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<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

TOMÁS HIDALGO<br />

L<br />

LA HISTORIA <strong>67</strong><br />

ESCRITORES·TEOCRATICOS EDICIONES<br />

2


<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

© Marzo 2006<br />

Tomás Hidalgo<br />

“<strong>La</strong> <strong>historia</strong> <strong>67</strong>”<br />

Inspirado en una <strong>historia</strong> real<br />

© Abril 2006<br />

Publicado por:<br />

<strong>Escritores</strong> <strong>Teocráticos</strong> Ediciones<br />

WWW.ESCRITORESTEOCRATICOS.NET<br />

ESCRITORES <strong>Teocráticos</strong> Ediciones<br />

Autorización:<br />

ESTÁ PERMITIDA la producción y difusión total o parcial de este cuento, su<br />

tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio,<br />

ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos.<br />

ESTÁ PROHIBIDA la comercialización de este cuento, o el cobro de dinero para<br />

recuperación de gastos de producción. Su distribución sólo se autoriza de forma<br />

gratuita.<br />

3


<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

<strong>La</strong> <strong>historia</strong> <strong>67</strong><br />

_____________________________________________<br />

TOMÁS HIDALGO<br />

<br />

“Llevaba más de cuarenta minutos tendido en el suelo junto a otro<br />

centenar de personas. <strong>La</strong> situación era delicada, pues hombres<br />

fuertemente armados se encontraban en el recinto, bastante<br />

alterados, con los nervios de punta. Corrían de un lado para otro<br />

con premura. Se escuchaban llantos tímidos y gemidos que eran<br />

rápidamente reprimidos por los facinerosos. Escuchaba como<br />

deliberaban y parecían discutir entre ellos, lo que hacía más<br />

peligroso el entorno. No obstante, a pesar de que tenía solo unos<br />

ocho años, me sentía tranquilo. Apoyaba mi frente sobre mis brazos<br />

cruzados cerrando mis ojos, tratando de pensar en otra cosa. Sentía<br />

pasos acelerados que cruzaban junto a mi humanidad. Me<br />

preguntaba cómo estarían mi madre, mi padre y mi hermano.”<br />

OCASIONALMENTE, en las vigilias de la noche, viejos recuerdos afloran en mi mente.<br />

En medio de tales cavilaciones suelen proyectarse imágenes de mi tierna infancia, como<br />

si de aquella manera estuviera de algún modo retrocediendo en el tiempo. En esas<br />

abstracciones, suelo recordar un momento en especial de cuando era solo un niño;<br />

apenas sabía leer —aunque no sabría precisar exactamente cuán pequeño era pues no<br />

tenía el concepto del tiempo muy agudo todavía— y recuerdo que pasaba mucho tiempo<br />

hojeando, leyendo y releyendo las páginas de un precioso libro de pasta amarilla y con<br />

su título en unas llamativas letras rojas —tampoco sabría decir cuanto tiempo pasaba en<br />

esos menesteres— cuyo nombre era: Mi libro de <strong>historia</strong>s Bíblicas. Particularmente se<br />

viene a mi mente un pasaje en especial que curiosamente repasé y repasé una indefinida<br />

cantidad de veces. Aún recuerdo que es la <strong>historia</strong> <strong>67</strong> de tal libro. En sus desgastadas y<br />

amarillentas hojas del uso y abuso que yo mismo le brindase, leía vez tras vez la <strong>historia</strong><br />

de un rey del antiguo Israel de nombre Jehosafat. He dicho curiosamente porque ahora<br />

que lo pienso bien, no es una de las tradicionales <strong>historia</strong>s que suelen gustarles a los<br />

niños, como aquellas generosas en imágenes de paisajes del paraíso, o aquellas<br />

aventurezcas que ofrecen episodios como las conquistas del rey David, o las peripecias<br />

pasadas por el profeta Jonás en el vientre de una enorme “ballena”. No, yo me fijaba<br />

bastante en ese otro episodio. En este se relata como un enorme ejército mancomunado<br />

de Moab, Amón y Seír estaba a las puertas de Jerusalén. Jehosafat sabía que<br />

militarmente estaba perdido. En respuesta a las sentidas oraciones del rey, Jehová le<br />

responde que él va a pelear por ellos, que no tendrían que pelear sino quedarse quietos.<br />

<strong>La</strong> <strong>historia</strong> termina cuando los soldados de Israel marchan en dirección al campamento<br />

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<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

del enemigo y al llegar encuentran muertos a sus enemigos quienes horas antes se<br />

habían ellos mismos causado la muerte cumpliéndose así la palabra de Jehová. ¿Por<br />

qué siendo solo un niño me gustaron esos episodios? En realidad aún no lo sé. Pero sí<br />

sé que este episodio fue bastante especial cuando solo unos pocos años después me<br />

hallaba quieto esperando cual sería el desenlace de tan peligrosa situación.<br />

