Una nueva oportunidad (mamá chica) - Escritores Teocráticos.net
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© 2003<br />
Un cuento He’ Mem<br />
<strong>Una</strong> <strong>nueva</strong> <strong>oportunidad</strong> (Mamá <strong>chica</strong>)<br />
Segunda edición<br />
Mayo 2010<br />
Publicado por:<br />
<strong>Escritores</strong> <strong>Teocráticos</strong> Ediciones<br />
www.escritoresteocraticos.<strong>net</strong><br />
Autorización:<br />
ESTÁ PERMITIDA la producción y difusión total o parcial de este cuento, su tratamiento informático, la<br />
transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro<br />
u otros métodos.<br />
ESTÁ PROHIBIDA la comercialización de este cuento, o el cobro de dinero para recuperación de gastos de<br />
producción. Su distribución sólo se autoriza de forma gratuita.<br />
hemem@escritoresteocraticos.<strong>net</strong>
3<br />
Cuento<br />
"UNA NUEVA OPORTUNIDAD (Mamá <strong>chica</strong>)"<br />
Doña Angélica, se pasea nerviosa por la habitación. Su figura delgada y de porte digno, deja ver su<br />
origen de familia culta y acomodada. De vez en cuando, atisba por la ventana impaciente. Recoge su<br />
cabello rubio, con una cinta, amarrándolo por detrás, en una 'cola de caballo'. Por tercera vez entra en el<br />
dormitorio de su hija, Camila. La muchachita oculta su rostro entre sus manos. Levanta la vista al sentir<br />
que su <strong>mamá</strong> ha entrado en la habitación. Sus ojos rojos e inflamados denotan que ha estado llorando<br />
por largo rato.<br />
–– ¿Llegó mi papá? –pregunta con voz entrecortada.<br />
–– No. No ha llegado –responde su <strong>mamá</strong>, sentándose a su lado, sin atreverse a tocarla.<br />
Doña Angélica observa a su hija con una mirada indefinida. Mezcla de amargura, pena y frustración.<br />
Se la queda mirando impávida, sin saber qué mas decir, o qué hacer. Ya ha derramado suficientes<br />
lágrimas, en estas últimas noches. Ya no tiene nada más que decir a Camila. Ella, precursora regular, y su<br />
esposo don Gerardo, uno de los ancianos de su congregación, ya le han dicho de todo. Primero fue<br />
estupor y espanto. Luego acusaciones mutuas y vergüenza. Sus ojos están secos de tanto llorar. Solo la<br />
observa.<br />
–– ¿Tienes hambre? ¿Quieres que te prepare algo?<br />
–– No, <strong>mamá</strong>. No tengo hambre. Siento nauseas.<br />
–– Es por tu estado.<br />
–– ¿Se sienten nauseas?<br />
–– Por supuesto. Yo las sentí cuando esperaba a tu hermano.<br />
–– ¿Y cuando me esperaba a mí?<br />
–– No. Contigo fue distinto. Me vine a dar cuenta que estaba embarazada de ti como a los tres meses.<br />
–– Mamá...
4<br />
La muchachita se arrima a su madre, con mirada suplicante, deseando una caricia, o una pequeña<br />
muestra de comprensión. Hasta ahora solo ha recibido la fría mirada de doña Angélica, quien ha logrado<br />
mantener, hasta ahora, su entereza delante de su hija.<br />
–– Mamá...<br />
–– ¿Sí? –responde impávida.<br />
–– ¿Por que me odia? –pregunta con sus ojos vidriados.<br />
–– No te odio, hija. Solo estoy muy dolida contigo.<br />
–– Es que necesito que me abrace y no... –su voz se quiebra.<br />
La mujer se acerca a la joven, poniendo la cabeza de ella en su regazo, mientras le acaricia el<br />
cabello, sin decir palabra. Lentamente desliza la cinta que amarra el pelo de su hija, retirándola<br />
suavemente. El cabello suave y fino de la muchacha, se suelta rápidamente, cubriéndole el rostro. Doña<br />
Angélica recoge el rubio cabello entre sus manos y con ademanes que denotan una gran ternura, vuelve a<br />
atar la cinta. <strong>Una</strong> incipiente lágrima comienza a deslizarse por la mejilla de la mujer.<br />
— Mamá...<br />
— ¿Sí?<br />
— Yo no quería... no quería que pasara esto...<br />
— Nadie lo quería, hija. Pero pasó...<br />
— ¿Qué va a hacer de mi papá? ¿Va a perder su privilegio por mi culpa, como dijo?<br />
— No lo sé, hija. Eso lo sabremos cuando regrese de la reunión que tiene con los demás ancianos de<br />
la congregación.<br />
— ¿Me va a pegar?...<br />
— No, Camila. Cómo se te ocurre –responde la mujer, cerrando los ojos–. A los hijos se les disciplina<br />
según el consejo de Jehová. Y a ti ya se te disciplinó en el comité judicial. Además lo fuiste cuando se leyó<br />
la censura pública en la congregación. No fue fácil para ninguno de nosotros. De algún modo Jehová nos<br />
disciplinó a todos.<br />
— Pero a ti no se te quitó el privilegio de precursora...
