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LETRAS DEL SÓTANO/II (2013)

Lectura anual de los talleres de motivación literaria a cargo de Gabriela Onetto (www.onetto.net). Espacio Pratto/ Montevideo, 2013.

Lectura anual de los talleres de motivación literaria a cargo de Gabriela Onetto (www.onetto.net). Espacio Pratto/ Montevideo, 2013.

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A la hora del crepúsculo todo él se encendía del mismo color escarlata. Gradualmente, su<br />

perfil se apagaba en la turbia ceniza para morir a los ojos de todos, confundido en el negro de<br />

la noche. Con el amanecer, el roble renacía como un fénix; otra vez verde, frondoso y habitado<br />

por el murmullo de las aves.<br />

Aquel árbol me tendía su brazo solemne y me alzaba un par de metros del suelo cada vez que<br />

yo se lo pedía. No me gustaba compartirlo. Elegía las horas desiertas de la tarde o esperaba que<br />

los otros niños se alejaran para montarlo.<br />

El deseo de estar a solas con él, hundida en su perfume, es una de las primeras señales en las<br />

que me reconozco como una persona de naturaleza solitaria.<br />

El grueso brazo del roble no servía para balancearse. Recién en el extremo del leño principal,<br />

las ramas empezaban a volverse más delgadas y flexibles hasta acariciar la tierra con las hojas.<br />

Paralelo al suelo, el tronco era un trono macizo lustrado durante dos siglos por el trasero<br />

de cientos de niños. Era un árbol eterno. Sin embargo, en aquel entonces, cuando pensaba<br />

que tenía veinte veces mi edad, no me parecía ni él tan viejo, ni yo tan joven. Veinte no es un<br />

número tan importante.<br />

Yo me refugiaba en él no para vigilar la casa sino para ocultarme de ella.<br />

Mi hogar nunca fue una guarida. Jamás tuve un espacio allí que remotamente fuera mío. El<br />

movimiento de las mujeres, así como sus pausas, estaban regulados por las necesidades de los<br />

hombres. Las habitaciones tenían ojos que veían lo que no habías hecho y el tiempo de ocio<br />

era algo vergonzoso —como la menstruación o la inteligencia— que debía ser escondido aun a<br />

fuerza de mentiras.<br />

Mejor que ser es parecer, decía mi madre, que siempre vio con amargura cómo su hija mayor<br />

se desentendía de las maneras y los afeites de las muchachas de su edad, y cómo rechazaba un<br />

candidato tras otro, demoliendo así las aspiraciones de ascenso social de la familia.<br />

El día que cumplí quince, el notario del pueblo vino a pedir mi mano. Yo ni siquiera lo había<br />

visto de frente alguna vez; solo el perfil de cera blanca y nariz afilada aquel domingo en la<br />

iglesia.<br />

A él y a mi padre les grité en la cara que jamás me casaría. Quiso darme un golpe pero me<br />

escurrí en medio de ambos, corrí con todas mis fuerzas y trepé al roble. No bajé hasta el día<br />

siguiente, con el estómago pegado a la espalda y la decisión inamovible marcada en la cara.

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