ya son cuatro los muertos en la argentina - Winisisonline.com.ar

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El dilema de Coraline
La casa de mi infancia –una de las tantas
en las que viví cuando era chica– no era,
reescribiendo a Cristina, la “casa de la
da está su madre –el cabello perfecto, el rostro
maquillado– batiendo alguna cosa en un bowl
–todas las madres bien dispuestas baten algo
abundancia”. Mi padre estaba en el exilio, mi
en un bowl– mientras canturrea una melodía
madre trabajaba y estudiaba todo el día, y to-
que parece la emanación de un desodorante
do ese universo desarticulado hacía su síntesis
ambiental.
más acabada en la heladera: nunca había nada.
El detalle es que en la vida paralela de Corali-
Recuerdo a Verónica Cambiaso, mi gran amiga josefina licitra ne todos los personajes –sus padres, sus vecinos,
de la escuela primaria, abriendo el refrigerador,
sus amigos– tienen botones en vez de ojos. De
topándose con medio limón –esto no es una metáfora: ahí que, en algún momento de la historia, se le plantee a
es medio limón como principio y fin de tu planificación Coraline uno de los dilemas más siniestros que inventó
alimentaria– y diciendo:
el cine infantil: si ella quiere quedarse allí para siempre,
–Jose, ¿qué pasó?
debe entregar sus ojos y en su lugar dejarse coser botones.
Yo no sabía bien qué había pasado. No es que fuéramos Lo que sigue no es mejor: los niños que anteriormen-
pobres; más bien faltaba organización (y plata, sí. Tamte dieron ese gran salto terminaron transformándose
bién faltaba plata).
en fantasmas; una forma de decir que somos nuestra
La casa de Verónica era distinta. Pasaron más de veinte mirada, que las ausencias –el costado imperfecto de las
años pero todavía recuerdo su heladera. La puerta estaba cosas– nos dan sustancia del mismo modo que la sombra
tan abarrotada de yogures de litro que, desde entonces, le da cuerpo a la imagen de un cuadro.
me resulta inevitable asociar los yogu-
No sé si el cine para chicos elabores
de litro a una vaga idea de prosperó,
con anterioridad, un discurso tan
ridad. Verónica y sus circunstancias re-
sofisticado como éste. Pero sí sé que
sumían en esa época todo aquello que
el film plantea una serie de preguntas
la vida no me había dado. Ahí estaban
absolutamente adultas: ¿Cuánto nos
los hermanos no tenidos, los ojos ver-
animaríamos a entregar a cambio del
des no heredados, los almuerzos fami-
Paraíso? Si llegáramos al Paraíso, ¿seliares
no vividos y –por sobre todas las
guiríamos siendo nosotros?
cosas– la “felicidad del chango lleno”
Estoy segura de que todas estas dudas
que ya supo capitalizar Carrefour.
rondaron y rondan no sólo la cabeza de
Y si siempre pensé que ese tipo de
Coraline, sino la de los miles de argen-
añoranzas era algo demasiado persotinos
que en la última década se fueron
nal, el producto de un cerebro que a
a España –nuestra versión mejorada,
veces achicaba su horizonte hasta lí-
nuestra casa de los cuentos– imaginanmites
insospechadamente ridículos
do que compraban la postal perfecta del
–lácteos–, dos décadas más tarde me
progreso. Estoy segura, también, de que
doy cuenta de que yo no estaba sola.
en algún momento de esos años vieron
Escribo este artículo luego de ver siete veces en tres días, que las compras navideñas en la calle Princesa, los espejos
producto del entusiasmo de mi hijo, la película Coraline perfumados del Corte Inglés, la brutal burbuja inmobi-
y la puerta secreta. El film (dirigido por Henry Selick liaria que hizo crecer edificios como si fueran tréboles,
–un gran talento opacado por Tim Burton–, estrena- formaban parte de una escena demasiado cara: si eras
do en cine hace algunos meses y actualmente accesible argentino, había que entregar mucho para estar ahí. Había
en DVD) cuenta la historia de Coraline Jones: una niña que limpiar baños, servir mesas, lavar platos, dejar los ojos
que se muda con sus padres a una casa aislada, en la que y el diploma bajo la almohada.