5<br />
— Es que los ancianos estimaron que no había responsabilidad de mi parte. Sin embargo siento que<br />
todos tenemos parte de culpa, hija.<br />
— Pero ¿y mi Papá...?<br />
— Bueno, no lo sé, hija. Pero él se responsabilizó por ti cuando te dio permiso para quedarte fuera de<br />
casa a pesar de que yo no estuve de acuerdo.<br />
— ¿Por qué no te hice caso, <strong>mamá</strong>? –dice, retirándose del regazo de su madre–. Me habría ahorrado<br />
tanta angustia. Fui una tonta.<br />
— Eso ya lo hemos conversado, hija. El hecho de que ese muchacho estuviera estudiando la Biblia y<br />
asistiendo a las reuniones, no era garantía de que amara a Jehová y que apreciara sus elevadas normas<br />
de moralidad.<br />
— Pero él se veía tan responsable, tan amable y atento conmigo <strong>mamá</strong>...<br />
— ¿Tan honorable...?<br />
Camila calla avergonzada. Sabe lo que su madre quiere decir. ―Honorable‖, ―el más honorable de toda la<br />
casa de su padre‖. Ese calificativo se le aplica en la Biblia a Siquem, hijo de Amor el heveo, quién violó a<br />
Dina, la hija de Jacob quien ―solía salir para ver a las hijas del país‖. Seguramente a Dina también se le<br />
había advertido de la imprudencia de frecuentar amistades que no amaban a Jehová. Los resultados<br />
finalmente fueron desastrosos, tan desastrosos como los de Camila.<br />
Cándidamente había pedido permiso a su padre para asistir a la casa de Miguel, el estudio del<br />
hermano Juvenal, precursor regular. ―Su hermano llega de España y la familia le va a hacer una<br />
bienvenida‖. Recuerda que sus padres ya le habían advertido de no frecuentar al joven. Pero como iba a<br />
asistir el hermano Juvenal, finalmente su padre había accedido sin el consentimiento de su madre.<br />
Siempre se sintió regalona de su padre. Difícilmente don Gerardo le negaba algo. ―La quiere tanto que la<br />
tiene malcriada‖ se quejaba doña Angélica, medio en serio medio en broma. Por ello se siente tan<br />
culpable de que su padre esté arriesgando su privilegio por su causa. Sin embargo su madre siempre fue<br />
más perspicaz y más estricta con ella. ―Te veo muy encandilada con ese joven, Camila. Y solo tienes<br />
dieciséis años, hija.‖ ―Ese joven aún no es testigo, mi amor. No sabes sus intenciones‖ ―Recuerda que el<br />
corazón es traicionero, hijita.‖ ―No veo que sea prudente acompañar siempre al hermano juvenal a hacerle
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estudio al joven‖. ―¿No te parece extraño que el joven insista tanto en que acompañes a Juvenal?‖. Las<br />
recomendaciones de su madre parecen golpear su angustiado corazón, pero demasiado tarde para ella.<br />
Esa noche, en la bienvenida del hermano de Miguel, estaba toda su familia. Parecían tan simpáticos.<br />
―Es como si fueran testigos, papá‖, había dicho a su padre por teléfono. ―Su <strong>mamá</strong> dice si me das permiso<br />
a quedarme un rato más, porque el hermano Juvenal tiene que irse a conducir otro estudio‖. ‖Ellos me<br />
irían a dejar en su auto después‖.<br />
Lo que pasó esa noche, en el cuarto de Miguel, mientras los demás estaban entretenidos festejando<br />
al recién llegado, la atormentó durante los siguientes dos meses. Su vergüenza y el terror de tener que<br />
contarlo a sus padres, la hizo ocultar el hecho. Pero cuando comenzó a sentir esos extraños mareos<br />
decidió hacerse una prueba de embarazo aconsejada por una compañera de colegio. El solo recordar lo<br />
que sintió cuando el examen dio positivo, la hace revivir el pánico que se apoderó de ella aquella vez. No<br />
lo podía creer. Sintió que Jehová la estaba señalando delante de todos. Recordó lo que Jehová le había<br />
dicho a David, cuando éste había ocultado su pecado con Bat-seba: ―Mientras que tú mismo obraste en<br />
secreto, yo, por mi parte haré esta cosa enfrente de todos y enfrente del sol‖. Su embarazo sería como un<br />
sol en la oscuridad. No pudo soportarlo. Su conciencia y su joven corazón la condenaban. Arrepentida en<br />
lo más profundo, confesó su pecado. Primero a sus padres, luego a los ancianos de su congregación. El<br />
que no la hayan expulsado, le parece una bondad demasiado inmerecida de parte de Jehová para ella. Se<br />
siente tan culpable, e indigna de estar en el pueblo limpio de Dios. Los ancianos fueron muy amorosos<br />
con ella, al ver su sincero arrepentimiento. Y los hermanos también se comportaron muy comprensivos<br />
con ella después que se anunciara su censura pública, a pesar que siente haberles traicionado a cada uno<br />
de ellos.<br />
— Mamá, ¿cuándo se me notará el embarazo?<br />
— Bueno hija, a partir del tercer mes ya se comienza a notar, pero eso es relativo. A mí se me<br />
evidenciaron como al cuarto mes. De modo que es posible que a ti también.<br />
En el marco de la puerta, Francisco, hermano menor de Camila, ha estado observando con curiosidad<br />
la escena. Al percatarse que su madre ha notado su presencia, se acerca a las dos mujeres.<br />
— ¿Estás hace mucho rato escuchando, hijo? –pregunta doña Angélica preocupada.