Aquel día, —que menciono al comienzo de este relato—, parecía que se<br />

desarrollaría de manera normal. Era un domingo y esa mañana era distintamente<br />

brillante. Parecía que el sol había madrugado más que de costumbre en esa ocasión y<br />

era un día perfecto para las actividades que mi familia desarrollaría en esa jornada. Mi<br />

padre era anciano de congregación y esa tarde había sido invitado como conferenciante<br />

en dos congregaciones de la ciudad de Medellín. Decidimos que como familia<br />

saldríamos a acompañarlo. Una de las conferencias la tuvo en el extremo noroccidental<br />

de la ciudad. Sin novedades, mi padre presentó la conferencia, y tan pronto terminó nos<br />

dirigimos hacia el sur occidente para su segunda conferencia del día. Era un salón de<br />

tamaño mediano cuyo auditorio quedaba oculto de la entrada principal, pues había que<br />

recorrer un pequeño zaguán hacia la izquierda.<br />

—Buenas tardes hermano Antonio, lo estábamos esperando. Siéntase como en<br />

su casa. Bienvenidos todos —nos saludó el Anciano presidente de la congregación.<br />

—Buenas tardes hermano Orlando. —Mi padre conocía a varios de los<br />

hermanos de esa congregación.<br />

Después de los saludos de rigor, y tomar los datos del tema de la conferencia,<br />

nos pusimos a saludar a los hermanos que allí se encontraban. Habíamos llegado como<br />

unos veinte minutos antes de la hora en que comenzaría la reunión.<br />

—Venga hermano Antonio, le voy a presentar a un hermano muy especial.<br />

— ¿De quién se trata Orlando?<br />

—Ya lo verás.<br />

El hermano Orlando lleva a mi padre hacia delante y en una silla especialmente<br />

adaptada, se hallaba un hermano de avanzada edad cuyos ojos ya se habían apagado<br />

debido a los achaques propios de su vejez.<br />

—Mire hermano Antonio, le presento al hermano José Manuel Grave.<br />

— ¿José Manuel Grave? —dijo mi padre—. Me suena… Ah, ya sé ¡Pero si es el<br />

primer hermano que se hizo testigo en la ciudad! Vaya que sorpresa encontrarlo aquí en<br />

esta congregación.<br />

—Así es –contestó el hermano Grave— aquí estoy todavía dando guerra. Solo<br />

que ya no tengo las energías de hace años.<br />

—Pero usted ha ayudado a muchos a conocer la verdad, y su ejemplo de aguante<br />

es sobresaliente, y todos aquí hemos oído hablar de su celo por la verdad.<br />

— ¿Mi celo y aguante? De no haber sido por la ayuda de nuestro creador<br />

Jehová, realmente no hubiera tenido la fuerza para enfrentarme a todas las saetas<br />

encendidas que el enemigo ha lanzado sin misericordia sobre mi humanidad. Pero<br />

Jehová es bondadoso y se ha acordado de mí aún en los momentos más difíciles<br />

—Predicar en la ciudad era un desafío bastante grande en aquel entonces ¿No es<br />

así hermano Grave?<br />

—Es correcto, recuerdo en una ocasión que estaba predicando con un hermano<br />

misionero. Él no hablaba nada de español, y yo no sabía ni jota de inglés. Más o menos<br />

a media mañana una chusma de escolares vociferantes arremetió contra nosotros,<br />

lanzándonos piedras y puñados de barro. Yo sentía que había llegado mi final pues esa<br />

horda iracunda estaba bastante exaltada. Solo atiné a decirle a Jehová: Por favor Padre,<br />

ayúdanos. De repente, una puerta se abrió y sentí que me halaban de la mano y<br />

precipitadamente fuimos empujados hacia dentro de una casa. <strong>La</strong> dueña de ese hogar<br />

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<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

había observado el peligro en que nos encontrábamos y sintió el impulso de ayudarnos,<br />

mientras una lluvia de rocas y piedras se precipitaban sobre la fachada y el entejado de<br />

la casa. Esto siguió hasta que llegó la policía. Luego de sus indagaciones, descubrieron<br />

que quien instigó ese ataque contra nosotros había sido nada menos que el cura de la<br />

localidad quien por altavoces había instado a los estudiantes a “tirar piedras a los<br />

protestantes”. Esa crisis pasó, pero grabó en mi mente el hecho de que Jehová te puede<br />

solucionar las crisis de la manera más inesperada que te puedas imaginar.<br />

— ¡Que interesante <strong>historia</strong>! Lástima que tengamos que interrumpirla pues ya<br />

está a punto de comenzar la reunión —advirtió bondadosamente el hermano Orlando.<br />

