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El Viejo Rosal- Cuento letra grande.pdf - Escritores Teocráticos.net

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

1


<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

“<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> ”<br />

—UN CUENTO SLEM—<br />

(Abril- 2009)<br />

1ra.Edisión<br />

2<br />

www.escritoresteocraticos.<strong>net</strong>


<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

Primera edición:<br />

© 2013<br />

Un cuento Slem<br />

De la serie Experiencias<br />

<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong><br />

—Abril 2009—<br />

Publicado por:<br />

<strong>Escritores</strong> <strong>Teocráticos</strong> Ediciones<br />

www.escritoresteocraticos.<strong>net</strong><br />

3<br />

.<br />

Autorización:<br />

ESTÁ PERMITIDA la producción y difusión total o parcial de este cuento, su tratamiento<br />

informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico,<br />

mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos.<br />

ESTÁ PROHIBIDA la comercialización de este cuento, o el cobro de dinero para<br />

recuperación de gastos de producción. Su distribución sólo se autoriza de forma gratuita.


<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

<strong>El</strong> <strong>Viejo</strong> <strong>Rosal</strong><br />

<strong>Cuento</strong><br />

1ra. Edición<br />

Enero 2013<br />

I gnacio regresó al país después de 30 años de ausencia. Siendo<br />

aún muy joven debió escapar por su vida hacia Europa. No le fueron fáciles<br />

los primeros tiempos en Madrid, hasta que pudo hallar su lugar. Trabajó,<br />

terminó sus estudios y se dedicó a lo que más le gustaba: escribir.<br />

Siempre fue muy tenaz y a pesar de los contratiempos y escollos, logró<br />

imponer un estilo propio: novelas ambientadas y enmarcadas en hechos<br />

históricos. Poco a poco, con el tiempo se fueron haciendo conocidas y muy<br />

leídas por personas de todas las edades. Pero Ignacio tenia una historia<br />

que venia rondando en su cabeza desde hacia años y no encontraba la<br />

manera de darle forma.<br />

Quería contar la historia de su casa natal, la historia de su familia, gente<br />

normal desde todo punto de vista, nada especial ni extraordinario, pero esa<br />

casa y lo que allí se vivió era muy especial para él. Había recuerdos propios<br />

y otros contados en las reuniones familiares, pero como nos sucede a todos<br />

durante la juventud, apenas si le damos importancia y mucho menos a<br />

algunas contadas entre dientes, como enormes secretos familiares.<br />

Con el paso del tiempo y la madurez hace que valoremos cosas que antes<br />

creíamos inútiles y aburridas.<br />

Al comenzar a escribir su última novela, sobre los ferrocarriles en la<br />

Argentina, como de costumbre, inició una investigación sobre los<br />

personajes y su tiempo. Entre los datos recabados, halló con enorme<br />

sorpresa un nombre conocido: Henry Douglas Harvey. No podía ser, era el<br />

nombre de su bisabuelo, seguramente era un homónimo, habría un error.<br />

Investigó aún más y comprobó que, sin lugar a dudas sí se trataba de él.<br />

Lo que sabia Ignacio es que su bisabuelo, de origen ingles, viajó a la<br />

Republica Argentina cerca de 1880, como empleado de una empresa de<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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ferrocarril, que se encargaría de la instalación de las vías por todo el país.<br />

Estaba asignado a los talleres que se encontraban en una zona rural, en el<br />

sur, cerca de la capital.<br />

<strong>El</strong> lugar era muy bello, le hacia recordar su casa en la ondulante campiña<br />

inglesa, y era de una notable paz y tranquilidad, no tenía muchos<br />

habitantes. En el pueblo había una colonia inglesa y otra alemana, la<br />

mayoría empleados del ferrocarril.<br />

Algo recordaba Ignacio de la historia que le habían relatado de joven sobre<br />

su bisabuelo, pero muy vagamente, fue por eso y por otra razón<br />

importante que le punzaba el corazón, que lo llevó a reavivar aquella idea<br />

de escribir sobre la familia. Llamó a su padre que vivía en Argentina, le<br />

pidió datos, pero su respuesta fue vaga, desinteresada, algo que le<br />

confirmaba que evidentemente no quería recordar, no había cambiado a<br />

pesar de los años. Debido a su insistencia, le sugirió que hablara con su<br />

hermana, la tía <strong>El</strong>enita, quien podría darle datos precisos.<br />

La tía <strong>El</strong>enita, hermana menor de su padre, tenía más de 80 años, estaba un<br />

poco sorda por lo que no se podía hablar mucho por teléfono y tener<br />

información precisa.<br />

Muchas veces Nacho, quiso volver a Bs. As y nunca encontró una razón,<br />

hasta ahora, y esto lo llevó a decidir volver a su país.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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II<br />

CAMINO A LA VILLA DEL ROSAL<br />

La tía <strong>El</strong>enita, hermana menor de su padre, vivía en la vieja casa de la<br />

familia, acompañada por una de sus hijas y su familia.<br />

Cuando Ignacio o Nacho, como lo llamaba la familia, se habló por teléfono<br />

con la tía y le comentó su idea, ella quedó fascinada. Tenia una habilidad<br />

especial para relatar historias y una gran memoria, bien pudo haberse<br />

dedicado a escribir novelas y con mucho éxito. Seguramente esa veta<br />

artística la había heredado de ella y con su ayuda podría plasmar la idea,<br />

que lo acompañaba hacía tanto, en el papel y le daría una gran satisfacción<br />

a la anciana tía.<br />

Hacían ya muchos años que Nacho no visitaba la casa familiar, no solo los<br />

30 años que estuvo fuera del país, en el exilio, sino que se sumaban diez<br />

años más.<br />

¿La razón? Cosas que ni él tenía claras y que pensaba aprovechar la visita<br />

para averiguar los detalles de lo qué había pasado.<br />

Mientras se acercaba a la casa notó el paso del tiempo transcurrido.<br />

Muchas cosas estaban aún como las recordaba de su niñez, las calles<br />

adoquinadas, los árboles añosos en las veredas, algunas casas bajas con<br />

cuidados y generosos jardines y los chalets estilo ingles, muchos menos<br />

claro de los que podía recordar, pues dieron lugar a nuevas construcciones<br />

de líneas rectas, modernas, prácticas, pero sin amplios jardines cuidados y<br />

coloridos…<br />

Al llegar al portón de la casa, dudó un momento si de ella se trataba, es que<br />

en sus recuerdos era un tanto diferente. La casa se veía igual con su jardín<br />

bien cuidado y en el frente esos <strong>grande</strong>s rosales que le daban el nombre a<br />

la casa: Villa del rosal. Pero la imagen que guardaba en su memoria, el<br />

parque era mucho más <strong>grande</strong>. Las propiedades a uno y otro lado de la<br />

casa, no las recordaba, además el parque llegaba hasta la esquina. Pero<br />

pensó que tal vez era cosa de él, cuando uno es pequeño ve las cosas más<br />

<strong>grande</strong>s e importantes…<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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Luego de llamar a la casa, segundos después, salió una mujer de<br />

aproximadamente 60 años, con una enorme alegría reflejada en el rostro.<br />

Asomándose en la puerta principal de la casa, una anciana, de cabellos<br />

blancos cuidadosamente arreglados, con prestancia y delicadeza en el<br />

porte, hizo que Nacho no dudara un instante en reconocer a la tía <strong>El</strong>enita,<br />

tan hermosa como siempre.<br />

La mujer que lo recibió, no era otra que su prima Susana, hija de <strong>El</strong>ena.<br />

No la reconoció en primera instancia. ¡Habían pasado tantos años! Cuántos<br />

momentos, de la infancia compartida, se agolparon en un segundo en el<br />

corazón de los primos reencontrados. Se abrazaron fuertemente. Susy<br />

acarició dulcemente el rostro de Ignacio y se reía al verlo con esos bigotes<br />

entrecanos de literato importante, luego juntos del brazo, como cuando<br />

niños, cruzaron el jardín hasta la puerta principal donde esperaba ansiosa<br />

la tía.<br />

¡Qué dulce y largo fue ese abrazo!! <strong>El</strong>ena lloraba y reía, Susy secaba sus<br />

lágrimas y bromeaba para evitar que <strong>El</strong>ena se emocionara en demasía,<br />

pues podría hacerle mal, Ignacio contagiado por la emoción, volvió a<br />

sentirse niño, bajo el techo familiar.<br />

En la sala, Nacho miraba a su alrededor mirando cada detalle, buscando en<br />

sus recuerdos cosas que la memoria conserva, como colores, texturas y<br />

aromas familiares…<br />

Todo estaba casi igual, la misma distinción de los muebles, el piso de<br />

madera por el cual la abuela Clarita se enojaba tanto cuando los chicos<br />

saltaban y los muebles se sacudían y la cristalería se quejaba con el peligro<br />

de romperse… ¡Cuántos recuerdos!!!<br />

Después llegaron las preguntas de rigor:<br />

-Contame cómo estás, Nachito, cuántos chicos tenés?<br />

-¿Te va bien?,<br />

-¿Hasta cuándo te quedás?....<br />

Nacho les habló sobre su idea de escribir una novela sobre la familia, y de<br />

la ayuda que esperaba recibir de la tía.<br />

La anciana sentía que a su juego la llamaban, se acomodó los lentes, como<br />

si así pudiera mirar mejor dentro de sí, recuerdos tan dulces y tan amargos<br />

a veces, tanto de ella como de la familia.<br />

<strong>El</strong>ena no entendía muy bien por qué Nacho quería escribir sobre la familia,<br />

eran una familia común, nada diferente a muchas de la zona, sin héroes ni<br />

heroínas, ¿qué podía tener de especial su familia?<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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Nacho, se asomó a la ventana que daba al jardín y mirando hacia los<br />

rosales, reparó en uno especialmente, cuya rama central era un tronco<br />

oscuro y retorcido con muchas ramas que de él salían, aun sin flores pues<br />

no era el tiempo, pero ya se anunciaban debido a lo colmada de botones<br />

que presagiaba el colorido en primavera. Sin darse vuelta preguntó<br />

cuántos años tenía ese rosal, pues desde que recordaba allí estaba, como<br />

símbolo de la casa, como un miembro más.<br />

<strong>El</strong>ena sacándose los lentes y con total seguridad respondió:<br />