madre.<br />
7<br />
— ¿Porqué está llorando mi hermanita, <strong>mamá</strong>? –responde el pequeño, sin contestar la pregunta de su<br />
— Es que está muy triste –contesta doña Angélica, por decir algo.<br />
— ¿Porque mi papá le pegó?<br />
— No, hijo. Tu papá nunca le ha pegado a tu hermana.<br />
— A mí no me gustaría que mi papá le pegara a mi hermanita –dice tristemente el niño, mientras se<br />
acerca a su hermana, abrazándola por el talle.<br />
— A los padres tampoco nos gusta tener que hacerlo, hijo –responde doña Angélica, acariciando la<br />
cabeza del niño–. Pero a veces es necesario cuando los hijos no obedecen de otra manera.<br />
— Qué es estar embarazada, <strong>mamá</strong>? –pregunta sorpresivamente el niño.<br />
— ¿Dónde escuchaste eso, Panchito? –pregunta doña Angélica, sorprendida.<br />
— Yo la escuché a usted, cuando se lo dijo a mi hermanita.<br />
Doña Angélica y su hija cruzan miradas interrogativas. La mirada inteligente del niño, recuerda a doña<br />
Angélica, a su propio padre, de quién su hijo, al parecer, heredó esa agilidad mental con que parece<br />
entender las cosas, a diferencia de otros niños. Al menos así lo cree su padre, cuando regalonea con él.<br />
— Mamá, ¿cómo le vamos a explicar cuando me crezca la...? –dice en voz baja la joven, deteniendo su<br />
comentario, al notar que su hermanito abre sus ojos como si quisiera no perderse nada de los que ellas<br />
conversan...<br />
— Supongo que tendremos que explicarlo de todos modos –responde la mujer–. Después de todo lo<br />
que Francisco no entiende, lo inventa –dice sonriendo, dando un toque de humor a la tensa situación.<br />
— ¿Qué es lo que invento, <strong>mamá</strong>? –dice sonriendo el niño, sin entender mucho.<br />
— Nada, hijo. Nada –responde su <strong>mamá</strong>, acariciando su cabello, mientras su hermana sonríe por<br />
primera vez, desde que comenzó toda la tensión que se inició con su voluntaria confesión.<br />
— ¿Qué es lo que le va a crecer a la Camila, <strong>mamá</strong>? –dice Francisco, haciendo gala de su buen oído.<br />
— ¿Te das cuenta <strong>mamá</strong>? –exclama sonriente Camila–. El Panchito tiene antenas en vez de oídos.
