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Cuaderno Adviento 2002 - Franciscanos Conventuales de España

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Lunes 23<br />

Colgados <strong>de</strong> Dios Confía en tu misterio<br />

Reflexión<br />

Dicen que la gente <strong>de</strong> hoy somos <strong>de</strong><br />

“resistencia frágil”... ¿y quién es capaz <strong>de</strong> estar<br />

por sí solo siempre en pie, sin que le tambalee<br />

la vida?... “ yo te saqué <strong>de</strong> andar tras las ovejas...<br />

estaré contigo... te pondré en paz con todos<br />

tus enemigos... tu casa y tu trono durarán por<br />

siempre”... David ante el profeta Natán tiene<br />

que reconocer que todo lo ha recibido, que<br />

él no es más que los <strong>de</strong>más y lo que se le ha<br />

dado no es para él es para su pueblo. Nuestro<br />

futuro pasa por la suerte <strong>de</strong> nuestros hermanos<br />

y por ellos y para ellos nos compromete Dios,<br />

como a David. La vida está colgada <strong>de</strong> Dios, si<br />

no tenemos certeza <strong>de</strong> que alguien, fielmente<br />

nos sostiene, estamos perdidos; si sólo<br />

somos fieles a nosotros mismos terminamos<br />

<strong>de</strong>sorientándonos... ¿podremos seguir dando<br />

cara a la vida sin una roca firma a la que po<strong>de</strong>r<br />

asirnos?... el sí <strong>de</strong> Dios a David, a Israel, a la<br />

humanidad se concentra en el anuncio <strong>de</strong>l<br />

ángel a María, Él es la roca que sostiene el<br />

camino <strong>de</strong> la historia, <strong>de</strong> nuestro hoy.<br />

Comunidad que facilitas nuestras<br />

relaciones no nos escondas nunca que tú eres<br />

tan sólo una plataforma amable <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la que<br />

po<strong>de</strong>mos abrirnos a Aquel que irrumpe con<br />

su libertad en nuestras vidas y en la historia,<br />

Aquel que dialogando con nosotros, como con<br />

María es capaz <strong>de</strong> hacer nuevas todas las cosas<br />

no obstante nuestra fragilidad y nuestros<br />

miedos.<br />

Joaquín Agesta<br />

Martes 24<br />

Había una vez un árbol. Fue allá en los tiempos viejos, y en tierras <strong>de</strong>l Líbano. En la<br />

la<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> un cerro que miraba al lejano mar, crecía un arbolito junto con muchos otros. Todos<br />

los árboles eran diferentes y tenían sueños diferentes.<br />

El pequeño árbol se quedaba por las noches mirando al cielo estrellado, y soñaba. Se imaginaba que<br />

cada estrella era simplemente una <strong>de</strong> las joyas <strong>de</strong>l tesoro <strong>de</strong>l Gran Rey. Y quería llegar a dar su ma<strong>de</strong>ra,<br />

cuando fuera gran<strong>de</strong>, para que el rey hiciera con ella un cofre. Quería llegar a ser una hermosa arca don<strong>de</strong><br />

el rey pudiera guardar lo mejor que tuviera entre todos sus tesoros. Porque todos, hasta los árboles más<br />

pequeños, sabían que el Gran Rey estaba por venir. Y cada uno quería prepararse con lo mejor <strong>de</strong> sí mismo<br />

para colaborar en su gran empresa. Fue creciendo y se fue haciendo un árbol gran<strong>de</strong> y fuerte, soñando<br />

siempre con ser importante y útil para el Gran Rey cuando éste viniera.<br />

Un buen día los leñadores subieron las la<strong>de</strong>ras, y tras talar los árboles, bajaron sus troncos hasta el mar,<br />

a fin <strong>de</strong> llevarlos hacia el sur, para acabar en el gran mercado <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ras <strong>de</strong> Jerusalén.<br />

Una vez allí el árbol fue comprado por un campesino <strong>de</strong>l sur, a quien ni se le pasó por la mente el<br />

hacer un cofre con aquella ma<strong>de</strong>ra. Sus únicos tesoros eran los animales, que por la noche necesitaban<br />

refugiarse en un viejo establo. Y para ellos construyó un come<strong>de</strong>ro. Lo mejor <strong>de</strong> aquel árbol soñador terminó<br />

siendo <strong>de</strong>stinado a un pesebre para guardar el pasto que comían los animales.<br />

Ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> todo lo que suele haber en un establo, el pobre arbolito convertido en algo tan distinto<br />

<strong>de</strong>l cofre que había imaginado llegar a ser, pensaba que la triste realidad convertía en ironía lo mejor <strong>de</strong> sus<br />

sueños. El Gran Rey no había llegado. Y el día que eso sucediera, él ya no tendría nada para darle. El <strong>de</strong>stino<br />

lo había llevado a ser todo lo contrario <strong>de</strong> un cofre. Ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> sucieda<strong>de</strong>s, y lleno <strong>de</strong> paja, pensaba que ni<br />

siquiera era digno <strong>de</strong> presentarse ante el Gran Rey a fin <strong>de</strong> ofrecerse para ningún otro menester.<br />

En estos tristes pensamientos ocupaba las largas noches <strong>de</strong> invierno, oscuras y frías, mientras los<br />

animales se refugiaban en el establo. Y en una <strong>de</strong> esas tantas noches, sucedió lo extraordinario. Oscurecía ya.<br />

Una joven mujer embarazada, acompañada por su esposo, entró en el establo buscando un refugio don<strong>de</strong><br />

pasar esa noche. Parecía que el parto era inminente. Y así fue. En medio <strong>de</strong> la noche, se escuchó un llanto. Y<br />

el pequeño recién nacido, envuelto en pañales, fue puesto por su madre en el pesebre lleno <strong>de</strong> paja.<br />

Entonces se produjo el milagro. La noche mala se volvió Noche Buena. El establo se pobló <strong>de</strong> ángeles,<br />

<strong>de</strong> luz y <strong>de</strong> cantos. Acudieron los pastores diciendo maravillas <strong>de</strong> aquel pequeño en el cual reconocían al<br />

Salvador.<br />

En cada fibra <strong>de</strong> su ma<strong>de</strong>ra, el antiguo arbolito reconoció el cumplimiento <strong>de</strong> su viejo sueño.<br />

Realmente esa noche se había cumplido su mayor anhelo: ser cofre para el tesoro <strong>de</strong>l Gran Rey.<br />

No sabemos <strong>de</strong> su historia posterior. Quizás simplemente continuó en su misión <strong>de</strong> servir a los<br />

animales. Pero en cada Navidad su sueño se multiplica hasta el infinito, y vuelve a acunar en su interior al<br />

Niño Dios.<br />

Texto original <strong>de</strong> Mamerto Menapace. Adaptación <strong>de</strong> Óscar Alonso

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