-“¡Más de cien años, hijo!”<br />

Entonces Nacho se volvió a su tía, se arrodilló para estar a la misma altura<br />

de sus ojos azules y tomándole las manos, con mucha emoción le preguntó,<br />

si no le parecía, que era suficiente razón para contar la historia que ese<br />

rosal, mudo testigo, vio pasar por esa casa, la historia de toda su familia.<br />

Susy sirvió el té al estilo ingles, costumbre que se mantuvo a través del<br />

tiempo en esa casa. <strong>El</strong>enita se acomodó en su sillón, con su taza de<br />

porcelana inglesa, mirándola fijamente, como si ella provocara que<br />

surgieran claros los recuerdos de tanto tiempo atrás, le sugirió a Nacho que<br />

tomara nota o mejor aún que la grabara, que ella le relataría la historia de<br />

la familia, pero que no la interrumpiera…<br />

III<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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EL ROSAL Y LA CASA<br />

Con todo listo para grabar y no perder ni un punto ni una coma del relato,<br />

la tía comenzó así:<br />

“<strong>El</strong> abuelo Henry llegó al país cerca de 1879, como empleado del<br />

ferrocarril.<br />

Desde muy jovencito su sueño era viajar, quiso ser marino, de hecho se<br />

embarcó como grumete en una goleta, pero a su estómago no le caía bien el<br />

mar. Luego, entró en un taller de locomotoras como aprendiz y allí<br />

aprendió el oficio.<br />

Pasados algunos años, la Compañía lo envió a la Argentina, para hacerse<br />

cargo de los talleres que se abrirían en el llamado Ferrocarril del Sud. Llegó<br />

una tarde al pueblo de Temperley, al sur de la ciudad capital, Henry era un<br />

joven alto, delgado, muy simpático y pelirrojo, aprendió rápidamente a<br />

defenderse con el idioma.<br />

Siendo jefe del taller que aun estaba en construcción, no tenia muchas<br />

cosas por hacer, así es que tenia tiempo para relacionarse con los vecinos.<br />

Trabó amistad con el tendero, el médico del pueblo, con el comisario, el<br />

boticario… Se reunían por las tardes, en el comercio que hacía las veces de<br />

tienda de comestibles y bar, para tomar alguna bebida, como el Wiski, del<br />

mejor, de su tierra, con sus nuevos amigos aprendió a jugar al truco, un<br />

tradicional juego de naipes.<br />

Si bien Henry era de unos veintitantos, los hombres mayores se sentían<br />

cómodos con su compañía, al punto que lo invitaban a sus hogares. De<br />

estas asiduas y corteses visitas conoció a la hija del doctor, Catalina, de 15<br />

años, de la que se enamoró.<br />

Henry le llevaba cerca de 10 años, pero esto no fue impedimento, ya que<br />

era común en la época que la mujer fuera tan joven y el hombre le llevara<br />

varios años, era mejor, decían las señoras mayores, además que lo<br />

consideraban un buen matrimonio…<br />

En el otoño de 1880 se casaron, fueron a vivir a casa de los suegros por un<br />

tiempo, en tanto terminaba la construcción de la casa.<br />

Catalina era una muchacha muy hacendosa, muy bien preparada como<br />

toda niña que se preciara y además amaba las plantas.<br />

Al tiempo que terminaban la casa, ella se había hecho cargo del jardín, su<br />

diseño y preparación. Puesto que Henry, por su trabajo, viajaba<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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regularmente al sur del país, le encargó trajera retoños de pinos, cedros y<br />

alerces para plantar en el amplio parque.<br />

La esposa del boticario, Ana Lucía, era su amiga desde la infancia y tenía en<br />

su jardín un rosal hermoso, de una especie que daba unas enormes rosas<br />

rojas, lo había traído desde Inglaterra, cuando fue de luna de miel y le dio<br />

un gajo, siguiendo la técnica que le explicó su amiga, lo plantó en el frente<br />

del jardín de su nueva casa. Al comienzo pareció haberse malogrado, a<br />

pesar de los cuidados amorosos de la joven, hasta que llegó la primavera y<br />

explotó en brotes pequeños que daban señal de estar vivo. Para esos días<br />

se instalaron en su hogar ya terminado, un chalet, de estilo ingles de dos<br />

plantas, con un amplio parque y jardín al frente, que ocupaba más de un<br />

cuarto de manzana.<br />

Los arbolitos, plantados pocos meses atrás, ya daban una idea de lo que<br />

sería en no mucho tiempo, un hermosísimo parque. Pero noticias más<br />

lindas darían mejor marco a ese feliz hogar, ¡Catalina esperaba su primer<br />

hijo!<br />

Todo estaba preparado y previsto para la llegada del bebé, el padre de<br />

Catalina le había pedido a un colega se encargara del parto, junto a la<br />

comadrona del pueblo, doña Ramona.<br />

Durante el parto la joven se comportó muy valiente, y en pocas horas la<br />

casa se llenó de alegría, pues nació el primogénito de la familia, Juan<br />

Ignacio Harvey,<br />

¡¡Qué más se podía pedir!!<br />

Luego vinieron los efusivos abrazos con su suegro y su amigo López el<br />

boticario, claro está, sin perder esa compostura y seriedad que lo<br />

caracterizaban.<br />

Juan Ignacio creció rápidamente al mismo paso que el parque y el jardín,<br />

aquel gajo del rosal de Ana Lucía, año tras año se fue multiplicando en<br />

nuevas y fuertes plantitas y todo el frente de la casa se engalanó con las<br />

rosas rojas y otras de otros colores que fue cultivando.<br />

Cuando el niño jugaba en el jardín, Catalina le enseñó, desde muy pequeño<br />

que al rosal había que cuidarlo y protegerlo. <strong>El</strong> rosal se había convertido en<br />

un miembro más de la familia.<br />

Cuatro años después nació la pequeña Carolina y su llegada colmó de<br />

felicidad a la familia, nada les faltaba, lo tenían todo.<br />

Los niños fueron creciendo, Juan Ignacio era fuerte y muy atlético.<br />

Al cumplir los dieciséis años Henry lo envió a Inglaterra, a casa de sus<br />

padres, para que ingresara en la universidad y estudiar ingeniería.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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La partida de su hijo destrozó a Catalina, no quería separarse de él, cinco<br />

años era demasiado tiempo, pero no había nada que hacer, era una<br />

decisión tomada. <strong>El</strong> muchacho se marchó al tiempo previsto, y con él la<br />

alegría de Catalina. Ya no sonreía, ni prestaba atención a su hija. Carolina<br />

resintió la falta de atención de su madre y fue creciendo sola e<br />

independiente. La falta de Juan Ignacio y la conducta de su hija la tenían<br />

tan enferma que dejó de cuidar el jardín y de sus rosas, al punto que uno a<br />

uno fueron muriendo, menos el primero que plantó en el jardín, éste se<br />

mantenía fiel, ese rosal estaba unido a la familia.<br />

Mientras que en Inglaterra Juan Ignacio era un alumno distinguido y<br />

excelente deportista, Carolina parecía solo dar dolores de cabeza a su<br />

padre, quería ser artista. Dibujaba y pintaba maravillosamente, pero<br />

aquellos días de tanta soledad en su cuarto, le forjaron una imaginación<br />

frondosa y lo que más le atraía era el teatro, quería ser actriz, cosa<br />

impensada en una niña de sociedad, bien educada.<br />

Faltando un año de lo previsto para que volviera Juan Ignacio, ese mes de<br />

octubre, el viejo rosal explotó prematuramente, dando las rosas más bellas<br />

que jamás hubiera dado. Catalina pensó que algo sucedería, esa ilusión la<br />

animó un tanto, le devolvió la sonrisa perdida, y no se equivocó. Una<br />

mañana a comienzos de noviembre, alguien se acercó a la casa, se asomó<br />

por la ventana viendo cómo se marchaba un sulky, le extraño mucho pues<br />

era el de Don Ramiro, que siempre estaba en la estación de tren esperando<br />

pasajeros… Bajó corriendo las escaleras y al llegar a la sala, vio de espaldas<br />

a un joven alto, delgado pero fuerte, su instinto de madre le dijo que era su<br />

muchacho, pero no podía creer que había crecido tanto, ya era un<br />

hombre….<br />

Al sentir a su madre el joven se dio vuelta y corrió a sus brazos, ella lloraba<br />

y reía, lo miraba, lo besaba, ¡¡¡Era tan <strong>grande</strong> su emoción!!!<br />