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— Ay, este niño –responde doña Angélica, meneando cariñosamente la cabeza de su hijo, quien se ríe<br />
haciéndose el gracioso–. Es igual que mi papá... No se le escapa nada, ja, ja, ja. Al menos nos ha hecho<br />
reír un poco.<br />
— Ya, pu' <strong>mamá</strong>. ¿Qué le va a crecer a la Camila? –insiste el niño.<br />
— Mira Francisco, lo que te vamos a decir, es muy, muy delicado –dice doña Angélica, sentándose al<br />
lado de su hijo–. Es muy importante que no lo cuentes a nadie... ¿entiendes, hijo?.<br />
— ¿Ni siquiera al Juanito?<br />
— Ni siquiera al Juanito. Aunque sea tu mejor amiguito. Este es un secreto ¿De acuerdo?...<br />
El niño asiente con su cabeza, con sus ojos muy abiertos, y muy atento a lo que va a escuchar, como si<br />
intuyera algo muy grave.<br />
— Mamá... ¿Estás segura...? –pregunta preocupada Camila.<br />
—Hija, de todos modos se va a dar cuenta... Es mejor que lo sepa desde ahora, y sepa como<br />
comportarse en esta situación –responde la mujer. Luego se dirige al niño–: Mira hijo. Tu hermanita va a<br />
tener... un hijo de ella.<br />
dos.<br />
bebé.<br />
— ¿Un hijo? ¿Como una <strong>mamá</strong>? –interrumpe el niño, abriendo sus ojos sorprendido, y mirándolas a las<br />
— Sí, hijo. Como una <strong>mamá</strong>. Primero su barriguita va a crecer por un tiempo, y luego va a tener a un<br />
— Pero... pero ella es muy <strong>chica</strong>. ¿Las niñas también pueden ser <strong>mamá</strong>s? –pregunta, mientras mira de<br />
reojo el vientre de su hermana, para constatar si ya ha comenzado el "crecimiento".<br />
— Sí, hijo. Lamentablemente también pueden ser <strong>mamá</strong>s, aunque no es lo mejor para ellas, puesto<br />
que primero deberían hacerse adultas antes de casarse y tener hijos.<br />
— ¿<strong>Una</strong> <strong>mamá</strong>? ¿<strong>Una</strong> '<strong>mamá</strong> <strong>chica</strong>'? –pregunta el niño, aún sin poder entender mucho.<br />
La muchacha baja la vista, avergonzada, mientras su <strong>mamá</strong> habla con su hermanito. Sus ojos<br />
<strong>nueva</strong>mente lucen vidriosos.<br />
— ¿Y va a ser hermanito mío? –continúa el niño–. ¿Voy a poder jugar con él, <strong>mamá</strong>?
9<br />
El repentino entusiasmo de Francisco, deja ver que aún es niño. Le da gusto tener un hermanito con<br />
quien jugar. Es todo lo que el problema significa para él. Doña Angélica siente una desazón, mezcla de la<br />
pena que le provoca la situación a la que se tendrá que enfrentar su hija y la inocencia infantil de su hijo.<br />
— ¿Será mi hermanito, <strong>mamá</strong>?...<br />
— No, hijo. No será tu hermanito –responde doña Angélica–. Será tu sobrino. Pero será como si fuera<br />
tu hermanito. Deberás cuidarlo y quererlo mucho.<br />
— Panchito, ¿podrías ir a tu pieza a ver "monitos" en la televisión? –pregunta doña Angélica a su hijo–<br />
. Quiero conversar algo con tu hermanita.<br />
— Puchas, yo quería escuchar –protesta taimado, el niño.<br />
— Ya escuchó todo lo que tenía que enterarse, hijo. Ahora déjenos con su hermana. Y cierre la puerta<br />
de su dormitorio.<br />
— Sí, <strong>mamá</strong>. –El niño obedece, no de muy buenas ganas, cerrando la puerta de su habitación.<br />
— Quería preguntarte, hija... ¿Qué dijo el muchacho que te... embarazó cuando le contaste.<br />
— Me decepcionó tanto <strong>mamá</strong> –responde la muchacha, con tristeza–. Yo estaba enamorada de él.<br />
Todavía lo quiero, pero se portó tan... –su voz se quiebra.<br />
— ¿Qué te dijo?...<br />
— Dijo que yo solo lo quería perjudicar. Que él no tenía pensado casarse, que primero tenía que salir<br />
de la escuela. Yo jamás le insinué que quería casarme con él. Me sentí tan mal... Usted sabe que yo<br />
nunca he tenido novios...<br />
— ¡Infame! –exclama doña Angélica, abrazando a su hija–. Nadie le iba a exigir que se casara<br />
contigo, pero su reacción muestra la clase de muchacho que es... ¿Y tú qué piensas ahora de él?<br />
— No quiero saber nada de él, <strong>mamá</strong>. Pero tampoco puedo dejar de pensar en él. ¿Qué voy a hacer,<br />
mamita?<br />
— Es que todavía te sientes enamorada, hija –responde su madre, con un dejo de ternura en la voz–.<br />
Pero ya te repondrás con la ayuda de Jehová. El tiempo lo cura todo. Quién hay que sepa si este<br />
muchacho recapacita con el tiempo, o el ver a su hijo lo haga madurar. Además si con el tiempo dejas de
