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LETRAS DEL SÓTANO/II (2013)

Lectura anual de los talleres de motivación literaria a cargo de Gabriela Onetto (www.onetto.net). Espacio Pratto/ Montevideo, 2013.

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Acicalarse era su cometido primordial: estaba hecho de exteriores. Adentro, solo el deseo. Le<br />

dejaban la luz prendida día y noche para estimular la necesidad incontrolable de comer; así, su<br />

plumaje se volvía más lustroso y sus músculos un arma letal.<br />

Ocupaba el tiempo arreglándose para el duelo, afilando sus uñas contra la pared. Algunas<br />

veces se encarnizaba y hundía el pico hasta ver brotar una gota de sangre entre los cálamos.<br />

El dolor lo hacía enormemente feliz. Con algo debía aliviar la ansiedad, porque había nacido<br />

para pelear y no tenía razón en el mundo sin un enemigo. Por eso, hasta el momento del<br />

enfrentamiento, su vida estaba llena de miedo. No de morir, eso era fácil, sino de perder.<br />

Escuchó un ruido. Alguien corrió la tranca. Su ojo rojo se dilató. La jaula estaba abierta.<br />

«Conmigo no vas a poder», repetí mientras clavaba listones de madera clausurando las<br />

ventanas y arrimaba el aparador contra la puerta principal. Dicen que el fuego los espanta,<br />

porque les recuerda su orígen, así que encendí todas las velas que tenía en la casa. El living olía<br />

a velorio, pero yo estaba preparada y tranquila. Me serví una copa de vino, el más espeso que<br />

encontré, y me senté en el sillón a esperar. A esperar y a escuchar.<br />

El rumor me rodeaba como si fuera un ejército: estaba sitiada. Primero fue suave, como de<br />

niños jugando; luego áspero, altisonante, como aquellas peleas familiares. Después vinieron las<br />

alas, batiendo contra las celosías. Mi cuerpo era una esponja exudando líquidos y sales. Luego<br />

las patas, arañando, royendo, llamándome. Imaginé las grietas que iba a ver en la puerta a la<br />

mañana siguiente. «Qué tonta», me dije, «si no hay mañana posible». Por último el silencio, su<br />

mejor carta: nada más atronador.<br />

En el medio de la habitación, yo rogaba por el desenlace. «No vas a poder», volví a gritar y<br />

empecé a desclavar como una desquiciada. El viento me dejó sin respiración y apagó las velas.<br />

Había otra vez olor a muerto insepulto en la casa.<br />

Entonces lo vi, agarrotado en el dintel y decidido a avanzar. Ocasión y destino: todo encajaba.<br />

Abrió las alas en cruz. Sobre su lomo azul abrevó la luna. Dios era más imperfecto. Voló<br />

rasante, con los espolones extendidos hacia adelante como cuchillos. Supe que iba a abrirme el<br />

pecho y evité a conciencia el movimiento salvador. Era demasiado dulce la idea de la muerte.<br />

Un público curioso se agolpó en las ventanas: bramaban, pedían mártires, urgían los finales.<br />

Era su momento de gloria y yo, entregada, lo dejé hacer. Antes de girar hacia adentro, mis ojos<br />

vieron la arena, la alfombra teñida de sangre.<br />

El acabó sobre mí. Yo por fin descansaba.

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