Por fin volvió a reír, después de cuatro años.<br />

¡Otra vez juntos!<br />

¡<strong>El</strong> nuevo siglo los encontraba juntos!<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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IV<br />

LA BODA<br />

Debido a que fue un alumno ejemplar, el primero de su clase, Juan Ignacio<br />

pudo terminar con sus estudios de ingeniería antes del tiempo previsto y<br />

con poco más de veinte años estaba listo para ingresar a la Compañía de<br />

ferrocarril en la que trabajaba su padre.<br />

Henry ya no viajaba supervisando las obras por el interior del país, así es<br />

que su hijo, Juan Ignacio tomó su lugar. <strong>El</strong> muchacho era muy serio y<br />

responsable, disfrutaba del trabajo y aunque viajaba bastante, Catalina<br />

sabía que era momentáneo, que nada la separaría jamás de su hijo.<br />

Organizó una fiesta para darle la bienvenida, Juan Ignacio se reencontró<br />

con varios amigos de la infancia, entre ellos, una jovencita con quien<br />

compartió juegos desde que nacieron, Clarita, hija de López, el boticario y<br />

de Ana Lucía. Clarita era dos años menor que él, pero se veía tan seria y<br />

recatada que contrastaba con muchachas de su edad y más aún con<br />

Carolina. La jovencita no pasó desapercibida a los ojos de Juan. A partir de<br />

entonces las salidas a pasear se incrementaron, las invitaciones a tomar el<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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té… Hasta que un día paseando por el parque de la casa, muy cerca del<br />

viejo rosal, Juan Ignacio cortó una rosa de él, se la entregó a Clarita y le<br />

pidió que fuera su novia. Una vez más el rosal, mudo testigo de la familia,<br />

escuchó el delicado y trémulo sí de la jovencita.<br />

Luego los pasos se sucedieron según las costumbres de la época.<br />

Presentaciones formales, aunque se conocían de toda la vida y pedido de<br />

mano… Si bien Henry no estaba muy de acuerdo con la elección pues<br />

hubiera preferido a alguna de las jóvenes inglesas, terminó aceptando con<br />

gran alegría a la dulce Clarita.<br />

<strong>El</strong> noviazgo de Juan Ignacio y Clarita llevaba casi tres años, fue cuando<br />

Henry le comentó al joven que quería volver a su patria y llevar a Carolina,<br />

para que estudiara arte en una buena escuela de señoritas, tal vez así se<br />

corregiría en la férrea disciplina inglesa. Le dejaría la casa y cuando<br />

volvieran, quizás en un par de años, se instalarían en otra propiedad. Era<br />

una gran oportunidad, podrían casarse antes de lo esperado, teniendo<br />

donde vivir y con su sueldo podía mantener sin problemas el nuevo hogar.<br />

Catalina no estaba feliz con la idea de ir a Inglaterra, quería a Clarita como<br />

una hija, sabía que haría feliz a su hijo y cuidaría de esa casa y del jardín,<br />

que tanto amaba y especialmente a ese rosal en especial.<br />

Se organizó la boda con rapidez pues el barco de pasajeros que salía hacia<br />

Inglaterra, lo haría en un mes y medio<br />

La ceremonia civil y religiosa se realizó allí, en la Villa del rosal.<br />

<strong>El</strong> parque y la casa bien iluminada, aún a gas, pues no había llegado la<br />

nueva luz incandescente, se mostraba como un faro brillante. La casa era<br />

un hervidero de gente, todos de acá para allá. Catalina dando instrucciones<br />

de último momento; el novio tan nervioso estaba que no podía hacerse el<br />

nudo de la corbata. Faltando minutos apenas para la hora fijada<br />

comenzaron a llegar los invitados, en su mayoría vecinos, algunos que<br />

vivían cerca, caminando, otros en sus sulkys, o coches que se detenían en el<br />

portón principal y un joven ayudaba a las damas a bajar. Casi todo el<br />

pueblo había sido invitado, los Harvey eran muy queridos y esa boda era<br />

un evento para la sociedad del lugar. <strong>El</strong> parque iluminado con farolas<br />

demarcaba el lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia, por lo que a<br />

medida que llegaban los invitados se ubicaban allí. Con puntualidad<br />

inglesa, llegó el coche sin capota trayendo a la novia. Estaba engalanado<br />

con cintas blancas, tules y flores blancas adornando la puerta. Clarita<br />

caminaba del brazo de su padre, lentamente al encuentro del novio, llevaba<br />

en su mano un ramo de rosas rojas. Él, al lado de su madre, no perdía<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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detalle de su futura esposa, quien avanzaba delicadamente como flotando a<br />

su encuentro. Ana Lucía y Catalina, cruzaban sus miradas llenas de<br />

emoción al ver que una amistad nacida de tan pequeñas ahora se veía<br />

coronada por la boda de sus queridos hijos.<br />

La ceremonia se desarrolló como estaba previsto, lo usual, las mujeres<br />

lloraban emocionadas y los varones sonreían tratando de calmar a sus<br />

esposas, madres, hermanas y novias… Luego los saludos, el brindis, el vals<br />

de rigor, ejecutado por Carolina magistralmente en el piano, que fue<br />

llevado al jardín, para luego unirse a la banda del pueblo, contratada para<br />

delicia de jóvenes y mayores y de las madres casaderas, pues entre un vals<br />

y una polca era buena ocasión para que sus niñas se mostraran y algún<br />

festejante se animara o descubriera a la joven de sus sueños. Si bien la<br />

fiesta estaba muy animada, las costumbres decían que ya se estaba<br />

haciendo tarde y luego de despedir a los novios, que irían a la estación de<br />

tren, para ir a un pueblo cercano, Adrogué, a un cálido y renombrado hotel<br />

llamado “Las Delicias” donde pasarían su luna de miel. La despedida fue<br />

muy emotiva, mucho más aun pues al volver la joven parejita de su luna de<br />

miel, Henry, Catalina y Carolina estarían camino a Inglaterra, Juan Ignacio<br />

siempre controlado en sus emociones, se abrazó fuertemente a sus padres<br />

y hermana, como presintiendo que la separación sería larga, muy larga…<br />

Luego, cada uno de los invitados comenzó a volver a sus hogares,<br />

comentando, el tan grato momento pasado y augurando la felicidad de la<br />

joven y hermosa pareja.<br />

La Villa del <strong>Rosal</strong> tenía nuevos bríos, nueva pintura, barniz que resaltaba la<br />

abundante madera de los tejados, plantas nuevas, un juego de jardín para<br />

sentarse por las tardes a tomar el té, y el viejo rosal de siempre, el fiel<br />

testigo de la vida familiar Harvey.<br />

Clarita era muy trabajadora en la casa, pero también sumaba otras<br />

actividades sociales. Con la ayuda de algunas de sus amigas cosían y<br />

remendaban ropa para las familias de tantos obreros del ferrocarril, la<br />

mayoría inmigrantes que no poseían nada en absoluto.<br />

Un par de meses después de la boda llegó la primera carta de Londres<br />

escrita por Catalina. Allí contaba el recibimiento de la familia Harvey,<br />

agradable pero como imaginaba, muy poco demostrativos, de cuánto<br />

extrañaba su pueblo, a ellos y a toda su casa. Que tardarían en regresar,<br />

pues Henry aprovechó para entrevistarse con los dueños de la Compañía<br />

del ferrocarril y le pidieron que se quedara un tiempo, debido a la<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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experiencia que obtuvo en los veinticinco años en el país. Les contó lo<br />

preocupada que estaba por él, parecía que no le caía bien el clima, pues lo<br />

veía muy cansado y desmejorado; que Carolina en su debut social fue un<br />

suceso y había conocido a jóvenes muy correctos de buenas familias<br />

interesados en ella, y que pronto les escribiría más.<br />

La vida de la feliz pareja transcurría placida, entre los viajes por trabajo de<br />