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pensar en él, significará que en realidad no estabas enamorada, y que solo se trataba de un<br />
encaprichamiento pasajero.<br />
— ¿Usted cree...?<br />
— Estoy convencida de ello. Por lo pronto, creo que esta dolorosa experiencia nos ha enseñado a<br />
todos. Que es mejor escuchar el consejo de Jehová y esperar a que estés más madura para fijarte en otro<br />
joven. Y de entre los jóvenes de la organización. Así, al ser mayor de edad podrás elegir con sabiduría y<br />
experiencia, y será más difícil que te equivoques ¿No crees?<br />
— Tiene razón, <strong>mamá</strong> –responde la muchacha, abrazando tiernamente a su madre.<br />
El sonido del motor del automóvil de don Gerardo, hace que doña Angélica de ponga de pié.<br />
Camila no puede evitar agitarse nerviosa. Doña Angélica sale a abrir la puerta.<br />
Después de entrar el vehículo y cerrar la reja, don Gerardo entra a la casa...<br />
— Hola, cariño.<br />
— Hola, Gerardo. ¿Cómo te fue con los ancianos?<br />
El saludo tranquilo y amable de su esposo, llama la atención a doña Angélica. Esperaba encontrarlo<br />
angustiado. Después de todo desde que Camila les comunicó su situación, apenas ha dirigido palabra,<br />
por considerarse responsable, al permitir que su hija se expusiera de ese modo.<br />
— No muy bien –responde–. Te contaré adentro.<br />
Después de colgar su abrigo y pasar al baño, se dirige al despacho personal, invitando a su esposa a<br />
pasar. Doña Angélica no puede evitar sentirse nerviosa. Nunca le ha sido fácil a su marido separar su<br />
papel de esposo y padre de familia, de sus responsabilidades en la congregación. Doña Angélica solo se<br />
limita a observar a su esposo que se pasea con una mano en la barbilla y la otra a su espalda. Pareciera<br />
que estuviera buscando las exactas palabras que comunicar a su esposa.. Ella espera con paciencia.<br />
— El comité consideró que yo falté seriamente a mi responsabilidad de padre, de modo que<br />
removieron mis privilegios.<br />
Doña Angélica se incorpora con sus ojos vidriosos del sillón. Se dirige emocionada donde su esposo.<br />
Instintivamente lo rodea con sus brazos, poniendo su cabeza en el hombro de su marido.
11<br />
— De todos modos los hermanos fueron muy bondadosos al comunicármelo. Me reiteraron su amor<br />
cristiano y su amistad. Dijeron que a cualquiera que sea padre se le haría fácil entender cómo uno puede<br />
llegar a confundir el amor de padre y la falta de previsión y cuidado de nuestros hijos. Citaron el caso del<br />
sacerdote Elí, quien llegó al extremo de excusar la maldad de sus hijos en el templo de Jehová. Pero que<br />
yo estaba muy lejos de llegar a ese punto. Sin embargo me recomendaron que hiciera parte de mi estudio<br />
personal, el investigar acerca del significado de criar a nuestros hijos en la regulación mental de Jehová.<br />
Con prudencia me advirtieron el peligro de llagar a ser culpable de la muerte espiritual de mis hijos, ya<br />
que es a nosotros, los padres, a quienes Jehová ha encomendado el cuidado, entrenamiento y protección<br />
de ellos. Aunque esto en algún momento requiera disciplina fuerte.<br />
— ¿Crees que hemos sido negligentes con nuestra hija, amor...? –pregunta emocionada doña<br />
Angélica.<br />
e n t o s .<br />
D o n G e r a r d o a c a r i c i a e l c a b e lo d e s u e s p o s a . P o r u n i n s t a n t e g u a r d a s i l e n c i o , sumido e n sus p e n s a m i<br />
— Es lo que me he estado preguntando desde que Camila nos confesó su falta –susurra con un suspiro<br />
Don Gerardo–. En realidad creo que el negligente fui yo. Tú siempre te opusiste a que yo diera permiso a<br />
Camila para que acompañara al hermano Juvenal en sus estudios. Hasta insinué que eras exagerada y no<br />
confiabas en nuestra hija. Me siento tan ingenuo y ridículo.<br />
— C a r i ñ o . . . no te culpes tu solo. Yo también pude haber sido más firme en mi posición y no<br />
simplemente dejarte toda la responsabilidad de las consecuencias de tus decisiones. Después de todo se<br />
trataba de nuestra hija. No fui como Sara, en defender lo que consideraba correcto. Perdóname...<br />
— Mi amor...<br />
— ¿ S í?<br />
— C r e e s q u e f u i m u y d u r o c o n C a m i l a ?<br />
— L o f u i s t e .<br />
Nuevamente don Gerardo se queda un instante en silencio...<br />
— En realidad debería haber alguien que fuera así de estricto conmigo también. Si yo hubiera sido más<br />
cuidadoso y hubiera escuchado tus advertencias, nada de esto habría sucedido.
