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LETRAS DEL SÓTANO/II (2013)

Lectura anual de los talleres de motivación literaria a cargo de Gabriela Onetto (www.onetto.net). Espacio Pratto/ Montevideo, 2013.

Lectura anual de los talleres de motivación literaria a cargo de Gabriela Onetto (www.onetto.net). Espacio Pratto/ Montevideo, 2013.

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El sillón era de terciopelo rojo, suave y señorial como un trono de reina. Me senté allí,<br />

cansada, luego de deambular por todas las habitaciones de la fiesta. Hacía rato que no sabía<br />

dónde estaba mi madre.<br />

Una señora gorda se desparramó a mi lado. Su cercanía me hizo sentir tranquila; me<br />

agradaba que otra persona necesitara descansar, hacer una pausa para salir del jolgorio. Podía<br />

quedarme allí, junto a la señora, hasta que se terminara la fiesta y mi madre me encontrara para<br />

llevarme a casa.<br />

La cara era amable, rosada y regordeta como la de un hada madrina. Algo en sus pequeños<br />

ojos me simpatizaba, aunque su figura me resultaba discordante; como si hubiese sido armada<br />

en tandas, con piezas de diferentes puzzles. Su vientre desmedido, forrado con un vestido azul,<br />

parecía el océano; sus manitos, dos indefensos botes a punto de naufragar. Tenía unas enormes<br />

tetas que empujaban desde el escote intentando saltar y salir corriendo libres; eso no debía de<br />

ser muy cómodo. Yo tampoco estaba cómoda: mi madre había cinchado tanto, tanto de mi pelo<br />

para atármelo, que me había estirado toda la piel de la cara.<br />

A la señora gorda el pelo debía pesarle mucho. Tenía en la cabeza una torre de bucles,<br />

perfectamente redondos, rociados con algún producto que los había dejado tiesos y brillantes.<br />

Me asomé tímidamente a los agujeros que se formaban y —a través de ellos, como si fueran<br />

binoculares— vi a dos hombres gesticular; cada uno quedó encerrado en un bucle como si<br />

fuera el marco de una fotografía. Acerqué mi cabeza para enfocar mejor y se armó una sola<br />

escena: los hombres estaban discutiendo. Uno, muy colorado, gritaba levantando un dedo; lo<br />

sacudía tan cerca de la cara del otro que parecía que se lo iba a meter en el ojo. Su enemigo<br />

fruncía el ceño de tal manera que se le formaban montañas en la frente. Intenté crear montañas<br />

en mi frente, pero no pude. Fruncí y fruncí, pero no me salió; la boca se me arrugaba y los<br />

ojos se achinaban, solidarizándose en la búsqueda del gesto. No había caso: apenas unas<br />

ondulaciones. Ese señor tenía mucha carne en la frente y, sobre todo, mucho enojo.<br />

Como una aparición, una muchacha de vestido blanco surgió detrás de ellos; pasó sonriente,<br />

deslizándose tan liviana que me pareció que el alma de los dos hombres se les escapaba y los<br />

abandonaba para irse a bailar. La vi desaparecer; cuando me incliné para seguirla, me topé con<br />

el moño. Un olor tóxico me hizo arder la nariz.<br />

Estaba casi pegada a mi enorme compañera, pero ella no parecía haber notado mi presencia.<br />

Su cuerpo era como una muralla que me alejaba de esos hombres y me daba seguridad. Ella<br />

no lo sabía: seguía desplomada en el sillón, arremangando la mejilla sobre su mano. El calor<br />

que irradiaba me resultaba acogedor. Pensé que podía aflojarme y dejarme sostener por sus

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