Juan Ignacio y el trabajo de Clarita con la casa y sus amigas. Durante uno de<br />

esos viajes, comenzó a sentirse mal, recurrió a su madre, quizás en la<br />

botica de su padre hallaría algo para su malestar. La mamá intuyó, ni bien<br />

la vio, qué estaba pasando y la llevó al nuevo médico, ya que el abuelo de<br />

Juan Ignacio había muerto cuatro años atrás, con los festejos del nuevo<br />

siglo, confirmando la sospecha de Ana Lucía, en pocos meses Clarita sería<br />

mamá.<br />

Al recibir la noticia por un telegrama, Catalina quiso volver de inmediato,<br />

pero la salud de Henry no era la mejor, los doctores recomendaron que<br />

esperara hasta la primavera para el viaje.<br />

Carolina estaba a sus anchas en Londres, hizo amistad con una joven de la<br />

nobleza y con su hermano, y salían a menudo por los teatros de Londres,<br />

cosa que su madre no veía con buenos ojos, pues conocía de la afición por<br />

la actuación de su hija.<br />

Los meses pasaron veloces para algunos y muy lentos para otros, según<br />

quien fuera. <strong>El</strong> vientre de Clarita crecía y con Juan Ignacio vivían los<br />

mejores momentos. Muchos pensaban que él querría un varón, pero en<br />

realidad soñaba con una nena dulce como su Clarita…<br />

La fecha de parto era para los primeros días de diciembre, sin embargo, sin<br />

previo aviso el bebé se adelantó y una noche cálida de noviembre, para la<br />

alegría del papá, nació Ana Clara.<br />

Semanas después, con Clara ya recuperada del parto, se reunió con sus<br />

amigas en el jardín para tomar el té y celebrar el nacimiento, cuando<br />

vieron llegar a Don Pérez, el jefe de correo, con un telegrama. <strong>El</strong> rostro del<br />

hombre daba clara señal que la noticia no era buena. La triste noticia fue<br />

que Henry había fallecido una semana después del nacimiento de Ana<br />

Clara. Al instante, Juan Ignacio escribió a su madre para que volviera lo<br />

antes posible. Catalina le respondió que Henry llegó a saber del nacimiento<br />

de la niña, cosa que lo hizo muy feliz. Pero desmejoró al saber que Carolina<br />

dejó sus estudios para unirse a una compañía teatral de gira por Europa, ya<br />

muy sola en Inglaterra volvería en el primer barco.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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Algo más de dos meses después llegó Catalina sola, irreconocible, muy<br />

avejentada y demacrada, el sufrimiento se reflejaba en su rostro. Había<br />

perdido a su esposo y daba por muerta a su hija…<br />

V<br />

CAROLINA<br />

La vida en la Villa del <strong>Rosal</strong> era plácida, sin sobresaltos. Juan Ignacio<br />

ascendido a un puesto de mayor responsabilidad dentro de la Compañía<br />

solo viajaba un par de veces por año al interior y lo acompañaban Clarita y<br />

su creciente familia.<br />

En 1910 nació Henry, en 1915 Lucía, en 1920 Ignacio y en 1925 <strong>El</strong>ena.<br />

Catalina era muy feliz rodeada de sus nietos y el cuidado del jardín era su<br />

pasatiempo y les fue enseñando todos los secretos a las niñas. Solo una<br />

pena ensombrecía sus hermosos ojos negros, el no tener a su lado a su hija,<br />

Carolina.<br />

La muchacha, se convirtió en una famosa y reconocida actriz, se casó con el<br />

hermano de su amiga. Solía escribirle un par de veces por año a su<br />

hermano, pero aun, enojado y dolido por las penas y sufrimiento que les<br />

produjo a sus padres, no las leía, así como llegaban las rompía y no quería<br />

ni oír hablar de ella. Clarita y Catalina en cambio sí se carteaban con ella en<br />

secreto, para que Juan Ignacio no se enterara.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

Alrededor de 1914 hubo un hecho en la vida de Carolina que le hizo<br />

cambiar el rumbo de su vida, en Londres se hizo gran publicidad a la<br />

exhibición de algo nuevo e impactante, el Foto Drama de la Creación, en el<br />

Opera House, y allí estuvo presente con su esposo. Quedaron tan<br />

impresionados por lo visto y oído que hubo algo que movió el corazón del<br />

matrimonio y comenzaron a buscar más información sobre el Pastor<br />

Russell y los Estudiantes de la Biblia.<br />

La Primera Guerra mundial fue un gran obstáculo. James, el esposo de<br />

Carolina, fue llamado a filas pero con lo poco que pudo leer y aprender,<br />

sobre lo que decía la Biblia, pensó que matar no era para los cristianos y<br />

solicitó la exención al servicio militar activo, la que fue aceptada tomando<br />

en cuenta su nivel social, aceptando otras funciones no bélicas en Gales<br />

hasta el fin de la guerra.<br />

Los dos separados por la guerra, sin saber uno del otro, habían madurado<br />

la decisión de seguir aprendiendo sobre la Biblia y lo que enseñaban los<br />

Estudiantes de la Biblia. Al encontrarse revelaron sus sentimientos y con<br />

gran alegría vieron que su inclinación espiritual era la misma. Tiempo<br />

después llegaron al bautismo y vieron la importancia de compartir su<br />

esperanza con otros y aprovechando toda ocasión, especialmente los<br />

domingos.<br />

Carolina dejó la actuación y abrieron un pequeño comercio, una casa de té<br />

donde la gente hallaba un lugar de descanso donde siempre había<br />

publicaciones Bíblicas disponibles. Escribió a su madre y cuñada, quienes<br />

no tomaron en serio la noticia, pensando que era una nueva locura suya y<br />

pronto se cansaría, además que ellas jamás habían oído hablar de los<br />

Estudiantes de la Biblia. Sin embargo, esas pequeñas semillas sembradas<br />

con paciencia en cada carta, podrían germinar en el corazón de alguien en<br />

la casa.<br />

Juan Ignacio ignoraba sobre el cambio de religión de su hermana, solo le<br />

contaban cosas que pudiera serle de su agrado y que no lo enojaran.<br />

Alrededor del año 1926 llegó a la Villa del <strong>Rosal</strong> un señor español, muy<br />

educado y locuaz, que pidió hablar con los dueños de la casa. Lo atendió<br />

Catalina y al oír el mensaje le pareció familiar, eran casi las mismas cosas<br />

que su hija le escribía, pero pensó que se equivocaba, aquella era una<br />

religión de los ingleses y norteamericanos, pero así y todo le comentó<br />

sobre su hija, comprobando que era la misma religión. Se fue dando con el<br />

tiempo una cierta amistad con Don Juan, que visitaba cada tanto el hogar,<br />

pero ni Catalina ni Clarita veían con claridad la profundidad de sus<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

palabras, sumado al hecho que Juan Ignacio se opondría de plano a tales<br />

ideas. <strong>El</strong>las solo disfrutaban de su amable y cálida charla cada vez que<br />

pasaba por Temperley. Pero más adelante… ¡Quién podía saber...!<br />

VI<br />

LOS CHICOS<br />

La Villa del <strong>Rosal</strong> vio crecer a la familia de Juan Ignacio y Clarita, los juegos<br />

de los niños, los paseos de las muchachas por el parque y cómo poco a poco<br />

fue creciendo el pueblo, poblándose cada día más. Cada vez más casas<br />

cercaban al parque y al jardín, pero el viejo rosal soportaba estoicamente<br />

los ataques de los juegos de pelota de los niños y las construcciones<br />

vecinas que le restaban un poco de sol.<br />

Ana clara se había convertido en una joven hermosa y delicada, como su<br />

madre, con cabellera negra y rizada, de ojos azules como el abuelo Henry.<br />

Estudió magisterio y se dedicó con gran amor a la docencia. Un joven<br />

maestro de origen alemán ganó su corazón y se casaron cuando <strong>El</strong>enita aún<br />

era un bebé, en 1925.<br />

Durante un tiempo fueron maestros en el Colegio Alemán de la zona, hasta<br />

que transfirieron al esposo a la capital, como director de un importante<br />

colegio.<br />

Henry era el vivo retrato de su abuelo paterno, no solo en lo físico, sino que<br />

también en pequeños detalles de su personalidad, como el gusto por los<br />

viajes. Siempre dispuesto para acompañar a su padre cuando viajaba por<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

trabajo, pero amaba el mar por sobre todo, soñaba con viajar por los mares<br />

del mundo y a los 12 años ingresó al Liceo naval y luego a la Escuela Naval<br />

para llegar a ser oficial.<br />

Lucía, era hermosa, de delicadas facciones, como la madre, pero con más<br />

carácter, parecida a su tía Carolina, por lo que su padre casi a diario tenia<br />

que reprenderla y castigarla, pero la niña solía salirse con la suya jugando<br />

con su hermano Henry como un camarada más.<br />

Ignacio, en cambio, era retraído, muy estudioso y desde pequeño se<br />

aficionó a desarmar el motor del auto de padre, por lo que a nadie le<br />

extrañó que quisiera estudiar ingeniería.<br />

<strong>El</strong>ena, la más pequeña de la casa, mimada por todos, era dulce y delicada,<br />

pero con una personalidad definida y fuerte desde niña. Era muy activa y<br />

desenvuelta, vivía preguntando a sus abuelas, viejas historias de la familia,<br />

para ella todo era importante, cada detalle, cada cosa…<br />

Con Ana Clara viviendo en la capital, Henry luego de recibirse de oficial de<br />

marina con destino en una base en la Patagonia y luego Ignacio en 1937,<br />

viaja a Inglaterra para estudiar, quedaron Catalina y Clara solas, con Lucía<br />

y <strong>El</strong>enita. Desde hacía tiempo Juan Ignacio era una visita en la casa, sus<br />

responsabilidades en el trabajo y en la política, a la que había abrazado con<br />

fervor, le tomaban la mayor parte del tiempo. De aquel joven alegre y<br />

cariñoso, la adultez lo había transformado en un ser hosco y distante de su<br />

esposa e hijas, encerrado en sus propios intereses.<br />

A fines de 1937, llegó una carta de Carolina. Hacía casi cinco años la familia<br />

no sabía nada de ella. Clarita muy ansiosa, se sentó al lado de su suegra<br />

para leerle, pues debido a las cataratas ya no podía sola. En la carta les<br />

contaba que habían cerrado el negocio y vivieron en España por un corto<br />

tiempo donde hablaron de su esperanza con muchas personas pero luego<br />

se fueron hacia Australia, donde residían desde entonces. Allí encontró a<br />

Henry en uno de los viajes que realizó con la Fragata Escuela, y que se<br />

había emocionado mucho ver el parecido del muchacho con su padre, solo<br />

que el muchacho era más cariñoso y agradable, como Clarita.<br />

Volvió a animarlas y a hablarles sobre su esperanza y su fe, que buscaran la<br />

verdad, y que prestaran atención, si las visitaba un Testigo de Jehová, que<br />

le escucharan con atención. Catalina, interrumpió a Clarita para acotar: -<br />

“¡¡¡Ves, que te dije que se cansa pronto de todo!!! Antes eran los<br />

Estudiantes de la Biblia, ahora los Testigos de no se quien…”<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