12<br />
— Bueno, Jehová nos está disciplinando a ambos también, cariño. No será fácil mirar a los hermanos<br />
después que se lea tu remoción en la congregación. Seguir con nuestras actividades de congregación va a<br />
requerir mucha humildad y entereza. De ambos y de Camila.<br />
— ¿Sabes?...Uno piensa que los hijos siempre serán niños. De pronto Camilita se está convirtiendo en<br />
una mujer, y yo ni siquiera me he dado cuenta de ello.<br />
— Bueno, aún le falta para ser mujer –responde sonriente doña Angélica, aún abrazada a su esposo,<br />
con la vista perdida hacia algún punto de la sala.<br />
— Ahora la vida la empujará más rápido a serlo –responde don Gerardo, con voz temblorosa–.<br />
Pareciera que fue ayer cuando la cargaba en hombros, con esa risita tan contagiosa...<br />
— Me da tanta pena por nosotros, amor –dice su esposa, tomándole por los brazos y mirándole al<br />
rostro–. No dejo de pensar que, tal vez, no hemos sabido ser verdaderos padres. Por no haberla cuidado y<br />
guiado como debía ser.<br />
— Quizás tengas razón –responde–. Pero tampoco olvides que no es fácil para los padres proteger a<br />
sus hijos, con toda la presión e influencia malsana que existe hoy.<br />
— Pero si te inclinaras a escuchar los consejos de los demás de vez en cuando...<br />
— ¿Tan testarudo he sido?<br />
— No es que hayas sido testarudo, cariño. Lo que pasa es que da la impresión que siempre pones tu<br />
opinión por encima de la de los demás.<br />
— <strong>Una</strong> manera muy elegante de decir que soy testarudo, ja, ja, ja.<br />
La mujer le mira con sus ojos húmedos.<br />
— ¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?...<br />
— No, no. Es que hace tanto tiempo que no te oía reír así.<br />
— Cada vez me convenzo más que ni yo mismo me conozco. ¿De qué sirve un anciano si no es capaz<br />
de prever las necesidades espirituales de su propia familia?<br />
— No eres el único –replica su mujer–. Yo también no dejo de pensar en que siendo Asistente social y<br />
precursora regular, no haya sido capaz de prever las necesidades emocionales de mi propia hija.
13<br />
— Hemos estado más preocupados de los demás, que de nuestra propia familia. Al menos hablo por<br />
mí –dice desalentado Don Gerardo.<br />
— No seas tan duro contigo mismo, cariño. –Doña Angélica se apoya en el hombro de su esposo.<br />
— Me imagino lo que debes haber sentido, con mi negligencia, y lo que debe sentir Camila...<br />
— Está muy asustada por lo que tendrá que enfrentar...<br />
— Ay, no. Tendré que hablar con ella. Pobrecilla.<br />
— Creo que lo mejor será que los dos hablemos con ella. Pero antes me gustaría saber qué haz<br />
decidido con respecto al muchacho que...<br />
— Mira, eso está decidido -dice con seguridad don Gerardo, invitando a su esposa a sentarse en el<br />
sofá–. Creo que no tenemos nada que exigir de él. Los ancianos me preguntaron si me entrevistaría con<br />
sus padres. Parece que ellos quieren hablar conmigo.<br />
— Y tú, ¿qué le dijiste?<br />
— Lo que pienso. No creo que sea necesario hablar con ellos. Después de todo ese mocoso no debe<br />
tener nada que ofrecer. Además si le damos cabida, después comenzará a exigir sus derechos como<br />
padre de la guagua. Y después lo tendremos metido aquí en la casa.<br />
— Pero ¿No crees que por lo menos deberíamos escuchar a los padres del muchacho, y saber qué<br />
piensan?<br />
— ¿Y para qué?. Lo que hizo "su niñito" es suficiente problema, para que tengamos que hacernos de<br />
otros. Además nosotros podremos criar a... nuestro... nieto, sin la necesidad de la ayuda de ellos.<br />
— Pero los niños crecen, y naturalmente quieren saber quiénes son sus padres. Pienso que,<br />
prescindiendo de lo que decidamos, no podemos negarle el derecho de ver y conocer a su padre, ¿no<br />
crees?.<br />
— Angélica... –responde don Gerardo, en tono conciliador–. Otra vez estoy haciendo lo mismo. No<br />
escucharte. Y tienes razón, cariño. Creo que tendremos que escucharlos al menos y ver qué es lo que<br />
desean decirnos. Ahora vamos a conversar con Camila. Y tengamos cuidado que no vaya a escuchar<br />
Panchito...<br />
— Está bien, pero Francisco ya lo sabe todo...