—No hay problema hermano, ya tendremos la oportunidad de conversar otra vez<br />

y escuchar sus interesantes <strong>historia</strong>s ¿No es cierto hermano Grave?<br />

— ¡Cierto hermano! Para todo hay un tiempo señalado.<br />

Pronto había comenzado la reunión. El presidente de la sesión informa la<br />

apertura de la reunión. Luego del cántico y la oración, anuncia el tema de la<br />

conferencia, a saber: “Esténse quietos y vean la salvación de Jehová”. En efecto, un<br />

tema extraído del texto bíblico que relata la respuesta de Jehová a las oraciones de<br />

Jehosafat. Bueno, aparte de que ese pasaje me hubiera gustado con la lectura de Mí<br />

libro de <strong>historia</strong>s Bíblicas, esto no tendría nada de particular. Sin embargo, en el<br />

transcurso de la reunión, esas palabras comenzaron a tener más sentido para cada uno de<br />

los presentes.<br />

Ya había transcurrido más de media hora desde el comienzo de la reunión y me<br />

había parecido singular el hecho de ver que estaba llegando gente “nueva”, es decir que<br />

personas con ropaje deportivo e informal estaban entrando y se ubicaban en algún sitio<br />

del salón. <strong>La</strong> conferencia terminó, y comenzó el estudio de <strong>La</strong> Atalaya. Después de<br />

unos quince minutos de interesante análisis, observé como dos sujetos, uno sentado en<br />

el pasillo de la izquierda, el otro en el pasillo derecho, se levantaron al unísono de sus<br />

asientos y comenzaron a caminar hacia la plataforma. Yo inmediatamente pensé: “que<br />

raro, pero si esta no es la Escuela del Ministerio como para que hayan presentaciones;<br />

además estos muchachos están de ropa informal”. Los sujetos se subieron a la<br />

plataforma ante la impotente mirada del Superintendente de la Atalaya y en rápida<br />

acción se cubrieron el rostro con algo que a mí me pareció como una media velada. En<br />

mi ingenuidad yo seguía pensando “Y estos señores por qué se están cubriendo la<br />

cabeza con una media”. Ya todos los concurrentes lo sabían, y yo pronto también lo<br />

entendería. Los individuos vestían ambos de chaqueta; uno con chaqueta de tela de<br />

jean, el otro con chaqueta de cuero. De entre sus compartimentos interiores sacaron<br />

sendas armas. Unas pequeñas ametralladoras y simplemente dijeron:<br />

— ¡Todos se arrojan al piso PERO YA!<br />

Por un instante pensé que estaba soñando. <strong>La</strong> gente quedó estupefacta y el<br />

hermano que estaba dirigiendo <strong>La</strong> Atalaya nos instó a actuar conforme nos decían estos<br />

individuos. De inmediato mi padre nos insto a obedecer y tomado la delantera el se<br />

arrojó al suelo. Acto seguido lo hicimos el resto del auditorio; mi corazón empezó a<br />

latir con rapidez e inquietud. Se escucharon los primeros sollozos procedentes de<br />

algunas hermanas y a su vez de los niños de algunas de ellas que entraron en pánico al<br />

verlas llorando. Yo de inmediato pensé ‘estarse quietos’ ¡Eso es lo que hay que hacer!,<br />

por tanto permanecí inmóvil aguardando lo que pasara.<br />

Los minutos pasaron y ya nos habíamos enterado que lo que querían estos<br />

individuos era dinero. Preguntaron por la caja fuerte. —Ellos creían que se manejaban<br />

millones de pesos allí—.<br />

— ¡Pero cómo que no tienen caja fuerte! ¿Y qué hacen con la plata pues? Yo no<br />

sé, o nos dan toda la plata o esto se va a poner difícil aquí.<br />

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<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

Desde mi posición era muy poco lo que podía escuchar, sin embargo estos<br />

sujetos estaban desesperándose, y el hermano Orlando muy apaciblemente trataba de<br />

calmarlos. No alcancé a escuchar qué decía él pero estoy seguro que trataba de<br />

explicarles el carácter de nuestra obra, y que allí no se manejaba dinero en altas<br />

proporciones.<br />

Los asaltantes estaban perdiendo la paciencia y optaron por que iban a revisar<br />

uno por uno a todos los asistentes para robarle sus pertenencias, lo que empezó a<br />

demorar la situación. Mientras tanto, a mi mente solo me llegaban las imágenes de esa<br />

<strong>historia</strong> <strong>67</strong>. Los sacerdotes, totalmente desarmados, a la vanguardia por delante de los<br />

soldados israelitas entonando cánticos a Jehová, seguros de que sin mover un dedo, solo<br />

cifrando su confianza en su Dios iban a lograr la victoria contra su poderoso enemigo.<br />