Pero su hija que la conocía bien, al escribir imaginó esas palabras y aclaró<br />

que ese nombre es la nueva denominación de los Estudiantes y que tenían<br />

base Bíblica para denominarse así.<br />

Lucía y <strong>El</strong>enita, sentadas a los pies de la abuela, no conocían ciertos<br />

detalles de la vida de su tía, en la casa apenas se la nombraba y nunca<br />

delante del padre, con lo curiosa que era <strong>El</strong>enita, atormentaron a madre y<br />

abuela a preguntas hasta que quedaron satisfechas, conociendo toda la<br />

historia, solo les recomendaron que ni una palabra a su padre. Junto con la<br />

carta les envió un libro titulado” Riquezas”, que Lucía, en calidad de<br />

hermana mayor se lo apropió, prometiendo compartirlo con <strong>El</strong>enita.<br />

Carolina desde tan lejos, jamás podía imaginar lo que su obsequio provocó<br />

esa tarde en las muchachas y en la familia entera.<br />

VII<br />

UN PROBLEMA TRAS OTRO<br />

<strong>El</strong> año 1939 había comenzado trayendo nubarrones a Villa del <strong>Rosal</strong>.<br />

Debido a la edad avanzada, Catalina dependía cada vez más de Clara y de<br />

las chicas. Con Juan Ignacio no se podía contar para nada, entre su trabajo<br />

en la Compañía y la política, pasaba casi todo su tiempo fuera de la casa.<br />

Juan Ignacio estaba muy al pendiente de las noticias que llegaban de<br />

Europa, se hablaba de una guerra segura, los nacional socialistas en<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

Alemania, se estaban haciendo muy fuertes y al decir de muchos, probando<br />

armamentos en España, como si fuera un gran campo de entrenamiento,<br />

envuelto el país en una guerra civil y todo esto no presagiaba nada bueno.<br />

Clara todavía no estaba al tanto de nada, demasiado ocupada estaba con<br />

cuidar a la suegra y su esposo sabía que de enterarse de las noticias,<br />

exigiría que hiciera volver a Ignacio urgentemente, cosa que no estaba en<br />

sus planes, pues quería que terminara los estudios en Inglaterra.<br />

Aquel día en que llegó la carta de Carolina trayendo el libro, Lucía, lo leyó<br />

en una sola noche el libro. Fue tal el impacto, que le produjo, que volvió a<br />

leerlo varias veces más y cada vez con más detenimiento.<br />

Para ella fue revelador, descubrió en él una esperanza única, algo que<br />

llenaba su corazón, sabía que no sería fácil…<br />

Escribió a las oficinas centrales de los editores, en Estados Unidos, para<br />

solicitar más libros y más información.<br />

Tiempo después, tuvo la respuesta. Una señora llegó hasta la casa y le trajo<br />

personalmente algunos libros. Lucía tenía muchas preguntas que la señora<br />

le fue respondiendo amablemente, con su propia Biblia, una a una, siendo<br />

para Lucía un placer aprender estas cosas tan profundas semana tras<br />

semana, por más de un año.<br />

Un día, llegó Juan Ignacio de manera inesperada y las descubrió estudiando<br />

en la sala. Sin dar tiempo a nada, vio las Biblias y los libros y se dio cuenta<br />

de que algo ocultaban. Con muy malos modos y a gritos desaforados, echó a<br />

la señora y a Lucía la amenazó airadamente, la trató como nunca antes. La<br />

muchacha, lejos de amilanarse, enfrentó a su padre por primera vez en su<br />

vida. Se paró resuelta delante de él y con tono firme, pero respetuoso, le<br />

preguntó qué era lo que no le gustaba, él respondió, en tono severo, que<br />

debía respetar a la santa iglesia y todos los preceptos que había aprendido,<br />

como las costumbres y la moral…<br />

En ese punto a Lucía le cambió el rostro, sin alzar la voz, para que su madre<br />

y su abuela no la escucharan, miró fijamente a su padre a los ojos y le pidió<br />

que no fuera hipócrita y luego dijo:<br />

-“Papá, usted no puede hablar así, no puede invocar el respeto a los<br />

preceptos de su iglesia o a una moral a la que usted mismo no respeta.<br />

Papá, hace tiempo que sé, porque lo he visto, que usted desde hace años<br />

tiene como amante a su secretaria y mantiene dos casas…”<br />

Herido en lo más profundo al verse descubierto, levantó la mano para<br />

pegarle, pero la muchacha sostenida por la fuerza de la verdad y de su<br />

nueva fe sin hipocresía continuó:<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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-“Si me quiere pegar, está en todo su derecho. Pero un golpe no va borrar<br />

lo que usted le ha hecho a mi madre y a la familia. <strong>El</strong>la no sabe nada, ni lo<br />

sabrá por mí, quédese tranquilo, la amo demasiado para verla sufrir. Solo<br />

le pido que me deje continuar con mi fe, donde sí respetamos las leyes<br />

morales que Jehová dio en Su Palabra y nos guiamos por ellas. Nada de<br />

malo he hecho ni le falté el respeto, padre, si usted quiere que me vaya de<br />

la casa, permítame quedarme hasta que pueda encontrar la manera de que<br />

mi madre no sufra ni sospeche, luego me iré de la casa.”<br />

Juan Ignacio no esperaba tal firmeza en su hija de 23 años, pero Lucía sabía<br />

lo que hacía y estaba bien segura de lo que quería. Si bien ya trabajaba y<br />

podría mantenerse, solo le preocupaba su madre y su abuela, que no<br />

soportarían tal pena, tenía que prepararlas.<br />

A partir de entonces su padre salió menos, estaba más en la casa trataba<br />

bien a Clara otra vez, pero solo parecía ser una pantalla…<br />

Poco después Lucía simbolizó su dedicación en agua y se bautizó como<br />

Testigo de Jehová. Clara acompañó a su hija ese día tan memorable para<br />

ella. Otra pena golpeó a la familia, apenas unos días después, fallecía<br />

Catalina plácidamente, a los 73 años acompañada por su familia.<br />

Sin haberse repuesto de esa pena, llegaron noticias malas de Europa,<br />

Inglaterra le había declarado la guerra a Alemania. Henry era oficial de la<br />

marina, y si bien el país era neutral por el momento, el mundo parecía un<br />

reguero de pólvora, próximo a estallar.<br />

De Carolina no se tenían noticias, enviar correspondencia no era seguro<br />

que llegara y menos al otro lado del mundo, en un país dependiente de<br />

Gran Bretaña. Otro motivo de preocupación era también Ignacio que seguía<br />

en Londres. No había podido salir cuando aún era seguro, y no se sabía<br />

nada de él.<br />

Clara vivía angustiada por estas cosas y el trato tan frío de Lucía y su<br />

padre, se dio cuenta de que ya no se hablaban, suponía que algo pasaba y<br />

eso la tenía mal.<br />

Para evitarle más preocupaciones no le contaron a Clara la carta de<br />

Ignacio, con la noticia de su enrolamiento en las fuerzas británicas, en<br />

1940. Por sus estudios de ingeniería era un elemento valioso y se<br />

especializó en aeronáutica. No combatía, pero al estar en Londres, estaba<br />

expuesto a los ataques aéreos alemanes que estaban haciendo estragos en<br />

la población civil.<br />

Para entonces Henry ya estaba casado y apostado en una base al sur del<br />

país, estaba bien, pero siempre en estado de alerta. <strong>El</strong> mundo parecía<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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estallar en cualquier momento, más naciones se sumaban al conflicto. Para<br />

que Clara estuviese tranquila, Henry o su esposa, la llamaban una vez por<br />

mes.<br />

Ana Clara traía a los chicos los fines de semana y ponía alegría en el hogar<br />

y consuelo para Clara al verlos correr por el parque y otra vez el viejo rosal,<br />

como años atrás esquivando los juegos infantiles.<br />

Los problemas se multiplicaban, la paz que por tanto tiempo reinó en la<br />

casa parecía haberse esfumado. Clara y Juan Ignacio no eran los mismos,<br />

aunque él estaba más en la casa y era mucho más atento, ella se mantenía<br />

distante de él.<br />

Una mañana, Lucía salía para trabajar, su padre le reprochó lo poco que<br />

estaba en la casa, sin responderle, los saludó y se marchó. Juan, indignado<br />

porque su hija no le respondió, quiso salir a buscarla y traerla por la fuerza,<br />

pero Clara, con una fuerza desconocida en ella, se lo impidió y como<br />

esperando esta oportunidad por años, pues estaban solos los dos en la<br />

casa, le reprochó su actitud, no tenía derecho a tratarla así. Lucia tenía una<br />

conducta intachable, cosa que de él no se podía decir lo mismo…<br />

Juan Ignacio quedó petrificado, mudo, ante la sorpresa de oír a su esposa<br />

levantar el tono de la voz, Clara continuó revelándole que desde siempre<br />

supo que la engañaba.<br />

Ahora con más de 60 años, había quedado solo, había perdido todo, la<br />

esposa de siempre, la que lo amó de verdad, aquella que lo soportó todo, no<br />

la tenía más. Seguiría a su lado, claro está, respetándolo como su esposo,<br />

como debía ser, pero las cosas entre ellos, no volverían a ser como en el<br />

pasado.<br />

Juan comprendió lo tonto, injusto y ciego que fue, Clara no merecía su<br />

traición, pero ya era tarde, los años le comenzaron a pesar…<br />

Desde ese día fue una sombra de lo que fue, no volvió a levantarle la voz a<br />

