diciendo que nunca debió haberlo hecho. Si hubiera sido un verdadero monje, dicen,<br />
nunca hubiera abandonado los hábitos. Su crítica al monasticismo se la hace volver sobre él<br />
mismo, pintándolo como un monje sin vocación, y se interpreta su voto, no como resultado de<br />
una genuina vocación, sino más bien como la solución de un conflicto interno, un escape de su<br />
inadaptación en el hogar y en la escuela.<br />
A favor de esta explicación se aducen ciertas evidencias aisladas. Pero éstas no son muy<br />
de confiar debido a que son tomadas de conversaciones de un Lulero de más edad, tal como las<br />
registraron, a menudo inexactamente, sus alumnos; y aun en el caso de ser genuinas, no pueden<br />
ser aceptadas como de valor absoluto porque el Lutero protestante no se hallaba ya en<br />
condiciones de recordar objetivamente los motivos de su período católico. En realidad, hay una<br />
sola referencia que podría permitirnos relacionar la toma de los hábitos con el resentimiento<br />
contra la disciplina paterna. Se dice que Lutero ha contado: "Mi madre me azotó, por haber<br />
robado una nuez, hasta que me salió sangre,<br />
Esa disciplina tan estricta me llevó al monasterio, aunque ella pensara que lo hacía por mi<br />
bien. Esto es reforzado con otras dos referencias: "Mi padre me zurró una vez en tal forma, que<br />
me escapé y estuve furioso con él, hasta el punto que le costó mucho hacerme volver." "[En la<br />
escuela] me azotaron en una sola mañana quince veces por una nada: se me pidió que declinara y<br />
conjugara y yo no había aprendido mi lección.<br />
No cabe duda de que en esos días se trataba muy rudamente a los jóvenes, y bien puede<br />
ser que Lutero haya dicho estas cosas a fin de abogar por un tratamiento más humano; pero no<br />
hay indicios de que esa severidad produjera algo más que una ráfaga de resentimiento. Lutero era<br />
muy estimado en su casa. Sus padres le consideraban un muchacho de brillantes dotes que se<br />
convertiría en un jurista, haría un casamiento próspero y los sostendría en su vejez. Cuando<br />
Lutero obtuvo su título de Maestro en Artes, su padre le regaló un ejemplar del Corpus Juris y<br />
dejó de tutearlo familiarmente para tratarlo cortésmente de usted. Lutero siempre mostró una<br />
extraordinaria devoción por su padre y se sintió grandemente apenado y perturbado por la<br />
desaprobación paterna de su entrada al convento. Cuando su padre murió, Lutero estuvo<br />
demasiado trastornado para trabajar durante varios días. El afecto hacia la madre parece haber<br />
sido menos marcado; pero aun con respecto a los castigos corporales dice que eran bien intencionados,<br />
y recordaba afectuosamente una pequeña cantinela que solía cantar:<br />
Si ni tú ni yo gustamos a las gentes, La falta es nuestra, seguramente.<br />
Por cierto que las escuelas tampoco eran suaves, pero tampoco eran brutales. Su objeto<br />
era impartir un conocimiento hablado de la lengua latina. Los niños no lamentaban esto, pues el<br />
latín era útil: era el lenguaje de la Iglesia, de la ley, de la diplomacia, de las relaciones<br />
internacionales, de los eruditos, de los viajes. La enseñanza se llevaba a cabo mediante ejercicios<br />
puntualizados con la vara. Un escolar, llamado lupus, o lobo, era designado para espiar a los otros<br />
e informar cada vez que hablaban alemán. El escolar más atrasado de la clase recibía cada tarde<br />
una máscara de burro, y entonces se le llamaba el asinus, debiendo usarla hasta que cogiera a otro<br />
hablando alemán. Se acumulaban las faltas y se las expiaba con la varilla al final de la semana.<br />
De este modo, se podían recibir quince azotes en un solo día.<br />
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