— ¿Lo sabe?... ¿Cómo...?<br />
14<br />
— Es que nos escuchó cuando hablábamos con Camila. Además escuchó cuando discutíamos contigo,<br />
ese día que tú la reprendiste...<br />
— La "discipliné", Angélica. Lo dices como si yo fuera un ogro...<br />
— No quise sugerir eso. De todos modos, tú estabas muy enojado cuando la... "disciplinaste", y él<br />
escuchó cuando yo te reprochaba el que ella estuviera embarazada. Quiso saber qué significaba estar<br />
embarazada...<br />
— ¿Y tú se lo dijiste?<br />
— Naturalmente. Tú sabes que a Francisco no se le escapa nada. Pensé que como de todos modos lo<br />
notará tarde o temprano, mejor era decirle ahora...<br />
— ¿Y qué dijo?<br />
— Está fascinado con la idea de tener un sobrinito con quien jugar.<br />
— Quisiera hablar con Camila. Debe estar muy nerviosa –dice don Gerardo, un tanto apesadumbrado.<br />
— Pensándolo mejor, creo que es mejor que converses tú a solas con ella. ¿No crees?<br />
— Preferiría que estuvieras tú presente, cariño. Aunque solo sea para darme algo de tranquilidad.<br />
— Está bien. Creo que tienes razón...<br />
Después de asegurarse que Francisco se quedara ensimismado viendo "monitos" en el televisor de su<br />
habitación, Don Gerardo y doña Angélica, entran a la habitación de su hija. La muchacha no puede evitar<br />
ponerse tensa al percibir que sus padres han tomado alguna clase de decisión. El ver a su madre del<br />
brazo de don Gerardo, le infunde una extraña sensación de sosiego, sin entender bien por qué. Al menos<br />
es obvio que ya no están peleados.<br />
— Hija, tu madre y yo queremos hablar contigo –dice don Gerardo, tomando asiento en la única silla<br />
de la habitación. Doña Angélica se sienta al borde de la cama, cerca de su hija, con sus manos<br />
entrecruzadas en su regazo, observando a su esposo mientras éste habla. Camila solo asiente con un<br />
movimiento de cabeza, sin atreverse a decir nada.<br />
— Yo sé que no fui muy equilibrado contigo Camila, al tratar esta penosa situación. Pero<br />
comprenderás que no es algo muy fácil de asimilar, hija.
15<br />
— Sí, papá – balbucea la muchacha, con la cabeza gacha–. Lo entiendo.<br />
— Sin embargo con tu madre hemos reconocido que aquí todos tenemos algo de culpa en esta<br />
situación. No toda la responsabilidad es tuya. Yo debí preocuparme más por pasar más tiempo contigo.<br />
Previendo lo que podía suceder cuando una jovencita como tú, entra en esta etapa complicada de la<br />
adolescencia e inicia amistades con otros jóvenes. Por otro lado, tu <strong>mamá</strong> debió ser más firmes en<br />
defender sus convicciones. Así podríamos haber evitado este... este resultado. Pero ya está hecho. No hay<br />
nada que podamos hacer al respecto.<br />
Por un instante don Gerardo guarda silencio, repasando en su mente las palabras apropiadas...<br />
— Todo lo que dije acerca de estar muy decepcionado de ti y de que ya no te dirigiría la palabra nunca<br />
más –continúa un tanto compungido–, lo dije en un momento de irreflexión. Por favor, perdóname, hija.<br />
Queremos que tengas a esa criatura con nuestra ayuda. Después de todo, ella no es culpable de lo que tú<br />
y ese... muchacho hicieron.<br />
Camila, sin poder contenerse, se abraza a su madre llorando. Se siente tan desvalida frente a lo que se<br />
viene encima. El contar con el apoyo de sus padres es tan tranquilizador. Luego de un instante se abraza<br />
a su padre, quién con ojos vidriosos, siente una inmensa pena por su hija, al verla tan vulnerable y tan<br />
niña. Acaricia sus cabellos por un instante, sin decir palabra. Camila, luego de reponer su compostura<br />
pregunta:<br />
— ¿Te quitaron tu privilegio de anciano, papá?<br />
— Sí hija. Pero es lo que corresponde. Y estoy dispuesto a recibir también la disciplina de Jehová por<br />
haberte fallado como padre.<br />
— ¿Me darán algún castigo con <strong>mamá</strong>, papá?<br />
— Ya estás siendo castigada, hija. No por nosotros, si no por todo lo que tendrás que enfrentar... No<br />
necesitas que se te castigue más...<br />
La muchacha mira a su madre, sorprendida, como interrogándola con la vista...<br />
— No es fácil ser <strong>mamá</strong> soltera, hija –dice doña Angélica, como respondiendo a la mirada de su hija–.<br />
Muchos de los hermanos buscan una compañera como esposa para que les acompañen en metas<br />
espirituales, tal vez en el precursorado. Tú ya no serás elegible en ese aspecto. Tendrás que dedicar
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mucho de tu tiempo, que antes dedicabas a ser joven e independiente, a tu bebé. Cuando desees salir, o<br />