Lucía, ni dejó que se fuera de la casa y aceptó, aunque no lo compartía, que<br />

ella fuese Testigo de Jehová.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

VIII<br />

ÉPOCA DE CAMBIOS<br />

Al finalizar la guerra, Ignacio se casó con una joven inglesa, Mary y a pesar<br />

de no haber podido terminar la carrera de ingeniería, el servicio que<br />

brindó durante la guerra, lo capacitó y acreditó como ingeniero<br />

aeronáutico. Al saber que sus padres no estaban bien, volvió a su casa<br />

natal.<br />

Su padre jubilado la situación económica no era la mejor. La propiedad era<br />

<strong>grande</strong>, las cosas en el país no eran las mismas y ahora costaba mucho<br />

mantenerla. Sugirió vender alguna porción del parque, la zona se había<br />

vuelto muy selecta y pagarían bien por los lotes, solventando así, los gastos<br />

inmediatos.<br />

Restablecieron el contacto con Carolina, no veía problemas de que se<br />

vendiera solo una parte, aprovechó para enviar una copia de su<br />

testamento, dejaba la parte que le correspondía, a sus sobrinas Lucía y<br />

<strong>El</strong>ena. Ana Clara estuvo de acuerdo que las muchachas tuvieran esa<br />

herencia y Henry también, solo Ignacio no lo veía bien, si renunciaba a su<br />

parte, decía, que fuera para todos por igual. La razón de su egoísmo, entre<br />

otras cosas, se debía a la religión de sus hermanas, con la que estaba en<br />

abierta oposición. Ignacio se comportaba igual que su padre, arrogante e<br />

intransigente, pero no tenía opción, o soportaba la situación o se<br />

marchaba.<br />

<strong>El</strong> ambiente en el hogar no era de lo mejor, pero las muchachas ponían<br />

buena voluntad.<br />

En 1948, Ignacio y Mary fueron papás de un niño, al que llamaron Luís,<br />

otra vez la alegría de un niño invadió la casa, a pesar de ya no ser el parque<br />

tan <strong>grande</strong>, el jardín era suficientemente amplio aún. Se mantuvo adornado<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

por los rosales y en especial el viejo rosal, que generoso daba sus rosas,<br />

para las novias, los casamientos o para la sala, siempre estaba presente, en<br />

medio de la familia, como un integrante más.<br />

En noviembre de 1950, una enfermedad súbita afectó la salud de Juan<br />

Ignacio y falleció. Durante ese tiempo, Clara lo acompañó y lo cuidó hasta<br />

último momento, demostrando gran fortaleza. Unos días antes de su<br />

muerte, como si supiera, Carolina le envió una carta a su hermano, la<br />

primera después de muchos años y decía así:<br />

-“Mi querido y nunca olvidado hermano:<br />

Necesitaba escribirte, ya que nuestros días son contados, ya no somos los<br />

niños que corrían en el parque, alrededor del rosal de mamá, viendo quién se<br />

acercaba más sin arañarse, ¿recordás? Quería contarte, hermano, que<br />

aunque papá y vos nunca entendieron ni compartieron mis decisiones, estas<br />

no siempre fueron equivocadas.<br />

Me casé con el mejor hombre, papá hubiera estado de acuerdo y feliz si lo<br />

hubiera conocido, me amó y respetó hasta el último hálito de su vida. Amó y<br />

crió a nuestros hijos como un padre ejemplar y un siervo leal de Dios, con él<br />

siempre fui feliz, tuvimos una vida feliz.<br />

Muchas veces escribí a tu oficina para contarte de la esperanza hermosa que<br />

abrigo, pero nunca recibí respuesta tuya. Con mamá y Clarita nos escribimos<br />

por años, pero no te dijeron nada por temor a tu reacción. Has perdido todos<br />

estos años, hermanito, de escuchar un mensaje lleno de vida y lo siento,<br />

porque con tu dedicación y denuedo por las cosas que te interesan y con lo<br />

trabajador que sos, hubieras sido un excelente Testigo. Aún no es tarde, si<br />

bien ya estamos <strong>grande</strong>s, sólo Jehová sabe cuánto le queda a este mundo y a<br />

nosotros dos.<br />

Te habrá sorprendido que les haya dejado mi parte de la casa a las chicas, no<br />

es que no la valore, es que no necesito lo material, mis hijos Thomas (vieras lo<br />

parecido que es a vos) y Carol tienen todo lo que necesitan, ellos viven felices<br />

en otro país, sirviendo a Dios y kathy, la menor, que vive cerca mío, junto a su<br />

esposo e hijos, están bien con lo que poseen.<br />

Hablé con Ana Clara y con Henry, ellos no se opusieron, son muy generosos,<br />

solo Ignacio no quiso hablar conmigo, pero sé que comprenderá que es lo<br />

mejor, que las muchachas se queden con la casa cuando vos y yo no estemos.<br />

Querido hermano, sé que no volveremos a vernos más, hasta el día en que<br />

nuestro Maravilloso Padre Celestial nos reúna en el paraíso ya resucitados<br />

los dos, pues desde hace años sé que mi esperanza es vivir aquí en la tierra.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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La imagen que tengo de vos, hermano, es la de aquel joven atlético y fuerte,<br />

con la sonrisa amplia y fresca, de la última vez que nos vimos, así espero<br />

verte cuando nos reencontremos.<br />

Usá este tiempo en el que estas bien de salud para acercarte a Jehová, para<br />

conocerlo, escuchá a las chicas, aprendé y llená tu corazón con la verdad.<br />

Tenés unas hijas maravillosas y una familia hermosa y no es casualidad. Sí,<br />

no te sorprendas, he sabido de ustedes conociendo cada detalle. Mantuve<br />

correspondencia con todos tus hijos, menos con Ignacio. Aunque lejos<br />

físicamente, siempre estuve con ustedes viendo cómo crecía la familia. Lucía<br />

en cada carta me enviaba una rosa de mamá, las que aún conservo, era como<br />

estar allí, junto a ustedes, como si nunca me hubiese ido y es el lazo que une a<br />

mis hijos con la familia…<br />

Hermano querido, siempre te amé, a pesar de la distancia, la<br />

separación y el silencio, siempre estuviste en mi corazón y en mis más<br />

hermosos recuerdos. Pronto nos veremos, ya lo verás.<br />

Tu hermana, que te ama<br />

Carolina Harvey-Spencer “<br />

A medida que leía la carta, le brotaban lágrimas, nadie jamás lo había visto<br />

llorar. Llamó a Clara, le entregó la carta para que ella misma la leyera y le<br />

pidió que le explicara, si es que ella sabía, de lo que hablaba Carolina en la<br />

carta. Después de mucho tiempo Clara le regaló una sonrisa, tomó su mano<br />

con mucho amor, con ese amor que se mantuvo intacto a pesar del dolor y<br />

la traición y quedaron solos en el cuarto por muchas horas charlando.<br />

Al día siguiente, cerca del atardecer, Juan Ignacio, mientras miraba, a<br />

través de la ventana, el viejo rosal, el mismo que lo acompañó toda su vida,<br />

se fueron cerrando sus ojos poco a poco y se durmió en la muerte, lleno de<br />

paz, de verdadera paz, con esa última imagen en su retina y asido de la<br />

mano de Clara, su Clarita.<br />

Ignacio tomó las riendas de la familia. Tenía un buen trabajo bien<br />

remunerado, nada les faltaba, pero era tan intransigente que a veces la<br />

convivencia era difícil.<br />

Clara, aunque ya <strong>grande</strong>, con 67 años, después de la muerte de su esposo,<br />

había desarrollado un valor y decisión nunca visto en ella anteriormente,<br />

era firme y segura y no permitía que Ignacio tratara mal a sus hermanas,<br />

como lo hacía su padre. Solía decirle:<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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-“Con uno ya fue suficiente, ahora solo le obedezco a Jehová “. Clara había<br />

abrazado la verdad con el mismo celo de sus hijas.<br />

En 1952 Ignacio y Mary tuvieron una nena, Alicia y en 1956 nació Ignacio<br />

Henry, le decían Nacho.<br />

Para el año de 1954 Lucía se casó con un hermano de la congregación,<br />

Jorge González, que tiempo después se mudaron a Entre Ríos, para servir<br />

como precursores. Ignacio y Mary, estaban a disgusto en la casa, no<br />

aceptaban el ambiente de paz ni las actividades cristianas de Clara y<br />

<strong>El</strong>enita.<br />

En 1958 se mudaron a Córdoba, por trabajo, luego de exigir su parte de la<br />

herencia por adelantado, hubo que vender otro lote del parque.<br />

Cada verano enviaba a los niños por unos días, pero cuando Nacho tenía<br />

unos 9 años, tuvo una fuerte discusión con su madre y hermana y ya no<br />

volvió a la casa ni llamaba a su madre. Recién volvió en 1971, al funeral de<br />