¡Eso era! Cifrar la confianza plenamente en Jehová; en esa situación no había nada más<br />

que hacer, solo esperar ¿Para qué inquietarme? Me sentía tranquilo. Mi corazón ya<br />

latía con normalidad, pero sé que esa imagen en mi cabeza de la <strong>historia</strong> de Jehosafat<br />

me permitía tener claro el porqué podía estar sereno. Sabía que solo dependíamos de<br />

Jehová.<br />

Entretanto el desespero embargó a los asaltantes, pues ya llevaban más de<br />

cuarenta minutos y eso en un asalto es una eternidad, y realmente el dinero recolectado<br />

era vergonzoso para ellos. Uno de ellos en medio de su frustración dijo, o más bien<br />

gritó:<br />

— ¡Pero qué pasa! ¿Es que aquí nadie tiene plata o qué?<br />

—Cállate, o es que querés alarmar a los vecinos, ¿acaso sos idiota?<br />

—Pero es que mirá la miseria que hemos recogido ¿es que vos crees que<br />

nosotros somos limosneros o qué?<br />

De repente, a la distancia se escuchó el sonido de una alarma de sirena acercarse<br />

paulatinamente al salón del Reino.<br />

— ¡Maldita sea! Se nos vino la policía<br />

— ¡Carajo! Ahora sí se nos pudrió la cosa<br />

— ¡Maldición!, ¡Maldición!, yo no voy a volver a la cárcel, yo no me voy a<br />

dejar coger de esos “tombos” 1 .<br />

El hermano Orlando abrió la boca y les dijo<br />

— ¡No muchachos, no vayan a cometer una locura! Miren, yo tengo un pequeño<br />

vehículo, si quieren llévenselo.<br />

—Y nosotros para qué un miserable carro<br />

—Pues por lo menos pueden irse y huir en él<br />

—No se…<br />

—Muestre pues las llaves —contestó el que parecía el líder.<br />

—Pero ¿es que vos sos idiota? ¿No ves que ya viene la policía? ¡Ya están<br />

encima!<br />

Parecía que no había salida, pero el hermano Orlando nuevamente les dijo:<br />

—Pero ¡Sí hay salida muchachos! Miren que yo dejé el carro afuera junto a la<br />

acera, pero por la puerta trasera del salón, ¡Pueden salir por allá!<br />

Fue providencial, porque de inmediato ellos hicieron caso y huyeron. Aunque<br />

posteriormente nos enteramos que la sirena que se escuchaba fue de una ambulancia que<br />

llegaba de urgencia al hospital de la zona que quedaba en la cuadra siguiente. También<br />

para desgracia de los asaltantes, fueron detenidos saliendo de la ciudad en un retén<br />

militar. Esos jóvenes les parecieron sospechosos a los soldados y los detuvieron,<br />

1 Tombos es la expresión callejera utilizada en Medellín para referirse de manera despectiva a los agentes<br />

de la policía. (N. A)<br />

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<strong>La</strong> Historia <strong>67</strong> Tomás Hidalgo 2006<br />

descubriendo que todos estaban reseñados y algunos habían sido condenados como reos<br />

ausentes a varios años de prisión.<br />

<strong>La</strong> crisis pasó, y en medio del susto empezamos a recobrarnos. Los hermanos<br />

comentaban lo providencial que fue el tema de la conferencia “Esténse quietos y vean la<br />

salvación de Jehová”. <strong>La</strong> reunión había evidentemente concluido, pero no quisimos<br />

irnos sin antes hacer una oración a Jehová. El hermano Orlando la ofreció. En su<br />

sentida oración mencionó lo concientes que estamos nosotros que mientras estemos en<br />

el mundo del enemigo, estamos expuestos a muchas vicisitudes, dificultades y peligros;<br />

pero que nos alegraba contar con su espíritu que es infinitamente más poderoso. Y en<br />

efecto, en mi mente quedó grabada una lección que me ha sido útil. En la vida nos<br />

encontraremos con situaciones en las que no podemos hacer nada sino esperar; y aunque<br />

esperar es muy difícil y en ocasiones molesto, cuando esa espera es en Jehová, se hace<br />

definitivamente mucho más tolerable, de hecho, esperar en Jehová siempre termina<br />

beneficiándonos.<br />

Jehosafat esperó, y pudo ver cómo Jehová le proporcionó una salida a su<br />

angustia.<br />

De eso ya han pasado más de veinte años, pero aún en mis cavilaciones<br />

nocturnas recuerdo como ese sencillo episodio me ha otorgado tranquilidad en tantas<br />

ocasiones. Sé que esos recuerdos suelen ser a veces muy vagos, en ocasiones,<br />

lamentablemente cuando más los necesito. Sin embargo, aún puedo refrescar mi<br />

memoria cuando recurro a esa hermosa <strong>historia</strong> <strong>67</strong>.<br />

Fin<br />

Tomas Hidalgo<br />

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