divertirte con los hermanos, el niño demandará cuidados, tendrá hambre o llorará por ti, para que lo<br />
atiendas. Y tendrás que hacerlo. Los bebitos son fuente de muchas alegrías, pero también de muchas<br />
preocupaciones. Tendrás que levantarte a medianoche a hacerle su mamadera, o a cambiarlo por que<br />
está mojado, o por que está enfermo. Y sentir la angustia de no saber qué tiene, en fin... deberás ser su<br />
<strong>mamá</strong>.<br />
— <strong>Una</strong> "<strong>mamá</strong> <strong>chica</strong>"... –repite como con pena Camila, las palabras de su hermano.<br />
— Así es, hija. Y hasta que seas adulta... Siempre serás su <strong>mamá</strong>.<br />
Los días pasan raudos. Francisco pregunta casi todos los días cuándo nacerá su sobrinito. A doña<br />
Angélica le cuesta hacerle entender que nueve meses son más que unos cuantos días. La relación de don<br />
Gerardo con su hija se fortalece cada día. Ahora se las arregla para salir con Camila. Muchas veces solo a<br />
pasear por la orilla de la playa cercana, conversando acerca del futuro maravilloso que ofrece Jehová a los<br />
que lo buscan con constancia, y de tantas cosas que no se dijeron. Más de las que le hubiera gustado<br />
reconocer. A doña Angélica le resulta triste tener que haber experimentado tanta angustia para aprender<br />
a ser mejor <strong>mamá</strong>. Ahora cada vez que hace alguna recomendación a uno de sus estudios bíblicos, piensa<br />
en su hija primero. Su consejo es más personal, y recomendado con más empatía. Camila, por<br />
recomendación de su <strong>mamá</strong>, se ha dedicado a investigar todo lo relativo a la crianza y cuidado de un<br />
bebé. Además de conseguirse rigurosamente la materia con sus compañeros de curso. Su padre repasa<br />
los fines de semana con ella, lo que ha estudiado. El profesor González ha sido muy amable en<br />
proveerles las preguntas de los exámenes, para mantenerse al día. Los padres de Miguel, el padre del<br />
bebé de Camila, han dejado de insistir en conversar con su papá.<br />
Doña Angélica de vez en cuando recuerda la triste experiencia de su hija. En esas ocasiones<br />
difícilmente puede controlar las lágrimas que le produce la pena que siente por su hija. Tan joven y<br />
enfrentándose a situaciones tan difíciles. Por largo rato se queda sentada en el comedor, mirando un<br />
punto indefinido de la habitación. Sus pensamientos son confusos. Después de un tiempo, indefinido en su<br />
mente, se incorpora y se dirige hacia la ventana que da a la calle. En el paradero de la esquina, logra ver,
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desde su posición, a varias jovencitas, en sus "jumpers" escolares, que esperan la locomoción para ir a<br />
sus colegios. De pronto le parecen tan indefensas, frente a la vida. Las muchachas ríen por alguna broma<br />
que alguna de ellas ha dicho. Parecen tan inocentes... ¿Cuántas de ellas lograrán llegar bien a su<br />
matrimonio? ¿Cuántas tendrán un matrimonio? Al subir al taxibús las muchachas, sus pensamientos se<br />
dirigen a su hija. ¿Tendrá que enfrentar sola la crianza de su guagua? ¡Sola no!... Ahí estará ella para<br />
apoyarla, si es que no aparece algún joven hermano comprensivo y bondadoso, a quién no le importe<br />
hacerse cargo del hijo de la persona a quien ama. Piensa en su futuro nieto o nieta... Tal vez nunca<br />
conozca a su verdadero padre. Pero tendrá a sus abuelos que lo querrán... y lo querrán muchísimo. La voz<br />
de su hijo Francisco, la saca de sus cavilaciones...<br />
— Mamá, ¿por qué mi hermanita está llorando? –dice, con sus ojos soñolientos, y enfundado en su<br />
pijamas de franela, parado en el dintel de la puerta del comedor.<br />
— Hijo... ya despertaste...<br />
— ¿Por qué mi hermanita está llorando? –insiste.<br />
— Es que está triste, hijo –responde, tratando de ocultar sus ojos húmedos–. Ella tiene una penita<br />
porque se siente culpable de que tu papito ya no sea anciano.<br />
— ¿Y mi sobrinito, está bien? –pregunta, subiéndose a los brazos de su <strong>mamá</strong>.<br />
— Sí, hijo –responde divertida, doña Angélica–. Tu sobrinito es aún muy chiquito, pero está bien.<br />
Tendrás que tener paciencia para esperar que llegue.<br />
— ¡Qué bueno!.<br />
— Ahora vamos a ver a tu hermana. Va a necesitar de nosotros, para aprender a ser <strong>mamá</strong> –dice<br />
doña Angélica, llevando en brazos a su hijo.<br />
— ¿<strong>Una</strong> <strong>mamá</strong> <strong>chica</strong>?...<br />
— Sí, hijo. <strong>Una</strong> triste y tierna "<strong>mamá</strong> <strong>chica</strong>"...<br />
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