Clara y luego en 1973, que falleció Ana Clara. Henry intentó interceder<br />

para que doblegara su orgullo, pero se enojó aún más, distanciándose de él<br />

también.<br />

Pero, como la vida tiene sus idas y vueltas, el ser orgullosos no sirve de<br />

nada… Pocos años después, un golpe militar, derrocó al gobierno y<br />

comenzó una época muy difícil, pues hubo represión del gobierno, donde<br />

se encarcelaba gente bajo sospecha de ser revolucionarios o sólo por estar<br />

en la agenda de direcciones de un sospechoso, era en sí mismo peligroso.<br />

Hasta los Testigos de Jehová fueron considerados peligrosos y se<br />

proscribió la obra, cerrando Salones del Reino y reduciendo la actividad<br />

cristiana, de manera precavida, pero siempre activos, sin dar motivos para<br />

ser llevados por la policía. Muchas personas fueron detenidas, y no se supo<br />

más de ellos.<br />

En esos días Nacho, estaba en la universidad, y los estudiantes eran blanco<br />

preferido, fue llevado por las autoridades acusado de activista político<br />

estudiantil. Ante el temor de perder a su hijo, Ignacio dejó su orgullo de<br />

lado y recurrió a su hermano, Henry, si bien ya estaba retirado, al haber<br />

llegado a ser almirante tenía muchos contactos, y así logró que se pusiera<br />

en libertad al muchacho. Henry le aconsejó se fuera inmediatamente del<br />

país, por su seguridad.<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

______________________________________<br />

IX<br />

ELENITA<br />

Llegando a este punto del relato de la tía <strong>El</strong>ena, Nacho quedó impactado.<br />

No sabía, que el alejamiento de su familia, se debía a la dureza e<br />

intransigencia de su propio padre. Tampoco le contó su padre, que fue<br />

gracias a su tío que salvó la vida. Sintió una mezcla de rabia y tristeza se<br />

sintió en deuda, no podría agradecerle personalmente al tío Henry, había<br />

fallecido en 1998.<br />

Aún quedaban algunas cosas por saber, como por ejemplo la tía Lucía, qué<br />

fue de su vida y la tía <strong>El</strong>ena, aún no había contado nada de sí misma en<br />

todo el relato…<br />

Lucía vivió hasta los 90 años como una sierva fiel de Dios, en la provincia<br />

de Santa Fe, si bien no tuvo hijos propios, sí llegó a tener muchos hijos<br />

espirituales a lo largo de su vida cristiana.<br />

Antes de contarle sobre sí misma, <strong>El</strong>ena le preguntó a Nacho si sabía que<br />

en la familia había varios Testigos de Jehová. Él, le respondió que muchos<br />

de esos detalles no estaban todavía claros en su cabeza, pues en su casa<br />

siempre que se hablaba de las tías y de la abuela decían que estaban locas,<br />

sus padres evitaban hablar de la familia, y al haberse ido tan joven a<br />

España, muchas cosas quedaron sin responder.<br />

<strong>El</strong>enita pasó varias horas contando la historia familiar, sin darse cuenta, la<br />

noche había caído sobre la casa del rosal. La anciana se acomodó en su<br />

sillón, encendió la luz de la lámpara, y como si recién empezara, continuó<br />

con el relato, que transcribiré tal cual ella lo contó:<br />

” Cuando nos llegó la carta junto con el libro, de tía Carolina, fue en 1937,<br />

no sólo se destaparon los ojos de Lucía. Aunque yo tenía apenas 12 años,<br />

comprendí que allí había algo más que un libro religioso. ¡Supe también,<br />

como Lucía, que era la verdad! Como era muy chica no podía enfrentar a mi<br />

padre, eran otros tiempos, debíamos ser respetuosos, pacientes y calcular<br />

bien los movimientos por la paz familiar. En ese tiempo estudiaba en<br />

capital, en la Escuela de Bellas Artes y Lucía era maestra allí. Papá no<br />

sospechaba que esos días en que llegábamos más tarde que de costumbre,<br />

era porque íbamos a las reuniones cristianas. Los domingos, cuando salía a<br />

predicar, me llevaba un block de hojas para que al terminar la actividad,<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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pasaba un ratito por la plaza a dibujar algo como para justificar mi salida.<br />

Cuando Lucía enfrentó a papá fue muy oportuno, porque en esos días nos<br />

bautizábamos y estuvo a punto de descubrirnos y no nos hubiera<br />

permitido hacerlo, de ese modo al quedar al descubierto no pudo oponerse<br />

más.<br />

No fueron años fáciles, papá era muy difícil y nos apoyábamos las tres. Al<br />

marcharse Lucia, con mamá tuvimos que lidiar con el carácter de tus<br />

padres. Siempre tratamos de comprenderlos y disculparlos, la guerra deja<br />

secuelas en las personas, que les cambia la manera de ser y sentir, tu padre<br />

llegó a ser mucho más duro que mi padre…<br />

Recuerdo la ocasión en que se vendió la primera porción del parque,<br />

cuánto tuvimos que pelear con tu padre para salvar los rosales de la abuela<br />

Catalina. Dirás que es tonto, cosa de vieja, pero todo eso es parte de la<br />

familia, no todo es dinero, hijo, él parecía empeñado en borrar las cosas<br />

queridas que hacían a esta familia y tu madre nunca se adaptó a vivir con<br />

nosotros… Mamá sufrió mucho durante esos días…Pensar -siempre decía<br />

lamentándose- que era tan cariñoso y generoso de niño…<br />

Perdón, Nacho, me parece estar viendo a mamá secándose las lágrimas a<br />

escondidas, cuando tu papá nos gritaba porque no le gustaba que<br />

saliéramos de casa para predicar o ir a las reuniones… bueno, mejor<br />

sigamos…<br />

En 1950 me casé con José, luego nacieron tus primos Susana, Joaquín,<br />

Carlos, Ana Lucía y Daniel.<br />

Mucho del esplendor que tuvo esta familia se perdió, nada queda, ya ves,<br />

esta casa vieja de más de 100 años, se mantiene porque Susana y su esposo<br />

se esfuerzan y tus primos que dan una mano. Todos aman esta casa,<br />

porque ella guarda las risas y alegrías, las penas y lágrimas, por tantas<br />

cosas vividas de casi cuatro generaciones…<br />

De golpe se interrumpió y tomando de la mano a Nacho, lo arrastró.<br />

- Vení, hijo, acompañame al jardín, quiero que veas bien de cerca lo más<br />

valioso que tiene esta casa.-le dijo <strong>El</strong>ena<br />

Salieron juntos al jardín, la tía <strong>El</strong>enita se apoyó firmemente en el brazo de<br />

Nacho y fueron hacia el viejo rosal, que estaba cálidamente iluminado por<br />

unos faroles, para que resaltase en la noche y continuó con el relato:<br />

“-¿Ves hijo? Este es el rosal que plantó mi abuela, cuando se construía esta<br />

casa, cuidándolo desde el primer día con amor. Cada rosa que dio estuvo en<br />

los momentos más importantes de nuestra familia, en las graduaciones, en<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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las bodas, los nacimientos, fue siempre parte de nosotros y de lo que<br />

somos…<br />

Me gustaría mucho explicarte esta esperanza que aprendí siendo niña y<br />

que compartí con tantas personas y con tantos miembros de la familia.<br />

¿Sabés Nachito?, uno de los hijos de Ana Clara, el menor, Esteban, también<br />

es Testigo de Jehová, junto con su familia.<br />

Henry a pesar de que nunca llegó a ser Testigo, escuchaba a mamá con<br />

tanto respeto, que nos dejó enseñarles a sus hijos y no les impidió que ellos<br />

eligieran con libertad. Con Lucía, plantamos la semilla de la verdad en ellos<br />

y Jehová la hizo crecer, hoy toda su familia, hijos, nietos y biznietos están<br />

repartidos en diferentes puntos del país sirviendo al Dios Verdadero, igual<br />

que mis hijos y nietos…<br />

Dale, vení, ya que me oíste tanto, escuchá esto que es lo más importante<br />

que te quiero contar…<br />

Nacho interrumpe a la tía, la invita a entrar y le dice que ahora es ella<br />

quien tiene que oírle, hay una historia que ella no sabe.<br />

X<br />

LA HISTORIA COMPLETADA<br />

<strong>El</strong>ena quedó sorprendida, no esperaba una respuesta así, tan cortante y<br />

