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El país bajo mi piel - Txalaparta.com

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–Vamos a tomar un café a la cafetería La India. No te preocupés<br />

de que te vean con<strong>mi</strong>go allí. Sólo artistas frecuentan<br />

ese lugar. Pintores. Poetas. Mis a<strong>mi</strong>gos. Vamos. Quiero que<br />

conozcás gente diferente, la gente que vale la pena en este<br />

<strong>país</strong>.<br />

Me atreví. Con tomar café no ofendía a nadie, pensé. Sus<br />

cantos de sirena me resultaron irresistibles. Mucho más irresistibles<br />

aún cuando, efectivamente, en la cafetería La India,<br />

un cafetín sin pretensiones, siempre lleno de gente y<br />

humo, y en otros lugares –rústicas galerías de arte, adonde<br />

me llevó en las idas y venidas a visitar clientes– conocí a<br />

pintores, escritores y otros personajes y me asomé a otra dimensión.<br />

Sencillos, bulliciosos, pobres la mayoría, formaban<br />

una <strong>com</strong>unidad donde prestarse libros, materiales,<br />

dinero. Leían y dicutían con avidez sobre los aconteci<strong>mi</strong>entos<br />

mundiales; la guerra de Vietnam, el arte pop, la liberación<br />

sexual, la responsabilidad de los intelectuales, la rebelión<br />

del 68. Nombres <strong>com</strong>o Sartre, Camus, Noam Chomsky, Marx,<br />

Giap poblaban sus conversaciones, igual que la literatura<br />

del boom, las Cartas a Theo de Van Gogh , Los Cantos del Maldoror<br />

del Conde de Lautremont, los hai-ku japoneses, Carlos<br />

Martínez Rivas, poeta sagrado de la literatura nicaragüense.<br />

También se emborrachaban, fumaban marihuana, alucinaban<br />

con ácido, se enamoraban y contaban sus cuitas y sus<br />

euforias. Eran hippies llenos de vitalidad, de curiosidad.<br />

Habitaban un espacio al que el Poeta me introdujo y donde<br />

me sentí <strong>com</strong>o Alicia en el País de las Maravillas. Yo no fumaba,<br />

no me atrevía a probar drogas, ni me gustaba el licor,<br />

pero a ellos no les importaba. Yo era su audiencia y los oía<br />

con ad<strong>mi</strong>ración.<br />

–¿No has leído a Carlos Martínez? ¿Y a Cortázar, y a García<br />

Márquez? Qué barbaridad. Te quedaste en Shakespeare<br />

y Lope de Vega. Lee, lee –me decía el Poeta y me prestaba<br />

libros. Me a<strong>com</strong>pañaba a <strong>com</strong>prarlos a una pequeña librería<br />

abigarrada donde nos topábamos con otros poetas.<br />

–Mirá, allá está Carlitos Alemán Ocampo. Vamos a saludarlo.<br />

Dos <strong>mi</strong>nutos después yo también era a<strong>mi</strong>ga de Carlitos,<br />

escritor, hombre menudo con sonrisa de niño y obsesión por<br />

la filología.<br />

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