experimenta –quizás como nunca antes– una melancó- Por eso ahora, cuando el Ministerio de Trabajo e Inlica
sensación de aburrimiento. Los padres de Coraline migración español informa que en lo que va del año 370
trabajan todo el día, la heladera necesita un Carrefour argentinos quisieron irse de España para volver a Suda-
Emergency, y la criatura –para ocupar su tiempo– termérica, y que esa cifra es un 20 por ciento superior a la
mina haciendo un inventario con las cosas que necesitan de períodos anteriores, hay algo que se vuelve triste y
arreglo en el hogar.
tranquilizador a la vez. Porque no creo que ahí haya una
Hasta que, recorriendo y revisando las instalaciones, derrota. La escena más bien me recuerda a Coraline, a
encuentra una pequeña puerta que la conduce hacia un mí misma, mirando la heladera vacía y pensando que el
lugar impensado: al otro lado de la pared está la vida de paisaje es una mierda, pero que al menos es real. Y que
Coraline, pero en versión publicitaria. La casa reluce, la la realidad no será la verdad, pero al menos es un buen
heladera es el jardín de las delicias, y frente a la mesa- comienzo. l
Susy y Elías
mabel montoya (memé)
h, ciudad de la furia! ¡Furia del amor! La historia
¡Ade hoy es una de esas que dan alegría, que dan
optimismo, que caminan por la vereda y siempre hay sol,
una historia de Turquía, de Rusia, de Villa Crespo.
Todo comenzó hace mucho, mucho tiempo. Nadie
hubiera dicho que Buenos Aires era cuna de furia alguna.
Buenos Aires se ilusionaba cosmopolita, había típica y jazz,
azules y colorados. Villa Crespo era el barrio de los rusitos,
cuando decir “rusito” no estaba políticamente prohibido
por la corrección. Acá sus antepasados llegaron buscando
las tierras prometidas, acá se cruzaron, pletzalej, bohios,
la kipá y las peies, y todos fuimos todos, y el Once fue el
gran mercado, la plaza del encuentro. Y aquí llegó la familia
de él, sefardíes de Turquía; la familia de ella, asquenazíes
de Rusia. Cuántos barcos, qué enorme distancia, qué
viaje de años y países para que el amor ocurra. Escapados
de tantos desiertos, sobrevivientes de tanta muerte, con
la tradición judía y el futuro argentino, él, turquito con
cara de ruso y negocio en el Once, cintos, bolsos, valijas,
pongámosle que se llama Elías para que el nombre sea ya
un arquetipo, se enamora locamente de una rusita fina que
sabe francés y es asistente social con bellos ojos turcos y
el título del Comercial Nº 8 de Almagro. Pongámosle que
se llama Susy. Él venía del Hipólito Vieytes de Caballito,
y fue una vez y para siempre. Tres años de zaguán, de
promesas, el amor común por la música. Y había tango y
había Edith Piaf y Buenos Aires, ¡qué bella Buenos Aires en
las tardes de lluvia! Si todo fue preparado para que Susy
y Elías llegasen ansiosos, jóvenes, con todo ese futuro al
templo de la calle Azul. Llovía –y es de esperar que ahora
mismo, cuando lo vean como sorpresa en el diario de todos
los días, a Susy y Elías los vuelva a mojar aquella lluvia–,
era 17 de junio de 1967 y llovía en el templo de la calle Azul.
Y entonces, la gran aventura, desde las ventanas del hotel
Panambí en Carlos Paz, en una luna de miel como las
de antes, imaginaron que pasarían juntos, al menos, los
próximos cuarenta y dos años.
Y entonces esta noche, él, como cada 17 de junio desde
hace 42 años, le va a regalar una caja de bombones de
Corso. Y ella va a decirle que no coma chocolates. Que no
le hacen bien. Y él va a hacer un chiste. Y ella va a hacer
como que se enoja. Y alguno de los tres hijos, alguno
de los cinco nietos va a saber que al final, lo que
hay, es el amor más grande. El de Susy y Elías.
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