contundente. No dejaba de mirar a los ojos Nacho, mientras él la llevaba a<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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la sala, tomándola del brazo, con aquella misma curiosidad de cuando era<br />

niña, esperando oír la historia. Esto fue lo que le contó Nacho:<br />

“Tía <strong>El</strong>ena, cuando me fui del país, fue tanta la prisa que apenas si tuve<br />

tiempo de llevarme algunas cosas, pero entre ellas quería llevarme algo<br />

que me uniera a la familia, a quienes no sabía cuándo volvería a ver.<br />

Del escritorio de papá me llevé dos fotos, una en la que estoy con mis<br />

padres y hermanos y la otra de papá con los abuelitos y ustedes, los cinco<br />

hermanos, junto al rosal de la abuela y también una Biblia de ella, que no sé<br />

cómo la tenía papá.<br />

Al llegar a España me sentía muy solo, era verano y sin embargo siempre<br />

tenía una sensación de frío interno inexplicable. No conocía a nadie, solo<br />

tenía una carta de recomendación que me había dado Alfredo, el hijo de tía<br />

Ana Clara, para que pudiera estudiar en el instituto de un viejo colega. Eso<br />

realmente me ayudó, pero la soledad tía, era mucha…<br />

Una noche al irme a dormir, abrí la Biblia de la abuela y de allí se cayó una<br />

carta amarilla por el tiempo, era de la tía Carolina para el abuelo. La leí,<br />

realmente lo que sabía de ella no coincidía con la persona que escribía.<br />

Papá no hablaba de ella bien, sí lo hacía despectivamente. Me impactó leer<br />

el amor que le expresaba al abuelo, pero no entendí mucho las cosas que<br />

explicaba. Cada vez que me sentía solo, releía algunas partes y era como oír<br />

la voz de la familia y eso me animaba mucho. Pero como siempre pasa,<br />

conseguí un trabajo, continué con mis estudios y al hacerme de un grupo<br />

de amigos, claro está, la Biblia con la carta fue a parar a un cajón olvidada.<br />

Con el tiempo me casé. La familia, los estudios y el trabajo ocuparon los<br />

espacios de la nostalgia. Mi vida había tomado forma propia lejos de los<br />

afectos que quedaron tan lejos.<br />

Alrededor del año 2000, buscando un material para un libro, encontré la<br />

Biblia de abuelita y me acordé de la carta. Se la leí a mi esposa, se emocionó<br />

mucho, hacía poco había perdido al padre…<br />

Una mañana semanas atrás, llamaron a casa dos señoras que al verla tan<br />

triste por su pérdida le hablaron de volver a ver a su padre en la<br />

resurrección. Como alguna vez le conté de la intransigencia de mi papá por<br />

la religión, pensó que yo respondería de igual manera y mantuvo en<br />

secreto que las señoras la visitaban regularmente, pero al leerle la carta y<br />

ver mi emoción comprendió, que no era así.<br />

Entonces se sinceró, me contó que estaba estudiando. Como no quería<br />

parecerme ni a abuelito y ni a papá, la dejé que decidiera ella, aunque para<br />

decirte la verdad, no me llamaba la atención, no me interesaba. Con el paso<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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del tiempo noté cambios en ella y en mis hijos, que estaban en la<br />

adolescencia… Todo eso me hizo reflexionar y recordé los veranos en esta<br />

casa, y algunas cosas que vos nos contabas…<br />

Un día, no puedo decirte por qué, se me ocurrió rastrear a la familia de la<br />

tía Carolina, en Australia. La carta tenía una dirección, los nombres de los<br />

hijos… ¡Y los encontré!<br />

Kathy la hija menor aun vivía y Jerry, uno de los hijos me mandó un<br />

hermoso mail y luego hablamos por teléfono. Sentí de inmediato que lo<br />

conocía de toda la vida, me habló de Jehová y te digo tía, no sé por qué,<br />

pero me llegó al corazón todo lo que dijo, lo recuerdo y me emociona. Sentí<br />

algo muy especial…<br />

No fue nada fácil para mí dar los pasos para cambiar algunas cosas, pero<br />

acompañaba cada tanto a mi esposa a las reuniones. Estuve en los<br />

primeros temas de mis hijos, en sus bautismos, pero había algo que me<br />

impedía comprometerme. Lo hablamos mucho como familia, no sé qué era,<br />

sentía un vacío <strong>grande</strong> dentro de mí, era como una deuda y hasta le pedí a<br />

Jehová que me ayudara…<br />

De un día para otro, mi editor me pidió una novela, fue cuando comencé la<br />

investigación para este nuevo libro que encontré el nombre del abuelo<br />

Henry.<br />

Sentí, entonces la necesidad de volver al país, quería hablar con vos tía,<br />

aclarar cosas que no entendía. Recordaba las palabras de tía Carolina al<br />

abuelo, cuando le decía que “había perdido el tiempo” y no quería cometer<br />

el mismo error.<br />

Debido a mi trabajo no pude viajar inmediatamente, para no perder el<br />

tiempo comencé a estudiar allá con un hermano, cuyo padre había<br />

conocido la verdad, (esto te parecerá increíble), por la tía Carolina, cuando<br />

estuvo en España…<br />

Por eso volví, tía, por eso quería verte y oírte, para contarte que quiero<br />

estudiar con vos o con alguien de la familia. Quiero continuar con mi<br />

estudio, porque quiero llegar a ser Testigo del Dios Altísimo, y en el<br />

momento que sea posible bautizarme y que, por fin, estemos todos juntos,<br />

al menos la mayor parte de la familia…”<br />

Susana, que estaba en la sala, el esposo, una de las hijas, todos lloraban de<br />

alegría. <strong>El</strong>ena lo abrazó con todas sus fuerzas. Estaba muy feliz, no solo<br />

había sacado del arcón de los recuerdos la historia de la familia, para que<br />

se escribiera un libro, había oído una historia que no imaginaba, que la<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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llenaba de orgullo, ver que otro miembro de la familia se ponía de parte de<br />

Jehová.<br />

Un año después, se encontró en la Villa del <strong>Rosal</strong> casi toda la familia.<br />

<strong>El</strong>enita con todos sus hijos y nietos, los hijos y nietos de Henry, los nietos y<br />

biznietos de Ana Clara y claro está, Nacho y su familia.<br />

No solo era una reunión familiar más que se juntaron para celebrar el<br />

bautismo de Nacho, fue el reencuentro de los lazos familiares, de los<br />

valores de la familia y de un amor que nació más de un siglo atrás en esa<br />

casa que los vio nacer y se extendió por el mundo, en un gran número de<br />

descendientes. Cuatro generaciones y la mayoría de ellos, cristianos<br />

verdaderos, con una vida de servicio leal.<br />

Ese sábado tan especial la casa volvió a lucir espléndida, como aquella<br />

noche de 1903, en la boda de Juan Ignacio y Clarita, con todas sus luces<br />

encendidas. <strong>El</strong> jardín más iluminado que nunca y el rosal aunque viejo, se<br />

había adornado como en sus mejores épocas y celebró con toda la familia<br />

regalándoles una rosa para cada uno. En medio de tanta alegría, alguien<br />

oye de casualidad sonar el teléfono, Susana atendió, pero no podía oír bien,<br />

y en un instante se hizo el silencio de golpe. Al preguntar quien era que<br />

hablaba, su rostro se transformó y apenas le salió, como un susurro bien<br />

audible – ¡¡¡Tío…!!!<br />

Todo pasó en un segundo, Nacho quedó helado, sabiendo que se trataba de<br />

su padre. <strong>El</strong> esposo de Susana, acompaña a <strong>El</strong>ena hasta el teléfono y la<br />

sienta en el sillón. Emocionada, lleva el aparato a su oído y pudo escuchar<br />

por fin, después de tantos años, la voz querida de su hermano Ignacio.<br />

Se la escuchó decir – Yo también te quiero, hermanito. Aquí estamos todos<br />

juntos, con Nachito y tus nietos…Son hermosos… Sí, estoy bien, también<br />

quiero verte, ¿mañana? ¿Mañana venís?...<br />

<strong>El</strong>ena rompió a llorar y Nacho le sacó el teléfono y habló con su padre.<br />

La anciana no había oído mal, su hermano estaría al día siguiente con ella,<br />

como antes, como hacia tantos años no estaban, bajo el mismo techo. ¿Qué<br />

más se podía pedir esa noche?...<br />

Ahora sí, la felicidad era completa. Ante tanta algarabía y festejo, los<br />

vecinos se asomaron, para ver sorprendidos cómo esta enorme familia<br />

posaba para una foto en conjunto, participando a un lado el viejo rosal, con<br />

la alegría de poder estar nuevamente todos juntos, unidos como familia, y<br />

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<strong>El</strong> viejo <strong>Rosal</strong> Silvia Espiño<br />

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unidos adorando al mismo Dios y resueltos a hacerlo por toda la eternidad,<br />

con la bendición de Jehová.<br />

ABRIL 2009<br />

FIN<br />

Todos los derechos reservados …… Silvia Espiño<br />

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